OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Me quito el pelo de la cara con un manotazo, recordándome una vez más que debería cortarlo cuando tenga oportunidad, en lugar de dejar que siga siendo la cortina que me cubre la visión y la cual tironeo cuando estoy nerviosa, como ahora. Creo que nadie se ha dado cuenta, todos aquí parecen sumidos en su propio mundo nocturno como para fijarse en lo que acaba de pasar, que duró solo un segundo pero que de todos modos podría habernos condenado a todos. Las cosas que te cambian la vida son así, suceden en esa fracción mínima de tiempo, no existe la palabra “instantáneo” porque sino serían cosas efímeras que no sentiríamos. Y por estúpida ahora soy cómplice de un delito gigante, el cual deberé fingir por todos lados que no sucedió y que me obligará a mentir en caso de que alguien me haga preguntas en el trabajo. ¡Y yo solo quería divertirme! ¿Por qué siempre me meto en problemas? ¡Ahí se va la inocente Holly!
El camino hacia los baños es un pasillo oscuro, iluminado solamente por alguna que otra luz de neón que transforma a los grupos de amigos o ligues de una noche en pequeñas sombras que hablan, se manosean y ríen en los rincones. Miro sobre mi cabeza para chequear que, en efecto, Dave continúa detrás de mí y eso me da la libertad de tomar su mano para acercalo, colándonos en una de las esquinas oscuras en donde me apoyo contra la pared. Sí, tomo el cuello de su camisa y lo tiro hacia mí, pero con intenciones muy diferentes a las que tiene la pareja de unos metros más allá — ¿Vas a decirme por qué eres amigo de Kendrick Duane y qué demonios hace en el Capitolio? — la música es suficiente como para que solo él me escuche, si gritase algo como esto afuera los dos terminaríamos en problemas. Solo necesito un par de respuestas y ya podré irme a casa — Quizá no te fijaste en las imágenes que pasan constantemente en las pantallas del Ministerio, pero resulta que tu amiguito vale una pila de galeones y un par de condenas altas que te ponen a ti como un traidor en caso de que se sepa lo que acaba de pasar — dudo mucho que le interese pasar el resto de su vida en prisión o, peor, ser ejecutado delante de todo el mundo.
Aflojo un poco el agarre de su camisa y miro hacia abajo cuando un grupito pasa por nuestro lado a carcajada limpia, aprovecho esos segundos para masajearme las sienes y tratar de calmarme. ¡No, no, no! Tengo derecho a estar un poco histérica — No creí que fueses tan idiota, Dave. ¡Y ahora yo lo sé! ¿Y qué si alguien nos vio? ¡No quiero terminar la noche besada por un dementor, que tenía fichado al chico de la barra para esa tarea! — creo que hay una enorme diferencia entre una criatura putrefacta y un camión de brazos enormes y ojos verdes. ¡Maldita sea mi suerte!
El camino hacia los baños es un pasillo oscuro, iluminado solamente por alguna que otra luz de neón que transforma a los grupos de amigos o ligues de una noche en pequeñas sombras que hablan, se manosean y ríen en los rincones. Miro sobre mi cabeza para chequear que, en efecto, Dave continúa detrás de mí y eso me da la libertad de tomar su mano para acercalo, colándonos en una de las esquinas oscuras en donde me apoyo contra la pared. Sí, tomo el cuello de su camisa y lo tiro hacia mí, pero con intenciones muy diferentes a las que tiene la pareja de unos metros más allá — ¿Vas a decirme por qué eres amigo de Kendrick Duane y qué demonios hace en el Capitolio? — la música es suficiente como para que solo él me escuche, si gritase algo como esto afuera los dos terminaríamos en problemas. Solo necesito un par de respuestas y ya podré irme a casa — Quizá no te fijaste en las imágenes que pasan constantemente en las pantallas del Ministerio, pero resulta que tu amiguito vale una pila de galeones y un par de condenas altas que te ponen a ti como un traidor en caso de que se sepa lo que acaba de pasar — dudo mucho que le interese pasar el resto de su vida en prisión o, peor, ser ejecutado delante de todo el mundo.
Aflojo un poco el agarre de su camisa y miro hacia abajo cuando un grupito pasa por nuestro lado a carcajada limpia, aprovecho esos segundos para masajearme las sienes y tratar de calmarme. ¡No, no, no! Tengo derecho a estar un poco histérica — No creí que fueses tan idiota, Dave. ¡Y ahora yo lo sé! ¿Y qué si alguien nos vio? ¡No quiero terminar la noche besada por un dementor, que tenía fichado al chico de la barra para esa tarea! — creo que hay una enorme diferencia entre una criatura putrefacta y un camión de brazos enormes y ojos verdes. ¡Maldita sea mi suerte!
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Me he consagrado como imbécil, no hace falta que ninguno de estos chicos me den el reconocimiento como se esmeran en hacerlo después, puedo darme cuenta por mí mismo que ha sido una estupidez acercarme a Kendrick trayendo conmigo a una chica que tiene un trabajo en el ministerio, ¿puedo siquiera tener la esperanza de su discreción? Creo que es mucho pedir, no sé cómo lo haré, no sé a qué instancias deba llegar para convencerla y no es que esté considerando la sugerencia de Synnove, de todas formas no creo que sea fácil embaucar a una veela con esas tretas. ¡Y no es que lo esté considerando! No, para nada, por más que sea la idea que me dan las otras parejas que están haciendo uso de la falsa privacidad que ofrecen los rincones del pasillo a los baños que escapan de las luces de los boliches. Y es que me veo arrastrado a uno de estos espacios y tengo que cerrar con fuerza mis ojos por dos segundos para hacer acopio de un control necesario para no acabar de titularme como el idiota mayor de la noche, que es una veela, no hace falta que me hable tan cerca o quizá sí porque la música sigue sonando alto, es sólo que… ¡Kendrick! ¡Maldita sea este chico! ¿Y yo por qué me creo su caballero de brillante armadura? No lo he salvado de nada, le he puesto en un embrollo del que tengo que sacarlo, como sea.
—Es inocente, Holly— suspiro, rogándole con mi tono que me escuche, entreabro mis ojos para poder encontrarme con los suyos y así pedirle por encima de todas las cosas por las que no deberíamos estar encubriendo a uno de los criminales más buscados por nuestros propios jefes, no lo entregue. —Es inocente, es todo lo que importa. Créeme, por favor—. Me arrodillaría con tal de que lo haga, así de leal soy a este tonto que se le ocurrió que podría probar un poco la diversión nocturna de los chicos del Capitolio, ¡como si fuera uno más! ¡Hombre, por favor! ¡Está a años luz de ser como cualquiera de estos chicos! Todos podrán decir que soy quien le arruinó la noche, pero no debería haber estado aquí para empezar, yo no debería estar hablándole de Ken a Holly después de que lo conociera por accidente, se supone que iba a por una charla tentativa para saber qué tan interesada estaría en colaborar con… al diablo todo, nada sale como uno lo planea con esmero.
—Holly, tú de todas las personas no puedes ser quien crea que las sentencias del ministerio son justas, sabes mejor que nadie que muchas veces son equivocadas. ¿No es acaso lo que ves todos los días y de lo que te quejabas? Todo está mal en ese sitio, Ken es una víctima más. Como lo fuiste tú también…— se lo recuerdo, mis manos se quedan a medio camino de sus hombros, no me atrevo a tocarla por necesario que sea en ocasiones para tratar de llegar a otra persona con las palabras. Por momentos en que toda luz se pierde del pasillo quedamos a oscuras y la cercanía se torna peligrosa. —No lo juzgues, no lo entregues. Haré lo que sea que me pidas con tal de que no digas nada. ¿Quieres que me encargue de tu papeleo por tres semanas? Lo haré, lo juro.
—Es inocente, Holly— suspiro, rogándole con mi tono que me escuche, entreabro mis ojos para poder encontrarme con los suyos y así pedirle por encima de todas las cosas por las que no deberíamos estar encubriendo a uno de los criminales más buscados por nuestros propios jefes, no lo entregue. —Es inocente, es todo lo que importa. Créeme, por favor—. Me arrodillaría con tal de que lo haga, así de leal soy a este tonto que se le ocurrió que podría probar un poco la diversión nocturna de los chicos del Capitolio, ¡como si fuera uno más! ¡Hombre, por favor! ¡Está a años luz de ser como cualquiera de estos chicos! Todos podrán decir que soy quien le arruinó la noche, pero no debería haber estado aquí para empezar, yo no debería estar hablándole de Ken a Holly después de que lo conociera por accidente, se supone que iba a por una charla tentativa para saber qué tan interesada estaría en colaborar con… al diablo todo, nada sale como uno lo planea con esmero.
—Holly, tú de todas las personas no puedes ser quien crea que las sentencias del ministerio son justas, sabes mejor que nadie que muchas veces son equivocadas. ¿No es acaso lo que ves todos los días y de lo que te quejabas? Todo está mal en ese sitio, Ken es una víctima más. Como lo fuiste tú también…— se lo recuerdo, mis manos se quedan a medio camino de sus hombros, no me atrevo a tocarla por necesario que sea en ocasiones para tratar de llegar a otra persona con las palabras. Por momentos en que toda luz se pierde del pasillo quedamos a oscuras y la cercanía se torna peligrosa. —No lo juzgues, no lo entregues. Haré lo que sea que me pidas con tal de que no digas nada. ¿Quieres que me encargue de tu papeleo por tres semanas? Lo haré, lo juro.
Hoy en día, dudo mucho de la inocencia como tal, no me importa que venga de un crío con cara de perrito mojado. Desde mi asiento como mera espectadora, lo único que he conseguido ver es un montón de personas señalándose con el dedo, cometiendo atrocidades a diestra y siniestra bajo la premisa de que lo hacen por el bien mayor. Los ruegos de David me hacen mirarlo con desesperada confusión, abro mi boca más de una vez en busca de palabras que no llegan y que intento transmitir con un vaivén inconcluso e indefinido de mi cabeza — No es eso, Dave… — Kendrick no parece una amenaza, si no fuese por lo poco que sé de él, esta noche hubiera dicho que se veía como un chico común y corriente, pasado de copas y demasiado torpe para su propio bien. No estoy segura de que pueda escucharme, si no es porque hablo despacio en mi duda, es porque la música parece ir cada vez más fuerte.
— ¡Ya, no voy a entregarlo! — creo que grito en su cara, más ansiosa porque deje de rogarme que por cualquier otra cosa. Sus manos vuelan en el aire, las mías se atreven a buscar calmarlo al apoyarse sobre su pecho como si de esa manera también pudiese marcar una distancia — ¡Yo era una víctima porque la sociedad me repudiaba, Dave! Y lo siguen haciendo, no soy como ustedes. No estoy de su lado ni el de nadie, porque nadie está del mío. No seré yo quien entregue a tu amigo, pero eso no quiere decir que esté de acuerdo con lo que estás haciendo. ¿Acaso no te das cuenta de dónde vives? — la risa que se me escapa es desganada, como si quisiera burlarme de él — Lo que más me preocupa es que ahora tendré que mentir por ti. ¡No por él, que él no me importa! — ya se lo he dicho, no soy parte de su guerra. Debe ser la frustración la que hace que le dé un golpecito como desquite — ¿Pero qué pasará si vuelven a interrogarnos? ¿Y qué si usan veritaserum en otra ocasión? ¡No importa cuánto papeleo hagas por mí, jamás podrías cubrir una deuda como esa! ¡Que estoy tratando de estar tranquila, Dave, por Morgana!
Ya, se me está yendo la voz a los agudos histéricos y nerviosos, así que muevo mis manos en un gesto aéreo que busca tranquilizarme. Hasta cuento mis respiraciones y todo — ¿Cómo es que alguien como tú terminó siendo amigo de él? ¡Y quiero toda la verdad, que si voy a cubrirte, me la merezco! ¡Eres tan idiota! ¿Acaso es…? — me siento un poco culpable, tengo que pasar saliva para que se me quite el nudo de la garganta y bajo un poco la voz, inclinándome un poco hacia él para que me oiga — ¿Es por lo que sucedió con…? — creo que ni hace falta que diga su nombre.
— ¡Ya, no voy a entregarlo! — creo que grito en su cara, más ansiosa porque deje de rogarme que por cualquier otra cosa. Sus manos vuelan en el aire, las mías se atreven a buscar calmarlo al apoyarse sobre su pecho como si de esa manera también pudiese marcar una distancia — ¡Yo era una víctima porque la sociedad me repudiaba, Dave! Y lo siguen haciendo, no soy como ustedes. No estoy de su lado ni el de nadie, porque nadie está del mío. No seré yo quien entregue a tu amigo, pero eso no quiere decir que esté de acuerdo con lo que estás haciendo. ¿Acaso no te das cuenta de dónde vives? — la risa que se me escapa es desganada, como si quisiera burlarme de él — Lo que más me preocupa es que ahora tendré que mentir por ti. ¡No por él, que él no me importa! — ya se lo he dicho, no soy parte de su guerra. Debe ser la frustración la que hace que le dé un golpecito como desquite — ¿Pero qué pasará si vuelven a interrogarnos? ¿Y qué si usan veritaserum en otra ocasión? ¡No importa cuánto papeleo hagas por mí, jamás podrías cubrir una deuda como esa! ¡Que estoy tratando de estar tranquila, Dave, por Morgana!
Ya, se me está yendo la voz a los agudos histéricos y nerviosos, así que muevo mis manos en un gesto aéreo que busca tranquilizarme. Hasta cuento mis respiraciones y todo — ¿Cómo es que alguien como tú terminó siendo amigo de él? ¡Y quiero toda la verdad, que si voy a cubrirte, me la merezco! ¡Eres tan idiota! ¿Acaso es…? — me siento un poco culpable, tengo que pasar saliva para que se me quite el nudo de la garganta y bajo un poco la voz, inclinándome un poco hacia él para que me oiga — ¿Es por lo que sucedió con…? — creo que ni hace falta que diga su nombre.
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El alivio que me embarga cuando dice que no lo entregará relaja mis hombros, mis brazos caen inertes a los lados de mi cuerpo y un largo suspiro sale de mis labios con unas palabras de agradecimiento a la nada. La humillación que hiciera falta pasar con tal de que no delatara a Ken, la hubiera cumplido. Esto se trata de mucho más que dar la alerta de que se ha visto a una de las personas que buscan los aurores, se trata del chico que va a presentarse en menos que nada como el último Black y reclamar su lugar, como parte de toda una movida que hará sacudir lo que Holly y yo conocemos como nuestro lugar de trabajo. ¿Y si nos interrogan de nuevo? Estoy confiando mi suerte a que todo ocurrirá antes de que se lo vean venir, que pongan a los empleados del ministerio bajo la mira una vez más, y por muy buenas referencias que traiga conmigo, no sean suficientes para que me sigan dando una silla en nada más y nada menos que el departamento de Justicia. —Si hay gente de tu lado, Holly. Yo estoy de tu lado. Te aseguro que él también lo está, las personas que lo acompañan a él. Synnove también… aunque te haya dicho lo que te dijo. Somos varios…— dudo en cuanto confiarle, —los que creemos en las mismas cosas, aunque no podamos decirlas en voz alta.
No se escucha tranquila, diga lo que diga, así que uso mis manos para apoyarlas despacio en sus brazos y sostenerla así. De esa manera también me aseguro de lo que prestará atención a lo que voy a contarle, por estúpido que sea hablarlo en uno de los antros del Capitolio. Es otro tipo de intimidad que no debería darse, diferente a la que abusan las personas que se buscan un hueco en estos pasillos. — Trabajé con ellos— contesto, evito responder si lo he hecho por alguien. No sé si pregunta por Raven o por Locki. Sé que no lo hice por ninguno de ellos, en todo caso. Lo hice por mí, por las cosas en las que creía, las que me han enseñado y las que me ocultaron. —He perdido familia con el cambio de gobierno, no he hecho más que perder personas que son parte de mí, en medio de toda esta guerra de muchos bandos. Trabajé con personas que difundían las penosas verdades del gobierno de los Niniadis y estuve en el norte el tiempo suficiente como para ver cómo se vive ahí— le cuento, en un tono susurrado que cubre la música. —Por eso soy amigo de un chico que también es víctima de las mismas injusticias que sufres tú y muchos chicos más. ¿Puedes entenderme?— casi que se lo ruego.
No se escucha tranquila, diga lo que diga, así que uso mis manos para apoyarlas despacio en sus brazos y sostenerla así. De esa manera también me aseguro de lo que prestará atención a lo que voy a contarle, por estúpido que sea hablarlo en uno de los antros del Capitolio. Es otro tipo de intimidad que no debería darse, diferente a la que abusan las personas que se buscan un hueco en estos pasillos. — Trabajé con ellos— contesto, evito responder si lo he hecho por alguien. No sé si pregunta por Raven o por Locki. Sé que no lo hice por ninguno de ellos, en todo caso. Lo hice por mí, por las cosas en las que creía, las que me han enseñado y las que me ocultaron. —He perdido familia con el cambio de gobierno, no he hecho más que perder personas que son parte de mí, en medio de toda esta guerra de muchos bandos. Trabajé con personas que difundían las penosas verdades del gobierno de los Niniadis y estuve en el norte el tiempo suficiente como para ver cómo se vive ahí— le cuento, en un tono susurrado que cubre la música. —Por eso soy amigo de un chico que también es víctima de las mismas injusticias que sufres tú y muchos chicos más. ¿Puedes entenderme?— casi que se lo ruego.
Mi rostro se llena de escepticismo, creo que hasta me muestro burlona por un momento. No he conocido a muchas personas que han sido amables conmigo, la mayoría cree que la gente como yo ha llegado aquí en abuso de sus derechos para ocupar sitios que les hemos robado. Hay gente buena, eso lo sé bien, pero también soy consciente de que son contadas con los dedos de una mano. ¿Cómo puedo confiar en lo que me dice, cuando estamos hablando de personas que todo el mundo califica como un peligro? Que luchan bajo un ideal, el cual no sé si comparto — Claro, que me llamen “zorra” en toda la cara solo porque sí, es sinónimo de compañerismo — sé que no tiene nada que ver una cosa con la otra, solo no puedo evitar decirlo porque el resentimiento no se me va a ir fácil.
No lo aparto cuando se atreve a tocarme, aunque hay cierta advertencia en mis ojos; no es falta de confianza en él, es una enorme colección de malas experiencias. Voy a preguntarle cómo sabe de las ideas de esos “varios”, pero la respuesta llega sin la necesidad de hablar. Por un momento, me olvido de cómo respirar y tengo que dar una bocanada de aire cuando reparo en ello. Siento que no estoy hablando con mi compañero de oficina, que hay dos caras en la misma persona y tengo la urgencia de irme de aquí, correr lo más rápido que me den las piernas, porque tengo la ligera sensación de que estoy de pie frente a un abismo de problemas en los cuales no quiero meterme. ¿Lo entiendo? ¿Puedo entenderlo?
Mi silencio mental muere cuando una pareja, que se está metiendo lengua y mano con tanto frenesí que no comprendo por qué siguen aquí, chocan contra nosotros porque parece que la pared que están ocupando no es demasiado grande. El escándalo se me pinta en la cara, me descoloca estar en un sitio como este mientras mi cabeza está en lugares muy opuestos, lejos de cualquier intención hormonal. Me resigno y bajo mis manos hasta enroscar sus dedos entre los míos, con mucha más confianza de la que suelo demostrarle en la oficina — Ven… — no sé si me escucha, pero tiro de él para guiarlo fuera del boliche, entre empujones y luces que me encandilan.
Para cuando salimos por una de las puertas, todavía me sigo sintiendo asfixiada. No doy muchos pasos hasta que nos desaparezco, volviendo a posar mis pies frente al pequeño edificio del distrito dos en el cual paso mis días, cuando termino mis turnos en el Capitolio. Le suelto para buscar las llaves en el bolsillo de mi falda, no tardo en guiarlo con pasos rápidos por el pasillo, la pequeña escalera hasta el primer piso cuya curva se encuentra a oscuras y, por fin, abrir la puerta de mi pequeño departamento. Empujo con suavidad y me hago a un lado, para dejarle pasar primero. La sala de estar, cargada de las pocas cosas que he coleccionado en estos meses, se encuentra iluminada solamente por las luces pequeñas de navidad que utilizo cerca de la única amplia ventana, que también da paso al diminuto balcón. La cocina está a la vista, solo hay dos puertas que son el paso al dormitorio y al baño. Más de lo que he tenido en la vida, menos de lo que el resto de la gente del ministerio aspira — Viví toda la vida en el norte, tú lo sabes — al menos, la vida que recuerdo. Cierro detrás de mí, pero me mantengo apoyada en la puerta cuando lo miro con los ojos entornados — No muchas personas creen en luchar por la igualdad en este lugar. ¿Cómo puedes…? Sé que hay que sobrevivir de alguna forma, pero lo que me dices es tan… — bufo, alzo mis manos con la frustración de no poder encontrar las palabras y las dejo caer — ¿Quién eres, David? ¿Un doble agente? ¿Un espía? ¿Un soñador iluso? — creo que ese último le va más — ¿Quiénes son estas personas? — con esa última pregunta, mi voz se suaviza, con una mirada que solo busca respuestas sinceras, esas que a veces sospecho que ya no existen.
No lo aparto cuando se atreve a tocarme, aunque hay cierta advertencia en mis ojos; no es falta de confianza en él, es una enorme colección de malas experiencias. Voy a preguntarle cómo sabe de las ideas de esos “varios”, pero la respuesta llega sin la necesidad de hablar. Por un momento, me olvido de cómo respirar y tengo que dar una bocanada de aire cuando reparo en ello. Siento que no estoy hablando con mi compañero de oficina, que hay dos caras en la misma persona y tengo la urgencia de irme de aquí, correr lo más rápido que me den las piernas, porque tengo la ligera sensación de que estoy de pie frente a un abismo de problemas en los cuales no quiero meterme. ¿Lo entiendo? ¿Puedo entenderlo?
Mi silencio mental muere cuando una pareja, que se está metiendo lengua y mano con tanto frenesí que no comprendo por qué siguen aquí, chocan contra nosotros porque parece que la pared que están ocupando no es demasiado grande. El escándalo se me pinta en la cara, me descoloca estar en un sitio como este mientras mi cabeza está en lugares muy opuestos, lejos de cualquier intención hormonal. Me resigno y bajo mis manos hasta enroscar sus dedos entre los míos, con mucha más confianza de la que suelo demostrarle en la oficina — Ven… — no sé si me escucha, pero tiro de él para guiarlo fuera del boliche, entre empujones y luces que me encandilan.
Para cuando salimos por una de las puertas, todavía me sigo sintiendo asfixiada. No doy muchos pasos hasta que nos desaparezco, volviendo a posar mis pies frente al pequeño edificio del distrito dos en el cual paso mis días, cuando termino mis turnos en el Capitolio. Le suelto para buscar las llaves en el bolsillo de mi falda, no tardo en guiarlo con pasos rápidos por el pasillo, la pequeña escalera hasta el primer piso cuya curva se encuentra a oscuras y, por fin, abrir la puerta de mi pequeño departamento. Empujo con suavidad y me hago a un lado, para dejarle pasar primero. La sala de estar, cargada de las pocas cosas que he coleccionado en estos meses, se encuentra iluminada solamente por las luces pequeñas de navidad que utilizo cerca de la única amplia ventana, que también da paso al diminuto balcón. La cocina está a la vista, solo hay dos puertas que son el paso al dormitorio y al baño. Más de lo que he tenido en la vida, menos de lo que el resto de la gente del ministerio aspira — Viví toda la vida en el norte, tú lo sabes — al menos, la vida que recuerdo. Cierro detrás de mí, pero me mantengo apoyada en la puerta cuando lo miro con los ojos entornados — No muchas personas creen en luchar por la igualdad en este lugar. ¿Cómo puedes…? Sé que hay que sobrevivir de alguna forma, pero lo que me dices es tan… — bufo, alzo mis manos con la frustración de no poder encontrar las palabras y las dejo caer — ¿Quién eres, David? ¿Un doble agente? ¿Un espía? ¿Un soñador iluso? — creo que ese último le va más — ¿Quiénes son estas personas? — con esa última pregunta, mi voz se suaviza, con una mirada que solo busca respuestas sinceras, esas que a veces sospecho que ya no existen.
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Espera, ¿qué? ¿En serio prestó oídos a lo que le dijo Synnove? —No irás a tomarte en serio lo que una chica borracha te puede decir, ¿verdad? Es claro que estaba celosa, todo esto fue sólo… una situación de boliche con un par de chicos, es sólo…—. No puede juzgarlos a partir de lo que ha visto hace unos minutos, todos somos más de lo que mostramos cuando no estamos haciendo otra cosa más que divertirnos con amigos o tratamos de cumplir con un trabajo de oficina que va de lunes a viernes. Sábado y domingos a veces, si tienes un jefe como el mío. Todos somos más que el traje que llevamos o la cara que se ve en carteles. Ella puede entenderlo, ¿no? Es una veela, puede entender que hay más allá en una persona de lo que una primera impresión puede decirte.
Dejo caer mis manos cuando veo la callada advertencia en su mirada y es el momento en que una pareja se roba nuestro espacio con su manoseo, interrumpiendo lo que es una confesión inadecuada por el lugar en el que estamos. Se los agradezco en parte, porque los ojos acusadores de la chica se apartaron de mí y estoy a salvo de esa mirada que no quiero recibir. Caminar siguiendo su espalda también hace el trayecto más llevadero, que tire de mi mano en vez de apartarme me permite saber que sigue dándome una oportunidad para explicarme, cuando la mayoría de las explicaciones que podría darle en realidad no deberían salir de mis labios. Creo que nos detendremos en el callejón, así que me sacude el que nos desaparezcamos de pronto, tardo en identificar dónde estamos cuando vuelvo a sentir suelo firme bajo mis pies.
Con toda cautela la sigo, presintiendo que me está dando permiso también a un lugar que le pertenece y por lo que sé de Holly, puede ser amable, eso no quiere decir que no tenga límites de hasta donde se puede llegar con ella y los sostiene. Si me abre la puerta de su casa me está brindando una confianza que espero no traicionar, y es complicado no hacerlo cuando el interrogatorio de preguntas llega. Me siento en el alfeizar de la ventana enmarcada con las luces navideñas y el suspiro que exhalo es tan largo que puedo oír las manijas de un reloj imaginario avanzando, marcándome que el tiempo se está yendo. Revuelvo con una mano el cabello que me cae sobre la frente y hago un desastre con los mechones de mi coronilla cuando echo mis dedos hacía atrás. —¿Cuánto quieres saber si está el riesgo de que haya un nuevo interrogatorio en el ministerio, de que te den veritaserum si sospechan que sabes algo y que te quiten el trabajo?— se lo pregunto lo más simple que puedo.
—Soy alguien que está trabajando en el ministerio porque quiero conocer desde adentro un sistema que juzga de culpables a unos y da privilegios a otros, porque no quiero quedarme mirando desde afuera. Sé que hay cosas que están mal en el ministerio, sé que hay otras que… están bien— y esto es lo más difícil de decir, porque parece obligatorio pararse en orillas opuestas todo el tiempo. —Conocí a Ken en el norte, lo ayudé ahí, lo sigo ayudando. Porque es un chico, porque tiene un futuro… tiene derecho a un futuro que no sea el marcado como un criminal…— vuelvo a suspirar hondo, con mis manos frotando mis rodillas a manera de calmar mi frustración por todo. Sería fácil decirle que soy un doble agente, y lo más estúpido que podría decir alguna vez, porque no es que no confíe en Holly, no confío en el sitio donde nos movemos todos los días. Mentirle sería la mejor manera de que estuviera a salvo, pero está demostrado que no soy el mejor en eso y que ya sabe lo suficiente como para tragarse cualquier cuento. —Estoy tratando de ser honesto contigo, Holly. No quiero mentirte. Si no te interesa nada de esto, puedo ahorrarte problemas e intentar un obliviate— me ofrezco, en verdad no quiero traerle problemas.
Dejo caer mis manos cuando veo la callada advertencia en su mirada y es el momento en que una pareja se roba nuestro espacio con su manoseo, interrumpiendo lo que es una confesión inadecuada por el lugar en el que estamos. Se los agradezco en parte, porque los ojos acusadores de la chica se apartaron de mí y estoy a salvo de esa mirada que no quiero recibir. Caminar siguiendo su espalda también hace el trayecto más llevadero, que tire de mi mano en vez de apartarme me permite saber que sigue dándome una oportunidad para explicarme, cuando la mayoría de las explicaciones que podría darle en realidad no deberían salir de mis labios. Creo que nos detendremos en el callejón, así que me sacude el que nos desaparezcamos de pronto, tardo en identificar dónde estamos cuando vuelvo a sentir suelo firme bajo mis pies.
Con toda cautela la sigo, presintiendo que me está dando permiso también a un lugar que le pertenece y por lo que sé de Holly, puede ser amable, eso no quiere decir que no tenga límites de hasta donde se puede llegar con ella y los sostiene. Si me abre la puerta de su casa me está brindando una confianza que espero no traicionar, y es complicado no hacerlo cuando el interrogatorio de preguntas llega. Me siento en el alfeizar de la ventana enmarcada con las luces navideñas y el suspiro que exhalo es tan largo que puedo oír las manijas de un reloj imaginario avanzando, marcándome que el tiempo se está yendo. Revuelvo con una mano el cabello que me cae sobre la frente y hago un desastre con los mechones de mi coronilla cuando echo mis dedos hacía atrás. —¿Cuánto quieres saber si está el riesgo de que haya un nuevo interrogatorio en el ministerio, de que te den veritaserum si sospechan que sabes algo y que te quiten el trabajo?— se lo pregunto lo más simple que puedo.
—Soy alguien que está trabajando en el ministerio porque quiero conocer desde adentro un sistema que juzga de culpables a unos y da privilegios a otros, porque no quiero quedarme mirando desde afuera. Sé que hay cosas que están mal en el ministerio, sé que hay otras que… están bien— y esto es lo más difícil de decir, porque parece obligatorio pararse en orillas opuestas todo el tiempo. —Conocí a Ken en el norte, lo ayudé ahí, lo sigo ayudando. Porque es un chico, porque tiene un futuro… tiene derecho a un futuro que no sea el marcado como un criminal…— vuelvo a suspirar hondo, con mis manos frotando mis rodillas a manera de calmar mi frustración por todo. Sería fácil decirle que soy un doble agente, y lo más estúpido que podría decir alguna vez, porque no es que no confíe en Holly, no confío en el sitio donde nos movemos todos los días. Mentirle sería la mejor manera de que estuviera a salvo, pero está demostrado que no soy el mejor en eso y que ya sabe lo suficiente como para tragarse cualquier cuento. —Estoy tratando de ser honesto contigo, Holly. No quiero mentirte. Si no te interesa nada de esto, puedo ahorrarte problemas e intentar un obliviate— me ofrezco, en verdad no quiero traerle problemas.
Esa es una muy buena pregunta. ¿Cuánto es lo que deseo saber? ¿Cómo puedo emitir un juicio justo, si solo me quedo con algunos detalles? ¿Cómo podré seguir con la curiosidad, si sé que hay más detrás de todo esto de lo poco que he visto esta noche, en forma de accidente alcohólico? Me paso las manos por el pelo y me lo aplasto con frustración a la altura del cuello, soltando un bufido — Lo suficiente — es lo único que puedo decir, al menos por ahora. Suena a una respuesta segura, una que me permite el ponerle un alto cuando sienta que las cosas se están yendo de las manos, él sabrá medir sus palabras. Aunque todo esto sea una estupidez y una locura suicida, confío en que Dave todavía conserva algo de inteligencia.
La primera parte de su relato tiene sentido, al menos por un lado. Sé que es imposible comprender las leyes y decidir sobre ellas si no las conoces, solo puedo cruzarme de brazos y asentir porque se lo doy por válido, aunque hay un detalle que no se me hace menor — Si ha sido catalogado de criminal, algo habrá hecho. No diré que es una sentencia justa porque no lo sé, pero a veces tienes que tener cuidado a quien elijes defender — en otras palabras, si defiendes a un asesino que sabes que ha sido culpable… ¿Qué dice eso de ti? Son asuntos morales que nunca me han gustado del sitio donde he terminado, por eso mismo prefiero guardar silencio casi todo el tiempo. No sé quién es Kendrick Duane más allá de lo poco que he visto en la televisión: participó de un acto terrorista, se presume que ha crecido en el distrito catorce y ha ayudado a atacar aurores y civiles inocentes, lo cual lo califican de altamente peligroso. Obvio, siempre hay que tener en cuenta quiénes lo señalan de esa manera, pero… ¿Qué puedes esperar, si hay grabaciones que lo colocan como el criminal que dicen que es?
Su ofrecimiento sí me toma desprevenida, creo que se me pinta en toda la cara. Vacilante, dejo caer mis manos y me acomodo con mucha lentitud a su lado, apoyando mis pies en el alféizar para poder abrazar mis rodillas — Creo que puedes contarme lo que quieras… — inicio, tratando de hacerme la idea mientras hablo, consciente de qué es lo que estoy eligiendo — Y si para cuando terminas decido que quiero olvidarlo, puedes desmemorizarme. Pero no sé si quiero olvidar quién es mi compañero de trabajo, cuando tengo la sensación de lo que veo en la oficina todos los días es una fachada. Bueno, sé que en el ministerio a todos les agradan las apariencias — le sonrío, aunque sin una pizca de diversión en el resto de mi cara — Hay muchas cosas que están mal en este sistema, Dave, pero no sé cómo puedo confiar que estas personas van a hacerlas mejor. ¿Tú crees en eso? Porque lo único que he visto, sentada desde mi sitio de espectadora, es un montón de dedos acusadores diciendo que el otro hace las cosas mal y echando leña al fuego, a veces literalmente. ¿Quién es el bueno, quién es el malo? ¿Por quién vale la pena arriesgar la cabeza? O, mejor dicho… ¿Vale la pena siquiera alguno de ellos? — porque el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra.
La primera parte de su relato tiene sentido, al menos por un lado. Sé que es imposible comprender las leyes y decidir sobre ellas si no las conoces, solo puedo cruzarme de brazos y asentir porque se lo doy por válido, aunque hay un detalle que no se me hace menor — Si ha sido catalogado de criminal, algo habrá hecho. No diré que es una sentencia justa porque no lo sé, pero a veces tienes que tener cuidado a quien elijes defender — en otras palabras, si defiendes a un asesino que sabes que ha sido culpable… ¿Qué dice eso de ti? Son asuntos morales que nunca me han gustado del sitio donde he terminado, por eso mismo prefiero guardar silencio casi todo el tiempo. No sé quién es Kendrick Duane más allá de lo poco que he visto en la televisión: participó de un acto terrorista, se presume que ha crecido en el distrito catorce y ha ayudado a atacar aurores y civiles inocentes, lo cual lo califican de altamente peligroso. Obvio, siempre hay que tener en cuenta quiénes lo señalan de esa manera, pero… ¿Qué puedes esperar, si hay grabaciones que lo colocan como el criminal que dicen que es?
Su ofrecimiento sí me toma desprevenida, creo que se me pinta en toda la cara. Vacilante, dejo caer mis manos y me acomodo con mucha lentitud a su lado, apoyando mis pies en el alféizar para poder abrazar mis rodillas — Creo que puedes contarme lo que quieras… — inicio, tratando de hacerme la idea mientras hablo, consciente de qué es lo que estoy eligiendo — Y si para cuando terminas decido que quiero olvidarlo, puedes desmemorizarme. Pero no sé si quiero olvidar quién es mi compañero de trabajo, cuando tengo la sensación de lo que veo en la oficina todos los días es una fachada. Bueno, sé que en el ministerio a todos les agradan las apariencias — le sonrío, aunque sin una pizca de diversión en el resto de mi cara — Hay muchas cosas que están mal en este sistema, Dave, pero no sé cómo puedo confiar que estas personas van a hacerlas mejor. ¿Tú crees en eso? Porque lo único que he visto, sentada desde mi sitio de espectadora, es un montón de dedos acusadores diciendo que el otro hace las cosas mal y echando leña al fuego, a veces literalmente. ¿Quién es el bueno, quién es el malo? ¿Por quién vale la pena arriesgar la cabeza? O, mejor dicho… ¿Vale la pena siquiera alguno de ellos? — porque el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra.
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—Es un chico, Holly— modulo su nombre como todas las veces en que quiero que vuelva su atención a mí, para que entienda la gravedad con la que hablo. —Un chico que declararon que es un criminal, ¿a quién defiendo me preguntas? Estoy defendiendo a alguien que todavía no alcanzó la madurez para tener sus propias ideas y opiniones, porque la justicia no debería juzgar y condenar de la misma manera a una persona de cuarenta años que tiene las ideas claras que a un chico de dieciséis que tiene las mismas dudas que seguro tienes tú, a las que yo recién estoy encontrando las respuestas— se lo explico tan simple como se puede, porque en esta guerra en la que nos fuimos cegando entre amigos y enemigos, en que vimos chicos invadiendo una plaza en medio de un festival para atacar ministros, al mismo tiempo que lo hacían rebeldes que con toda conciencia pusieron bombas en el ministerio y aun así luego se preguntaron qué demonios habían hecho, hay nociones de justicia que fuimos olvidando, a las que espero que algún día regresemos, si es que alguna vez se respetaron.
Le hago un espacio a mi lado en la ventana para que pueda alzar sus rodillas y yo por mi parte recargo mi espalda contra el marco, así quedo de frente a su perfil, aunque la vista me obliga a desviar mis ojos hacia el paisaje de afuera para poder oír sus palabras sin que me distraiga lo que para ella se da natural. —No son fachadas— la contradigo, tan bajo que es un susurro. —Son facetas, las personas somos complejas. En el ministerio no estás viendo máscaras, estás viendo una de las caras de esa persona, luego tienen otras… con sus familias, con sus amigos, con sus enemigos. ¿Crees que es un engaño? No, sólo creo que la gente trata de mostrarse fuerte y cuidar lo que les hace vulnerable, por eso somos crueles con nuestros enemigos y amantes de las personas que nos importan— musito, levanto una de mis piernas para que mi rodilla descanse contra mi pecho y así puedo rodearla para tener un apoyo. —Trato de no pensarlo como algo que tiene que ver con los demás, sino conmigo. Conozco en lo que creo, acompaño a las personas con las mismas ideas y no siempre son las mismas. Todo cambia, todo el tiempo. Vale la pena lo que creo, ¿qué sino le queda a una persona? Si sabemos cuál es nuestro norte, ¿qué queda por hacer más que caminar hacia él? Porque a veces es todo lo que nos tenemos, Holly. Porque la familia, los amigos, el amor y la fe son parte del camino, pero no el destino.
Le hago un espacio a mi lado en la ventana para que pueda alzar sus rodillas y yo por mi parte recargo mi espalda contra el marco, así quedo de frente a su perfil, aunque la vista me obliga a desviar mis ojos hacia el paisaje de afuera para poder oír sus palabras sin que me distraiga lo que para ella se da natural. —No son fachadas— la contradigo, tan bajo que es un susurro. —Son facetas, las personas somos complejas. En el ministerio no estás viendo máscaras, estás viendo una de las caras de esa persona, luego tienen otras… con sus familias, con sus amigos, con sus enemigos. ¿Crees que es un engaño? No, sólo creo que la gente trata de mostrarse fuerte y cuidar lo que les hace vulnerable, por eso somos crueles con nuestros enemigos y amantes de las personas que nos importan— musito, levanto una de mis piernas para que mi rodilla descanse contra mi pecho y así puedo rodearla para tener un apoyo. —Trato de no pensarlo como algo que tiene que ver con los demás, sino conmigo. Conozco en lo que creo, acompaño a las personas con las mismas ideas y no siempre son las mismas. Todo cambia, todo el tiempo. Vale la pena lo que creo, ¿qué sino le queda a una persona? Si sabemos cuál es nuestro norte, ¿qué queda por hacer más que caminar hacia él? Porque a veces es todo lo que nos tenemos, Holly. Porque la familia, los amigos, el amor y la fe son parte del camino, pero no el destino.
— Supongo que no… — musito en forma queda, no sé si puede escucharme o si lo he dicho más para mí que para él, a modo de pensamiento en voz alta. No estoy muy lejos de los dieciséis, han pasado pocos años desde entonces y no estoy segura de haber podido crear un juicio sensato sobre el mundo en ese entonces, cuando también me cuesta ahora. Tampoco voy a defenderme y decir que la tragedia temprana me coloca en una postura diferente porque sé que no es así, soy plenamente consciente de que Kendrick Duane y los niños que figuran en la lista de fugitivos tampoco han tenido vidas convencionales como para terminar en ese lugar. Tal y como él dice, son chicos. ¿No deberían estar en un sitio más seguro, sin necesidad de luchar ninguna guerra? Tal vez, pueda entender a dónde va con su defensa, eso no quiere decir que no me tiemble la nariz cuando la arrugo como un botoncito.
En parte le doy la razón, en parte… — Siguen siendo máscaras, una para cada ocasión. No me creo todos los discursos que salen de las oficinas del ministerio y no soy lo suficientemente ilusa como para creer que todo lo que los políticos dejan salir de sus bocas, es lo que en realidad piensan. Es un sitio sucio, Dave, tú lo sabes mejor que yo — pero no siempre soy la mejor para juzgarlo, que he estado lejos por mucho tiempo. Me atrevo a mirarlo bajo las luces cálidas que le arrebatan algún que otro reflejo a su cabello, me gustaría poder tener la excusa del alcohol para haber caído en una conversación con tintes tan personales que podrían ser una condena si alguien pudiese escucharnos. ¿Yo sé cuál es mi norte? No estoy segura, he deseado ciertas cosas, pero me considero demasiado cobarde como para ir por ellas. Siempre me encontré en el rincón sin oportunidades, ahora he tenido una puerta… en mano del gobierno que cierra otras. Supongo que nunca vamos a estar todos conformes.
— ¿Quién diría que eras tan filosófico? ¿Ves? Te dije que eras un sentimental — intento tomar un tono más alegre a pesar de que la broma suena un poco fuera de sitio, le doy una palmadita en la rodilla y todo — No sé quién es éste Kendrick Duane, Dave. Lo único que pude ver es un adolescente torpe y algo ebrio, sin una pizca de idea de cómo hablar con las chicas. No creo que parezca una amenaza, pero la gente dice lo mismo sobre mí. Es un poco complejo, pero… — ay, por favor, me voy a odiar en la mañana. Hasta me mordisqueo los labios con algo de nerviosismo — ¿Dices que esta gente quiere un cambio? ¿Cómo el que hablábamos el otro día? — por la manera en la que le miro, estoy seguro de que puede ver un brillo en mis ojos que poco tiene que ver con las luces navideñas — Si tienen un plan y no son un montón de hippies soñadores… te escucho — porque creo que esto es solo la punta del iceberg, solo espero que no choquemos contra él.
En parte le doy la razón, en parte… — Siguen siendo máscaras, una para cada ocasión. No me creo todos los discursos que salen de las oficinas del ministerio y no soy lo suficientemente ilusa como para creer que todo lo que los políticos dejan salir de sus bocas, es lo que en realidad piensan. Es un sitio sucio, Dave, tú lo sabes mejor que yo — pero no siempre soy la mejor para juzgarlo, que he estado lejos por mucho tiempo. Me atrevo a mirarlo bajo las luces cálidas que le arrebatan algún que otro reflejo a su cabello, me gustaría poder tener la excusa del alcohol para haber caído en una conversación con tintes tan personales que podrían ser una condena si alguien pudiese escucharnos. ¿Yo sé cuál es mi norte? No estoy segura, he deseado ciertas cosas, pero me considero demasiado cobarde como para ir por ellas. Siempre me encontré en el rincón sin oportunidades, ahora he tenido una puerta… en mano del gobierno que cierra otras. Supongo que nunca vamos a estar todos conformes.
— ¿Quién diría que eras tan filosófico? ¿Ves? Te dije que eras un sentimental — intento tomar un tono más alegre a pesar de que la broma suena un poco fuera de sitio, le doy una palmadita en la rodilla y todo — No sé quién es éste Kendrick Duane, Dave. Lo único que pude ver es un adolescente torpe y algo ebrio, sin una pizca de idea de cómo hablar con las chicas. No creo que parezca una amenaza, pero la gente dice lo mismo sobre mí. Es un poco complejo, pero… — ay, por favor, me voy a odiar en la mañana. Hasta me mordisqueo los labios con algo de nerviosismo — ¿Dices que esta gente quiere un cambio? ¿Cómo el que hablábamos el otro día? — por la manera en la que le miro, estoy seguro de que puede ver un brillo en mis ojos que poco tiene que ver con las luces navideñas — Si tienen un plan y no son un montón de hippies soñadores… te escucho — porque creo que esto es solo la punta del iceberg, solo espero que no choquemos contra él.
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—Mienten, no te lo niego— digo, más que en máscaras tiendo a pensar en mentiras, en que montamos un engaño cuando lo necesitamos, que tanto dura y que tanto nos creemos esa mentira nosotros mismos sigue siendo parte de lo complejo de nuestra naturaleza. —Todos lo hacemos, todo el tiempo, yo estoy midiendo que tanto contarte para poder sostener que es verdad y te darás cuenta que hay muchas cosas que no te estoy diciendo… para no caer en la mentira. He ocultado muchas cosas en mi vida, a familia en especial que son las personas que más amo. ¿Y sabes? También les he mentido cuando tuve que hacerlo, mirándolos a los ojos. Porque hay mentiras necesarias y luego…— ruedo los ojos, —están los discursos políticos. Muchas veces ellos creen estar diciendo la verdad también, Holly. Se creen sus discursos. Es una trama demasiado grande de la que somos parte, entre lo que son las mentiras y las verdades, lo bueno y lo malo, lo justo y lo cruel… hubo días en que ni siquiera yo sabía en que creer…— suspiro, porque le estoy diciendo muchas cosas y ninguna de las que quería saber, sé que lo estoy alargando, que estoy llenando el espacio con mi voz para que no haga preguntas a las que tendré que decirle que no puedo contestar y lo hace, claro que lo hace al final de todo.
—Sé que lo soy— se lo reconozco cuando me señala como un sentimental, se puede decir que lo soy por el vínculo con mi familia y la manera en que amaba a mi mejor amigo y lo amaba en verdad, no era un afecto distante como se supone que debe ser entre chicos, de la misma forma defiendo a un crío como lo es Kendrick, como si fuera un hermano menor que tengo a cargo, y por eso me río cuando lo describe como el más bobo del boliche, ¿verdad que lo es? Por detrás de todo ese apellido, lo es. De toda su historia de heridas que lo forman para pelear, lo es. Es solo un chico que está haciendo el tonto con una chica, dos chicas, tres chicas, porque se puede ser siempre más tonto.
—El plan es… estar pendiente de lo que pasa en el ministerio, si quieres hacerlo, no hay más que eso— contesto simplemente. Como sé que soy un sentimental, sé también cuál es mi problema y es que me encariño con las personas, así que la miro detenidamente debajo de los foquitos que cuelgan sobre la ventana y que pintan su rostro por partes con un poco de luz. —Voy a decir algo que va a lastimarte— la prevengo, —pero no confío en ti, Holly— musito. —Me agradas, me pareces una buena chica, sé que no estás del todo de acuerdo con el ministerio y que también has sufrido injusticias en tu piel. Pero trabajas en el ministerio— se lo señalo, volviendo sobre eso, marcando su posición para remarcar la mía, —me coloco entre ti y Ken, entre ti y los otros chicos. Podrías ayudarme, si quieres, en el ministerio. Si es en lo que crees…— abro esa posibilidad para ella, porque no sé cuánto tiempo me llevaría confiar plenamente, cuando la confianza tampoco es tan importante al final de cuentas, el ministerio tiene sus maneras para romper lealtades inquebrantables. —Proteger a Ken es mi prioridad ahora mismo. Si algún día te ves obligada a tener que hablar de esto, prefiero que sólo des mi nombre. Lo siento, Holly, sé que pedirte ayuda es pedirte que confíes en mí y en lo que digo, cuando te estoy diciendo que no confío en ti… pero es algo mutuo, es algo que se va formando con el tiempo...
—Sé que lo soy— se lo reconozco cuando me señala como un sentimental, se puede decir que lo soy por el vínculo con mi familia y la manera en que amaba a mi mejor amigo y lo amaba en verdad, no era un afecto distante como se supone que debe ser entre chicos, de la misma forma defiendo a un crío como lo es Kendrick, como si fuera un hermano menor que tengo a cargo, y por eso me río cuando lo describe como el más bobo del boliche, ¿verdad que lo es? Por detrás de todo ese apellido, lo es. De toda su historia de heridas que lo forman para pelear, lo es. Es solo un chico que está haciendo el tonto con una chica, dos chicas, tres chicas, porque se puede ser siempre más tonto.
—El plan es… estar pendiente de lo que pasa en el ministerio, si quieres hacerlo, no hay más que eso— contesto simplemente. Como sé que soy un sentimental, sé también cuál es mi problema y es que me encariño con las personas, así que la miro detenidamente debajo de los foquitos que cuelgan sobre la ventana y que pintan su rostro por partes con un poco de luz. —Voy a decir algo que va a lastimarte— la prevengo, —pero no confío en ti, Holly— musito. —Me agradas, me pareces una buena chica, sé que no estás del todo de acuerdo con el ministerio y que también has sufrido injusticias en tu piel. Pero trabajas en el ministerio— se lo señalo, volviendo sobre eso, marcando su posición para remarcar la mía, —me coloco entre ti y Ken, entre ti y los otros chicos. Podrías ayudarme, si quieres, en el ministerio. Si es en lo que crees…— abro esa posibilidad para ella, porque no sé cuánto tiempo me llevaría confiar plenamente, cuando la confianza tampoco es tan importante al final de cuentas, el ministerio tiene sus maneras para romper lealtades inquebrantables. —Proteger a Ken es mi prioridad ahora mismo. Si algún día te ves obligada a tener que hablar de esto, prefiero que sólo des mi nombre. Lo siento, Holly, sé que pedirte ayuda es pedirte que confíes en mí y en lo que digo, cuando te estoy diciendo que no confío en ti… pero es algo mutuo, es algo que se va formando con el tiempo...
Estar pendiente de lo que pasa en el ministerio… suena a un plan demasiado vago, hasta sé que lo estoy mirando como si lo acusara de ocultarme la mitad de la información — ¿Dices que los rebeldes no hacen otra cosa que estar pendientes de las noticias, como lo están todos? Vaya, qué amenaza — ironizo, que si ese es su plan de batalla, David está arriesgando el pellejo por nada. Al final, las cosas son como siempre las he sabido: ellos tienen el poder y los demás solo bailan alrededor de sus porquerías, porque no somos más que títeres que acaban moviendo a su antojo. No hay un juicio justo, no hay esperanza para los que son señalados como diferentes. El Ministerio es la cuna de las cucarachas y nadie sabe qué hacer para llamar al fumigador. Por eso las cucarachas sobreviven.
Sí, lo que dice me lastima. Se siente como un pequeño golpe en la boca del estómago, porque estoy acostumbrada a que las personas se vayan, así que es fácil visualizar la pared de cemento que alza entre nosotros con solo unas pocas palabras. La sonrisa que le demuestro, irónica y helada, delata que ya sabía que esto vendría y que no me sorprende, pero sí me decepciona un poco — Creo en muchas cosas, David — mascullo, a pesar de que tengo el reflejo de colocarme el pelo detrás de la oreja, fallo y vuelve a caer sobre mi cara — Creo que alguien debe hacer algo. Creo que estoy en el ministerio porque es lo único que me ha sacado de las zanjas y porque el cambio inicia desde adentro. Creo que sin confianza, solo caminarás a ciegas. Pero tú… al final, eres como todos los demás — una pila de discursos, sin nada más que eso para ofrecer. Sacudo la cabeza y me pongo de pie con algo de brusquedad, alejándome lo suficiente como para darle la espalda — ¿Por qué es tan importante un niño? Me pides que confíe en que esto es lo correcto, pero tu historia no cuadra. Y lo único que he conocido en la vida han sido puertas cerradas y ahora… — bufo, molesta, sacudo los brazos para abarcar el aire y cerrar los puños delante de mí. Tranquila, Holly. No pierdas los estribos.
Cierro con fuerza los ojos y prenso mis labios, me recuerdo que debo respirar para seguir siendo yo — Si quieres que los demás te den una mano, tienes que estar dispuesto a tender la tuya. No puedes pedir confianza ciega cuando hay tanto en juego. Yo no soy tú, David. No tengo tu posición, no tengo una familia bonita y una casa con cerca blanca. Si las cosas salen mal, yo perderé más que un puesto que no lo vale, si no puedo hacerme valer como algo más que una criatura que todos ven como una cara bonita — Porque parece que eso es lo único que soy, ¿no? Holly Callahan, la veela que sirve el café y a la cual pueden pedirle favores porque será tan amable que los hará sin reprochar… ¡Cómo si tuviera otra opción! Ahora la tengo, por eso camino hasta la puerta y la abro de un tirón, quedándome con la mano en el picaporte y el cabello ayudándome a no mirarlo — Vete, David. No contaré tu estúpido secreto, pero tampoco quiero ver tu estúpida cara. Y asegúrate el lunes que sea Patricia Lollis quien te ayude con el papeleo — que me digan temperamental, pero él ya lo sabía.
Sí, lo que dice me lastima. Se siente como un pequeño golpe en la boca del estómago, porque estoy acostumbrada a que las personas se vayan, así que es fácil visualizar la pared de cemento que alza entre nosotros con solo unas pocas palabras. La sonrisa que le demuestro, irónica y helada, delata que ya sabía que esto vendría y que no me sorprende, pero sí me decepciona un poco — Creo en muchas cosas, David — mascullo, a pesar de que tengo el reflejo de colocarme el pelo detrás de la oreja, fallo y vuelve a caer sobre mi cara — Creo que alguien debe hacer algo. Creo que estoy en el ministerio porque es lo único que me ha sacado de las zanjas y porque el cambio inicia desde adentro. Creo que sin confianza, solo caminarás a ciegas. Pero tú… al final, eres como todos los demás — una pila de discursos, sin nada más que eso para ofrecer. Sacudo la cabeza y me pongo de pie con algo de brusquedad, alejándome lo suficiente como para darle la espalda — ¿Por qué es tan importante un niño? Me pides que confíe en que esto es lo correcto, pero tu historia no cuadra. Y lo único que he conocido en la vida han sido puertas cerradas y ahora… — bufo, molesta, sacudo los brazos para abarcar el aire y cerrar los puños delante de mí. Tranquila, Holly. No pierdas los estribos.
Cierro con fuerza los ojos y prenso mis labios, me recuerdo que debo respirar para seguir siendo yo — Si quieres que los demás te den una mano, tienes que estar dispuesto a tender la tuya. No puedes pedir confianza ciega cuando hay tanto en juego. Yo no soy tú, David. No tengo tu posición, no tengo una familia bonita y una casa con cerca blanca. Si las cosas salen mal, yo perderé más que un puesto que no lo vale, si no puedo hacerme valer como algo más que una criatura que todos ven como una cara bonita — Porque parece que eso es lo único que soy, ¿no? Holly Callahan, la veela que sirve el café y a la cual pueden pedirle favores porque será tan amable que los hará sin reprochar… ¡Cómo si tuviera otra opción! Ahora la tengo, por eso camino hasta la puerta y la abro de un tirón, quedándome con la mano en el picaporte y el cabello ayudándome a no mirarlo — Vete, David. No contaré tu estúpido secreto, pero tampoco quiero ver tu estúpida cara. Y asegúrate el lunes que sea Patricia Lollis quien te ayude con el papeleo — que me digan temperamental, pero él ya lo sabía.
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—Sabes, sabes muy bien, que hay información que sólo se conoce cuando estás trabajando en el ministerio y ordenando expedientes—. ¿No es así como nos enteramos de los detalles de las redadas de los aurores? ¿De lo que se hace? ¿De cuáles son en verdad los daños colaterales de cada aprensión que hacen en el norte? ¿Cuáles son los nombres que pasan por las celdas de la base seguridad como si sus puertas fueran giratorias? Nosotros no creemos oler la mierda como sucede con muchos ciudadanos de Neopanem que se mantienen callados, nosotros abrimos cajones y la encontramos, la certeza de que está allí nos recibe cada mañana. Es lo que puedo compartir con ella y lo que puedo pedirle, decirle que Kendrick es un Black ni siquiera lo he considerado. Plantearle que el chico pretende avivar ánimos entre los rebeldes para el intento de un nuevo golpe, no se me pasa por la cabeza. La miro por como es, por debajo incluso de ese halo de veela que la envuelve, es una chica en la que no veo nada malo, ninguna razón puntual para desconfiar, todo en ella dice que puedo ser honesto y que lo que diga no saldrá de aquí. Pero me escucho a mí mismo, a esa conciencia que me ha llevado a actuar con prudencia cuando el resto corre hacia al barranco, están en juego demasiadas cosas como para que le diga a una chica, quien sea, qué está sucediendo.
—No lo soy como los demás— respondo a su frase que tildo de trillada, una manifestación clara del despecho que siente porque acabo de decirle algo que no le gustó escuchar. Puede ser el comentario más arrogante que me ha oído, tiene un poco de eso, el resto es un tono quedo, casi que indiferente. Estoy señalando esto como si dijera que el cielo es de color azul, no tiene caso que me compare con políticos o con revolucionarios, porque sé que no coincido con ninguna de esas figuras. Sé que no encajo, ni pretendo encajar, en ninguno de esos moldes. —¿Por qué es tan importante un niño?— repito, una nota un poco más alta. —Pregúntate eso mismo, ¿por qué es importante un niño?—, entonces podrá entenderlo.
—No te estoy cerrando ninguna puerta, pero tampoco la abro de par en par. Porque la confianza regalada es peligrosa, no se la aconsejo a nadie en estos tiempos— mi voz choca con la suya, que procuro escuchar con el respeto que merece su descargo porque sé que está enojada, pero no logro contener la mueca que me provoca lo que trata de ser un golpe abajo por la condición de mi familia. —Te estás victimizando. Habrás pasado por mucha mierda, pero te estás victimizando al golpearte el pecho mientras aludes a las cercas blancas de mi casa—. No me muevo del alfeizar de la ventana, no bajo mi rodilla, no me muevo ni un ápice de mi lugar. Se lo estoy diciendo todo lo más claro que puedo, haciendo acopio de una paciencia con la que puedo hacerle frente, porque yo sí, al menos, trato de comprender cómo se siente. —Quiero confiar en ti, mientras tú tratas de confiar en mí. Sí te estoy tendiendo la mano, estoy esperando que la tomes y que yo pueda tomar la tuya. Porque la confianza es así, se sostienes de la mano de la otra persona y saltas al abismo con los ojos cerrados. Puedes caer o puedes volar—. Así de simple, ¿no? Si no fuéramos tan complejos. —No pienso irme— me arrellano en mi sitio en la ventana, —Si necesitas salir a caminar un rato para aclarar las ideas, te espero aquí.
—No lo soy como los demás— respondo a su frase que tildo de trillada, una manifestación clara del despecho que siente porque acabo de decirle algo que no le gustó escuchar. Puede ser el comentario más arrogante que me ha oído, tiene un poco de eso, el resto es un tono quedo, casi que indiferente. Estoy señalando esto como si dijera que el cielo es de color azul, no tiene caso que me compare con políticos o con revolucionarios, porque sé que no coincido con ninguna de esas figuras. Sé que no encajo, ni pretendo encajar, en ninguno de esos moldes. —¿Por qué es tan importante un niño?— repito, una nota un poco más alta. —Pregúntate eso mismo, ¿por qué es importante un niño?—, entonces podrá entenderlo.
—No te estoy cerrando ninguna puerta, pero tampoco la abro de par en par. Porque la confianza regalada es peligrosa, no se la aconsejo a nadie en estos tiempos— mi voz choca con la suya, que procuro escuchar con el respeto que merece su descargo porque sé que está enojada, pero no logro contener la mueca que me provoca lo que trata de ser un golpe abajo por la condición de mi familia. —Te estás victimizando. Habrás pasado por mucha mierda, pero te estás victimizando al golpearte el pecho mientras aludes a las cercas blancas de mi casa—. No me muevo del alfeizar de la ventana, no bajo mi rodilla, no me muevo ni un ápice de mi lugar. Se lo estoy diciendo todo lo más claro que puedo, haciendo acopio de una paciencia con la que puedo hacerle frente, porque yo sí, al menos, trato de comprender cómo se siente. —Quiero confiar en ti, mientras tú tratas de confiar en mí. Sí te estoy tendiendo la mano, estoy esperando que la tomes y que yo pueda tomar la tuya. Porque la confianza es así, se sostienes de la mano de la otra persona y saltas al abismo con los ojos cerrados. Puedes caer o puedes volar—. Así de simple, ¿no? Si no fuéramos tan complejos. —No pienso irme— me arrellano en mi sitio en la ventana, —Si necesitas salir a caminar un rato para aclarar las ideas, te espero aquí.
— Todos los que dicen que no son como los demás, lo terminan siendo — es algo que he aprendido en base a ver como muchas personas tenían una manía sobre negar sus propios defectos. Reconozco los míos, me pone nerviosa que los demás se vean como héroes incomprendidos, subidos a un cajón de moralidad. Y sí, ya me estoy preguntando por qué un niño es tan importante, creo que se lo dejé bien en claro, mi problema es que no encuentro una respuesta que sea válida. Se lo contesto con un bufido, un ruedo de ojos y un par de manos que golpean mis costados. Maldito David, no tiene por qué poner en jaque todo lo que le digo, incluso cuando podríamos estar tres días más discutiendo al respecto. ¿Por qué me esfuerzo para que lo vea desde mi punto de vista, cuando sé que no va a hacerlo? Al menos, no por completo.
Masajeo el costado de mi cuello, lo que me lleva a ladear un poco la cabeza hacia un lado en lo que me armo de paciencia — No te estoy pidiendo que confíes ciegamente en mí, Dave. Pero no puedes pretender que, diciéndole a una persona que no confías en ella, ella salte a tu piscina sin mirar hacia atrás. ¿Las cosas no son dar y recibir? — porque ahí va, dice que me estoy poniendo en víctima y… ¡Sí! ¡Estoy haciendo un berrinche, porque puedo hacerlo! ¡Porque es tan pulcro y yo lo único que quiero es reprocharle absolutamente todo lo que me dice! — ¡No es victimizarse, es la realidad! Algo que me ha enseñado la vida es que no todos somos iguales, las consecuencias no serán las mismas para todos. Hay una pirámide social, nos guste o no — siempre me he colocado debajo, si estoy un poco más arriba es porque no soy tan tonta como para rechazar esa posibilidad.
Me atrevo a mirarlo porque siento que se está burlando en mi propia cara, hasta me río sin ánimos y todo. Se me patinan los dedos del picaporte y los dejo caer, evaluando su expresión desde la otra punta de la habitación — Puedes confiar en mí, está en ti lo que decidas hacer con eso. Puedo ser muchas cosas, pero yo no voy a ser tu enemiga. Hay gente que también quiere que todo cambie y no necesariamente está allá afuera, jugando a salvar el mundo — yo soy una de ellas, sé que hay varios que también lo haría. El miedo y los riesgos siempre fueron los que hicieron la diferencia en números. Pero es tan terco, tan orgulloso, que soy yo quien tiene que inclinar un poco la puerta para no molestar a los vecinos en lo que se decide a quedarse, encaprichado en mi ventana — Yo no necesito tomar aire. Sé quien soy y sé lo que soy. Sé lo que quiero y sé bien dónde tomarlo. Y tú… ¿Me tomas? — doy los pasos que necesito para regresar a él, pero lejos de ser suave, hundo mis dedos en su cabellera con algo de demanda. No tiro de su pelo, pero sí ejerzo la presión para obligarlo a mirarme — Piensa otra vez en lo que vas a responder, entonces: ¿Confías en mí? Porque si quieres gente en el ministerio, porque si lo que deseas es mi confianza y mi ayuda, yo exijo lo mismo. Sino, seré yo quién te saque por esa puerta y quiero creer que tú no quieres eso — porque puedo hacerlo, claro que puedo.
Masajeo el costado de mi cuello, lo que me lleva a ladear un poco la cabeza hacia un lado en lo que me armo de paciencia — No te estoy pidiendo que confíes ciegamente en mí, Dave. Pero no puedes pretender que, diciéndole a una persona que no confías en ella, ella salte a tu piscina sin mirar hacia atrás. ¿Las cosas no son dar y recibir? — porque ahí va, dice que me estoy poniendo en víctima y… ¡Sí! ¡Estoy haciendo un berrinche, porque puedo hacerlo! ¡Porque es tan pulcro y yo lo único que quiero es reprocharle absolutamente todo lo que me dice! — ¡No es victimizarse, es la realidad! Algo que me ha enseñado la vida es que no todos somos iguales, las consecuencias no serán las mismas para todos. Hay una pirámide social, nos guste o no — siempre me he colocado debajo, si estoy un poco más arriba es porque no soy tan tonta como para rechazar esa posibilidad.
Me atrevo a mirarlo porque siento que se está burlando en mi propia cara, hasta me río sin ánimos y todo. Se me patinan los dedos del picaporte y los dejo caer, evaluando su expresión desde la otra punta de la habitación — Puedes confiar en mí, está en ti lo que decidas hacer con eso. Puedo ser muchas cosas, pero yo no voy a ser tu enemiga. Hay gente que también quiere que todo cambie y no necesariamente está allá afuera, jugando a salvar el mundo — yo soy una de ellas, sé que hay varios que también lo haría. El miedo y los riesgos siempre fueron los que hicieron la diferencia en números. Pero es tan terco, tan orgulloso, que soy yo quien tiene que inclinar un poco la puerta para no molestar a los vecinos en lo que se decide a quedarse, encaprichado en mi ventana — Yo no necesito tomar aire. Sé quien soy y sé lo que soy. Sé lo que quiero y sé bien dónde tomarlo. Y tú… ¿Me tomas? — doy los pasos que necesito para regresar a él, pero lejos de ser suave, hundo mis dedos en su cabellera con algo de demanda. No tiro de su pelo, pero sí ejerzo la presión para obligarlo a mirarme — Piensa otra vez en lo que vas a responder, entonces: ¿Confías en mí? Porque si quieres gente en el ministerio, porque si lo que deseas es mi confianza y mi ayuda, yo exijo lo mismo. Sino, seré yo quién te saque por esa puerta y quiero creer que tú no quieres eso — porque puedo hacerlo, claro que puedo.
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—Es dar y recibir de a poco— aclaro, estamos dando vueltas sobre un mismo, una confianza para la que es demasiado pronto que podamos plantear entre nosotros. Nos conocemos hace un tiempo, nos vemos en el trabajo, quiero creer que hemos podido ver al otro más allá de lo que es una primera impresión, pero no le confías a una chica por agradable que te parezca, los planes de revolución que tiene un heredero fugitivo del gobierno. —Lo que sé de tu pirámide social es que me la pasa por el culo, todos tenemos algo que perder y algo que ganar con todo esto. ¿Mis benditas cercas blancas? Te sorprenderá saber que no me dolerá si las pierdo— digo, con una mano en mi pecho en otra pose dramática. —Porque es mi familia la que está en peligro si hago algo o si no hacemos nada también. Me importa un cuerno la casa, el jardín y las cercas. No sé qué quieras que entienda de la posición en la que te encuentras, si tú solo decidiste creer que soy de las personas que tienen suerte en la vida. Un chico con privilegios, ¿no? Siempre es fácil condenar para los que se creen víctimas de sus circunstancias, porque a la mierda los privilegios que crees ver, estoy metiendo mis pies en el barro y ensuciándome por lo que creo. Pero, adelante, envídiame las cercas blancas—. ¿Me pasé un poco? ¿Me he ido tres distritos? Tal vez cinco. Dije más de lo que pretendía y nada que crea que contribuya a la causa. ¿Qué causa? La de aclararme, por lo menos.
—Esas personas que dices que están allá afuera «jugando» a salvar el mundo, se están muriendo. Vi quemarse vivo a un hombre que creía en una revolución posible, en que toda esta mierda de la que sólo te quejas, podía cambiar. No sé qué piensas de lo que estoy haciendo en el ministerio, pero es el aporte que puedo hacer y no es un juego— insisto, demonios que sigo insistiendo en esto que se parece demasiado a llevarle la contraria porque sí, porque al parecer no podemos llegar a un entendimiento cuando creo que es tan claro. Todo parece decir que estamos del mismo lado, entonces ¿por qué no? —No es un juego, me lo tomo en serio, hablar de más sería malo. Para mí y también para ti— digo en la necesidad de pasar esto en limpio. —La confianza requiere de tiempo…— y no digo más porque cierro mi boca con mi mandíbula tensa al reprimir el grito que casi me sale por el tirón de mi cabello. Me pongo de pie más rápido de lo que podría una snitch cruzar la sala y alzo mis manos en señal de rendición. —¡De acuerdo! ¡Me voy a mi casa!— es lo primero que atino a decir, pienso que va a echarme, y tengo que retroceder un poco para tomarme en serio su pregunta. —Holly, confío en ti… no plenamente— me corrijo de inmediato, —pero muy cerca de plenamente, absolutamente. ¿Podemos hacer esto juntos, no?—, creo que hemos dado una larga vuelta para llegar a esto.
—Esas personas que dices que están allá afuera «jugando» a salvar el mundo, se están muriendo. Vi quemarse vivo a un hombre que creía en una revolución posible, en que toda esta mierda de la que sólo te quejas, podía cambiar. No sé qué piensas de lo que estoy haciendo en el ministerio, pero es el aporte que puedo hacer y no es un juego— insisto, demonios que sigo insistiendo en esto que se parece demasiado a llevarle la contraria porque sí, porque al parecer no podemos llegar a un entendimiento cuando creo que es tan claro. Todo parece decir que estamos del mismo lado, entonces ¿por qué no? —No es un juego, me lo tomo en serio, hablar de más sería malo. Para mí y también para ti— digo en la necesidad de pasar esto en limpio. —La confianza requiere de tiempo…— y no digo más porque cierro mi boca con mi mandíbula tensa al reprimir el grito que casi me sale por el tirón de mi cabello. Me pongo de pie más rápido de lo que podría una snitch cruzar la sala y alzo mis manos en señal de rendición. —¡De acuerdo! ¡Me voy a mi casa!— es lo primero que atino a decir, pienso que va a echarme, y tengo que retroceder un poco para tomarme en serio su pregunta. —Holly, confío en ti… no plenamente— me corrijo de inmediato, —pero muy cerca de plenamente, absolutamente. ¿Podemos hacer esto juntos, no?—, creo que hemos dado una larga vuelta para llegar a esto.
Abro la boca para contestar, hasta sacudo la cabeza con toda la dignidad enfurecida que me queda, pero me doy cuenta de que no tengo nada para decir porque sí, separo los labios, intento de nuevo y… ¡Maldito David Meyer y su estúpida moral de niño bueno! Hago lo más maduro que puedo hacer y me cruzo de brazos, desviando la mirada con un mohín indignado mientras él sigue hablando, convenciéndome de que las paredes de este lugar son tan delgadas que mis vecinos probablemente escuchen voces alzarse y creerán que estoy en una disputa mucho más estúpida y banal que esta. Sé del sujeto de quien habla, creo; recuerdo el discurso que dio Ferdia Wallace en la televisión, minutos antes de que lo quemaran en la plaza principal sin siquiera considerar una segunda opción. Es extraño el pensar los últimos minutos de vida de alguien, porque se lo veía tan pleno, tan encendido por dentro, que es casi irónico que ardiese en llamas delante de los ojos de todo el país — Todo el mundo hace o deja de hacer desde el lugar que puede, David — es lo único que atino a decir, que lo tome como quiera.
Tiempo, como si las cosas tuvieran tiempo. ¿No nos demuestran todos los días que no poseemos esos minutos que se supone que fueron dados para nosotros? Todos envejecemos, todos morimos. En el medio, están todas estas historias, esos segundos que nos arrebatan para jugar a los soldados. Y además, la confianza, una que yo podría darle si no fuese tan testarudo. ¿O yo soy la testaruda? Quizá estamos en el mismo sitio y no lo estamos viendo. Su grito y la manera que tiene de moverse hacen que levante las manos en el aire, las dejo allí en lo que a él le toma dar un veredicto y tengo que achinar un poco mis ojos — Le diste en el clavo al pensarte como abogado: te encanta darle vueltas a las cosas — bajo poco a poco los brazos, mirándolo en medición de sus palabras. ¿Podemos hacer esto juntos? ¿Podemos dejar de vernos como el enemigo, cuando ambos queremos lo mismo? ¿Puedo aceptar una confianza a medias y demostrarle que está equivocado? Son demasiadas incógnitas, no sé si me siento capaz de responder a todas.
Y sin embargo, no lo expulso de inmediato, no corro a los gritos una vez más hacia la puerta para sacarlo de aquí sin que elimine los recuerdos de esta noche, porque no quiero olvidarlos. Me cuesta creer que aún hay personas buenas, incluso cuando en el fondo sé que las hay, escondidas por ahí, en forma de chicos bobos en boliches y compañeros de trabajo que te hacen rabiar. Mi respuesta es un asentimiento lento, seguido de un puñetazo en su brazo que soy incapaz de contener — Esto es por hacerme enojar. ¡Podría comerte vivo, Meyer! — triste, pero no es una exageración, al menos no del todo — Guardaré tu secreto, te ayudaré a ti y a tu tonto amigo de la gorra si es necesario y espero que, algún día, puedas contarme la historia completa — solo para hacerme la interesante y darle a entender que no tendrá mi perdón por completo, me cruzo de brazos y miro hacia cualquier otro lado. Sí, ese punto luminoso random de la habitación es una buena opción — Y puede que te ayude con el papeleo, pero la crema de la cafetería será solo mía. Y deberás cederme tu pudín en los almuerzos — es un trato más que justo después de haber sido un imbécil. Un poco más que yo. Solo un poco.
Tiempo, como si las cosas tuvieran tiempo. ¿No nos demuestran todos los días que no poseemos esos minutos que se supone que fueron dados para nosotros? Todos envejecemos, todos morimos. En el medio, están todas estas historias, esos segundos que nos arrebatan para jugar a los soldados. Y además, la confianza, una que yo podría darle si no fuese tan testarudo. ¿O yo soy la testaruda? Quizá estamos en el mismo sitio y no lo estamos viendo. Su grito y la manera que tiene de moverse hacen que levante las manos en el aire, las dejo allí en lo que a él le toma dar un veredicto y tengo que achinar un poco mis ojos — Le diste en el clavo al pensarte como abogado: te encanta darle vueltas a las cosas — bajo poco a poco los brazos, mirándolo en medición de sus palabras. ¿Podemos hacer esto juntos? ¿Podemos dejar de vernos como el enemigo, cuando ambos queremos lo mismo? ¿Puedo aceptar una confianza a medias y demostrarle que está equivocado? Son demasiadas incógnitas, no sé si me siento capaz de responder a todas.
Y sin embargo, no lo expulso de inmediato, no corro a los gritos una vez más hacia la puerta para sacarlo de aquí sin que elimine los recuerdos de esta noche, porque no quiero olvidarlos. Me cuesta creer que aún hay personas buenas, incluso cuando en el fondo sé que las hay, escondidas por ahí, en forma de chicos bobos en boliches y compañeros de trabajo que te hacen rabiar. Mi respuesta es un asentimiento lento, seguido de un puñetazo en su brazo que soy incapaz de contener — Esto es por hacerme enojar. ¡Podría comerte vivo, Meyer! — triste, pero no es una exageración, al menos no del todo — Guardaré tu secreto, te ayudaré a ti y a tu tonto amigo de la gorra si es necesario y espero que, algún día, puedas contarme la historia completa — solo para hacerme la interesante y darle a entender que no tendrá mi perdón por completo, me cruzo de brazos y miro hacia cualquier otro lado. Sí, ese punto luminoso random de la habitación es una buena opción — Y puede que te ayude con el papeleo, pero la crema de la cafetería será solo mía. Y deberás cederme tu pudín en los almuerzos — es un trato más que justo después de haber sido un imbécil. Un poco más que yo. Solo un poco.
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—Me hice abogado porque el traje me queda bien— de pronto estoy bromeando con ella otra vez, si bien en estos días tengo más presente que nunca el por qué me hice quedé cautivado de los tribunales la primera vez que los visité con mi tío y con mi mejor amigo, marcándonos la decisión de vida de cada uno. Sabía que quería defender lo indefendible, demostrar la inocencia de quienes se había condenado a sentencia como culpables y no lo eran, luchar por un montón de causas perdidas, esas son las que más me gustan y por eso debe ser que apoyo a Ken como a nadie más, etiquetado con el rótulo de criminal peligroso cuando lo he visto tirarse de la cama por creer una broma estúpida de mi parte.
Tomo su puñetazo a mi brazo como que me ha perdonado la falta de esta noche al menos, por más que no pueda aceptar del todo mi falta de confianza entera y es algo sobre lo que luego volveré a pedir perdón, en serio lamento esto de… no poder confiar en una persona. Más por mí, que por ella. —Espero poder hacerlo un día— le sonrío a modo de ofrenda de paz. Pongo mis palmas en alto, en señal de rendición a sus condiciones para este nuevo trato en el que contaré con su ayuda para no estar buceando solo entre los muchos expedientes que se traspapelan en el ministerio. —La crema de la cafetería, mi pudín y la mitad de reino para cuando todo este termine, espero que sea suficiente—, muestro mis manos con humildad como si le estuviera ofreciendo fortunas en agradecimiento y ni reino tengo, que sigo viviendo con mis padres. Recorro con mi mirada todo lo que puedo ver del departamento, ella es mucho más joven que yo y está aquí, viviendo sola.
—Entonces… vives aquí— asumo, lo sé, soy un as en esto de resolver acertijos que no lo son. Como ha dejado de marcarme la salida, vuelvo a sentarme en el borde del alfeizar, no tan cómodo por si tengo que pararme de golpe e irme para huir de una nueva rabieta. —¿Puedo preguntar por tu familia?— pregunto como si estuviera caminando en puntitas de pie, con cuidado. —No tienes que contestar si no quieres, soy curioso de por sí. ¿Sabes que hacía cuando andaba por el norte?— sigo, y alzo mis manos a la altura de mi rostro para colocarlas de la manera en que lo hacía cuando tenía que sostener la cámara mágica. —Sacaba fotografías, muchas fotografías. Me gustaba hacer retratos de personas del norte, creo que lo sabes, serías una buena cara para retratar—, desarmo la pose con mis manos. —Hace meses que no saco ni una fotografía.
Tomo su puñetazo a mi brazo como que me ha perdonado la falta de esta noche al menos, por más que no pueda aceptar del todo mi falta de confianza entera y es algo sobre lo que luego volveré a pedir perdón, en serio lamento esto de… no poder confiar en una persona. Más por mí, que por ella. —Espero poder hacerlo un día— le sonrío a modo de ofrenda de paz. Pongo mis palmas en alto, en señal de rendición a sus condiciones para este nuevo trato en el que contaré con su ayuda para no estar buceando solo entre los muchos expedientes que se traspapelan en el ministerio. —La crema de la cafetería, mi pudín y la mitad de reino para cuando todo este termine, espero que sea suficiente—, muestro mis manos con humildad como si le estuviera ofreciendo fortunas en agradecimiento y ni reino tengo, que sigo viviendo con mis padres. Recorro con mi mirada todo lo que puedo ver del departamento, ella es mucho más joven que yo y está aquí, viviendo sola.
—Entonces… vives aquí— asumo, lo sé, soy un as en esto de resolver acertijos que no lo son. Como ha dejado de marcarme la salida, vuelvo a sentarme en el borde del alfeizar, no tan cómodo por si tengo que pararme de golpe e irme para huir de una nueva rabieta. —¿Puedo preguntar por tu familia?— pregunto como si estuviera caminando en puntitas de pie, con cuidado. —No tienes que contestar si no quieres, soy curioso de por sí. ¿Sabes que hacía cuando andaba por el norte?— sigo, y alzo mis manos a la altura de mi rostro para colocarlas de la manera en que lo hacía cuando tenía que sostener la cámara mágica. —Sacaba fotografías, muchas fotografías. Me gustaba hacer retratos de personas del norte, creo que lo sabes, serías una buena cara para retratar—, desarmo la pose con mis manos. —Hace meses que no saco ni una fotografía.
— Sí, vivo aquí — suena a que me resigno y no a que estoy orgullosa de este lugar, por mucho que he aprendido a tenerle cierto aprecio. Cuando llegué pasé noches sin poder dormir con calma, confundida por el cambio de ciudad y sin comprender cómo es que todo esto, tan repentinamente, era mío. Conseguir adornos pequeños y luces de colores fue mi modo de ir transformándolo en algo más personal, incluso cuando empiezo a verlo como una especie de guarida donde nadie puede tocarme, ni siquiera los malos recuerdos. Mi hilo de pensamiento hogareño se muere cuando hace una pregunta que no me espero y, a pesar de no estar a la defensiva, respondo con lo primero que se me viene a la cabeza — No tengo — es tan simple como eso. A lo siguiente, solo niego.
No sé por qué, pero no me sorprende lo que me está contando. Incluso me quita una risa, esa que suena demasiado antinatural después de la pelea que acabamos de protagonizar, como un viejo matrimonio — No sabía que tenías esa vena artística. ¿Me estás pidiendo permiso para tomarme una fotografía? — pregunto, me permito el darle la espalda para caminar unos pocos pasos y empujo la puerta con mis dedos, apenas se oye el “click” cuando vuelve a cerrarse — Mis padres eran muggles, yo nací bruja — es una explicación que viene como un extraño cuento, se siente un poco ajena ahora que ha pasado el tiempo. Regreso sobre mis pies pero, en lugar de sentarme a su lado, me siento en el borde de la cama, cuyos almohadones la hacen ver como un sofá en uno de los rincones — Fuimos una de las tantas familias que tuvieron que huir cuando los Niniadis llegaron al poder, no demostré tener poderes hasta los seis, entonces… — me encojo de hombros, creo que estoy siendo obvia: a pesar de mi condición, tuve que escapar con ellos.
Subo los pies, apoyándolos en el borde así puedo quitarme los zapatos — Pasamos años de sótano en sótano, mis padres tuvieron otro hijo, Quentin. Estuve ahí cuando nació, ya te harás una idea de que no tuvo un parto en un hospital ni nada por el estilo. Había otros muggles con nosotros, así que éramos… una extraña familia. No siempre eran los mismos rostros, casi nunca volvías a verte, así que… inestabilidad — muevo un poco los dedos descalzos en busca de comodidad y acomodo mi cabello suelto hasta volverlo un rodete desprolijo — Alguien delató a los magos que nos ocultaban en una ocasión y llegaron los aurores. Quentin y yo nos escondimos bajo unas tablas sueltas de madera, pero el resto… — ni hace falta aclararlo. Magos condenados, muggles encerrados. “Tal y como debe ser”. Suspiro con pesadez, encogiendo un poco mis hombros por ese gesto y apoyo mis manos en mis rodillas — Cuidé de Quentin hasta la noche en que murió. En la que ambos morimos. Si conoces el norte… no hay criaturas muy agraciadas y amables por ahí… — se me va apagando la voz, mantengo los ojos fijos en el modo que tengo de rasquetear mi propia piel con una de mis uñas. Parece tan lejano y, a la vez, se siente tan real.
— Como sea — recupero el tono de mi voz con una sacudida de la cabeza, que me regresa los ojos hacia él — Volví como veela y estoy aquí, contigo. Dicen que las fotografías relatan historias… — como todas las imágenes. Capturan un segundo, pero siempre hubo vida detrás de ellas — ¿Crees querer fotografiarme aunque la mía no sea tan divertida? Porque se me da muy bien fingir, hasta podemos inventarnos un cuento nuevo detrás de la foto. Ya sabes, una historia genial como que soy la princesa de un reino desconocido de Europa y que en realidad estoy aquí porque… la crema del departamento de justicia es demasiado rica como para dejarla pasar — es una idea tan absurda, que apenas y contengo la risa que se camufla en mi voz.
No sé por qué, pero no me sorprende lo que me está contando. Incluso me quita una risa, esa que suena demasiado antinatural después de la pelea que acabamos de protagonizar, como un viejo matrimonio — No sabía que tenías esa vena artística. ¿Me estás pidiendo permiso para tomarme una fotografía? — pregunto, me permito el darle la espalda para caminar unos pocos pasos y empujo la puerta con mis dedos, apenas se oye el “click” cuando vuelve a cerrarse — Mis padres eran muggles, yo nací bruja — es una explicación que viene como un extraño cuento, se siente un poco ajena ahora que ha pasado el tiempo. Regreso sobre mis pies pero, en lugar de sentarme a su lado, me siento en el borde de la cama, cuyos almohadones la hacen ver como un sofá en uno de los rincones — Fuimos una de las tantas familias que tuvieron que huir cuando los Niniadis llegaron al poder, no demostré tener poderes hasta los seis, entonces… — me encojo de hombros, creo que estoy siendo obvia: a pesar de mi condición, tuve que escapar con ellos.
Subo los pies, apoyándolos en el borde así puedo quitarme los zapatos — Pasamos años de sótano en sótano, mis padres tuvieron otro hijo, Quentin. Estuve ahí cuando nació, ya te harás una idea de que no tuvo un parto en un hospital ni nada por el estilo. Había otros muggles con nosotros, así que éramos… una extraña familia. No siempre eran los mismos rostros, casi nunca volvías a verte, así que… inestabilidad — muevo un poco los dedos descalzos en busca de comodidad y acomodo mi cabello suelto hasta volverlo un rodete desprolijo — Alguien delató a los magos que nos ocultaban en una ocasión y llegaron los aurores. Quentin y yo nos escondimos bajo unas tablas sueltas de madera, pero el resto… — ni hace falta aclararlo. Magos condenados, muggles encerrados. “Tal y como debe ser”. Suspiro con pesadez, encogiendo un poco mis hombros por ese gesto y apoyo mis manos en mis rodillas — Cuidé de Quentin hasta la noche en que murió. En la que ambos morimos. Si conoces el norte… no hay criaturas muy agraciadas y amables por ahí… — se me va apagando la voz, mantengo los ojos fijos en el modo que tengo de rasquetear mi propia piel con una de mis uñas. Parece tan lejano y, a la vez, se siente tan real.
— Como sea — recupero el tono de mi voz con una sacudida de la cabeza, que me regresa los ojos hacia él — Volví como veela y estoy aquí, contigo. Dicen que las fotografías relatan historias… — como todas las imágenes. Capturan un segundo, pero siempre hubo vida detrás de ellas — ¿Crees querer fotografiarme aunque la mía no sea tan divertida? Porque se me da muy bien fingir, hasta podemos inventarnos un cuento nuevo detrás de la foto. Ya sabes, una historia genial como que soy la princesa de un reino desconocido de Europa y que en realidad estoy aquí porque… la crema del departamento de justicia es demasiado rica como para dejarla pasar — es una idea tan absurda, que apenas y contengo la risa que se camufla en mi voz.
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—Es propio de los sentimentales— sonrío hacia ella, haciendo una broma de lo que me dijo, y creo que es la verdad, me decían de niño que era sensible, como puede que lo sea cualquier niño que ve en el barrio donde creció como sus amigos van desapareciendo, que al crecer se va dando cuenta de espacios vacíos que todavía están tibios por haber sido ocupados por alguien, que las fotografías enmarcadas muestran a cuatro personas y a veces a una quinta, pero… ¿dónde están los demás? Las fotografías tienen eso de triunfar sobre la muerte, de preservarnos de las pérdidas, porque cuando capturas un segundo con una imagen, ese segundo nunca muere, las personas retratadas estarán allí, inmarcesibles al paso del tiempo. Y tal vez es lo que he buscado siempre, pero he dejado de sacar fotografías porque le perdí un poco el sentido o la motivación a tratar de atrapar esos segundos para mí, que siguen escapándose, las pérdidas se suceden. —¿Te gustaría que te fotografíe?— le pregunto, si es que acaso vuelvo a sacar la cámara de la caja en la que está guardada, la misma que tengo conmigo desde que la encontré entre todas esas cosas que deberían haberse quedado guardadas y olvidadas en el fondo de un armario.
Sé cómo termina su historia antes de que la empiece, la tengo frente a mí todos los días en la oficina como un testimonio vivo y mudo de lo que sucedió, y es la primera en mucho tiempo que puedo sentarme a escuchar la historia de alguien más, porque creo que también perdí eso, también me cerré a querer seguir empatizando con otros. Al final de todo, ¿para qué? Cuando haces carne de la historia de otras personas, también se te corta la piel por reflejo de sus heridas, y lo lamento, escuché tantas que una más me hubiera dejado a carne viva. Necesité mi tiempo para recuperarme, estoy seguro de que también lo necesitaré después de que Ken se anuncie como un Black. Porque las historias como las de Holly me duelen, el tener que esconderse así, que se llevaran a todas esas personas, la muerte de su hermanito… No lo digo, trato de que no se note, pero estas son las cosas que en el fondo me angustian e impiden que tenga una actitud despreocupada y alegre como la que transmiten mis padres, cargo conmigo tristezas que no son sólo mías, sino que las tomo de los demás.
Y por tentador y posible que sea inventarle otra historia a su rostro en una fotografía, cuando separo mis labios para hablar, es otra cosa la que le digo. —Una vez conocí a una chica que cuidaba de su abuela ciega, y ella me hablaba de poder ver las cosas que nadie más, de cerrar los ojos y poder ver. Recuerdo que tocaba el piano…— me meto dentro de la historia que le cuento y muevo mis dedos en el aire como simulando el roce de unas teclas, la sonrisa que cruza mi rostro es apagada. —Me sentía muy triste en esa época y ella fue lo más triste que encontré, era una tristeza desgarradora que te conmovía. Y ella solía decirme… «también hay belleza en las cosas tristes»— la evoco, mi mirada buscando el cielo oscuro al otro lado de la ventana al echar hacia atrás mi cabeza. —Aprendes a verlo, aprendes a amar eso, lo que está roto, lo que es triste, la herida, el defecto, lo que es diferente. A ella le gustaban todas esas personas que otros llaman locos, raros, extraños… era la gente que yo también buscaba para hacerles fotografías…— devuelvo mi mirada a Holly. —Lo siento, lamento lo de tu familia. Sé que lo que te digo no parece tener razón de ser… no te estoy diciendo que haya algo bello en todo lo triste que te ha pasado, pero… es lo que te ha hecho quien eres y eres hermosa,… y no, no me estoy refiriendo a que seas veela. Sino a que eres una buena persona, Holly, que tiene su propia luz.
Sé cómo termina su historia antes de que la empiece, la tengo frente a mí todos los días en la oficina como un testimonio vivo y mudo de lo que sucedió, y es la primera en mucho tiempo que puedo sentarme a escuchar la historia de alguien más, porque creo que también perdí eso, también me cerré a querer seguir empatizando con otros. Al final de todo, ¿para qué? Cuando haces carne de la historia de otras personas, también se te corta la piel por reflejo de sus heridas, y lo lamento, escuché tantas que una más me hubiera dejado a carne viva. Necesité mi tiempo para recuperarme, estoy seguro de que también lo necesitaré después de que Ken se anuncie como un Black. Porque las historias como las de Holly me duelen, el tener que esconderse así, que se llevaran a todas esas personas, la muerte de su hermanito… No lo digo, trato de que no se note, pero estas son las cosas que en el fondo me angustian e impiden que tenga una actitud despreocupada y alegre como la que transmiten mis padres, cargo conmigo tristezas que no son sólo mías, sino que las tomo de los demás.
Y por tentador y posible que sea inventarle otra historia a su rostro en una fotografía, cuando separo mis labios para hablar, es otra cosa la que le digo. —Una vez conocí a una chica que cuidaba de su abuela ciega, y ella me hablaba de poder ver las cosas que nadie más, de cerrar los ojos y poder ver. Recuerdo que tocaba el piano…— me meto dentro de la historia que le cuento y muevo mis dedos en el aire como simulando el roce de unas teclas, la sonrisa que cruza mi rostro es apagada. —Me sentía muy triste en esa época y ella fue lo más triste que encontré, era una tristeza desgarradora que te conmovía. Y ella solía decirme… «también hay belleza en las cosas tristes»— la evoco, mi mirada buscando el cielo oscuro al otro lado de la ventana al echar hacia atrás mi cabeza. —Aprendes a verlo, aprendes a amar eso, lo que está roto, lo que es triste, la herida, el defecto, lo que es diferente. A ella le gustaban todas esas personas que otros llaman locos, raros, extraños… era la gente que yo también buscaba para hacerles fotografías…— devuelvo mi mirada a Holly. —Lo siento, lamento lo de tu familia. Sé que lo que te digo no parece tener razón de ser… no te estoy diciendo que haya algo bello en todo lo triste que te ha pasado, pero… es lo que te ha hecho quien eres y eres hermosa,… y no, no me estoy refiriendo a que seas veela. Sino a que eres una buena persona, Holly, que tiene su propia luz.
Mi respuesta es escueta, un simple movimiento de mis hombros que deja la idea de una fotografía a su elección. Nunca he pasado mucho tiempo delante de las cámaras, creo que me agradan las imágenes pero no soy una fanática de aparecer en ellas. Me cautiva lo bella que puede ser una película o una foto, posiblemente porque vengo de un sitio tan oscuro que no siempre estaba la posibilidad de ver todas esas imágenes y texturas dispuestas para contar una historia. Cuando creces dentro de sótanos, lo más parecido que encuentras a ello son los libros, la imaginación se enriquece, pero sé que no es lo mismo. Con Quentin supimos disfrutar de beber la lluvia cuando nos quedamos solos, porque al no ser muggles nadie nos estaba buscando y podíamos pasear por la calle hasta que algún adulto se preocupaba por nosotros, si es que lo hacían. Solo éramos dos niños pobres que se detenían en medio de la vereda con la lengua afuera. Esas cosas no puedes sentirlas en las historias, tienes que vivirlas.
Obvio que él tiene otra que contar, me acomodo en mi sitio con la calma de la persona que está dispuesta a prestar atención. Quiero preguntarle por qué se sentía triste pero creo que él lo habría dicho si quisiera hablar del tema, así que me centro en comprender lo que me está contando, trato de seguirle el hilo hacia dónde quiere llegar y lo sospecho. Llega un elogio que me pinta una sonrisa triste, me demoro un momento en poder encontrar mi voz — Gracias, Dave — es lo único que puedo decirle, aunque me sorprende el descubrir que estoy hablando con lo poco que queda de mi voz. Creo que han sido demasiadas emociones para una noche en la cual no he llegado a estar ebria — Siempre he creído que las personas son como esas luces de Navidad — las señalo con un movimiento del mentón, por encima de su cabeza; estoy segura de que muchas de ellas son las que arrancan esos reflejos de su cabello — Algunas se han quemado, otras tienen una luz muy titilante… y otras son meramente brillantes. Pienso muchas tonterías cuando paso tiempo aquí dentro — aclaro, hasta me río vagamente de mí misma — No sé si la tristeza es bella, es solo… las emociones se sienten demasiado vivas, demasiado caóticas. Puedes escribir el más bello poema por el simple hecho de estar triste, incluso cuando lo que te ocasionó esa sensación haya sido… — no puedo encontrar una palabra, pero creo que él no la necesita para entenderme.
Cruzo mis pies descalzos entre sí y doy algunos golpecitos con mi lengua contra mi paladar — Puedes fotografiarme, Dave, solo dime cuando. Y en cuanto a lo que sucedió esta noche… lo siento. Por haber expuesto a tu amigo, por hacer un escándalo de ello. Por gritar antes de saber escuchar — eso es primordial, creo que mis vecinos nos habrán odiado por cinco minutos. Lo bueno es que de seguro pensaban que era otra pareja chillándose por alguna infidelidad o tonterías por el estilo — Siempre fuiste amable conmigo, incluso cuando muchos de tus compañeros no lo son. Y lo único que hice hoy fue atacarte, por más de que te merecieras algunos golpes… — le sonrío con divertida sorna, porque al fin de cuentas puedo decir que ya pedí disculpas, no tengo ese cargo de consciencia.
Obvio que él tiene otra que contar, me acomodo en mi sitio con la calma de la persona que está dispuesta a prestar atención. Quiero preguntarle por qué se sentía triste pero creo que él lo habría dicho si quisiera hablar del tema, así que me centro en comprender lo que me está contando, trato de seguirle el hilo hacia dónde quiere llegar y lo sospecho. Llega un elogio que me pinta una sonrisa triste, me demoro un momento en poder encontrar mi voz — Gracias, Dave — es lo único que puedo decirle, aunque me sorprende el descubrir que estoy hablando con lo poco que queda de mi voz. Creo que han sido demasiadas emociones para una noche en la cual no he llegado a estar ebria — Siempre he creído que las personas son como esas luces de Navidad — las señalo con un movimiento del mentón, por encima de su cabeza; estoy segura de que muchas de ellas son las que arrancan esos reflejos de su cabello — Algunas se han quemado, otras tienen una luz muy titilante… y otras son meramente brillantes. Pienso muchas tonterías cuando paso tiempo aquí dentro — aclaro, hasta me río vagamente de mí misma — No sé si la tristeza es bella, es solo… las emociones se sienten demasiado vivas, demasiado caóticas. Puedes escribir el más bello poema por el simple hecho de estar triste, incluso cuando lo que te ocasionó esa sensación haya sido… — no puedo encontrar una palabra, pero creo que él no la necesita para entenderme.
Cruzo mis pies descalzos entre sí y doy algunos golpecitos con mi lengua contra mi paladar — Puedes fotografiarme, Dave, solo dime cuando. Y en cuanto a lo que sucedió esta noche… lo siento. Por haber expuesto a tu amigo, por hacer un escándalo de ello. Por gritar antes de saber escuchar — eso es primordial, creo que mis vecinos nos habrán odiado por cinco minutos. Lo bueno es que de seguro pensaban que era otra pareja chillándose por alguna infidelidad o tonterías por el estilo — Siempre fuiste amable conmigo, incluso cuando muchos de tus compañeros no lo son. Y lo único que hice hoy fue atacarte, por más de que te merecieras algunos golpes… — le sonrío con divertida sorna, porque al fin de cuentas puedo decir que ya pedí disculpas, no tengo ese cargo de consciencia.
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—No lo dije para que me agradezcas nada— murmuro, bajo las mismas lucecitas a las que ella alude después, así que fijo mi mirada en cada una de esas, tratando de detectar esas diferencias que menciona y encontrando que efectivamente hay una o dos que están apagadas. Por un momento tengo esa vieja sensación de anhelo y nostalgia que no pertenece del todo, como cuando estaba tirado en alguna colina del distrito once, con el cielo absolutamente negro y buscaba las estrellas, que son mucho más brillantes, cuando más intensa en la oscuridad que las envuelve. Me sentía agradecido por esas estrellas, había una bonita moraleja guardada allí, vuelvo a encontrarla en este lugar. —Más que pensar en que las emociones se sienten muy vivas, suelo pensar que las emociones nos hacen sentir vivos. Mientras somos capaces de sentir tenemos la reafirmación de que seguimos vivos, cuanto más intenso sentimos, más vivos estamos. Por eso no entiendo…— me quedo mirando el brillo vacilante de una de las lucecitas, —porque se suele decir que es mejor no involucrarse, no aferrarse demasiado a nada. En ocasiones lo entendí… porque puede llegar a doler tanto, que prefieres volverte insensible a todo. Pero…—, sin mentirle, creo que estoy saliendo de una temporada bastante gris en que el ministerio, irónicamente, fue mi refugio y escondite para lamerme las heridas. —Lo necesitas, ¿qué sentido tiene no sentir?— le pregunto, sin esperar una respuesta, le quito el peso de tener que darme una al mostrarle una sonrisa. —Si, soy un sentimental, pero no, en serio no me gusta Kendrick. Puedo verte pensando que tan bueno es lo que dicen de tener amigos gays. No seremos otro par de Patricia y Tom. Sólo soy así…— me atraganto con una carcajada.
Supongo que esto es una tregua de paz, como me parece que no podía ser de otra forma, no somos enemigos con Holly, nunca lo hemos sido. Me ha acompañado todo este tiempo en el ministerio, una compañera necesaria en la rutina de ser secretarios para tener con quien reírme mientras me tomo un café y eso me salva de no ir a tirarme de la terraza del edificio. —Lamento haberte dicho que no confiaba en ti— o no confío. No volveré sobre el tiempo presente porque podría arrojarme por la ventana, todavía lo siento como algo sensible y espero que deje de serlo después de un tiempo, porque quiero poder confiar en ella. Supongo que después de todo lo que he dicho, a mí todavía me pesan un par de pérdidas y ausencias que sumaron a las viejas, que lo que más miedo me da es que tal vez pueda encontrar en ella una amiga y… todo, todavía, se siente como un dolor punzante. —Y a veces me merezco un par de golpes, lo reconozco. Perdón por gritarte cosas que no venían a cuento… y perdón por venir de visita a tu casa sin traer un par de cervezas, me parece que de todo es lo más imperdonable, porque no creo que estemos hablando de todas estas cosas y hayamos pasado a la parte de lamentos de vida sin alcohol de por medio. Solo nos falta ponernos a llorar, ¿quieres llorar por algo? Es la oportunidad, te daré palmaditas en la espalda, cuenta con ello—, pero en vez de hacerlo, vuelvo a colocar mis pies en el suelo y me paro. —O sino creo que queda irme, tus vecinos pueden empezar a pensar que tienes un amigo gay que viene a dar de gritos a deshoras— bromeo, por no ofrecer la otra alternativa en la opinión de los vecinos que también se me ocurre. —Y gracias, por cierto... por no ser tan veela conmigo. Ken me ha dado tanta vergüenza ajena que espero nunca comportarme tan idiota contigo.
Supongo que esto es una tregua de paz, como me parece que no podía ser de otra forma, no somos enemigos con Holly, nunca lo hemos sido. Me ha acompañado todo este tiempo en el ministerio, una compañera necesaria en la rutina de ser secretarios para tener con quien reírme mientras me tomo un café y eso me salva de no ir a tirarme de la terraza del edificio. —Lamento haberte dicho que no confiaba en ti— o no confío. No volveré sobre el tiempo presente porque podría arrojarme por la ventana, todavía lo siento como algo sensible y espero que deje de serlo después de un tiempo, porque quiero poder confiar en ella. Supongo que después de todo lo que he dicho, a mí todavía me pesan un par de pérdidas y ausencias que sumaron a las viejas, que lo que más miedo me da es que tal vez pueda encontrar en ella una amiga y… todo, todavía, se siente como un dolor punzante. —Y a veces me merezco un par de golpes, lo reconozco. Perdón por gritarte cosas que no venían a cuento… y perdón por venir de visita a tu casa sin traer un par de cervezas, me parece que de todo es lo más imperdonable, porque no creo que estemos hablando de todas estas cosas y hayamos pasado a la parte de lamentos de vida sin alcohol de por medio. Solo nos falta ponernos a llorar, ¿quieres llorar por algo? Es la oportunidad, te daré palmaditas en la espalda, cuenta con ello—, pero en vez de hacerlo, vuelvo a colocar mis pies en el suelo y me paro. —O sino creo que queda irme, tus vecinos pueden empezar a pensar que tienes un amigo gay que viene a dar de gritos a deshoras— bromeo, por no ofrecer la otra alternativa en la opinión de los vecinos que también se me ocurre. —Y gracias, por cierto... por no ser tan veela conmigo. Ken me ha dado tanta vergüenza ajena que espero nunca comportarme tan idiota contigo.
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