Cillian Gallagher nació en uno de los pocos rincones rurales funcionales de Irlanda en el año 2445. La pequeña comunidad mágica en la que vivían apenas consistía de un puñado de personas que hacía lo que podía para subsistir, incluyendo a su padre, Brennan Gallagher, la hermana de éste y su marido. Su madre, desafortunadamente, había sucumbido ante un extraño caso de viruela de dragón poco después de su nacimiento, y los únicos recuerdos que tenía de ella eran aquellos pocos fragmentos de memoria que su padre le compartía de vez en cuando.

La paz de su infancia se vio interrumpida de manera abrupta por el bombardeo de Londres. Aunque Cillian era aún un niño pequeño, recuerda vívidamente la noche en la que su padre y sus tíos  discutieron hasta llegar a la decisión que cambiaría su vida. ¿Qué otras opciones tenían? ¿Cuánto faltaría hasta que fuera el turno de ellos? Sí, unirse a la rebelión era peligroso, pero ya se encontraban en una situación más que precaria y si querían pensar en el bienestar de Cillian, del futuro de todos, no tenían otra opción. Aunque les costase, la familia Gallagher se vio obligada a tomar una decisión: abandonar su tierra natal y mudarse a Neopanem, un destino incierto pero necesario para la supervivencia.

A pesar del sacrificio que esto implicaba, la decisión resultó ser la correcta. Mientras que sus tíos se establecieron en el Capitolio, Brennan decidió que era hora de independizarse. Acabaron por mudarse al distrito tres, buscando una vida nueva en un entorno que, aunque no ideal, ofrecía un grado de seguridad y estabilidad en medio del caos de una sociedad que comenzaba a redescubrirse. La vida en el distrito tres no era fácil. Los días estaban marcados por el trabajo duro y las luchas cotidianas. La nostalgia por su tierra natal nunca desapareció por completo, y aunque el bando ganador había terminado favoreciendo a los magos en Neopanem, la adaptación a una nueva realidad no fue inmediata ni sencilla.

Sus acentos eran extraños, sus hábitos diarios no eran del todo bien vistos, y la curiosidad que siempre había caracterizado a Cillian se vio reprimida ante compañeros que no comprendían su amor por el folklore y las historias de misterio. Tal vez fuera por la falta de costumbre al haber vivido en una comunidad cerrada durante los primeros años de su vida, pero a Cillian no se le daba fácil hacer amigos y la única forma en la que consiguió integrarse, fue guardándose sus opiniones y tratando de seguir el ritmo imitando a los demás.

Así continuó hasta graduarse de la academia de aurores, navegando la fina línea entre ser aceptado por sus compañeros y ser visto como el chico peculiar que disfrutaba haciendo conexiones mentales entre las personas a su alrededor y buscando motivos ocultos en sus acciones. Esta dualidad definió su carácter, convirtiéndolo en alguien observador y meticuloso, siempre atento a lo que otros podrían pasar por alto, hasta el punto de perderse, a veces, la visión general de las cosas.

Mentiría si dijera que no le tomó por sorpresa su reciente designación como jefe de aurores. Y si bien una parte de él quiere creer que se trata de un reconocimiento merecido que lleva años esperando, otra parte se pregunta si no es simplemente un nuevo intento vano de revitalizar un departamento que ha visto a jefes y ministros entrar y salir como si de una puerta giratoria se tratase.