Muchas cosas podían salir mal esa mañana, todos lo sabían. Había una tensión en el aire, ambos grupos se preparaban en silencio para lo que habían acordado hacer, a pesar de las miles de dudas que asaltaban sus pensamientos. ¿El plan? Se había enviado un mensaje en código a Annie Weynart, hermana de uno de los ministros secuestrados y jefa del departamento de ciencias, para informarle la intención de un intercambio. Era sencillo, ¿no? Ellos entregaban a sus rehenes sanos y salvos, los otros harían lo mismo, nadie saldría herido. No había necesidad de seguir sumando bajas, a pesar de lo difícil de la decisión.

La respuesta se demoró dos días. El mensaje fue debatido por los altos cargos de gobierno y la duda moral los asaltó por las malas. ¿Valía la pena sacrificar a los suyos por rebeldes, teniendo por fin a los culpables de sus desgracias en sus manos? ¿Debían dejar que el caos terminase por apoderarse del país, si perdían a piezas fundamentales del ministerio? Tardía, la respuesta afirmativa llegó al loft de la Red NeoPanem, donde se mantenían unidos. La cita estaba fijada para el día siguiente, por la mañana. El ministerio quería mantenerlo oculto y solicitó un lugar neutral, los rebeldes lo aceptaron y demandaron que el encuentro se desarrolle en las minas del distrito 12. Harían el intercambio y luego, cada uno seguiría su camino, la guerra podría continuar luego.

La base de seguridad empezó a agitarse al alba. Los prisioneros se hicieron oír desde sus celdas con chiflidos y golpes cuando los caídos rebeldes fueron sacados de sus celdas y atados con cuerda mágicas para llevarlos hacia un traslador. Irían escoltados por gente de seguridad nacional y la misma Weynart del acuerdo, dejando a los ministros en la base, monitoreando la acción mediante pequeños audífonos en las orejas y cámaras en forma de lentillas para aquellos que iban a la misión.  Para los rebeldes, todo fue más rústico. Tratando de defender su secretismo, volvieron a vendar los ojos de sus rehenes y el punto de salida fue la prisión improvisada en el departamento de la fallecida Arya Jackson. A su vez, exactamente a las 10 am, ambos bandos aparecieron en la oscuridad de una de las minas más anchas y profundas, enfrentándose cara a cara de una vez por todas. La luz invocada por arte de magia sirvió para que puedan verse a los ojos, ninguno muy seguro de cómo es que aquello podía resultar.

Si tuviera que confiar en que esta panda de incompetentes va a cumplir con su palabra me hubiera pegado un tiro yo mismo antes de venir aquí, pero viendo que los míos les doblan en número y probablemente también en inteligencia, dejo que sean ellos quienes tomen las riendas. No es como si yo pudiera hacer nada de todas maneras dadas las circunstancias, así que me limito a mantener los oídos alerta y la boca cerrada por el tiempo que dure en este lado de bando.

El director de servicios sociales es el primero en marcharse, sorprendido de que vayan a ceder tan pronto siendo que, por lo que veo, los del ministerio tienen más papeletas con las que jugar. Lo dejo estar, si han accedido a tener un encuentro con los rebeldes imagino que tendrán un plan y no está en mi palabra decidir qué tan bueno es ese plan. Para cuando menos me lo espero alguien me ataja del brazo, al tiempo que el pelirrojo me deshace de las cuerdas que rodean mis muñecas. Muevo las mismas en cuanto las tengo libres, estirando los dedos y sin cortarme un pelo le lanzo una mirada de desprecio cuando recibo un empujón en la espalda.

Suspiro, enderezando mi compostura cuando doy unos pasos en dirección al grupo que me interesa y al cual pertenezco. Ya apenas siento el dolor que recorre mi cuerpo, producto de la tensión que ocupa mis músculos. Un auror al cual no creo conocer me ayuda a apartarme hacia un lado mientras la conversación entre ambos bandos sigue teniendo lugar y niego con la cabeza acompañándome de un gesto de mi mano ante su pregunta. – No se preocupe, estoy bien, gracias. – Mi cara y mi aspecto dicen otra cosa, pero para eso ya habrá otro momento. Ahora mismo, lo que tiene mayor importancia está teniendo lugar tras mi espala, y no soy consciente de lo que llega a mis oídos porque esto son primeras noticias para mí.

No me interesa tanto el hecho de que no quieran intercambiar al chico como lo hacen las razones para negarse a ello y cuando comprendo de qué va todo esto solo puedo pensar en que las cosas van a ponerse muy desagradables.

¿Es que no era evidente que esto iba a salir mal? No sé en que momento se nos ocurrió la brillante idea de confiar en el enemigo, no tenían ningún interés en hacer un trato justo, todos lo sabíamos, y aun así, accedimos. Hemos caído de pleno en su trama, en un lugar donde no hay opción a una retirada sin perder ninguna vida de por medio, más cuando veo a Ben alzar el rifle en su dirección. Mis ojos vuelan hacia él, después hacia el grupo contrario y nuevamente se posan sobre la figura pelirroja de Ben. No mucho tiempo después Amber ataca al ministro, quien empieza a desangrarse por el suelo a una velocidad alarmante.

Todo pasa demasiado deprisa. Annie Weynart comienza un nuevo discurso sobre lo jodidos que estamos, y concuerdo con ella, estamos en clara desventaja, lo que no me espero es que una bala atraviese su cabeza irrumpiendo su palabrería. Muevo el cuello inmediatamente hacia Ava, que es de donde ha procedido el sonido, pero no tengo tiempo a reaccionar antes de que todo se vaya a la mierda. Bueno, supongo que esto no puede ir a peor, ¿verdad?

Un bombarda provoca que una de las paredes de la mina se venga al suelo y estalle por los aires, retumbando en el suelo al punto de que me cuesta mantener los pies en la tierra. Ya no solo es que nos doble en número, sino que también en varitas y el hecho de que se estén cargando el lugar no ayuda a nuestro escape. Entre el polvo que cae del techo y las rocas que aún se mueven desperdigadas por ahí, me es imposible ver más allá de la primera fila de aurores. Toso sobre el brazo cuando el polvo me atraviesa la garganta, al igual que el mismo se acumula en mis ojos. No le presto importancia porque con un rápido movimiento me coloco en posición de disparar, a una figura morena que se encuentra en el suelo a brazos de Weynart. Es el mismo cazador con quien tuve un encuentro desafortunado hace unas semanas, de manera que tendré que devolverle el favor. Disparo contra su hombro para obligarle a soltar la varita con la que está haciendo que todo se venga abajo, y, para mi sorpresa, al segundo intento, creo que le doy.