Todo pasa tan rápido y, a su vez, es tan confuso, que no sé hacia donde debo correr o mirar. Benedict me grita en más de una ocasión que me quede quieto e intento, por todos los medios, hacerle caso. La quemadura en la pierna parece superficial pero aún así duele, haciendo que pueda olfatear la tela chamuscada de mi pantalón. Es cuando Ben está tirado en el suelo y Arleth y una Amber herida vuelan por el aire que sé que no puedo quedarme a un lado, apartado cerca de un árbol que puede ser la diferencia entre salvarme y la cobardía.

— ¡Oye, no! — corro para salir al paso, frenándome a excasos metros de Jamie Niniadis. Jamás la he tenido en frente y solo había visto una fotografía, una vez, en los diarios que traen de NeoPanem. No sé que esperaba sentir, pero me doy cuenta de que no es temor. Tampoco es desprecio. Creo que es ira. Alzo la varita, sabiendo que no soy rival para ella, pero aún así la aferro con fuerza — Creo que te han pedido que te marches. ¡Depulso! — veo que se impulsa hacia atrás, pero el frío de mis pies me dice que he recibido otro ataque. Intento moverlos, pero es imposible.

Tengo que sacudir la cabeza, sintiendo como de mis labios se sale un quejido de dolor. Mi pierna sangra, culpa de la roca con la que ha chocado y estoy segura de que no puedo levantarme, al menos de momento. Es la voz de Kendrick la que me alerta y, al girar el rostro, veo con horror como el mocoso se ha plantado de frente a Jamie Niniadis, lanzándole un hechizo que la hace retroceder antes de atacarlo — ¡KENDRICK, SAL DE AHÍ! — no sé de dónde saco la fuerza para gritarle, pero lo hago, tanteando el suelo hasta ponerme de pie con el cuerpo destruido. Aún así, avanzo hacia ellos, buscando terminar toda esta locura. Pero no, jamás alcanzo al niño que he ayudado a criar, que yo misma he traído al mundo en un parte del cual jamás pude hablarle, porque la verdad lo destruiría. Lo oigo quejarse del dolor, pero la impotencia me la lleva el bombarda que me vuela hacia atrás, hiriendo a Benedict, quien también se está poniendo de pie, volviendo a caer juntos.

Zenda todavía no se levanta, e inevitablemente temo lo peor. Me saco de encima a los que puedo antes de dejarme caer a su lado. En una mano tengo el arma, lista para disparar a la primera que tenga una oportunidad; en la otra tengo la muñeca de Zenda, buscando desesperadamente un indicio que me diga que todavía se encuentra... ¡Ahí está! No muy fuerte, pero puedo sentir su pulso bajo mis dedos, así que el alma me vuelvo al cuerpo en lo que dejo escapar un largo suspiro.

Quiero quedarme tirada, dejar de pelear, pero es imposible, y solo me limito a llamar la atención de mis atacantes para que no le den al cuerpo caído de mi hermana. Esquivar los maleficios que llueven en mi dirección me complica, y mi puntería es casi nula en lo que trato de devolverles el favor.

Escucho a Arleth, pero la vena que late en mi cuerpo me indica que debo quitarla del camino, que tengo que decirle que estoy bien aunque mis piernas tiemblen y no pueda caminar con normalidad. Es como si mis pies estuviesen entumecidos por culpa de cientos de hielos, pero de todos modos, me las arreglo para mirarla sobre mi hombro sin dejar de apuntar — ¡Quédate atrás, estás herida! — grito, oyendo como Ben parece exclamar algo parecido. Decido voltearme y volver a atacar, tratando de ponerle un fin a esto, no importa el resultado.

Sé que Arleth sigue avanzando, pero aún así lanzo un encantamiento de desarme que Jamie bloquea con demasiada facilidad, haciendo que me desinfle. No puedo con ella, pero debo hacerlo. Aunque me duelan las piernas, avanzo unos pasos en su dirección, buscando sostenerle la mirada.

— ¡Tú retrocede! ¡Cállate, Ben! — mis gritos rozan la histeria y la voz de mi hijastro, el cual se pone de pie a unos cuantos metros detrás de mí, solamente ayuda a que pierde más fácil los nervios — ¡Eres solo un niño! — y sé que lo herirá, sé que hará todo lo contrario para demostrarme que estoy equivocada, pero no puedo dejar que se enfrente a la ministra en un mano a mano que no podrá ganar. Me quedo quieta, sabiendo que desde aquí puedo apuntar mejor sin herirlo por error y alzo el rifle, tomando aire con dificultad y notando el hilo de sangre que patina sobre el puente de mi nariz. Y disparo. Y es apenas un roce.

Veo venir el hechizo antes de que éste salga de la varita. Lo veo venir por el modo en el cual se transforma el rostro de Jamie Niniadis cuando echa el brazo hacia atrás y la llamarada viene hacia mí, dejando a Kendrick fuera del foco de su atención. Eso es lo que importa. Mi instinto me lleva a echarme hacia atrás, pero mi cuerpo no es tan rápido como para prestarle atención. Es un golpe en el pecho que me hace caer al suelo y oigo mi nombre salir de la boca del niño Black, con un tono de completo horror. El fuego quema mi ropa y lastima mi piel, pero el cerebro abombado no me deja reaccionar.

Me cubre una sombra enorme, cuyos ojos azules reconozco como los de Benedict, quien murmura palabras de aliento mientras me lanza tierra encima y apaga el fuego. Quiero decirle que son quemaduras superficiales, que todo estará bien y que luego podremos irnos todos a casa. ¿Qué casa? No existe una. Todo arde a unos cuantos metros y lo sé porque el humo negro sobre nuestras cabezas es cada vez más grande. No sé dónde están mis hijas, no sé dónde está mi marido, no podemos irnos a ningún lado — C..Cale..— es un llamado apenas audible, mirando los ojos de Ben mientras él se voltea buscando a mi hijo, gritándole que se apresure. Necesito verlo, necesito sostener su mano aunque sean solo dos segundos.

Kendrick corre en mi dirección, puedo verlo por el rabillo del ojo, pero Benedict se pone de pie lo suficientemente rápido como para frenarlo. No puedo decirle que no se preocupe, porque hay algo que está fallando. Intento pensarlo. Los pulmones, el corazón, cualquier parte rota. Mi Ava, mi Zenda. Entonces llega una mano, tan grande que solía ser muy pequeña y la aprieto, como solía tomarla cuando era un niño, como solía estrujar la de su padre. Intento sonreírle, pero en eso queda. Es solo una mueca muerta.

Apenas logro apagar las llamas de mi brazo, que ahora arde cuando mi mamá choca contra mí en un intento por protegernos de la explosión que muy amablemente nos lanzó la ministra. Salimos despedidos y siento dolor en todo el cuerpo. Intento sostener a mi mamá pero es inútil, ni siquiera sé qué hago y caemos al piso como si fuéramos trapos. Rujo de dolor y volteo a verla, está muy lastimada pero aun se ve bien.

Nos ponemos de pie e intentamos seguir disparando a diestra y siniestra pero, antes de que pueda hacer algo o siquiera darme cuenta está de nuevo en el piso. Ella quiere que me vaya pero no puedo dejarla. Nunca lo haría. ¿Y cómo podría? Ella nunca nos abandonó en las malas y ya estoy grande para esconderme tras su espalda. Más explosiones surgen y veo a mi mamá salir volando de nuevo. Esto no es bueno, sus heridas empeoran cada vez más.

De un momento a otro todo se altera y Kendrick sale corriendo hacia Jaime. - NOOO, ¿QUÉ HACES? QUÍTATE DE AHÍ. - Lo van a matar. Es sólo un niño y lo van a matar por plantarle la cara. Planeo acercarme para empujarlo pero alguien se me adelanta y empiezo a gritar como histérico. Lo único que veo cuando me acerco es a mi mamá empujando a Ken y en un abrir y cerrar de ojos, las llamas que la envuelven. Escucho los gritos de Ben llamándome y corro lo más que puedo hasta que llego a donde está. - MAMÁ NO, MAMÁ. - Me dejo caer frente a ella ignorando a Kendrick y Ben que están al lado. No me importan las llamas, no me importa nada, intento envolverla, intento hacer algo pero su cuerpo está débil. Las lágrimas empiezan a brotar como si siempre hubieran estado ahí. No puedo hacer nada y me siento impotente. Desearía que la humedad de mis ojos pudiera apagarla.

Las quemaduras que le van quedando son incurables en este momento pero me niego a aceptarlo. - Vas a estar bien, todo va a estar b..bien, te lo pr..ometo. - Mi madre aprieta mi mano un poco y niego con la cabeza porque sé que intenta. - Nno te despidas con esos ojos, no, aún no vemos a Ava, tienes que luchar por verla, y por ver a Zenda y a Elioh. No puedes... no puedes dejarnos. - Es inútil. Mis lágrimas corren por la cara y me quedo completamente en silencio cuando su mano se desliza entre las mías como si nunca hubiera estado ahí. La cara inexpresiva de mi madre lo dice todo. - NO, MAMÁ NO...  Te dije que no podías... que no... - CIerro los ojos y me dejo caer encima de ella. Sé que no le gustaría que me mataran por dejarme vencer en el suelo así que le cierro los ojos con una extrema delicadeza mientras la veo por última vez antes de voltearme y disparar con un grito de furia que sale con una voz que ni yo reconozco.

Choco contra Echo de forma muy brusca, por el humo apenas veo nada y cuando me lo encuentro me espero lo peor. Intento agarrar el arma para dispararle sin pensar si quiera primero en si es amigo o enemigo pero él toma mis manos y me sacude fuerte, haciendo que razone que se trata de él. — ¡no-no sé! ¡lo he perdido entre toda esta gente, a Eowyn y a Bev también! — Estoy llorando para ese momento y me cuesta sacar las palabras fuera mientras hiperventilo. Que me diga que me calme no ayuda en absoluto y mucho menos cuando él no está calmado en absoluto.

Cuando me empuja me pongo en marcha por mera inercia, como llevo moviéndome la mitad de este día, sobresaltándome horrible cuando Jonathan aparece de la nada para gritarme. — ¡A TU IZQUIERDA! — Ese grito me alerta del auror que sale de entre el humo arremetiendo contra Echo, pero la posición en la que estoy me permite disparar con la ballesta sin siquiera mirar y acertar de pleno. Su cuerpo cae contra cuando se frena de golpe el impulso que llevaba y por un segundo estoy atrapada bajo el peso de ese hombre que cubre mis piernas de sangre.

Grito.

No importa lo rápido que empuje a Del, no es suficiente. Siempre pensé que necesitaba un poco de presión, pero ellos eran demasiados y ella siempre fue feliz así. A pesar de que les entrenamos desde que pueden andar, confiaba en que nunca tuvieran que utilizar todos esos conocimientos para defender sus vidas. No al menos en una guerra y una masacre como esta.

Un auror nos encuentra entre la humareda y no puedo creer lo rápida que es la chica. El cuerpo la aplasta y como es habitual en ella pierde los nervios de nuevo. La agarro de debajo de las axilas y la arrastro lejos del cadáver que acaba de caerle encima. — ¡Buena chica! Del, lo has hecho bien. ¡eh! Mírame. Mírame Delilah. Si repites eso cada vez que alguien te ataque, estarás bien. ¿Ok? — Tengo que presionarla y sacudirla varias veces para que focalice su atención en mi, y acto seguido la vuelvo a arrastrar, esta vez asegurándome de abrirle paso mientras voy a tientas entre el caos.

Escucho el grito de Zenda y desvío mi camino de inmediato guiándome por donde creo haberlo escuchado, encontrándola detrás de Ava que está intentando defenderla. Lanzo un escudo para protegerlas y eso desvía la atención de ellas momentáneamente y se posa sobre mi. Varios hechizos vuelan en mi dirección, algunos de ellos fallan, pero alcanzo a defenderme de uno de los ataques que va directamente contra mi pecho, haciendo que el propio hechizo rebote hacia su dueño. No me detengo hasta llegar junto a ellas y lanzo un puñetazo en la cara a un Auror que estaba por alcanzarlas. El golpe lo manda directo al suelo y estoy seguro de que no solo mi puñetazo lo ha matado, sino el propio golpe que se ha dado al caer. — ¡Levanta! — Le ordeno a Ava, agachándome junto a Zenda que está en el suelo. Por un momento se me detiene el corazón al pensar que pueda haber muerto, pero la chica todavía respira. Solo está herida. Muy herida. — Ayúdame a ponerla a la espalda, tenemos que sacarla de aquí. — No digo eso a nadie en concreto, solo me agacho agarrando uno de los brazos de mi pequeña rubia y pasándolo sobre mi hombro, usando otra de mis manos para sostener su pierna y colgármela cual koala a la espalda. — Zenda, vamos, aguanta. Necesito que te agarres. — No ibamos a llegar muy lejos si tenia que estar ocupándome también de que no se cayera. — Del, ayuda a Ava. — Desconocía si la chica podía moverse por sí mismo, pero no tenían tiempo para quedarse a averiguarlo.

Zenda volvió a abrir los ojos, pero no podía moverse demasiado, el sólo hecho de intentarlo le envió escalofríos de dolor por todo el cuerpo.
Por suerte Ava detuvo varios hechizos que iban dirigidos hacia ella, sin embargo al sentirse una inútil, la niña trató de al menos no ser una molestia.
Iba a arrastrarse para quedar detrás de los árboles caídos, allí podía esconderse y su hermana sólo tendría que preocuparse por atacar y no por estar defendiéndola. —Estoy bien, Ava.— Volvió a mentir.

No alcanzó a hacer movimiento o gesto alguno, que Echo ya estaba junto a ella ayudando a Ava con los atacantes que avanzaban peligrosamente cerca.
Intentó aferrarse al cuerpo del mayor con las pocas fuerzas que le quedaban y sin poder evitarlo, empezó a llorar en silencio por el dolor del roce. Tenía la pierna y el pecho ardiendo por las explosiones. —Echo, quiero ir a casa con mamá.— Pidió entre sollozos, cerrando los ojos al sentir que todo el mundo giraba.
En ningún momento soltó la varita, era lo único que aferraba con demasiada fuerza entre sus dedos.