Un señor guapo aparece en pantalla mientras los saludos en el escenario siguen y tengo que caminar un poco más lejos para poder captar un buen ángulo y así ver con claridad. Era de esperar que algo pasara ya que no hay evento público sin caos ¿Cierto? Solo me alegro de que Kida se haya quedado en casa para no tener que echarle un vistazo a ella por si las cosas empeoran.

- ¡Oh, ahí estaban! - comento para mi mismo con la voz más aguda de lo que esperaba al ver al escuadrón perdido en pantalla. Supongo que es un misterio menos y muchos archivos para mandar a la papelera de reciclaje... Mal por los aurores por mantenerlo como un caso abierto y bien por nosotros que tenemos un culpable para colgar cuando los atrapemos, porque vamos a hacerlo.

La propuesta me alarma un poco. Que los esclavos sean libres puede que sea positivo para los que están en el mercado pero ¿Los demás? Muchos de ellos llevan viviendo entre magos años, han visto demasiadas cosas y podrían llevar información importante a estos nuevos enemigos. Los Capitolenses no son estúpidos, los altos cargos probabablemente matarán a estos esclavos antes de que ellos divulguen sus secretos, o eso deberían hacer.

En mi caso... ¿Qué haría con Kida? La niña no tiene a nadie más que a mí y su condición no le permitirá vivir mucho por su cuenta. Porque pasarán de esclavos a repudiados, eso seguro, no hay forma de que se reinserten en la sociedad - ¿Cómo planean desarrollar ésta guerra? Dejando de lado el intercambio que nuestro presidente ya decidirá qué hacer... - hablo en voz alta dirigiéndome a la pantalla con las manos en los bolsillos y el mentón en alto - Personas con varita han intentado destruirnos, con métodos muggles incluso y no pudieron hacerlo ¿Por qué está tan confiado, señor Hermann?

Me alivio con un suspiro y un asentimiento agradecido en dirección a Riorden por su apoyo, aprovecho esos segundos para girarme en dirección a Meerah y señalarle la escalera con un movimiento de la cabeza — Busca un auror y quédate lejos. Te buscaré luego — prometo, por el suave empujón que le doy, deja bien en claro que no voy a discutir y ella parece haber aprendido, porque asiente y se marcha en lo que Silas empieza a hablar de tal manera que empiezo a fruncir el ceño hasta que debo parecer mi versión de cincuenta años — ¿Quieres una población tranquila? Muchos de esos aurores tienen familia que está aquí ahora, viendo como charlamos sobre si les vuelan la cabeza o no. ¿Crees que aceptarán ese sacrificio? Solo tenemos que ganar tiempo y tomar las cosas con más calma… — en mi desespero, hablo mientras chequeo que Meerah se haya marchado y es buscando su cabeza rubia que veo a mi hermana jalar de Lara para subir al escenario.

Mis ojos se abren de par en par y maldigo por lo bajo, en lo que doy algunos pasos y tiro de la mano de Phoebe para ayudarlas a subir a pesar de la multitud — ¿Por qué no se quedaron abajo? — les gruño, antes de girarme hacia nuestro presidente con toda la firmeza que soy capaz de mantener — Prometiste cuidarnos, Magnar. ¿Esos aurores no están bajo tu protección, más allá de no haber sido tu error? No puedes perder la confianza de tu gente. Puede solucionarse, puedo encontrar a Hermann Ritcher, pero pídele tiempo. NeoPanem no estará tranquilo ni te respetará si saben que pueden interrumpir un funeral y fusilarnos cuando ellos lo deseen — mi padre vendrá a mí si se lo pido, de eso estoy casi seguro. El problema es que no puedo decirlo en pleno escenario y plantear la idea de llevarlo a la hoguera segundos después.

Ya están algo grandecitos para creer que pueden dejar a todos felices. La pobreza de nuestros departamentos se debe a que tuvieron que indemnizar a las familias de los aurores muertos y de los desaparecidos mismos. Dar dinero a una persona solo para compensar que haya salido mal un trabajo en el que ellos eligieron estar me parece una tontería, es como si yo pidiera dinero para Lea por morir de tuberculosis un día, un completo disparate. Y aquí estamos de nuevo con el tema de las familias... Son malditos aurores, aceptaron el riesgo en el momento en que eligieron su profesión.

- ¿Por qué ven todo en blanco y negro? Poción multijugos, transfiguración, juegos de cámara... Hay mil formas de justificar ésto sin que parezca que están dejando a los aurores a su suerte - me apresuro a agregar con la mandíbula apretada - Abrió un departamento de misterios, por amor a Morgana, allí hay mil cosas que podría usar para arreglar ésto - no es todo choque y sangre ¿Por qué no lo entienden - Usa la ciencia, Magnar - finalizo y doy unos pasos atrás pues veo que ya tengo a todos en contra, de todas formas creo que no hay más que decir.

Al ver como Tyler se escapó del escenario, de las formalidades y se perdió entre la multitud, Lëia puso los ojos en blanco y palmando el hombro de su padre, se paró en puntas de pies para hablarle cerca del oído. —Voy a buscarlo yo.
— Susurró y justo al voltear la cabeza, alcanzó a ver cómo el niño había corrido hacia su tío Colin y su prima Hannah. Bueno, tal vez no tenía que salir a perseguirlo.

El estadio no tardó en llenarse, sin embargo cuando una extraña voz recorrió cada rincón gracias a la tecnología y la mano de Riri rodeó la suya, la niña estiró la cabeza para tratar de entender qué estaba pasando.
Cuando sus ojos por fin chocaron con las imágenes en pantalla, el poco color en su rostro la abandonó por completo y comenzó a sentirse algo mareada. Al parecer no había heredado el estomago de su madre.

Se aferró con fuerza a la mano del ministro de defensa y no se apartó en ningún momento, ni siquiera cuando quedó en medio de una discusión entre adultos.
Los gritos de los aurores pidiendo ayuda solo servían para ponerla más nerviosa. —Papá, no pueden dejarlos morir. Ellos dan su vida por nuestra seguridad, no pueden darle la espalda.— Le habló únicamente a Riorden y luego calló para escuchar la opinión de los demás.

Saludo tras saludo, los habitantes de NeoPanem se llevan mi atención hasta que algunos dedos señalando hacia arriba ayudan a que me fije de una buena vez en las pantallas. No, no muevo un músculo ni suelto palabra en lo que ese sujeto se presenta con aires de grandeza, amenazando a mi gente bajo el ala de poseer a un montón de aurores inocentes en su poder. Sí, he visto al ministerio rastrear a esos pobres durante meses, pero extrañamente lo único que puedo sentir ahora mismo, además de repulsión, es enfado. Aún tengo los labios sellados cuando la voz de Powell me llega desde algún punto cercano y hace que ladee la cabeza para despegar los ojos de las pantallas, con los puños apretados en lo que debo recordarme que no puedo estallar y mandar a volar a mi ministro de justicia por los aires por un capricho. Y en cuanto a Weynart… alzo una mano para que ambos se callen — Ahora solo necesito que tu gente se ponga a rastrear la señal, Riorden. ¿No estás perdiendo tiempo? — es una orden calma, con los labios apenas modulando para que nadie pueda leerlos en su dirección.

Silas, por el contrario, tiene una idea más parecida a la que se está formando en mi cabeza y mis ojos se entornan curiosos por su sugerencia, a pesar de que Powell y Helmuth intervienen con palabras pacíficas que no me dan ninguna solución inmediata — ¿Cómo encontraste a Kendrick Duane? — le pico a Hans, echándole un vistazo a las mujeres que subieron con él al escenario — Tu trabajo te queda grande, Powell. Estás pensando como el niño que eres y demostrando que te dieron el puesto demasiado pronto — me tomo el tiempo para acomodarle la corbata, le aprieto el nudo hasta sentir que le ejerce presión sobre la nuez y lo suelto con una palmadita en la mejilla, antes de girarme hacia el resto de los ministros con la voz más en alto, deteniéndome un minuto en la llorosa niña Weynart — Como a la mayoría. Lloraré a cada ciudadano de NeoPanem que caiga, pero no podemos mostrarnos débiles. Estas personas creen que pueden secuestrarnos y de esa manera atentar contra la seguridad de toda la nación. ¿Qué pasará si nos retiramos, si nos damos por vencidos? ¿Creen que seguiremos teniendo derechos, que caminaremos tranquilos mientras los hombres y las mujeres que dañan a nuestros aurores y nos extorsionan, vienen por nosotros? Hay niños en este escenario, ¿no es así? Creo que todos aquí son padres y madres. ¿Quieren que sus hijos crezcan con ellos a cargo? ¿Cuál es el mal menor? ¿Unos aurores fallecidos o toda una sociedad condenada? — me giro en busca de la visión de las personas que se apilan cerca del escenario, hasta que me centro en la embarazada de la escena y pongo mis manos calmas detrás de mi espalda — Dígame una cosa: ¿Usted dejaría que su hijo nazca con este sujeto libre por las calles? ¿Ustedes quieren rendirse, a sabiendas de lo que esta gente nos hará a nosotros? Ya lo han dicho: quieren eliminar la magia y, sepan, que la magia somos nosotros. Como Jensen dice, podemos ganarles porque somos más que ellos. ¿Estoy tan equivocado en querer un mundo donde estas amenazas no existan?

La señal se interrumpe y casi de inmediato empiezo a bajar de las gradas y voy a trote hacia el centro del estadio. Me tardo unos cuántos minutos, sobre todo porque me detengo unos segundos a ver la imagen con atención al ver cómo aparecen los aurores... Los aurores perdidos, esos que deberían estar aquí de no ser porque mi tecnología falló, es mi culpa, por mi culpa tienen algo con qué negociar y debo arreglarlo ahora mismo.

Me cruzo con Kenna en el camino a quien le dedico una mirada algo desesperada pues desearía tener su coraje ahora mismo. De momento estamos sin jefe de departmento así que no me queda más remedio que ir hasta la ministra de investigación y decir - Solo necesito una computadora - alcanza a escucharme cuando se aleja del grupo de ministros y Magnar comienza a hablar. No digo nada más por respeto pero la mujer me señala a Riorden pues al parecer con él debo hablar, es el encargado de la seguridad después de todo.

Se me eriza el pelo de la nuca cuando el presidente toma a Lara ¿Qué demonios hace aquí? Esa mujer tiene una manía por meterse en problemas impresionante pero ahora me enoja más porque lleva adentro de mi amigo el feto, con ese que charlo de cosas profundas de vez en cuando.

-Señor... Necesito una computadora y puedo rastrear la señal, soy Riley, científico - me presento con rapidez pues creo que no tuvimos la oportunidad de coincidir hasta ahora.

Ya no existe respeto alguno por nada ni por nadie, ¿Cómo se atreven a interrumpir un funeral?
Bianka bufó y al escuchar las palabras del hombre en pantalla, mordió su labio inferior y desapareció de las gradas, para volver a presentarse sobre la nieve del estadio.
La gente desesperada comenzó a movilizarse para hablar con el presidente o para huir del evento, sin embargo la cazadora se apresuró para imponerse entre el escenario y los brujos, ayudando a los aurores que mantenían los puestos de seguridad.

Se acomodó la capucha oscura sobre sus cabellos y al ver a uno de sus compañeros de trabajo con dos niños encima, arqueó las cejas. —Deberías irte de aquí, esto se pondrá feo.— Le gritó a Colin y al mismo tiempo empujó el cuerpo de un hombre que le sacaba tres cabezas. —¡Atrás, mantengan el orden!


Desde su posición, no podía escuchar la conversación que se llevaba a cabo entre los ministros, pero al levantar la mirada hacia las pantallas una vez más, sonrió. —No negociamos con basura muggle.— Gruñó hacia el hombre del vídeo.

Levanto la cabeza cuando oigo una voz familiar dirigiéndose a mí y sonrío un poco al encontrarme el rostro amigable de Nathaniel. Meneo la cabeza en señal de negación cuando pregunta si a mí tampoco me ha tocado trabajar —No, pero...— abro mi túnica de abrigo unos segundos, dejando ver mi uniforme de Auror debajo, y me encojo levemente de hombros —Bueno. Nunca se sabe— digo simplemente, cubriendo mi cuerpo con la túnica de nuevo. Ambos sabemos que no es la primera vez que pasa algo en una situación así, y con el uniforme me siento más cómoda.

Entonces pasa. Claro que pasa. Si me jugara mi sueldo con mierdas así me haría rica. ¿No podemos tener ningún momento en paz? Bufo, molesta, mirando como todo el mundo empieza a alterarse —La madre que los parió...— digo, tensa, al ver los aurores en la pantalla. Ni siquiera sabemos si son ellos. Podría ser un engaño. Una jugarreta, algo para jugar con nosotros. Dirijo la mirada hacia el escenario cuando ese hombre interpela directamente al Presidente y a los ministros, tensa. Entonces aparece Riley. Su mirada es más intensa que nunca. Y me preocupa un poco.

Sin pensarlo mucho, tomo a Nate del brazo —Sígueme— le digo a mi compañero, mientras empiezo a seguir a Riley entre la multitud, más que dispuesta a cubrirle las espaldas en lo que haga falta. Él termina yendo al escenario y escucho lo que dice. Un ordenador. Realmente quiere intentar rastrear la señal —Kenna Richards, Auror— digo, colocándome a su lado —Puedo cubrirle. Y él también— digo, arrastrando a Nathaniel conmigo.

Las palabras de Silas me erizan la piel por el horror de lo que dice, y aunque quiero rebatirle por qué lo que dice puede jugar en nuestra contra, Magnar da su opinión, una que, para no romper con la costumbre, va totalmente en contra de lo que pienso. Por si fuera poco, me molesta el tono de voz con el que me ordena las cosas, como si tratase de recordarme que él es quien realmente manda y que puede acabar conmigo cuando quiera, como hizo con Labors. — ¿Puedes ir con el tío Colin? — le pregunto a Lëia, y todavía con ella agarrada de la mano, la alejo de Aminoff porque me niego a presenciar una vez la mirada que acaba de echarle simplemente por decir lo que opina.

Al final, tengo que soltar a Lëia y dar la orden de que rastreen la señal. No es una tarea muy complicada, pero igualmente llevará su tiempo por las medidas que hayan podido tomar para evitarnos. Y es que aunque sean muggles, no significa que sean estúpidos, más viendo que han podido desviar nuestra señal hacia donde han querido. Realmente el problema recae más en que aquí necesito ayuda tecnológica, y hace unos meses habría tenido la ayuda perfecta... pero Annie ya no está.

La llegada de ese tal Riley es como ver el cielo abierto. — Dame un minuto — le digo justo antes de marcharme para aparecerme en la sala improvisada de seguridad. Como en todo evento, detrás de lo que se ve ahí fuera hay un control desplegado que lo ve todo al instante. En este momento decenas de personas están agobiadas intentando saber cómo han podido tomar el control de la señal televisiva, así que ni siquiera hablo porque ni me escucharían con los nervios, sino que cojo uno de los portátiles que están ahí abiertos y que nadie parece estar utilizando ahora mismo y que dudo que echen en falta. Por si acaso, dejo una nota escrita con la pluma mágica, y me aparezco de nuevo en el escenario.

Dos caras nuevas se han sumado a Riley, dos que reconozco por trabajar en mi departamento y una sobre todo porque es la del joven que me ayudó a salir de aquella cueva en el intercambio de rehenes. Agradezco con un simple asentimiento el ofrecimiento, y le señalo las escaleras: — Ahora mismo necesito que controléis la aglomeración de gente. Había demasiadas personas haciendo fila para subir al escenario; en cualquier momento la situación podría descontrolarse y esa gente provocar una estampida por puro miedo. — Porque quizá no hay una amenaza física hacia la población de pie de calle, pero lo que decidamos, o más bien lo que Magnar decida, puede cambiar el rumbo de muchas cosas. — Dime que te sirve para rastrear la señal — digo, girándome hacia Riley y tendiéndole el portátil. El tono de urgencia puede notarse perfectamente en mi voz, porque ahora mismo necesitamos algo a nuestro favor si de verdad Magnar va a dejarlos morir así como así.

Todo está muy tranquilo en la parte de fuera, algo que agradezco a sobremanera. Tras unos días difíciles e intensos, tener una sesión de trabajo sin muchos altibajos está bien. Y más si es en compañía de mi hermano y del cachorrillo. Estiró los brazos, controlando con la mirada a a gente que va entrando al recinto, y hago una pequeña mueca —Algunos todavía nos miran como si desearan que no estuviéramos aquí— mascullo, algo molesta. Es decir, nos hemos currado el camino. Hemos hecho las cosas bien. Un poco de respeto con todo esto tampoco es mucho pedir.

Pero la tranquilidad no parece querer durar demasiado. No pasa mucho rato hasta que se empieza a escuchar una voz, aunque por estar fuera no consigo escuchar muy bien lo que dice. Lo que sé seguro es que no es la de Magnar —¿Escucharon eso?— les pregunto a Santi y a Diego, con una mueca en los labios. Cuando la voz cesa, se empiezan a escuchar gritos desde dentro y saco la varita en un gesto instintivo. Miro a los otros dos, con un deje de duda en la mirada —¿Deberíamos entrar?— pregunto, no muy segura de lo que se supone que tenemos que hacer ahora mismo.

El ministro desaparece frente a mis ojos literalmente lo cual me sorprende bastante y no sé que hacer. Me debato entre ir a interrumpir el discurso de Magnar o ir de nuevo hacia Silas, pero el primero parce muy concentrado y la segunda me da demasiado miedo en su papel de ministra... Solía admirarla pero ahora tiene un aura diferente a su alrededor, uno que dice cuidado y que si quiero conservar mis dedos para seguir haciendo ciencia debo mantenerme apartado.

Por suerte Riorden vuelve con una portátil en sus manos pero su aparición pasa a segundo plano cuando escucho la voz de Kenna a mi espalda. Me giro rápido para dedicarle mi mejor sonrisa e igual a su compañero que lamentablemente no conozco, pero podríamos charlar en el futuro pues me estoy llevando bien con los aurores. Lamentablemente su jefe no les da órden de quedarse así que hago una mueca, habría sido lindo tener el apoyo de Kenna, pero tiene razón pues hay mucho trabajo que hacer y dudo que los muggles tengan francotiradores para eliminarme en ésta posición.

- Sí, señor - respondo con rapidez. No es la mejor máquina y probablemente me tome unos minutos si pusieron cortafuegos y codificadores pero puedo con eso. Solo me gustaría tener un equipo con quien trabajar para hacer las cosas físicas y la verdad es que no me da la cara para pedirle al ministro de defensa que me alcance un cable, así que lo hago yo mismo y lo conecto rápido al aparato.

Un minuto después estoy tecleando a toda velocidad y murmuro a Riorden - Voy a necesitar más de siete minutos, ellos probablemente lo saben así que me ayudarían si ganan tiempo de forma discreta - espero que puedan hacerlo, mientras tanto no despego los ojos de la pantalla.

Luego de presentar las condolencias a Magnar, regresó sobre sus pasos para quedar junto a su madre. Sujetó el corto e inesperado agarre con ternura y sonrió. —No es nada, te dije que siempre estoy.— Respondió mientras se estiraba para rodear los hombros de Eloise en un pequeño abrazo, que más que cariñoso, resultaba ser protector.
La presencia de Nicholas calmó sus nervios y en lugar de responder la predicción acerca del clima invernal, levantó la barbilla hacia el cielo, para sentir como los copos de nieve se derretían al chocar contra la piel de su rostro.

Las expresiones sorprendidas de la multitud, sumado a los gritos de algunos niños, la obligaron a buscar con la mirada las pantallas que parecían tener fallas de comunicación.
Durante un largo tiempo no pudo apartar la vista de los aurores torturados en la transmisión, necesitaban atención medica urgente, mas su completa atención se dirigió al muggle y a su intensión de negociar con el nuevo presidente. Esto no podía empeorar.

La sanadora no pretendía perder de vista a su progenitora, mas al notar como la multitud alterada empezaba a dejar heridos culpa de las corridas desesperadas por llegar al escenario o a las salidas, soltó el abrazo alrededor de su madre y sacó la varita del bolsillo de su tapado.
No iba a repetirle a Magnar lo que el ministro de defensa, salud y seguridad ya le habían dicho, por lo tanto le lanzó una mirada a su padrino para que vigilara a Elo y con cuidado bajó del escenario, para posteriormente correr hacia una mujer adulta que yacía en el suelo. —Tranquila, la ayudaré.— Le aseguró tratando de evadir los pisotones.

Detengo mis pasos al darme cuenta que Phoebe se ha quedado atrás, conversando con quien reconozco como uno de los Weynart y con mi ceja arqueada la interrogo cuando vuelve a sujetarse de mi brazo. No es mucho lo que podemos intercambiar que se percibe un cambio en el ambiente cuando las pantallas son intervenidas y una voz que lamentablemente reconocemos se escucha por los parlantes. La retahíla de insultos que suelto hacia Hermann, desde lo bastardo inoportuno y cómo pueden los demonios asarlo lentamente en el infierno, queda entre el balbuceo asustado de Phoebe y yo. Busco su mano cuando pueden verse los cuerpos maltrechos de los rehenes de fondo. Es una imagen fuerte, que creo que puedo soportar, mirando fijamente esa cara que conocí hace poco. Es lo que dice lo que me revuelve todo por dentro, me aferro a Phoebe cuando tira de mí, no sé hacia dónde. Sé que necesito un punto de apoyo y ella lo es. Pero tropiezo con mis pies al seguirla al escenario, mi mirada desorientada se encuentra en un momento con Hans, me escucho murmurar su nombre aunque no soy del todo consciente.

Mis oídos prestan atención parcialmente a lo que dicen los ministros, que se niegan a autorizar la masacre del escuadrón de aurores y es un delirio que no puedo concebir que Hermann esté pidiendo que se libere a los muggles. Me giro hacia Phoebe para sostenerme de su hombro. —Voy a vomitar…— murmuro, evitando tener que volverme hacia Hans, haciéndome a un lado cuando la discusión de los hermanos continúa con Aminoff. Cierro los párpados con fuerza para contener la náusea, me cubro los labios. Percibo movimiento alrededor, creo ver a Riley con una computadora, es el único rostro que distingo. Y es la apelación directa de Aminoff lo que me hace girarme hacia él. Tal vez debería vomitarle a él en los zapatos, me asquean sus argumentos y toda esta situación, sea lo que sea que escuchemos, suenan como dementes. —Es otro el que piensa y actúa como un niño caprichoso que descarta juguetes— contesto, mi mirada intensa puesta sobre Aminoff pese a lo pálida que me veo. —Es la segunda y última vez que te refieres a mi hijo—. No creo poder soportar escuchar una tercera sin vomitarle o golpearlo, la persuasión se le da bien a otros, para mi desgracia a mí no. —No quiero que crezca con un psicópata en las calles, pero tampoco con un bastardo que para seguir pisando nuestras cabezas, un día decida que su vida vale nada y deje que un loco lo mate frente a todo un país—. No le vomité, pero se sintió igual de bien.

— Estoy tratando de salvar millones en cambio de sacrificar una docena. ¿Acaso es tan difícil de entender? Si los muggles nos sobrepasan, no hay un futuro para nosotros. ¿Acaso quieren ser eso? ¿El eslabón débil, una vez más? ¿Esconderse en las sombras mientras los muggles nos señalan como fenómenos? ¿Acaso no han estudiado historia? — porque esa fue la realidad de los magos por siglos, nuestra libertad es tan frágil como mi temperamento — ¿Y usted cómo conoce tan bien a este hombre, señorita Powell? Porque yo jamás lo he visto y he recorrido el norte hasta en sus rincones más desagradables. Ilústreme, por favor— junto mis manos por delante con los ojos burlones clavados en la jovencita, hasta que me distrae la presencia de nuevas caras acercándose al escenario. Oigo como un muchacho del ministerio se ofrece a rastrear la señal, por lo que asiento con mi cabeza con aprobación a Riorden que, para variar, ha empezado a hacer su trabajo. De verdad, que alguien me recuerde por qué no he despedido a todos estos inútiles y nombrado a mis propios ministros. Ah, sí, para evitar que sigan llamádome “dictador”.

Me descoloca la voz de la morena que viene desde mucho más abajo que mi cabeza y no puedo hacer otra cosa que mirarla como si fuese una bolsa de plástico que alguien ha lanzado al suelo al encontrarla defectuosa — Supongo que usted sabe cómo hacer este trabajo entonces sin generar consecuencias, señorita Scott. Déjeme decirle algo… — avanzo los pasos que me separan de ella y no titubeo cuando tomo su rostro con toda la extensión de mi mano, presiono sus mejillas al alzarla para poder verme reflejado en sus ojos oscuros — No está en mis normas el meterme con embarazadas, pero vuelva a hablarme de ese modo y le aseguro que dará a luz en prisión, sin conocer jamás a su bebé. ¿Estamos claros? — la suelto como si su rostro pudiese contaminarme algún germen y sacudo la mano en el aire para descartarla como molestia — Powell, ¿acaso no puedes controlar siquiera a esta mujer?

Si quieren que haga algo al respecto, pues bien. El científico parece necesitar tiempo, así que si eso es lo que piden, se los daré. Me giro en dirección a la pantalla más cercana, saco la Varita de Saúco y la coloco sobre mi garganta para ampliar el sonido de mi voz — ¡Hermann Richter! — le llamo en un bramido — No veo razones por las cuales tengamos que llegar a un violento desenlace, no cuando ambos sabemos que ustedes tienen las de perder. Nosotros tenemos un ejército y ustedes son solo un puñado de fugitivos con pistolas de juguete. ¿Por qué desperdiciar tantas vidas, cuando pueden cumplir su sentencia justa en el mercado de esclavos? No tenemos que recurrir al derramamiento de sangre que, eventualmente, acabará ocurriendo. Lo invito amablemente a reunirse conmigo en el Ministerio de Magia para poder conversar. Es mi única oferta — sé que no va a tragársela, pero tampoco tengo intenciones de que lo haga. Ya he dado mi veredicto.

Me llevo las manos al rostro con un suspiro agotado y me masajeo las sienes, sin poder creer lo que estoy oyendo. Las voces se siguen alzando entre nosotros en un debate sin sentido, porque los minutos pasan y no hacemos otra cosa que parecer un grupo polémico sin capacidad de decisión cuando la vida de un grupo de personas está en nuestras manos, a ojos de todo el mundo. Me quedo callado, para milagro de la vida, en lo que Kavalier aparece junto a Kenna y se ponen a trabajar en algo que, estoy seguro, mi padre no pasará por alto y de seguro ya tiene el modo de evitar que los encuentren. Jamás he estado de acuerdo con sus métodos, pero siempre supe que no es un idiota.

Mastico mi lengua en lo que Magnar habla, pero mis manos caen para darle paso a unos ojos escandalizados que se giran en dirección a Scott porque, oh no, no hizo… sí, lo ha hecho, ha insultado al presidente psicópata en toda la cara. ¿Acaso tanto le cuesta quedarse callada y asentir con la cabeza? Doy un paso involuntario hacia ellos en lo que Aminoff toma su rostro pero no alcanzo a hacer nada salvo estirar un brazo débil que no los toca, hasta que la libera y su amenaza me hace picar la nuca — Son las hormonas, señor. La tensión no es buena para las embarazadas, no volverá a ocurrir — es una promesa queda, en lo que tiro de Scott para que se gire hacia mí en lo que el presidente se pone a trabajar.

— ¡¿Acaso te volviste loca?! — es un susurro histérico en lo que la tomo con cuidado del rostro, sin saber si debo sacudirla o no — No puedes hablarle de ese modo. ¿O quieres terminar como Labors? Solo quédate callada — me trago el “de una vez” que sé que es para una pelea que no necesito ahora, porque sí, Magnar busca ganar tiempo, cuando sé que no servirá de nada. Me basta con mirar el reloj para saber que los minutos que nos quedan no serán suficientes y paso los brazos alrededor de Scott, como si eso fuese suficiente — Si no quieres devolver el desayuno, cierra los ojos — le recomiendo, negando con la cabeza ante las palabras del presidente y busco a Riorden con la mirada, alzándole las cejas en cuanto lo encuentro. ¿Le falta demasiado?