The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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All shall know the wonder of purple summer ✘ Meerah
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James G. Byrne
Fugitivo
Marzo se llevó las nevadas, lo que significa que debo ponerme a trabajar en el jardín ahora que no tengo excusas para hacerlo. Me acomodo la bufanda por décima vez por culpa del viento helado que viene de la costa y me debato en si puedo manejar el control de la podadora desde aquí, cómodo en mi sitio en el porche como para tener que moverme por todo el patio delantero de la mansión. ¿Por qué no hacen esto los elfos? Claro, ellos están muy ocupados usando su magia en acomodar el resto de la casa, dejándome una de las tareas más tediosas. Toqueteo la pantalla de la tableta de mando y puedo ver como la pequeña podadora plateada se va moviendo por el jardín, pero su tamaño hace que la pierda de vista y rezongo al tener que bajar los escalones para poder ir chequeando su recorrido. Maldita tecnología, nunca es lo suficientemente útil como debería.

Las cosas están extrañas en la isla, en especial desde la aparición de los muggles que he visto en la televisión y que me ha dejado pensando en más de un sentido. Antes los aurores se mantenían en las puertas y no podían recorrer las instalaciones a sus anchas, pero ahora pasan de vez en cuando haciendo guardias como si alguien aquí dentro fuese a ser asesinado de la misma manera que lo fue Jamie Niniadis. Yo no me quejaría, pero tampoco quiero que me apunten con el dedo por la enorme paranoia que hay últimamente hacia los de mi clase. Lo que sí me molesta es que, como ahora, un grupito pasa por delante de la mansión Leblanc y me miran con desagrado pintado en los ojos, lo que me hace rodar los míos sin ningún disimulo, apretando con ira contenida la tableta.

Es el ruedo de mi mirada la que me hace notar que no estoy solo y creo que la podadora sigue de largo por la inesperada sorpresa, juzgo por el sonido que ha caído dentro de un arbusto — ¿Qué trae a su pequeña majestad por aquí? — le espeto a la figura de Meerah Powell, que por alguna razón anda asomando su nariz por la cerca principal. Ni siquiera reparo en que creo que es la primera vez que interactuamos en todos estos meses; si mal no recuerdo, siempre que nos cruzamos me voy para el otro lado o me cubro el rostro con lo que tenga a mano — Me sorprende verte, creí que no te daría la altura para mirar por arriba del cerco.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
La primera vez que había escuchado ladrar a los perros, no me había preocupado. Últimamente pasaban muchas patrullas por la isla y como no siempre eran personas conocidas, era normal que ladraran en señal de alerta. Había leído todo sobre los diferentes comportamientos perrunos en internet y, si bien no podía considerarme una experta, sabía lo suficiente como para poder educarlos correctamente. ¡Solo me había llevado dos semanas lograr que no me saltaran ni bien me venían llegar! Aunque bueno, también había implicado gastar al menos dos bolsas de bocados especiales que probablemente arruinarían la dieta canina que llevaban, pero ya que. Eran hermosos, bien portados, y ya no me ensuciaban los atuendos. ¿Qué más podía pedir?

Así que, como dije, no me preocupaba escuchar ladrar a los perros, y podía volver a concentrarme en mi pequeño proyecto para la pequeña Muffin. El saber que ya había superado el tamaño de Argie me ponía extremadamen… - ¡Argie! - Oh no, oh no, oh no. No podía haber sido tan tonta de nuevo ¿verdad? Pego un brinco de mi silla y me giro con rapidez hacia la puerta que, como suponía, estaba abierta de par en par. Por todos los cielos, ¿qué tan difícil era recordar cerrarla para que mi puff no se escape? Estaba fanatizado con los nuevos integrantes de la familia, pero ellos también lo estaban con él así que los ladridos en esta ocasión, no podían significar nada bueno. Corro hacia la planta baja, trastabillando en los últimos escalones de la casa, y basicamente deslizándome hasta la puerta trasera de la cocina. - Maldición. - La ventana, que casi siempre se mantenía abierta gracias al nuevo clima, tenía la suficiente apertura para que Argie pudiese salir por ahí.

- ¡Argieeeee! ¡Puffy-poo! ¡Ven Argie! ¡Ar- no, ustedes quédense quietos! ya, ya. Después jugamos, ahora…- Me hago paso entre los perros y salgo al patio para buscar a mi pequeño escapista al que creo divisar encaminándose hacia la casa vecina. - ¡Argieeeeeeeeeeeee! Por favor, no vayas por ahí. - Trato de avanzar a trote rápido, pero mis piernitas no pueden con tanto y vuelvo a perderlo de vista. ¿A dónde se había metido? - Por favor dime que no, por fav… Demonios. - Y sí, como no era suficiente aparecer borracha en el pórtico de la ministra Leblanc, ahora tendría que pedirle permiso para buscar a mi puff. Genial.

Me acerco acortando el trote, ya resignada a hacer el ridículo nuevamente, y trato de observar por encima de la cerca que divide las casas. ¿Ese no era? Genial, ¿algo más para sumar a mi mortificación? Ya sabía que el muchacho trabaja aquí, lo había descubierto hace siglos, pero creía que teníamos el tácito acuerdo de fingir que el otro no existía. - Original. Aunque claro, a mí me sorprende ver que todavía no se han deshecho de tí. Creí que no te darían los modales para seguir sirviendo a alguien como la ministra. - No me enorgullece el contestar de esa manera, no debería gastar ni un segundo de mi tiempo con el muchacho pero… ¡argh! incluso aunque era la primera vez que hablábamos en meses, lograba sacarme de quicio en cuestión de segundos.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Mi sonrisa demuestra cuán orgulloso estoy de mí mismo por mi originalidad, incluso cuando sé que no ha sido ni por lejos el mejor insulto que ha salido de mi boca; solo una pequeña ofensa que es obvio que le fastidia, lo suficiente como para intentar regresarme el golpe y solo conseguir arrebatarme una risa entre dientes — Para tu información, la ministra está bastante satisfecha con mi trabajo. Tienes que ver lo mucho que he mejorado en la preparación de postres, pero no le permitiré que te dé algo de probar, que ya tienes muchos granos en la cara y eso lo empeoraría — la verdad es que su piel se ve lisa como culo de un bebé pálido, pero con tal de fastidiar y pasar el rato a su costa, no me parece un mal argumento.

Por si las dudas, miro por encima de su cabeza, pero no veo a nadie más acercarse. Asumo su soledad y bajo la mirada a la tableta, tocando los botones necesarios para sentir el sonido de la podadora, la cual parece haberse estancado en el barro bajo el arbusto. Maldición — ¿Qué haces aquí, a todo esto? ¿Querías verme la cara? Sé que te agrada, pero debo informarte que me gustan las personas un poco más grandes. Tú ni siquiera tienes busto — le doy un golpecito al botón táctil una vez más pero, como no funciona, me resigno con un suspiro y doy algunas zancadas hasta ponerme de cuclillas frente al arbusto que nos separa, por lo que puedo divisar sus pies cuando me pongo a desenterrar las ruedas — O quizá deseas escapar de tu casa. He oído por ahí que vas a tener un hermano y ya no serás la niña consentida. ¿Qué se siente que te cambien por un modelo más nuevo? Es decir… — tiro de la podadora hasta sacarla de su sitio y me pongo de pie, lo que me permite verla de frente y con mayor resolución — Todos sabemos que tu padre se hizo cargo de ti recién ahora, cuando no tuvo otra opción. ¿Qué te hace pensar que el bebé que criará desde su nacimiento y por elección no será su favorito? Para mí, tiene toda la lógica — sé que estoy rozando la maldad, pero nadie del otro lado de la cerca se merece mi respeto. Ni siquiera la persona que alguna vez llamé amiga y que dejó bien en claro que yo valía mucho menos que ellos.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Alzo las cejas con algo de curiosidad cuando ejemplifica su buen trabajo, y trato de no burlarme porque cocinar es un arte digno… hasta que luego recuerdo que es un esclavo y bueno. - Oh, disculpa, no quería sentirme amenazada por tus excelentes dotes culinarias. ¿Qué haría yo sin postres? - Dramatizo, haciendo énfasis en agudizar todo lo que puedo mi tono hasta el punto de que me resulta irritante incluso a mí. - No es como si no pudiese llamar a mi esclavo, o los cocineros, o a los elfos para que fuesen a buscarme alguno. - Y es que claro, mi meta en la vida al parecer era aspirar a probar los postres del esclavo de la vecina para alimentar a mis granos. ¡Que no los tenía! Me cuidaba el cutis a la perfección.

- Tienes el ego muy grande para ser una persona que corta el cesped a cambio de que más o menos lo dejen vivir en un lugar. - Le aseguro, un tanto asqueada de que siquiera llegue a poder considerar que me siento atraída hacia él en algún sentido. Podría tener un cabello lindo ahora que se encontraba limpio, pero antes prefería admitir que me había gustado un rebelde terrorista, que decirle algo positivo al ser más irritante del planeta. - Y jamás entenderé el fetiche que tienen los hombres con el pecho. ¿Es algún complejo de edipo? - Porque sería plana como una tabla de planchar, pero no me molestaba ya que primero, todavía estaba en edad de desarrollo y segundo, era linda naturalmente. Sabía cómo acentuar mis buenos atributos físicos con la ropa adecuada, y ni siquiera necesitaba maquillarme. Podría decir lo que quisiera, pero no me iba a sentir afectada por lo que un esclavo de segunda pudiese decir sobre mí.

- ¿Cambiarme por un modelo nuevo? Mi hermana no me va a reemplazar, y el que quieras insinuar lo contrario es risible. - Sería la mejor hermana del mundo y aunque no fuese la favorita, sería la mayor de cualquier minion que fuese a venir al mundo, así que más les valía aprender eso desde temprano. Yo me encargaría de hacerme querer por el pequeño bodoque que llegaría en unos meses. - ¿Tan aburrida es tu vida que no tienes mejor cosa que hacer que el intentar sacarme de quicio? Si tan poco tienes para, podrías hacerte útil y decirme si has visto a Argie por allí. Es pequeño y plateado, creo que Ophelia y Hunter lo asustaron.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Cuando el mundo se esfuerza en decirte que eres una rata, debes demostrar que eres mucho más que eso, Powell. Tómalo como un consejo sabio de vida que viene gratis — tengo que hablar con cuidado de no tragarme ninguna hoja o ramita, pero me las arreglo para seguir sonando tan seguro de mí mismo como me siento en realidad. ¿Por qué debería rebajarme por los comentarios de una niñita rubia del Capitolio, cuando sé que mi persona vale mucho más que ella? Al menos de manera intelectual, claro — Si te sirve de consuelo… — ahí sí se me va un poco la voz en un ligero jadeo por el esfuerzo con la podadora — No es complejo de Edipo, porque no recuerdo a mi madre. Ahí puedes eliminar esa opción de tu lista — que tampoco me voy a poner a filosofar con ella, para variar.

¿Ha dicho hermana? ¿Eso significa que Lara va a tener una hija? Por un momento, ese que dura un parpadeo, no sé muy bien cómo sentirme al respecto. He conocido a su madrastra, si puedo llamarla de ese modo, cuando yo tenía algo así como su edad y jamás la imaginé como alguien que cargaría un bebé salido de su vientre. Ahora es tan real que puede ser identificado con un género, seguro debe tener también un nombre y pronto será dueña de su propia imagen. Meneo un poco la cabeza para regresar a la realidad y me aclaro la garganta en un intento de recuperarme — En realidad tengo cosas más interesantes que hacer, pero ya que estás aquí interrumpiendo mi paz y tranquilidad como la mosca de verano que eres… — me encojo de hombros y jugueteo con el control entre mis manos — ¿Quienes son Ophelia y Hunter? ¿Las bestias que pasean por aquí de vez en cuando? — son perros enormes, no sé de dónde lo han sacado o por qué. Supongo que ahora Lara quiere jugar a las casitas y ha sumado mascotas a la fotografía.

Pero como no vi nada pequeño y plateado, solamente niego y hago arrancar la podadora, la cual hace un pequeño gruñido antes de ponerse a andar por delante de nosotros, arrojando césped para todos lados — No sé qué se supone que es un Argie, pero no vi nada como eso. ¿Por qué estaría aquí? Tu casa es lo suficientemente grande como para que pueda perderse de tu lado — para cuando la miro, de todos modos, mi duda es genuina — ¿No te aburres, Powell? Siempre he pensado que la gente como ustedes tiene tanto tiempo libre, con gente que haga tooooodo por ustedes, que deberían ser todos obesos y aburridos. ¿Cómo es ser de la alta sociedad? — por el tono pomposo que empleo a lo último, creo que dejo bien en claro que no los admiro.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
El mundo no se esforzaba en decirme que era una rata. Pero sí había conocido el desprecio de ser hija de una madre soltera, de ser demasiado chica para aspirar tan grande, de no ser lo suficientemente chica, de ser recientemente reconocida pero no del todo aceptada. James había llegado tarde, esa lección la tenía bastante aprendida pero, a diferencia de él, yo sí tenía el derecho a demostrar que valía más. - No me sirve de nada porque no me pone mal en primer lugar. Es simple curiosidad. - Le aseguro. No necesitaba que quisiera consolarme de ninguna manera, menos cuando él había empezado el asunto con toda la intención de fastidiarme en un primer lugar.

- Oh, por favor. Si yo soy una mosca, tú eres una cucaracha. - Era igual de asqueroso, molesto y perseverante. No importaba cuantas veces quisiera pisarlo, el muy maldito era una sabandija escurridiza. - Que sean más imponentes de lo que jamás podrías llegar a ser, no significa que sean bestias. - Le aseguro cruzándome de brazos y mirándolo de manera desafiante. El próximo entrenamiento que tendría con los perros, sería el de perseguir al esclavo hasta tumbarlo, o de preferencia, morderlo. No debería ser muy difícil, ¿no? - Pero sí, son los perros y les gusta explorar. Lamento si le han causado algún inconveniente a la ministra Leblanc. - Aunque dudaba que ese fuese el caso, había visto a la rubia acariciando a Hunter el otro día, así que debían de gustarle los animales. O a lo sumo ese perro.

- Argie es mi puffskein. Se parece a un pompón plateado, y aunque es pequeño y tiene lugar para pasear, todavía no se acostumbra a los cachorros. - Sin importar la edad que tuviesen, para mí eran cachorros hermosos. - Y no, no me aburro. No siempre tuve gente que hiciera todo por mí, y ni siquiera ahora lo permito. Que haya cosas que me faciliten ahora, no es sinónimo de ser una inerte barra de carbón. Tengo una vida, hobbies, y un plan de carrera. Incluso trabajo. - De manera online y sin revelar mi verdadera edad, pero mi página de tips de diseño ganaba cada día más suscriptores cada día. - ¿Acaso no te aburres tú? Siempre haciendo lo que te dicen, teniendo que buscar charla con la vecina “de la alta sociedad”.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Me gusta eso, las cucarachas son invencibles. Tira una bomba atómica y… ¡Faa! La cuca va a sobrevivir — en cambio, las moscas son irritantes e ideales para dar manotazos. No me intimida su mirada de señorita imponente, no podría imponer nada siendo un chichón de suelo, pero aún así la miro con una expresión de total aburrimiento cuando se pone a defender a los perros — No que yo sepa — intento retroceder un poco en mi memoria, no recuerdo a la ministra quejándose de los animales o algo por el estilo, lo cual es una pena porque eso me daría una excusa perfecta para que se marche.

¿Por qué no me sorprende? Claro, Meerah Powell no puede tener una mascota normal como un pez, no: tiene que tener un puffskein plateado y escurridizo. Muy acorde a la imagen de su dueña, para variar — ¿Cachorros? — es lo único que puedo decir con cierta ironía, pero creo que no me escucha porque sigue hablando de lo genial que es su vida, lo cual me hace mirarla como si tuviese que adivinar cuánto de eso es real y cuánto una mentira. Obvio que me la devuelve, pero lejos de ofenderme, solo consigue que se me escape una vaga risa — Bueno, no tengo mucho que hacer porque a alguien se le ocurrió que por el simple hecho de que no puedo agitar un palito, decir palabras graciosas y conseguir que la magia solucione todo por mí, me merezco estar limpiando o haciendo tareas que ustedes harían mucho más rápido si no tuviesen la necesidad de humillarnos solo porque se les da la gana — hago doblar la podadora porque puedo ver como se acerca peligrosamente a un rosedal, así que la regreso a su ruta — Solo dime una cosa. Si los dos tenemos un par de ojos, otro par de manos, una boca para hablar y un cerebro para pensar… ¿En qué somos diferentes? Tu ideal de vida es tan tonto como que tú eres mejor que yo por el simple hecho de tener una genética mágica. Es la única razón por la cual puedes hacer cosas más “interesantes” que yo — a su gusto, que por lo que puedo imaginar nada de lo que ella hace sería algo que yo implementaría en mi propia vida.

Me echo algunos rizos hacia atrás para tener la vista despejada, creo que por primera vez la miro sin una pizca de mofa en los ojos — Si las noticias no mienten, tu madre y tu tía son personas que tu propio padre tendría que juzgar en caso de que las atrapen. ¿Eso no te pica un poco la moral? ¿Ni siquiera un poquito? — entorno mi mirada como si la retase a contradecirme — No me malinterpretes, eres insoportable, Powell, pero me sorprende que alguien tan joven sea tan desalmada — quizá es cosa, una vez más, de genética. Nada puede salir bien de las personas que viven en esta isla.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
¿Por qué no me sorprende que pueda sentirse halagado al ser comparado con una cucaracha? Y es que si no se divierte contradiciendo cada palabra que sale de mi boca, lo hace dándome la razón cuando trato de insultarlo, encontrando alguna forma de retrucar mis oraciones. - Eso es un mito. Sobreviven a mayor radiación, pero terminan muertas igual. - O al menos la mayoría lo hacía, pero me negaba a darle la razón cuando recordaba haber visto el caso en ”¿Mito, magia o realidad?”. Claro que también explicaban no sé qué cosas de su exoesqueleto y otras asquerosidades que me hicieron cambiar el canal con rapidez, pero el punto estaba en que yo tampoco quería dejarlo ganar. ¿Tenía sentido?

Ignoro el sarcasmo de su voz cuando se refiere a los perros pero sí le presto atención cuando se ríe. ¿Qué?... Éramos diferentes justamente porque ellos no podían hacer magia y aún así se creían con el derecho de considerarse nuestros iguales. Historia no era mi materia favorita en el colegio, pero todavía recordaba el terror que me causaba de chica el escuchar sobre la quema de brujas siglos atrás, o lo ridículo que sonaba aquello del “estatuto del secreto”, e incluso más cercano, el gobierno de los Black. Vivir bajo el miedo, escondiendo lo que éramos, sometidos ante la voluntad de seres inferiores. Toda mi vida había aprendido aquello, y más de una vez escuchaba acerca de la suerte que tenía por haber nacido en tiempos mejores. ¿Acaso no lo veía?

Claro que luego juega una carta que no esperaba, y todo el reproche que estaba por largar muere en mis labios. Mi madre se había buscado los problemas, y si la atrapaban, me desentendería completamente de ella. ¿Pero mi tía? Rechino los dientes y contengo la respiración unos segundos, tratando de no ponerme a pensar diferentes escenarios en los cuales Hero tuviese dificultades. ¿No había dejado mi espejo en el cajón? Lo revisaba cada vez que podía, y dormía con él debajo de mi almohada en caso de poder escuchar mi nombre alguna vez. No podía decirlo en voz alta, pero estaba segura de que la pelirroja era inocente. ¿Qué decía eso de mis creencias? - Yo… - Cierro la boca y muerdo mi labio inferior, odiando cada segundo en el que no puedo encontrar las palabras necesarias para responderle. ¿Cómo… cómo podía estar tan segura de algunas lecciones, pero a su vez estar convencida de otras? ¿Acaso los que habían atentado contra nosotros no habían sido magos también? ¿Qué…? - No soy desalmada. Es diferente. Hero… Mi madre se merece lo que pueda pasarle, eligió traicionarnos, ¡me dejó sola en medio de los ataques! No es moralidad es… - ¿Qué es?

Bajo la cabeza dejando que mi pelo caiga como una cortina sobre mi rostro para evitar mirarlo a los ojos. ¿Estoy llorando? La mano que me llevo a la mejilla está seca, pero mis ojos pican y sé que mucho no falta. ¿Qué dice de mi moral el que pueda justificar a una y condenar a la otra? ¿Quienes estaban equivocados si las dos tenían la misma etiqueta? - De acuerdo, tal vez sea una desalmada, pero… ¿Qué es lo que opinas tú? - Me rindo al no poder acomodar mis propios pensamientos, y si bien creo que toda mi postura se ha desinflado, vuelvo a clavar mi mirada en él. No puedo creer que esté cayendo tan bajo como para pedir la opinión de un esclavo, pero tal vez… Tal vez su punto de vista estaba tan equivocado como el mío y podría encontrar un sentido en base a eso, ¿no?
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Estoy listo para algún reproche que deberé retrucar con lo primero que se me venga a la mente, así que por eso mismo no comprendo muy bien cómo es que arruina mi expectación con una voz dudosa. Momentito: ¿Le he cerrado la boca a la niñita mil respuestas? ¿Me darán un premio por esto? Porque me lo merezco, que nadie me diga que no lo hago. Otra cosa que no me espero es mirarla como si pudiese adivinar lo que se le pasa por la cabeza, porque a decir verdad no tengo idea de cómo debe ser que tu madre te abandona por cuenta propia en medio de una batalla. La televisión no pintó a esa mujer de manera amable y creo que los tabloides se entretuvieron con el factor de que la hija de Sean Niniadis y ex pareja de Hans Powell se había marchado con los rebeldes a ojos de todo el país, dejando una hija atrás. Quizá Meerah tuvo suerte y la guerra estalló justo a tiempo como para que la prensa no se centre tanto en ella, pero al fin y al cabo… ¿No es solo una niña? Y iiiiaajjj, que horrible pensamiento, ni se lo merece. ¡Que es una niña que me tendría lustrando sus zapatos hasta la vejez!

Por primera vez desde que nos conocemos, elijo el silencio por unos segundos en los que permito que ella hable y yo pretendo estar muy entretenido con los controles de la podadora, aprovechando que el cabello me cubre parte de la cara. No son solo sus movimientos, sino también su voz lo que me indica que se está quebrando y no sé muy bien qué hacer, si no es burlarme. ¿Palmaditas en la cabeza? Ni loco. Opto por tomar esto con humor negro, a ver si así volvemos a la normalidad, pero cuando la miro para decirle que al fin me está dando la razón en algo obvio, sucede lo inesperado — ¿Me estás pidiendo una opinión? — creo que se me cae la mandíbula.y me olvido de parpadear hasta que me pican los ojos — Como que… una opinión, sincera… ¿A mí? — miro hacia ambos lados, chequeo que estemos solos y me resigno. Con un movimiento rápido, apago la podadora por un segundo y me acerco para apoyarme contra la cerca de espaldas, regalándole mi perfil mientras observo la copa de los árboles con varios chasquidos pequeños de mi lengua. Mi opinión. Claro.

La cosa es así. Hay dos personas y las dos han cometido el mismo tipo de delito, pero solo defiendes a una porque te importa más que la otra y la ves más parecida a ti. ¿Pero qué sucede con los que se ven reflejados con la segunda? ¿Qué es lo que te hace mejor que el resto? Y no me digas que tu magia, eso es una estupidez. Los muggles se las arreglaron sin magia durante siglos y han demostrado ser bastante listos para suplantarla. ¡Hasta ustedes hacen uso de su tecnología! — le enseño el mando con un pequeño agite, que me he instruido lo suficiente como para saber que los magos rechazaban esas cosas en el pasado — El problema aquí está en que nadie puede tolerar que haya una persona diferente a su imagen y semejanza y eso, permíteme decirlo, es una estupidez. Nos tratan como animales, casi que literalmente. ¿O esto no me convierte en ganado? — tironeo un poco de mi manga para dejar al descubierto mi marca de esclavo y le tiendo el brazo, la piel marcada a fuego reluce bajo el sol primaveral — Hero Niniadis rompió las leyes y, si la atrapan, será juzgada como uno de nosotros. ¿Merece más perdón que un muggle que no ha hecho nada malo? ¿De verdad crees que todos somos malignos y que vamos a tirarte de las patas por las noches? ¿Dejarías morir a alguien de tu familia, sea tía o madre, solo por un supuesto orgullo mágico? Siento mucha pena por ti, Powell — extrañamente, eso se lo digo de corazón y me separo un poco de la cerca — Porque tendrás todo, gracias a la opresión de aquellos que no tienen nada. Y el día que la gente se canse de ello, vendrán por la cabeza de los ricos y poderosos que se bañaron en su sangre y su miseria — le pico suavemente la frente, tal vez no es una historia para niños, pero ella quería saber lo que pienso. Ahí lo tiene.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
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Bien, yo había pedido su opinión ¿verdad? Pues supongo que no debo hechizarlo por mostrarse tan sorprendido y me preparo para oír alguna atrocidad que refuerce mi ideología. Me cruzo de brazos al no saber qué hacer con las manos, y recargo mi peso sobre una pierna hasta que, incómoda, lo recargo sobre la otra. Tanto como él no esperaba que yo pidiese su opinión sincera, yo tampoco esperaba recibir una verdadera respuesta de su parte, pero lo hago, y trato de procesar cada palabra que sale de su boca con una atención que haría que mis profesores sintieran envidia del muchacho.

De acuerdo, bien…

No. La realidad es que no estaba bien.

Suelto un resoplido tembloroso e imito su postura contra el otro lado de la cerca. - No es lo que esperaba escuchar. - Le aseguro, tratando de ganar tiempo en acomodar mis pensamientos. - No voy a darte la razón con respecto a la tecnología porque, considerando que el surgimiento de la misma se dió en un período en el que los brujos eran víctimas de la opresión, nadie puede decir que no fueron magos los que contribuyeron en las primeras invenciones. Aunque claro, también hubo que adaptar los aparatos a la magia así que… - Oh, bueno. Ya estaba subida a este tren. - Supongo que ese es tu punto, ¿no? ¿El que no hay diferencias? - ¿Qué me estaba pasando? ¿En verdad estaba considerando las palabras de un muggle? Había sido mala idea escucharlo. Había sido mala idea el pedirle su opinión. ¿Qué diría Hans si me viese en estos momentos? ¿Cómo…?

¡Ay, pero por todos los cielos! - ¡No es orgullo mágico! Es juzgar las acciones de las personas en el contexto en el que fueron dadas. Mi propio abuelo interrumpió la cena navideña solo porque quiso y se fue luego de liberar un gas que casi me mata. Y eso fue antes de interrumpir el funeral de Jamie y provocar el caos total. - Y si no lloro es por la propia rabia que me genera el no poder formar un pensamiento coherente. No sé a dónde quiero llegar, no estoy segura de lo que pienso, pero aún así no me callo. Como si al decir las palabras en voz alta pudiese encontrar un sentido a lo que no puedo pensar. - Es un muggle, y tanto como nosotros usamos tecnología, ellos también usan magia. ¿Sabes lo que es sentir que te asfixias sin tener nada a lo que aferrarte? Tal vez no, tal vez, sí, o tal vez hayas pasado por cosas peores. Pero tienes razón, y sí dejaría que él o mi madre se muriesen. Pero no te atrevas a decir que permitiría lo mismo con Hero. - Lo último lo escupo, con veneno, con indignación, con la impotencia que me genera el no poder hacer nada. - Tienes razón, tal vez seré una egoista, una insensible, una desalmada y una orgullosa. No me importan los muggles, y no sé hasta que punto llegue mi moral. Lo único que sé a ciencia cierta es que quiero que mi familia esté bien, y si me van a juzgar por eso, que lo hagan. Tú, los muggles, los rebeldes o quienes quieran. Incluso “los de mi clase”. Solo quiero que mi familia esté bien - Y esta vez si me largo a llorar en un sollozo que me oprime el pecho y me dificulta el respirar. ¿Qué me estaba pasando?
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
¿Me sorprende que diga que no va a darme la razón? No, hasta ruedo los ojos con una sonrisa divertida y sarcástica porque no me esperaba otra cosa de su parte. Además, no puedo esperar que otra cosa que excusas de su parte, hasta que… — No hay diferencias — repito, al menos si lo vemos en términos generales. Los muggles y los magos se han estado mezclando desde el inicio, estoy seguro de que no deben existir brujos con sangre completamente pura y han estado absorbiendo lo mejor y lo peor del otro para subsistir. ¿Que no me causa repulsión el modo que tienen de tratarlos? ¿Que no pienso todos los días que estaríamos mejor si ellos simplemente se fueran lejos? Eso es otro tema.

¡No estás juzgando a las personas por contexto! ¡Estás juzgando en base a quien te señalan como enemigo y a quien no! — la contradigo, porque su padre puede ser un asesino, su madre puede ser una abandonadora, pero no es lo mismo el rechazo que siente por ellos que por muggles que no hicieron nada contra ella. Es pura crianza, obvio que un intento de asesinato estará mal visto, pero está poniendo a todos dentro de la misma bolsa. La miro con la frialdad burlesca que necesito para decirle, sin abrir la boca, que he pasado por cosas peores. Porque mientras ella tuvo cinco segundos de pánico con un gas, yo tuve una vida de castigos, frío y hambre. Jamás sentiré pena por una bruja y mucho menos por una que vive en la comodidad de la isla ministerial — Eres tan contradictoria — es lo único que suelto, quizá un poquito más por debajo que el resto. Ella sigue hablando, qué va. Lo que no me espero es que con todo ese discurso se quiebre y empiece a llorar.

Mi primera reacción, por tonto que sea, es mirar por encima de su cabeza porque lo último que necesito es que aparezca su padre y me meta en problemas por hacer lloriquear a su hija. Cobarde, sí, pero que no estoy vivo todavía por ser un idiota. La segunda es mirarla como si es su rostro enrojecido tuviese la respuesta a cómo debo actuar — No llores. Odio cuando las niñas lloran — que hacen ruiditos agudos y no tengo idea de cómo callarlas. Tanteo mis bolsillos pero sé de inmediato que no tengo pañuelos, no le voy a dar un abrazo ni prestarle mi hombro. En la televisión vi que muchas comen dulces para sentirse mejor, pero tampoco tengo de eso. ¡Que me desespero, hombre! — Todos queremos que nuestras familias estén bien. Pero… — me resigno con un bufido y arranco una de las rosas blancas de la cerca. De mala gana, se la tiendo como la única ofrenda calma-lágrimas que tengo al alcance — Mira, he perdido a la mía. Tú no habías nacido cuando sucedió y yo casi ni lo recuerdo, pero mi padre murió cuando tuvimos que escapar porque los magos nos estaban matando a todos. Yo tenía hermanos… — a quienes apenas recuerdo, para variar — Y mi madre… ¿Sabes que muchas mujeres fueron utilizadas en las calles y dejadas atrás para morir? ¿Alguna vez te sentaste a estudiar lo que tu gente hizo cuando tomaron el poder? Estaban furiosos, lo entiendo. Pero hay una línea pequeña entre estar enojado y volverte un monstruo… — quizá los muggles también se equivocaron, pero los magos usaron aquello como excusa y lo siguen haciendo, todos los malditos días.

Todos queremos proteger a los nuestros, lo entiendo. Pero lo que ustedes hacen es pisar a los demás para asegurarse que no los pisen primero. Jamás estaremos de acuerdo, solo porque nacimos con condiciones que nos catalogan como personas diferentes. ¿Qué diferencia hay entre tu hermana y la niña que nacerá en el mercado, en un parto no asistido? Es solo azar, el destino tirando sus dados. Y eso demuestra la injusticia que tú no podrás ver por estar del otro lado — Le doy la espalda porque me niego a que vea lo sombrío que se pone mi rostro, enciendo una vez más la podadora y la obligo a avanzar lentamente por el jardín — Yo solía ser amigo de la persona que duerme todos los días en la cama de tu padre — ni sé por qué le cuento eso, pero dudo que lo sepa. Aún se siente amargo — Y por mucho tiempo, pensé que había una posibilidad de que los magos y los muggles pudiesen formar relaciones sinceras, sin necesidad de distinciones clasistas. Entonces, ella me demostró que estaba equivocado y se quedó con la mansión, el ministro y los perros, por sobre lo que debería ser correcto. Como si la sangre fuese un muro y nosotros solo un montón de carne para descarte — me mordisqueo el interior de la mejilla, lo que me hunde uno de los pómulos ya de por sí delgados. Acabo por girar el rostro y mirarla sobre el hombro — Odio a tu familia. Odio a tu padre, que se sienta en el ministerio como si fuese un Dios para decidir sobre nuestras vidas, cuando nadie debería tener ese derecho. Odio a Lara Scott, porque un día simplemente decidió que nuestras conversaciones de años no valían nada, si ella podía estar cómodamente con la persona que eligió amar de la noche a la mañana. Y te odio a ti — en esta ocasión, es mi voz la que se ahoga y tengo que desviar la mirada hacia el recorrido de la podadora, paso algo de saliva — Porque tanto tú como tu hermanita tendrán un futuro cuidado y una familia entera, cuando a mí se me prohibió ese derecho solo porque heredé el castigo de los errores ajenos. Pero la vida es injusta… ¿No es así? — sueno resignado cuando sonrío sin ánimos. Tal vez, he hablado de más.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
- ¿Y puedes culparme por eso? - Yo no había elegido el cómo me habían criado. No había elegido ser bruja y nacer en una situación privilegiada solo por mi sangre. No medía las similitudes y las diferencias con su regla porque a mí me habían enseñado a utilizar otra. ¿Era tan complicado entender eso? Porque él dice que no hay diferencias, pero a su vez había un abismo que se daba por el solo hecho de vivir en la sociedad en la que vivíamos. Era cierto, tal vez bajo otra lupa, en un estándar diferente al que me habían enseñado no habría diferencias, pero… no podía animarme a ver más allá. Simplemente…

No espero la rosa que me regala, y si bien la acepto por inercia, me quedo mirándola como una estúpida mientras él me habla. ¿Qué acaba de pasar? Al menos puedo decir que fue efectivo porque mi sollozo se frena a causa de la sorpresa haciendo que me sea más fácil escucharlo pese a que no me atreva a mirarlo a la cara. ¿No tenía familia? ¿Por qué jamás me puse a pensar en la familia de los esclavos? En realidad nunca había pensado demasiado en los esclavos en sí, casi no cruzaba palabras con ninguno porque prefería hacer las cosas por mi cuenta y aún así… - Lo siento. - Es una disculpa que se me escapa en un murmullo apenas y contenido. No sé si llega a oirlo, pero no puedo mostrarme insensible cuando relata que mi mayor pesadilla ha sido una realidad en su caso. ¿Cómo… cómo podía estar de pie cuándo lo había perdido todo? No podía disculparme en nombre de mi raza, no sabía hasta qué punto había estado justificado o no lo que habían hecho, pero sí sabía que perder a alguien era doloroso. Mi abuelo había sido mío solo por un par de meses antes de perderlo, no podía imaginar… O sí podía, y tal vez es eso lo que hacía que me sintiera tan confundida con respecto a todo.

- No es que no pueda verla, es que no quiero hacerlo. ¿En qué me beneficia empezar a cuestionarme todas las creencias que me fueron inculcadas? La diferencia entre esa niña en el mercado y mi hermana, es que yo no conozco a una, y a la otra la he amado desde que me enteré de su existencia. Y sí, es hacer la vista ciega, girar la cabeza, o lo que quieras. ¿Pero qué puedo hacer? - Si había sido amigo de Lara, si había compartido con ella aunque sea un poco de su tiempo, no entendía el por qué su voz podía estar tan cargada de… ¿era resentimiento? - Puedes odiarme a mí y a mi familia todo lo que quieras, pero no puedes acusarla así como así, pensando que Lara Scott se dejó llevar por cuestiones materiales. No cuando ella fue una de las pocas personas que ha estado para mí incondicionalmente. - No cuando elegía cada día el permanecer a mi lado aunque yo no fuese alguien de carácter dócil. - No sé qué clase de relación tenías con ella, o de qué cosas hablaban; ni puedo juzgar tu enfado o tu resentimiento, o tu odio. Solo sé que esa mujer es mi familia y que voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para mantenerla segura. ¿Tú crees que tenemos un futuro cuidado? - Já. Ojala pudiese escudarme en la fachada de niña consentida y cerrar los ojos por capricho para no ver lo que está por delante. - Pues te equivocas, no soy tonta y sé que estamos en la cuerda floja. ¡Mi abuelo es Hermann Richter, por todos los cielos! Sé que un paso en falso nos puede hundir y condenar para siempre. Pero quiero tratar, aunque sea por poco tiempo, el congelar la imagen en este recuadro para que nadie se equivoque al andar. - Y no hace falta entender la situación o el contexto en el que estábamos viviendo, no hace falta el aclarar mis pensamientos del todo, como para saber que mi familia venía primero. Por sobre cualquier confusión, ideología truncada o política. - Lamento de verdad que no hayas tenido ese derecho, pero no puedes pedir que sacrifique el mío cuando es lo único a lo que puedo aferrarme de verdad. Tú lo has dicho: la vida es injusta.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Aunque no se lo demuestre, tomo sus disculpas porque las siento honestas, pero no tengo una respuesta para darle. Yo era muy pequeño cuando todo ocurrió, mis memorias se encuentran difusas y se sienten como un mal sueño, dentro de otro sueño. Sí me acuerdo de tener frío y hambre todo el tiempo, de quedarme dormido en diferentes brazos y un montón de sitios oscuros. Recuerdo palabras pero no voces, los rostros no tienen una verdadera forma y sé muy bien que si hoy me pusieran delante una fotografía de mi familia, no los reconocería. Es triste, pero es todo lo que he conocido y sé muy bien que yo podría aspirar a mucho más si el mundo no fuese tan injusto. Soy más listo que muchos de ellos, pero estoy condenado a lavar al suelo por algo que alguien más eligió. No espero que ella lo comprenda, Meerah tiene todo para conseguir cualquier cosa que se le ocurra desear en la vida. ¿Por qué siento que hay más que un cerco creando una distancia entre nosotros?

Las cosas estarían mucho mejor si las personas con privilegios dejaran de preguntarse “¿qué pueden hacer?” y empezaran a hacer algo — está en el sillón del conformismo, tan ligado al miedo y al egoísmo. Sacudo la cabeza con creciente irritación, porque no es que acuso a Lara de quedarse por los bienes materiales, sino que se ha dejado llevar por la última persona en la lista de posibles amores aceptables. ¿No se pasaba tiempo conmigo en el mercado, burlándonos de esa misma gente? Se vendió… ¿Y todo por qué? ¿Qué es tan importante para darle la espalda a todo en lo que creías? ¿Un sujeto, un hijo al que criarás bajo un montón de normas que antes no te agradaban? Esa no es la persona que deseo como amiga, es solo su fantasma. Pero yo no soy ella, me guardo esos pensamientos y me muerdo los labios para no hablar de más, que ocasionarle problemas no es algo que yo quiera hacer. Mis ojos siguen el camino de la podadora en lo que ella habla, tan perdida en su mundo de cristal, hasta que la mención de su abuelo hace que vuelva a mirarla. Me cuesta conectar a los Powell con el sujeto que liberó a mis pares, pero sé muy bien que no es algo sencillo para gente como ellos, tan apegados a las normas del sistema — Tal vez tu abuelo ha sido más coherente y sabe que tiene que ser despiadado para que los magos lo tomen siquiera en cuenta. ¿O ahora vas a defender a un gobierno que tú misma aceptas que los pone en peligro por simple asociación? ¿En qué nos diferencia eso?

Pero me rindo, le doy un golpecito al control con una relamida impaciente de mis labios y me giro bruscamente hacia ella, extiendo los brazos y me recargo con las manos en el cerco para mirarla de frente. Es un poco complicado por la diferencia de alturas, así que me encorvo un poco para que mis ojos se topen con los suyos. A decir verdad, me demoro en hablar porque es obvio que estoy buscando las palabras, así que mastico varias veces mi labio inferior hasta sonreírle con resignación — ¿Nunca escuchaste que tus derechos terminan donde comienzan los de los demás? — lo dudo mucho, en NeoPanem no se rigen por esa norma — Creo en el karma, Meerah. Creo que los muggles ya tuvimos demasiado por culpa de aquellos que condenaban a tu raza y también creo en que algún día ustedes van a pagar por todo lo que nos hicieron. No lloraré a los tuyos cuando los asesinen a todos porque, como bien sabes, allá afuera hay un montón de gente disconforme con quienes ustedes están en guerra. Tu fotografía se quemará, alguien barrerá las cenizas y lo único que quedará de los Powell, son nombres en algún libro de historia para que otros no cometan sus mismos errores — porque todo lo que sube, tiene que bajar. Tanto como mi mirada, que se desliza hasta ver la rosa entre sus dedos, presente como una pura ironía. Resoplo como si estuviera agotado y me impulso con la cerca para alejarme un paso de ella — Ya vete, no sea que te vean hablando conmigo y crean que te estoy cortejando con rosas — sin mucho más, la descarto como un insecto al regresar a mis tareas, que ya me he demorado demasiado.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
- ¿Y según tú? ¿Qué es lo que puedo hacer? - Le cuestiono, con la verdadera duda que me genera el no tener idea de cómo actuar más que con auto preservación. - Yo, como ciudadana de trece años y con al menos tres familiares fugitivos bajo cargos completamente condenables. ¿Qué es lo que puedo hacer? - Y que no salga con idioteces como las de convencer a mi padre, o simplemente el divulgar una postura (que todavía no entendía) de manera abierta. Él, siendo una persona sin privilegios, condenada por su nacimiento y sin familiares no tenía nada que perder; y aunque eso fuese una situación espantosa en la que estar, lo hacía todo más fácil. - Podré tener privilegios, haber nacido con magia, y vivir prácticamente una vida “sencilla”. Pero no por eso dejo de ser una pre adolescente de trece años que aún no tiene la capacidad mágica para enfrentarse a nadie. Y eso lo sé a ciencia cierta. - Todavía no olvidaba aquella noche en el ministerio y toda la inutilidad que había demostrado poseer aquel día. No olvidaba la habitación de Hans en el hospital y la impotencia que me daba el no haber podido hacer nada para ayudarlo. Mi pregunta era completamente válida: ¿qué podía hacer?

- No voy a condenar a Hermann Richter por haber incendiado el mercado de esclavos luego de generar una fuga en masa, pero sí lo voy a hacer por haber generado el caos en un momento que solo buscaba ser de luto. Por haber intentado asesinarme solo como advertencia hacia mi padre. Porque por lo que dices está bien que Hermann sea un hombre despiadado, pero está mal que Magnar lo sea solo porque tú sufriste primero. A mi me han enseñado que eso fue al revés entonces… ¿quién fue primero, el huevo o la gallina? - Porque en este juego de apuntar con el dedo y acusar al otro de ser injusto, todos teníamos la de perder. ¿Qué estaba bien y qué estaba mal? ¿Cómo se podía definir eso? Me doy la vuelta por completo para enfrentarlo cuando él hace lo mismo, y me quedo a la espera de lo que pueda decir, aún con la rosa en las manos y la incertidumbre en la mente.

- ¿Y dónde es eso entonces, James? ¿mis derechos terminan con un paquete de navidad? ¿aspirando un gas en medio de un estadio? ¿condenada en un atrio acusada de traición? ¿Quién demonios define esas cosas? Porque creeme, me encantaría saberlo. - La pelea eterna entre las razas y el sentido de pertenencia y superioridad no me importaba. Podía creer en el karma todo lo que quería, yo creía en que la vida era una caprichosa de mierda que podía variar depende de cómo soplase el viento. - Por mí pueden quemar mi foto y la de toda mi familia. Mientras que nos dejen en paz, mientras que ellos estén bien… No quiero guerra, ni enfrentamientos, ni ninguno de nuestros nombres en ningún libro. - Si la solución a todo era vernos reducidos al anonimato… ni siquiera mi propia aspiración a ser diseñadora valía una mención si es que no podía cuidar a los míos. Y eso incluía a Hero sea donde sea que estuviese metida. - Oh, por favor. Nadie creería que estás tratando de cortejarme aunque lo gritase a los cuatro vientos. - Ni siquiera estábamos manteniendo una charla amistosa. Lo único que hacíamos era discutir y tratar de tener la última palabra en todo.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Sí, puede tener trece años, no ser más que una mocosa para muchos de los que la rodean, pero tengo la respuesta simple a su pregunta — ¡Simplemente empezar a cambiar las cosas! Nunca nada nació de la nada, las ideas tienen que ir mutando y aunque sea una sola persona, una niña de trece años, siempre es mejor que nadie. Si te excusas en tu edad o en tu posición económica, solo estarás siendo cómplice de todas estas injusticias y nada más. ¡Que eres la hija de un ministro, por todos los cielos! ¿Acaso no hablan en la mesa en tu casa? — no pretendo que le lave el cerebro al hombre que nos condena a todos, pero vamos, que de algo debería servir abrir el diálogo sobre las cosas que nadie habla, aunque sea para darle espacio a una mínima posibilidad. ¿Por qué son todos tan cobardes?

No estoy diciendo que tu abuelo sea coherente con lo que hace, sino que parece ser que ustedes solo comprenden que alguien está en desacuerdo cuando los atacan por ello. ¿O le han dado oportunidad de defenderse a alguno de los rebeldes en los últimos meses? ¿Qué me dices de los dos que quemaron por el atentado al ministerio? — ¿Para qué me molesto? ¿Por qué intento hacerle ver que es una necia, cuando justamente… es una necia? Y no tengo idea de quien inició esto hace siglos, cuando deberíamos estar más preocupados en terminarlo, que lo único que hacemos es apuntarnos los unos a los otros — No lo sé, deberías hacerle esa pregunta a tu padre. ¿O acaso no estudiaste la constitución? Si las cosas estuvieran bien divididas, no existirían los conflictos que hay ahora — no soy tonto, creo que siempre hubo problemas sociales, acá todo recae en que las brechas son tan grandes que crean enfrentamientos aún peores. Si ella quiere vivir en paz, que empiece a mirar dónde está el causante de todos sus dramas.

No sé por qué resoplo con obvia irritación y un chasqueo de lengua en señal de censura. ¿Es porque se está escondiendo en su falsa paz? — Claro, es verdad. ¿Por qué alguien querría cortejar a alguien como tú? Eres terca como una mula. Además, si me baso en tus derechos, yo tampoco tengo permitido tener pareja o aspirar a cualquier tipo de relación, mucho menos con una bruja. ¡Como si la biología entendiese de estatus social! Y no quiero decir que me has roto el corazón o que me interese mezclarme contigo de cualquier forma física o emocional — aclaro, señalándola con un dedo que pide una pausa para que no malinterprete mis palabras — Es solo que parece que no ves lo ridículo que es todo esto. Años de evolución, para terminar en un sistema de lo más primitivo. Ojalá te dejen tranquila, eso significaría que alguien fue lo suficientemente inteligente como para ponerle un fin a esta locura — sino, no comprendo cómo es que las cosas podrían terminar bien.

La podadora se detiene, por lo que me volteo en su dirección con la sospecha de que ha vuelto a frenarse con una roca o con algún montículo de tierra. Me alejo de la cerca para ir a chequear sus ruedas, lo cual me da la oportunidad de darle la espalda en lo que me agacho y tironeo del artefacto para que vuelva a funcionar con normalidad — No sé por qué estamos gastando saliva o tiempo, Meerah. Somos demasiado diferentes para nuestro propio bien. ¡Ajá! — cuando aparto la piedrita que había trabado la podadora, le doy un empujoncito para que vuelva a marchar.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
- ¿¡A cambiar qué cosas!? De verdad no entiendo qué es lo que puedo hacer, ¿de acuerdo? No es una excusa, es la realidad. Mi padre tiene sus razones para creer en lo que cree, y yo tengo las mías para hacerlo y para dejar de hacerlo también. ¿Qué es lo que puedo decirle? - “Hola pa, quiero que sepas que el abuelo está demente, pero tal vez lo del mercado no sea tan malo, por favor, ¿podrías no condenar a las personas que escaparon por culpa del miedo?” No es como si él no hubiese implementado leyes para utilizar a los esclavos en toda medida posible; leyes que, vaya y sea de paso, me habían parecido inteligentes y bien ubicadas en su momento. ¿Qué es lo que había cambiado? La realidad es que no mucho, simplemente había visto que los magos podían ser tan crueles como siempre me dijeron que lo eran los muggles, y viceversa. ¿Pero qué es lo que en verdad creía? No lo sabía. No sabía que estaba bien y que estaba mal, y es por eso que me sentía impotente. ¿Cómo puedo plantarme sobre arenas movedizas? Al final solo terminaría hundiéndome a causa de mi propia estupidez.

- ¿Oportunidad de defenderse? Cuando atentaron contra el ministerio, retuvieron a los rebeldes sin procesarlos, y estuvieron dispuestos a un intercambio. ¿Acaso eso fue una injusticia? Si fueron condenados a muerte, es porque fueron encontrados culpables. Se les dió la oportunidad de negociar, y la descartaron asesinando a una funcionaria. - Había visto a Annie Weynart en contadas ocasiones, e incluso prefería olvidar la vez en que la había conocido, pero no merecía morir en medio de una negociación pacífica. No merecía morir y punto. - De acuerdo, trataré de plantearle a mi padre que ha llegado el momento de hacer una reforma constitucional en la próxima cena. Con Aminoff como presidente, ¿que tan justa crees que termine siendo?- Lo único que generaría eso, es más derechos para la criaturas, y medidas más severas contra los muggles y los rebeldes, no había que ser un genio para preveer eso.

Es obvio que no estamos llegando a ningún punto y que ya estamos discutiendo por el simple hecho de discutir. Así que imito su resoplido, y si no doy una pisada al piso a modo de berrinche, es porque quiero demostrar toda la madurez que soy capaz de evocar. - ¡No me refería a eso! - Lo de la falta de cortejo era porque éramos unos gritones que no podían tener una conversación civilizada. Pese a que me gustaban las novelas y las series, ni siquiera había considerado las relaciones en general como para ponerme a pensar en las posibilidades o imposibilidades que venían de la diferencia de razas. - ¿Quieres que te sea sincera? Ya me da igual los derechos, la falta de derechos, lo justo y lo injusto. Solo quiero mantenerme al margen de una guerra que solo puede terminar mal para mi familia. No tengo nada en contra de que tengas derechos, de que salgas con brujas o de que ya no te traten como ganado. Simplemente, no quiero arriesgarme. Así que tíldame de cobarde si quieres, pero hasta que no encuentre un motivo por el cual luchar, no veo el sentido a poner en riesgo a mi familia. - No era una justiciera, ni me interesaba serlo.

Lo veo alejarse para arreglar la podadora y vuelvo la vista hacia mis manos que aún sostienen la rosa que todavía no sé por qué me dió. Considero aventarsela a la cabeza, pero descarto la idea por considerarla infantil. Tengo que admitir que pese a toda la discusión, el gesto había sido… decente. - Vaya, parece que sí estamos de acuerdo en algo después de todo. - Suelto un bufido y me aseguro de que mi rostro se encuentre en condiciones antes de atreverme a volver a la casa. - Gracias por la charla iluminadora, trataré de no comportarme como una imbécil de ahora en más. Solo… Avísame si ves a Argie, ¿de acuerdo? - Trago saliva y aprieto los labios con fuerza por unos segundos. - … por favor.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Por la cara que le pongo, creo que estoy siendo obvio en que no espero ninguna clase de justicia aceptable de parte de Aminoff, o de su padre, o de cualquiera que venga con ideas de gobernar sobre nosotros con esas políticas puristas. Ya, no pienso gastar mi saliva, mi tiempo y mi paciencia en alguien que no lo vale, porque los dos nos estamos metiendo en una espiral confusa sobre quién tiene o no tiene la razón, cuando todas esas cosas siempre van a ser subjetivas. ¿Por qué esperaría que un esclavo y la hija de un ministro pudieran tener, aunque solo por cinco minutos, un punto de concordancia? Somos opuestos, como dos artefactos creados para repelerse y evitarse por el resto de la eternidad. Eso es todo, podemos jugar a que estamos en la misma altura porque tenemos el espacio físico para conversar, pero ahí se acaban las similitudes. Soy una criatura ligada a la desgracias y ella es una destinada a florecer.

Tomo lo que me dice como las palabras válidas de alguien que es justamente lo que se califica, una cobarde. Prenso los labios como si en verdad pudiese considerarlo y asiento un par de veces, no le voy a decir que su familia está en la boca del lobo, porque eso ya lo sabe. ¿No lo están todas en este lugar? ¿Qué pasaría si un día simplemente deciden que los ministros deben morir? — Algún día encontrarás ese motivo — porque las comodidades no duran para siempre. Le sonrío, por extraño que sea, con una confianza que no sé de dónde saco a pesar de no demostrar ni una pizca de alegría, quizá sí de compasión — Y juro que estaré ahí, solo para decir “te lo dije”. El destino adora reírse en la cara de las personas, princesa — me regodeo en ese viejo apodo, solo porque aún puedo hacerlo.

Haciendo gala de mis facultades madurativas, muevo mi boca con una mímica exagerada que busca burlar sus palabras cuando oigo cómo se despide. Sacudo mi mano en un ademán que da a entender que la he escuchado y se supone que es un saludo, me pongo de pie y me veo obligado a quitarme el pelo de la cara para ver lo que hago. No voy a darle muchas vueltas, porque sé que me he retrasado al tener que mantener una charla indiscreta con la vecina y vuelvo a encender la podadora… que arranca con un envión que suena bastante desagradable. Algo parecido a una batidora descompuesta y un chirrido — ¿Pero qué le pasa a esta porquería… mierda… chatarra…? — ¡¿Para qué tienen tanto dinero?! Pateo la podadora y presiono el botón para abrirla, lo que no me espero es encontrar un cacho de tela entre los… ¿Se llaman engranajes o algo así? — Eh… Powell… ay, no. Ay, no. No, no, no… ¿Es eso pelusa plateada? — ¿Este tal Argie… tenía ropa?

Estoy muerto. Creo que casi tan muerto como la mascota de la vecina.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Si tenía razón, y en algún momento podía decirme un “te lo dije” gigante en todo mi rostro, sería bienvenido si era a causa de encontrar un motivo, una respuesta, o una solución a toda la maraña de pensamientos que tenía en la cabeza. - Si así lo quieres, hasta dejaré que armes una pancarta con la frase y la cuelgues en el jardín. De manera anónima, claro. Estoy segura que Hans y Lara creerán que fue el otro y se pasarán toda la semana acusándose entre ellos antes de sospechar nada. - ¿Acabo de bromear? No. No pude haber hecho una broma dirigida al esclavo de mi vecina luego de darle permiso de humillarme. Mm mm, me niego. No. Eso no pasó.

Me hago la idiota, balanceándome sobre mis pies por unos segundos hasta que decido que la vergüenza ha sido demasiada y me volteo para regresar por mi camino. No presto atención al ruido de la podadora en un inicio, no hasta ese chirrido que surca el aire de una manera espantosa y que me provoca un escalofrío de pies a cabeza. Vuelvo a voltearme cuando me llama por mi apellido, pero con suma lentitud, presintiendo lo que va a decir pero sin querer creerlo. - No, no, no. ¡DIME QUE NO! - Corro los pocos pasos de nuevo hasta la cerca, y me asomo por encima hasta posar mi vista sobre el vil aparato, abierto de par en par, y con la tela que reconozco pertenecía a su pequeño sombrero. - Tú… tú… ¡tú! - Lo señalo estirando mi brazo en su dirección, con las lágrimas corriendo por mis mejillas y el corazón oprimido contra mi pecho. - ¡ASESINO! ¡MATASTE A ARGIE! - Y me dejo caer, porque no puedo creer que mi pequeño puff ya no esté. No cuando me acompañó desde hace años y soportó todas mis penas conmigo.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Ladeo con algo de incredulidad la cabeza, mirándola desde mi lugar sin saber si reírme o no, en especial porque suena un poco extraño escuchar una broma con esas personas a las cuales no estoy acostumbrado a pensar en conjunto, por más que se han unido de manera tal que crearon a otro ser humano. Puedo decirle que sería algo digno de ver, también puedo bromear sobre el hecho de que es ella quien está haciendo un chiste, pero opto por no decir nada, que ya es muy raro como para hacer énfasis en ello. Además, mi trabajo requiere un poco más de urgencia. Ese lapsus puede morir ahí.

Porque el que va a morir, además, soy yo. No sé cómo se supone que debo solucionarlo, tengo las manos en el aire porque no me atrevo a hurgar más allá, en parte por el asco y por otro lado por el terror que me da el saber que pude haber matado a un animal que, para colmo, es de un mago. ¡Y si su padre se entera, ya me vi en el mercado que aún están volviendo a armar, con el calzón chino hecho por su propia mano y obra! — ¡NO! — exclamo al modo que tiene de acusarme, pasando mis ojos de ella a la podadora, de la podadora a lo que creo que es más pelusa y… Por todos los cielos, que he aplastado a su mascota. Me asomo un poco más, arrugando la nariz de la impresión, solo para asegurarme que… sí, en efecto, he encontrado a Argie. O lo que queda de él — ¡Fue un accidente, Meerah, lo juro! ¡Ni siquiera sabía que había cruzado! — ¿Cómo lo hizo? ¿Entre las plantas, cuando discutíamos? ¡Soy un asesino involuntario de una cosita que usaba tela violeta!

Me da asco, sí, pero meto la mano para picarlo y chequear que, en efecto, esté muerto y no ande sufriendo en agonía, porque eso sería incluso peor. Como no hay manera que siga vivo, cierro la puertita con brusquedad para que no lo vea y me limpio la mano contra la ropa, dando unos pasos hacia ella. Ni todas las rosas de este jardín van a hacer que deje de llorar, eso está claro — ¡Te lo recompensaré! ¡Haré lo que digas, seré tu esclavo personal cuando no tenga más tareas por aquí, haré lo que quieras! ¡Pero no le digas a nadie, Meerah! ¡No habría matado a tu mascota ni aunque fueses la persona más irritante del planeta, no vale un castigo! ¡Por favor! — lo malo para mí, es que apenas me acerco a ella, uno de sus perros se asoma parándose en sus patas traseras y me ladra, quizá queriendo jugar, yo qué sé. Pero la experiencia solo me provoca el retroceder y gritarles “shhuuuu”, a ver si la cago de nuevo.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Un accidente… un accidente. Podía haber sido un accidente, pero eso no era consuelo de nada. Pensar en que Argie ya no me recibiría en la puerta de mi habitación al volver del colegio, que no me pediría golosinas dando pequeños golpes contra mi brazo, que ya no dormiría en mi almohada en las noches… ¿Cómo haría para diseñar sin su peso sobre mi hombro, o encima de mi cabeza? Por todos los cielos, ¿qué haría con su guardarropa? No podría… ¿cómo? Ay. ¿Qué debe quedar de él? Qué manera tan espantosa de morir… - ¡Ni se te ocurra! ¿Cómo podría mirarte a la cara sin recordar que mataste a mi mascota? ¡Y encima…! ¿Encima dices que Argie no valía ni un castigo? Ese puff tenía más integridad en todo su pequeño, peludo y mullido cuerpo de lo que tú y yo tendremos jamás. ¡ERA UN INOCENTE! - Un pobre y pequeño inocente que no me perdonaría el estar derrumbándome de esta forma y diciendo quién sabe qué sarta de idioteces. Pero me dolía, me dolía el no haberle prestado la atención suficiente. ¿Y si esto era mi castigo por quedarme hablando con el esclavo de la vecina? ¿Sería yo la culpable de su muerte?

Hunter se acerca a mis espaldas y me da un empujoncito con el hocico antes de ponerse a ladrar a modo de advertencia. Y lo felicitaría en otra ocasión, pero no puedo, porque James quiere alejarlo y el enojo me sobrepasa. - ¡NO! TU NO TE ATREVAS A DIRIGIRTE A ELLOS. ¡ASESINO! - ¡Que yo sabía que no lo era! Pero… pero… Mi llanto se incrementa y es Ophelia esta vez la que se recarga contra mi costado, tratando en vano de tratar de reconfortarme. Me incorporo, y será cosa de masoquismo o de no creer lo que ha pasado todavía, pero dirijo una nueva mirada hacia la podadora. No se ve nada, está cerrada. Pero sé que su cuerpecito debe estar ahí, enredado… ¡Ni siquiera podría enterrarlo! La angustia es demasiada para mí, y antes de siquiera poder contenerme me largo a correr hacia la casa. - ¡PAPÁAAAAAAAAAAAAAAAA!
M. Meerah Powell
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