Han pasado solo quince minutos desde que el reloj marcó las doce del mediodía. No hay una sola nube en el cielo y el sonido de la calma barre los suelos del distrito catorce. Al día siguiente, comenzaría el verano y podía sentirse en el ambiente: algunas personas habían almorzado cerca del arroyo y algunas otras gozaban del uso de los caballos para un paseo por el territorio que tan bien conocen. Los demás, se debaten entre las rutinas de una nueva semana, con la calma post almuerzo que jamás daría señales de lo que ocurriría ese día. Nada, ni el cambio de la dirección del viento, podría haber sido una advertencia. Al menos, no a tiempo.

Dos figuras masculinas se deslizaron por el puente de entrada al distrito con paso cauteloso. Una de ellas, una sombra de lo que recordaban haber visto un mes atrás. La otra, portadora de un rostro que solo habían visto en las noticias recolectadas en los últimos dieciséis años. Benedict Franco, debajo de capas de mugre y residuos de tortura, guiaba el camino de Sean Niniadis, el marido y consejero de la Ministra de Magia. Se detuvieron al terminar de cruzar el puente, observando a los curiosos que se habían acercado entre murmullos y confusión. La señora Robinson, esa amable ancianita que ayudaba en las huertas del distrito desde hacía añares, se cubrió los labios con manos espantadas antes de retroceder en busca de la protección de su hogar y su marido. Por un instante, pareció que el tiempo se detuvo y el silencio recayó sobre el catorce.

Ese era el punto sin retorno, de una vez por todas.

Ni siquiera el griterío que comienza en apenas unos segundos puede apartarme la vista de Ben, por mucho que trate de mantener la concentración en otro lugar que no sea su cuerpo magullado, al final mi mirada siempre termina en el mismo sitio. Ahora mismo no me cabe a entender cómo ha podido traer a Sean Niniadis hasta aquí, de todas las personas capaces de hacer algo así, él sería el último que aparecería en esa lista, incluso después de haber tomado la decisión de marcharse.

Tampoco entiendo por qué el marido de ni más ni menos Jamie Niniadis de repente es nuestro amigo. ¿Quince minutos? No le harían falta ni dos para acabar con todo esto, y eso siendo generoso. Pero, a fin de cuentas, no es mi familia, no sé hasta qué punto tratar de dialogar con él será beneficioso para Seth, así que me quedo parada observando como ambos se alejan y pudiendo ver por el rabillo del ojo como Ava, Arleth y compañía se vuelven para ayudar a Ben. Mis brazos están cruzados sobre mi pecho, aún decidiendo que posición tomar en el asunto y termino por suspirar antes de seguir a la cabellera rubia de Ava. Si no es por él, por lo menos por mi deber como médica del distrito.

Sin embargo, apenas me da tiempo a acercarme demasiado cuando un grito desgarrador hace que gire mi cuerpo instintivamente hacia el sonido. Al principio mis ojos solo son capaces de distinguir sombras oscuras entre los árboles que rodean el catorce, hasta que una melena indiscutiblemente conocida aparece frente a un escuadrón de aurores. – ¡¿Qué mierdas has hecho, Ben?! – Correr por nuestras vidas es una expresión que se queda bastante corta en comparación con lo que ocurre a continuación en la explanada del distrito y cuando empiezo a mover mis piernas en dirección a las cabañas solo hay una cosa que se me viene a la mente. Murph.

Ni siquiera el portazo que doy una vez entro en la casa es suficiente para despertarla. Una parte de mí piensa que quizás sea mejor así, pero no puedo simplemente dejarla aquí. Intento que se levante, cojo su varita y se la pongo entre las manos mientras la ayudo a ponerse unos zapatos. Sé que no está aquí, que su cuerpo sí pero que no tiene las fuerzas suficientes como para si quiera tenerse en pie. – Ey, mírame, Murph, mírame. Tienes que moverte, sal por la puerta de atrás, busca a los demás niños. Debes hacerlo, por mí. – Y me odio por hacer esto, odio tener que dejarla ir, a sabiendas de que un paso más puede hacer que no dé otro. Mis labios besan su frente en lo que reafirmo su chaqueta sobre los hombros, susurrando un te quiero que se queda bastante corto. Cargo con ella hasta la puerta de atrás, a partir de donde tendrá que seguir sola, y no me doy la vuelta hasta que la veo correr, o al menos intentarlo.

Me da tiempo a coger el fusil y un cuchillo de caza que guardo en mi bota antes de salir por la puerta contraria y volver a una pesadilla transformada en realidad. Mis manos tiemblan cuando se posan nuevamente sobre el arma que tanto desprecio y que en estos momentos puede salvarme la vida. Es por eso que, pese al miedo que corre por mis venas, aprieto el gatillo cuando veo en posición a un auror. A lo que no presto atención es a otro que aparece por mi espalda y que con simple movimiento de varita me lanza por los aires hasta que mi cuerpo choca contra el suelo en un golpe seco y brusco del que me cuesta varios segundos recuperarme.

El golpe me deja por unos segundos inmóvil en el suelo porque básicamente mi cabeza se lleva la mayor parte del impacto y de un segundo para otro todo me da vueltas. Por el mismo motivo por el que yo misma he acabado en esta posición, mi rifle ha ido a parar a unos pocos metros de donde estoy, por lo que tratando de esquivar más focos de luz saliendo de las varitas, me arrastro por el suelo para alcanzarla. Alcanzo a ver a Derian acercarse para con un movimiento de cabeza asentir rápidamente sin demorarme mucho.

- ¡No vamos a poder contenerlos! - Le grito mientras veo que echa a correr detrás de un auror en dirección a los establos. Intento por todos los medios hacer lo que me pide, agachándome para evitar que un hechizo me dé de lleno en el pecho, pero que provoca que pierda el equilibrio y me caiga al suelo apoyando las manos. Ese tiempo perdido es suficiente para que otro mago apunte su varita contra mí en lo que me levanto y me golpea en la pierna, por lo que vuelvo a terminar en el suelo.