OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Sólo era otro estúpido drama adolescente que me tenía moviendo los labios en mute, siguiendo las líneas de un guión que me conocía demasiado bien, porque ¿cuántas veces me había mirado «Viruela de Dragón bajo la Misma Constelación»? Muchas desde que había ido al cine el día del estreno, para sentarme sola en una de las últimas butacas a llorar cuando Hally se tiraba en el pasto a mirar las estrellas en la escena final, y varias desde que tenía a Ken como mascota. Era mi película favorita por excelente para tener la excusa de llorar en estos meses que fueron de altibajos emocionales con picos muy marcados, que me tuvieron arrastrándome en el fondo -sobre todo cuando Simon se fue de casa-, o en éxtasis por todo lo que era nuevo y la adrenalina de estar involucrada en cosas que… ponen nuestras vidas en peligro, lo de menos. No tiene caso que me preocupe si sobreviviremos a lo que se avecina, porque mi preocupación más inmediata es sobrevivir al resfrío que nos tiene a ambos sonrojados por el calor de la fiebre y con la voz estropeada, ahogándonos en nuestros mocos. Tiro del extremo del pañuelo que sobresale de la abertura de la caja para tener con que sonarme, el llanto consigue que tenga más mocos que echar.
—¿Algún día podré superar la muerte de Guv?— pregunto, porque ese día no es hoy. Reacomodo la manta que cubre mis piernas al estar recostada contra el respaldo de la cama, con varias almohadas detrás de nuestras espaldas así se siente casi como estar en el cine, casi. Esa salida se la quedo debiendo, porque el resfrío acabó con toda intención de hacerlo si es que todavía nos quedaba algo de audacia para ir a un lugar público, aunque fuera convenientemente oscuro, a estar dos horas sentados con la esperanza de que nadie repare en nosotros. A menos que vengo por él dentro de unos días y con la excusa de sacarlo a pasear, lo haga. Se supone que vendré a visitarlo luego, pero si me voy, no puedo volver antes de la semana. Tengo que demostrar que puedo estar sola y por mi cuenta. Si me quedé un día más era por la fiebre y mi madre no quiso saber nada de mover cajas en este estado, si insistía acabaría por ir a dormir conmigo. El colmo del patetismo al querer iniciar una vida independiente. Pero con la pócima del resfriado se supone que mañana amaneceremos cantando como pajaritos de lo bonitas que volverán a ser nuestras voces, bueno, yo podré hablar. Ken podrá ladrar sin estornudar, por muy tierno que sea verlo estornudar en su forma de perro.
—¿Seguimos con A todos los magos de los que me enamoré? ¿O el Stand de Amortentia?— consulto, que por fuera de esas opciones no puede elegir, es su castigo por haber contagiado el resfriado, por mucho que diga de que se lo contagié yo. Si yo tengo razón, es su culpa que tenga que quedarme una noche más en casa de mis padres. Como adhiero a las nociones de justicia, no quiero que esto sea una declaración arbitraria de mi parte, y a costa de mi perjuicio, estuve pensando mientras avanzaba la película en cómo reconocer al culpable original entre los dos. —Creo que ya sé cómo comprobar quién contagió a quién— digo, con una mano busco mi teléfono sobre la mesita de noche en vez de agarrar mi varita para cambiar la película. —Si Maeve también tiene gripe, fuiste tú. Así que la buscaré en Wizzardface, entre los amigos de Oliver porque Maeves hay varias… ya traté de buscarla… A Oliver fue más fácil encontrarlo porque me sabía el apellido y me aceptó la solicitud de inmediato— eso puede ser exagerar un poco, pero… Deslizo mi pulgar por la pantalla del celular al abrir el perfil de Oliver y voy buscando en la hilera de fotos el rostro de la chica. Las etiquetas en fotos siempre ayudan. —¡Ella! ¡Creo que es ella! Vaya, Ken, con más luz se nota lo guapa que es. Que suerte que tuviste esa noche— digo, abriendo ahora el perfil de ella y compartiéndole el celular para que pueda echar un vistazo.
—¿Algún día podré superar la muerte de Guv?— pregunto, porque ese día no es hoy. Reacomodo la manta que cubre mis piernas al estar recostada contra el respaldo de la cama, con varias almohadas detrás de nuestras espaldas así se siente casi como estar en el cine, casi. Esa salida se la quedo debiendo, porque el resfrío acabó con toda intención de hacerlo si es que todavía nos quedaba algo de audacia para ir a un lugar público, aunque fuera convenientemente oscuro, a estar dos horas sentados con la esperanza de que nadie repare en nosotros. A menos que vengo por él dentro de unos días y con la excusa de sacarlo a pasear, lo haga. Se supone que vendré a visitarlo luego, pero si me voy, no puedo volver antes de la semana. Tengo que demostrar que puedo estar sola y por mi cuenta. Si me quedé un día más era por la fiebre y mi madre no quiso saber nada de mover cajas en este estado, si insistía acabaría por ir a dormir conmigo. El colmo del patetismo al querer iniciar una vida independiente. Pero con la pócima del resfriado se supone que mañana amaneceremos cantando como pajaritos de lo bonitas que volverán a ser nuestras voces, bueno, yo podré hablar. Ken podrá ladrar sin estornudar, por muy tierno que sea verlo estornudar en su forma de perro.
—¿Seguimos con A todos los magos de los que me enamoré? ¿O el Stand de Amortentia?— consulto, que por fuera de esas opciones no puede elegir, es su castigo por haber contagiado el resfriado, por mucho que diga de que se lo contagié yo. Si yo tengo razón, es su culpa que tenga que quedarme una noche más en casa de mis padres. Como adhiero a las nociones de justicia, no quiero que esto sea una declaración arbitraria de mi parte, y a costa de mi perjuicio, estuve pensando mientras avanzaba la película en cómo reconocer al culpable original entre los dos. —Creo que ya sé cómo comprobar quién contagió a quién— digo, con una mano busco mi teléfono sobre la mesita de noche en vez de agarrar mi varita para cambiar la película. —Si Maeve también tiene gripe, fuiste tú. Así que la buscaré en Wizzardface, entre los amigos de Oliver porque Maeves hay varias… ya traté de buscarla… A Oliver fue más fácil encontrarlo porque me sabía el apellido y me aceptó la solicitud de inmediato— eso puede ser exagerar un poco, pero… Deslizo mi pulgar por la pantalla del celular al abrir el perfil de Oliver y voy buscando en la hilera de fotos el rostro de la chica. Las etiquetas en fotos siempre ayudan. —¡Ella! ¡Creo que es ella! Vaya, Ken, con más luz se nota lo guapa que es. Que suerte que tuviste esa noche— digo, abriendo ahora el perfil de ella y compartiéndole el celular para que pueda echar un vistazo.
No creo ser capaz de reconocer alguna vez que he llorado a moco tendido con una de las películas de Synnove, es bajo hasta para mí, que tengo cientos de excusas para estar llorando. Desde mi regreso a la vida de los amigos que creía perdidos, a la mudanza inminente de la mejor amiga que he hecho en estos meses, puedo pasar también por el resfrío que me tiene envuelto en una de las mantas como si fuese un capullo y que, poniéndola en parte sobre mi cabeza, me permite esconder mi rostro enrojecido por el llanto a la rubia que tengo a mi lado. No es como si no me supiera el final de la película después de haberla visto una infinidad de veces, pero hay algunas líneas que simplemente… soy un maricón — Es ficción, Syv — intento dármela de superado, no sin antes carraspear para aclarar un poco mi voz gangosa y tironeo para hacerme con uno de los pañuelos. Solo por si las dudas, alzo las manos — Es por el resfrío — aclaro. Sí, por supuesto. Ni loco le digo que esta película me toca la fibra sensible. Ni demente le acepto que voy a extrañar que esté en casa, incluso cuando voy a hacer uso de su dormitorio como mi espacio personal mientras siga por aquí. Para ponernos sentimentales, los mocos y las películas son una mejor excusa.
Intento hacer memoria, porque sé que me ha comentado la sinopsis de los films pero no estoy seguro de cual me interesa menos. Creo que la respuesta viene de inmediato cuando me doy cuenta de cuál título me parece más ridículo, en especial si lo ves junto a la imagen rojiza de la televisión cuya fotografía se me hace bastante ridícula — Pon “A todos los magos”, la otra parece ser demasiado hasta para ti — hablo por debajo del pañuelo y me sueno los mocos de una manera algo escandalosa, lo que me hace poner cara de asco. Ni siquiera entiendo de dónde sale el comentario que busca a un culpable y me quito la capucha improvisada con la manta para poder mirarla mejor, delatando mi breve confusión hasta que se pone a revisar el celular. Esto ocasiona que me ponga más cerca de ella, apoyando el mentón sobre su hombro sin importarme demasiado que somos dos esferas de gérmenes — Aún no recuerdo de dónde me suena ese apellido — confieso, que sé que he conocido a un Helmuth, pero no tengo idea de quién era. Ruedo un poco los ojos cuando se da aires de lo desesperado que estaba Oliver por aceptar su solicitud y paso a centrarme en las fotografías, esas que delatan que, en efecto, Syv podría haber terminado besando a alguien mucho más apuesto esa noche. Y ni hablemos de que ahora no seríamos dos los enfermos en una misma cama.
Mentiría si dijese que no se me enciende el interés cuando encuentra a Maeve y le saco el celular para poder pegar la pantalla mucho más cerca de mi rostro, quizá delatando que tengo los ojos hinchados — ¿Crees que podría invitarla a salir? Podemos encontrar otro disfraz… o tal vez se le hace excitante el salir con un fugitivo… — por las dudas, le echo un vistazo con una media sonrisa — Solo bromeo — mentira, al menos no del todo. ¿Qué me gustaría volver a verla? Pues claro, besaba bien y se ve bastante atractiva. Además, sé que la dejé plantada cuando tuve que huir de la escena del crimen para correr detrás de otra chica, lo cual es demasiado desconsiderado y no lo digo porque lo dicen las películas, claro que no. Aprieto el pañuelo lleno de mocos entre mis dedos y así tengo mayor libertad para pasar las imágenes — ¿Cómo sabremos si está enferma o no? Dudo que alguien suba una foto de sus mocos… ¿O sí lo hacen? — una vez me mostró a un sujeto que había subido una imagen de él mismo abrazado al inodoro después de una fiesta, así que ni sé por qué me sorprendo — O tal vez puedes aceptar que tú trajiste el resfrío de afuera y me lo pegaste, no necesariamente durante el beso. ¡Que te esfuerzas en volverlo una mala experiencia! — sé que estoy bromeando, pero creo que no se me nota porque escojo ese momento para sonarme los mocos con algo de fuerza, la suficiente como para hacer que me duela la cabeza — ¡Ya sé!: hazme un perfil falso. Bueno, no tan falso, porque seguiría siendo yo, pero sin fotos delatadoras o un nombre que encienda la alarma. ¡Y así podré hablar con ella otra vez! ¿Te das cuenta? Soy todo un Romeo — y como si quisiera subrayar que soy demasiado listo por haber tenido esa idea, chasqueo varias veces en el aire frente a su nariz enrojecida como una pequeña bola navideña.
Intento hacer memoria, porque sé que me ha comentado la sinopsis de los films pero no estoy seguro de cual me interesa menos. Creo que la respuesta viene de inmediato cuando me doy cuenta de cuál título me parece más ridículo, en especial si lo ves junto a la imagen rojiza de la televisión cuya fotografía se me hace bastante ridícula — Pon “A todos los magos”, la otra parece ser demasiado hasta para ti — hablo por debajo del pañuelo y me sueno los mocos de una manera algo escandalosa, lo que me hace poner cara de asco. Ni siquiera entiendo de dónde sale el comentario que busca a un culpable y me quito la capucha improvisada con la manta para poder mirarla mejor, delatando mi breve confusión hasta que se pone a revisar el celular. Esto ocasiona que me ponga más cerca de ella, apoyando el mentón sobre su hombro sin importarme demasiado que somos dos esferas de gérmenes — Aún no recuerdo de dónde me suena ese apellido — confieso, que sé que he conocido a un Helmuth, pero no tengo idea de quién era. Ruedo un poco los ojos cuando se da aires de lo desesperado que estaba Oliver por aceptar su solicitud y paso a centrarme en las fotografías, esas que delatan que, en efecto, Syv podría haber terminado besando a alguien mucho más apuesto esa noche. Y ni hablemos de que ahora no seríamos dos los enfermos en una misma cama.
Mentiría si dijese que no se me enciende el interés cuando encuentra a Maeve y le saco el celular para poder pegar la pantalla mucho más cerca de mi rostro, quizá delatando que tengo los ojos hinchados — ¿Crees que podría invitarla a salir? Podemos encontrar otro disfraz… o tal vez se le hace excitante el salir con un fugitivo… — por las dudas, le echo un vistazo con una media sonrisa — Solo bromeo — mentira, al menos no del todo. ¿Qué me gustaría volver a verla? Pues claro, besaba bien y se ve bastante atractiva. Además, sé que la dejé plantada cuando tuve que huir de la escena del crimen para correr detrás de otra chica, lo cual es demasiado desconsiderado y no lo digo porque lo dicen las películas, claro que no. Aprieto el pañuelo lleno de mocos entre mis dedos y así tengo mayor libertad para pasar las imágenes — ¿Cómo sabremos si está enferma o no? Dudo que alguien suba una foto de sus mocos… ¿O sí lo hacen? — una vez me mostró a un sujeto que había subido una imagen de él mismo abrazado al inodoro después de una fiesta, así que ni sé por qué me sorprendo — O tal vez puedes aceptar que tú trajiste el resfrío de afuera y me lo pegaste, no necesariamente durante el beso. ¡Que te esfuerzas en volverlo una mala experiencia! — sé que estoy bromeando, pero creo que no se me nota porque escojo ese momento para sonarme los mocos con algo de fuerza, la suficiente como para hacer que me duela la cabeza — ¡Ya sé!: hazme un perfil falso. Bueno, no tan falso, porque seguiría siendo yo, pero sin fotos delatadoras o un nombre que encienda la alarma. ¡Y así podré hablar con ella otra vez! ¿Te das cuenta? Soy todo un Romeo — y como si quisiera subrayar que soy demasiado listo por haber tenido esa idea, chasqueo varias veces en el aire frente a su nariz enrojecida como una pequeña bola navideña.
Sí, claro, fingiré que le creo para que pueda llorar tranquilo con los pañuelitos contra su nariz que nos hace ver tan patéticos, porque no hay nada peor que ser un par de mocosos y encima que estemos en un modo sentimental, que tiene poco que ver con la película y creo que mucho que ver con que sea de la de las últimas que miraremos juntos. Si elegí de las peores que tengo en reserva no es casual, de algo hay que intoxicarse en momentos así en que el alcohol está descartado, pero no se equivoca al decir que esa historia es mucho hasta para mí. Vuelve sobre todos los peores chiclés y los reafirma. No es que A todos los magos sea película que vino a romper el molde porque no, pero me gusta Peter. Fin de la cuestión. Tengo las neuronas ahogándose en mocos, no responden bien, y siento el cuerpo pesado al hacer movimientos cortos para recuperar mi teléfono.
—¿Será que se te hace parecido al del ministro de Salud? Creo que es su padre— digo, y no tengo la foto al alcance, pero muevo el teléfono para hacerle saber que obtuve de ahí la respuesta. —Un par de comentarios en las fotos, etiquetas, referencias… tal vez stalkee tres cuentas más… sí, creo que es el hijo del ministro…— y mi mirada al volver hacia él lo dice todo: fuimos unos idiotas esa noche. Detengo mi pulgar en una foto en la que ya reaccioné con un corazón y se me escapa un suspiro involuntario. —A mí también me gustan los aguacates, podríamos ser el uno para el otro, pero…— le muestro la tristeza en mis ojos, que estamos cerca y espero que pueda reconocerla entre el lagrimeo propio del resfrío. —Tiene diecisiete, Ken. ¡Es tan pequeño!— me quejo, aunque sus fotos digan que de pequeño no tiene nada, los chicos de las generaciones que vinieron después de la mía siempre se me hará que se alimentaron mejor o juegan más al quidditch o se entrenan para la guerra.
Se roba mi teléfono y tengo que sostenerlo de la muñeca para que baje un poco la pantalla, así puedo mirar yo también. No sonrío a su broma, en cambio uso la lógica de los dramas adolescentes. —No te niego que las chicas tienen algo por el chico malo de la escuela, Ken. Pero creo que hay un largo trecho entre ser uno de esos y que estés tildado como el enemigo público número dos del país, se pasa un poco del estereotipo…—. O no sé, se la veía como una chica simpática esa noche, lo suficientemente atrevida como salir con un chico al que están buscando los aurores, aunque no puedo juzgar demasiado si tengo en cuenta que estaba más borracha que el mismo Ken. —Le mandaré una solicitud de amistad, le hablaré y como quien no quiere la cosa, se lo preguntaré…—. Un gran plan, ¿no? —O puedo hablar directamente con Oliver, mencionarle que me resfríe esa noche, preguntarle si alguno de ellos también…—, que descarté tenerlo como crush, pero eso no quiere decir que no vaya a hablarle. Hablo haciendo oídos sordos a los reclamos de Ken y a lo último pongo mis ojos en blanco. — Pues pareciera ser con esto de los mocos, que es el universo diciendo: por estas cosas los mejores amigos no deben besarse— se lo comento, que no es que me esfuerce en volverlo un mal recuerdo, ¡no dije nada eso! Pero sí me asaltó este tipo de pensamientos.
Lo miró como si sus mocos hubieran dado forma a una segunda cabeza que le sale del hombro al entender de qué va su idea. —Solo no mueras a los tres días, ¿bien?— le pido al recuperar mi celular para cerrar mi cuenta y buscar donde crear un nuevo perfil. —¿Fotos falsas?¿Las de algún modelo?—. Ah, ya, no puedo hacer esto desde el teléfono. Me desprendo de las mantas para ir hasta el escritorio a buscar mi computadora y la traigo a la cama, colocándola encima de un almohadón para tenerla con altura. Vuelvo a envolverle con la manta alrededor de mis hombros mientras espero a que encienda y apenas lo hace, comienzo a buscar en el navegador opciones para un Ken falso. — O, ¿por qué no hacemos una cuenta tuya como perro? Suelen ser bastante populares en Wizzardface, háblale por ahí. Ella sabe que eres animago, así que no le sorprenderá que un perro le tire los galgos—, eso sonó raro de alguna forma.
—¿Será que se te hace parecido al del ministro de Salud? Creo que es su padre— digo, y no tengo la foto al alcance, pero muevo el teléfono para hacerle saber que obtuve de ahí la respuesta. —Un par de comentarios en las fotos, etiquetas, referencias… tal vez stalkee tres cuentas más… sí, creo que es el hijo del ministro…— y mi mirada al volver hacia él lo dice todo: fuimos unos idiotas esa noche. Detengo mi pulgar en una foto en la que ya reaccioné con un corazón y se me escapa un suspiro involuntario. —A mí también me gustan los aguacates, podríamos ser el uno para el otro, pero…— le muestro la tristeza en mis ojos, que estamos cerca y espero que pueda reconocerla entre el lagrimeo propio del resfrío. —Tiene diecisiete, Ken. ¡Es tan pequeño!— me quejo, aunque sus fotos digan que de pequeño no tiene nada, los chicos de las generaciones que vinieron después de la mía siempre se me hará que se alimentaron mejor o juegan más al quidditch o se entrenan para la guerra.
Se roba mi teléfono y tengo que sostenerlo de la muñeca para que baje un poco la pantalla, así puedo mirar yo también. No sonrío a su broma, en cambio uso la lógica de los dramas adolescentes. —No te niego que las chicas tienen algo por el chico malo de la escuela, Ken. Pero creo que hay un largo trecho entre ser uno de esos y que estés tildado como el enemigo público número dos del país, se pasa un poco del estereotipo…—. O no sé, se la veía como una chica simpática esa noche, lo suficientemente atrevida como salir con un chico al que están buscando los aurores, aunque no puedo juzgar demasiado si tengo en cuenta que estaba más borracha que el mismo Ken. —Le mandaré una solicitud de amistad, le hablaré y como quien no quiere la cosa, se lo preguntaré…—. Un gran plan, ¿no? —O puedo hablar directamente con Oliver, mencionarle que me resfríe esa noche, preguntarle si alguno de ellos también…—, que descarté tenerlo como crush, pero eso no quiere decir que no vaya a hablarle. Hablo haciendo oídos sordos a los reclamos de Ken y a lo último pongo mis ojos en blanco. — Pues pareciera ser con esto de los mocos, que es el universo diciendo: por estas cosas los mejores amigos no deben besarse— se lo comento, que no es que me esfuerce en volverlo un mal recuerdo, ¡no dije nada eso! Pero sí me asaltó este tipo de pensamientos.
Lo miró como si sus mocos hubieran dado forma a una segunda cabeza que le sale del hombro al entender de qué va su idea. —Solo no mueras a los tres días, ¿bien?— le pido al recuperar mi celular para cerrar mi cuenta y buscar donde crear un nuevo perfil. —¿Fotos falsas?¿Las de algún modelo?—. Ah, ya, no puedo hacer esto desde el teléfono. Me desprendo de las mantas para ir hasta el escritorio a buscar mi computadora y la traigo a la cama, colocándola encima de un almohadón para tenerla con altura. Vuelvo a envolverle con la manta alrededor de mis hombros mientras espero a que encienda y apenas lo hace, comienzo a buscar en el navegador opciones para un Ken falso. — O, ¿por qué no hacemos una cuenta tuya como perro? Suelen ser bastante populares en Wizzardface, háblale por ahí. Ella sabe que eres animago, así que no le sorprenderá que un perro le tire los galgos—, eso sonó raro de alguna forma.
Se me cae la mandíbula en forma de “ohhh” porque, claro, ahí está de dónde me suena: el ministro que hice puré durante el atentado se llamaba Helmuth — Bueno, no tiene que saber que yo soy yo… — digo, carraspeando en incomodidad en recuerdo de que, por mí culpa, su padre fue secuestrado por unos días. ¡Que al menos, a ellos no los torturaron, así que mucho no puede quejarse! Podría preocuparme un poco más por este detalle, pero no sé que es peor, oír como Synnove se lamenta o que lo haga criticando la edad del susodicho — Eh… Hola… yo tengo dieciséis y no tuviste ningún reparo con la edad al momento de besarme — sí creo que lo tuvo con otras cosas, pero eso no se lo voy a reclamar — No es tanta diferencia, incluso es mayor de edad. ¿Qué tiene de malo? — ¿Ahora tengo que preocuparme por ser demasiado pequeño? Que no tengo idea de cuántos años tiene Maeve, pero tengo la mala costumbre de que todas las mujeres que me atraen, son mayores que yo. ¿Será algún complejo de Edipo que no puedo resolver? ¡Vaya a saber!
Estereotipo o no, me gustaría volver a verla. No solo porque ahora tendré más tiempo libre al no tener más a Synnove al lado, sino porque sé que mi vida va a cambiar en cuanto empecemos a ejecutar nuestras ideas de cómo devolverle el golpe al gobierno. ¿Y qué será de mí luego? ¿Qué oportunidades tendré de pedir una cita? — Claro, hablarás con Oliver por simples motivos de investigación… — me mofo, moviendo mis cejas pícaras en su dirección — Fue solo un beso, Syv. Ni que hubiéramos… — no sé por qué lo digo, porque la incomodidad se hace presente y estoy seguro de que me rasco detrás de la oreja en cuanto tengo una imagen mental bastante gráfica que me hace sonar los mocos con más fuerza de la normal. A veces, odio tener tanta imaginación y tantas hormonas.
Y ahí va, aunque parezca una locura, ella está dispuesta a seguirme. Por algo no me decepciona — ¡No, que yo no me veo como un modelo! Tampoco quiero mentirle… más — suficiente con mi nombre y mi historia, como para venderle un rostro y posiblemente un cuerpo que no me pertenecen. Me acomodo en la cama y hago a un lado la caja de pañuelos para que le sea más cómodo el traer la computadora, en segundos estamos ambos sentados frente a la pantalla y lo que me sugiere tiene cierto sentido — Siento que seré un poco fantasma, pero está bien. ¿Le gustarán los perros? — ¿Qué es lo que pide para registarme? ¿Una casilla de mails? Porque no tengo una. Esta va a ser una larga noche y Syv va a tener que encargarse de todo, porque yo y la tecnología no nos llevamos bien — O sino siempre puedo hacer lo mismo que tu Oliver. Ya sabes, fotos sin remera, pero que no se me vea mucho la cara. Esas cosas que atraen a las chicas — porque parece que al chico Helmuth le funciona, pero yo no soy tan alto. Lo que me hace pensar… — ¿Y de qué le hablo? No sé cómo hablar con chicas cuando tienes una intención obvia de conocerlas. No es como si… bueno, no ando buscando una amistad única y eterna, sé que es imposible. Además, si consigo salir con ella, tendré que hacerlo con algo como anteojos de sol o algo así… — de noche, lo cual sería todavía más raro. Con un suspiro cargado de frustración, dejo caer la cabeza contra el respaldo de la cama y me sueno los mocos, sintiendo como la nariz ya se nota algo paspada — No sé cómo haré estas cosas sin ti en casa, Syv. Vas a tener que estar preparada para mis llamadas de emergencia cada vez que quiera salir con alguien — que los dos sabemos, no serán demasiadas veces. Se vienen épocas complicadas, lo que estamos haciendo ahora es fingir una normalidad que no poseemos. Es mejor hacerlo mientras dure.
Estereotipo o no, me gustaría volver a verla. No solo porque ahora tendré más tiempo libre al no tener más a Synnove al lado, sino porque sé que mi vida va a cambiar en cuanto empecemos a ejecutar nuestras ideas de cómo devolverle el golpe al gobierno. ¿Y qué será de mí luego? ¿Qué oportunidades tendré de pedir una cita? — Claro, hablarás con Oliver por simples motivos de investigación… — me mofo, moviendo mis cejas pícaras en su dirección — Fue solo un beso, Syv. Ni que hubiéramos… — no sé por qué lo digo, porque la incomodidad se hace presente y estoy seguro de que me rasco detrás de la oreja en cuanto tengo una imagen mental bastante gráfica que me hace sonar los mocos con más fuerza de la normal. A veces, odio tener tanta imaginación y tantas hormonas.
Y ahí va, aunque parezca una locura, ella está dispuesta a seguirme. Por algo no me decepciona — ¡No, que yo no me veo como un modelo! Tampoco quiero mentirle… más — suficiente con mi nombre y mi historia, como para venderle un rostro y posiblemente un cuerpo que no me pertenecen. Me acomodo en la cama y hago a un lado la caja de pañuelos para que le sea más cómodo el traer la computadora, en segundos estamos ambos sentados frente a la pantalla y lo que me sugiere tiene cierto sentido — Siento que seré un poco fantasma, pero está bien. ¿Le gustarán los perros? — ¿Qué es lo que pide para registarme? ¿Una casilla de mails? Porque no tengo una. Esta va a ser una larga noche y Syv va a tener que encargarse de todo, porque yo y la tecnología no nos llevamos bien — O sino siempre puedo hacer lo mismo que tu Oliver. Ya sabes, fotos sin remera, pero que no se me vea mucho la cara. Esas cosas que atraen a las chicas — porque parece que al chico Helmuth le funciona, pero yo no soy tan alto. Lo que me hace pensar… — ¿Y de qué le hablo? No sé cómo hablar con chicas cuando tienes una intención obvia de conocerlas. No es como si… bueno, no ando buscando una amistad única y eterna, sé que es imposible. Además, si consigo salir con ella, tendré que hacerlo con algo como anteojos de sol o algo así… — de noche, lo cual sería todavía más raro. Con un suspiro cargado de frustración, dejo caer la cabeza contra el respaldo de la cama y me sueno los mocos, sintiendo como la nariz ya se nota algo paspada — No sé cómo haré estas cosas sin ti en casa, Syv. Vas a tener que estar preparada para mis llamadas de emergencia cada vez que quiera salir con alguien — que los dos sabemos, no serán demasiadas veces. Se vienen épocas complicadas, lo que estamos haciendo ahora es fingir una normalidad que no poseemos. Es mejor hacerlo mientras dure.
Abro mi boca para defenderme, decirle que las cosas fueron distintas a como lo plantea, tal vez porque en ese momento tuve reparos por otras cosas y me deje convencer también por otras, no consideré la edad. —¡Oh, por Morgana! ¡Tienes razón! ¡Tú ni siquiera eres mayor de edad! ¡Eres ilegal!— me doy cuenta con todo el espanto que me provoca darme cuenta de este detalle que no es menor, ¡estoy estudiando leyes, por favor! ¡Y he cometido un crimen! No, un momento, sería un crimen sí… Ken se encarga de decirlo sin necesidad de ser explícito y me siento tranquila por una razón diferente a la que creo que él pretende, me calma saber que no iré a la cárcel. Lo demás… —Ni que fuéramos los protagonistas del Stand de Amortentia, esos pasaron del primer beso a tener sexo todo el tiempo. ¡Y tenían dieciséis años! ¿En serio es así? ¿De repente tienes todas esas hormonas contenidas y luego solo se liberan a borbotones?— le pregunto, sintiéndome como la rara otra vez y habíamos dejado en claro que él entendía mejor de esto. —Suerte que somos amigos—, es lo que supongo que nos hace inmunes si es que somos la excepción a tantos adolescentes alborotados por las hormonas.
A nosotros lo que nos alborota son los mocos y tengo que sorberme la nariz una vez más para hacer pasar esa sensación de que estoy a punto de estornudar. —¿Me pasas otro pañuelito?— pido al mover mis dedos por las teclas para que se abra la página oficial de Wizzardface desde la que podemos armar su perfil, claro que necesitamos un correo o un número de teléfono, y sobre esto último… necesita un teléfono, me di cuenta la noche del boliche. ¿Qué hubiera pasado si se enojaba conmigo y no me seguía fuera? ¿Cómo demonios lo buscaba luego? —¿A quién no le gusta los perros, Ken? ¡Y eres un perro muy lindo!— trato de darle la confianza que necesita para animarse a mostrar su mejor perfil como perro famoso en las redes sociales de los estudiantes del Royal. ¡Vaya ironía!
Me río a carcajadas cuando toma las fotos de Oliver como referencia y creo que me veo terrible al reírme en el estado tan congestionado en el que me encuentro. —Podría funcionar, lo que me temo es que podría funcionar demasiado bien y luego te volverías popular— bromeo, echándole una mirada que pretende ser apreciativa, pese a lo lamentables que nos vemos en este momento. —¿Y has visto cuantos amigos tiene Oliver en Wizzardface? O conoce a medio Neopanem o acepta solicitudes sin mirar, ¡y un montón de chicas le comentan las fotos! ¿Seguro que quieres ese tipo de popularidad?— inquiero, que va en serio. Porque si no mostramos su cara, ¿qué daño habría…? —¡Auch! ¿Las amistades únicas y eternas son imposibles? Eso me ha dolido— digo, solo para bromear. ¡Y hola! Tiene la cara para decirme luego que me llamará a deshoras para que le de consejos y eso me hace reír otra vez. —Sobre eso… podrías usar el teléfono de la casa o pensé en pedirle a papá que te compre uno, peroooo es tan riesgoso— sueno tan frustrada como me siento a veces cuando, por mucho que queramos engañarnos con Ken, queda evidente que no es un chico como el resto. —Te crearé una cuenta en Wizzardface con un correo alternativo que tengo. Entonces, ¿modelo desconocido, perro o fotos sin camiseta?— pregunto mientras deslizo el cursor al hacer un paneo de las muchas fotos que hay de chicos anónimos muy guapos, sin camisetas ¡y con perros! ¡Vaya! —Y cuando hables con Mae podrías intentar con un, no sé, «¡Hey! ¡Nos conocimos la otra noche bailando…!» y le dices que te gustó, no lo sé, no tiene por qué ser complicado…
A nosotros lo que nos alborota son los mocos y tengo que sorberme la nariz una vez más para hacer pasar esa sensación de que estoy a punto de estornudar. —¿Me pasas otro pañuelito?— pido al mover mis dedos por las teclas para que se abra la página oficial de Wizzardface desde la que podemos armar su perfil, claro que necesitamos un correo o un número de teléfono, y sobre esto último… necesita un teléfono, me di cuenta la noche del boliche. ¿Qué hubiera pasado si se enojaba conmigo y no me seguía fuera? ¿Cómo demonios lo buscaba luego? —¿A quién no le gusta los perros, Ken? ¡Y eres un perro muy lindo!— trato de darle la confianza que necesita para animarse a mostrar su mejor perfil como perro famoso en las redes sociales de los estudiantes del Royal. ¡Vaya ironía!
Me río a carcajadas cuando toma las fotos de Oliver como referencia y creo que me veo terrible al reírme en el estado tan congestionado en el que me encuentro. —Podría funcionar, lo que me temo es que podría funcionar demasiado bien y luego te volverías popular— bromeo, echándole una mirada que pretende ser apreciativa, pese a lo lamentables que nos vemos en este momento. —¿Y has visto cuantos amigos tiene Oliver en Wizzardface? O conoce a medio Neopanem o acepta solicitudes sin mirar, ¡y un montón de chicas le comentan las fotos! ¿Seguro que quieres ese tipo de popularidad?— inquiero, que va en serio. Porque si no mostramos su cara, ¿qué daño habría…? —¡Auch! ¿Las amistades únicas y eternas son imposibles? Eso me ha dolido— digo, solo para bromear. ¡Y hola! Tiene la cara para decirme luego que me llamará a deshoras para que le de consejos y eso me hace reír otra vez. —Sobre eso… podrías usar el teléfono de la casa o pensé en pedirle a papá que te compre uno, peroooo es tan riesgoso— sueno tan frustrada como me siento a veces cuando, por mucho que queramos engañarnos con Ken, queda evidente que no es un chico como el resto. —Te crearé una cuenta en Wizzardface con un correo alternativo que tengo. Entonces, ¿modelo desconocido, perro o fotos sin camiseta?— pregunto mientras deslizo el cursor al hacer un paneo de las muchas fotos que hay de chicos anónimos muy guapos, sin camisetas ¡y con perros! ¡Vaya! —Y cuando hables con Mae podrías intentar con un, no sé, «¡Hey! ¡Nos conocimos la otra noche bailando…!» y le dices que te gustó, no lo sé, no tiene por qué ser complicado…
Creo que la miro como si me hubiera tragado un caramelo ácido — ¿De verdad? De entre todas las cosas ilegales que existen relacionadas a enrollarte conmigo… ¿La edad es la que te preocupa? — no sé si reírme o indignarme, así que hago las dos cosas a la vez y eso ocasiona un sonido un poco histérico, el cual culmina con el de un cerdo por culpa de mis mocos. A lo siguiente, me gustaría poder hacerme más el desentendido, pero lamentablemente para mí, estos meses han bastado para que Syv me conozca demasiado — Sí, bueno… no hacer nada no significa que mi cabeza no piense en ciertas cosas. ¡No contigo! — aclaro rápidamente, aunque creo que no tengo una persona en particular en mente — Solo… piensas mucho en eso. No puedes culparme, todos los chicos lo hacen — o, al menos, eso tengo entendido. Lo bueno de que me pida otro pañuelo es que me da la excusa para salir de este tema tan incómodo y tironeo de la caja para pasarle unos cuantos, permitiéndome el reír sobre su halago hacia mi forma canina — Lo sé, tengo la cola más peluda de todo el distrito. Y ni hablemos de que debo ser el único perro sin mal aliento — me paso una mano por el cabello como para darme aires, aunque es un gesto tan exagerado que no hace más que hacerme ver ridículo en mi pantomima.
Tal vez debería ofenderme un poco el que se me ría en la cara y abro la boca para preguntarle qué se supone que es tan gracioso, aunque lo que dice provoca que me eche una ojeada a mí mismo, pegando el mentón a mi cuello lo máximo que puedo — ¿Tú crees? — ¿Qué me importa si Oliver Helmuth es el chico más guapo de todo NeoPanem y tiene un millón de amigos en el internet, si Synnove cree que estoy bien? Ya sé que es patético, pero además de Beverly, no es como que reciba muchos halagos— Ya, ya, ya entendí que crees que Oliver tiene una estructura ósea perfecta y que te gustaría lavar la ropa sobre su abdomen — lo descarto, porque tampoco me interesa mucho la vida social de ese chico — Con gente que no sabe quién soy sí, es imposible. A ti te considero por siempre y para siempre, como el parásito que soy — le pellizco fastidiosamente un pómulo y me acerco un poco a su hombro para poder ver los pasos a realizar. Por la cara que le pongo, creo que queda en claro que me parece una pésima idea el conseguirme un teléfono por el simple hecho de que las llamadas pueden ser pinchadas. Los espejos comunicadores siempre serán mi primera opción.
— Descarta al modelo, nada de suplantación de identidad — que no poner mi nombre verdadero al menos no le está robando nada a nadie. ¡Además, Maeve ya me ha visto, debe tener algún recuerdo de mí! — No lo sé. A veces creo que es mucho más fácil el llamar a la revolución que el conversar con una chica nueva. Y creo que eso es lo más deprimente que he dicho en años… — en especial por lo sincero que he sonado. Me rasco la mejilla y me baso en el único material de investigación que tengo delante: ella misma — Podemos mezclar ambas, pero… Dime una cosa. Tú, como chica… olvida que me conoces por cinco segundos, ¿de acuerdo? — me pongo de pie y tengo que hacer una voltereta sobre una pata para no caerme de culo por las sábanas, hasta que estoy completamente incorporado y puedo enfrentarla — ¿Prefieres el perro simpático o te fijarías en las fotografías sin camiseta? Ya me viste desnudo, no tengo por qué ejemplificarlo. Solo… — estiro la mano para tomar uno de los almohadones y me cubro la cara hasta la nariz, para darle una idea aproximada — Esto sería mucho más sencillo si no fuese porque sacarse fotos sin remera me resulta totalmente estúpido. ¿No hay manera de hacer esto sin perder la dignidad? — aunque si tengo que sacarme la ropa para poder cumplir con este cometido… bueno, ahí se va mi orgullo, una vez más.
Tal vez debería ofenderme un poco el que se me ría en la cara y abro la boca para preguntarle qué se supone que es tan gracioso, aunque lo que dice provoca que me eche una ojeada a mí mismo, pegando el mentón a mi cuello lo máximo que puedo — ¿Tú crees? — ¿Qué me importa si Oliver Helmuth es el chico más guapo de todo NeoPanem y tiene un millón de amigos en el internet, si Synnove cree que estoy bien? Ya sé que es patético, pero además de Beverly, no es como que reciba muchos halagos— Ya, ya, ya entendí que crees que Oliver tiene una estructura ósea perfecta y que te gustaría lavar la ropa sobre su abdomen — lo descarto, porque tampoco me interesa mucho la vida social de ese chico — Con gente que no sabe quién soy sí, es imposible. A ti te considero por siempre y para siempre, como el parásito que soy — le pellizco fastidiosamente un pómulo y me acerco un poco a su hombro para poder ver los pasos a realizar. Por la cara que le pongo, creo que queda en claro que me parece una pésima idea el conseguirme un teléfono por el simple hecho de que las llamadas pueden ser pinchadas. Los espejos comunicadores siempre serán mi primera opción.
— Descarta al modelo, nada de suplantación de identidad — que no poner mi nombre verdadero al menos no le está robando nada a nadie. ¡Además, Maeve ya me ha visto, debe tener algún recuerdo de mí! — No lo sé. A veces creo que es mucho más fácil el llamar a la revolución que el conversar con una chica nueva. Y creo que eso es lo más deprimente que he dicho en años… — en especial por lo sincero que he sonado. Me rasco la mejilla y me baso en el único material de investigación que tengo delante: ella misma — Podemos mezclar ambas, pero… Dime una cosa. Tú, como chica… olvida que me conoces por cinco segundos, ¿de acuerdo? — me pongo de pie y tengo que hacer una voltereta sobre una pata para no caerme de culo por las sábanas, hasta que estoy completamente incorporado y puedo enfrentarla — ¿Prefieres el perro simpático o te fijarías en las fotografías sin camiseta? Ya me viste desnudo, no tengo por qué ejemplificarlo. Solo… — estiro la mano para tomar uno de los almohadones y me cubro la cara hasta la nariz, para darle una idea aproximada — Esto sería mucho más sencillo si no fuese porque sacarse fotos sin remera me resulta totalmente estúpido. ¿No hay manera de hacer esto sin perder la dignidad? — aunque si tengo que sacarme la ropa para poder cumplir con este cometido… bueno, ahí se va mi orgullo, una vez más.
Ah, cierto, ¡ese es un buen punto! Podría ir a la cárcel por otras cosas que me vinculan a él, en el mejor de los casos posibles si se enteran que toda mi familia lo encubre, no es un pensamiento al que quiera darle vueltas cuando me duelen las sienes por tener el cerebro atontado de moco. No había preocupado hasta que lo señaló, en todo caso, en su momento creo que me importó más que fuera mi amigo y eso mismo fue lo decidió que no tuviera reparos para un segundo intento. Es caminar sobre una delgada línea entre lo que es inadecuado entre amigos y lo que parece que está bien por la confianza que compartimos, fue solo un momento. —No me refería a pensarlo, que de pensarlo lo pensamos todos… sino que no parecen capaces de sacarse las manos de encima— señalo, un poco más bajo, no es algo sobre lo que haya mucho por decir, —y tranquilo, sé que no piensas en mí de esa manera— lo calmo, que no hacía falta la aclaración, suerte que no me lo tomo a mal. No soy presumida en ese sentido como para esperar estar en las fantasías hormonales de un chico, y sí me causa mucha gracia lo presumido que puede ser él. —¡Y qué cola!— lo acompaño en su espectáculo de arrogancia con un guiño que se ve raro por tener la cara congestionada y acepto los pañuelitos que me pasa.
Y las carcajadas siguen raspando mi garganta allí por donde hace un rato las toses la dejaron ardiendo, se me va un poco la voz y tengo que carraspear al querer contestarle. Se me escucha raro, en un tono un poco más enronquecido, al mover mis cejas hacia arriba en un gesto presuntuoso. —No pondría nada de ropa, seca o mojada, sobre ese abdomen— bromeo, creo que me sale de lo más espontáneo por culpa de la confianza que le he tomado a Ken de estar compartiendo gérmenes con él y espero que sepa que es un chiste. Aparto su mano de mi pómulo, frunciendo mis ojos por la sensación del pellizco. —Eso se escucha mejor— le sonrío, premiándolo por haber reparado esa injusta acusación de que mi amistad es temporal, ¡que no! Tal vez me vaya a vivir a otro lado, pero ¿estamos dentro de una guerra juntos, no? No sé qué amistad más leal espera que esa y se la hemos ofrecido varias personas, es afortunado.
Supongo que podemos dejar suplantación de identidad fuera de la lista de ilegalidades de esta noche. Claro que no sería la primera persona en usar esta treta en Wizzardface, es más frecuente de lo que cree, es una red social que puedes odiar y amar, que muestra la mejor cara de las personas y también la peor en sus comentarios. ¿En serio quiero introducirlo a este mundo? Es el cable que tiene para hablar con una chica que le gusta, ¿por qué no? El problema es si hablara con esa chica, porque de repente no parece tan convencido. No sé con qué me vendrá en su petición de que olvide que lo conozco y murmuro un «ok» muy bajito. Y ahora bien, ok, ¿cómo respondo a su duda si no es riéndome? Que lo hago, de hecho. —No estaba prestando atención en ese momento— me atraganto con una carcajada, defendiéndome. —Estaba más sorprendida que otra de que mi perro fuera un chico desnudo en mi baño al que le estaba frotando la espalda— replico, alegando esa falsa ceguera, que no tiene importancia porque tenemos otra cuestión en discusión. —No sé cómo contestar a eso— es la verdad, —y supongo que depende de qué esperas conseguir. Ser un perro es una buena pantalla para que no te descubran, pero admito que tal vez no sea la mejor manera de conseguir un ligue, en cambio…— digo y lo miro por debajo de la almohada que usa para tapar su cara, —sin camiseta podrías ser quien reciba proposiciones sin tener que decir nada, las chicas pueden ser bastantes directas, no hará falta que hables. No sé, en serio… ¿quieres que te saque fotos y comparamos cuál es tu mejor perfil?—, qué se yo.
Y las carcajadas siguen raspando mi garganta allí por donde hace un rato las toses la dejaron ardiendo, se me va un poco la voz y tengo que carraspear al querer contestarle. Se me escucha raro, en un tono un poco más enronquecido, al mover mis cejas hacia arriba en un gesto presuntuoso. —No pondría nada de ropa, seca o mojada, sobre ese abdomen— bromeo, creo que me sale de lo más espontáneo por culpa de la confianza que le he tomado a Ken de estar compartiendo gérmenes con él y espero que sepa que es un chiste. Aparto su mano de mi pómulo, frunciendo mis ojos por la sensación del pellizco. —Eso se escucha mejor— le sonrío, premiándolo por haber reparado esa injusta acusación de que mi amistad es temporal, ¡que no! Tal vez me vaya a vivir a otro lado, pero ¿estamos dentro de una guerra juntos, no? No sé qué amistad más leal espera que esa y se la hemos ofrecido varias personas, es afortunado.
Supongo que podemos dejar suplantación de identidad fuera de la lista de ilegalidades de esta noche. Claro que no sería la primera persona en usar esta treta en Wizzardface, es más frecuente de lo que cree, es una red social que puedes odiar y amar, que muestra la mejor cara de las personas y también la peor en sus comentarios. ¿En serio quiero introducirlo a este mundo? Es el cable que tiene para hablar con una chica que le gusta, ¿por qué no? El problema es si hablara con esa chica, porque de repente no parece tan convencido. No sé con qué me vendrá en su petición de que olvide que lo conozco y murmuro un «ok» muy bajito. Y ahora bien, ok, ¿cómo respondo a su duda si no es riéndome? Que lo hago, de hecho. —No estaba prestando atención en ese momento— me atraganto con una carcajada, defendiéndome. —Estaba más sorprendida que otra de que mi perro fuera un chico desnudo en mi baño al que le estaba frotando la espalda— replico, alegando esa falsa ceguera, que no tiene importancia porque tenemos otra cuestión en discusión. —No sé cómo contestar a eso— es la verdad, —y supongo que depende de qué esperas conseguir. Ser un perro es una buena pantalla para que no te descubran, pero admito que tal vez no sea la mejor manera de conseguir un ligue, en cambio…— digo y lo miro por debajo de la almohada que usa para tapar su cara, —sin camiseta podrías ser quien reciba proposiciones sin tener que decir nada, las chicas pueden ser bastantes directas, no hará falta que hables. No sé, en serio… ¿quieres que te saque fotos y comparamos cuál es tu mejor perfil?—, qué se yo.
— Te lo concedo — bromeo. Tengo que aceptar que debió ser un poco sorpresivo para ella y aún no comprendo cómo es posible de que se lo tomara tan bien, de manera tal que terminamos compartiendo resfrío y pañuelos como si nos hubiéramos conocido de toda la vida. ¿Cuántos meses pasaron desde ese entonces? ¿Cómo es que las cosas entre ambos se asentaron tan rápido? Pego con un poco más de fuerza el almohadón a mi cara cuando noto que está tratando asomarse, hasta que me doy por vencido y voy dejando caer mi máscara hasta quedarme abrazado al mismo contra mi pecho — No lo sé, Maeve parecía bastante directa. ¿Crees que ella es así con normalidad o que fue solo cosa del alcohol? Tal vez no le gusto… ya sabes, sobria y con luz — por favor, ¿por qué tengo que ser tan pesimista? Si he demostrado que, de alguna manera, puedo conseguir que me hablen… aunque sean contadas con los dedos de una mano y me sobren algunos.
Tomo la suya como la única idea decente para proseguir y lanzo el cojín a la cama, donde rebota un par de veces — De acuerdo, pero nunca le cuentes a Simon. ¡Y que no encuentre las fotos, que podría pensar cualquier cosa! O peor… Reírse — que hasta yo admito que sería algo totalmente patético. Lo dudo un poco, hasta hago que mis manos reboten contra los costados de mi cuerpo mientras abro y cierro los dedos — Podremos evitar la parte de la nariz roja por los mocos… ¿No? — sí, estoy bromeando para ganar algo de tiempo, hasta que me resigno y asumo que ha visto cosas peores. Bah, que la situación ha sido más incómoda, pero podemos vivir con ello. Es solo un poco de piel.
Mis ojos se van una vez más a la puerta en un veloz chequeo y, como parece que nadie va a venir, tironeo de la camiseta hasta sacármela por la cabeza. La hago un bollo entre mis manos, agradecido de que estemos cada vez más cerca del verano y que el frío no sea algo presente en esta habitación, a pesar de la pila de pañuelos que se va alzando sobre su cama — ¿Y bien? — no, que no le estoy pidiendo opinión de mí mismo. Como no sé qué hacer con las manos, dejo la camiseta sobre la cama y me trueno los dedos en un gesto impaciente — ¿Qué se supone que hacemos ahora? No voy a posar, no sé hacer eso… Y es poco natural… — quizá deba quedarme simplemente como perro — Aunque supongo que las chicas saben cuando uno está fingiendo. ¿No? ¿Qué es lo que hace Helmuth para salir bien? — ya, que se me ha notado la envidia. Carraspeo todo digno y me apoyo en la cama, tratando de volver a la pantalla de la computadora para encontrar alguna pista — Recuérdame por qué estamos haciendo esto… — murmuro. Estoy seguro de que puede ver la sonrisa divertida que se va asomando en mis labios reflejada por la luz del monitor — Sé que vas a extrañarme, Syv. Cuando estés sola y desamparada en no sé qué distrito menos caótico que la gran ciudad y no esté ahí para molestarte con mis tonterías… — ¿Cómo será? El tener una vida adulta e independiente, lejos de tus padres, con la posibilidad de montar tu futuro como se te dé la gana. Y le llega en un momento tan extraño, que no puedo hacer otra cosa que mirarla sin el deje de diversión de hace unos segundos — ¿Por qué te mudas? — tal vez, pasó algo malo y no ha querido hablarlo conmigo. O tal vez, la vida es simplemente así y las personas, llegado el momento, se van.
Tomo la suya como la única idea decente para proseguir y lanzo el cojín a la cama, donde rebota un par de veces — De acuerdo, pero nunca le cuentes a Simon. ¡Y que no encuentre las fotos, que podría pensar cualquier cosa! O peor… Reírse — que hasta yo admito que sería algo totalmente patético. Lo dudo un poco, hasta hago que mis manos reboten contra los costados de mi cuerpo mientras abro y cierro los dedos — Podremos evitar la parte de la nariz roja por los mocos… ¿No? — sí, estoy bromeando para ganar algo de tiempo, hasta que me resigno y asumo que ha visto cosas peores. Bah, que la situación ha sido más incómoda, pero podemos vivir con ello. Es solo un poco de piel.
Mis ojos se van una vez más a la puerta en un veloz chequeo y, como parece que nadie va a venir, tironeo de la camiseta hasta sacármela por la cabeza. La hago un bollo entre mis manos, agradecido de que estemos cada vez más cerca del verano y que el frío no sea algo presente en esta habitación, a pesar de la pila de pañuelos que se va alzando sobre su cama — ¿Y bien? — no, que no le estoy pidiendo opinión de mí mismo. Como no sé qué hacer con las manos, dejo la camiseta sobre la cama y me trueno los dedos en un gesto impaciente — ¿Qué se supone que hacemos ahora? No voy a posar, no sé hacer eso… Y es poco natural… — quizá deba quedarme simplemente como perro — Aunque supongo que las chicas saben cuando uno está fingiendo. ¿No? ¿Qué es lo que hace Helmuth para salir bien? — ya, que se me ha notado la envidia. Carraspeo todo digno y me apoyo en la cama, tratando de volver a la pantalla de la computadora para encontrar alguna pista — Recuérdame por qué estamos haciendo esto… — murmuro. Estoy seguro de que puede ver la sonrisa divertida que se va asomando en mis labios reflejada por la luz del monitor — Sé que vas a extrañarme, Syv. Cuando estés sola y desamparada en no sé qué distrito menos caótico que la gran ciudad y no esté ahí para molestarte con mis tonterías… — ¿Cómo será? El tener una vida adulta e independiente, lejos de tus padres, con la posibilidad de montar tu futuro como se te dé la gana. Y le llega en un momento tan extraño, que no puedo hacer otra cosa que mirarla sin el deje de diversión de hace unos segundos — ¿Por qué te mudas? — tal vez, pasó algo malo y no ha querido hablarlo conmigo. O tal vez, la vida es simplemente así y las personas, llegado el momento, se van.
—¿Tal vez un poco de ambas cosas?— propongo, en parte para hacerlo sentir bien, y en parte, porque no creo que tengas razones verdaderas para sentirse mal y comenzar a cuestionar el comportamiento de Maeve ese noche en el boliche, ¿lo está haciendo en serio? —Una chica decidida lo que es siempre, también borracha. Una chica cobarde lo es siempre, también borracha. Prueba con darme un cajón de cerveza y verás que seguiré sin poder besar a Oliver Helmuth así como Maeve lo hizo contigo— digo y no hago más que encogerme de hombros, es tan claro entre nosotros que ni siquiera tengo vergüenza de admitirlo. —A esa chica le gustabas en serio, ¿por qué tienes que dudarlo? Te estás haciendo la cabeza tú solo…—, ¿o es que está dándole fiebre? No puedo tomarle la temperatura porque lo tengo de pie frente a la cama y tendría que desprenderme yo también de mi manta para acercar mi mano a su frente, y la necesito para apretujarme un poco dentro de la calidez de la tela y cubrir con esta mis mejillas que se van enrojeciendo, si le pregunta le diré que soy yo la que de pronto tiene fiebre.
Enderezo mi espalda, todo lo digna que se puede, con la cara en un tono un poco más escarlata que hace un rato y con un pañuelito presionado contra la nariz. —Bien, muy bien— contesto en modo automático, y mi voz me ha salido tan aguda que tengo que ocultarlo con una tos falsa. Me aclaro la garganta un par de veces, no puedo responderle tan fácil como me gustaría, creo que es fiebre en serio. ¿Helmuth quién? ¡Ah, Helmuth! — Es que Oliver no posa, ¿no has visto? Es muy natural en sus fotos, juega con una pelota o come un aguacate, podrías intentar algo así… no sé, ¿por qué no te acuestas en la cama y…— sugiero, saliendo de la manta con la que me tapaba hasta la cabeza para poner mis pies en el suelo y agradezco lo frío que está porque el golpe de temperatura me viene bien, —… finges que estas durmiendo así puedo sacarte una foto?— acabo con la idea, no puedo saltar fuera de la cama como es mi intención, porque me detiene el cambio de conversación cuando ya lo tengo casi todo montado para la sesión fotográfica.
—¿Lo hacemos porque quieres salir con Maeve? ¿Por qué quieres salir con una chica?— trato de hacer memoria con él, y me devuelvo a mi sitio en la cama, arrastrando mis pies para poder alzar mis piernas hasta que mi barbilla queda apoyada en las rodillas. —Dices todo eso porque… ¿vas a extrañarme?— le sonrío, sé que sí, como sé que yo también lo voy a echar de menos. —¿Mis películas y mis llantos con mocos?— digo en broma, abrazándome a mis piernas. — Supongo que lo hago porque quiero irme de casa, quiero empezar a ver que hay más allá de estas paredes… ¿el mundo tal vez? Pero voy lento, un paso a la vez, mudarme es el primer paso. ¿Por qué no vienes conmigo, Ken? Cenaremos palomitas todas las noches mientras miramos películas que te hacen llorar— le propongo aunque sé que no va a aceptar y me inclino un poco para que mi hombro empuje el suyo, claro que estoy a años luz de poder empujarlo en forma.
Enderezo mi espalda, todo lo digna que se puede, con la cara en un tono un poco más escarlata que hace un rato y con un pañuelito presionado contra la nariz. —Bien, muy bien— contesto en modo automático, y mi voz me ha salido tan aguda que tengo que ocultarlo con una tos falsa. Me aclaro la garganta un par de veces, no puedo responderle tan fácil como me gustaría, creo que es fiebre en serio. ¿Helmuth quién? ¡Ah, Helmuth! — Es que Oliver no posa, ¿no has visto? Es muy natural en sus fotos, juega con una pelota o come un aguacate, podrías intentar algo así… no sé, ¿por qué no te acuestas en la cama y…— sugiero, saliendo de la manta con la que me tapaba hasta la cabeza para poner mis pies en el suelo y agradezco lo frío que está porque el golpe de temperatura me viene bien, —… finges que estas durmiendo así puedo sacarte una foto?— acabo con la idea, no puedo saltar fuera de la cama como es mi intención, porque me detiene el cambio de conversación cuando ya lo tengo casi todo montado para la sesión fotográfica.
—¿Lo hacemos porque quieres salir con Maeve? ¿Por qué quieres salir con una chica?— trato de hacer memoria con él, y me devuelvo a mi sitio en la cama, arrastrando mis pies para poder alzar mis piernas hasta que mi barbilla queda apoyada en las rodillas. —Dices todo eso porque… ¿vas a extrañarme?— le sonrío, sé que sí, como sé que yo también lo voy a echar de menos. —¿Mis películas y mis llantos con mocos?— digo en broma, abrazándome a mis piernas. — Supongo que lo hago porque quiero irme de casa, quiero empezar a ver que hay más allá de estas paredes… ¿el mundo tal vez? Pero voy lento, un paso a la vez, mudarme es el primer paso. ¿Por qué no vienes conmigo, Ken? Cenaremos palomitas todas las noches mientras miramos películas que te hacen llorar— le propongo aunque sé que no va a aceptar y me inclino un poco para que mi hombro empuje el suyo, claro que estoy a años luz de poder empujarlo en forma.
Supongo que tiene razón, se lo doy a entender con un vago encogimiento de hombros; Syv es una chica, ella debe saber mejor cómo es que funcionan así que si ella ha visto algo positivo esa noche, lo tomaré como palabra santa. Lo que no me espero es una aprobación tan rápida y, por alguna incómoda razón, miro hacia el techo por dos rápidos segundos en aceptación de su crítica constructiva — ¿Que me acueste…? — lo dejo en el aire, que se me hace un poco extraño el hacerme con su cama para una sesión de fotos, en especial porque no lo veo muy natural que digamos. No creo verme bien durmiendo, tengo la sensación de que me levanto todo despatarrado y babeado, pero bueno… la gente de Wizzardface no tiene por qué saberlo.
— Claro que quiero salir con ella. Solo no sé si vale tanto el esfuerzo… — lo dejo salir con la frustración en mis brazos estirados, no es necesario que lo diga porque yo mismo tengo la respuesta. No conozco mucho a Maeve, es una chica que podría olvidar en pocos días y no cambiaría el curso de mi vida, pero también soy consciente de que no tendré otra oportunidad más adelante. No es por esa chica en sí, es… por mí. Y es un poco egoísta pensándolo de esta manera. Me río un poco y reconozco el nerviosismo de la incomodidad, esa que me lleva a rascarme la nuca y juguetear con algunos de los mechones que llegan a ese nivel — Claro que voy a extrañarte, pensé que no hacía falta que lo diga — porque han sido meses extraños y, si hay alguien que me ha acompañado en todas mis locuras, es ella. Incluso esas que ponían su vida en riesgo, como salir corriendo a ver los fuegos artificiales en año nuevo. Y puedo comprender lo que dice, acepto muy bien el que quiera marcharse, pero una cosa no quita la otra y sé que no será lo mismo cuando este ya no sea su dormitorio. Lo que no me espero es su sugerencia.
Honestamente, tardo en responder porque ni su empujoncito me quita de mi momento de meditación. Es una idea tentadora, pero… — No voy a entrometerme en esa parte del camino que decides hacer por tu cuenta. Es tu independencia, Syv. Ya he hecho mucho metiéndome en tu vida de esta forma tan… abusiva — porque me he metido en su ducha, en su cama, en el sillón, hasta usamos sus esmaltes en mis uñas. Como acto reflejo a ese pensamiento, me mordisqueo una de ellas — Solo no te olvides de mí cuando tengas fiestas con gente universitaria y te enrolles con Olivers que encuentres por ahí, que sé que va a ser más interesante pero… ¡Aún hay toda una colección rosa que no hemos visto! Y van a sacar una segunda película de “A todos los magos” que de seguro te gusta — y que probablemente sea muy mala, para variar.
No me quiero poner cursi, tampoco siento que pueda hacerlo sin humillarme. Ya tenemos demasiado con los pañuelos y nuestra intención como para hacer que esta sea una situación lo suficientemente patética como para no comentársela a nadie. Tanteo hasta darle nuevamente su celular y, con mucho cuidado, aparto la computadora para que esto no acabe en una tragedia tecnológica — Veamos… — me aclaro la garganta para eliminar el sentimentalismo del aire y, con un par de rebotes y golpecitos a la almohada, me recuesto. Me siento una momia, así que giro hasta quedar frente a ella y paso un brazo por debajo del almohadón, desde dónde la observo — Natural. ¿Significa que tengo que roncar? — bromeo. Con un pellizco en su rodilla, le incito a que se coloque en posición fotógrafa… lo que sea que sea eso — Aunque de frente sería un poco suicida. Quizá si te doy la espalda… aunque creo que eso no nos ayuda… ¿No? — ladeo un poco la cabeza hasta que mi frente toca su pierna y vuelvo a manotear el celular, en esta ocasión, para sacar yo una foto desde mi postura. Increíblemente, no solo se ve un manchón plateado — Ya… toma lo que quieras, antes de que me arrepienta — y para cuando le regreso el móvil, ya me estoy cubriendo la cara con un brazo.
— Claro que quiero salir con ella. Solo no sé si vale tanto el esfuerzo… — lo dejo salir con la frustración en mis brazos estirados, no es necesario que lo diga porque yo mismo tengo la respuesta. No conozco mucho a Maeve, es una chica que podría olvidar en pocos días y no cambiaría el curso de mi vida, pero también soy consciente de que no tendré otra oportunidad más adelante. No es por esa chica en sí, es… por mí. Y es un poco egoísta pensándolo de esta manera. Me río un poco y reconozco el nerviosismo de la incomodidad, esa que me lleva a rascarme la nuca y juguetear con algunos de los mechones que llegan a ese nivel — Claro que voy a extrañarte, pensé que no hacía falta que lo diga — porque han sido meses extraños y, si hay alguien que me ha acompañado en todas mis locuras, es ella. Incluso esas que ponían su vida en riesgo, como salir corriendo a ver los fuegos artificiales en año nuevo. Y puedo comprender lo que dice, acepto muy bien el que quiera marcharse, pero una cosa no quita la otra y sé que no será lo mismo cuando este ya no sea su dormitorio. Lo que no me espero es su sugerencia.
Honestamente, tardo en responder porque ni su empujoncito me quita de mi momento de meditación. Es una idea tentadora, pero… — No voy a entrometerme en esa parte del camino que decides hacer por tu cuenta. Es tu independencia, Syv. Ya he hecho mucho metiéndome en tu vida de esta forma tan… abusiva — porque me he metido en su ducha, en su cama, en el sillón, hasta usamos sus esmaltes en mis uñas. Como acto reflejo a ese pensamiento, me mordisqueo una de ellas — Solo no te olvides de mí cuando tengas fiestas con gente universitaria y te enrolles con Olivers que encuentres por ahí, que sé que va a ser más interesante pero… ¡Aún hay toda una colección rosa que no hemos visto! Y van a sacar una segunda película de “A todos los magos” que de seguro te gusta — y que probablemente sea muy mala, para variar.
No me quiero poner cursi, tampoco siento que pueda hacerlo sin humillarme. Ya tenemos demasiado con los pañuelos y nuestra intención como para hacer que esta sea una situación lo suficientemente patética como para no comentársela a nadie. Tanteo hasta darle nuevamente su celular y, con mucho cuidado, aparto la computadora para que esto no acabe en una tragedia tecnológica — Veamos… — me aclaro la garganta para eliminar el sentimentalismo del aire y, con un par de rebotes y golpecitos a la almohada, me recuesto. Me siento una momia, así que giro hasta quedar frente a ella y paso un brazo por debajo del almohadón, desde dónde la observo — Natural. ¿Significa que tengo que roncar? — bromeo. Con un pellizco en su rodilla, le incito a que se coloque en posición fotógrafa… lo que sea que sea eso — Aunque de frente sería un poco suicida. Quizá si te doy la espalda… aunque creo que eso no nos ayuda… ¿No? — ladeo un poco la cabeza hasta que mi frente toca su pierna y vuelvo a manotear el celular, en esta ocasión, para sacar yo una foto desde mi postura. Increíblemente, no solo se ve un manchón plateado — Ya… toma lo que quieras, antes de que me arrepienta — y para cuando le regreso el móvil, ya me estoy cubriendo la cara con un brazo.
—No sabrás si valió el esfuerzo hasta que salgas con ella— digo, ese es el consejo que puedo darle como amiga. —Siquiera hablar un rato con ella, hablar después de lo que pasó en el boliche y ver si… te sigue pareciendo una chica genial, quizás lo sea— y esa es la esperanza que puedo darle, pero ¿cuánto puede durarle? Estamos metidos en algo complicado que le quitarán todas las posibilidades de citas normales, comunes y corrientes, una vez que diga con toda la fuerza de su voz que es Kendrick Black. Eso será mañana, cuando estemos sanos. Esta noche podemos echarle la culpa a los mocos en el cerebro y a la fiebre repentina para estar poniéndole empeño a un plan tan descabellado como introducirlo al Wizzardface. —Si, lo sé…— reconozco, —pero es lindo escuchártelo decir. Tal vez es culpa de todas esas películas, que cuando toque dar despedidas quiera que alguien grite que me extrañará y que nunca me olvidará, entonces yo le preguntaré si es una promesa, obviamente me tiene que decir que si, que será una promesa para siempre, que no habrá ni un día de su vida que no me piense…— le sonrío, no es un gesto triste, más bien cómico al continuar: —aunque no sea cierto y me olvide mañana. Pero es bonito—. Se lo pinto todo el aire con los más bonitos que tengo, los que tomé de algunas historias que no pertenecen, que se ven bien en pantalla, protagonizados por otras personas.
Su confesión es más honesta, tierna como no podía ser de otra manera viniendo de él, y por un segundo tengo mi mano a punto de alcanzar su hombro para darle un apretón cariño, cuando reprimo el gesto. Seguir abrazada a mis rodillas se siente más seguro. —No me olvidaré nunca de ti, Kendrick Black— se lo juro, es mucho más que una promesa. —Ni un día de mi vida, cuando sea vieja le hablaré a mis nietos de ti—. No es mucho más lo que pueda decir, porque el momento se vuelve extraño para nosotros o él lo siente así que debe recordar por qué está sin camiseta en mi cama. Yo también debo recordarlo cuando se estira lo largo que es, buscando una posición cómoda al moverse un poco y trato de mantener mi mirada en su rostro, lo que tampoco es fácil, creo que se va a dar cuenta que mi cara sigue roja. Procuro desviar mis ojos hacia otros lugares de la habitación, en serio que lo intento, pero se muestran más interesados en el cuerpo sobre mis sábanas.
— No será una fotografía con sonido así que no hace falta que ronques, pero puedes hacer el gesto— hago un chiste a pesar de la tensión que hace que me sobresalte cuando recibo el pellizco, al menos sirve para que despierte a la realidad de cuál es mi tarea. Tomo mi teléfono con dedos torpes, tan torpes que vuelve a caer sobre la sábana y procuro recuperarlo sin que se dé cuenta, que ya tiene la cara tapada por su brazo. Con su permiso concedido, supongo que me da libertad a hacer las capturas que quiera, por complicado que se me haga en esta posición o es que me falta creatividad. Porque podría… ah, no, Synnove, no quieres ir por ahí. Y me río de mi misma por culpa de las palabras de Ken a las que puedo dar otra interpretación. —Que idiota eres— susurro, y para no reírme me muerdo los labios con fuerza. —Necesito algo de altura— digo, poniéndome de rodillas sobre la manta para tratar de abarcar su torso y apenas su mentón dentro del marco de la cámara. Me muevo con cuidado para cambiar un poco el enfoque y cuando siento que pierdo el equilibrio, busco su pecho como apoyo con una mano y creo que es sobre la boca de su estómago que descargo todo mi peso. —¡Perdón, perdón!— pido con culpa. —Tengo que… pasarme para el otro lado— le aviso, que no me voy a bajar de la cama para rodearla. Paso una pierna sobre él, ayudándome con mi mano sobre su pecho, y luego la otra, así puedo tener tomar otro par de fotografías en las que su brazo cumple la tarea de preservar su identidad. —Creo que ya terminé— digo, —¡no te muevas!—. Antes de que lo haga, me recuesto a su lado haciendo que la cámara del teléfono gire hacia nosotros y coloco mi cabeza sobre su hombro, así quedamos en el centro de la imagen. —Ya está, solo quería una fotografía de nosotros como despedida.
Su confesión es más honesta, tierna como no podía ser de otra manera viniendo de él, y por un segundo tengo mi mano a punto de alcanzar su hombro para darle un apretón cariño, cuando reprimo el gesto. Seguir abrazada a mis rodillas se siente más seguro. —No me olvidaré nunca de ti, Kendrick Black— se lo juro, es mucho más que una promesa. —Ni un día de mi vida, cuando sea vieja le hablaré a mis nietos de ti—. No es mucho más lo que pueda decir, porque el momento se vuelve extraño para nosotros o él lo siente así que debe recordar por qué está sin camiseta en mi cama. Yo también debo recordarlo cuando se estira lo largo que es, buscando una posición cómoda al moverse un poco y trato de mantener mi mirada en su rostro, lo que tampoco es fácil, creo que se va a dar cuenta que mi cara sigue roja. Procuro desviar mis ojos hacia otros lugares de la habitación, en serio que lo intento, pero se muestran más interesados en el cuerpo sobre mis sábanas.
— No será una fotografía con sonido así que no hace falta que ronques, pero puedes hacer el gesto— hago un chiste a pesar de la tensión que hace que me sobresalte cuando recibo el pellizco, al menos sirve para que despierte a la realidad de cuál es mi tarea. Tomo mi teléfono con dedos torpes, tan torpes que vuelve a caer sobre la sábana y procuro recuperarlo sin que se dé cuenta, que ya tiene la cara tapada por su brazo. Con su permiso concedido, supongo que me da libertad a hacer las capturas que quiera, por complicado que se me haga en esta posición o es que me falta creatividad. Porque podría… ah, no, Synnove, no quieres ir por ahí. Y me río de mi misma por culpa de las palabras de Ken a las que puedo dar otra interpretación. —Que idiota eres— susurro, y para no reírme me muerdo los labios con fuerza. —Necesito algo de altura— digo, poniéndome de rodillas sobre la manta para tratar de abarcar su torso y apenas su mentón dentro del marco de la cámara. Me muevo con cuidado para cambiar un poco el enfoque y cuando siento que pierdo el equilibrio, busco su pecho como apoyo con una mano y creo que es sobre la boca de su estómago que descargo todo mi peso. —¡Perdón, perdón!— pido con culpa. —Tengo que… pasarme para el otro lado— le aviso, que no me voy a bajar de la cama para rodearla. Paso una pierna sobre él, ayudándome con mi mano sobre su pecho, y luego la otra, así puedo tener tomar otro par de fotografías en las que su brazo cumple la tarea de preservar su identidad. —Creo que ya terminé— digo, —¡no te muevas!—. Antes de que lo haga, me recuesto a su lado haciendo que la cámara del teléfono gire hacia nosotros y coloco mi cabeza sobre su hombro, así quedamos en el centro de la imagen. —Ya está, solo quería una fotografía de nosotros como despedida.
No debería sorprenderme que sus palabras parezcan sacadas de una de sus películas románticas, pero lo hacen y, a decir verdad, no sé muy bien cómo tomarlas. Se sienten bonito, van acorde con la ventana que deja entrar el aire de la noche primaveral y el escenario de una cama desarmada por algo tan tonto como una maratón de películas. Sé que si abro la boca lo arruinaré, quemaré su momento de últimas horas como la niña de la casa y todo se habrá perdido, como cuando explotas una burbuja demasiado grande, así que solo atino a decir una cosa: — No te olvidaré mañana. Boba — y sí, el pequeño insulto va para quitarle melosidad al asunto, porque soy consciente de que me pican las orejas. Y puedo prometerle que podremos ver las secuelas que quiera, pero lo que ella dice tiene más valor y hace que le sonría de manera amplia, inflando mis mejillas — Espero que eso incluya la noche que peleamos contra un dementor — que fue aterrador, pero también diré que fue una de las mejores formas que tuvimos para empezar el año.
— ¿Cuál es el gesto de roncar? ¿La boca abierta? — es una duda pequeña, no la tomo en cuenta cuando llega el momento de quedarme quieto para que ella haga su magia o lo que sea que tenga que hacer. Lo único que atino a hacer tras ese pequeño insulto es reírme entre dientes, dejándola hacer a su modo hasta que siento el peso de su cuerpo sobre mí, lo que me arrebata un quejido involuntario y levanto un poco el brazo para mirarla — ¿Estás…? — no termino de hablar, porque sé que mi cabeza se va hacia cualquier otro lado al tenerla sobre mí durante escasos segundos y aprovecho a cubrirme la cara de nuevo. Por favor, anatomía, no me traiciones ahora, que sé que es difícil pero tampoco puedo ser tan desesperado y humillarme de esa forma. Me obligo a pensar en cualquier otra cosa que no sea su tacto directo contra mi piel, arañas gigantes y asquerosas es una buena opción, hasta que anuncia que ha terminado y puedo descubrirme, dejando el brazo en el aire cuando me indica que me quede quieto.
Me como todo su pelo en la cara, así que escupo un poco hacia arriba para quitármelo y doy algunos manotazos hasta que puedo ver nuestra imagen reflejada en la pantalla — Lo haces sonar demasiado definitivo. ¡Que no es una total despedida! — no sé si se lo digo para reprenderla o para convencerme. La postura en la que quedamos me obliga a pasar mi brazo alrededor de su cuerpo, tanto para poder moverme como para alcanzar el teléfono y tomar otra foto de nosotros, pegando mi mentón a su frente — ¿Puedes decirle a tus nietos que era mucho más apuesto en persona? — con una ligera risa, paso el dedo para ir deslizando algunas fotos y ver qué es lo que ha tomado. De verdad, espero que nunca nadie le robe el teléfono, creo que no sería fácil de explicarle a las autoridades por qué tiene fotografías conmigo.
Supongo que eso es lo que más voy a extrañar. Syv puede verse como una persona tranquila, pero no ha reprochado ninguna de mis tonterías; incluso, muchas salieron de su propia cabeza. Y sí, tal vez yo soy un idiota remendado, pero creo que ella sabe muy bien cuando seguirme el juego y cuando ponerme un freno. Aún la sostengo en mi medio abrazo cuando me acomodo, mi cuerpo se nota perezoso en lo que me pongo de costado para poder estar a la altura de sus ojos y verla de frente — Cuando la guerra termine… — porque algún día lo hará, esté ahí o no para verlo, pero no voy a pensar en esa posibilidad ahora — … deberíamos ir al norte. Al verdadero norte, como tú lo llamas, a ver las luces. Y tomaremos un montón de fotos que podremos subir a todos los perfiles no falsos que queramos. Y quizá… — me encojo de hombros como si fuese una posibilidad muy remota, revoleando los ojos en un intento de quitarle importancia — solo quizá, no haga falta que le hables de mí a nadie porque podré ir a visitar los fines de semana. Ya sabes, seré el tío simpático de tus hijos con las mejores historias de todas. ¡Y no podrán creer que alguna vez no fuiste aburrida! — me mofo, riéndome vagamente en su cara. Que para decir tonterías, estamos resfriados y mandados a hacer.
— ¿Cuál es el gesto de roncar? ¿La boca abierta? — es una duda pequeña, no la tomo en cuenta cuando llega el momento de quedarme quieto para que ella haga su magia o lo que sea que tenga que hacer. Lo único que atino a hacer tras ese pequeño insulto es reírme entre dientes, dejándola hacer a su modo hasta que siento el peso de su cuerpo sobre mí, lo que me arrebata un quejido involuntario y levanto un poco el brazo para mirarla — ¿Estás…? — no termino de hablar, porque sé que mi cabeza se va hacia cualquier otro lado al tenerla sobre mí durante escasos segundos y aprovecho a cubrirme la cara de nuevo. Por favor, anatomía, no me traiciones ahora, que sé que es difícil pero tampoco puedo ser tan desesperado y humillarme de esa forma. Me obligo a pensar en cualquier otra cosa que no sea su tacto directo contra mi piel, arañas gigantes y asquerosas es una buena opción, hasta que anuncia que ha terminado y puedo descubrirme, dejando el brazo en el aire cuando me indica que me quede quieto.
Me como todo su pelo en la cara, así que escupo un poco hacia arriba para quitármelo y doy algunos manotazos hasta que puedo ver nuestra imagen reflejada en la pantalla — Lo haces sonar demasiado definitivo. ¡Que no es una total despedida! — no sé si se lo digo para reprenderla o para convencerme. La postura en la que quedamos me obliga a pasar mi brazo alrededor de su cuerpo, tanto para poder moverme como para alcanzar el teléfono y tomar otra foto de nosotros, pegando mi mentón a su frente — ¿Puedes decirle a tus nietos que era mucho más apuesto en persona? — con una ligera risa, paso el dedo para ir deslizando algunas fotos y ver qué es lo que ha tomado. De verdad, espero que nunca nadie le robe el teléfono, creo que no sería fácil de explicarle a las autoridades por qué tiene fotografías conmigo.
Supongo que eso es lo que más voy a extrañar. Syv puede verse como una persona tranquila, pero no ha reprochado ninguna de mis tonterías; incluso, muchas salieron de su propia cabeza. Y sí, tal vez yo soy un idiota remendado, pero creo que ella sabe muy bien cuando seguirme el juego y cuando ponerme un freno. Aún la sostengo en mi medio abrazo cuando me acomodo, mi cuerpo se nota perezoso en lo que me pongo de costado para poder estar a la altura de sus ojos y verla de frente — Cuando la guerra termine… — porque algún día lo hará, esté ahí o no para verlo, pero no voy a pensar en esa posibilidad ahora — … deberíamos ir al norte. Al verdadero norte, como tú lo llamas, a ver las luces. Y tomaremos un montón de fotos que podremos subir a todos los perfiles no falsos que queramos. Y quizá… — me encojo de hombros como si fuese una posibilidad muy remota, revoleando los ojos en un intento de quitarle importancia — solo quizá, no haga falta que le hables de mí a nadie porque podré ir a visitar los fines de semana. Ya sabes, seré el tío simpático de tus hijos con las mejores historias de todas. ¡Y no podrán creer que alguna vez no fuiste aburrida! — me mofo, riéndome vagamente en su cara. Que para decir tonterías, estamos resfriados y mandados a hacer.
—Lo sé— vuelvo a decirlo, sé que no me olvidará mañana y que me tendrá en cuenta, que cada tantos días se preguntará por mí, si estoy bien, tal vez vaya a visitarme con alguno de mis padres. Después pasaran semanas hasta que vuelva a preguntarse por mí o que yo me pregunte por él, de alguna manera el tiempo va alejando a las personas también en pensamientos, y entonces un día cualquiera volverá a pensar en mí o yo en él, irá a verme o yo lo buscaré. Y será como si nunca hubiéramos dejado de pensar en el otro, porque eso es lo que ocurre con los amigos, siguen siéndolo no importa cuántos distritos haya en medio o que pasen veinte años. —¿Cuándo lloramos juntos en el invernadero?— le pregunto, sonriéndome de una situación que me puso al borde de la desesperación cuando la estábamos viviendo. No fue la última vez que lloramos, no tengo idea de cómo serán otras amistades, pero he llorado mucho con Ken.
No por su culpa, no siempre, y no creo haber experimentado con muchas otras personas la tranquilidad de saber que estará para abrazarme si lo necesito, porque… abrazos creo que es lo más me faltó al crecer, con mi padre a una distancia que le permitiera guardar sus secretos y mi madre que era fría en sus expresiones. Con él me acostumbré al contacto que consuela o que da calidez, que no me molesta que ocupe un lugar en mi cama como si fuera la suya, no me parece invasivo como dice. Sea como perro o como un chico, puedo moverme a su alrededor y apoyarme en él con mis manos en su pecho, y no se siente que esté mal, si se siente raro creo que es por una razón nueva. Trato de no pensar en eso, mi pulgar presiona el botón de la cámara para capturar el instante en que Ken tiene que sacarse mi pelo de la boca y muerdo una sonrisa con mis dientes, mis hombros sacudiéndose por una carcajada. Coloco mi mejilla todavía roja contra la piel de su hombro para que pueda tomar una segunda fotografía y paso mi brazo sobre su pecho para poder abrazarlo así, tampoco lo vivo como una despedida definitiva. —Pero que sea mi última noche en casa sirve como excusa para tener una fotografía, ¿no?— sonrío sin que pueda verlo y hasta cierro por un momento los ojos. —Por supuesto— acepto su petición, no puedo creer que sea tan tonto. —Les diré que eras tan guapo que había una o dos veelas enamoradas de ti.
Me obligo a abrir los párpados cuando siento que se acomoda y me encuentro con sus ojos tan cerca, los conozco bien así que sostengo su mirada. —Cuando la guerra termine…— hago eco de sus palabras, pensando en si ese día será real o una guerra dará lugar a otra, ¿se acaban algún día todas las guerras? El mundo parece necesitarlas para que la vida continúe, la ironía de que la guerra solo trae muertes. Encontramos motivos para despertar a la vida cada día, cuando fuera todo está extinguiéndose, una esperanza puede ser igual de firme como una roca para quien quiera sostenerse y lo hago. —Deberíamos ir, me mudaré al verdadero norte donde están las luces. Podrás ir a visitarme todas las veces que quieras y espero que a mis hijos les diga que fui la chica valiente que te salvó de un dementor, ¿podrías exagerar un poco? Decirles que no tuve nada de miedo, que estabas malherido y que yo tuve que hacerlo todo para ponerte a salvo…— escondo mi sonrisa contra su hombro y me tomo un minuto en que me siento adormilada, porque esto no parece una promesa sino uno de esos sueños con auroras boreales, para quedarme en nuestro medio abrazo. —Creo que tengo fiebre— musito, —siento mi piel muy caliente ¿o eres tú? También tienes la piel muy caliente—, no sé si es impresión o proyección mía, tengo que soltarme para que mi mano palpe su pecho al subir hasta su garganta, donde trato de medir su temperatura con mis dedos. —¿No sientes como que… hace mucho calor? No puedo pensar con claridad, es como si tuviera las neuronas atontadas…— susurro, mi nariz me cosquillea y oculto mi rostro en el hueco de su brazo para reprimir el estornudo, permanezco allí después de que se desvanezca la sensación. —¿En qué estás pensando en este momento?— le pregunto, para que su respuesta llene el vacío mental que tengo y es que tampoco me quiero dormir, creo que puedo sólo quedarme tirada aquí. —¿Sigues pensando en cómo salir con una chica?— tiro de mis labios en una sonrisa. —Ellas se lo pierden, ¿lo sabes, no? Eres un chico muy genial, no deberías andar detrás de ninguna, un día sólo pasará…—, no sé, ¿cuándo acabe la guerra? ¿Cuándo pueda ser un chico como cualquier otro? ¿Y si para ese entonces ya estamos viejos y con nietos? No lo sé. —Esas cosas simplemente pasan, como en las películas, de repente.
No por su culpa, no siempre, y no creo haber experimentado con muchas otras personas la tranquilidad de saber que estará para abrazarme si lo necesito, porque… abrazos creo que es lo más me faltó al crecer, con mi padre a una distancia que le permitiera guardar sus secretos y mi madre que era fría en sus expresiones. Con él me acostumbré al contacto que consuela o que da calidez, que no me molesta que ocupe un lugar en mi cama como si fuera la suya, no me parece invasivo como dice. Sea como perro o como un chico, puedo moverme a su alrededor y apoyarme en él con mis manos en su pecho, y no se siente que esté mal, si se siente raro creo que es por una razón nueva. Trato de no pensar en eso, mi pulgar presiona el botón de la cámara para capturar el instante en que Ken tiene que sacarse mi pelo de la boca y muerdo una sonrisa con mis dientes, mis hombros sacudiéndose por una carcajada. Coloco mi mejilla todavía roja contra la piel de su hombro para que pueda tomar una segunda fotografía y paso mi brazo sobre su pecho para poder abrazarlo así, tampoco lo vivo como una despedida definitiva. —Pero que sea mi última noche en casa sirve como excusa para tener una fotografía, ¿no?— sonrío sin que pueda verlo y hasta cierro por un momento los ojos. —Por supuesto— acepto su petición, no puedo creer que sea tan tonto. —Les diré que eras tan guapo que había una o dos veelas enamoradas de ti.
Me obligo a abrir los párpados cuando siento que se acomoda y me encuentro con sus ojos tan cerca, los conozco bien así que sostengo su mirada. —Cuando la guerra termine…— hago eco de sus palabras, pensando en si ese día será real o una guerra dará lugar a otra, ¿se acaban algún día todas las guerras? El mundo parece necesitarlas para que la vida continúe, la ironía de que la guerra solo trae muertes. Encontramos motivos para despertar a la vida cada día, cuando fuera todo está extinguiéndose, una esperanza puede ser igual de firme como una roca para quien quiera sostenerse y lo hago. —Deberíamos ir, me mudaré al verdadero norte donde están las luces. Podrás ir a visitarme todas las veces que quieras y espero que a mis hijos les diga que fui la chica valiente que te salvó de un dementor, ¿podrías exagerar un poco? Decirles que no tuve nada de miedo, que estabas malherido y que yo tuve que hacerlo todo para ponerte a salvo…— escondo mi sonrisa contra su hombro y me tomo un minuto en que me siento adormilada, porque esto no parece una promesa sino uno de esos sueños con auroras boreales, para quedarme en nuestro medio abrazo. —Creo que tengo fiebre— musito, —siento mi piel muy caliente ¿o eres tú? También tienes la piel muy caliente—, no sé si es impresión o proyección mía, tengo que soltarme para que mi mano palpe su pecho al subir hasta su garganta, donde trato de medir su temperatura con mis dedos. —¿No sientes como que… hace mucho calor? No puedo pensar con claridad, es como si tuviera las neuronas atontadas…— susurro, mi nariz me cosquillea y oculto mi rostro en el hueco de su brazo para reprimir el estornudo, permanezco allí después de que se desvanezca la sensación. —¿En qué estás pensando en este momento?— le pregunto, para que su respuesta llene el vacío mental que tengo y es que tampoco me quiero dormir, creo que puedo sólo quedarme tirada aquí. —¿Sigues pensando en cómo salir con una chica?— tiro de mis labios en una sonrisa. —Ellas se lo pierden, ¿lo sabes, no? Eres un chico muy genial, no deberías andar detrás de ninguna, un día sólo pasará…—, no sé, ¿cuándo acabe la guerra? ¿Cuándo pueda ser un chico como cualquier otro? ¿Y si para ese entonces ya estamos viejos y con nietos? No lo sé. —Esas cosas simplemente pasan, como en las películas, de repente.
— No pensé que fuese necesaria una excusa — si ella lo deseaba y mientras tuviera cuidado en qué manos cae su teléfono, podría tener la cantidad de fotos que quisiera. ¿No hemos hecho muchas tonterías que serían perfectas para ser retratadas? Aunque creo que ninguna de ellas tan desopilante como la idea de un par de veelas muriéndose por mí, lo que me hace reír un poco por encima de su cabeza, sintiendo como mi nariz pica por su pelo además del resfrío que me recuerda que debería volver a buscar los pañuelos — Suena bien. Un poco delirante, pero me agrada — que si voy a estar inventándome futuros ideales con pasados dudosos, los detalles encantadores pueden salir de la nada para pasar los tragos más amargos.
Tenemos un mirar muy diferente, pero me he acostumbrado a ello. Debe ser por eso que sostengo su mirada en lo que ella completa nuestro relato, uno que poco a poco me va haciendo sonreír con un toque de picardía, delatando quizá lo que Echo solía decir que me hacía ver como un duende malicioso a punto de cometer una tontería — Oh, claro. ¿Yo tengo que ser la damisela en apuros? — pretendo ofenderme, pero la expresión de mi cara no acompaña en mis intenciones — Lo diré, solo por lo de las veelas. Pero no lo hagamos tan humillante, nada de llantos o quejas, que planeo que tus hijos me respeten aunque sea un poco — que si los estamos creando en nuestra imaginación, no tienen derecho a burlarse de mí. Pero me centro en el presente cuando no sé si ella se ha acercado o lo he hecho yo de manera involuntaria, pero pronto estamos lo suficientemente cerca como para que su calor se me contagie y puedo sentir lo que ella dice, el pequeño ardor en mi piel y en la suya, ahí donde nos rozamos. Me obligo a contener la respirar por la manera que tiene de tocarme, ni siquiera sé cómo es que no desvío la mirada hasta que sus dedos se presionan en mi cuello, allí donde siento la garganta seca. Esto hace que me relama los labios — Quizá tienes un poco de fiebre. Debe ser eso — o quizá yo la tengo, aunque mi malestar está centrado en mi nariz y en mi cabeza, no en el resto del cuerpo. Allí tengo otras sensaciones, pero las empujo al clavar los ojos en la pared, detrás de nosotros, allí donde no tengo que preocuparme por cómo se acomoda contra mí.
¿En qué estoy pensando en este momento? Es una buena pregunta, porque siento que el cerebro se me ha apagado. Y no puedo decirle que estoy dudando en dónde poner mis manos, así que simplemente acomodo la restante sobre su cintura, allí donde puede caer de manera totalmente casual. Al menos, ella me da de dónde agarrarme y sonrío, aunque sin muchos ánimos y me acomodo de manera que puedo girar el rostro hacia arriba — Tal vez tienes razón — repentinamente, me siento un poco avergonzado — Tal vez todo esto es solo un capricho, porque quiero atrapar posibilidades imposibles antes de que se esfumen por completo. No es como que quiera salir con Maeve por ella, es solo… lo estoy forzando, porque necesito tan urgentemente que suceda antes de quedarme sin tiempo… Lo siento — con una mueca, mis párpados se cierran con fuerza — Te estoy arrastrando conmigo en busca de una adolescencia ideal que no existe. Si me enamoro, solo sucederá. Como en tus películas — que serán estúpidas y cursis y estoy seguro de que la mayoría de las cosas que pasan ahí, jamás se dan en la vida real. Pero no creo que acosar a alguien o buscarlo incansablemente sea sinónimo de algo que yo desee, sino más bien todo lo contrario. Debería ser natural, como las mejores cosas que he tenido.
Tengo que aclararme la garganta porque sí, hay mocos ahí que fastidian, pero como ella está muy cerca no me pongo a carraspear asquerosamente y escondo el rostro en su pelo, en lo que mi mano se desliza por su espalda. No sé si tenemos fiebre, pero sí hace calor. Y tengo la estúpida sensación de que me late el corazón con tanta fuerza que ella podrá escucharlo al estar tan cerca. ¿Dónde dejé la camiseta? Quizá, si me cubro, pueda amortiguar el sonido — ¿Tú en qué piensas? — musito, porque siento que si no hablo, no podré distraerme. Mis dedos se mueven para rozar sus hombros, hasta que rozan su cuello y chequean que, en efecto, es una pequeña estufa. La empujo con algo de cuidado y, a decir verdad, a regañadientes, hasta que puedo hacer que vuelva a estar sobre el colchón. Me acomodo a su lado. alzándome sobre ella al apoyar mi codo en la almohada y así sostener mi cabeza. Ni siquiera lo pienso cuando uso la mano que me queda libre para sostener la suya y juguetear con sus dedos sobre su estómago — Si quieres, podemos ver la película. O sino siempre podemos… hacer otras cosas, como… buscar nuestra carta astral en internet… — ¿Por qué dije eso? Ah, sí, debe ser porque tengo la cabeza en cualquier otra cosa y no precisamente en una pantalla.
Tenemos un mirar muy diferente, pero me he acostumbrado a ello. Debe ser por eso que sostengo su mirada en lo que ella completa nuestro relato, uno que poco a poco me va haciendo sonreír con un toque de picardía, delatando quizá lo que Echo solía decir que me hacía ver como un duende malicioso a punto de cometer una tontería — Oh, claro. ¿Yo tengo que ser la damisela en apuros? — pretendo ofenderme, pero la expresión de mi cara no acompaña en mis intenciones — Lo diré, solo por lo de las veelas. Pero no lo hagamos tan humillante, nada de llantos o quejas, que planeo que tus hijos me respeten aunque sea un poco — que si los estamos creando en nuestra imaginación, no tienen derecho a burlarse de mí. Pero me centro en el presente cuando no sé si ella se ha acercado o lo he hecho yo de manera involuntaria, pero pronto estamos lo suficientemente cerca como para que su calor se me contagie y puedo sentir lo que ella dice, el pequeño ardor en mi piel y en la suya, ahí donde nos rozamos. Me obligo a contener la respirar por la manera que tiene de tocarme, ni siquiera sé cómo es que no desvío la mirada hasta que sus dedos se presionan en mi cuello, allí donde siento la garganta seca. Esto hace que me relama los labios — Quizá tienes un poco de fiebre. Debe ser eso — o quizá yo la tengo, aunque mi malestar está centrado en mi nariz y en mi cabeza, no en el resto del cuerpo. Allí tengo otras sensaciones, pero las empujo al clavar los ojos en la pared, detrás de nosotros, allí donde no tengo que preocuparme por cómo se acomoda contra mí.
¿En qué estoy pensando en este momento? Es una buena pregunta, porque siento que el cerebro se me ha apagado. Y no puedo decirle que estoy dudando en dónde poner mis manos, así que simplemente acomodo la restante sobre su cintura, allí donde puede caer de manera totalmente casual. Al menos, ella me da de dónde agarrarme y sonrío, aunque sin muchos ánimos y me acomodo de manera que puedo girar el rostro hacia arriba — Tal vez tienes razón — repentinamente, me siento un poco avergonzado — Tal vez todo esto es solo un capricho, porque quiero atrapar posibilidades imposibles antes de que se esfumen por completo. No es como que quiera salir con Maeve por ella, es solo… lo estoy forzando, porque necesito tan urgentemente que suceda antes de quedarme sin tiempo… Lo siento — con una mueca, mis párpados se cierran con fuerza — Te estoy arrastrando conmigo en busca de una adolescencia ideal que no existe. Si me enamoro, solo sucederá. Como en tus películas — que serán estúpidas y cursis y estoy seguro de que la mayoría de las cosas que pasan ahí, jamás se dan en la vida real. Pero no creo que acosar a alguien o buscarlo incansablemente sea sinónimo de algo que yo desee, sino más bien todo lo contrario. Debería ser natural, como las mejores cosas que he tenido.
Tengo que aclararme la garganta porque sí, hay mocos ahí que fastidian, pero como ella está muy cerca no me pongo a carraspear asquerosamente y escondo el rostro en su pelo, en lo que mi mano se desliza por su espalda. No sé si tenemos fiebre, pero sí hace calor. Y tengo la estúpida sensación de que me late el corazón con tanta fuerza que ella podrá escucharlo al estar tan cerca. ¿Dónde dejé la camiseta? Quizá, si me cubro, pueda amortiguar el sonido — ¿Tú en qué piensas? — musito, porque siento que si no hablo, no podré distraerme. Mis dedos se mueven para rozar sus hombros, hasta que rozan su cuello y chequean que, en efecto, es una pequeña estufa. La empujo con algo de cuidado y, a decir verdad, a regañadientes, hasta que puedo hacer que vuelva a estar sobre el colchón. Me acomodo a su lado. alzándome sobre ella al apoyar mi codo en la almohada y así sostener mi cabeza. Ni siquiera lo pienso cuando uso la mano que me queda libre para sostener la suya y juguetear con sus dedos sobre su estómago — Si quieres, podemos ver la película. O sino siempre podemos… hacer otras cosas, como… buscar nuestra carta astral en internet… — ¿Por qué dije eso? Ah, sí, debe ser porque tengo la cabeza en cualquier otra cosa y no precisamente en una pantalla.
—¡Claro! ¡Y yo seré la heroína!— contesto, por mucha gracia que me hace imaginar a Kendrick todo vestido de blanco y con una capa al viento pidiendo auxilio para escapar del dementor, entonces aparecí yo como con mi armadura brillante. Y ya saben, vencí a la criatura de un solo intento, con el patronus más poderoso y luminoso de los que se ha visto en años. —Los tiempos están cambiando, las chicas que son protagonistas de las historias salvan al chico y al mundo—, mi voz está cargada de humor por imaginar un relato que luego heredaremos a nuestros hijos y nietos, y casi que puedo imaginar a los dos niños pálidos de pelo blanco que correrán hacia Kendrick cuando vuelva a visitar gritándole «¡tío Ken!», para que le cuenta sus hazañas, de las que tendrá muchas, y de las que yo habré sido parte alguna vez, muy pocas veces, porque los tiempos pueden estar cambiando, pero esta protagonista todo lo que quiere es un lugar remoto bañado en nieve blanca en el que de vez en cuando, estalla el espectáculo de colores que son las boreales.
Debe ser la fiebre, no lo sé, tengo la garganta más clara de hace un rato, también puedo respirar sin los mocos molestando. Pese al calor que me provoca lo que digo que es fiebre, no hago el amago de apartarme de Ken, dejo mis dedos descansando contra los latidos que percibo suavemente en su cuello. Si me acomodo al ritmo que late bajo su piel puedo sentir como me adormezco, o no, no es eso, es una sensación distinta que relaja todo mi cuerpo para que pueda acurrucarme contra el suyo. — Pensé que lo que querías era salir con una chica o perder tu virginidad, no sabía que lo que querías era enamorarte. Si era eso, lo de la cuenta falsa en Wizzardface nunca iba a funcionar…— digo, tan convencida como siempre me muestro cuando se trata de estas cuestiones. —Mucho menos tus fotos sin camiseta— contengo una carcajada al bajar mi mano hasta el centro de su pecho donde siento con más fuerza como sus latidos corren a prisa y es mi corazón el que da un vuelco, creo que el estúpido acaba de pisar mal en el borde de alguna acera imaginaria y se ha dado de cara al suelo. Sus carraspeos que me recuerdan lo resfriado que está ayuda a que mi corazón vuelva a pararse lo mejor que puede, limpiándose el polvo en su dignidad.
—Estaba pensando en que mi corazón puede ser muy torpe— se lo digo así sin más, reconozco que las imágenes tan ilustrativas deben ser culpa de este cerebro mío que a este punto está cayendo en desvaríos, mis pensamientos están naufragando y cuesta traerlos a un punto en concreto. Porque si tengo que pensar en cosas concretas, en el aquí y ahora, me niego a enfocar mi mirada en sus ojos al apartarse, si lo hago es porque su voz tira de mí. Tengo que pestañear dos veces para no retirarme, mis respiraciones van haciéndose más lentas y llego a contener el aliento, trato de ignorar el cosquilleo nervioso en mi estómago por su roce. — No sé— contesto con mi voz pastosa, con los labios tan secos que tengo que relamerlos y fuerzo mi garganta al preguntar, con un tono que me traiciona por tratar de sonar confiando y en cambio se escucha débil: —¿Qué quieres hacer tú?—. Ahora mismo, no es que pueda pensar demasiado donde tenemos ubicados los astros si tengo a toda una constelación suspendida sobre mí y me estoy quedando sin aire para respirar mientras espero a que responda.
Debe ser la fiebre, no lo sé, tengo la garganta más clara de hace un rato, también puedo respirar sin los mocos molestando. Pese al calor que me provoca lo que digo que es fiebre, no hago el amago de apartarme de Ken, dejo mis dedos descansando contra los latidos que percibo suavemente en su cuello. Si me acomodo al ritmo que late bajo su piel puedo sentir como me adormezco, o no, no es eso, es una sensación distinta que relaja todo mi cuerpo para que pueda acurrucarme contra el suyo. — Pensé que lo que querías era salir con una chica o perder tu virginidad, no sabía que lo que querías era enamorarte. Si era eso, lo de la cuenta falsa en Wizzardface nunca iba a funcionar…— digo, tan convencida como siempre me muestro cuando se trata de estas cuestiones. —Mucho menos tus fotos sin camiseta— contengo una carcajada al bajar mi mano hasta el centro de su pecho donde siento con más fuerza como sus latidos corren a prisa y es mi corazón el que da un vuelco, creo que el estúpido acaba de pisar mal en el borde de alguna acera imaginaria y se ha dado de cara al suelo. Sus carraspeos que me recuerdan lo resfriado que está ayuda a que mi corazón vuelva a pararse lo mejor que puede, limpiándose el polvo en su dignidad.
—Estaba pensando en que mi corazón puede ser muy torpe— se lo digo así sin más, reconozco que las imágenes tan ilustrativas deben ser culpa de este cerebro mío que a este punto está cayendo en desvaríos, mis pensamientos están naufragando y cuesta traerlos a un punto en concreto. Porque si tengo que pensar en cosas concretas, en el aquí y ahora, me niego a enfocar mi mirada en sus ojos al apartarse, si lo hago es porque su voz tira de mí. Tengo que pestañear dos veces para no retirarme, mis respiraciones van haciéndose más lentas y llego a contener el aliento, trato de ignorar el cosquilleo nervioso en mi estómago por su roce. — No sé— contesto con mi voz pastosa, con los labios tan secos que tengo que relamerlos y fuerzo mi garganta al preguntar, con un tono que me traiciona por tratar de sonar confiando y en cambio se escucha débil: —¿Qué quieres hacer tú?—. Ahora mismo, no es que pueda pensar demasiado donde tenemos ubicados los astros si tengo a toda una constelación suspendida sobre mí y me estoy quedando sin aire para respirar mientras espero a que responda.
— Bueno, salir con alguien y perder la virginidad es algo que se sobreentiende. Creo que me preocupan más las etapas, lo que eso significa. Solo olvídalo — porque sospecho que no lo entiendo ni yo mismo, cuando todo esto es de lo más estúpido que hemos hecho en mucho tiempo. Sí, fotografías sin camiseta incluidas, porque al final del día, nada habría tenido sentido. Juntarme con Maeve sería un riesgo, la vería sólo una vez y sí… tal vez, habría valido la pena, pero eso no elimina lo que es la realidad. Maeve es alguien que va a la escuela, que tiene su grupo de amigos y, aunque me acostara con ella, aunque tuviese los cinco segundos de creerme que podría jugar con eso… todo terminaría aquí. En más dudas, en gente que me olvidará mañana, en secretos dentro del dormitorio de mi mejor amiga, quien sí me puede tocar y ser tangible por cinco minutos sin temor a que dentro de unas horas ya no esté. Al final, solo estábamos jugando. Esa cuenta se cerraría y todo lo que habría pasado por su culpa, ya no tendría ningún valor.
Se me ocurren muchas cosas que pueden ser torpes, pero no un corazón. Debe ser por eso que no entiendo esa respuesta y la miro con la duda pintada en los ojos, con una pequeña sonrisa curvando una de mis comisuras — ¿Y cómo sería eso? — porque yo sé que el mío galopa con fuerza, pero no sé si puedo hablar de torpeza. Creo que, muy a mi pesar, puedo hablar de muchas otras cosas ahora mismo. Pero me siento tan tonto, que me descubro en el aire cuando me deja la elección a mí, tratando de recordar cómo se supone que reconoces las señales en alguien más. Tengo que preguntarme a mí mismo: ¿Qué quiero hacer yo? Y, aunque me quedo quieto, la respuesta sale por sí sola como una pompa de jabón caprichosa. Se siente como cuando llegas al final de un camino y solo tienes dos salidas, sé que una incluye en apartarme y volver a centrarme en la televisión. La otra es la que hace que apriete un poco más fuerte sus dedos — Yo quiero hacer… lo que tú quieras hacer — no me doy cuenta de que estoy susurrando hasta que termino de hablar. Debe ser porque abrir la boca ahora se siente un poco incorrecto y el cosquilleo de mi nuca se extiende hasta mi oído, gritándome un montón de instrucciones que ahora mismo me esfuerzo en ignorar. ¡Y siempre fui tan malo siguiendo órdenes!
La mano que sostiene mi rostro cae junto a su cabeza, siento mis yemas rozar su cabello en lo que me estiro para poder acercarme, dejando que mi rostro descienda sobre el suyo hasta que nuestras narices se rozan y puedo respirar de su aliento, lo que me hace contener un poco de aire y largar un suspiro. Mis tripas parecen estar bailando la conga, el cosquilleo hace que me duela la panza y hasta puedo olvidarme del resfrío por ese nuevo malestar, aunque sea un poquito más agradable — No quiero arruinar esto. Y ni siquiera hay música de fondo — la confesión del miedo viene de la mano de una broma que busca aplacarlo, en un murmullo que se pierde en la vaga risa muda que rompe mi boca. No, no somos nada parecidos a los protagonistas de sus películas y, aún así, robo su espacio para que mis labios apenas acaricien los suyos. No se unen, hay un acuerdo implícito en ellos de que pido permiso, de que somos libres de separarnos y fingir que nada de esto ha pasado. Pero la curiosidad, tonta como siempre, quiere saber si su piel quema tanto como la mía — Si te vas mañana, podemos… no sé, tener cinco minutos. Y después, tú tendrás tu espacio, yo tendré el mío y nos veremos solo cuando sea necesario. Eres mi mejor amiga… — se lo recuerdo, porque eso no va a cambiar, ni siquiera cuando dejemos de vivir bajo el mismo techo, que fue lo que nos unió en primer lugar — ... pero lo único que puedo pensar ahora es que ni siquiera necesito una cuenta en ninguna red social para esto. Me agradas más que Maeve — ni siquiera sé si es bueno hacer esa comparación, así que mi sonrisa es minúscula, como un pequeño “oops”. Pero creo que es bastante claro, porque aquí no necesito de una gorra que me cubra la cara, ni esconder mis miedos o mi historia. Y eso al final es lo que importa, lo que me obliga a soltar sus dedos para dejar que los míos se deslicen por el contorno de su mandíbula, en reclamo de su boca con la mía. Ya me arrepentiré, como dije, en cinco minutos.
Se me ocurren muchas cosas que pueden ser torpes, pero no un corazón. Debe ser por eso que no entiendo esa respuesta y la miro con la duda pintada en los ojos, con una pequeña sonrisa curvando una de mis comisuras — ¿Y cómo sería eso? — porque yo sé que el mío galopa con fuerza, pero no sé si puedo hablar de torpeza. Creo que, muy a mi pesar, puedo hablar de muchas otras cosas ahora mismo. Pero me siento tan tonto, que me descubro en el aire cuando me deja la elección a mí, tratando de recordar cómo se supone que reconoces las señales en alguien más. Tengo que preguntarme a mí mismo: ¿Qué quiero hacer yo? Y, aunque me quedo quieto, la respuesta sale por sí sola como una pompa de jabón caprichosa. Se siente como cuando llegas al final de un camino y solo tienes dos salidas, sé que una incluye en apartarme y volver a centrarme en la televisión. La otra es la que hace que apriete un poco más fuerte sus dedos — Yo quiero hacer… lo que tú quieras hacer — no me doy cuenta de que estoy susurrando hasta que termino de hablar. Debe ser porque abrir la boca ahora se siente un poco incorrecto y el cosquilleo de mi nuca se extiende hasta mi oído, gritándome un montón de instrucciones que ahora mismo me esfuerzo en ignorar. ¡Y siempre fui tan malo siguiendo órdenes!
La mano que sostiene mi rostro cae junto a su cabeza, siento mis yemas rozar su cabello en lo que me estiro para poder acercarme, dejando que mi rostro descienda sobre el suyo hasta que nuestras narices se rozan y puedo respirar de su aliento, lo que me hace contener un poco de aire y largar un suspiro. Mis tripas parecen estar bailando la conga, el cosquilleo hace que me duela la panza y hasta puedo olvidarme del resfrío por ese nuevo malestar, aunque sea un poquito más agradable — No quiero arruinar esto. Y ni siquiera hay música de fondo — la confesión del miedo viene de la mano de una broma que busca aplacarlo, en un murmullo que se pierde en la vaga risa muda que rompe mi boca. No, no somos nada parecidos a los protagonistas de sus películas y, aún así, robo su espacio para que mis labios apenas acaricien los suyos. No se unen, hay un acuerdo implícito en ellos de que pido permiso, de que somos libres de separarnos y fingir que nada de esto ha pasado. Pero la curiosidad, tonta como siempre, quiere saber si su piel quema tanto como la mía — Si te vas mañana, podemos… no sé, tener cinco minutos. Y después, tú tendrás tu espacio, yo tendré el mío y nos veremos solo cuando sea necesario. Eres mi mejor amiga… — se lo recuerdo, porque eso no va a cambiar, ni siquiera cuando dejemos de vivir bajo el mismo techo, que fue lo que nos unió en primer lugar — ... pero lo único que puedo pensar ahora es que ni siquiera necesito una cuenta en ninguna red social para esto. Me agradas más que Maeve — ni siquiera sé si es bueno hacer esa comparación, así que mi sonrisa es minúscula, como un pequeño “oops”. Pero creo que es bastante claro, porque aquí no necesito de una gorra que me cubra la cara, ni esconder mis miedos o mi historia. Y eso al final es lo que importa, lo que me obliga a soltar sus dedos para dejar que los míos se deslicen por el contorno de su mandíbula, en reclamo de su boca con la mía. Ya me arrepentiré, como dije, en cinco minutos.
Se sobreentiende a su parecer y yo no sé qué entender, tengo la ligera sospecha de que no sabe qué es lo que quiere, lo tenía un poco más claro hace un rato cuando todo era una idea delirante sobre crear perfiles falsos con fotos de perro o imitando las de Oliver Helmuth, y también debe ser que la temperatura aumentando a causa de la fiebre lo está haciendo entrar en un estado confuso en que no podemos hilar dos pensamientos coherentes para saber qué esperamos conseguir, de aquí a un tiempo con respecto a cómo sentirnos, cuando el «aquí» nos ancla a un momento en que no podría pensar con claridad aunque quisiera, porque tengo que explicar qué quiere decir el que tenga un corazón torpe y muevo mis labios para tratar de hacerlo, si dejo que mi cerebro conteste no tengo idea de que pueda empezar a delinear en el aire, así que contesto con la respuesta más franca y concreta que tengo. —Que no tiene idea de qué está pasando—, y ni siquiera estoy segura de que sea la respuesta correcta. Y puesto que no estoy segura de casi nada, dejar que sea él quien decida me parece bien y me quedo en silencio cuando la pregunta vuelve a mí. Creo que sólo nos quedaremos así hasta que nos quedemos dormidos, concluyo más para mí que para él, como si fuera posible quedarnos suspendidos en el momento y claro que no se puede, lo veo cada vez un poco más cerca, ocupando toda mi mirada, no puedo cerrar los ojos.
Se me hunde el estómago al creer que lo que dice, después de ese suspiro, es su manera de hacerme saber que va a apartarse. Tomo como que el «esto» que no quiere arruinar es lo que somos, ¿no es la línea que siempre escucho en las películas como excusa entre amigos para no sobrepasar ciertos límites que el resto de los días los tengo bien claros con Ken? —No necesitamos música—, mi voz es tan débil que no me escucho, yo no seré quien se mueva para elegir una banda sonora acorde en el teléfono y creo que la cuestión esa esa, de que ninguno quiere moverse. Todo lo contrario, mis dedos suben por el corte de su mandíbula cuando se acerca para poder presionar mi boca en la suya en un toque tan superficial que es tentativo, que prueba si esto está bien o si actuará finalmente como el choque que necesitamos para alejarnos, cada uno extremos de la habitación.
No busco comparativos con ninguna película, porque si tengo que contestarle tiene que ser desde mí misma y no lo que he visto que les ocurre a otras personas, ni basarme en criterios de lo que está bien o lo está mal, como si también hubiera normas a las que ajustarse en esto, porque si se siente que está bien… —No va a cambiar que seas mi mejor amigo— se lo aseguro en un susurro, —es eso… eres mi amigo—, creo que por eso se siente diferente a las fotografías que veo en Wizzardface de chicos como Oliver, es un calor más real que puedo percibir contra mi piel y me muevo un poco para que mi pecho se pegue a su torso cuando baja por mi boca, abro mis labios así puedo explorarlo como no lo hice en el callejón del boliche, probándolo hasta quedarme sin aire, mientras mis dedos se van perdiendo en su pelo y una de mis manos cae por su espalda. No creo que el resfrío empeore por intercambiar un par de gérmenes más, el problema es la fiebre, porque no creo que estemos contribuyendo a bajarla, todo lo contrario, se está extendiendo y el calor me está abrasando la piel, el sonrojo visible por encima del cuello de mi camiseta. Doy por hecho de que es él quien está llevando la cuenta de los cinco minutos.
Se me hunde el estómago al creer que lo que dice, después de ese suspiro, es su manera de hacerme saber que va a apartarse. Tomo como que el «esto» que no quiere arruinar es lo que somos, ¿no es la línea que siempre escucho en las películas como excusa entre amigos para no sobrepasar ciertos límites que el resto de los días los tengo bien claros con Ken? —No necesitamos música—, mi voz es tan débil que no me escucho, yo no seré quien se mueva para elegir una banda sonora acorde en el teléfono y creo que la cuestión esa esa, de que ninguno quiere moverse. Todo lo contrario, mis dedos suben por el corte de su mandíbula cuando se acerca para poder presionar mi boca en la suya en un toque tan superficial que es tentativo, que prueba si esto está bien o si actuará finalmente como el choque que necesitamos para alejarnos, cada uno extremos de la habitación.
No busco comparativos con ninguna película, porque si tengo que contestarle tiene que ser desde mí misma y no lo que he visto que les ocurre a otras personas, ni basarme en criterios de lo que está bien o lo está mal, como si también hubiera normas a las que ajustarse en esto, porque si se siente que está bien… —No va a cambiar que seas mi mejor amigo— se lo aseguro en un susurro, —es eso… eres mi amigo—, creo que por eso se siente diferente a las fotografías que veo en Wizzardface de chicos como Oliver, es un calor más real que puedo percibir contra mi piel y me muevo un poco para que mi pecho se pegue a su torso cuando baja por mi boca, abro mis labios así puedo explorarlo como no lo hice en el callejón del boliche, probándolo hasta quedarme sin aire, mientras mis dedos se van perdiendo en su pelo y una de mis manos cae por su espalda. No creo que el resfrío empeore por intercambiar un par de gérmenes más, el problema es la fiebre, porque no creo que estemos contribuyendo a bajarla, todo lo contrario, se está extendiendo y el calor me está abrasando la piel, el sonrojo visible por encima del cuello de mi camiseta. Doy por hecho de que es él quien está llevando la cuenta de los cinco minutos.
Mi corazón no tiene idea de lo que está pasando y no, no necesitamos música, eso queda más que claro. Porque lo único que necesito escuchar es la manera en la cual empiezo a respirar acorde al modo en el cual nuestras bocas se encuentran y, más allá de la amistad que asegura que esto no va a matarnos, me encuentro con la cálida sensación de que ella parece haber deseado lo mismo que yo. Sus labios me reciben, sus caricias me hacen temblar allí donde se patinan y estoy seguro de que esto no tiene nada que ver con lo que ya he experimentado, porque se siente completamente diferente y nuevo. No hay sabor a alcohol ni la timidez de las dudas, no quiero detenerme a preguntarle si estoy haciendo lo correcto o siquiera chequear que ya se ha aburrido de mí. He sentido calor en otro momento, pero hay uno nuevo, más cómodo, como si la emoción de que esto suceda pudiese mezclarse con lo desconocido de un cuerpo que me parece demasiado lejano, a pesar de que la distancia es mínima.
Por eso mismo me olvido de esos cinco minutos, ahora el tiempo es lo que menos me importa si lo robamos para nosotros. Los dedos que sujetan su mandíbula se entrelazan en su cabello, desde donde me enrosco con ambas manos en un beso que se vuelve cada vez más ansioso, como si mi boca temiese el dejar de consumir aire en lugar de asfixiarme. Ni siquiera estoy pensando cuando me trepo sobre ella, tomo la manera que tiene de pegarse a mí para que mi pecho presione el suyo y dejo que las manos caigan, acariciando el contorno de su cuerpo con la lentitud de la primera vez, a ver si me pierdo de algo. Creo que jadeo en su boca cuando el calor es demasiado y estoy seguro de que debo estar escarlata cuando detengo el beso, respirando entrecortadamente contra ella — ¿Sigues pensando que es demasiado ilegal? — la broma flota casi sin forma, porque me cuesta encontrar la voz y es apenas un hilo, el sonido está consumido por mi falta de aire. Me río mudamente y choco nuevamente nuestros labios, como si fuese demasiada la gravedad como para considerar abandonarlos por mucho tiempo.
Mis manos son tímidas cuando acarician el contorno de su camiseta, solo jugueteando con la calidez de la piel que se siente en ese recorte que la separa de sus pantalones. Me quedo con eso, sabiendo que mi boca aumenta y reduce el ritmo de nuestro beso, hasta que son pequeños toques consecutivos los que terminan haciendo uso de nuestros labios — Podemos detenernos si tú quieres — mi susurro no nos interrumpe. Soy plenamente consciente de que sigo besándola y que mi cuerpo se acomoda al suyo para no aplastarla, a pesar de seguir buscando su contacto — Podemos volver a lo de todos los días. Es solo… — ¿Qué? Ahora sí, me detengo para relamerme los labios, buscando su mirada en la cercanía que forma una burbuja de intimidad a nuestro alrededor. Si hay alguien más en casa, lo ignoro — ¿Así imaginabas tu primer besuqueo en tu cama? Porque no quiero arruinar tus expectativas. No esta vez — aunque le sonrío, el temblor de mis labios deja en evidencia que ella tiene la última palabra.
Por eso mismo me olvido de esos cinco minutos, ahora el tiempo es lo que menos me importa si lo robamos para nosotros. Los dedos que sujetan su mandíbula se entrelazan en su cabello, desde donde me enrosco con ambas manos en un beso que se vuelve cada vez más ansioso, como si mi boca temiese el dejar de consumir aire en lugar de asfixiarme. Ni siquiera estoy pensando cuando me trepo sobre ella, tomo la manera que tiene de pegarse a mí para que mi pecho presione el suyo y dejo que las manos caigan, acariciando el contorno de su cuerpo con la lentitud de la primera vez, a ver si me pierdo de algo. Creo que jadeo en su boca cuando el calor es demasiado y estoy seguro de que debo estar escarlata cuando detengo el beso, respirando entrecortadamente contra ella — ¿Sigues pensando que es demasiado ilegal? — la broma flota casi sin forma, porque me cuesta encontrar la voz y es apenas un hilo, el sonido está consumido por mi falta de aire. Me río mudamente y choco nuevamente nuestros labios, como si fuese demasiada la gravedad como para considerar abandonarlos por mucho tiempo.
Mis manos son tímidas cuando acarician el contorno de su camiseta, solo jugueteando con la calidez de la piel que se siente en ese recorte que la separa de sus pantalones. Me quedo con eso, sabiendo que mi boca aumenta y reduce el ritmo de nuestro beso, hasta que son pequeños toques consecutivos los que terminan haciendo uso de nuestros labios — Podemos detenernos si tú quieres — mi susurro no nos interrumpe. Soy plenamente consciente de que sigo besándola y que mi cuerpo se acomoda al suyo para no aplastarla, a pesar de seguir buscando su contacto — Podemos volver a lo de todos los días. Es solo… — ¿Qué? Ahora sí, me detengo para relamerme los labios, buscando su mirada en la cercanía que forma una burbuja de intimidad a nuestro alrededor. Si hay alguien más en casa, lo ignoro — ¿Así imaginabas tu primer besuqueo en tu cama? Porque no quiero arruinar tus expectativas. No esta vez — aunque le sonrío, el temblor de mis labios deja en evidencia que ella tiene la última palabra.
Había pensado que la bola de nervios en mi estómago haría imposible que pudiera conseguir más que unos primeros besos torpes si salía con un chico, que me vendría el rechazo inmediato por ir demasiado a prisa y sentir que se estuviera invadiendo mi espacio personal, y creo que la diferencia de hacerlo con Ken es que confío en él y me conoce lo suficientemente bien como para que encontremos un ritmo que sea propio, en el que nuestras respiraciones van marcando una candencia lenta entre suspiros que interrumpen los besos, por los cuales no debo preocuparme si lo estoy haciendo bien o impresionarlo de alguna manera, porque en los intentos de hacer que nuestras bocas encajen pruebo cómo sabe y que tan suave puede ser, así como que tanto se puede llegar al fondo de un beso en el que el mismo calor que se funde allí, va bajando por mi cuerpo. Puedo tocarlo porque ya lo hice otras veces, sé lo que siente que me sostenga porque ya me abrazó otras veces, aunque todo en esta situación se sienta distinto, donde sea que coloque sus manos deja una marca que sigo sintiendo luego, un montón de cosquilleos concentrados en un punto como lo provocaría una quemazón.
Y no encuentro un contacto con nada fresco que lo alivie, es chocarme con un cuerpo afiebrado como el mío y busco que se repita el roce, mis palmas van trazando un camino ansioso por su espalda al tenerlo encima. Sus caricias más lentas me erizan toda la piel, también por debajo de la camiseta que llevo puesta, surge una expectativa a lo que vendrá que me deja pendiendo de su jadeo. —No estoy pensando— contesto, —…y sólo nos estamos besando— murmuro, tan falta de aire como si viniera de correr una carrera, que no se detiene porque vuelvo a agarrarme de sus labios, en besos más pausados, a los que sigo buscando el modo de responder para hacerlo bien y voy soltándolo de a poco, mis manos deslizándose por su cintura al disminuir la intensidad de los besos para hacerlos entrecortados. —¿Ya pasaron los cinco minutos?— es lo que atino a preguntar cuándo dice que podemos detenernos, decirlo de palabra, porque mi boca sigue acariciando la suya, y no sé qué sería eso de todos los días, porque no es como si siguiéramos teniéndolos para nosotros y poder hacer las cosas cotidianas de siempre, cuando claramente esto se sale de lo ordinario. —Podríamos parar, pero…— no sé cómo continuar, y creo que ese pero se explica por sí mismo al no retirar mis manos.
No logro sacar mi voz de mi garganta para responderle porque creo que mi mente no puede formular una oración, todo lo que pueda decirle es a partir de este momento presente, no consigo evocar si alguna vez me plantee cómo sería meter a un chico a mi habitación para besarme con él a escondidas de mis padres y aunque improvise escenarios tengo que forzar a mi mente, todas esas situaciones me parecen vacías por la razón de que él es mi amigo, puedo acompasar mis movimientos a los suyos con la tranquilidad de que pararemos si hay que hacerlo y de que un error no arruinará nada. —No había imaginado que pudiera ser así—, una mezcla de ansiedad y calidez de estar en un sitio conocido, poder sentirme confiada de cerrar los ojos para dejarme llevar. —¿Lo estoy haciendo bien?— es mi momento de las preguntas de inseguridad, —¿hay algo que no te gustó? ¿algo que no esté haciendo?— murmuro, que me apena tener que hacerlo, pero es más fuerte que yo para saber en qué tengo que mejorar, que me diga si algo faltó. —Espera…— le pido para que se aparte un poco, dudando de si sujetar el ruedo de mi camiseta y tirar hacia arriba para sacármela por la cabeza, que al final lo hago porque el calor me está sofocando. Coloco mi mano en su mejilla para acercarlo y vuelvo a presionar con timidez sus labios. — ¿Quieres… quedarte y besarnos hasta que nos de sueño?— pregunto, con mis ojos sobre los suyos para aguardar su respuesta. —Solo si quieres.
Y no encuentro un contacto con nada fresco que lo alivie, es chocarme con un cuerpo afiebrado como el mío y busco que se repita el roce, mis palmas van trazando un camino ansioso por su espalda al tenerlo encima. Sus caricias más lentas me erizan toda la piel, también por debajo de la camiseta que llevo puesta, surge una expectativa a lo que vendrá que me deja pendiendo de su jadeo. —No estoy pensando— contesto, —…y sólo nos estamos besando— murmuro, tan falta de aire como si viniera de correr una carrera, que no se detiene porque vuelvo a agarrarme de sus labios, en besos más pausados, a los que sigo buscando el modo de responder para hacerlo bien y voy soltándolo de a poco, mis manos deslizándose por su cintura al disminuir la intensidad de los besos para hacerlos entrecortados. —¿Ya pasaron los cinco minutos?— es lo que atino a preguntar cuándo dice que podemos detenernos, decirlo de palabra, porque mi boca sigue acariciando la suya, y no sé qué sería eso de todos los días, porque no es como si siguiéramos teniéndolos para nosotros y poder hacer las cosas cotidianas de siempre, cuando claramente esto se sale de lo ordinario. —Podríamos parar, pero…— no sé cómo continuar, y creo que ese pero se explica por sí mismo al no retirar mis manos.
No logro sacar mi voz de mi garganta para responderle porque creo que mi mente no puede formular una oración, todo lo que pueda decirle es a partir de este momento presente, no consigo evocar si alguna vez me plantee cómo sería meter a un chico a mi habitación para besarme con él a escondidas de mis padres y aunque improvise escenarios tengo que forzar a mi mente, todas esas situaciones me parecen vacías por la razón de que él es mi amigo, puedo acompasar mis movimientos a los suyos con la tranquilidad de que pararemos si hay que hacerlo y de que un error no arruinará nada. —No había imaginado que pudiera ser así—, una mezcla de ansiedad y calidez de estar en un sitio conocido, poder sentirme confiada de cerrar los ojos para dejarme llevar. —¿Lo estoy haciendo bien?— es mi momento de las preguntas de inseguridad, —¿hay algo que no te gustó? ¿algo que no esté haciendo?— murmuro, que me apena tener que hacerlo, pero es más fuerte que yo para saber en qué tengo que mejorar, que me diga si algo faltó. —Espera…— le pido para que se aparte un poco, dudando de si sujetar el ruedo de mi camiseta y tirar hacia arriba para sacármela por la cabeza, que al final lo hago porque el calor me está sofocando. Coloco mi mano en su mejilla para acercarlo y vuelvo a presionar con timidez sus labios. — ¿Quieres… quedarte y besarnos hasta que nos de sueño?— pregunto, con mis ojos sobre los suyos para aguardar su respuesta. —Solo si quieres.
Solo nos estamos besando, pero tampoco puedo pensar. Siento que si me pongo a hilar pensamientos, no seré capaz de seguir adelante en algo que no pide de mi lógica, sino de puro instinto. Me dejo llevar por cómo me besa, por qué es lo que me provoca cada vez que pone sus manos sobre mi piel, como si esa fuera la única guía que vale la pena entre sus sábanas, donde puedo olvidar cómo es que llegamos hasta acá para enfrascarnos en esto, en lo que nos permitimos ser. ¿Pasaron los cinco minutos? Me encojo de hombros en un gesto que deja bien en claro que no me importa, porque nadie está ahí afuera con un cronómetro y, si así lo deseamos, la noche es nuestra. Su “pero” queda en el aire, soy yo quien lo responde con un murmullo cómplice — No quiero — algo me dice que debería ser en plural.
Solo atino a ensanchar un poco la sonrisa en respuesta a lo que me contesta, se transforma en una risa confundida con su pregunta, esa que interrumpe mi impulso de volver a besarla — “Solo nos estamos besando” — repito sus palabras con intención, busco utilizar un tono de voz que la tranquilice y evapore las dudas que, para variar, yo también tengo. No soy un experto, ella es mayor y, para variar, tampoco tiene experiencia. ¿Qué se supone que haga, cuando los dos estamos a ciegas? — Syv, no hay nada que estés haciendo mal, como tampoco hay nada que debas hacer si no quieres. Solo… haz lo que desees hacer y ya — porque de eso se trata, ¿no? De tener un momento para nosotros, de jugar a la picardía de unos cuantos besos, de descubrir lo que es uno de los placeres que más halaga todo el mundo. Me gusta su calor, me gusta cómo se siente su cuerpo contra el mío… ¿De qué podría quejarme?
Lo que me toma un poco con sorpresa es el espacio que me pide y me tengo que apoyar un poco en el colchón con las manos para que ella sea capaz de quitarse la camiseta. Juro que lo intento, pero soy incapaz de no mirarla, paseando los ojos por su torso con el corazón subiendo como una tromba por mi garganta. Bien, debo tranquilizarme, eso no significa nada, quizá solo quiere que estemos en igualdad de condiciones y ya. Mis dedos se ponen nervioso y golpetean las sábanas, suerte para mí ella habla y hace que despegue la vista de su sostén para mirarla — ¿Eh? — es lo primero que me sale, hasta que puedo conectar ideas y volver a lo que me ha dicho — Ah, sí. Sí. Eso — creo que denoto mis nervios cuando mi boca busca la suya una vez más con un beso impaciente, volviendo a hundirnos contra la almohada en lo que me acomodo para ver qué tan bien se siente que mi panza roce la suya. Es tan jodidamente suave y tibia que creo que podría hacer esto por horas.
Es la cercanía de su piel la que me lleva a explorarla, aunque mi necesidad lo hace con los labios. Un beso tímido se coloca en su cuello en primer lugar, aunque poco a poco la ruta es marcada de manera que siento que la acaricio con mi boca, descubriendo si tiene lunares a lo largo de su torso. A decir verdad, paso entre sus pechos con la incomodidad de la inocencia y creo que llego a su vientre demasiado rápido, por lo que alzo la cabeza en su dirección, sabiéndome despeinado a juzgar por cómo tengo que mirarla entre mi flequillo — Si tienes alguna queja… si hay algo que no te gusta… — creo que es obvio que es libre de decírmelo, que somos dos ciegos, no uno. Mis besos con Lea siempre eran un descontrol, algo que buscábamos cuando teníamos puro aburrimiento y ella me enseñaba para pasar un buen rato. Ahora siento que es una compañía, que estamos experimentando a la par. Me atrevo a separar un poco sus piernas para poder acomodarme mejor, sentir que puedo abrazarme a ella así podemos besarnos sin ninguna distancia. Vuelvo a su boca con una vaga sonrisa, me permito el saborearla una y otra vez en lo que me doy cuenta de que me voy acostumbrando a ella, hasta que una de mis manos se cierra alrededor de uno de sus pechos. Bien, creo que fue un apretón un poco ridículo, así que despego nuestras bocas con una risa — Lo siento — aparto la mano de inmediato, apoyándola junto a su cabeza en la almohada — Puedo acostarme a tu lado y darnos besos más tranquilos hasta dormir, si quieres. Es solo… es demasiado… — mi suspiro suelta un “pufff” para expresarme, porque creo que puede entender que tengo la piel hirviendo — Aunque también podemos… ya sabes… ¡No estoy diciendo que tengamos sexo! — por favor, que me trague la cama. ¿Por qué siempre arruino el momento! — Pero podemos… hay otras cosas. Ya tú sabes... — no sé si me río porque me siento incómodo, porque no puedo creer que acabo de sugerir esto sin irme a lo explícito o porque me divierte en sí, pero me excuso besándole la mejilla y luego el cuello para que no vea que me he puesto de color carmesí.
Solo atino a ensanchar un poco la sonrisa en respuesta a lo que me contesta, se transforma en una risa confundida con su pregunta, esa que interrumpe mi impulso de volver a besarla — “Solo nos estamos besando” — repito sus palabras con intención, busco utilizar un tono de voz que la tranquilice y evapore las dudas que, para variar, yo también tengo. No soy un experto, ella es mayor y, para variar, tampoco tiene experiencia. ¿Qué se supone que haga, cuando los dos estamos a ciegas? — Syv, no hay nada que estés haciendo mal, como tampoco hay nada que debas hacer si no quieres. Solo… haz lo que desees hacer y ya — porque de eso se trata, ¿no? De tener un momento para nosotros, de jugar a la picardía de unos cuantos besos, de descubrir lo que es uno de los placeres que más halaga todo el mundo. Me gusta su calor, me gusta cómo se siente su cuerpo contra el mío… ¿De qué podría quejarme?
Lo que me toma un poco con sorpresa es el espacio que me pide y me tengo que apoyar un poco en el colchón con las manos para que ella sea capaz de quitarse la camiseta. Juro que lo intento, pero soy incapaz de no mirarla, paseando los ojos por su torso con el corazón subiendo como una tromba por mi garganta. Bien, debo tranquilizarme, eso no significa nada, quizá solo quiere que estemos en igualdad de condiciones y ya. Mis dedos se ponen nervioso y golpetean las sábanas, suerte para mí ella habla y hace que despegue la vista de su sostén para mirarla — ¿Eh? — es lo primero que me sale, hasta que puedo conectar ideas y volver a lo que me ha dicho — Ah, sí. Sí. Eso — creo que denoto mis nervios cuando mi boca busca la suya una vez más con un beso impaciente, volviendo a hundirnos contra la almohada en lo que me acomodo para ver qué tan bien se siente que mi panza roce la suya. Es tan jodidamente suave y tibia que creo que podría hacer esto por horas.
Es la cercanía de su piel la que me lleva a explorarla, aunque mi necesidad lo hace con los labios. Un beso tímido se coloca en su cuello en primer lugar, aunque poco a poco la ruta es marcada de manera que siento que la acaricio con mi boca, descubriendo si tiene lunares a lo largo de su torso. A decir verdad, paso entre sus pechos con la incomodidad de la inocencia y creo que llego a su vientre demasiado rápido, por lo que alzo la cabeza en su dirección, sabiéndome despeinado a juzgar por cómo tengo que mirarla entre mi flequillo — Si tienes alguna queja… si hay algo que no te gusta… — creo que es obvio que es libre de decírmelo, que somos dos ciegos, no uno. Mis besos con Lea siempre eran un descontrol, algo que buscábamos cuando teníamos puro aburrimiento y ella me enseñaba para pasar un buen rato. Ahora siento que es una compañía, que estamos experimentando a la par. Me atrevo a separar un poco sus piernas para poder acomodarme mejor, sentir que puedo abrazarme a ella así podemos besarnos sin ninguna distancia. Vuelvo a su boca con una vaga sonrisa, me permito el saborearla una y otra vez en lo que me doy cuenta de que me voy acostumbrando a ella, hasta que una de mis manos se cierra alrededor de uno de sus pechos. Bien, creo que fue un apretón un poco ridículo, así que despego nuestras bocas con una risa — Lo siento — aparto la mano de inmediato, apoyándola junto a su cabeza en la almohada — Puedo acostarme a tu lado y darnos besos más tranquilos hasta dormir, si quieres. Es solo… es demasiado… — mi suspiro suelta un “pufff” para expresarme, porque creo que puede entender que tengo la piel hirviendo — Aunque también podemos… ya sabes… ¡No estoy diciendo que tengamos sexo! — por favor, que me trague la cama. ¿Por qué siempre arruino el momento! — Pero podemos… hay otras cosas. Ya tú sabes... — no sé si me río porque me siento incómodo, porque no puedo creer que acabo de sugerir esto sin irme a lo explícito o porque me divierte en sí, pero me excuso besándole la mejilla y luego el cuello para que no vea que me he puesto de color carmesí.
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