OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Mis pasos son silenciosos al mantenerme descalzo, al menos es una de las pocas cosas que no deberían causar molestias en mi paseo por la sala, cuya lámpara cálida es la única fuente de luz que indica que hay vida en esta residencia a estas horas de la noche. No puedo dormir, aunque no voy a decir que toda la culpa la tiene la niña que sostengo en brazos, moviéndose en el capricho de vaya a saber qué molestia a pesar de que he probado absolutamente todo por calmarla. No, mi mayor miedo viene de la mano de cómo ha explotado todo hace tres semanas, dejando en evidencia todos los errores que cometimos al no poder controlar algo que podría haberse eliminado de raíz. A pesar de que en mi oficina en el ministerio me obligan a tener la televisión encendida para poder chequear las noticias minuto a minuto, en mi casa solo espero ignorancia, encerrarme en una burbuja silenciosa hasta que el comunicador suena, posiblemente despertando a la bebé. Si me preguntan, creo que esta es la primera vez en toda mi carrera que me encuentro sin saber qué hacer, porque los juicios siguen llegando, las quejas también y endurecer algunas medidas no solo nos juegan en contra, sino también que nos pintan como los villanos que Black quiso señalar. Y sé, muy a mi pesar, que mi poder se termina allí donde se eleva el del presidente, así que solo estoy atado de manos hasta que ese hombre decida escucharme.
Debe ser la necesidad de distracción la que me hizo saltar de la cama en cuanto los quejidos de Mathilda llenaron el ambiente, pellizcando el brazo de Scott para darle a entender que yo me encargaré esta noche, cosa que también creo que necesita porque la niña parece ser demasiado dependiente de su madre. Pero no ha funcionado el biberón de leche materna, ni cambiarle el pañal, ni mecerla por toda la sala en un intento de que se canse y deje de llorar. Tengo miedo de que le duela algo, que me odie, que en realidad deteste que sea yo quien la tenga en brazos en lugar de otra persona. ¿Y si tiene gases? ¿Y si está enferma? — Vamos, Tilly — no sé de dónde sacó ese apodo Meerah, pero lo agradezco porque creo que necesito suavizar esto para que no suene a un reto que, de todos modos, la bebé no va a entender. Espero que sí reconozca mi tono agotado — Solo necesito silencio, lo que sea. ¿No quieres dormir? ¿No puedes llorar aunque sea un poco más bajo? — mis ojos pasan de la cara cachetona de mi hija menor hacia la mesa ratona, decorada con todos los objetos que he utilizado para calmarla. ¡Ni siquiera funcionó Pelusa! Ahora que está empezando a tomar una forma menos arrugada, puedo descubrir que arruga su nariz de botón como lo hago yo cuando me enfado. Pero esa manera de crisparse… juro que lo sacó de su madre.
El suspiro de resignación apenas se oye cuando me acomodo en el sofá y me estiro para tomar el chupete en forma de snitch que le conseguimos, tengo la esperanza de que al menos eso la silencie de una buena vez. Trato de metérselo en la boquita, pero sus labios pequeños lo esquivan mientras todo su cuerpecito se retuerce y tengo que poner el brazo un poco más firme — Algún día me cobraré esto, debes saberlo. Cuando tengas quince años te esperaré despierto y te humillaré si traes un novio a casa — dudo que me entienda, pero mi voz no ayuda demasiado a que se calle, porque su llanto se vuelve más fuerte, escupe el chupete que ni siquiera ha sostenido como se debe y sacude las manos. Creo que el que solloza soy yo, dejo la snitch a un lado y trato de acomodarla, aunque el movimiento de mi mano por su pancita consigue que se haga con uno de mis dedos. Y llega la paz, porque parece que mi nudillo es lo suficientemente entretenido como para que se lo lleve a la boca y se hace el silencio.
Me hundo entre los cojines derretido del alivio y clavo la mirada en la lámpara del techo en lo que solo puedo escuchar el sonido de succión contra mi piel. ¿Está muy mal si me pongo a llorar porque ahora quizá pueda dormirme un rato o todavía es muy pronto para caer en ese grado de desesperación? Ni siquiera me doy cuenta de los pasos hasta que los escucho demasiado cerca y ladeo la cabeza, encontrándome con Scott dentro de la sala. Le regalo una sonrisa agotada, no muy orgulloso de mi obvio estado de rendición y la evidencia en la sala de que he entrado en desesperación — Lo admito, tuvimos una crisis, pero creo que pudimos controlarlo — tengo que tener cuidado de no mover mucho a la bebé cuando apoyo la cabeza contra el almohadón para no delatar la cantidad de veces que moví mi cabello en los tirones de desesperación — Sacó tus pulmones, Scott. Si llegamos con tímpanos sanos al año, creo que podremos decir que hemos tenido éxito.
Debe ser la necesidad de distracción la que me hizo saltar de la cama en cuanto los quejidos de Mathilda llenaron el ambiente, pellizcando el brazo de Scott para darle a entender que yo me encargaré esta noche, cosa que también creo que necesita porque la niña parece ser demasiado dependiente de su madre. Pero no ha funcionado el biberón de leche materna, ni cambiarle el pañal, ni mecerla por toda la sala en un intento de que se canse y deje de llorar. Tengo miedo de que le duela algo, que me odie, que en realidad deteste que sea yo quien la tenga en brazos en lugar de otra persona. ¿Y si tiene gases? ¿Y si está enferma? — Vamos, Tilly — no sé de dónde sacó ese apodo Meerah, pero lo agradezco porque creo que necesito suavizar esto para que no suene a un reto que, de todos modos, la bebé no va a entender. Espero que sí reconozca mi tono agotado — Solo necesito silencio, lo que sea. ¿No quieres dormir? ¿No puedes llorar aunque sea un poco más bajo? — mis ojos pasan de la cara cachetona de mi hija menor hacia la mesa ratona, decorada con todos los objetos que he utilizado para calmarla. ¡Ni siquiera funcionó Pelusa! Ahora que está empezando a tomar una forma menos arrugada, puedo descubrir que arruga su nariz de botón como lo hago yo cuando me enfado. Pero esa manera de crisparse… juro que lo sacó de su madre.
El suspiro de resignación apenas se oye cuando me acomodo en el sofá y me estiro para tomar el chupete en forma de snitch que le conseguimos, tengo la esperanza de que al menos eso la silencie de una buena vez. Trato de metérselo en la boquita, pero sus labios pequeños lo esquivan mientras todo su cuerpecito se retuerce y tengo que poner el brazo un poco más firme — Algún día me cobraré esto, debes saberlo. Cuando tengas quince años te esperaré despierto y te humillaré si traes un novio a casa — dudo que me entienda, pero mi voz no ayuda demasiado a que se calle, porque su llanto se vuelve más fuerte, escupe el chupete que ni siquiera ha sostenido como se debe y sacude las manos. Creo que el que solloza soy yo, dejo la snitch a un lado y trato de acomodarla, aunque el movimiento de mi mano por su pancita consigue que se haga con uno de mis dedos. Y llega la paz, porque parece que mi nudillo es lo suficientemente entretenido como para que se lo lleve a la boca y se hace el silencio.
Me hundo entre los cojines derretido del alivio y clavo la mirada en la lámpara del techo en lo que solo puedo escuchar el sonido de succión contra mi piel. ¿Está muy mal si me pongo a llorar porque ahora quizá pueda dormirme un rato o todavía es muy pronto para caer en ese grado de desesperación? Ni siquiera me doy cuenta de los pasos hasta que los escucho demasiado cerca y ladeo la cabeza, encontrándome con Scott dentro de la sala. Le regalo una sonrisa agotada, no muy orgulloso de mi obvio estado de rendición y la evidencia en la sala de que he entrado en desesperación — Lo admito, tuvimos una crisis, pero creo que pudimos controlarlo — tengo que tener cuidado de no mover mucho a la bebé cuando apoyo la cabeza contra el almohadón para no delatar la cantidad de veces que moví mi cabello en los tirones de desesperación — Sacó tus pulmones, Scott. Si llegamos con tímpanos sanos al año, creo que podremos decir que hemos tenido éxito.
Era un sueño perfecto en el que estaba recostada en sabanas frescas, la ventana abierta para que entrara la brisa de la playa y con las cortinas echadas, así el resplandor del sol era un vago tono blanco a través de la tela ligera, era un cielo en el infierno que puede llegar a ser el verano. ¡Y había silencio! No escuchaba otra cosa que el arrullo de la marea, el choque del agua en su ir y venir contra la arena de la orilla. Se escuchaba entonces el primer llanto que me hacía abrir los ojos de golpe, buscaba a Mathilda en su cuna, pero había un segundo llanto que provenía del pasillo y luego otro más, que venía de las escaleras. Para cuando bajaba a la sala, con Mathilda en brazos, estaba a rebosar de niños berrinchudos, llorones y con pulmones jóvenes y enérgicos como para dar alaridos que hacían temblar toda la casa. Cuando me despierto, sentándome de inmediato y con una mano sosteniendo mi pecho porque el corazón me late tan veloz que creo que se me va a salir por la boca, salto hacia donde está la cuna de la bebé y no la encuentro. Tampoco está Hans en su lado de la cama. Y no me preocuparía por esto sino fuera porque vivo en un estado de paranoia estas semanas y ¡porque hay silencio! Ni siquiera me pongo algo en los pies cuando abro la puerta de un tirón y bajo la escalera a prisa, mi mano sujetándose con fuerza de la baranda porque necesito calmar el nerviosismo sosteniendo algo, o me arriesgo a caer por un tropezón estúpido por andar en una casa a oscuras.
La única luz que percibo viene desde la sala, así que me lanzo hacia ahí y mi alivio hace caer mis hombros, agachar mi cabeza y suspirar al suelo. —Había tanto silencio que por un momento pensé que la bebé te había devorado— lo digo como una broma aunque suena más bien cansada y me arrastro hacia donde están en el sillón para tomar la mano de Hans que se está llenando de baba de Tilly. —Llegue justo a tiempo, estaba comenzando con el trabajo—. Mi cuerpo cae pesado al lado del suyo, así puedo deslizar una mano debajo de la espalda de la bebé y atraerla hacia mí. —No, Tilly, no puedes comerte a papá— la reprendo con un tono delicado, que está serena y no quiero que estalle en una de sus rabietas azarosas. —Eso solo lo puede hacer mamá— agrego, y esto es lo que hago ahora, le hablo a una bebé refiriéndome a sus padres… que somos nosotros. —Por todos los cielos, no puedo creer que eres el papá y yo la mamá de un bebé, ¡y es el mismo bebé!— no lo estoy pensando, lo estoy diciendo en voz alta porque es tan real como la niña que estoy acomodando contra mi pecho. Lo último me sale en una nota aguda que tengo que suavizar todo lo que puedo para no asustarla. Bajo una de las tiras de la camiseta del pijama para poder ayudarla a que su boquita se prenda de mi seno y acaricio su mejilla con mi palma así no se aparta, que todavía es un poco torpe para alimentarse. Cuando se concentra en su tarea, uso esa mano para girarme hacia Hans y descargar mi puño en su hombro. —¿Así que heredó mis pulmones, eh? ¿Me estás diciendo gritona? Bien, sabes, si tenemos otro hijo lo vas a parir tú— mascullo, mi dedo hundiéndose en su brazo.
Entonces recuerdo mi sueño de bebes llorones y me da un escalofrío que tengo que aliviar frotándome el brazo, pienso en contárselo y al mirarlo me doy cuenta de las ojeras que le siguen sumando años. Si creí que en un año le había caído el peso de diez años, en un mes creo que le han pasado facturo de otros quince. Sujeto su barbilla para acercarlo y con el ceño fruncido lo someto a un examen que toma nota de su envejecimiento prematuro. Chasqueo la lengua como si hubiera reprobado. —Pensar que por años tuviste esa cara tuya de abogadito arrogante y no te prestaba atención. Te he venido a atrapar cuando vas en decadencia, maldición— ensancho mi sonrisa por la broma, y con mi pulgar trazo algunas arrugas que alrededor de sus ojos hacia su frente, lo suelto para volver mi atención a Tilly que se va adormeciendo y se olvida de succionar. —Cuando todo esto pase, deberías tomarte tus tres días de vacaciones— susurro, quizás para entonces Tilly ya será mayor de edad y no habrá bebés llorones que le impidan dormir setenta y dos horas de corrido. —O podrías retirarte y dedicarte a cantar esas odas que te gustan. Si quieres podemos poner un bar de medio pelo en el que podamos cantar horribles karaokes todas las noches. Tentador, ¿no? Ya sabes, cuando todo pase, podemos hacerlo…— digo, mi sonrisa es forzada, porque estamos donde estamos y es donde elegimos estar, y no es algo que vaya a cambiar pronto.
La única luz que percibo viene desde la sala, así que me lanzo hacia ahí y mi alivio hace caer mis hombros, agachar mi cabeza y suspirar al suelo. —Había tanto silencio que por un momento pensé que la bebé te había devorado— lo digo como una broma aunque suena más bien cansada y me arrastro hacia donde están en el sillón para tomar la mano de Hans que se está llenando de baba de Tilly. —Llegue justo a tiempo, estaba comenzando con el trabajo—. Mi cuerpo cae pesado al lado del suyo, así puedo deslizar una mano debajo de la espalda de la bebé y atraerla hacia mí. —No, Tilly, no puedes comerte a papá— la reprendo con un tono delicado, que está serena y no quiero que estalle en una de sus rabietas azarosas. —Eso solo lo puede hacer mamá— agrego, y esto es lo que hago ahora, le hablo a una bebé refiriéndome a sus padres… que somos nosotros. —Por todos los cielos, no puedo creer que eres el papá y yo la mamá de un bebé, ¡y es el mismo bebé!— no lo estoy pensando, lo estoy diciendo en voz alta porque es tan real como la niña que estoy acomodando contra mi pecho. Lo último me sale en una nota aguda que tengo que suavizar todo lo que puedo para no asustarla. Bajo una de las tiras de la camiseta del pijama para poder ayudarla a que su boquita se prenda de mi seno y acaricio su mejilla con mi palma así no se aparta, que todavía es un poco torpe para alimentarse. Cuando se concentra en su tarea, uso esa mano para girarme hacia Hans y descargar mi puño en su hombro. —¿Así que heredó mis pulmones, eh? ¿Me estás diciendo gritona? Bien, sabes, si tenemos otro hijo lo vas a parir tú— mascullo, mi dedo hundiéndose en su brazo.
Entonces recuerdo mi sueño de bebes llorones y me da un escalofrío que tengo que aliviar frotándome el brazo, pienso en contárselo y al mirarlo me doy cuenta de las ojeras que le siguen sumando años. Si creí que en un año le había caído el peso de diez años, en un mes creo que le han pasado facturo de otros quince. Sujeto su barbilla para acercarlo y con el ceño fruncido lo someto a un examen que toma nota de su envejecimiento prematuro. Chasqueo la lengua como si hubiera reprobado. —Pensar que por años tuviste esa cara tuya de abogadito arrogante y no te prestaba atención. Te he venido a atrapar cuando vas en decadencia, maldición— ensancho mi sonrisa por la broma, y con mi pulgar trazo algunas arrugas que alrededor de sus ojos hacia su frente, lo suelto para volver mi atención a Tilly que se va adormeciendo y se olvida de succionar. —Cuando todo esto pase, deberías tomarte tus tres días de vacaciones— susurro, quizás para entonces Tilly ya será mayor de edad y no habrá bebés llorones que le impidan dormir setenta y dos horas de corrido. —O podrías retirarte y dedicarte a cantar esas odas que te gustan. Si quieres podemos poner un bar de medio pelo en el que podamos cantar horribles karaokes todas las noches. Tentador, ¿no? Ya sabes, cuando todo pase, podemos hacerlo…— digo, mi sonrisa es forzada, porque estamos donde estamos y es donde elegimos estar, y no es algo que vaya a cambiar pronto.
La verdad es que no puedo creer que esté hablando de silencio, cuando hasta hace cinco minutos temí por fastidiar hasta los vecinos — No quiso agarrar el biberón — me quejo en cuanto ella se hace cargo de la criatura que, al fin de cuentas, parece que tenía hambre y de puro capricho no aceptó ninguna de mis pocas propuestas para acabar con su molestia — Su mamá no puede comerme considerando que no existe intimidad que ella no guste interrumpir. Deben ser los celos de que alguien ronde su territorio — aprovecho que tengo los brazos libres para cruzármelos sobre el pecho, acomodándome entre los almohadones en lo que la sonrisa bromista pero agotada me curva los labios. Solo levanto uno de mis párpados en cuanto su asombro me recuerda el tipo de pensamientos que me inundaron los primeros días, esos en los cuales comprender que Victorie Mathilda Powell Scott es real, que es una personita cachetona que tiene nuestra genética compartida. Me limpio el dedo babeado contra mi propia remera sin mucho interés justo cuando me llega su golpe — Si tenemos otro hijo… — comienzo, frunciendo el entrecejo para darle seriedad a un tema que ni siquiera deseo considerar — … iré preparado a la sala de partos y eso incluye lanzarte un hechizo silenciador en cuanto crucemos la puerta. Aunque tal vez debería considerar que me lo merecería por irresponsable — creo que ya hemos tocado ese tema en otras ocasiones y no es necesario hurgar demasiado en ello. Ahora que ya sabemos lo que es sobrevivir a un embarazo, solo me preocuparía en asegurarme que Tilly crezca sana y salva. No creo tener espacio para un tercer hijo.
Me dispongo a volver a acomodarme para descansar en lo que la bebé se alimenta, pero el agarre de su mano me obliga a alzar mis ojos hacia los suyos. No quiero decirle que luce cansada, aunque tampoco le estaría diciendo algo que no sepa. ¿Hemos dormido alguna noche completa desde la llegada de la bebé? ¿Nos sentimos personas individuales desde entonces? Me llevo una mano a la cara, rozo los dedos por los sitios donde los suyos han dejado una caricia — ¿Me veo tan mal? — dejo pasar su mofa hacia mi pasado, tengo que estirarme un poco para chequear mi reflejo en el espejo que no alcanzo a ver como si de esa manera pudiese asegurarme que no me veo como una momia — Ni siquiera recuerdo lo que canté ese día. ¿Alguna vez lo dejarás pasar o me lo recordarás cuando seamos viejos? — si es que para ese entonces me sigue soportando, que sé muy bien que el ambiente no ha sido el mejor desde que llegó el verano y sus complicaciones.
Dejo de toquetearme la cara cuando me fijo en la boca entreabierta de Tilly, quien parece estar empezando a derramarse un poco de leche por una de sus comisuras. Señalo la mía propia para darle a entender a Lara así no tengo que meter la mano y evito el fastidiar a la niña que por fin ha decidido dejar de parecer una alarma contra incendios — Lamento mucho todo esto — musito, usando a la niña de excusa para tener la vista enfocada en algo que no sea su rostro — No pensé que las cosas acabarían de esta manera y sé que este no es el lugar más indicado para pasar el verano, pero tampoco me quedaría tranquilo enviándolas a otro lugar — porque eso significaría no tenerlas a la vista y no confío en que nadie quiera fastidiar en la casa del cuatro en caso de que sepan dónde es que vivimos. Apoyo el mentón sobre su hombro, allí donde puedo sentir su perfume y acoplarme a ella como si el tiempo no hubiera pasado — ¿Al menos estás haciendo uso de la piscina o ni siquiera eso? — estar encerrado en la isla no es precisamente un paraíso si consideramos el panorama externo, pero mientras que tengamos que quedarnos aquí, sería un desperdicio no abusar de sus beneficios.
Me dispongo a volver a acomodarme para descansar en lo que la bebé se alimenta, pero el agarre de su mano me obliga a alzar mis ojos hacia los suyos. No quiero decirle que luce cansada, aunque tampoco le estaría diciendo algo que no sepa. ¿Hemos dormido alguna noche completa desde la llegada de la bebé? ¿Nos sentimos personas individuales desde entonces? Me llevo una mano a la cara, rozo los dedos por los sitios donde los suyos han dejado una caricia — ¿Me veo tan mal? — dejo pasar su mofa hacia mi pasado, tengo que estirarme un poco para chequear mi reflejo en el espejo que no alcanzo a ver como si de esa manera pudiese asegurarme que no me veo como una momia — Ni siquiera recuerdo lo que canté ese día. ¿Alguna vez lo dejarás pasar o me lo recordarás cuando seamos viejos? — si es que para ese entonces me sigue soportando, que sé muy bien que el ambiente no ha sido el mejor desde que llegó el verano y sus complicaciones.
Dejo de toquetearme la cara cuando me fijo en la boca entreabierta de Tilly, quien parece estar empezando a derramarse un poco de leche por una de sus comisuras. Señalo la mía propia para darle a entender a Lara así no tengo que meter la mano y evito el fastidiar a la niña que por fin ha decidido dejar de parecer una alarma contra incendios — Lamento mucho todo esto — musito, usando a la niña de excusa para tener la vista enfocada en algo que no sea su rostro — No pensé que las cosas acabarían de esta manera y sé que este no es el lugar más indicado para pasar el verano, pero tampoco me quedaría tranquilo enviándolas a otro lugar — porque eso significaría no tenerlas a la vista y no confío en que nadie quiera fastidiar en la casa del cuatro en caso de que sepan dónde es que vivimos. Apoyo el mentón sobre su hombro, allí donde puedo sentir su perfume y acoplarme a ella como si el tiempo no hubiera pasado — ¿Al menos estás haciendo uso de la piscina o ni siquiera eso? — estar encerrado en la isla no es precisamente un paraíso si consideramos el panorama externo, pero mientras que tengamos que quedarnos aquí, sería un desperdicio no abusar de sus beneficios.
—Dicen que los cuarenta días que siguen al parto son peligrosos, así que tal vez nos está haciendo un favor al interrumpir— comento, con mi sueño todavía patente en mis pensamientos y puesto que solo mencionar la posibilidad de otro bebé nos hace que le pegue en el hombro dos veces seguidas, no está en los planes próximos y me juego en decir que tampoco en los lejanos. —Espero entonces que inventen pronto un hechizo anti vómito así te lanzo ese a ti, que puede que yo maldiga un poco alto, pero alguien es un poco blando— arqueo mi ceja hacia él, pero me veo obligada a hacer una aclaración justa, —por dentro—. Pongo mis ojos en blanco al darme cuenta de lo que estoy haciendo y sí, se ha vuelto un poco incómodo con una tercera presencia de orejas diminutas hablar de lo blando o lo duro de Hans. Piensa en bebes llorones, Lara. Piensa en bebés llorones. Para cuando tengo su barbilla en mi posesión, mi tacto está absolutamente desprovisto de cualquier otra intención que no sea noble, el trazo que hago de las arrugas me distrae y curvo mi sonrisa hacia un lado cuando tengo que responderle. —Te ves fatal, destrozado— es una observación honesta, si bien suena un poco a que me estoy regodeando de él. —Y no, no lo dejaré pasar. Te dije una vez que tuvieras cuidado con lo que me decías estando borracho. Tengo buena memoria para las cosas— golpeteo mi sien con un dedo, —para todas las cosas estúpidas que haces.
A estas alturas debe saber que si estoy haciendo bromas en la madrugada, cuando basta con encender la televisión para ver en los noticieros el panorama desalentador que dejaron los disturbios de principios de junio, es porque podría hacer esto todo el tiempo que haga falta para bordear esos temas y puede que sea lo que hemos venido haciendo, por eso nos estalló en la cara que todo colapsara en los distritos y que en medio a nuestra hija se le ocurriera nacer, fue una salida impuesta al mundo exterior que quisimos dejar fuera de nuestra puerta, y dio miedo, ¿no? Dio mucho miedo tener que abandonar el terreno seguro que supimos conquistar y en el cual alzamos paredes. —No puedo sacar a la bebé a la piscina, el agua refleja el sol y su piel es tan sensible todavía. ¿Y qué haremos si se pone más roja y arrugada que el día en que nació?— lo pregunto con la alarma que tal vez el sol del verano no se merece, porque si vuelvo un poco hacia atrás en sus palabras, hay otros riesgos que asustan más. —Sé que estás seguro en la isla, la gente está un poco fuera de sí como para que puedas andar por otros distritos y estaremos donde tú estés. Pero si tengo que ser sincera, nunca me agradó vivir cerca de Aminoff, es como estar durmiendo al lado del enemigo. Tienes a la gente quejándose y ya vimos que a Aminoff no le cuesta los sacrificios, así que temo que te invite a jugar el golf con el resto de los ministros y… decida tirar algún hueso a los perros para calmarlos— digo, acomodo a la bebé para limpiar su comisura y el movimiento la vuelve a despertar, sus párpados siguen cerrados, tan pequeños como la yema de mi dedo, pero ha vuelto a prenderse para buscar más leche.
»Y la sociedad ya juzgó a Weynart por las falencias en Seguridad Nacional, también las leyes tienen su descontento ahora. Ciertas posiciones son más impopulares que otras, creo que todos los ministros la están teniendo difícil, pero cuando estalla un problema, se hace más fácil culpar a unos que a otros. Y Hans…— aprieto mis labios, respiro por la nariz y suelto el aire en un suspiro que se compadece de él. Coloco mi mano libre sobre su mejilla otra vez, la otra sigue sosteniendo a Tilly contra mi cuerpo, con la curva de mi codo como su almohada. Paso mi pulgar por el corte cada vez más afilado de su pómulo, poco quedan de las mejillas redondas que tenía cuando lo conocí y que fácil tomaban color. —Nunca fuiste popular entre esa mitad que condenaste con tus leyes y si pierdes la simpatía de la otra mitad, te queda depender de que tan imprescindible eres para un tipo que… se sentó en el sillón todavía caliente que ocupaba su madre y declaró que sus hermanos eran asesinos, cuando nunca hubo un juicio. ¿Acaso no funciona así? ¿Dónde quedó lo de que una persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario y con pruebas? ¿Dónde quedó lo principal y fundamental de juzgar? Porque hace tiempo que parece que todos somos potenciales culpables de lo que sea, y el juicio pasó a ser una firma protocolar que se fija después. Y temo el día en que seas a quien sometan a ese juicio caprichoso— acabo, justo cuando a la bebé se le ocurre soltar el pezón de mala manera para hacer un berrinche. La tomo por debajo de sus bracitos para colocarla contra mi hombro y aunque no llora, se remueve molesta.
A estas alturas debe saber que si estoy haciendo bromas en la madrugada, cuando basta con encender la televisión para ver en los noticieros el panorama desalentador que dejaron los disturbios de principios de junio, es porque podría hacer esto todo el tiempo que haga falta para bordear esos temas y puede que sea lo que hemos venido haciendo, por eso nos estalló en la cara que todo colapsara en los distritos y que en medio a nuestra hija se le ocurriera nacer, fue una salida impuesta al mundo exterior que quisimos dejar fuera de nuestra puerta, y dio miedo, ¿no? Dio mucho miedo tener que abandonar el terreno seguro que supimos conquistar y en el cual alzamos paredes. —No puedo sacar a la bebé a la piscina, el agua refleja el sol y su piel es tan sensible todavía. ¿Y qué haremos si se pone más roja y arrugada que el día en que nació?— lo pregunto con la alarma que tal vez el sol del verano no se merece, porque si vuelvo un poco hacia atrás en sus palabras, hay otros riesgos que asustan más. —Sé que estás seguro en la isla, la gente está un poco fuera de sí como para que puedas andar por otros distritos y estaremos donde tú estés. Pero si tengo que ser sincera, nunca me agradó vivir cerca de Aminoff, es como estar durmiendo al lado del enemigo. Tienes a la gente quejándose y ya vimos que a Aminoff no le cuesta los sacrificios, así que temo que te invite a jugar el golf con el resto de los ministros y… decida tirar algún hueso a los perros para calmarlos— digo, acomodo a la bebé para limpiar su comisura y el movimiento la vuelve a despertar, sus párpados siguen cerrados, tan pequeños como la yema de mi dedo, pero ha vuelto a prenderse para buscar más leche.
»Y la sociedad ya juzgó a Weynart por las falencias en Seguridad Nacional, también las leyes tienen su descontento ahora. Ciertas posiciones son más impopulares que otras, creo que todos los ministros la están teniendo difícil, pero cuando estalla un problema, se hace más fácil culpar a unos que a otros. Y Hans…— aprieto mis labios, respiro por la nariz y suelto el aire en un suspiro que se compadece de él. Coloco mi mano libre sobre su mejilla otra vez, la otra sigue sosteniendo a Tilly contra mi cuerpo, con la curva de mi codo como su almohada. Paso mi pulgar por el corte cada vez más afilado de su pómulo, poco quedan de las mejillas redondas que tenía cuando lo conocí y que fácil tomaban color. —Nunca fuiste popular entre esa mitad que condenaste con tus leyes y si pierdes la simpatía de la otra mitad, te queda depender de que tan imprescindible eres para un tipo que… se sentó en el sillón todavía caliente que ocupaba su madre y declaró que sus hermanos eran asesinos, cuando nunca hubo un juicio. ¿Acaso no funciona así? ¿Dónde quedó lo de que una persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario y con pruebas? ¿Dónde quedó lo principal y fundamental de juzgar? Porque hace tiempo que parece que todos somos potenciales culpables de lo que sea, y el juicio pasó a ser una firma protocolar que se fija después. Y temo el día en que seas a quien sometan a ese juicio caprichoso— acabo, justo cuando a la bebé se le ocurre soltar el pezón de mala manera para hacer un berrinche. La tomo por debajo de sus bracitos para colocarla contra mi hombro y aunque no llora, se remueve molesta.
— Yo me veré mal, pero Mathilda te succionará cada centímetro de tu juventud y te dejará caída. Y así es como nos transformaremos en dos personas que alguna vez supieron ser atractivas — el tono dramático que señala que no estoy hablando muy en serio se siente exagerado, pero la sonrisa me dura un suspiro — Tú me cantaste una oda también, si mal no recuerdo. Aunque no son cosas que voy a decir en frente de una bebé que no entiende ni una sola palabra de la que decimos — pero por las dudas no lo haré, porque no deja de ser perturbador. ¿No es esto lo que mata la pasión entre las parejas cuando el hijo termina siendo más importante que ellos mismos?
Tengo que medir las posibilidades de que la bebé sea sensible al sol con solo mirarla y me encojo de hombros — ¿No basta un sombrero y un poco de crema protectora? — que tampoco vamos a tenerla encerrada dentro todos los días durante el resto del verano. De verdad lamento que la conversación no siga por ese lado, porque no siento necesario el recalcar algo que ya todos sabemos en este lugar. Magnar no es una persona que tenga mi confianza ni mi aprecio, froto mi cuello como si quisiera aflojar el agarre de una soga invisible porque, al fin y al cabo, Scott no se encuentra tan equivocada — Aminoff no quiere poner a los ministros en su contra. Sabe hasta qué punto le conviene tenernos de su lado y cambiar todo un plantel no le dará buena fama en los tiempos que corren — ¿No es mejor tener a tus enemigos cerca, ahí donde puedes controlarlos? ¿Qué pasa si empieza a despedir a gente con influencia? Muchos dirían que está siendo un cobarde, yo lo veo bastante inteligente y creo que eso es lo más preocupante.
Hay una conversación que estuve evitando durante unos meses y creo que la manera que tengo de guardar silencio me pone en evidencia. Sé cómo condena la sociedad que uno mismo está tratando de proteger, jamás habrá nadie conforme cuando tienes que hacer malabares con situaciones que se salen de tus manos. Su caricia me sirve de apoyo, cierro los ojos en lo que descanso mi rostro en su palma y permito que acabe de hablar para separarme de ella. Me concentro más en cómo acomoda a Tilly, quien parece demasiado minúscula en comparación al cuerpo de su madre. Por impulso, le acaricio la espaldita, buscando un eructo — Me encantaría poder encontrar a Seth o a Hero Niniadis para tener una charla con ellos, si te soy sincero. Al contrario de otras personas, creo que ellos se merecen el poder dar una explicación, en especial la niña. No me parece alguien que asesinaría a su madre — del otro ni hablemos, estuvo siempre ligado a ese grupo de terroristas que no hicieron más que traernos un montón de desgracias; creo que ni hace falta de que hable de la muerte de Annie. Lo dudo, el silencio lo demuestra, pero al final opto por hablar — Nos han estado vigilando. Después de todo lo que ha pasado, de mi padre… digamos que para Magnar solo debo emplear el método de “verme bonito y asentir con la cabeza”. Y solo tuve que redactar leyes, firmar documentos, callarme la boca y lavar cerebros con tal de que nos dejen tranquilos. Abbigail me prometió la seguridad de mi familia si yo no era un problema y si ellos quieren montar una arena con quinientos rebeldes… lo siento, Scott, pero tengo mis prioridades — mis dedos abandonan el cuerpecito de la bebé para pellizcar suavemente su mentón, acariciando los labios que ya me he memorizado a estas alturas — Ustedes son lo más importante para mí. Sé que todo se ha complicado, sé que tenemos enemigos que buscarán hacernos daño y, por eso mismo, haré todo lo posible para tenerlos controlados. Solo me gustaría que ustedes no tengan que sufrir por ello — que de poder darle una vida normal y segura a mis hijas, lo haría. No pensaba formar una familia cuando acepté este empleo.
Tengo que medir las posibilidades de que la bebé sea sensible al sol con solo mirarla y me encojo de hombros — ¿No basta un sombrero y un poco de crema protectora? — que tampoco vamos a tenerla encerrada dentro todos los días durante el resto del verano. De verdad lamento que la conversación no siga por ese lado, porque no siento necesario el recalcar algo que ya todos sabemos en este lugar. Magnar no es una persona que tenga mi confianza ni mi aprecio, froto mi cuello como si quisiera aflojar el agarre de una soga invisible porque, al fin y al cabo, Scott no se encuentra tan equivocada — Aminoff no quiere poner a los ministros en su contra. Sabe hasta qué punto le conviene tenernos de su lado y cambiar todo un plantel no le dará buena fama en los tiempos que corren — ¿No es mejor tener a tus enemigos cerca, ahí donde puedes controlarlos? ¿Qué pasa si empieza a despedir a gente con influencia? Muchos dirían que está siendo un cobarde, yo lo veo bastante inteligente y creo que eso es lo más preocupante.
Hay una conversación que estuve evitando durante unos meses y creo que la manera que tengo de guardar silencio me pone en evidencia. Sé cómo condena la sociedad que uno mismo está tratando de proteger, jamás habrá nadie conforme cuando tienes que hacer malabares con situaciones que se salen de tus manos. Su caricia me sirve de apoyo, cierro los ojos en lo que descanso mi rostro en su palma y permito que acabe de hablar para separarme de ella. Me concentro más en cómo acomoda a Tilly, quien parece demasiado minúscula en comparación al cuerpo de su madre. Por impulso, le acaricio la espaldita, buscando un eructo — Me encantaría poder encontrar a Seth o a Hero Niniadis para tener una charla con ellos, si te soy sincero. Al contrario de otras personas, creo que ellos se merecen el poder dar una explicación, en especial la niña. No me parece alguien que asesinaría a su madre — del otro ni hablemos, estuvo siempre ligado a ese grupo de terroristas que no hicieron más que traernos un montón de desgracias; creo que ni hace falta de que hable de la muerte de Annie. Lo dudo, el silencio lo demuestra, pero al final opto por hablar — Nos han estado vigilando. Después de todo lo que ha pasado, de mi padre… digamos que para Magnar solo debo emplear el método de “verme bonito y asentir con la cabeza”. Y solo tuve que redactar leyes, firmar documentos, callarme la boca y lavar cerebros con tal de que nos dejen tranquilos. Abbigail me prometió la seguridad de mi familia si yo no era un problema y si ellos quieren montar una arena con quinientos rebeldes… lo siento, Scott, pero tengo mis prioridades — mis dedos abandonan el cuerpecito de la bebé para pellizcar suavemente su mentón, acariciando los labios que ya me he memorizado a estas alturas — Ustedes son lo más importante para mí. Sé que todo se ha complicado, sé que tenemos enemigos que buscarán hacernos daño y, por eso mismo, haré todo lo posible para tenerlos controlados. Solo me gustaría que ustedes no tengan que sufrir por ello — que de poder darle una vida normal y segura a mis hijas, lo haría. No pensaba formar una familia cuando acepté este empleo.
—No seas tan cruel— me quejo de su sentencia de que acabaré con todo caído y atino a mirar mi busto que a los treinta años recién tiene un poco más de volumen, como para que venga con esos comentarios amargos. —Y dije que te veías fatal, no que habías dejado de ser atractivo— aclaro, por si su vanidad fue ofendida, sabe que no regalo halagos, que a veces parece que solo le señalo lo malo y con un bebé en brazos no es tan fácil como antes corregir con acciones lo que dicen mis palabras. — Ni la bebé, ni nadie quiere saber lo que decía esa oda. Así que dejémoslo pasar, no hablaré de tu oda, tú no hablarás de la mía— propongo, es un acuerdo sencillo para cerrar, cuando la conversación se mantiene en ese tono mi cuerpo se mantiene relajado y es en algún momento cuando voy poniéndome seria que me tenso de una manera que la bebé lo percibo. Dejo salir en catarsis todo lo que he pensado a causa de las noticias y las conclusiones a las que arribé por mi cuenta, ya que la situación política no es algo que discutamos nunca en la cena y tampoco en la cama, creo que porque esas charlas nunca acabaron bien. Parte de ser conscientes de lo distintos que somos, es tratar de evadir eso que provoca un desencuentro.
—¿Y qué tanto importará la fama si en última instancia lo que tiene que hacer es salvar su cuello?— pregunto, sueno fatalista como siempre, he visto un poco más allá de la quema en los distritos y los ánimos exaltados. No espero una respuesta. Aminoff no sería el primer líder de Neopanem en chocarse de frente con una fuerza que lo supera, así funcionan los juegos de poder y descartas piezas para protegerte o eres el rey al que le hacen jaque mate. Froto la espalda de Tilly hasta sus hombros para calmar lo que sea que le molesta, que no creo que ella misma sepa, porque se retuerce con unos quejiditos suaves, sin llorar. —Hero creció en esta isla, bajo los ojos de todo Neopanem, y fue amiga de Meerah, ¿no? ¿Cómo pueden juzgarla tan fácil como asesina de su madre? No me creo eso que dicen que tal vez fue influencia de su hermano, ni siquiera lo conocía…— suspiro, —pero lo que yo pueda opinar tampoco importa. No conozco la verdad de las cosas y las respuestas solo se obtienen si se escuchan todos los testimonios—. Sí creo posible que Seth Niniadis haya matado a su madre, estuvo años con quienes Jamie consideraba enemigos y pese a la sangre, eso lo hacía también un enemigo. Pero decirlo sería caer en eso de emitir un juicio a partir de una opinión.
Es posible que me quede sin aire al final de esta charla por los suspiros que suben por mi garganta y en contrapeso tengo que respirar hondo, tragar aire en vez de expulsarlo. —Me habías dicho que tendrías que hacer cosas que podrían ser reprobables, no lo he olvidado, lo tengo en cuenta. Todos los días, cuando veo las noticias, cuando me entero de lo que se viene al mismo tiempo que el resto de Neopanem y no te preguntaré nunca por todas esas cosas que sé que también haces, que no saldrán en ningún noticiero— digo, hablando con pausas porque esta vez no tengo intención de pelear con él, no me propongo sujetar su cabeza para hacerla chocar contra algún muro por creer que lo que hace o piensa está mal, y no porque tenga las manos ocupadas en sujetar a Tilly que finalmente exhala el eructo que la incomodaba, se queda adormecida sobre mi hombro. Giro mi rostro hacia él para que mi mirada se sostenga a la suya cuando siento su roce en mis labios que se fruncen por la preocupación, he llegado a entender esa lógica suya de pagar el costo que sea por asegurar lo suyo, que no es nada del lujo en esta isla, sino simplemente su familia. —¿Y qué harás si algún día eres quien debe estar en medio de esa arena con quinientos rebeldes, Hans? ¿Qué harás si todo lo que has hecho por mantenernos seguras se te vuelve en contra? Esto tiene un costo cada vez más alto, lo pagas, y ese costo sigue en aumento, lo sigues pagando. ¿Cuándo será suficiente? ¿Cuál es el límite?— es como una deuda sin fecha de caducidad, un círculo vicioso en el que caen deudor y acreedor, que tiene una dinámica mucho más vieja de amo y esclavo, en que ninguno de los dos se decide a cortar el vínculo. Sabemos cómo funciona.
»¿Cuándo proteger a tu familia dejará de exigirte que tengas que seguir sumando enemigos? ¿Te das cuenta de la ironía, no? Porque toda esa gente se resiente, tal vez creas que no están en posición de hacerte daño o crees que se merecen lo que les pasa por ser el enemigo, pero podrían…— muevo mi barbilla en negación, no quiero decirlo porque la muerte es un sombra fatalista que no quiero dejar entrar a esta casa. Alzo mis pies al sillón y coloco con cuidado a la bebé en mi regazo, su cabecita cerca de mis rodillas. Cierro mis brazos a su alrededor para sostenerla allí y la miro a ella para no tener que mirarlo a él al preguntar: —¿Sientes culpa algunas veces? ¿O como una carga pesada? Muchas de esas personas tienen razones como tú, para odiar lo que odian y defender lo que defienden. Y muchas, muchas personas, toda esa gente que tiene la edad de Meerah y menos… ni siquiera recuerdan lo que fue el gobierno de los Black. Están heredando peleas viejas y… son adolescentes que están en su habitación mirando una serie cliché, o que están el norte vendiendo un anillo que no les significa nada porque no lo entienden, o están el jardín de tu casa cuando deberían estudiando ciencias o en el de la vecina arreglando las plantas, o están aquí— digo, con mis manos bajando por la espalda de Tilly para mostrársela.
—¿Y qué tanto importará la fama si en última instancia lo que tiene que hacer es salvar su cuello?— pregunto, sueno fatalista como siempre, he visto un poco más allá de la quema en los distritos y los ánimos exaltados. No espero una respuesta. Aminoff no sería el primer líder de Neopanem en chocarse de frente con una fuerza que lo supera, así funcionan los juegos de poder y descartas piezas para protegerte o eres el rey al que le hacen jaque mate. Froto la espalda de Tilly hasta sus hombros para calmar lo que sea que le molesta, que no creo que ella misma sepa, porque se retuerce con unos quejiditos suaves, sin llorar. —Hero creció en esta isla, bajo los ojos de todo Neopanem, y fue amiga de Meerah, ¿no? ¿Cómo pueden juzgarla tan fácil como asesina de su madre? No me creo eso que dicen que tal vez fue influencia de su hermano, ni siquiera lo conocía…— suspiro, —pero lo que yo pueda opinar tampoco importa. No conozco la verdad de las cosas y las respuestas solo se obtienen si se escuchan todos los testimonios—. Sí creo posible que Seth Niniadis haya matado a su madre, estuvo años con quienes Jamie consideraba enemigos y pese a la sangre, eso lo hacía también un enemigo. Pero decirlo sería caer en eso de emitir un juicio a partir de una opinión.
Es posible que me quede sin aire al final de esta charla por los suspiros que suben por mi garganta y en contrapeso tengo que respirar hondo, tragar aire en vez de expulsarlo. —Me habías dicho que tendrías que hacer cosas que podrían ser reprobables, no lo he olvidado, lo tengo en cuenta. Todos los días, cuando veo las noticias, cuando me entero de lo que se viene al mismo tiempo que el resto de Neopanem y no te preguntaré nunca por todas esas cosas que sé que también haces, que no saldrán en ningún noticiero— digo, hablando con pausas porque esta vez no tengo intención de pelear con él, no me propongo sujetar su cabeza para hacerla chocar contra algún muro por creer que lo que hace o piensa está mal, y no porque tenga las manos ocupadas en sujetar a Tilly que finalmente exhala el eructo que la incomodaba, se queda adormecida sobre mi hombro. Giro mi rostro hacia él para que mi mirada se sostenga a la suya cuando siento su roce en mis labios que se fruncen por la preocupación, he llegado a entender esa lógica suya de pagar el costo que sea por asegurar lo suyo, que no es nada del lujo en esta isla, sino simplemente su familia. —¿Y qué harás si algún día eres quien debe estar en medio de esa arena con quinientos rebeldes, Hans? ¿Qué harás si todo lo que has hecho por mantenernos seguras se te vuelve en contra? Esto tiene un costo cada vez más alto, lo pagas, y ese costo sigue en aumento, lo sigues pagando. ¿Cuándo será suficiente? ¿Cuál es el límite?— es como una deuda sin fecha de caducidad, un círculo vicioso en el que caen deudor y acreedor, que tiene una dinámica mucho más vieja de amo y esclavo, en que ninguno de los dos se decide a cortar el vínculo. Sabemos cómo funciona.
»¿Cuándo proteger a tu familia dejará de exigirte que tengas que seguir sumando enemigos? ¿Te das cuenta de la ironía, no? Porque toda esa gente se resiente, tal vez creas que no están en posición de hacerte daño o crees que se merecen lo que les pasa por ser el enemigo, pero podrían…— muevo mi barbilla en negación, no quiero decirlo porque la muerte es un sombra fatalista que no quiero dejar entrar a esta casa. Alzo mis pies al sillón y coloco con cuidado a la bebé en mi regazo, su cabecita cerca de mis rodillas. Cierro mis brazos a su alrededor para sostenerla allí y la miro a ella para no tener que mirarlo a él al preguntar: —¿Sientes culpa algunas veces? ¿O como una carga pesada? Muchas de esas personas tienen razones como tú, para odiar lo que odian y defender lo que defienden. Y muchas, muchas personas, toda esa gente que tiene la edad de Meerah y menos… ni siquiera recuerdan lo que fue el gobierno de los Black. Están heredando peleas viejas y… son adolescentes que están en su habitación mirando una serie cliché, o que están el norte vendiendo un anillo que no les significa nada porque no lo entienden, o están el jardín de tu casa cuando deberían estudiando ciencias o en el de la vecina arreglando las plantas, o están aquí— digo, con mis manos bajando por la espalda de Tilly para mostrársela.
Las preguntas que ella se está haciendo en voz alta han estado rondando mi cerebro hace demasiado tiempo, lo suficiente como para volverse un pensamiento poco saludable. Lo único que puedo decir sin irme por las ramas más turbias es algo bastante simple — No muchos creen que Hero haya hecho algo como eso. La historia de Magnar coincide con la de Riorden, pero siento que hay demasiados cabos sueltos: no hay testigos además del presidente que nos puedan decir qué sucedió en esa habitación cerrada — no he estudiado leyes y pasado años en un juzgado como para no hacerme preguntas al respecto. Sí, Seth y Hero huyeron, él tenía la Varita de Saúco que su hermano mayor le quitó mediante un duelo. Las pruebas indican que Aminoff no está mintiendo, pero aún así… No cuadra.
La escucho con la vista puesta en Tilly, porque por un momento siento que me encuentro en la postura de alguien que está siendo reprendido en la escuela por alguien que lo atrapó haciendo alguna travesura cuestionable. Y no, ni siquiera me siento satisfecho con la picardía. Sé que estoy tratando de lidiar con cosas más grandes de las que tomé antes en manos, no tengo idea de cómo va a terminar esto y solo puedo esperar que mi inteligencia sea suficiente como para salir parado como un gato — No hay un límite — lo suelto sin previa meditación, volviendo la mirada hacia ella para verme reflejado en sus ojos — Es mi trabajo. Haré lo que esté en mis manos para aconsejar al presidente. ¿Qué otra opción tengo? No puedo renunciar, no puedo negarme a sus caprichos. Lo más seguro ahora es ganarme su confianza y tratar de ser la voz sensata que necesita para no hundirnos en su control. Magnar puede ganar esta guerra, lo sé. No significa que lo admire, pero tengo que ver qué es mejor para nosotros a futuro — Seamos francos, no hay un futuro para nuestra familia si perdemos. Los Powell estamos lo suficientemente marcados como para pensar que, con mucha suerte, podría lograr negociar que mis hijas no sufran ningún daño y eso es todo.
Porque como dice ella, podrían. Podrían meterse en esta casa, en el ministerio, en el Royal. Podrían atacar a cualquiera de nosotros, ni siquiera permito que Meerah se mueva de esta casa más de lo necesario cuando debería estar disfrutando del verano como una niña normal. ¿Por cuánto tiempo podré hacerlo? No tengo las manos tan grandes como para detener un impacto tan grande. El nudo en mi garganta se va agrandando, hasta que creo que se siente molesto el respirar y tengo que frotarme allí donde siento a la nuez de Adán subir y bajar — ¿Me estás diciendo que Kendrick Black no sabía lo que hacía cuando reclamó su lugar? — la miro con el sarcasmo cruzándome los labios y meneo la cabeza — En toda guerra hay inocentes que pagan los platos sucios, pero las personas que nos atacan son plenamente conscientes de sus actos. Han elegido pelear tanto como nosotros elegimos defendernos por lo que creemos. No sé si lo has notado, pero creo que no tengo posibilidades de dar pasos hacia atrás, solo hacia adelante. Salir a la calle a pedir disculpas o hacerme a un lado no eliminará todo lo que he hecho, no dejaré de ser quien soy y eso es solo una idea al aire, porque no es una verdadera opción. No voy a retirarme — porque ya he hecho un juramento, me gusta pensar que no soy esa clase de cobarde. ¿Y cómo podría cuidar de los que me importan si pierdo todo el poder que me da el ministerio? No puedo ser un hombre ordinario para enfrentarme a todo esto. Tengo que ser más.
Me echo el cabello hacia atrás con ambas manos en un gesto cargado de exasperación, ponerme de pie me toma un salto y avanzo algunos pasos por la sala — He hablado con Riorden hace meses — confieso, por mera inercia corro una de las cortinas para evitar cualquier vista desde el exterior aunque sé que nadie alcanzaría a echarle un vistazo a la sala — No queremos que Magnar siga al mando después de la guerra. Si podemos controlarlo durante un tiempo hasta que todo esto acabe, quizá podamos quitarlo del camino. Pero para eso necesito pruebas en su contra y que él mismo arruine su reputación frente al pueblo, en especial si consideramos la cantidad de derechos que le dio a aquellos que antes estaban olvidados. Pero por ahora no tengo otra opción que luchar a su lado, es lo más seguro para nosotros. No importa lo que suceda conmigo — si ese es el precio que hay que pagar, lo tomaré. Ni Meerah ni Tilly merecen un futuro en el cual no tengan oportunidades por quienes son ni dónde la magia les sea arrebatada. No me hice abogado para perder aquellos derechos entre mis dedos.
La escucho con la vista puesta en Tilly, porque por un momento siento que me encuentro en la postura de alguien que está siendo reprendido en la escuela por alguien que lo atrapó haciendo alguna travesura cuestionable. Y no, ni siquiera me siento satisfecho con la picardía. Sé que estoy tratando de lidiar con cosas más grandes de las que tomé antes en manos, no tengo idea de cómo va a terminar esto y solo puedo esperar que mi inteligencia sea suficiente como para salir parado como un gato — No hay un límite — lo suelto sin previa meditación, volviendo la mirada hacia ella para verme reflejado en sus ojos — Es mi trabajo. Haré lo que esté en mis manos para aconsejar al presidente. ¿Qué otra opción tengo? No puedo renunciar, no puedo negarme a sus caprichos. Lo más seguro ahora es ganarme su confianza y tratar de ser la voz sensata que necesita para no hundirnos en su control. Magnar puede ganar esta guerra, lo sé. No significa que lo admire, pero tengo que ver qué es mejor para nosotros a futuro — Seamos francos, no hay un futuro para nuestra familia si perdemos. Los Powell estamos lo suficientemente marcados como para pensar que, con mucha suerte, podría lograr negociar que mis hijas no sufran ningún daño y eso es todo.
Porque como dice ella, podrían. Podrían meterse en esta casa, en el ministerio, en el Royal. Podrían atacar a cualquiera de nosotros, ni siquiera permito que Meerah se mueva de esta casa más de lo necesario cuando debería estar disfrutando del verano como una niña normal. ¿Por cuánto tiempo podré hacerlo? No tengo las manos tan grandes como para detener un impacto tan grande. El nudo en mi garganta se va agrandando, hasta que creo que se siente molesto el respirar y tengo que frotarme allí donde siento a la nuez de Adán subir y bajar — ¿Me estás diciendo que Kendrick Black no sabía lo que hacía cuando reclamó su lugar? — la miro con el sarcasmo cruzándome los labios y meneo la cabeza — En toda guerra hay inocentes que pagan los platos sucios, pero las personas que nos atacan son plenamente conscientes de sus actos. Han elegido pelear tanto como nosotros elegimos defendernos por lo que creemos. No sé si lo has notado, pero creo que no tengo posibilidades de dar pasos hacia atrás, solo hacia adelante. Salir a la calle a pedir disculpas o hacerme a un lado no eliminará todo lo que he hecho, no dejaré de ser quien soy y eso es solo una idea al aire, porque no es una verdadera opción. No voy a retirarme — porque ya he hecho un juramento, me gusta pensar que no soy esa clase de cobarde. ¿Y cómo podría cuidar de los que me importan si pierdo todo el poder que me da el ministerio? No puedo ser un hombre ordinario para enfrentarme a todo esto. Tengo que ser más.
Me echo el cabello hacia atrás con ambas manos en un gesto cargado de exasperación, ponerme de pie me toma un salto y avanzo algunos pasos por la sala — He hablado con Riorden hace meses — confieso, por mera inercia corro una de las cortinas para evitar cualquier vista desde el exterior aunque sé que nadie alcanzaría a echarle un vistazo a la sala — No queremos que Magnar siga al mando después de la guerra. Si podemos controlarlo durante un tiempo hasta que todo esto acabe, quizá podamos quitarlo del camino. Pero para eso necesito pruebas en su contra y que él mismo arruine su reputación frente al pueblo, en especial si consideramos la cantidad de derechos que le dio a aquellos que antes estaban olvidados. Pero por ahora no tengo otra opción que luchar a su lado, es lo más seguro para nosotros. No importa lo que suceda conmigo — si ese es el precio que hay que pagar, lo tomaré. Ni Meerah ni Tilly merecen un futuro en el cual no tengan oportunidades por quienes son ni dónde la magia les sea arrebatada. No me hice abogado para perder aquellos derechos entre mis dedos.
«No hay un límite», mi sonrisa es amarga al curvarse por esas palabras que bien conozco, que puestas en esta situación me hacen pensar que sí hay uno, somos humanos y en algún punto de esta miseria que no tiene fin nos rompemos. Bajo la presión que veo reflejada en lo abatido del rostro de Hans, dudo de cuánto más puede continuar hasta pasar ese límite que ninguno de nosotros sabe a ciencia cierta cuál será. Y un límite no es un freno, cruzarlo es posible, se continúa. Pero algo se rompe para entonces, frunzo mis labios porque me doy cuenta que no contesta a mi pregunta de si siente culpa. Nadie quiere pensar en términos de culpas en estas circunstancias, lo entiendo, están los que atacan, los que defienden, se ve distinto desde donde se encuentran, pero nadie puede medir culpas cuando están obligados a actuar en respuesta y está haciendo su trabajo, en el cual lo conocí y que es parte de él. Mis propias culpas pasan por otro lado, porque ante nadie sostendré que he sido ciega, hice elecciones con las advertencias de mi propia consciencia y decidí que no podría dejar a Meerah como lo hizo su madre, ni a mi madre como lo hizo mi padre, para jugar a ser justicieros que nadie conoce y abandonar a quienes si lo recuerdan, que una vez los amaron. No podría abandonar a Hans cuando todos se cierran a su alrededor como enemigos y le queda avanzar, porque si llegara a detenerse sería por una única razón, para la que creo que ninguno de nosotros está preparado, yo no lo estoy.
—Sí, creo que Kendrick Black sabía bien lo que estaba reclamando, se nota que el chico está creciendo, como todos lo hacen y lo harán. Resentido, furioso, del lado malo de la vida, del lado en que la balanza está inclinada, y esto es lo que harán, tratarán de que la suerte se invierta. No creo que Kendrick sea el chico que conocí en el mercado a estas alturas— digo, y él me lo advirtió, Hans me dijo que era mejor matarlo antes que se vuelva una amenaza, que es lo que el chico decidió ser al ponerse a hablar en la radio, se declaró a sí mismo como la amenaza y el dedo en el culo de Magnar Aminoff. —Está creciendo, alejándose del niño que ni siquiera conocía su identidad, y más cerca de ser un adulto que está definiendo quienes son sus enemigos, tal vez un próximo Orion Black, Jamie Niniadis o Magnar Aminoff, y si tenemos suerte, tan solo un Kendrick Black. Y todos lo hacen, están creciendo, nosotros ya pasamos por eso y tomamos posturas siendo jóvenes, porque parecía que la vida te obligaba a decidir de qué lado estabas… — lo miro de lado, mis ojos se cargan de angustia porque no pudimos haber tomado posiciones más opuestas debido a la influencia que las experiencias con nuestros padres tuvieron en nosotros, y somos una excepción al poder estar sentados en una misma sala, más que eso, de que haya una bebe dormitando que debo reacomodar contra mi pecho y que llamamos «nuestra». —Meerah y Tilly también tendrán que tomar posiciones algún día, y cuando me hablas de qué es mejor para nosotros a futuro, de qué es mejor para ella, lo que espero es que tengan opciones diferentes y más amplias a las que nosotros tuvimos. Si haces… si haces todo lo que haces, espero que sea porque habrá algo distinto y mejor después…— me ahogo con mi voz al notar mi vehemencia, y frunzo mi expresión para medir mis palabras, pesando su silencio para saber si puedo continuar sin que sienta que lo estoy atacando, porque lo conozco cuando se pone en esas también.
Muevo mi barbilla en un asentimiento cuando me comenta lo que hablaron con Riorden. —Me lo dijiste— musito, retiro una mano de debajo de la bebé para volver a golpetear mi sien con un dedo. —En medio de todo tu estrés y la demencia en la que estás a punto de caer de tanto trabajo en el ministerio para salvar lo insalvable, yo recuerdo todas las cosas estúpidas que dices— a esto último acompaño con una sonrisa torcida, pretendo darle un toque gracioso para quitarle la gravedad al intento suicida de querer confabular contra el presidente, pero mis labios no están colaborando esta noche en mostrar el menor indicio de humor. Mi mirada se torna cada vez más oscura, más honda. Me siento caer en un océano oscuro por la consciencia que tiene, así como yo, de que podría morir en el mejor de los casos posibles si esto acaba mal, y después de avanzar por encima de tantos límites, no puede acabar de otra manera. Recargo mi cabeza contra su hombro y desde ahí lo miró. —Fingiremos tu muerte si las cosas se complican,— sugiero, sé que es una broma amarga, —simularemos que fui yo, que huí con Tilly y que secuestré a Meerah. Seremos titulares en los diarios por la tragedia familiar, ¿lo imaginas? Puedo dedicar el año a planear tu falsa muerte en vez de una boda— si hasta seguro se me ocurren más ideas, la carcajada que nace en mi pecho no llega a tomar forma, apenas si tira de mis labios hacia arriba. Coloco mi mano libre sobre su rodilla para un apretón que quiere hacerle saber lo que ya sabe, que estoy de su lado, a su lado. —No hará falta, claro. Serás más astuto que el diablo y nuestro vecino tendrá que retirarse de su mansión un día, sabrás como asegurar que todos estemos bien y…— aparto mi mirada hacia cualquier punto que no sea su rostro, ni la cara de Tilly al continuar, — cuando la palabra futuro se vuelva nuestro día a día, tendrás que dejar el resentimiento atrás. Mientras esté presente en tus acciones, será una venda en tus ojos en cada juicio. Te habrás dado cuenta que hay mucho de este sistema que no está funcionando y tiene que cambiar.
—Sí, creo que Kendrick Black sabía bien lo que estaba reclamando, se nota que el chico está creciendo, como todos lo hacen y lo harán. Resentido, furioso, del lado malo de la vida, del lado en que la balanza está inclinada, y esto es lo que harán, tratarán de que la suerte se invierta. No creo que Kendrick sea el chico que conocí en el mercado a estas alturas— digo, y él me lo advirtió, Hans me dijo que era mejor matarlo antes que se vuelva una amenaza, que es lo que el chico decidió ser al ponerse a hablar en la radio, se declaró a sí mismo como la amenaza y el dedo en el culo de Magnar Aminoff. —Está creciendo, alejándose del niño que ni siquiera conocía su identidad, y más cerca de ser un adulto que está definiendo quienes son sus enemigos, tal vez un próximo Orion Black, Jamie Niniadis o Magnar Aminoff, y si tenemos suerte, tan solo un Kendrick Black. Y todos lo hacen, están creciendo, nosotros ya pasamos por eso y tomamos posturas siendo jóvenes, porque parecía que la vida te obligaba a decidir de qué lado estabas… — lo miro de lado, mis ojos se cargan de angustia porque no pudimos haber tomado posiciones más opuestas debido a la influencia que las experiencias con nuestros padres tuvieron en nosotros, y somos una excepción al poder estar sentados en una misma sala, más que eso, de que haya una bebe dormitando que debo reacomodar contra mi pecho y que llamamos «nuestra». —Meerah y Tilly también tendrán que tomar posiciones algún día, y cuando me hablas de qué es mejor para nosotros a futuro, de qué es mejor para ella, lo que espero es que tengan opciones diferentes y más amplias a las que nosotros tuvimos. Si haces… si haces todo lo que haces, espero que sea porque habrá algo distinto y mejor después…— me ahogo con mi voz al notar mi vehemencia, y frunzo mi expresión para medir mis palabras, pesando su silencio para saber si puedo continuar sin que sienta que lo estoy atacando, porque lo conozco cuando se pone en esas también.
Muevo mi barbilla en un asentimiento cuando me comenta lo que hablaron con Riorden. —Me lo dijiste— musito, retiro una mano de debajo de la bebé para volver a golpetear mi sien con un dedo. —En medio de todo tu estrés y la demencia en la que estás a punto de caer de tanto trabajo en el ministerio para salvar lo insalvable, yo recuerdo todas las cosas estúpidas que dices— a esto último acompaño con una sonrisa torcida, pretendo darle un toque gracioso para quitarle la gravedad al intento suicida de querer confabular contra el presidente, pero mis labios no están colaborando esta noche en mostrar el menor indicio de humor. Mi mirada se torna cada vez más oscura, más honda. Me siento caer en un océano oscuro por la consciencia que tiene, así como yo, de que podría morir en el mejor de los casos posibles si esto acaba mal, y después de avanzar por encima de tantos límites, no puede acabar de otra manera. Recargo mi cabeza contra su hombro y desde ahí lo miró. —Fingiremos tu muerte si las cosas se complican,— sugiero, sé que es una broma amarga, —simularemos que fui yo, que huí con Tilly y que secuestré a Meerah. Seremos titulares en los diarios por la tragedia familiar, ¿lo imaginas? Puedo dedicar el año a planear tu falsa muerte en vez de una boda— si hasta seguro se me ocurren más ideas, la carcajada que nace en mi pecho no llega a tomar forma, apenas si tira de mis labios hacia arriba. Coloco mi mano libre sobre su rodilla para un apretón que quiere hacerle saber lo que ya sabe, que estoy de su lado, a su lado. —No hará falta, claro. Serás más astuto que el diablo y nuestro vecino tendrá que retirarse de su mansión un día, sabrás como asegurar que todos estemos bien y…— aparto mi mirada hacia cualquier punto que no sea su rostro, ni la cara de Tilly al continuar, — cuando la palabra futuro se vuelva nuestro día a día, tendrás que dejar el resentimiento atrás. Mientras esté presente en tus acciones, será una venda en tus ojos en cada juicio. Te habrás dado cuenta que hay mucho de este sistema que no está funcionando y tiene que cambiar.
Creo que ese es el mayor problema. Siempre se trata sobre los grandes nombres que marcan generaciones, aún tengo recuerdos de lo que eran James Black y sus dos hijos al poder, junto a una esposa trofeo y una abuela que miraba a todo el mundo con la nariz respingada. Hoy en día esa familia se redujo a un niño que ya es adulto, que grita y patalea para que le devuelvan el juguete que le arrebataron un puñado de magos que decidieron que los Black ya se habían divertido demasiado a costa del resto de los brujos. ¿Pero qué podemos esperar de un heredero perdido contra uno que ha reclamado un derecho afortunado? Mientras que Kendrick se ha criado con los ideales que nos ponen el cuchillo en la garganta, Magnar se movió en los negocios turbios del norte y se metió a los renegados en el bolsillo. ¿Cuál es el camino seguro? ¿Cómo es posible que tenga que elegir cuando las opciones son tan reducidas? Porque yo no quiero gobernar, necesito que alguien más lo haga, siempre se me dio bien jugar en silencio — Confío en que habrá algo mejor después. Algo que no las haga tener que decidir en qué bando pelear — pero es obvio que no estoy hablando de una igualdad de derechos. Solo quiero orden, eso es todo. Un pacífico orden.
Tengo que regresar al sillón porque creo que las piernas me traicionan y su posición me da la excusa para recargar la cabeza sobre la suya, delata mi cansancio el modo en el cual mi peso cae ciertamente muerto. Me sonrío, sin ganas, porque sé que digo muchas estupideces y olvido la mitad, porque estoy seguro de que ella me odiaría si pudiese pasar una tarde entera conmigo en la oficina viendo los papeles y los secretos ir y venir entre los ministros que tienen que ayudar a que el sistema no colapse ahora que parte de la sociedad ha decidido levantarse contra nosotros. Apenas se oye mi risa cuando giro la cabeza para que mis labios se apoyen en su frente y mi mano busque acariciar la pelusa de la cabeza de la bebé — ¿Tú crees? Dicen que los funerales son más emotivos que las bodas. Aunque deberías pasar el resto de tu vida como una fugitiva pasional — lo que tampoco suena mal si vemos todo el panorama.
Sé que el voto de confianza no es completamente honesto, pero se lo dejo pasar porque sus palabras me hielan la mirada, fija en uno de los cuadros de la sala; uno de los que menos me agradan, para variar, hasta he pensado en descartarlo — ¿Y qué es lo que no funciona según tú? — porque ya hemos hablado de esto. Me alejo un poco, es mi intento de mirarla a la cara y que se atreva a reprocharme algo, lo que sea — ¿Quieres que pase por alto lo que los muggles han hecho? ¿O que perdone a personas como mi padre? Hay cosas que simplemente no pueden ser. Es exactamente el mismo dilema que me tiene atado de los huevos a lo que el presidente quiera: si quiero esta vida, debo hacer sacrificios. Quiero que las niñas tengan un futuro seguro y no puedo dárselos si cambio mi postura. Cuando Magnar no esté… — porque llegará ese día, lo tengo por seguro. Habrá un mañana en el cual Kendrick Black esté muerto y Magnar Aminoff se encuentre lejos de nuestras preocupaciones — … tendremos que fundar bases nuevas, lo sé. Pero no cambiaré aquellas en las que creo, porque sostengo que hay ciertos límites que deben marcarse. No quiero que los magos volvamos a ser controlados y eso significa que no debemos mostrarnos débiles — sé que lo que estoy diciendo no será precisamente de su agrado, pero parece que jamás vamos a poder comprendernos. Que Tilly se encuentre entre nosotros es nuestro pequeño milagro.
Tengo que regresar al sillón porque creo que las piernas me traicionan y su posición me da la excusa para recargar la cabeza sobre la suya, delata mi cansancio el modo en el cual mi peso cae ciertamente muerto. Me sonrío, sin ganas, porque sé que digo muchas estupideces y olvido la mitad, porque estoy seguro de que ella me odiaría si pudiese pasar una tarde entera conmigo en la oficina viendo los papeles y los secretos ir y venir entre los ministros que tienen que ayudar a que el sistema no colapse ahora que parte de la sociedad ha decidido levantarse contra nosotros. Apenas se oye mi risa cuando giro la cabeza para que mis labios se apoyen en su frente y mi mano busque acariciar la pelusa de la cabeza de la bebé — ¿Tú crees? Dicen que los funerales son más emotivos que las bodas. Aunque deberías pasar el resto de tu vida como una fugitiva pasional — lo que tampoco suena mal si vemos todo el panorama.
Sé que el voto de confianza no es completamente honesto, pero se lo dejo pasar porque sus palabras me hielan la mirada, fija en uno de los cuadros de la sala; uno de los que menos me agradan, para variar, hasta he pensado en descartarlo — ¿Y qué es lo que no funciona según tú? — porque ya hemos hablado de esto. Me alejo un poco, es mi intento de mirarla a la cara y que se atreva a reprocharme algo, lo que sea — ¿Quieres que pase por alto lo que los muggles han hecho? ¿O que perdone a personas como mi padre? Hay cosas que simplemente no pueden ser. Es exactamente el mismo dilema que me tiene atado de los huevos a lo que el presidente quiera: si quiero esta vida, debo hacer sacrificios. Quiero que las niñas tengan un futuro seguro y no puedo dárselos si cambio mi postura. Cuando Magnar no esté… — porque llegará ese día, lo tengo por seguro. Habrá un mañana en el cual Kendrick Black esté muerto y Magnar Aminoff se encuentre lejos de nuestras preocupaciones — … tendremos que fundar bases nuevas, lo sé. Pero no cambiaré aquellas en las que creo, porque sostengo que hay ciertos límites que deben marcarse. No quiero que los magos volvamos a ser controlados y eso significa que no debemos mostrarnos débiles — sé que lo que estoy diciendo no será precisamente de su agrado, pero parece que jamás vamos a poder comprendernos. Que Tilly se encuentre entre nosotros es nuestro pequeño milagro.
—No funciona que haya personas condenadas por nacimiento— contesto, no voy a callarme y retirarme cuando ya lo insinué, hago el esfuerzo por encontrarme con su mirada cuando se lo digo, que sé bien que este es un punto en el que chocaremos porque todo el trabajo que ha hecho fue sobre bases en las que cree y a esto a lo que apunto. —Juzga, castiga, tortura y condena a muerte a todos los bastardos como tu padre, si quieres dame una varita y lo haré yo si nos volvemos a encontrar con Hermann— porque más allá de lo que digo, de lo que mi moral de cajón me dice que está bien o está mal, sé que podría sostener una varita para devolverle a alguien lo que creo que se merece, los dos conocemos bien mi vena vehemente. Hay una diferencia entre que yo salte en medio de un arrebato hacia la yugular de una persona, y el resentimiento callado de Hans que lo tiene arraigado, porque es quien dicta leyes. —Que cada quien reciba el castigo que se merece por sus crímenes, pero privar de derechos a una persona por algo que han hecho los que estuvieron antes no está bien. Son personas a las que tienes que explicarles por qué lo haces, alimentas tu propio viejo odio, y en ellos lo que provocas es el resentimiento, un nuevo odio. Y sé que es así, hablé con ellos— digo, no sé qué de todo va a escuchar si no es de su agrado.
—No es mostrarse débil— replico, me sale un gruñido cuando lo hago que molesta a Tilly. —Magnar devolvió derechos a personas marginadas como criaturas mágicas porque los quería de su lado, lo consiguió. Se trata de ceder o de esperar sentado a que te lo exijan. Kendrick tendrá el apellido Black y lo usará para hablar por la radio, pero no será el primero ni el último en dar un saludo público de guerra— y no estoy diciendo nada que se me haya ocurrido a mí para llevarle la contraria, estoy señalando los hechos que quedan ilustrados en cada hora del noticiero. No era Kendrick es el que estaba echando la cerilla sobre gasolina derramada en los distritos, eran otras personas. Todas esas personas que son la razón por la que estamos encerrados en esta casa, que será ostentosa y tendrá una piscina, no quita que sea una jaula de oro en la que él lleva viviendo desde que asumió como ministro. Y sé que entre todo lo aparentemente bueno que tiene este lugar, no sienta bien que venga alguien a decirte que hay mierda oliendo feo en tu jardín.
Siento como la bebé se remueve por las voces que perturbaron su frágil sueño y hace un puchero con su boquita que trato de aliviar con mi mano acariciando su mejilla. —Siempre que haya alguien a quien llames enemigo habrá una guerra, ya sea en silencio o en llamas. Siempre que hayas alguien a quien pisas para sostenerte en el lugar en el que estás, estás obligando a tus hijas a que se coloquen de ese lado y también lo pisen para mantener ese lugar. Y sé que no tengo derecho sobre Meerah para decirte cómo criarla— tengo que pasar un nudo amargo de mi garganta al decirlo, porque por acto fallido en medio de la verborragia de mi planteo podría haber pensado en ellas como «nuestras hijas» y en el camino entre el pensamiento y verbalizarlo puedo darme cuenta del error, —pero no le enseñaré a Tilly que debe pararse sobre otros— digo, eligiendo las palabras más suaves posibles y aun así puede que lo sienta como un golpe. Pero también soy blanco de ese golpe, mi mirada se clava en él y mi voz es más profunda al salir de mi garganta que arde. —Yo puedo cagarme en todos por ella y por ti, puedo mantenerme a tu lado aunque hagas cosas en las que seguro no estaría de acuerdo y prefiero no saber. En todo este tiempo de mierda dime quienes son los enemigos y estaré a tu lado para asegurar que Meerah y Tilly tengan un futuro en el que no tengan que hacer esto.
—No es mostrarse débil— replico, me sale un gruñido cuando lo hago que molesta a Tilly. —Magnar devolvió derechos a personas marginadas como criaturas mágicas porque los quería de su lado, lo consiguió. Se trata de ceder o de esperar sentado a que te lo exijan. Kendrick tendrá el apellido Black y lo usará para hablar por la radio, pero no será el primero ni el último en dar un saludo público de guerra— y no estoy diciendo nada que se me haya ocurrido a mí para llevarle la contraria, estoy señalando los hechos que quedan ilustrados en cada hora del noticiero. No era Kendrick es el que estaba echando la cerilla sobre gasolina derramada en los distritos, eran otras personas. Todas esas personas que son la razón por la que estamos encerrados en esta casa, que será ostentosa y tendrá una piscina, no quita que sea una jaula de oro en la que él lleva viviendo desde que asumió como ministro. Y sé que entre todo lo aparentemente bueno que tiene este lugar, no sienta bien que venga alguien a decirte que hay mierda oliendo feo en tu jardín.
Siento como la bebé se remueve por las voces que perturbaron su frágil sueño y hace un puchero con su boquita que trato de aliviar con mi mano acariciando su mejilla. —Siempre que haya alguien a quien llames enemigo habrá una guerra, ya sea en silencio o en llamas. Siempre que hayas alguien a quien pisas para sostenerte en el lugar en el que estás, estás obligando a tus hijas a que se coloquen de ese lado y también lo pisen para mantener ese lugar. Y sé que no tengo derecho sobre Meerah para decirte cómo criarla— tengo que pasar un nudo amargo de mi garganta al decirlo, porque por acto fallido en medio de la verborragia de mi planteo podría haber pensado en ellas como «nuestras hijas» y en el camino entre el pensamiento y verbalizarlo puedo darme cuenta del error, —pero no le enseñaré a Tilly que debe pararse sobre otros— digo, eligiendo las palabras más suaves posibles y aun así puede que lo sienta como un golpe. Pero también soy blanco de ese golpe, mi mirada se clava en él y mi voz es más profunda al salir de mi garganta que arde. —Yo puedo cagarme en todos por ella y por ti, puedo mantenerme a tu lado aunque hagas cosas en las que seguro no estaría de acuerdo y prefiero no saber. En todo este tiempo de mierda dime quienes son los enemigos y estaré a tu lado para asegurar que Meerah y Tilly tengan un futuro en el que no tengan que hacer esto.
¿No discutimos esto en una situación muy diferente a la actual? ¿No tuvimos charlas sobre lo peligroso que es dejar que los muggles se alcen sobre nosotros, que reclamen una libertad que pone en riesgo el equilibrio que tanto nos costó conseguir, en una sociedad que por primera vez se podía dar el gusto de ser completamente mágica como siempre habíamos soñado. Me mastico el interior de la mejilla una y otra vez, sintiendo la amargura de reconocer cómo es que acabamos juntos en esto, cuando siempre existe una brecha de cemento que nos separa cuando llega el momento de expresar lo que pensamos — Sí, sé que hablaste con ellos — es lo único que atino a decir. Al fin de cuentas, nos conocimos porque se juntaba con personas que pensaban de esa manera. Y mi voz suena cortante, porque sé lo que está queriendo decir. ¿Por qué Kendrick Black siempre fue un espectro entre nosotros desde que supimos de él? Tratar de encontrarlo supuso un nuevo trato, que no quiera entregarlo la puso en una línea delicada. Ahora estamos aquí, en un mundo amenazado porque no lo matamos a tiempo, en el cual nuestra hija pagará las consecuencias. Tengo que morderme los labios para no reprochárselo, aunque sé muy bien que no voy a durar mucho tiempo callado. Sé también que ella lo sabe.
— ¿Quieres un futuro en el cual no debas pisar cabezas con tal de mantener la paz? ¿Te das cuenta lo que estás pidiendo? Todos tenemos que sacrificar cosas, nuestra moral será una de ellas — no podemos controlar a nuestros enemigos predicando un mensaje diferente, no cuando las líneas que se han dibujado para separar a los bandos han sido tan claras como el agua — Lara, el futuro que yo le estoy queriendo regalar a las niñas no parece ser el que tú quieres. Para poder asegurar su libertad, tendrán que elegir un sitio dónde ponerse de pie, dónde alzar su voz y ser reconocidas como seres pensantes dentro de una sociedad que las acepte. ¿O acaso qué es lo que quieres? ¿Te tragaste el discurso de Black de que nos merecemos un mundo en el cual todos nos tomemos de las manos para cantar villancicos? — puede que exista cierta sorna en mi modo de hablar, pero cuando mis ojos se posan en ella, solo le ruegan que me esté equivocando. ¿No es esa la idea ridícula que muchos de los rebeldes defienden? ¿Eliminar la esclavitud, colocarnos a todos en el mismo peldaño, cuando sabemos que eso no es posible? Somos una raza superior que ha sido suprimida, no hay manera en la cual ambos mundos no colapsen. ¿Pero no es lo que ella pensaba cuando decidió meterse con traidores hace todos esos años? ¿No lo habrá estado pensando, pero suprimiendo por mi culpa? Porque lo nuestro surgió de la nada, fue algo que se fue hundiendo a pesar de todo, que quedó olvidado en nuestro afán por estar juntos a pesar de que siempre supimos lo complicado que era. ¿Es ahora cuando empieza a pasarnos factura?
Me rasco el mentón en un gesto nervioso, utilizando los nudillos. Sé que no debo enfadarme, me doy cuenta de que ni siquiera tengo ánimos como para eso. Es algo nuevo, que me obliga a sentir como mi cuerpo se desinfla con algo similar a la decepción o, tal vez, una nueva clase de resignación. No sé cómo funcionamos, cuando es obvio que estamos hechos para no hacerlo — Si eso es lo que crees, no sé cómo planeas hacer esto. ¿Te morderás la lengua mientras sea lo adecuado para mantenerte a salvo y luego qué? Los dos sabemos que estamos recorriendo un mismo camino y llegará el día en el cual se abrirán dos opciones. No le enseñaré a mis hijas que somos todos iguales cuando no creo en ello. No regalaré derechos a personas que no se lo merecen, que nos atacan y con quienes nos hemos estado enfrentando por siglos. No seré el ministro que dé un paso al costado, no cuando he tomado este trabajo para cambiar las cosas, para asegurarme que toda la locura de los muggles se había acabado. Quiero que mis hijas sean felices y libres. ¿Es mucho pedir? — más allá del bando, es mi elección personal. Cuando me fijo en Tilly, creo que ha vuelto a adormilarse y se ve demasiado pequeña entre los brazos de su madre, con la cabeza en un hombro que le queda grande. El mundo también, es inmenso para ella. Me gustaría poder meterla entre mis manos y evitar que cualquier cosa la alcance, sea lo que sea — No cambiaré mi opinión y es lo último que diré del asunto. Si te molesta, puedo dormir en el cuarto de invitados esta noche — no es como si no sobraran cuartos. Aquí, en el mundo de la perfección, sobran los rincones para sentarte a recordar que las opciones en otros aspectos sí son pocas.
— ¿Quieres un futuro en el cual no debas pisar cabezas con tal de mantener la paz? ¿Te das cuenta lo que estás pidiendo? Todos tenemos que sacrificar cosas, nuestra moral será una de ellas — no podemos controlar a nuestros enemigos predicando un mensaje diferente, no cuando las líneas que se han dibujado para separar a los bandos han sido tan claras como el agua — Lara, el futuro que yo le estoy queriendo regalar a las niñas no parece ser el que tú quieres. Para poder asegurar su libertad, tendrán que elegir un sitio dónde ponerse de pie, dónde alzar su voz y ser reconocidas como seres pensantes dentro de una sociedad que las acepte. ¿O acaso qué es lo que quieres? ¿Te tragaste el discurso de Black de que nos merecemos un mundo en el cual todos nos tomemos de las manos para cantar villancicos? — puede que exista cierta sorna en mi modo de hablar, pero cuando mis ojos se posan en ella, solo le ruegan que me esté equivocando. ¿No es esa la idea ridícula que muchos de los rebeldes defienden? ¿Eliminar la esclavitud, colocarnos a todos en el mismo peldaño, cuando sabemos que eso no es posible? Somos una raza superior que ha sido suprimida, no hay manera en la cual ambos mundos no colapsen. ¿Pero no es lo que ella pensaba cuando decidió meterse con traidores hace todos esos años? ¿No lo habrá estado pensando, pero suprimiendo por mi culpa? Porque lo nuestro surgió de la nada, fue algo que se fue hundiendo a pesar de todo, que quedó olvidado en nuestro afán por estar juntos a pesar de que siempre supimos lo complicado que era. ¿Es ahora cuando empieza a pasarnos factura?
Me rasco el mentón en un gesto nervioso, utilizando los nudillos. Sé que no debo enfadarme, me doy cuenta de que ni siquiera tengo ánimos como para eso. Es algo nuevo, que me obliga a sentir como mi cuerpo se desinfla con algo similar a la decepción o, tal vez, una nueva clase de resignación. No sé cómo funcionamos, cuando es obvio que estamos hechos para no hacerlo — Si eso es lo que crees, no sé cómo planeas hacer esto. ¿Te morderás la lengua mientras sea lo adecuado para mantenerte a salvo y luego qué? Los dos sabemos que estamos recorriendo un mismo camino y llegará el día en el cual se abrirán dos opciones. No le enseñaré a mis hijas que somos todos iguales cuando no creo en ello. No regalaré derechos a personas que no se lo merecen, que nos atacan y con quienes nos hemos estado enfrentando por siglos. No seré el ministro que dé un paso al costado, no cuando he tomado este trabajo para cambiar las cosas, para asegurarme que toda la locura de los muggles se había acabado. Quiero que mis hijas sean felices y libres. ¿Es mucho pedir? — más allá del bando, es mi elección personal. Cuando me fijo en Tilly, creo que ha vuelto a adormilarse y se ve demasiado pequeña entre los brazos de su madre, con la cabeza en un hombro que le queda grande. El mundo también, es inmenso para ella. Me gustaría poder meterla entre mis manos y evitar que cualquier cosa la alcance, sea lo que sea — No cambiaré mi opinión y es lo último que diré del asunto. Si te molesta, puedo dormir en el cuarto de invitados esta noche — no es como si no sobraran cuartos. Aquí, en el mundo de la perfección, sobran los rincones para sentarte a recordar que las opciones en otros aspectos sí son pocas.
—Sé lo que es sacrificar moral— se lo digo, creo que los dos recordamos todavía las personas que fuimos y me tuvo sentada una vez en la silla al otro lado de la mesa, marcando esas posiciones opuestas que mantendríamos por años. —Que tú lo hagas en el terreno público, no quiere decir que otros no lo hagamos en el terreno privado. Esas personas de las que te hablo, ¿crees que sigo reuniéndome con ellos para hablar de cómo sería un mundo ideal y fantasear con un muchacho de diecisiete años que vendrá a presentarse como el salvador?— escupo con veneno hacia esa ingenuidad infantil que me atribuye, en la que estamos todos cantando mierdas que suenan bien. —Elegí dar la espalda a esas personas y sacrificar parte de mi moral, para poder estar aquí. Pero no creas que de un día para el otro me desperté religiosa de estas leyes— se lo señalo, poniendo en voz alta algo que creo que estuvo en el aire todos estos meses, invisible. —Si me mantengo a tu lado no será con la ceguera de una fanática, no será porque aplauda y halague cada uno de los decretos ministeriales. Sigo conservando una parte de moral que me dice que está bien y que está mal. No seré una fanática que te sigue. Puedo ser tu compañera— así fue como lo dijo, lo que quiero ser sin importar cualquier otro título que aparezca en un papel, —pararme a tu altura y darte mi opinión, tal vez te moleste en el momento, tal vez no cambie nada, al final del día seguiré parada a tu lado y lucharé contigo— tengo que recordárselo una vez más con un suspiro que se extiende en la bebé como un bostezo.
Tengo la mandíbula tan rígida que mi voz sigue elevándose, terminante y oscura como si truenos fueran a venir después, si hago de esto una discusión más en la que yo grito y él me contesta con sus susurros. Para romper con el tono grave, tuerzo mis rasgos en una mueca de amarga burla. —Tuve mi tiempo en que me importaron más las promesas de arcoíris en un mundo utópico y gracias por impedir que vaya a la cárcel en ese entonces. Pero fue un tiempo distinto a este— aclaro. —Lo que tenemos me importa más como para quedarme aquí, y si tenemos que responder a un llamado de guerra de quien sea, lo haré desde este lugar. Este es el presente que importa, y si en lo que no estamos de acuerdo es en el futuro, esperaré a que suceda— me hundo en los cojines del sillón, con esa terquedad que puedo enseñar cuando así lo quiero. Abrazo a la bebé para que regrese a su sueño, que por lo visto cuanto más espeso es el aire, más a gusto se siente como para nacer y para dormir. —Y que Mathilda, con lo que tú le enseñes y yo le enseñe, que tome sus propias decisiones y decida donde pararse. Porque el tiempo que tenemos para nosotros es este, el futuro será de ellas— digo, acomodando cada cosa donde creo que va y que es posible que no vaya con el orden que él defiende. No lo miro, ni tampoco a la niña, cuando sigo. —Y para que sean en verdad libres, ese derecho no debe estar ligado a ninguna condición y estatus. Si lo está, no es real, sigue siendo una circunstancia que puede cambiar de un momento a otro, nada garantizado.
Puedo aceptar que su opinión no ceda, nunca hemos sido buenos en definir un ganador y un perdedor cuando chocamos. Es lo que dice a continuación lo que provoca una mirada furiosa de mi parte, y tengo que inspirar hondo antes de ponerme de pie con la bebé en brazos, es imposible si cargo con ella hacer algo que le responda mejor que las palabras, que nunca supe usar para otra cosa que no sea meterme o empeorar un problema. Respiro como para aclarar mi mente lo necesario para sonar calmada, aunque mis ojos sean un infierno al que no debería entrar. —Si eres tú quien prefiere otra habitación, hazlo si no crees que puedas dormir a mi lado— contesto, no me muevo de donde me encuentro hasta no terminar. —He recorrido un largo camino hasta tu cama y no lo voy a desandar, no seré quien te mande a dormir a otra. Yo sé bien quién es el hombre con el que me acuesto por las noches y me levanto en las mañanas, no me miento a mí misma. Lo elijo y me hago cargo de lo que pueda traer mi decisión. Si eres tú quien necesita distancia, tómala entonces, no te la negaré— se la ofrezco con mi rabia palpable en cada palabra. Me aparto del sillón para andar hacia la salida y me freno a su lado, con mi brazo casi rozando el suyo, mi rostro que debe alzarse desde su hombro hasta su rostro y tener que levantar la barbilla, sea o no con intención, siempre se ve desafiante. —Por condenadamente estúpido que me parezca que siquiera sugieras dormir en otra parte, cuando estamos donde estamos por habernos metido en la cama y la vida del otro, y en medio de esta mierda podrías mantenerte ahí. Tal vez tus convicciones te den razones para pelear y sé que nunca has sufrido del mal de las sábanas frías, pero si hay algo que puedas abrazar al final del día para sentirte vivo y no solo un pobre tipo del que tiran cientos de presiones, allá tú si eres estúpido como para soltarlo.
Tengo la mandíbula tan rígida que mi voz sigue elevándose, terminante y oscura como si truenos fueran a venir después, si hago de esto una discusión más en la que yo grito y él me contesta con sus susurros. Para romper con el tono grave, tuerzo mis rasgos en una mueca de amarga burla. —Tuve mi tiempo en que me importaron más las promesas de arcoíris en un mundo utópico y gracias por impedir que vaya a la cárcel en ese entonces. Pero fue un tiempo distinto a este— aclaro. —Lo que tenemos me importa más como para quedarme aquí, y si tenemos que responder a un llamado de guerra de quien sea, lo haré desde este lugar. Este es el presente que importa, y si en lo que no estamos de acuerdo es en el futuro, esperaré a que suceda— me hundo en los cojines del sillón, con esa terquedad que puedo enseñar cuando así lo quiero. Abrazo a la bebé para que regrese a su sueño, que por lo visto cuanto más espeso es el aire, más a gusto se siente como para nacer y para dormir. —Y que Mathilda, con lo que tú le enseñes y yo le enseñe, que tome sus propias decisiones y decida donde pararse. Porque el tiempo que tenemos para nosotros es este, el futuro será de ellas— digo, acomodando cada cosa donde creo que va y que es posible que no vaya con el orden que él defiende. No lo miro, ni tampoco a la niña, cuando sigo. —Y para que sean en verdad libres, ese derecho no debe estar ligado a ninguna condición y estatus. Si lo está, no es real, sigue siendo una circunstancia que puede cambiar de un momento a otro, nada garantizado.
Puedo aceptar que su opinión no ceda, nunca hemos sido buenos en definir un ganador y un perdedor cuando chocamos. Es lo que dice a continuación lo que provoca una mirada furiosa de mi parte, y tengo que inspirar hondo antes de ponerme de pie con la bebé en brazos, es imposible si cargo con ella hacer algo que le responda mejor que las palabras, que nunca supe usar para otra cosa que no sea meterme o empeorar un problema. Respiro como para aclarar mi mente lo necesario para sonar calmada, aunque mis ojos sean un infierno al que no debería entrar. —Si eres tú quien prefiere otra habitación, hazlo si no crees que puedas dormir a mi lado— contesto, no me muevo de donde me encuentro hasta no terminar. —He recorrido un largo camino hasta tu cama y no lo voy a desandar, no seré quien te mande a dormir a otra. Yo sé bien quién es el hombre con el que me acuesto por las noches y me levanto en las mañanas, no me miento a mí misma. Lo elijo y me hago cargo de lo que pueda traer mi decisión. Si eres tú quien necesita distancia, tómala entonces, no te la negaré— se la ofrezco con mi rabia palpable en cada palabra. Me aparto del sillón para andar hacia la salida y me freno a su lado, con mi brazo casi rozando el suyo, mi rostro que debe alzarse desde su hombro hasta su rostro y tener que levantar la barbilla, sea o no con intención, siempre se ve desafiante. —Por condenadamente estúpido que me parezca que siquiera sugieras dormir en otra parte, cuando estamos donde estamos por habernos metido en la cama y la vida del otro, y en medio de esta mierda podrías mantenerte ahí. Tal vez tus convicciones te den razones para pelear y sé que nunca has sufrido del mal de las sábanas frías, pero si hay algo que puedas abrazar al final del día para sentirte vivo y no solo un pobre tipo del que tiran cientos de presiones, allá tú si eres estúpido como para soltarlo.
Me gustaría saber por qué esto me molesta, cuando estoy obteniendo que al final se quede, incluso cuando no es el terreno ideal para ella. Hay algo ahí, haciendo que me pique la nuca como una verdad incómoda, posiblemente relacionada a algo que en el fondo tengo bien asumido. Siento cierta satisfacción cuando las personas hacen lo que les digo, soy un experto en llevar la batuta y marcar los caminos de aquellos que están dispuestos a agachar la cabeza para darme un capricho. Con Scott las cosas han cambiado demasiado, tanto que eso que me producía placer ahora es una molestia. ¿Cómo puedo verme satisfecho, cuando no deseo moldear a una persona con la cual deseo recorrer un camino? Ella no es mi empleada, ni mi enemiga, se supone que es mi par. Sé que tengo que aceptarla tal y como ella me acepta a mí, pero ahí va, todo lo que he defendido y por lo que he luchado desde siempre. ¿Cómo se supone que puedo hacer que esos dos mundos coincidan y funcionen? Prenso los labios, le regalo la imagen de mi perfil en la poca luz de la lámpara y me siento abatido, no muy seguro de qué palabras elegir, cuando éstas siempre han sido mi fuerte. Siendo hija mía, Mathilda tiene un estatus tanto como Meerah, como cualquiera en esta isla. Es una línea demasiado delgada que no puede separarse — Te quiero a mi lado, Scott. Y deseo tu honestidad — acabo murmurando con mucho cuidado, tanto que parece que me estoy tomando todo el tiempo del mundo en hablar — Pero no quiero tirar de la soga hasta que llegue el día en el cual me odies porque te viste obligada a actuar por condiciones y no por convicción. Y en cuanto a las niñas… solo espero que todo esto se termine rápido — porque no deseo que ellas vivan en un mundo donde la guerra las ponga en juego, creo que no se lo merecen.
No sé cómo es que hago un nuevo paseo, quizá porque no me siento cómodo en el sofá. Mi camino no me lleva lejos, pero estoy tentado a ir directamente al minibar que me mira desde la esquina como una seductora caprichosa. Obvio que se iba a tomar mi comentario para la mierda, me froto la cara con irritación y sacudo la cabeza con algo de violencia — No necesito distancia. Sé quién eres y lo que significa todo esto, solo temo que estemos formando un hogar sobre cartones fáciles de derribar — el capricho del conocimiento fue lo que nos empujaba en direcciones opuestas, empezando por ahí. Fuimos lo suficientemente tercos como para acabar aquí, es algo que he asumido hace mucho. Masajeo uno de mis hombros como si de esa forma pudiese calmar la tensión de mis músculos y tengo que ladear la cabeza para verla a mi lado, decidida a finalizar esta discusión por las buenas, dentro de lo que cabe. Al final de su frase le sigue mi silencio, aprieto un poco mi propio hombro como si eso ayudase a pensar. En definitiva, extrañaré el vino o el whiskey, pero no será lo que me consuele en esta ocasión.
Tomo algo de aire, inflo mi pecho y lo dejo salir con fuerza, hinchando mis fosas nasales — He hecho muchas estupideces, pero aferrarme a ti no es una de ellas — me olvido de todo lo que queda sobre la mesa cuando me muevo para apagar la lámpara y dejo la sala a oscuras. Aún así, mis ojos se acostumbran lo suficientemente rápido como para poder guiarme hasta ella, paso un brazo a su alrededor con intenciones no solo de rodear su cuerpo, sino también el de la bebé que ya se ha calmado, ignorante a lo que el mundo tiene preparado para ella, ajena a la realidad al no comprender siquiera ese concepto — Hace mucho tiempo que mi prioridad es mi familia, Scott. Pero hay cosas que nunca van a cambiar, lo que me llevó a estar aquí no se irá de la noche a la mañana y lo mismo sucede contigo. Solo no quiero que la vida se nos ría en la cara y nos haga dar una vuelta para acabar en el mismo punto de inicio, en lugares opuestos. Ya te dije una vez que no soportaría el tener que ser quien te condene en caso de que las cosas salgan mal. Quiero que seas feliz conmigo — y no sé cuánto le va a durar si va a mirar con el ceño fruncido todo lo que yo haga o deje de hacer. Ejerzo algo de presión con mi brazo para hacerla avanzar conmigo, buscando el camino hacia la escalera y, en consecuencia, hasta la habitación — ¿Te parece bien que Tilly duerma en nuestra cama esta noche? — quizá, al menos por un rato, la distancia sea puesta por nuestro mayor punto en común, ese que los dos necesitamos proteger de alguna manera u otra.
No sé cómo es que hago un nuevo paseo, quizá porque no me siento cómodo en el sofá. Mi camino no me lleva lejos, pero estoy tentado a ir directamente al minibar que me mira desde la esquina como una seductora caprichosa. Obvio que se iba a tomar mi comentario para la mierda, me froto la cara con irritación y sacudo la cabeza con algo de violencia — No necesito distancia. Sé quién eres y lo que significa todo esto, solo temo que estemos formando un hogar sobre cartones fáciles de derribar — el capricho del conocimiento fue lo que nos empujaba en direcciones opuestas, empezando por ahí. Fuimos lo suficientemente tercos como para acabar aquí, es algo que he asumido hace mucho. Masajeo uno de mis hombros como si de esa forma pudiese calmar la tensión de mis músculos y tengo que ladear la cabeza para verla a mi lado, decidida a finalizar esta discusión por las buenas, dentro de lo que cabe. Al final de su frase le sigue mi silencio, aprieto un poco mi propio hombro como si eso ayudase a pensar. En definitiva, extrañaré el vino o el whiskey, pero no será lo que me consuele en esta ocasión.
Tomo algo de aire, inflo mi pecho y lo dejo salir con fuerza, hinchando mis fosas nasales — He hecho muchas estupideces, pero aferrarme a ti no es una de ellas — me olvido de todo lo que queda sobre la mesa cuando me muevo para apagar la lámpara y dejo la sala a oscuras. Aún así, mis ojos se acostumbran lo suficientemente rápido como para poder guiarme hasta ella, paso un brazo a su alrededor con intenciones no solo de rodear su cuerpo, sino también el de la bebé que ya se ha calmado, ignorante a lo que el mundo tiene preparado para ella, ajena a la realidad al no comprender siquiera ese concepto — Hace mucho tiempo que mi prioridad es mi familia, Scott. Pero hay cosas que nunca van a cambiar, lo que me llevó a estar aquí no se irá de la noche a la mañana y lo mismo sucede contigo. Solo no quiero que la vida se nos ría en la cara y nos haga dar una vuelta para acabar en el mismo punto de inicio, en lugares opuestos. Ya te dije una vez que no soportaría el tener que ser quien te condene en caso de que las cosas salgan mal. Quiero que seas feliz conmigo — y no sé cuánto le va a durar si va a mirar con el ceño fruncido todo lo que yo haga o deje de hacer. Ejerzo algo de presión con mi brazo para hacerla avanzar conmigo, buscando el camino hacia la escalera y, en consecuencia, hasta la habitación — ¿Te parece bien que Tilly duerma en nuestra cama esta noche? — quizá, al menos por un rato, la distancia sea puesta por nuestro mayor punto en común, ese que los dos necesitamos proteger de alguna manera u otra.
Niego con mi barbilla sin siquiera pensarlo, es la respuesta que me surge cuando dice que podría haber un futuro en que las diferencias de nuestras posturas nos hagan enfrentarnos una vez más, porque sabiendo cómo me siento en este momento me cuesta imaginar que pudiera odiarlo, sabiendo bien que el futuro es azaroso y puede jugar con nosotros a su antojo, que no conozco todos los límites que tendremos que superar para seguir juntos si queremos un destino compartido. Pero me arriesgo a decir lo más fiel a este momento presente. —También tuve un tiempo para odiarte y duró varios años, si este es el tiempo para quedarme a tu lado y amarte, no empieces a dudar porque te esté diciendo que no tengo una venda en los ojos y creas que pueda ver algo que cambie lo que siento. Tal vez lo que me hizo cambiar en un principio fue ver tus partes menos bonitas. No, lamento decirte que no fue tu parla persuasiva— es la broma más vacía de humor que le hice alguna vez. Y tengo que sobreponerme como sea al enojo que vuelve a caldearme por dentro y quiere salir de mis labios con palabras hirientes que me trago porque me van a lastimar más a mí que a él, para poder contestarle a su escueta respuesta de poca fe a lo que tenemos.
No quiero volver a colocarme en el podio de mi arrogancia para no sentir que podría pisar, incluso si no es su intención, lo que soy y lo que siento porque simplemente no soy algo más. Sigo de pie con la cara vuelta hacia la puerta cuando se aleja hacia el bar y puedo decir que volvemos a los actos conocidos, él busca un poco de alcohol mientras yo trato de explicar mi punto que difiere del suyo dando un monólogo, con la diferencia en el escenario de una bebé que duerme a pesar de la discusión. —Para comenzar ninguno de los dos planeaba formar un hogar, también teníamos un montón de cosas en contra y sin embargo aquí estamos. No sé mucho sobre esto de construir hogares, pero algo me dice que si todo hubiera sido bueno y favorable, sería un hogar frágil al primer viento fuerte que soplara. Siempre lo que hace resistente a todo lo que construimos es haber sido expuesto a todo lo que podía salir mal— defiendo esto a partir de lo que conozco, ese trabajo en el que me escondí por años, porque me fiaba más de lo que podía armar con piezas de metal en vez de esas relaciones que no sabía cómo arreglar si se rompían. —Yo también tengo miedo de que esto se rompa de alguna manera, pero procuraré no ser quien lo haga y de eso se trata, ¿no? Que no seamos nosotros los que echen esto abajo como si fuera un castillo de naipes, tenemos algo más fuerte que eso— susurro, nunca me he dedicado a persuadir a las personas de nada, no tengo ese carisma y es él la única persona que ahora mismo quiero convencer de creer en algo, cuando nada en el panorama oscuro que tenemos por delante es alentador, que lo haga porque puede confiar en lo que digo.
Y de todas las cosas que pueden o no ser estúpidas, acercarme a él cuando nos envuelve con su brazo es lo que quiero hacer para recordarnos que esto es lo que hacemos y lo que somos, buscamos el calor del contacto con el otro para sentir que sigue ahí y hace mucho dejó de ser una necesidad urgente de arrojar fuera las prendas de ropa. Escucho lo que me dice con la bebé entre nosotros, así puedo cargarla con un brazo y apoyar una mano en su cintura, levanto mi rostro hacia él para encontrarme con sus ojos a pesar de la oscuridad. —No hay manera de que después de todo esto podamos volver a donde estábamos y a quienes fuimos— le aseguro, y con todas mis fuerzas trato de sonreírle por su deseo de que seamos felices, para muchos sería un anhelo ambicioso si tenemos en cuenta el estado de guerra que se vuelve más violento y fuimos los afortunados, los que tocamos esa felicidad con las puntas de los dedos para guardarla del modo de mezquino en nuestros bolsillos. —Y yo lo que quiero es estar contigo, así que no hagas eso de alejarte— musito por lo bajo antes de emprender el camino por la escalera que me obliga a enfocar mi vista al frente para no tropezar y apartarla de él.
Tengo que confiar en su cuerpo como apoyo al no poder sostenerme de la baranda al ir subiendo, echo una mirada rápida a Tilly cuando pregunta si puede dormir con nosotros y creo que ya tuvimos esa conversación sobre que luego andará metiéndose en nuestras sábanas cuando tenga diez años, pero mi resistencia es nula. —Solo no la aplastes, que eres grande y ocupas mucho espacio en la cama, la mantendré de mi lado— digo, y nada más entrar al dormitorio la coloco sobre la manta y me coloco de rodillas en el colchón para empezar a armar un muro de almohadas alrededor de su pequeño cuerpo, así me aseguro de que ninguno de los dos pase encima de ella mientras estamos dormidos. —¡Ya está!— anuncio, dándole el visto bueno a Hans para ocupe su sitio respetando las fronteras de seguridad. En vez de tenderme de mi lado, bajo mis pies de la cama para ir hacia él y froto su nuca con mi mano cuando lo acerco para poder abrazarlo por encima de sus hombros, tomo algunos mechones de su cabello con mis dedos. Lo obligo a tener que agacharse un poco, así no tengo que ponerme en puntitas de pies y puedo estrecharlo el tiempo que sea. —Nuestra familia es mi prioridad ahora, Hans. Me diste una y voy a ayudarte a protegerla— prometo en un susurro cerca de su oído y entonces lo suelto antes de que le duela la espalda por encorvarse, vuelvo a la cama lo más a prisa que puedo para acomodarme contra las almohadas que rodean a Tilly. Coloco mi mejilla en una de estas así puedo mirarla mientras duerme y dejo la palma de mi mano sobre su pancita para sentir sus respiraciones.
No quiero volver a colocarme en el podio de mi arrogancia para no sentir que podría pisar, incluso si no es su intención, lo que soy y lo que siento porque simplemente no soy algo más. Sigo de pie con la cara vuelta hacia la puerta cuando se aleja hacia el bar y puedo decir que volvemos a los actos conocidos, él busca un poco de alcohol mientras yo trato de explicar mi punto que difiere del suyo dando un monólogo, con la diferencia en el escenario de una bebé que duerme a pesar de la discusión. —Para comenzar ninguno de los dos planeaba formar un hogar, también teníamos un montón de cosas en contra y sin embargo aquí estamos. No sé mucho sobre esto de construir hogares, pero algo me dice que si todo hubiera sido bueno y favorable, sería un hogar frágil al primer viento fuerte que soplara. Siempre lo que hace resistente a todo lo que construimos es haber sido expuesto a todo lo que podía salir mal— defiendo esto a partir de lo que conozco, ese trabajo en el que me escondí por años, porque me fiaba más de lo que podía armar con piezas de metal en vez de esas relaciones que no sabía cómo arreglar si se rompían. —Yo también tengo miedo de que esto se rompa de alguna manera, pero procuraré no ser quien lo haga y de eso se trata, ¿no? Que no seamos nosotros los que echen esto abajo como si fuera un castillo de naipes, tenemos algo más fuerte que eso— susurro, nunca me he dedicado a persuadir a las personas de nada, no tengo ese carisma y es él la única persona que ahora mismo quiero convencer de creer en algo, cuando nada en el panorama oscuro que tenemos por delante es alentador, que lo haga porque puede confiar en lo que digo.
Y de todas las cosas que pueden o no ser estúpidas, acercarme a él cuando nos envuelve con su brazo es lo que quiero hacer para recordarnos que esto es lo que hacemos y lo que somos, buscamos el calor del contacto con el otro para sentir que sigue ahí y hace mucho dejó de ser una necesidad urgente de arrojar fuera las prendas de ropa. Escucho lo que me dice con la bebé entre nosotros, así puedo cargarla con un brazo y apoyar una mano en su cintura, levanto mi rostro hacia él para encontrarme con sus ojos a pesar de la oscuridad. —No hay manera de que después de todo esto podamos volver a donde estábamos y a quienes fuimos— le aseguro, y con todas mis fuerzas trato de sonreírle por su deseo de que seamos felices, para muchos sería un anhelo ambicioso si tenemos en cuenta el estado de guerra que se vuelve más violento y fuimos los afortunados, los que tocamos esa felicidad con las puntas de los dedos para guardarla del modo de mezquino en nuestros bolsillos. —Y yo lo que quiero es estar contigo, así que no hagas eso de alejarte— musito por lo bajo antes de emprender el camino por la escalera que me obliga a enfocar mi vista al frente para no tropezar y apartarla de él.
Tengo que confiar en su cuerpo como apoyo al no poder sostenerme de la baranda al ir subiendo, echo una mirada rápida a Tilly cuando pregunta si puede dormir con nosotros y creo que ya tuvimos esa conversación sobre que luego andará metiéndose en nuestras sábanas cuando tenga diez años, pero mi resistencia es nula. —Solo no la aplastes, que eres grande y ocupas mucho espacio en la cama, la mantendré de mi lado— digo, y nada más entrar al dormitorio la coloco sobre la manta y me coloco de rodillas en el colchón para empezar a armar un muro de almohadas alrededor de su pequeño cuerpo, así me aseguro de que ninguno de los dos pase encima de ella mientras estamos dormidos. —¡Ya está!— anuncio, dándole el visto bueno a Hans para ocupe su sitio respetando las fronteras de seguridad. En vez de tenderme de mi lado, bajo mis pies de la cama para ir hacia él y froto su nuca con mi mano cuando lo acerco para poder abrazarlo por encima de sus hombros, tomo algunos mechones de su cabello con mis dedos. Lo obligo a tener que agacharse un poco, así no tengo que ponerme en puntitas de pies y puedo estrecharlo el tiempo que sea. —Nuestra familia es mi prioridad ahora, Hans. Me diste una y voy a ayudarte a protegerla— prometo en un susurro cerca de su oído y entonces lo suelto antes de que le duela la espalda por encorvarse, vuelvo a la cama lo más a prisa que puedo para acomodarme contra las almohadas que rodean a Tilly. Coloco mi mejilla en una de estas así puedo mirarla mientras duerme y dejo la palma de mi mano sobre su pancita para sentir sus respiraciones.
En esto de no tener idea de lo que estamos haciendo, somos dos. Meerah fue lo más parecido a un hogar que he tenido en años, que se sumen Lara y su embarazo con el correr del tiempo sucedió tan rápido que no tengo idea de cómo es que acabamos así, en esta sala, siendo tres. Si nos basamos en su teoría de la resistencia, tengo la leve sospecha de que nuestra familia debería ser de piedra, que nada ni nadie podría echarla abajo. ¿Entonces por qué siento que somos tan frágiles como una pluma? Un soplo en una mala dirección y todo lo que conozco desaparece, tan simple como eso. Soy lo suficientemente cobarde como para no decírselo, de todos modos creo que ella ya lo sabe. Me fuerzo a sonreírle, mis labios se encuentran apretados y estoy seguro de que reconoce esa expresión en mi rostro, pero espero que una vez más sea capaz de seguirme la corriente — ¿Un fuerte de naipes? — mala broma, pero al menos no me aferra a la hipocresía.
No es consuelo el acariciar su espalda, pero es lo único que puedo hacer ahora, cuando el tacto es el remedio para sentirme cerca de ella y de sus miedos, como el equipo que hemos formado sin siquiera darnos cuenta. Sé que no hay manera de volver al pasado, al desinterés, al rechazo de nuestras palabras en reuniones mezquinas; todo lo que puedo hacer ahora es tocar su mejilla con mis labios en un beso sencillo, alejado del desprecio de antaño — No voy a alejarme. Tienes la mala suerte de que estás atrapada conmigo hasta que consigas una opción mejor y, de veras, no encontrarás a alguien que te soporte como yo. Ni con mejor cabello — me hundo los dedos en el cuero cabelludo y lo echo hacia atrás como si quisiera marcar un punto, aunque el reírme por lo bajo deja en evidencia que hasta a mí la broma me ha resultado ligeramente estúpida. Al menos, se siente mejor que el ambiente amargo de hace cinco minutos.
— Hablas como si fuese un gordo sin sensibilidad en la piel. ¿Crees que no me daría cuenta si estoy aplastado a mi bebé? — mantenerme ofendido no me dura demasiado, tengo que centrarme en cerrar la puerta a nuestras espaldas en lo que ella se ocupa de colocar a la niña en su lugar. Aprovecho a quitarme la camiseta para regresar a la cama, la arrojo sobre la silla del escritorio con un bostezo que delata lo mucho que me alegra el abandonar la vigilia, al menos por esta noche o lo que a Mathilda se le ocurra. Me estoy por acomodar en la cama, cuando el peso del cuerpo de Scott me encorva y cierro los ojos en agradecimiento a su calor, ese que se hunde en mi piel. No puede verme, pero sonrío, un poco más seguro en vista de lo mejor que puede regalarme, su cariño. Me giro en cuanto me veo libre, su figura se recorta bastante bien sobre lo que sospecho que es la niña, así que me acomodo en el lado de mi cama sin recostarme, dudoso. Al final, el sonido del cajón de mi mesa de luz se oye con mucha suavidad en la noche.
Paso uno de mis brazos por encima de su cintura y me asomo, fijándome en la manera en la cual Tilly descansa como si la leche la hubiese llenado por una semana entera. En lo que mis dedos acarician el brazo de su madre, mis labios dejan un vago beso en su hombro — Es preciosa. Nadie diría que la hicimos bajo el efecto de las drogas — murmuro, bromeando por encima de su cabeza antes de ladear el rostro hacia ella — Sé que estas cosas no suceden de esta manera. Que debería hacer algo mucho más preparado y que, posiblemente, me odiarías por eso. Pero hace cinco minutos me pediste que no me aleje y me niego a hacerlo, así que… — tengo que mover la pequeña caja para ponerla delante de su nariz, seguro de que reconocerá el estuche de una de las joyerías del Capitolio — No tienes que usarlo si no lo deseas, al menos hasta que te sientas cómoda con la idea. Pero te he pedido matrimonio y creo que necesitas un recordatorio de ello, en especial en noches como esta, cuando todo parece evaporarse tan rápido. No hay otra cama donde quiera estar, Scott — uso mi pulgar para presionar el pequeño botón que desliza la cubierta del estuche hacia ambos lados, dejando en evidencia el anillo de aspecto sencillo, a pesar de los pequeños diamantes que pueden observarse enroscando los hilos que alzan al de mayor tamaño — Pensaba esperar a que pase la boda de mi hermana, pero creo que… hay un momento para cada cosa. Y recordarme esto esta noche no viene mal.
No es consuelo el acariciar su espalda, pero es lo único que puedo hacer ahora, cuando el tacto es el remedio para sentirme cerca de ella y de sus miedos, como el equipo que hemos formado sin siquiera darnos cuenta. Sé que no hay manera de volver al pasado, al desinterés, al rechazo de nuestras palabras en reuniones mezquinas; todo lo que puedo hacer ahora es tocar su mejilla con mis labios en un beso sencillo, alejado del desprecio de antaño — No voy a alejarme. Tienes la mala suerte de que estás atrapada conmigo hasta que consigas una opción mejor y, de veras, no encontrarás a alguien que te soporte como yo. Ni con mejor cabello — me hundo los dedos en el cuero cabelludo y lo echo hacia atrás como si quisiera marcar un punto, aunque el reírme por lo bajo deja en evidencia que hasta a mí la broma me ha resultado ligeramente estúpida. Al menos, se siente mejor que el ambiente amargo de hace cinco minutos.
— Hablas como si fuese un gordo sin sensibilidad en la piel. ¿Crees que no me daría cuenta si estoy aplastado a mi bebé? — mantenerme ofendido no me dura demasiado, tengo que centrarme en cerrar la puerta a nuestras espaldas en lo que ella se ocupa de colocar a la niña en su lugar. Aprovecho a quitarme la camiseta para regresar a la cama, la arrojo sobre la silla del escritorio con un bostezo que delata lo mucho que me alegra el abandonar la vigilia, al menos por esta noche o lo que a Mathilda se le ocurra. Me estoy por acomodar en la cama, cuando el peso del cuerpo de Scott me encorva y cierro los ojos en agradecimiento a su calor, ese que se hunde en mi piel. No puede verme, pero sonrío, un poco más seguro en vista de lo mejor que puede regalarme, su cariño. Me giro en cuanto me veo libre, su figura se recorta bastante bien sobre lo que sospecho que es la niña, así que me acomodo en el lado de mi cama sin recostarme, dudoso. Al final, el sonido del cajón de mi mesa de luz se oye con mucha suavidad en la noche.
Paso uno de mis brazos por encima de su cintura y me asomo, fijándome en la manera en la cual Tilly descansa como si la leche la hubiese llenado por una semana entera. En lo que mis dedos acarician el brazo de su madre, mis labios dejan un vago beso en su hombro — Es preciosa. Nadie diría que la hicimos bajo el efecto de las drogas — murmuro, bromeando por encima de su cabeza antes de ladear el rostro hacia ella — Sé que estas cosas no suceden de esta manera. Que debería hacer algo mucho más preparado y que, posiblemente, me odiarías por eso. Pero hace cinco minutos me pediste que no me aleje y me niego a hacerlo, así que… — tengo que mover la pequeña caja para ponerla delante de su nariz, seguro de que reconocerá el estuche de una de las joyerías del Capitolio — No tienes que usarlo si no lo deseas, al menos hasta que te sientas cómoda con la idea. Pero te he pedido matrimonio y creo que necesitas un recordatorio de ello, en especial en noches como esta, cuando todo parece evaporarse tan rápido. No hay otra cama donde quiera estar, Scott — uso mi pulgar para presionar el pequeño botón que desliza la cubierta del estuche hacia ambos lados, dejando en evidencia el anillo de aspecto sencillo, a pesar de los pequeños diamantes que pueden observarse enroscando los hilos que alzan al de mayor tamaño — Pensaba esperar a que pase la boda de mi hermana, pero creo que… hay un momento para cada cosa. Y recordarme esto esta noche no viene mal.
Con la respiración de la bebé debajo de mi palma y la voz de Hans hablando a mi oído de lo que hemos conseguido bajo los efectos de las drogas, creo que podría quedarme dormida con cerrar los ojos. ¿Y todavía duda de que esto pueda salir bien? Que hombre de poca fe, modestia aparte creo que hemos hecho a la bebé más hermosa del mundo. No tendrá su cabello, más bien heredó la temida nariz, pero con sus ojos grandes y negros tiene todo lo mejor de nosotros, ¿no? Como habíamos dicho que sería, porque podríamos haber renunciado a ella apenas fue una posibilidad que se asomó tímidamente entre nosotros y la atrapamos tan fuerte en nuestras manos, que ahora la tenemos durmiendo entre nosotros. Con esos pensamientos que son un tanto más reconfortantes que los miedos de hace un rato, tiene suerte de que siga con los ojos abiertos cuando coloca una caja delante de mi nariz, interponiéndose en mi vista de la carita de Tilly que hace puchero con los labios mientras duerme. Sé lo que es con ver la caja, no lo voy a creer hasta que no lo vea, que yo no caigo dos veces en la misma broma del universo. No me muevo, no digo nada, ni tampoco respiro, no hago más que escucharlo, y no, no caeré una segunda vez, casi que espero ver una cadena o una snitch o un tornillo o lo que sea, no voy a caer, hombre… YOHPORDIOSESUNANILLO. Este hombre va a matarme un día de estos, creo que mi corazón acaba de dar un salto mortal hacia atrás al ver el diamante, y me giro tan rápido hacia él que choco su mentón con mi coronilla. —¡AUCH!— exclamo, mi mano presionando allí donde siento la punzada y uso la otra para apoyarla en su barbilla. —¿Estás bien? ¿Te lastimé? Lo siento, lo siento…— me disculpo, revolviéndome en sus brazos para quedar de frente a él y la bebé que sacude sus bracitos por el sobresalto queda a mi espalda, le dedico una mirada por encima de mi hombro para comprobar que siga durmiendo.
Me toma una honda respiración poder sostener la mirada de Hans, mi cara debe ser con mis labios entreabiertos y mis cejas más cerca del nacimiento de mi cabello que de mis párpados, la mejor oda a las sorpresas inesperadas de medianoche. Este hombre va a acabar conmigo, no hay dudas de eso, si es que con mi cordura terminó hace mucho, no hace más que jugar con mi locura. —Me tomaste por sorpresa— eso ha quedado claro. —¿Tenías eso guardado en el cajón todo este tiempo?— pregunto sin poder creérmelo, digo «eso» en un susurro como si estuviéramos hablando de algo prohibido, un secreto o un arma. Tiro de su muñeca para poder colocar la caja con el anillo frente a mis ojos y lo observo en todos sus detalles, no me animo a tomarlo entre mis dedos. —¿Si me das por qué no lo usaría? ¿Qué tan acostumbrada crees que necesito a estar a qué idea?— inquiero con una carcajada en mi voz, siento unas ganas estúpidas de reírme y se nota por el modo que tengo de torcer los labios, mordiendo el inferior en la duda de cómo algo así podría estar hecho para que yo lo lleve.
»¿A la idea del matrimonio? Ya superé el miedo a casarme contigo, a simplemente casarme, creo que el hecho de que soportaras todo mi increíble genio y tu hermoso cabello me ha demostrado que estás hecho para, no sé, querer pasar toda tu vida conmigo. ¿Es eso? ¿Crees que nos falta acostumbrarnos a la idea de que… podríamos pasar el resto de nuestras vidas juntos?— dicho así suena como algo demasiado grande para abarcar con los brazos, mucho más grande que tener una pequeña existencia a nuestro cuidado, y tomo entre mis dedos ese mechón de cabello que le cae siempre sobre la frente. —Que miedo que me da todo esto, porque me doy cuenta que no quiero otra cosa que no sea estar contigo todos los días de mi vida, maldición. Me gustaría poder verte todos los días, nunca, nunca me cansaría de verte, ¿es por esto que la gente se casa?— susurro, mi nariz rozando la suya cuando me agarro a su nuca otra vez y suelto un suspiro que se lleva todo mi aire. —Me haces sentir viva cuando me aferro a ti, todo, todo en mí siente y responde a ti, no podría soltarte de ninguna manera— reconozco, sonrío cuando me prendo de sus labios y los acaricio lentamente, mantengo mis manos contra mi pecho por respeto a la niña que comparte nuestra cama. —No puedo creer que lo tenías guardado ahí. ¿En serio, Hans? ¿En serio?— ruedo mis ojos porque todo, todo con este hombre es inesperado.
Me toma una honda respiración poder sostener la mirada de Hans, mi cara debe ser con mis labios entreabiertos y mis cejas más cerca del nacimiento de mi cabello que de mis párpados, la mejor oda a las sorpresas inesperadas de medianoche. Este hombre va a acabar conmigo, no hay dudas de eso, si es que con mi cordura terminó hace mucho, no hace más que jugar con mi locura. —Me tomaste por sorpresa— eso ha quedado claro. —¿Tenías eso guardado en el cajón todo este tiempo?— pregunto sin poder creérmelo, digo «eso» en un susurro como si estuviéramos hablando de algo prohibido, un secreto o un arma. Tiro de su muñeca para poder colocar la caja con el anillo frente a mis ojos y lo observo en todos sus detalles, no me animo a tomarlo entre mis dedos. —¿Si me das por qué no lo usaría? ¿Qué tan acostumbrada crees que necesito a estar a qué idea?— inquiero con una carcajada en mi voz, siento unas ganas estúpidas de reírme y se nota por el modo que tengo de torcer los labios, mordiendo el inferior en la duda de cómo algo así podría estar hecho para que yo lo lleve.
»¿A la idea del matrimonio? Ya superé el miedo a casarme contigo, a simplemente casarme, creo que el hecho de que soportaras todo mi increíble genio y tu hermoso cabello me ha demostrado que estás hecho para, no sé, querer pasar toda tu vida conmigo. ¿Es eso? ¿Crees que nos falta acostumbrarnos a la idea de que… podríamos pasar el resto de nuestras vidas juntos?— dicho así suena como algo demasiado grande para abarcar con los brazos, mucho más grande que tener una pequeña existencia a nuestro cuidado, y tomo entre mis dedos ese mechón de cabello que le cae siempre sobre la frente. —Que miedo que me da todo esto, porque me doy cuenta que no quiero otra cosa que no sea estar contigo todos los días de mi vida, maldición. Me gustaría poder verte todos los días, nunca, nunca me cansaría de verte, ¿es por esto que la gente se casa?— susurro, mi nariz rozando la suya cuando me agarro a su nuca otra vez y suelto un suspiro que se lleva todo mi aire. —Me haces sentir viva cuando me aferro a ti, todo, todo en mí siente y responde a ti, no podría soltarte de ninguna manera— reconozco, sonrío cuando me prendo de sus labios y los acaricio lentamente, mantengo mis manos contra mi pecho por respeto a la niña que comparte nuestra cama. —No puedo creer que lo tenías guardado ahí. ¿En serio, Hans? ¿En serio?— ruedo mis ojos porque todo, todo con este hombre es inesperado.
El dolor que me golpea en la barbilla es tan inesperado que apenas alcanzo a quejarme, puedo sentir como mis dientes se clavan en mis labios y, por un momento, me dejo caer contra las almohadas llevándome la mano libre a la boca, tratando de mantener mi dignidad junto con las lágrimas involuntarias — Momentos así me hacen desear el tener dientes más pequeños… — murmuro con un hilo de voz, pero nada que un par de frotadas con mi mano no puedan curar. El dolor va disminuyendo con el paso de los segundos, puedo sonreír ante el toque de su mano en mi barbilla la cual, espero, no tenga ninguna marca física — No ha sido tanto tiempo, si te sirve de consuelo — me tomó bastante el poder escoger un anillo que sienta adecuado, nada demasiado grande porque no lo sentía muy “ella”, pero sí delicado y suficiente como para dejar en claro que se trata de una sortija de compromiso. Mi muñeca se siente muerta en lo que ella acomoda mi mano cerca de su rostro, ese del cual yo no puedo despegar la mirada en espera de un veredicto, porque lo último que me falta es que decida que se ha echado para atrás — A la idea de que Patricia Lollis te agarrará la mano cuando vuelvas al trabajo y la hará la cuna de cientos de malos chismes — muevo mis cejas como si le estuviera contando una historia de terror, aunque el resto de la expresión me traiciona.
— Aún me sigue sonando a una idea extraña, pero es la clase de locura que me incita a hacerla y no echarme a correr en otra dirección. No sé cómo haremos para no estar hartos de nosotros cuando tengamos cien años, pero me gustaría descubrirlo — al fin de cuentas, no he deseado huir en este año que llevamos juntos, sin poder comprender cómo es que ha empezado otro verano en el cual nos hacemos compañía. Sigo con la mirada el recorrido de su mano, esa que me quita el pelo de los ojos con esa manía que ha sacado de no sé dónde y, aunque la sonrisa que le dedico está cargada de arrogancia en vista de la broma que se me presenta, lo dejo pasar — No lo sé. No comprendía el matrimonio hasta que se me pasó por la cabeza como una opción. Creo que es porque se siente correcto, porque sabes que es el paso que deseas dar con una persona y solo con esa persona. Eres mi par, Scott — uno que se me pegó en capricho y al cual no he podido esquivar ni aunque lo intentase. En evidencia de ello, mis labios se apegan a los suyos cuando se acerca, como si no existiera ninguna otra manera de responder a aquello. No pretendo que me suelte, debe ser por eso que mi brazo la rodea en un intento de que pueda sentirla cerca en estos segundos que nos robamos en permiso de la bebé, hasta que su incredulidad me hace reír.
Apoyo los codos en el colchón para incorporarme un poco y ruedo los ojos en gracia — En serio. Pensé en ponerlo en la caja fuerte, pero creí que sería incluso más obvio. Jamás sospecharías de mi cajón — que, si vamos al caso, tiene cosas tan aburridas como una constitución como para que a ella le interese. Sin darle más vueltas, saco el anillo de su estuche, el cual dejo sobre la cama, para poder hacerme con su mano; creo que es la primera vez que me fijo que sus dedos son mucho más pequeños que los míos. Tengo que ser sumamente cuidadoso al colocar la sortija en el correspondiente, hasta que cierro mi agarre en su muñeca para poder ver el resultado final — Sé que las cosas no son perfectas, pero creo que nos las hemos arreglado bastante bien. Puedo ser imperfecto para ti todas las veces que quieras — deslizo el toque de mis yemas hasta que nuestros dedos se enroscan, llevándome así sus nudillos a mis labios — Tu compañía es lo único que necesito para saber que esto va a funcionar. Estoy tan agradecido de quererte y de que me quieras, Scott. Solo necesito saber que vas a amarme ese día, el peor día de todos y que todavía no ha llegado. No necesito ser vidente como mi hermana como para saberlo — a pesar de que le sonrío, mis ojos se van hacia un lado, entreviendo la figura de la bebé que ha estirado sus brazos gorditos hacia los costados en busca de una posición más cómoda para descansar — ¿Lo usarás? ¿Todo esto es que lo sigues aceptando y te casarás conmigo?
— Aún me sigue sonando a una idea extraña, pero es la clase de locura que me incita a hacerla y no echarme a correr en otra dirección. No sé cómo haremos para no estar hartos de nosotros cuando tengamos cien años, pero me gustaría descubrirlo — al fin de cuentas, no he deseado huir en este año que llevamos juntos, sin poder comprender cómo es que ha empezado otro verano en el cual nos hacemos compañía. Sigo con la mirada el recorrido de su mano, esa que me quita el pelo de los ojos con esa manía que ha sacado de no sé dónde y, aunque la sonrisa que le dedico está cargada de arrogancia en vista de la broma que se me presenta, lo dejo pasar — No lo sé. No comprendía el matrimonio hasta que se me pasó por la cabeza como una opción. Creo que es porque se siente correcto, porque sabes que es el paso que deseas dar con una persona y solo con esa persona. Eres mi par, Scott — uno que se me pegó en capricho y al cual no he podido esquivar ni aunque lo intentase. En evidencia de ello, mis labios se apegan a los suyos cuando se acerca, como si no existiera ninguna otra manera de responder a aquello. No pretendo que me suelte, debe ser por eso que mi brazo la rodea en un intento de que pueda sentirla cerca en estos segundos que nos robamos en permiso de la bebé, hasta que su incredulidad me hace reír.
Apoyo los codos en el colchón para incorporarme un poco y ruedo los ojos en gracia — En serio. Pensé en ponerlo en la caja fuerte, pero creí que sería incluso más obvio. Jamás sospecharías de mi cajón — que, si vamos al caso, tiene cosas tan aburridas como una constitución como para que a ella le interese. Sin darle más vueltas, saco el anillo de su estuche, el cual dejo sobre la cama, para poder hacerme con su mano; creo que es la primera vez que me fijo que sus dedos son mucho más pequeños que los míos. Tengo que ser sumamente cuidadoso al colocar la sortija en el correspondiente, hasta que cierro mi agarre en su muñeca para poder ver el resultado final — Sé que las cosas no son perfectas, pero creo que nos las hemos arreglado bastante bien. Puedo ser imperfecto para ti todas las veces que quieras — deslizo el toque de mis yemas hasta que nuestros dedos se enroscan, llevándome así sus nudillos a mis labios — Tu compañía es lo único que necesito para saber que esto va a funcionar. Estoy tan agradecido de quererte y de que me quieras, Scott. Solo necesito saber que vas a amarme ese día, el peor día de todos y que todavía no ha llegado. No necesito ser vidente como mi hermana como para saberlo — a pesar de que le sonrío, mis ojos se van hacia un lado, entreviendo la figura de la bebé que ha estirado sus brazos gorditos hacia los costados en busca de una posición más cómoda para descansar — ¿Lo usarás? ¿Todo esto es que lo sigues aceptando y te casarás conmigo?
Patricia Lollis es lo de menos, ¡cuando lo vea Mohini! ¡Y Meerah! Supongo que si hay un anillo en mi mano cuando no acostumbro a llevar nada aparte del reloj en mi muñeca por hábito de trabajo, lo del matrimonio no es algo que podamos seguir guardándonos para nosotros en tanto esperamos que pase el año. Tenemos menos de doce horas para que amanezca y se desate el caos en torno a esto, tal vez pensarlo así sea una exageración, porque se siente como si estuviéramos apartados de todo en este espacio de la cama que nos pertenece y lo único ajeno a nosotros es la respiración de Tilly. —Es una locura— hago eco de esto, es lo que supimos en todo momento, a lo que nos abrazamos cuando todas las señales brillaron en rojo para indicarnos que paráramos, que tomáramos otra dirección, porque si no podríamos acabar en algo como estar durmiendo con una bebé, con una adolescente al otro lado del pasillo, procurando con torpeza armar una casa y hablando de matrimonio en esta cama. Porque es algo que te animas a hacer con una persona y solo con esa persona, no podría hacerlo con nadie más que no fuera él. —Te lo dije— me río, tengo que apretar mis labios para que mi carcajada no asuste a la bebé que sigue sospechosamente en calma, aprovecho estar más cerca de él para hundir mi nariz en su cuello y amortiguar mi voz en su piel. —Te dije esa vez que acostarnos en tu cama se parecía demasiado al viejo ritual de los matrimonios— me burlo de nosotros, —ya lo sabía, sí estabas enamorado de mí y tenías intenciones serias— bromeo, que a mí lo que me dio pavor en ese momento fue que no tenía nada de serio y sin embargo todo lo parecía, cuando te acostumbras a dar solo lo que te piden y te guardas todo lo demás, asusta bastante encontrarse con alguien con quien eso no será suficiente, que nada lo fue.
—Tus cajones dan miedo, formularios de casamiento, anillos…— bromeo sobre esos peligros que están guardados tan cerca, y que no me han privado de dormir a gusto en su cama, antes de que cierta bebé se encargara de recordarnos su existencia cada tres horas. —¿Estás seguro que lo colocaste en el dedo que debe ser?— pregunto cuando mi mano queda en medio de nuestras miradas, que yo no tengo idea y no creo que él sepa mucho más al respecto, somos tan inexpertos en esto de querer casarnos con alguien como lo somos al tratar de criar a una bebé. —Esta debe ser la cosa más extraña que me ha pasado en la vida— musito, no puedo quitar mis ojos del anillo ahora que lo tengo puesto en la mano, se ha vuelto algo tan real e innegable. Y no es solo el anillo, es el rostro que puedo ver un poco más allá del diamante. Que me perdone el diamante por lo caro que debe ser, pero todo lo que puedo hacer es mirar a Hans. —Nunca pensé que habría un hombre dándome un anillo y que lo aceptaría— explico, lo había tomado toda la vida como un ritual en desuso, una cosa que iba perdiendo su significado, que se iba convirtiendo en un adorno que las personas usaban como accesorio, así como lo sería una cartera de marca o un coche costoso, que era algo que se podían poner y quitar a capricho.
—No me lo quitaré, a donde sea que vaya, esto quiere decir que te elegí a ti— se lo prometo, no me importa lo que haga el resto, sé que no somos como la mayoría, que fuimos un accidente o una excepción desde el principio, que no hay un manual que haya servido a otros que también nos sea útil a nosotros, que muchas cosas pueden salirnos mal y todo eso me hace tener confianza de que lo he decidido es más fuerte, que lo haré a mi manera. —Y también te amaré el peor día de todos, te amaré en especial ese día— susurro, estoy a un suspiro de volver a tomar su boca cuando el lloriqueo detrás de mi espalda me detiene. Miro hacia atrás para ver que es Tilly revolviéndose incómoda por algo que tocará adivinar qué es. Me suelto de nuestro abrazo privado para girarme hacia ella y traerla en medio de nosotros con una mano bajo su espalda y la otra sosteniendo su cabecita oscura. Comienza a llenar sus cachetes de aire como si preparara para un grito así que procuro tranquilizarla con una caricia. —¿Qué fue eso, Tilly? ¿Un «yo me opongo»?— bromeo y me responde con un sollozo mientras frunce sus ojitos. —Creo que está comenzando otra vez…— le advierto a Hans, y lo admito, estoy en pánico. Puede que hayamos gastado los últimos treinta minutos de paz en discutir y en un anillo, que no volveremos a tenerlas hasta el amanecer.
—Tus cajones dan miedo, formularios de casamiento, anillos…— bromeo sobre esos peligros que están guardados tan cerca, y que no me han privado de dormir a gusto en su cama, antes de que cierta bebé se encargara de recordarnos su existencia cada tres horas. —¿Estás seguro que lo colocaste en el dedo que debe ser?— pregunto cuando mi mano queda en medio de nuestras miradas, que yo no tengo idea y no creo que él sepa mucho más al respecto, somos tan inexpertos en esto de querer casarnos con alguien como lo somos al tratar de criar a una bebé. —Esta debe ser la cosa más extraña que me ha pasado en la vida— musito, no puedo quitar mis ojos del anillo ahora que lo tengo puesto en la mano, se ha vuelto algo tan real e innegable. Y no es solo el anillo, es el rostro que puedo ver un poco más allá del diamante. Que me perdone el diamante por lo caro que debe ser, pero todo lo que puedo hacer es mirar a Hans. —Nunca pensé que habría un hombre dándome un anillo y que lo aceptaría— explico, lo había tomado toda la vida como un ritual en desuso, una cosa que iba perdiendo su significado, que se iba convirtiendo en un adorno que las personas usaban como accesorio, así como lo sería una cartera de marca o un coche costoso, que era algo que se podían poner y quitar a capricho.
—No me lo quitaré, a donde sea que vaya, esto quiere decir que te elegí a ti— se lo prometo, no me importa lo que haga el resto, sé que no somos como la mayoría, que fuimos un accidente o una excepción desde el principio, que no hay un manual que haya servido a otros que también nos sea útil a nosotros, que muchas cosas pueden salirnos mal y todo eso me hace tener confianza de que lo he decidido es más fuerte, que lo haré a mi manera. —Y también te amaré el peor día de todos, te amaré en especial ese día— susurro, estoy a un suspiro de volver a tomar su boca cuando el lloriqueo detrás de mi espalda me detiene. Miro hacia atrás para ver que es Tilly revolviéndose incómoda por algo que tocará adivinar qué es. Me suelto de nuestro abrazo privado para girarme hacia ella y traerla en medio de nosotros con una mano bajo su espalda y la otra sosteniendo su cabecita oscura. Comienza a llenar sus cachetes de aire como si preparara para un grito así que procuro tranquilizarla con una caricia. —¿Qué fue eso, Tilly? ¿Un «yo me opongo»?— bromeo y me responde con un sollozo mientras frunce sus ojitos. —Creo que está comenzando otra vez…— le advierto a Hans, y lo admito, estoy en pánico. Puede que hayamos gastado los últimos treinta minutos de paz en discutir y en un anillo, que no volveremos a tenerlas hasta el amanecer.
Es una locura, sí, pero creo que no existe una sola cosa en el último año que sea digno de llamar de otra manera. No estaba enamorado de ella esa noche, no se lo digo pero sí me río de ello, solo sé que las cosas fueron mutando hasta transformarse en lo que somos ahora. Esa noche, tal vez, fue la que le permití entrar a mi mundo, a mi pasado, como un pequeño permiso que nos alejó de la idea de una sola noche — Te sorprenderías — porque sé que hay más que anillos y formularios de matrimonio, pero la broma solo queda en ello, que no hay que irnos a sitios más oscuros para arruinar el momento. Muevo un poco la cabeza para medir si existe un error o no en dónde ha acabado el anillo, pero estoy seguro de que en ese he visto el de las pocas personas que conozco que se han comprometido — Creo que sí — es dudoso, pero espero que no se note. Creo que han pasado cosas muy extrañas, pero que para ella esta sea la más llamativa me hace reír de manera que tengo que morderme los labios para que no sea un ruido tan sonoro — Bueno, me alegra ser ese hombre — porque si yo he podido, significa que he ganado al menos esto.
No sé qué vale más, si la promesa de que utilizará el anillo ha pesar de las preguntas que pueda acarrear o el que asegure que se quedará conmigo cuando las decisiones sean tan difíciles que no podremos hacer otra cosa que sufrir por ellas. Me pregunto que tan fuerte será la caída, si el agarre de nuestras manos será suficiente como para que no nos hagamos pedazos. Es amargo, pero hay dulzura en el modo que tengo de sonreír cerca de su boca, seguro de que ahora mismo podemos concentrarnos en que el mundo no puede acercarse a esta cama, que supo ser mi territorio y que ahora invaden tanto ella como nuestra hija. Creo que tengo que cederle aquello de ser la emperatriz de mi lecho — Scott… — pero no puedo ponerme con frases melosas dignas de mis odas, porque los quejidos de Tilly irrumpen en el aire y me estiro para poder ver cómo la coloca entre nosotros.
Puedo reconocer el modo en el cual pucherea, dudo que sea hambre porque ha comido hace un rato y, sospecho, solo es una queja de que estamos haciendo mucho ruido cerca de su lugar de sueño — Si se opone, de todas maneras tendrá que ser la niña de las flores. No buscaré a alguien más solo porque mi hija es caprichosa y no quiere hacernos el favor — a pesar de que sueno firme, aún hay una ligera sonrisa cuando me recargo en mi costado para poder enderezarme y así acariciar suavemente su barriga. Tiene una curva simpática, digna de una bebé regordeta a la cual no le falta el cuidado ni la comida. Puede que nuestra familia sea complicada, pero nadie podrá decirme jamás que esta niña no ha caído en un hogar donde le darán absolutamente todo — Quizá le ha hecho efecto la leche y tiene gases — no huele mal, así que no se ha hecho encima. Presiono apenas con mis dedos en un masaje a ver si eso ayuda a su malestar, sus quejidos son débiles pero al menos se retuerce un poco menos; ahora, si es porque he dado en el clavo o solo le gusta, es otro tema — Apaga la luz. Quizá, si nos dignamos a dormir con ella y no hay nada que la fastidie, no empezará a gritar — creo que estoy siendo un iluso, pero no pierdo nada con intentar. Me recuesto de manera que puedo estar cerca de ella, sé que le chisto con suavidad para que no se sienta sola y ni siquiera sé qué es lo que le tarareo, pero con un poco de suerte será suficiente. Es mi otra mano la que se estira sobre su cabeza para buscar a su madre porque, quizá, así de esta forma podemos estar los tres en paz. Lejos del peligro, cerca de casa.
No sé qué vale más, si la promesa de que utilizará el anillo ha pesar de las preguntas que pueda acarrear o el que asegure que se quedará conmigo cuando las decisiones sean tan difíciles que no podremos hacer otra cosa que sufrir por ellas. Me pregunto que tan fuerte será la caída, si el agarre de nuestras manos será suficiente como para que no nos hagamos pedazos. Es amargo, pero hay dulzura en el modo que tengo de sonreír cerca de su boca, seguro de que ahora mismo podemos concentrarnos en que el mundo no puede acercarse a esta cama, que supo ser mi territorio y que ahora invaden tanto ella como nuestra hija. Creo que tengo que cederle aquello de ser la emperatriz de mi lecho — Scott… — pero no puedo ponerme con frases melosas dignas de mis odas, porque los quejidos de Tilly irrumpen en el aire y me estiro para poder ver cómo la coloca entre nosotros.
Puedo reconocer el modo en el cual pucherea, dudo que sea hambre porque ha comido hace un rato y, sospecho, solo es una queja de que estamos haciendo mucho ruido cerca de su lugar de sueño — Si se opone, de todas maneras tendrá que ser la niña de las flores. No buscaré a alguien más solo porque mi hija es caprichosa y no quiere hacernos el favor — a pesar de que sueno firme, aún hay una ligera sonrisa cuando me recargo en mi costado para poder enderezarme y así acariciar suavemente su barriga. Tiene una curva simpática, digna de una bebé regordeta a la cual no le falta el cuidado ni la comida. Puede que nuestra familia sea complicada, pero nadie podrá decirme jamás que esta niña no ha caído en un hogar donde le darán absolutamente todo — Quizá le ha hecho efecto la leche y tiene gases — no huele mal, así que no se ha hecho encima. Presiono apenas con mis dedos en un masaje a ver si eso ayuda a su malestar, sus quejidos son débiles pero al menos se retuerce un poco menos; ahora, si es porque he dado en el clavo o solo le gusta, es otro tema — Apaga la luz. Quizá, si nos dignamos a dormir con ella y no hay nada que la fastidie, no empezará a gritar — creo que estoy siendo un iluso, pero no pierdo nada con intentar. Me recuesto de manera que puedo estar cerca de ella, sé que le chisto con suavidad para que no se sienta sola y ni siquiera sé qué es lo que le tarareo, pero con un poco de suerte será suficiente. Es mi otra mano la que se estira sobre su cabeza para buscar a su madre porque, quizá, así de esta forma podemos estar los tres en paz. Lejos del peligro, cerca de casa.
—No creo que haya podido ser otro— contesto, el silencio que le sigue a mis palabras le da cierta gravedad a lo dicho, propia de esas verdades que se imponen como irrefutables y para que al aire no quede cargado de este tono, agrego con mi típico tono de estar bromeando: —Soy veloz al correr y como soy pequeña, me escapo fácil cuando me quieren atrapar— muerdo mi labio inferior al extenderse en una sonrisa burlona, si eso es lo que hacía con todo, escapar era lo seguro. Y no sé cómo al escapar volví tantas veces a su cama, como un bucle en el tiempo que se repitió tantas veces hasta que se impuso a lo que debía ser, fue marcándome un único camino y si me echara a correr ahora mismo, sé que volvería aquí. —Hiciste mucho mérito para llegar a ser ese hombre— eso es lo más acertado para decir, la única explicación que le encuentro a esto que no es logro mío sino compartido, si es que yo no sabía lo que era poder tener algo como una persona a quien abrazarme si a mí lo que me gustaba era dormir sola y a mis anchas, y tampoco creía que pudiera salir de mí lo más frágil que podrían abarcar mis manos para poder decir con todo orgullo que la hice yo, que la hicimos nosotros.
Si un anillo me ayuda a recordar que lo elegí, así como es y con todas sus malas decisiones, con todas sus partes imperfectas, Tilly entre nosotros me da la confianza que necesito para saber que podremos sobreponernos a todas las diferencias que nos hacen enfrentarnos al acabar el día y que somos los únicos afortunados que tienen su propia victoria, que desisten de ser enemigos para poder hacer esta estupidez de amarse en todos los días malos. Me río a causa de su supuesto enfado y demostración de autoridad ante una niña que en sus pocos días nos demostró que marca nuestro tiempo con sus berrinches, así que si ella se opone a cualquier boda, lo más probable es que tengamos que fugarnos o firmar los papeles a las apuradas. Pero si su padre logra convencerla de ser la niña de las flores, creo que con Meerah podrían a ser lo más hermoso de ver y me pican los ojos de pensarlo. Bajo mi mirada a su mano que se apoya en la bebé y sigo inmóvil en mi lugar a la espera de que la caricia la serene, tenga esa misma esperanza tonta de que parará con su lloriqueo si los demás nos quedamos quietos.
—¿Estás seguro?— arqueo una ceja a su sugerencia, giro sobre mi cuerpo para extender mi brazo y apagar la luz, cuando vuelvo a acomodar mi cabeza sobre la almohada cuento los segundos en oscuridad. Cubro con mi mano la de Hans y sonrío sin que pueda verme. —¿Le estás cantando una oda?— tengo que preguntarlo cuando me llega su tarareo y creo que el gusto musical de Tilly es un poco más estridente, porque rompe la oscuridad con un gritito que antecede al llanto furioso para el que usa toda la fuerza de sus pulmones. —No quiero ilusionarte, pero es posible que tu hija tenga vocación para cantante de ópera con esos alaridos que da— me atrevo a hacer el chiste a pesar del dolor en los tímpanos por tenerla berreando tan cerca, manoteo para dar con la lámpara y volver a encenderla. Cargo a la bebe sobre mi pecho, colocándola boca abajo y paso mi mano por su espalda de arriba abajo procurando que se le pase esa desesperación con la que llora. —Ya, Tilly. ¿Por qué esas ganas de hacer tanto berrinche?— la arrullo, si es posible llora más alto. Se la paso a su padre acomodándola sobre su pecho para que se haga cargo, tomo uno de sus brazos para cruzarlo sobre la espalda de la niña. —Somos muy parecidas, si nos dejas juntas nos potenciaremos, así que será mejor que te encargues de tranquilizarla, tú sabes cómo— sonrío al colocar mi mejilla en su hombro como almohada y mi brazo pasando por encima de los piecitos de Tilly para rodear la cintura de Hans, así me abrazo a ambos. —Cántanos una oda para dormir— bromeo a su costa, que a mí los ojos pesan y la bebé está menguando sus sollozos, no sé si porque el olor de su papá le agrada o porque está haciendo una pausa para tomar aire. Si me dan dos minutos de tregua creo que podría quedarme dormida para volver a tener pesadillas con más bebés llorones.
Si un anillo me ayuda a recordar que lo elegí, así como es y con todas sus malas decisiones, con todas sus partes imperfectas, Tilly entre nosotros me da la confianza que necesito para saber que podremos sobreponernos a todas las diferencias que nos hacen enfrentarnos al acabar el día y que somos los únicos afortunados que tienen su propia victoria, que desisten de ser enemigos para poder hacer esta estupidez de amarse en todos los días malos. Me río a causa de su supuesto enfado y demostración de autoridad ante una niña que en sus pocos días nos demostró que marca nuestro tiempo con sus berrinches, así que si ella se opone a cualquier boda, lo más probable es que tengamos que fugarnos o firmar los papeles a las apuradas. Pero si su padre logra convencerla de ser la niña de las flores, creo que con Meerah podrían a ser lo más hermoso de ver y me pican los ojos de pensarlo. Bajo mi mirada a su mano que se apoya en la bebé y sigo inmóvil en mi lugar a la espera de que la caricia la serene, tenga esa misma esperanza tonta de que parará con su lloriqueo si los demás nos quedamos quietos.
—¿Estás seguro?— arqueo una ceja a su sugerencia, giro sobre mi cuerpo para extender mi brazo y apagar la luz, cuando vuelvo a acomodar mi cabeza sobre la almohada cuento los segundos en oscuridad. Cubro con mi mano la de Hans y sonrío sin que pueda verme. —¿Le estás cantando una oda?— tengo que preguntarlo cuando me llega su tarareo y creo que el gusto musical de Tilly es un poco más estridente, porque rompe la oscuridad con un gritito que antecede al llanto furioso para el que usa toda la fuerza de sus pulmones. —No quiero ilusionarte, pero es posible que tu hija tenga vocación para cantante de ópera con esos alaridos que da— me atrevo a hacer el chiste a pesar del dolor en los tímpanos por tenerla berreando tan cerca, manoteo para dar con la lámpara y volver a encenderla. Cargo a la bebe sobre mi pecho, colocándola boca abajo y paso mi mano por su espalda de arriba abajo procurando que se le pase esa desesperación con la que llora. —Ya, Tilly. ¿Por qué esas ganas de hacer tanto berrinche?— la arrullo, si es posible llora más alto. Se la paso a su padre acomodándola sobre su pecho para que se haga cargo, tomo uno de sus brazos para cruzarlo sobre la espalda de la niña. —Somos muy parecidas, si nos dejas juntas nos potenciaremos, así que será mejor que te encargues de tranquilizarla, tú sabes cómo— sonrío al colocar mi mejilla en su hombro como almohada y mi brazo pasando por encima de los piecitos de Tilly para rodear la cintura de Hans, así me abrazo a ambos. —Cántanos una oda para dormir— bromeo a su costa, que a mí los ojos pesan y la bebé está menguando sus sollozos, no sé si porque el olor de su papá le agrada o porque está haciendo una pausa para tomar aire. Si me dan dos minutos de tregua creo que podría quedarme dormida para volver a tener pesadillas con más bebés llorones.
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