Los fuegos artificiales estallan sobre las cabezas de los ciudadanos, robando sus vítores y exclamaciones al iluminar la escena con la gracia de los colores. La música orquestal de la sinfónica del Capitolio es la encargada de lucirse en el escenario principal, montado delante de las puertas del Ministerio de Magia, llenando de ritmo una noche en la cual miles de ciudadanos se han movilizado para participar de las festividades de Nimue, en honor a un grupo de brujas caídas en el fuego en una injusticia histórica cientos de años atrás, a manos de la ignorancia de los muggles. Una tradición que clamaba la justicia cumplida sobre las vidas de un puñado de pobres brujas, una noche en la cual celebraban que los deseos de aquellas mujeres habían podido ser cumplidos tras una lucha que parecía haber sido eterna.

Como en toda buena fiesta, algunos borrachos bailaban en las calles y las personas se apiñaban entre risas, tratando de alcanzar a echarle un vistazo a las figuras importantes que se movían detrás de las vallas de seguridad. Las cámaras se encontraban en lo alto, transmitiendo segundo a segundo para aquellos que deseaban seguir la celebración desde la comodidad de sus hogares, muchos por no haber podido movilizarse al centro de la capital del país. La bandera de NeoPanem brillaba en lo alto, del negro y rojo entrecruzado por las varitas que ondeaban en la tela sacudida por la ligera brisa. Siendo una fecha festiva, las actividades ministeriales habían finalizado al mediodía para que la jornada fuese disfrutada por absolutamente todos. Aún así, podían verse algunas siluetas dentro de las luces encendidas del edificio, a los aurores caminando entre la multitud para mantener el orden y la impaciencia pintada en algunos rostros.

El Capitolio y el mundo mágico estaban de fiesta. Y las luces brillantes siempre son la mejor distracción.

Una vez más su padrino vuela por el aire y el horror se dibuja en su rostro, ya estaba demasiado herido, tenía que quedarse en el suelo y esperar a que pudiera atenderlo sin distracciones. —¡¡QUÉDATE AHÍ, MIERDA!!— Muy pocas eran las veces en las cuales Ariadna maldecía o elevaba la voz y no le gustó para nada hacerlo.
Estaba por conjurar un hechizo curativo hacia su padrino, cuando el troll se acercó demasiado hasta ella y su madre.

Instintivamente movió la varita contra él. —¡Incarcerous!— Invocó las gruesas cuerdas que se fueron enrollando en las extremidades de la criatura. Se alegró bastante al ver que el troll quedaba atrapado entre ellas y dejaba de avanzar.

Me llega a los oídos la voz de Eloise gritando mi nombre, al mismo tiempo que la de mi sobrina, pero no tengo fuerzas para responder, ni siquiera me llega el oxígeno suficiente a los pulmones como para respirar con normalidad. No puedo dejarlas solas. Un dolor nuevo me atraviesa el pecho cuando consigo elevar la cabeza, de manera que vuelvo a encogerme sobre mí mismo lanzando un gruñido igual de desgarrador que como se siente moverme. Si es así como se siente morir, no lo quiero. Ese pensamiento es lo que me llena de una fuerza para levantar mi pesado cuerpo pese al dolor, afianzando el agarre de mi varita en un puño como si ese gesto fuera a armarme de valor. Me encuentro tan mareado que no se donde pongo los pies, apenas murmuro un conjuro que no sé si termina con el troll o no, pero me da igual, porque mis piernas no soportan más el peso de mi cuerpo y me veo cayendo al suelo desplomado.