OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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The Mighty Fall
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Syver A. Nygaard
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The Mighty Fall
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The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Recuerdo del primer mensaje :
Marzo se llevó las nevadas, lo que significa que debo ponerme a trabajar en el jardín ahora que no tengo excusas para hacerlo. Me acomodo la bufanda por décima vez por culpa del viento helado que viene de la costa y me debato en si puedo manejar el control de la podadora desde aquí, cómodo en mi sitio en el porche como para tener que moverme por todo el patio delantero de la mansión. ¿Por qué no hacen esto los elfos? Claro, ellos están muy ocupados usando su magia en acomodar el resto de la casa, dejándome una de las tareas más tediosas. Toqueteo la pantalla de la tableta de mando y puedo ver como la pequeña podadora plateada se va moviendo por el jardín, pero su tamaño hace que la pierda de vista y rezongo al tener que bajar los escalones para poder ir chequeando su recorrido. Maldita tecnología, nunca es lo suficientemente útil como debería.
Las cosas están extrañas en la isla, en especial desde la aparición de los muggles que he visto en la televisión y que me ha dejado pensando en más de un sentido. Antes los aurores se mantenían en las puertas y no podían recorrer las instalaciones a sus anchas, pero ahora pasan de vez en cuando haciendo guardias como si alguien aquí dentro fuese a ser asesinado de la misma manera que lo fue Jamie Niniadis. Yo no me quejaría, pero tampoco quiero que me apunten con el dedo por la enorme paranoia que hay últimamente hacia los de mi clase. Lo que sí me molesta es que, como ahora, un grupito pasa por delante de la mansión Leblanc y me miran con desagrado pintado en los ojos, lo que me hace rodar los míos sin ningún disimulo, apretando con ira contenida la tableta.
Es el ruedo de mi mirada la que me hace notar que no estoy solo y creo que la podadora sigue de largo por la inesperada sorpresa, juzgo por el sonido que ha caído dentro de un arbusto — ¿Qué trae a su pequeña majestad por aquí? — le espeto a la figura de Meerah Powell, que por alguna razón anda asomando su nariz por la cerca principal. Ni siquiera reparo en que creo que es la primera vez que interactuamos en todos estos meses; si mal no recuerdo, siempre que nos cruzamos me voy para el otro lado o me cubro el rostro con lo que tenga a mano — Me sorprende verte, creí que no te daría la altura para mirar por arriba del cerco.
Marzo se llevó las nevadas, lo que significa que debo ponerme a trabajar en el jardín ahora que no tengo excusas para hacerlo. Me acomodo la bufanda por décima vez por culpa del viento helado que viene de la costa y me debato en si puedo manejar el control de la podadora desde aquí, cómodo en mi sitio en el porche como para tener que moverme por todo el patio delantero de la mansión. ¿Por qué no hacen esto los elfos? Claro, ellos están muy ocupados usando su magia en acomodar el resto de la casa, dejándome una de las tareas más tediosas. Toqueteo la pantalla de la tableta de mando y puedo ver como la pequeña podadora plateada se va moviendo por el jardín, pero su tamaño hace que la pierda de vista y rezongo al tener que bajar los escalones para poder ir chequeando su recorrido. Maldita tecnología, nunca es lo suficientemente útil como debería.
Las cosas están extrañas en la isla, en especial desde la aparición de los muggles que he visto en la televisión y que me ha dejado pensando en más de un sentido. Antes los aurores se mantenían en las puertas y no podían recorrer las instalaciones a sus anchas, pero ahora pasan de vez en cuando haciendo guardias como si alguien aquí dentro fuese a ser asesinado de la misma manera que lo fue Jamie Niniadis. Yo no me quejaría, pero tampoco quiero que me apunten con el dedo por la enorme paranoia que hay últimamente hacia los de mi clase. Lo que sí me molesta es que, como ahora, un grupito pasa por delante de la mansión Leblanc y me miran con desagrado pintado en los ojos, lo que me hace rodar los míos sin ningún disimulo, apretando con ira contenida la tableta.
Es el ruedo de mi mirada la que me hace notar que no estoy solo y creo que la podadora sigue de largo por la inesperada sorpresa, juzgo por el sonido que ha caído dentro de un arbusto — ¿Qué trae a su pequeña majestad por aquí? — le espeto a la figura de Meerah Powell, que por alguna razón anda asomando su nariz por la cerca principal. Ni siquiera reparo en que creo que es la primera vez que interactuamos en todos estos meses; si mal no recuerdo, siempre que nos cruzamos me voy para el otro lado o me cubro el rostro con lo que tenga a mano — Me sorprende verte, creí que no te daría la altura para mirar por arriba del cerco.
Muy bien, ¿qué se le dice a una niña para que se calme, cuando acabas de asesinar a su mascota a sangre fría? No me importa que sea insoportable, ni que hace dos minutos estuviera diciéndole que su moral es completamente dudosa por culpa del ambiente en el cual la criaron, porque llora y llora y lo único que puedo escuchar con esos lagrimales, es la lista de castigos que vendrán después de esto. Hasta me agarro el culo por dos segundos y todo, o lo que se supone que es mi culo porque soy chato como la mente de los ministros. No pongo en duda que el animalito era inocente, pero ahora mismo no puedo lamentarme su muerte si no puedo cubrirla con otra cosa.
Creo que esa bestia peluda me está gruñendo a pesar de mover su rabo, así que me agacho con intenciones de tirarle la primera rama que encuentro, a ver si eso funciona — ¡Ya deja de llamarme así! ¡Te dije que lo siento! — perooooo… no, ahí va. Meerah Powell se aleja a la carrera con un perro que ladra, al grito pelado que me pone la piel de gallina y me hace soltar el palito, porque lo último que necesito es que su padre aparezca a cortarme las bolas — ¡NO! ¡NOOO! ¡MEERAH, NO LO LLAMES! ¡NO LO LLAMES! — no sé en qué estoy pensando cuando me cuelgo de la cerca, paso una pierna torpe y salto para ir detrás de ella, con lo largas que son mis piernas y agitando mis brazos para que se gire hacia mí — ¡TE LO RUEGO, POR FAVOR! ¡NO…. AY, NO!
Porque la veo subir los escalones y meterse a la casa, así que ni me detengo cuando doy un giro en forma de U para salir disparado hacia la mansión de la ministra Leblanc. No me dan las piernas para huir, estoy seguro de que se oye por un momento que el escándalo sigue dentro de la residencia Powell, pero no me voy a quedar a averiguarlo. Ni siquiera chequeo qué es lo que ha quedado de Argie cuando cierro la puerta detrás de mí, me apoyo en ella y busco recuperar el aliento, a sabiendas de que, en esta ocasión, no podré ocultarle la verdad a mi ama. Maldita sea esa podadora.
Creo que esa bestia peluda me está gruñendo a pesar de mover su rabo, así que me agacho con intenciones de tirarle la primera rama que encuentro, a ver si eso funciona — ¡Ya deja de llamarme así! ¡Te dije que lo siento! — perooooo… no, ahí va. Meerah Powell se aleja a la carrera con un perro que ladra, al grito pelado que me pone la piel de gallina y me hace soltar el palito, porque lo último que necesito es que su padre aparezca a cortarme las bolas — ¡NO! ¡NOOO! ¡MEERAH, NO LO LLAMES! ¡NO LO LLAMES! — no sé en qué estoy pensando cuando me cuelgo de la cerca, paso una pierna torpe y salto para ir detrás de ella, con lo largas que son mis piernas y agitando mis brazos para que se gire hacia mí — ¡TE LO RUEGO, POR FAVOR! ¡NO…. AY, NO!
Porque la veo subir los escalones y meterse a la casa, así que ni me detengo cuando doy un giro en forma de U para salir disparado hacia la mansión de la ministra Leblanc. No me dan las piernas para huir, estoy seguro de que se oye por un momento que el escándalo sigue dentro de la residencia Powell, pero no me voy a quedar a averiguarlo. Ni siquiera chequeo qué es lo que ha quedado de Argie cuando cierro la puerta detrás de mí, me apoyo en ella y busco recuperar el aliento, a sabiendas de que, en esta ocasión, no podré ocultarle la verdad a mi ama. Maldita sea esa podadora.
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