OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Recuerdo del primer mensaje :
Mis pasos son silenciosos al mantenerme descalzo, al menos es una de las pocas cosas que no deberían causar molestias en mi paseo por la sala, cuya lámpara cálida es la única fuente de luz que indica que hay vida en esta residencia a estas horas de la noche. No puedo dormir, aunque no voy a decir que toda la culpa la tiene la niña que sostengo en brazos, moviéndose en el capricho de vaya a saber qué molestia a pesar de que he probado absolutamente todo por calmarla. No, mi mayor miedo viene de la mano de cómo ha explotado todo hace tres semanas, dejando en evidencia todos los errores que cometimos al no poder controlar algo que podría haberse eliminado de raíz. A pesar de que en mi oficina en el ministerio me obligan a tener la televisión encendida para poder chequear las noticias minuto a minuto, en mi casa solo espero ignorancia, encerrarme en una burbuja silenciosa hasta que el comunicador suena, posiblemente despertando a la bebé. Si me preguntan, creo que esta es la primera vez en toda mi carrera que me encuentro sin saber qué hacer, porque los juicios siguen llegando, las quejas también y endurecer algunas medidas no solo nos juegan en contra, sino también que nos pintan como los villanos que Black quiso señalar. Y sé, muy a mi pesar, que mi poder se termina allí donde se eleva el del presidente, así que solo estoy atado de manos hasta que ese hombre decida escucharme.
Debe ser la necesidad de distracción la que me hizo saltar de la cama en cuanto los quejidos de Mathilda llenaron el ambiente, pellizcando el brazo de Scott para darle a entender que yo me encargaré esta noche, cosa que también creo que necesita porque la niña parece ser demasiado dependiente de su madre. Pero no ha funcionado el biberón de leche materna, ni cambiarle el pañal, ni mecerla por toda la sala en un intento de que se canse y deje de llorar. Tengo miedo de que le duela algo, que me odie, que en realidad deteste que sea yo quien la tenga en brazos en lugar de otra persona. ¿Y si tiene gases? ¿Y si está enferma? — Vamos, Tilly — no sé de dónde sacó ese apodo Meerah, pero lo agradezco porque creo que necesito suavizar esto para que no suene a un reto que, de todos modos, la bebé no va a entender. Espero que sí reconozca mi tono agotado — Solo necesito silencio, lo que sea. ¿No quieres dormir? ¿No puedes llorar aunque sea un poco más bajo? — mis ojos pasan de la cara cachetona de mi hija menor hacia la mesa ratona, decorada con todos los objetos que he utilizado para calmarla. ¡Ni siquiera funcionó Pelusa! Ahora que está empezando a tomar una forma menos arrugada, puedo descubrir que arruga su nariz de botón como lo hago yo cuando me enfado. Pero esa manera de crisparse… juro que lo sacó de su madre.
El suspiro de resignación apenas se oye cuando me acomodo en el sofá y me estiro para tomar el chupete en forma de snitch que le conseguimos, tengo la esperanza de que al menos eso la silencie de una buena vez. Trato de metérselo en la boquita, pero sus labios pequeños lo esquivan mientras todo su cuerpecito se retuerce y tengo que poner el brazo un poco más firme — Algún día me cobraré esto, debes saberlo. Cuando tengas quince años te esperaré despierto y te humillaré si traes un novio a casa — dudo que me entienda, pero mi voz no ayuda demasiado a que se calle, porque su llanto se vuelve más fuerte, escupe el chupete que ni siquiera ha sostenido como se debe y sacude las manos. Creo que el que solloza soy yo, dejo la snitch a un lado y trato de acomodarla, aunque el movimiento de mi mano por su pancita consigue que se haga con uno de mis dedos. Y llega la paz, porque parece que mi nudillo es lo suficientemente entretenido como para que se lo lleve a la boca y se hace el silencio.
Me hundo entre los cojines derretido del alivio y clavo la mirada en la lámpara del techo en lo que solo puedo escuchar el sonido de succión contra mi piel. ¿Está muy mal si me pongo a llorar porque ahora quizá pueda dormirme un rato o todavía es muy pronto para caer en ese grado de desesperación? Ni siquiera me doy cuenta de los pasos hasta que los escucho demasiado cerca y ladeo la cabeza, encontrándome con Scott dentro de la sala. Le regalo una sonrisa agotada, no muy orgulloso de mi obvio estado de rendición y la evidencia en la sala de que he entrado en desesperación — Lo admito, tuvimos una crisis, pero creo que pudimos controlarlo — tengo que tener cuidado de no mover mucho a la bebé cuando apoyo la cabeza contra el almohadón para no delatar la cantidad de veces que moví mi cabello en los tirones de desesperación — Sacó tus pulmones, Scott. Si llegamos con tímpanos sanos al año, creo que podremos decir que hemos tenido éxito.
Mis pasos son silenciosos al mantenerme descalzo, al menos es una de las pocas cosas que no deberían causar molestias en mi paseo por la sala, cuya lámpara cálida es la única fuente de luz que indica que hay vida en esta residencia a estas horas de la noche. No puedo dormir, aunque no voy a decir que toda la culpa la tiene la niña que sostengo en brazos, moviéndose en el capricho de vaya a saber qué molestia a pesar de que he probado absolutamente todo por calmarla. No, mi mayor miedo viene de la mano de cómo ha explotado todo hace tres semanas, dejando en evidencia todos los errores que cometimos al no poder controlar algo que podría haberse eliminado de raíz. A pesar de que en mi oficina en el ministerio me obligan a tener la televisión encendida para poder chequear las noticias minuto a minuto, en mi casa solo espero ignorancia, encerrarme en una burbuja silenciosa hasta que el comunicador suena, posiblemente despertando a la bebé. Si me preguntan, creo que esta es la primera vez en toda mi carrera que me encuentro sin saber qué hacer, porque los juicios siguen llegando, las quejas también y endurecer algunas medidas no solo nos juegan en contra, sino también que nos pintan como los villanos que Black quiso señalar. Y sé, muy a mi pesar, que mi poder se termina allí donde se eleva el del presidente, así que solo estoy atado de manos hasta que ese hombre decida escucharme.
Debe ser la necesidad de distracción la que me hizo saltar de la cama en cuanto los quejidos de Mathilda llenaron el ambiente, pellizcando el brazo de Scott para darle a entender que yo me encargaré esta noche, cosa que también creo que necesita porque la niña parece ser demasiado dependiente de su madre. Pero no ha funcionado el biberón de leche materna, ni cambiarle el pañal, ni mecerla por toda la sala en un intento de que se canse y deje de llorar. Tengo miedo de que le duela algo, que me odie, que en realidad deteste que sea yo quien la tenga en brazos en lugar de otra persona. ¿Y si tiene gases? ¿Y si está enferma? — Vamos, Tilly — no sé de dónde sacó ese apodo Meerah, pero lo agradezco porque creo que necesito suavizar esto para que no suene a un reto que, de todos modos, la bebé no va a entender. Espero que sí reconozca mi tono agotado — Solo necesito silencio, lo que sea. ¿No quieres dormir? ¿No puedes llorar aunque sea un poco más bajo? — mis ojos pasan de la cara cachetona de mi hija menor hacia la mesa ratona, decorada con todos los objetos que he utilizado para calmarla. ¡Ni siquiera funcionó Pelusa! Ahora que está empezando a tomar una forma menos arrugada, puedo descubrir que arruga su nariz de botón como lo hago yo cuando me enfado. Pero esa manera de crisparse… juro que lo sacó de su madre.
El suspiro de resignación apenas se oye cuando me acomodo en el sofá y me estiro para tomar el chupete en forma de snitch que le conseguimos, tengo la esperanza de que al menos eso la silencie de una buena vez. Trato de metérselo en la boquita, pero sus labios pequeños lo esquivan mientras todo su cuerpecito se retuerce y tengo que poner el brazo un poco más firme — Algún día me cobraré esto, debes saberlo. Cuando tengas quince años te esperaré despierto y te humillaré si traes un novio a casa — dudo que me entienda, pero mi voz no ayuda demasiado a que se calle, porque su llanto se vuelve más fuerte, escupe el chupete que ni siquiera ha sostenido como se debe y sacude las manos. Creo que el que solloza soy yo, dejo la snitch a un lado y trato de acomodarla, aunque el movimiento de mi mano por su pancita consigue que se haga con uno de mis dedos. Y llega la paz, porque parece que mi nudillo es lo suficientemente entretenido como para que se lo lleve a la boca y se hace el silencio.
Me hundo entre los cojines derretido del alivio y clavo la mirada en la lámpara del techo en lo que solo puedo escuchar el sonido de succión contra mi piel. ¿Está muy mal si me pongo a llorar porque ahora quizá pueda dormirme un rato o todavía es muy pronto para caer en ese grado de desesperación? Ni siquiera me doy cuenta de los pasos hasta que los escucho demasiado cerca y ladeo la cabeza, encontrándome con Scott dentro de la sala. Le regalo una sonrisa agotada, no muy orgulloso de mi obvio estado de rendición y la evidencia en la sala de que he entrado en desesperación — Lo admito, tuvimos una crisis, pero creo que pudimos controlarlo — tengo que tener cuidado de no mover mucho a la bebé cuando apoyo la cabeza contra el almohadón para no delatar la cantidad de veces que moví mi cabello en los tirones de desesperación — Sacó tus pulmones, Scott. Si llegamos con tímpanos sanos al año, creo que podremos decir que hemos tenido éxito.
No, no estoy seguro, pero no le voy a decir eso cuando estoy tratando de demostrar que podría llegar a ser un padre medianamente decente cuando mi máxima interacción con bebés han sido Rory, Phoebe hace treinta años y los niños de los civiles que pretenden que alce a sus hijos para las fotografías antes de devolverlos más rápido que la velocidad de la luz — No tengo idea — confieso con diversión, porque me basta con sentir que es un arrullo como para siquiera pensar si tiene forma alguna o no. Es obvio que mi tiempo de ser la voz cantante es mínimo, porque Tilly se hace oír con tanta fuerza que tengo que cerrar los párpados y fruncir los labios como si de esa manera pudiese calmar a mis oídos — Al menos podría intentar ser armoniosa… — me quejo débilmente, permito que mi cuerpo vuelva a rendirse contra el colchón y cruzo un brazo sobre mi frente, apenas sintiendo el cambio de mis pupilas cuando la luz vuelve a encenderse. Tengo intenciones de dejarle el mando, ya que parece ser que Scott tiene mucha más maña que yo, cuando me encuentro con el peso de la bebé encima y tengo que acomodarme tal y como ambas están demandando. Mi mano se siente demasiado enorme para la espaldita de Tilly, pero aún así la acomodo allí, donde sé que puedo sostenerla, con su mejilla aplastada contra mi pecho. Su piel se siente demasiado suave, enormemente cálida contra la mía, tan delicada que tengo miedo de respirar muy fuerte.
— A veces creo que me tienes demasiada fe… — musito, con una vaga sonrisa asomándose en la oscuridad. Su petición hace que me aclare la garganta como si de verdad estuviese dispuesto a un pequeño recital, aunque me desconcentro al sentir como los sollozos de la bebé van disminuyendo. Se retuerce vagamente bajo el peso de mi mano, posiblemente buscando la comodidad en un terreno disparejo y, a estas alturas, ya he aprendido a ignorar el vago baboseo que se le escapa de la boquita; solo atino a limpiarla con uno de mis dedos — Una vez leí que las canciones de cuna antiguamente eran encantamientos para calmar a los niños — ni siquiera sé de dónde viene ese dato, es una de esas cosas que simplemente sé por saber, como casi todo. Creo que he pasado demasiado tiempo con la cabeza metida en libros. Doy una palmadita en el culito redondeado de Tilly a causa del enorme pañal y trato de hacer memoria, porque sé que algo debería recordar de mi infancia, especialmente cuando ya era el hermano mayor de la niña a la que querían dormir — Yo veo la luna, la luna me ve a mí, brillando a través del roble viejo. Deja que la luz brille sobre mí, sobre la que quiero va a brillar. A través de la montaña y a través del mar, de vuelta a donde mi corazón añora estar, deja que la luz brille sobre mí, sobre la que quiero va a brillar... — ni siquiera sé que melodía es, hasta creo que la estoy inventando. Solo es un murmullo que pretende ser un arrullo, así que hasta dudo de que alguna pueda comprender mis palabras. Al menos, Tilly parece prestarme atención, porque sus movimientos son cada vez más esporádicos y perezosos — Oyo a la alondra y la alondra me oye a mí, cantando desde las viejas hojas del roble. Deja que la alondra que canta para mí, que a la que quiero vaya a cantar. A través de la montaña y a través del mar, deja que la alondra que canta para mí, que a la que quiero vaya a cantar.
Mis dedos le dan unas palmaditas a la espalda de la bebé, que parece despierta pero silenciosa. Por unos momentos me robo ese silencio, mis ojos están abiertos de par en par en la oscuridad, clavados en el techo — ¿Scott? — le llamo, tanteando a ver si se encuentra despierta o no. Si se ha dormido se lo concedo, que puedo comprender el grado de cansancio que se carga desde hace semanas — Puedes dormir todo lo que quieras. Prometo tener un ojo abierto en caso de que sea necesario — uso la mano que tengo libre para golpetear una de mis ojeras en señal de que seré el guardia esta noche y, si me lo permite, todas las que sigan. Al fin de cuentas, ella me ha dado una familia y, sobre todas las cosas, es lo único que me importa.
— A veces creo que me tienes demasiada fe… — musito, con una vaga sonrisa asomándose en la oscuridad. Su petición hace que me aclare la garganta como si de verdad estuviese dispuesto a un pequeño recital, aunque me desconcentro al sentir como los sollozos de la bebé van disminuyendo. Se retuerce vagamente bajo el peso de mi mano, posiblemente buscando la comodidad en un terreno disparejo y, a estas alturas, ya he aprendido a ignorar el vago baboseo que se le escapa de la boquita; solo atino a limpiarla con uno de mis dedos — Una vez leí que las canciones de cuna antiguamente eran encantamientos para calmar a los niños — ni siquiera sé de dónde viene ese dato, es una de esas cosas que simplemente sé por saber, como casi todo. Creo que he pasado demasiado tiempo con la cabeza metida en libros. Doy una palmadita en el culito redondeado de Tilly a causa del enorme pañal y trato de hacer memoria, porque sé que algo debería recordar de mi infancia, especialmente cuando ya era el hermano mayor de la niña a la que querían dormir — Yo veo la luna, la luna me ve a mí, brillando a través del roble viejo. Deja que la luz brille sobre mí, sobre la que quiero va a brillar. A través de la montaña y a través del mar, de vuelta a donde mi corazón añora estar, deja que la luz brille sobre mí, sobre la que quiero va a brillar... — ni siquiera sé que melodía es, hasta creo que la estoy inventando. Solo es un murmullo que pretende ser un arrullo, así que hasta dudo de que alguna pueda comprender mis palabras. Al menos, Tilly parece prestarme atención, porque sus movimientos son cada vez más esporádicos y perezosos — Oyo a la alondra y la alondra me oye a mí, cantando desde las viejas hojas del roble. Deja que la alondra que canta para mí, que a la que quiero vaya a cantar. A través de la montaña y a través del mar, deja que la alondra que canta para mí, que a la que quiero vaya a cantar.
Mis dedos le dan unas palmaditas a la espalda de la bebé, que parece despierta pero silenciosa. Por unos momentos me robo ese silencio, mis ojos están abiertos de par en par en la oscuridad, clavados en el techo — ¿Scott? — le llamo, tanteando a ver si se encuentra despierta o no. Si se ha dormido se lo concedo, que puedo comprender el grado de cansancio que se carga desde hace semanas — Puedes dormir todo lo que quieras. Prometo tener un ojo abierto en caso de que sea necesario — uso la mano que tengo libre para golpetear una de mis ojeras en señal de que seré el guardia esta noche y, si me lo permite, todas las que sigan. Al fin de cuentas, ella me ha dado una familia y, sobre todas las cosas, es lo único que me importa.
—No pongas las expectativas tan altas, procura apoyarla en su vocación— lo reprendo en broma, conteniendo el impulso de taparme las orejas con la almohada cuando su llanto tiene unos picos agudos que me hace doler los oídos. Lo contradictorio de todo esto es que creo que llora porque tiene sueño y no se puede dormir, ¿será que estamos hablando mucho? Masajeo su espalda por si las dudas cuando la dejo sobre el pecho de Hans, la retiro para que él pueda acomodarla de manera que puedan dormir los dos lo más cómodamente posible. Yo me encargo de no perder el contacto con el calor que comparten al abrazarme a ellos y será verano, pero no me quejo de que seamos un enredo de cuerpos. Si alguien tiene que quejarse, sería él. El suyo ha quedado atrapado por quienes vinimos a invadir su cama y le quitamos toda la tranquilidad de las noches en que se habrá acostado solo, como dueño absoluto de estas sábanas. Vinimos a quebrantar su sueño de maneras distintas.
Cierro mi brazo a su alrededor para impedirle que se vaya si es que se le ocurre que estará mejor en la habitación de huéspedes, esa bendita habitación. —Me gusta cuando tu lado nerd se muestra de la nada, es tan sexy— bromeo con los ojos cerrados, mi agarre se va distendiendo y podría haberme dormido cuando comenzó a canturrear, si no fuera porque hago el esfuerzo colosal de mantenerme despierta, esperando a conocer toda la canción sobre esos amantes separados que se echan de menos. No sé cuándo Tilly ha dejado de llorar, ni cuándo Hans ha dejado de cantar, vuelvo a mí cuando me llama y le respondo con un ruido de mi garganta que en parte es una queja por sacarme de esa negrura apacible en la que fui cayendo. —Solo cinco minutos, no necesito más que eso— miento, —entonces te relevaré. Dame cinco minutos, luego me haré cargo yo…— prometo, el sueño es demasiado pesado que me deja fuera de la realidad al segundo que nos quedamos en silencio, no sé si ha vuelto a cantar o es mi mente que empieza a unir su voz con montañas y lunas, caigo en lo más profundo de la inconciencia y si me habla para que me encargue de la bebé así tiene al menos media hora para dormir antes de ir a trabajar, ya no los escucho. Estoy en lo más hondo de un océano sabiendo que en algún momento tiene que sobrevolar un pájaro sobre la poca claridad que llega desde la superficie, mientras tanto me abrazo a quien siento a mi lado, a pesar de lo oscuro que es todo percibo su presencia y su calor, y debo ser la única en todo Neopanem que puede dormir en paz las horas que restan hasta el amanecer.
Cierro mi brazo a su alrededor para impedirle que se vaya si es que se le ocurre que estará mejor en la habitación de huéspedes, esa bendita habitación. —Me gusta cuando tu lado nerd se muestra de la nada, es tan sexy— bromeo con los ojos cerrados, mi agarre se va distendiendo y podría haberme dormido cuando comenzó a canturrear, si no fuera porque hago el esfuerzo colosal de mantenerme despierta, esperando a conocer toda la canción sobre esos amantes separados que se echan de menos. No sé cuándo Tilly ha dejado de llorar, ni cuándo Hans ha dejado de cantar, vuelvo a mí cuando me llama y le respondo con un ruido de mi garganta que en parte es una queja por sacarme de esa negrura apacible en la que fui cayendo. —Solo cinco minutos, no necesito más que eso— miento, —entonces te relevaré. Dame cinco minutos, luego me haré cargo yo…— prometo, el sueño es demasiado pesado que me deja fuera de la realidad al segundo que nos quedamos en silencio, no sé si ha vuelto a cantar o es mi mente que empieza a unir su voz con montañas y lunas, caigo en lo más profundo de la inconciencia y si me habla para que me encargue de la bebé así tiene al menos media hora para dormir antes de ir a trabajar, ya no los escucho. Estoy en lo más hondo de un océano sabiendo que en algún momento tiene que sobrevolar un pájaro sobre la poca claridad que llega desde la superficie, mientras tanto me abrazo a quien siento a mi lado, a pesar de lo oscuro que es todo percibo su presencia y su calor, y debo ser la única en todo Neopanem que puede dormir en paz las horas que restan hasta el amanecer.
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