OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Falta poco para la medianoche y eso significa que las calles están desiertas, lo cual fue mi mayor motivación cuando me encontré con la puerta mal cerrada y la oportunidad de ver, por alguna vez en mi vida, un festejo quizá no tan tradicional, pero sí más ruidoso que los del catorce. He visto en la televisión que los ciudadanos de NeoPanem tienen permiso de montar fiestas mediante aparición y arrojar fuegos artificiales en sus patios o terrazas, lo que significa que nadie andará caminando para fastidiarme y de todas maneras podré ver el cielo posiblemente más iluminado que en Navidad, algo que no pude disfrutar mucho porque Amalie me dejó dentro como la mascota nueva y asustadiza que se supone que soy. Mis patas golpean el asfalto en lo que troto con el rabo en alto, consciente de los pasos que tratan de seguir mi ritmo a unos metros más atrás y estoy seguro de que de poder gritarle (o ladrarle) para que se apure, lo haría. Como también sé que ella me diría que estamos siendo unos suicidas, pero ese es otro tema.
Y como suicida que soy, no dudo demasiado en meterme en un parque a oscuras, apenas iluminado por alguna que otra luz en determinadas áreas. No me detengo hasta que tengo la seguridad de las sombras de un enorme roble y me sacudo al volver a mi forma humana, voltéandome para ver como Syv me alcanza con cierta impaciencia — Dijiste que empezaría en… — me tanteo los bolsillos y recuerdo que no tengo ningún reloj conmigo, así que intento hacer el cálculo en mi cabeza — cinco minutos hace como diez. ¿Segura de que tus padres no sospecharán de nada? — ni idea que excusa metió para no estar en la mesa, pero estoy demasiado ansioso como para preguntar. ¿El árbol es muy alto o puedo treparlo para ver mejor?
Estoy rebotando sobre mis pies en una muestra de impaciencia cuando me parece escuchar un eco, proveniente de las casas más cercanas en las cuales sus habitantes han llegado a cero en su cuenta regresiva y claman por la felicidad de este nuevo año que, espero, se lleve los últimos meses para brindarme unos nuevos un poco mejores. Es un deseo un poco infantil, lo sé, pero inevitable. El cielo no tarda en encontrarse iluminado, los estallidos llenan la noche en la cual me apoyo en el tronco y estiro el cuello para ver los colores más brillantes que jamás he visto, me cruzo de brazos para mantener el calor corporal a pesar de la nieve que refleja la pirotecnia y me siento temblar de frío. Cuando le sonrío a mi acompañante, estoy seguro de que se me ha escapado vapor de la boca — Feliz año nuevo, Syv — murmuro con un amistoso codazo en el costado y vuelvo a poner la vista en el cielo.
No obstante, sé que algo va mal. Es como si el sonido fuese disminuyendo poco a poco y hasta me froto una de las orejas como si buscase destaparla — ¿Soy yo o está helando un poco más de lo normal? — a pesar de que busco sonar divertido, hay un temblor en mi voz y tengo que frotar mis manos, escondiéndolas bajo las largas mangas de mi suéter. Siento los vellos de mi piel ponerse en punta, pero cuando me volteo, no distingo nada en la oscuridad, rota por los estallidos en el cielo. ¿Qué es lo que me inquieta tanto?
Y como suicida que soy, no dudo demasiado en meterme en un parque a oscuras, apenas iluminado por alguna que otra luz en determinadas áreas. No me detengo hasta que tengo la seguridad de las sombras de un enorme roble y me sacudo al volver a mi forma humana, voltéandome para ver como Syv me alcanza con cierta impaciencia — Dijiste que empezaría en… — me tanteo los bolsillos y recuerdo que no tengo ningún reloj conmigo, así que intento hacer el cálculo en mi cabeza — cinco minutos hace como diez. ¿Segura de que tus padres no sospecharán de nada? — ni idea que excusa metió para no estar en la mesa, pero estoy demasiado ansioso como para preguntar. ¿El árbol es muy alto o puedo treparlo para ver mejor?
Estoy rebotando sobre mis pies en una muestra de impaciencia cuando me parece escuchar un eco, proveniente de las casas más cercanas en las cuales sus habitantes han llegado a cero en su cuenta regresiva y claman por la felicidad de este nuevo año que, espero, se lleve los últimos meses para brindarme unos nuevos un poco mejores. Es un deseo un poco infantil, lo sé, pero inevitable. El cielo no tarda en encontrarse iluminado, los estallidos llenan la noche en la cual me apoyo en el tronco y estiro el cuello para ver los colores más brillantes que jamás he visto, me cruzo de brazos para mantener el calor corporal a pesar de la nieve que refleja la pirotecnia y me siento temblar de frío. Cuando le sonrío a mi acompañante, estoy seguro de que se me ha escapado vapor de la boca — Feliz año nuevo, Syv — murmuro con un amistoso codazo en el costado y vuelvo a poner la vista en el cielo.
No obstante, sé que algo va mal. Es como si el sonido fuese disminuyendo poco a poco y hasta me froto una de las orejas como si buscase destaparla — ¿Soy yo o está helando un poco más de lo normal? — a pesar de que busco sonar divertido, hay un temblor en mi voz y tengo que frotar mis manos, escondiéndolas bajo las largas mangas de mi suéter. Siento los vellos de mi piel ponerse en punta, pero cuando me volteo, no distingo nada en la oscuridad, rota por los estallidos en el cielo. ¿Qué es lo que me inquieta tanto?
No teníamos por qué ir más allá de la acera, no teníamos por qué ir más allá de la cuadra, ¿a dónde vamos? ¡No! ¡No! ¡Es una pésima idea sacar a pasear al perro en la última noche del año! Debe ser la expectativa de la pirotecnia que lo pone inquieto, corriendo por la calle con un par de saltos ocasionales, su correa roja que se me escapó de las manos siguiéndole como si fuera una chispita de algo. Es la señal que uso para no perderlo de vista cuando doblamos en una esquina, si pudiera gritaría su nombre para pedirle que me espere, no lo hago por más de una razón. Seamos suicidas, pero no estúpidos. Corro lo más a prisa que puedo con las ballerinas que tengo puestas, agradezco que sean bajas, aunque no sean las indicadas para este clima. El abrigo y la bufanda que recogí al salir hacen posible que sobreviva a la temperatura real del exterior, después del engaño del calor artificial dentro de la casa que me hizo creer que era una idea genial ponerme un vestido para los festejos. Tengo las orejas y la punta de la nariz cubiertas con la bufanda blanca para que el viento de la calle no lastime mi rostro.
El recorte de las figuras negras de los árboles del parque contra el cielo nublado, me hacen sentir que estoy adentrándome a un paisaje tenebroso de Año Viejo, en el que soy un blanco que destaca por su atuendo en contraste con la oscuridad. No creo que nadie me preste atención si tengo frente a mí a un perro que en nada recupera su forma de chico y lo tengo mirando por encima de las copas de los árboles con una emoción a la que falta que acompañe con un vaivén de su cola peluda. — Podemos estar de regreso en cinco minutos, nadie se dará cuenta de nada…— lo digo para tranquilizarme a mí, que tengo los nervios crispados al contar a cuantas cuadras estamos del edificio, me consuela que no sean tantas. Sigue siendo una locura, una de la que pasé a formar parte al seguirlo fuera, preocupada por la tonta e imprudente mascota de la casa. —Y te quedarás sin tu ración de galletas por las tardes, te confiscaré tu hueso de hule por una semana y no te llevaré a jugar con el Beagle del 2 D— digo, con una mano en cada lado de mi cadera para verme severa.
Detesto sentirme como una arpía al inicio de un nuevo año, con toda esa sarta de prohibiciones. Dudo de si no estoy siendo muy cruel al sacarle el privilegio de las galletas. Su emoción por ver los fuegos artificiales es auténtica, me da culpa estar recriminándole por… no sé, empujarnos a las calles de la ciudad, meternos en un parque oscuro, en una de las noches más heladas del año, teniendo en cuenta que podríamos cruzarnos con cualquier tipo de persona ¡o alguien de Seguridad Nacional! Y olvidemos, claro, ¡que está en su forma humana de Kendrick Duane como se ve en los avisos de criminales buscados en los noticieros en medio del Capitolio! Sí, quizás estoy siendo demasiado cruel por querer reprender su imprudencia inocente. Tengo que admitir, contra toda mi voluntad de ser firme en mi sentencia, que la vista de los fuegos artificiales me impresiona como para quitarme el aire y se ve como nunca se han visto desde el balcón de nuestro departamento. El estallido de colores contra el negro se queda en mi retina, no puedo apartar la vista, ni siquiera cuando me habla. —Feliz año nuevo, Ken— susurro.
Y confundo el escalofrío que me recorre la espalda con todo lo que provoca el espectáculo, me abrazo a mí misma por culpa de esa sensación y suspiro, creyendo que así podré liberar un poco de la emoción contenida. Ese suspiro se convierte en un vaho tan espeso, como la niebla que se va extendiendo. Los destellos se ven demasiado distantes cuando la temperatura sigue bajando, congelándome los dedos que están sin guantes. — Salimos con poco abrigo…— murmuro, convenciéndome que por eso sentimos el frío, pero se filtra un nota de alteración en mi voz y trato de ver más allá de las sombras entre los árboles. —Dime que trajiste tu varita— hablo tan bajo al dar un paso para pararme a su lado y trato con las puntas heladas de mis dedos hallar la mía dentro del bolsillo del tapado. —Mantente cerca— indico, rodeando su muñeca con los dedos de mi otra mano. —Volvamos a casa— sueno firme contra el siguiente estruendo en el cielo y esa sensación cada vez más honda de que algo malo va a pasar, que el sendero del parque se me hace infinito e imposible de atravesar.
El recorte de las figuras negras de los árboles del parque contra el cielo nublado, me hacen sentir que estoy adentrándome a un paisaje tenebroso de Año Viejo, en el que soy un blanco que destaca por su atuendo en contraste con la oscuridad. No creo que nadie me preste atención si tengo frente a mí a un perro que en nada recupera su forma de chico y lo tengo mirando por encima de las copas de los árboles con una emoción a la que falta que acompañe con un vaivén de su cola peluda. — Podemos estar de regreso en cinco minutos, nadie se dará cuenta de nada…— lo digo para tranquilizarme a mí, que tengo los nervios crispados al contar a cuantas cuadras estamos del edificio, me consuela que no sean tantas. Sigue siendo una locura, una de la que pasé a formar parte al seguirlo fuera, preocupada por la tonta e imprudente mascota de la casa. —Y te quedarás sin tu ración de galletas por las tardes, te confiscaré tu hueso de hule por una semana y no te llevaré a jugar con el Beagle del 2 D— digo, con una mano en cada lado de mi cadera para verme severa.
Detesto sentirme como una arpía al inicio de un nuevo año, con toda esa sarta de prohibiciones. Dudo de si no estoy siendo muy cruel al sacarle el privilegio de las galletas. Su emoción por ver los fuegos artificiales es auténtica, me da culpa estar recriminándole por… no sé, empujarnos a las calles de la ciudad, meternos en un parque oscuro, en una de las noches más heladas del año, teniendo en cuenta que podríamos cruzarnos con cualquier tipo de persona ¡o alguien de Seguridad Nacional! Y olvidemos, claro, ¡que está en su forma humana de Kendrick Duane como se ve en los avisos de criminales buscados en los noticieros en medio del Capitolio! Sí, quizás estoy siendo demasiado cruel por querer reprender su imprudencia inocente. Tengo que admitir, contra toda mi voluntad de ser firme en mi sentencia, que la vista de los fuegos artificiales me impresiona como para quitarme el aire y se ve como nunca se han visto desde el balcón de nuestro departamento. El estallido de colores contra el negro se queda en mi retina, no puedo apartar la vista, ni siquiera cuando me habla. —Feliz año nuevo, Ken— susurro.
Y confundo el escalofrío que me recorre la espalda con todo lo que provoca el espectáculo, me abrazo a mí misma por culpa de esa sensación y suspiro, creyendo que así podré liberar un poco de la emoción contenida. Ese suspiro se convierte en un vaho tan espeso, como la niebla que se va extendiendo. Los destellos se ven demasiado distantes cuando la temperatura sigue bajando, congelándome los dedos que están sin guantes. — Salimos con poco abrigo…— murmuro, convenciéndome que por eso sentimos el frío, pero se filtra un nota de alteración en mi voz y trato de ver más allá de las sombras entre los árboles. —Dime que trajiste tu varita— hablo tan bajo al dar un paso para pararme a su lado y trato con las puntas heladas de mis dedos hallar la mía dentro del bolsillo del tapado. —Mantente cerca— indico, rodeando su muñeca con los dedos de mi otra mano. —Volvamos a casa— sueno firme contra el siguiente estruendo en el cielo y esa sensación cada vez más honda de que algo malo va a pasar, que el sendero del parque se me hace infinito e imposible de atravesar.
No le doy mucha importancia a su amenaza, digamos que ser un perro de familia no tiene mucha gracia y muchas de las cosas que dice se han vuelto un entretenimiento, uno al cual puedo renunciar si eso es lo que me vale el observar este espectáculo. En Navidad tuve que conformarme con quedarme encerrado y ver todo desde la ventana de la cocina, preguntándome qué estarían haciendo mis amigos ahora que es la primera vez que estamos todos separados, sintiendo un montón de culpa y nostalgia por los festejos que añoro y sé que no volverán. Mi mera respuesta es un encogimiento de hombros que resta toda preocupación y le regreso una sonrisa pequeña frente a su deseo de buen año, enrosco la correa en mi brazo y guardo silencio en lo que los estallidos se lucen sobre nuestras cabezas. Es tonto, pero creo que es la primera vez que soy feliz en mucho tiempo.
Poco abrigo. tiene sentido, la tela de mi suéter parece ser muy poco para la nieve y creo que tengo los labios violetas — Siempre traigo mi varita — busco tranquilizarla al sacarla de mi bolsillo y se la enseño, con una sonrisa pequeña en lo que ella me tira de la muñeca. Estoy por discutir, pero tengo que admitir que ya he abusado mucho de mi suerte y suspiro con resignación. Mis pasos van detrás de los de ella y mantengo los ojos bajos, disfrutando de cómo sus pisadas en la nieve son cubiertas por las mías en cuanto me coloco allí por donde ella ha pasado. Creo oír algo, un susurro en algún sitio distante del parque y giro la cabeza en lo que mi andar se vuelve dudoso, tratando de encontrar su proveniencia — Syv… — le llamo en un intento de llamar su atención, pero es apenas un murmullo que se pierde cuando puedo ver el recorte oscuro de la silueta encapuchada gracias al estallido multicolor que explota con fuerza.
Las voces en mi cabeza cobran potencia en lo que el sonido de succión del dementor se acerca entre la nieve, arrastrándose como una sombra amenazante que me obliga a retroceder con el vapor brotando de mi boca entre los jadeos de pánico — ¡Piensa algo alegre! — sé que no sirve de mucho, mi práctica al respecto ha sido casi nula y bastante penosa. Con un temblor, la empujo para que se coloque detrás de mí porque sí, si la capturan será por mi culpa. ¿¡Y no dijeron en la tele que estos tipos tenían permiso para besarme?! Un pensamiento feliz, un pensamiento feliz. Puedo sentir como el dementor se acerca con mayor velocidad estirando sus brazos en nuestra dirección, sintiendo nuestra desesperación en lo que recuerdo solo una cosa. Un aferre de manos, un fogón muy lejano, muchas risas de personas a las cuales no veré nunca más — ¡Expecto Patronum! — la luz plateada sale con más potencia de la que pensaba e impacta contra la criatura, haciendo que se desvíe y me da tiempo a empujar a Syv — ¡Corre, CORRE!
Poco abrigo. tiene sentido, la tela de mi suéter parece ser muy poco para la nieve y creo que tengo los labios violetas — Siempre traigo mi varita — busco tranquilizarla al sacarla de mi bolsillo y se la enseño, con una sonrisa pequeña en lo que ella me tira de la muñeca. Estoy por discutir, pero tengo que admitir que ya he abusado mucho de mi suerte y suspiro con resignación. Mis pasos van detrás de los de ella y mantengo los ojos bajos, disfrutando de cómo sus pisadas en la nieve son cubiertas por las mías en cuanto me coloco allí por donde ella ha pasado. Creo oír algo, un susurro en algún sitio distante del parque y giro la cabeza en lo que mi andar se vuelve dudoso, tratando de encontrar su proveniencia — Syv… — le llamo en un intento de llamar su atención, pero es apenas un murmullo que se pierde cuando puedo ver el recorte oscuro de la silueta encapuchada gracias al estallido multicolor que explota con fuerza.
Las voces en mi cabeza cobran potencia en lo que el sonido de succión del dementor se acerca entre la nieve, arrastrándose como una sombra amenazante que me obliga a retroceder con el vapor brotando de mi boca entre los jadeos de pánico — ¡Piensa algo alegre! — sé que no sirve de mucho, mi práctica al respecto ha sido casi nula y bastante penosa. Con un temblor, la empujo para que se coloque detrás de mí porque sí, si la capturan será por mi culpa. ¿¡Y no dijeron en la tele que estos tipos tenían permiso para besarme?! Un pensamiento feliz, un pensamiento feliz. Puedo sentir como el dementor se acerca con mayor velocidad estirando sus brazos en nuestra dirección, sintiendo nuestra desesperación en lo que recuerdo solo una cosa. Un aferre de manos, un fogón muy lejano, muchas risas de personas a las cuales no veré nunca más — ¡Expecto Patronum! — la luz plateada sale con más potencia de la que pensaba e impacta contra la criatura, haciendo que se desvíe y me da tiempo a empujar a Syv — ¡Corre, CORRE!
Destreza 8 x acierto (x2) = 16
Dementor: 14/35
Dementor: 14/35
El miembro 'Kendrick O. Duane' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
#1 'Azar' :
--------------------------------
#2 'Alto Riesgo' :
#1 'Azar' :
--------------------------------
#2 'Alto Riesgo' :
Icono :
Con cada paso que se hunde en la nieve fresca, mis pensamientos van cayendo en el pesimismo más oscuro. No lograremos cruzar el parque tan rápido como para evadir a las criaturas nocturnas que sabemos están pendientes en las esquinas de las ciudades. Son los fuegos artificiales que nos envuelve en esa ingenua emoción de que estamos bien, de que esta noche es maravillosa pese a todas las noches, de todos los meses pasados. Puedo escuchar cómo se disparan al aire, atraviesan en limpio las nubes rotas, se abren en mil destellos de colores que se desvanecen entre los copos de nieve que caen sobre nosotros, quedan atrapados entre mechones de nuestros cabellos. Siento más frío del que nunca he sentido al tiempo que se acrecienta la sensación de ahogo, y no es suficiente el aire que puedo respirar por mi nariz, que debo acompañar con inhalaciones a través de mis labios entreabiertos y quebradizos. No sé de dónde surge ese sentimiento repentino que me hace lagrimear, me digo una vez más que es el viento helado.
Escucho el susurro del encapuchado que se acerca cuando él también lo hace, lo hemos sentido antes de oírlo, pero niego que sea real hasta lo último. Busco tirar de su muñeca para que siga avanzando, rozo el aire con mis dedos y la opresión del miedo en mi pecho me quita la capacidad de contestarle. Mis ojos se llenan de lágrimas al ver nítidamente la sombra del dementor sobre nosotros, porque fuimos tontos, fuimos suicidas. Porque nos escapamos de casa, que esto no puede terminar de otra manera que no sea mala. —¡No sé! ¡No sé en qué!— grito, la nota histérica rompe mi voz aguda. Me aferro a mi varita con toda mi fuerza al colocarme a su espalda, con una mano cubriendo mi boca controlo mi pánico, ese que me tiene inmóvil detrás del escudo que es Kendrick y el patronus que logra conjurar como una fuerza que golpea al dementor. Trastrabillo cuando me aparta, el desconcierto se refleja en mi rostro más pálido que lo normal. Muevo mi cabeza en negación, no voy a irme. No quiero estar sola, corriendo, internándome cada vez más dentro de un parque que podría estar poblado de estas bestias. —¡No, no! Tenemos que volver a casa…—. Y casa está más allá del dementor, es en lo que pienso cuando apunto a ciegas con mi varita para pronunciar el mismo hechizo que salió de los labios de Ken, que es sólo otra luz perdida en una noche llena de luces y no detiene al dementor que vuelve hacia nosotros. —Ken, quiero regresar, si regresamos te juro que te bajaré el frasco de galletas— murmuro incoherencias porque es lo que me queda para no ponerme a gritar. —Ken…— mi voz se escucha tan débil que suena a una pregunta, una que no sé cuál será.
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Destreza 4 x acierto (x0) = 4
Dementor: 10/35
Escucho el susurro del encapuchado que se acerca cuando él también lo hace, lo hemos sentido antes de oírlo, pero niego que sea real hasta lo último. Busco tirar de su muñeca para que siga avanzando, rozo el aire con mis dedos y la opresión del miedo en mi pecho me quita la capacidad de contestarle. Mis ojos se llenan de lágrimas al ver nítidamente la sombra del dementor sobre nosotros, porque fuimos tontos, fuimos suicidas. Porque nos escapamos de casa, que esto no puede terminar de otra manera que no sea mala. —¡No sé! ¡No sé en qué!— grito, la nota histérica rompe mi voz aguda. Me aferro a mi varita con toda mi fuerza al colocarme a su espalda, con una mano cubriendo mi boca controlo mi pánico, ese que me tiene inmóvil detrás del escudo que es Kendrick y el patronus que logra conjurar como una fuerza que golpea al dementor. Trastrabillo cuando me aparta, el desconcierto se refleja en mi rostro más pálido que lo normal. Muevo mi cabeza en negación, no voy a irme. No quiero estar sola, corriendo, internándome cada vez más dentro de un parque que podría estar poblado de estas bestias. —¡No, no! Tenemos que volver a casa…—. Y casa está más allá del dementor, es en lo que pienso cuando apunto a ciegas con mi varita para pronunciar el mismo hechizo que salió de los labios de Ken, que es sólo otra luz perdida en una noche llena de luces y no detiene al dementor que vuelve hacia nosotros. —Ken, quiero regresar, si regresamos te juro que te bajaré el frasco de galletas— murmuro incoherencias porque es lo que me queda para no ponerme a gritar. —Ken…— mi voz se escucha tan débil que suena a una pregunta, una que no sé cuál será.
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Destreza 4 x acierto (x0) = 4
Dementor: 10/35
El miembro 'Synnove A. Lackberg' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
#1 'Azar' :
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#2 'Alto Riesgo' :
#1 'Azar' :
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#2 'Alto Riesgo' :
Icono :
Sé que debo mantener la cabeza serena y los pensamientos frescos, pero me consume la culpa de que Syv se encuentre en problemas por mi culpa, que ella no sabe quién soy en verdad, que los dementores la juzgarán también a ella si no salimos de aquí y estará manchada por estar aliada con un estúpido fugitivo que tuvo la brillante idea de salir de la casa. Son sus sollozos los que me hacen temblar y estiro el brazo hacia atrás como si el tocarla fuese un consuelo, en lo que trato el enfocar al dementor y me pregunto si no habrá más entre las sombras. Es un parque, hacen guardias grupales, es obvio que hay más y no los estamos viendo — ¡Haz promesas luego! — tomo su mano para que nuestros dedos se aferren con fuerza y tiro de ella. Correr entre la nieve siempre fue complicado, mis pies se hunden y arrastrarla conmigo no ayuda en la tarea de tomar velocidad. ¿Cómo funcionará esto? ¿Nos perseguirán hasta atraparnos o darán una alarma al ministerio en plena celebración de año nuevo? ¡Soy un tremendo idiota! ¡Ahora saben que estoy en el Capitolio!
Me freno en seco frente al lago congelado, cuyas líneas en la superficie me indican que los magos y brujas de esta ciudad suelen usarlo para patinar durante el día. Giro la cabeza al sentir como el dementor ha regresado, avanzando con rapidez hacia nosotros y se me cruza la estúpida idea de escapar por la única ruta que tenemos — ¡Vamos! — le insto a que salte sobre la superficie del lago, confiando en que resistirá nuestro peso en lo que intento pensar algo, lo que sea, que no sea la voz de mi padre despidiéndose minutos antes de que el catorce explotase para siempre.
Y fallo. Porque los gritos de todos los que murieron se vuelven reales y me cubro las orejas con fuerza, sintiendo como me hago pequeño en mi sitio hasta que mis rodillas tocan la nieve. El frío se cuela en mis pulmones y en mis huesos, como si me asfixiara en cubitos de hielo y estoy seguro de que el temblor no es precisamente por la helada que nos rodea — ¡Syv! — le llamo, quizá con un tono de niño desesperado que no recuerdo haber utilizado en mucho tiempo. No puedo verla, ni sentirla, ni sé dónde se encuentra y las bombas explotan una y otra vez en mis oídos — ¡SYV! ¡Por favor!
Me freno en seco frente al lago congelado, cuyas líneas en la superficie me indican que los magos y brujas de esta ciudad suelen usarlo para patinar durante el día. Giro la cabeza al sentir como el dementor ha regresado, avanzando con rapidez hacia nosotros y se me cruza la estúpida idea de escapar por la única ruta que tenemos — ¡Vamos! — le insto a que salte sobre la superficie del lago, confiando en que resistirá nuestro peso en lo que intento pensar algo, lo que sea, que no sea la voz de mi padre despidiéndose minutos antes de que el catorce explotase para siempre.
Y fallo. Porque los gritos de todos los que murieron se vuelven reales y me cubro las orejas con fuerza, sintiendo como me hago pequeño en mi sitio hasta que mis rodillas tocan la nieve. El frío se cuela en mis pulmones y en mis huesos, como si me asfixiara en cubitos de hielo y estoy seguro de que el temblor no es precisamente por la helada que nos rodea — ¡Syv! — le llamo, quizá con un tono de niño desesperado que no recuerdo haber utilizado en mucho tiempo. No puedo verla, ni sentirla, ni sé dónde se encuentra y las bombas explotan una y otra vez en mis oídos — ¡SYV! ¡Por favor!
Fallo
Vida dementor: 10/35
Vitalidad: 29/30
Vida dementor: 10/35
Vitalidad: 29/30
El miembro 'Kendrick O. Duane' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
#1 'Azar' :
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#2 'Alto Riesgo' :
#1 'Azar' :
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#2 'Alto Riesgo' :
Icono :
—¡No!— me rebelo al tirón de su mano que busca que eche a correr como me indico segundos antes, —¡Estamos yendo en la dirección contraria!—. La dirección contraria a donde queda el edificio que es mi casa, al departamento donde mis padres y mi hermano continúan con el festejo, si es que aún no notaron que el perro se escapó de la casa y que lo seguí, seguro que estarán preocupados, mis padres habrán llamado a seguridad… ellos no dejarían que nada nos pasara estando fuera… ellos… es en todo lo que pienso cuando sigo con pasos torpes, con mis pies que se chocan entre sí, al correr detrás de Ken con la vista empañada por el llanto que contengo. Sobre la nieve quedan las marcas de nuestras pisadas en desorden, que se cubrirán pronto porque las nubes siguen cargadas y la ventisca se agita cuando sentimos al dementor acechándonos.
Me paro en seco en la orilla del lago que es una lámina frágil y peligrosa en la noche, no es lo mismo que verla durante el día con un sol más amable y los patines puestos. —¡¿Estás loco?! No podemos cruzar por…— mi réplica muere en mi boca, trato de recordar algún hechizo que nos ayude en este momento, porque oponerme a continuar nos enfrentaría de lleno con la criatura que sobrevuela el terreno con un murmullo que me eriza la piel de la nuca. Por culpa de las ballerinas resbalo, pierdo el contacto de la mano de Ken y me deslizo para caer sobre las palmas de mis manos. Siento la quemazón en mi piel por el choque con el frío y veo finas rendijas abrirse en el hielo, me tardo dos segundos que cuentan como dos horas en incorporarme, tanteando para recuperar mi varita en el momento preciso en que Ken se derrumba. Pensaré luego en lo desesperante que es estar en medio de un lago congelado con una criatura pavorosa como un dementor.
—¡Expecto patronum!— grito, tomando al chico de su hombro para echarlo hacia atrás, interponiéndome en el avance de la criatura con los únicos pensamientos que tengo de mi padre infinitamente preocupado por mí, del abrazo que me dará cuando vuelva a casa, su voz consolándome, prometiéndome que todo lo malo ha pasado, como lo hacía cuando era una niña y corría hacia él a cualquier parte de la casa donde se encontrara, gritaba llamándolo, entonces él aparecía. Me limpiaba las mejillas con sus pulgares, sus ojos tan cerca de los míos, sonriéndome. Su rostro es tan claro al evocarlo, cada arruga en su expresión, que la bola blanca que se desprende de mi varita se expande y atraviesa el manto oscuro que pende en el aire. —¡Ken! ¡Ken! ¡Escúchame!— me giro hacia él para apartar las manos de sus oídos y hacer que vuelva al momento presente. —Ponte de pie, estoy aquí— le aseguro para calmarlo, me aferro a sus brazos y proyecto mi pánico en él. —Nos iremos, ¡ya!—. No sé a dónde, no puedo pensar, y eso nos roba un par de segundos más.
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Destreza 4 x acierto (x2) = 8
Dementor: 2/35
Me paro en seco en la orilla del lago que es una lámina frágil y peligrosa en la noche, no es lo mismo que verla durante el día con un sol más amable y los patines puestos. —¡¿Estás loco?! No podemos cruzar por…— mi réplica muere en mi boca, trato de recordar algún hechizo que nos ayude en este momento, porque oponerme a continuar nos enfrentaría de lleno con la criatura que sobrevuela el terreno con un murmullo que me eriza la piel de la nuca. Por culpa de las ballerinas resbalo, pierdo el contacto de la mano de Ken y me deslizo para caer sobre las palmas de mis manos. Siento la quemazón en mi piel por el choque con el frío y veo finas rendijas abrirse en el hielo, me tardo dos segundos que cuentan como dos horas en incorporarme, tanteando para recuperar mi varita en el momento preciso en que Ken se derrumba. Pensaré luego en lo desesperante que es estar en medio de un lago congelado con una criatura pavorosa como un dementor.
—¡Expecto patronum!— grito, tomando al chico de su hombro para echarlo hacia atrás, interponiéndome en el avance de la criatura con los únicos pensamientos que tengo de mi padre infinitamente preocupado por mí, del abrazo que me dará cuando vuelva a casa, su voz consolándome, prometiéndome que todo lo malo ha pasado, como lo hacía cuando era una niña y corría hacia él a cualquier parte de la casa donde se encontrara, gritaba llamándolo, entonces él aparecía. Me limpiaba las mejillas con sus pulgares, sus ojos tan cerca de los míos, sonriéndome. Su rostro es tan claro al evocarlo, cada arruga en su expresión, que la bola blanca que se desprende de mi varita se expande y atraviesa el manto oscuro que pende en el aire. —¡Ken! ¡Ken! ¡Escúchame!— me giro hacia él para apartar las manos de sus oídos y hacer que vuelva al momento presente. —Ponte de pie, estoy aquí— le aseguro para calmarlo, me aferro a sus brazos y proyecto mi pánico en él. —Nos iremos, ¡ya!—. No sé a dónde, no puedo pensar, y eso nos roba un par de segundos más.
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Destreza 4 x acierto (x2) = 8
Dementor: 2/35
El miembro 'Synnove A. Lackberg' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
#1 'Azar' :
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#2 'Alto Riesgo' :
#1 'Azar' :
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#2 'Alto Riesgo' :
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Ninguno de sus gritos tiene sentido para mí, porque en la poca lógica que poseo, la idea de que corra sobre un lago congelado me parece la mejor de todas. ¿Y qué si me asfixio en el frío? ¿Por qué puedo ver una y otra vez la caída de Arleth por mi culpa, oír las burlas que escuché en cada sesión de tortura dentro de la prisión, la despedida que me llevó a dejar a todos mis amigos atrás? Me duele el pecho, sobre todo el alma. Y todo se desprende tan fácil cuando el hechizo en labios de Syv me devuelve el poco calor que puedo conseguir gracias al clima y caigo de manera rendida, golpeando mi frente contra la nieve bajo un estallido de estrellas doradas que se camuflan con las estrellas en el firmamento. Siento sus manos suaves descubrirme las orejas y tardo un momento en tener el valor de abrir los ojos, encontrándome con el cabello de mi compañera reflejando los fuegos artificiales y los copos que se disimulan bastante bien. Creo que balbuceo su nombre, pero solo atino a sujetarme de ella para hacerle caso y ponerme de pie.
Mis piernas tiemblan, creo que no tengo demasiada fuerza pero podría ser peor — ¿Dónde está…? — sé que lo espantó, pero no tengo idea de dónde se encuentra y temo que nos atrape por la espalda — Podemos... Tratemos de bordear el parque, quizá si me transformo en perro... — no sé qué tan útil sea, pero al menos dejaría de ser una de las caras de los más buscados y quizá, solo quizá, correríamos menos peligro. Sé que es un intento vago de mentirme a mí mismo, pero al menos lo intento. Paso la mano por su brazo hasta rozar sus dedos en mis intentos de retomar la carrera, pero la aparición del dementor de entre las sombras, justo detrás de ella, hace que le dé un empujón para quitarla del camino al alzar la varita. Mi cerebro está lleno de mierda, pero algunos recuerdos, como la última Navidad que valió la pena, son suficientes como para que mi hechizo retumbe con potencia en el parque.
Puedo ver como el dementor se aparta elevándose en el aire y perdiéndose en la noche. No puedo hacer más que tambalearme en lo que me sujeto de ella para no volver a caer al suelo, sintiendo el sudor que se mantiene entre los pelos de mi nuca. Tengo el corazón latiendo con frenesí en el centro de mi pecho y algo parecido a la culpa me obliga a no poner mis ojos en ella — Sabemos que vendrán más. Tenemos que irnos a casa — ¿O será muy arriesgado? — Syv, lo siento, lo siento tanto. Yo no quería... es solo... — no quiero que se me quiebre la voz, pero fallo. Aún me aferro a la varita entre temblores en lo que busco caminar, pero continúo ligeramente ciego en mis intentos de retirarme de aquí sin perder el equilibrio — ¿Crees que podamos llegar a la salida del parque antes de que sea tarde? — dicho de otro modo, hasta que este sitio se encuentre lleno de sombras buscando aspirar nuestras almas.
Mis piernas tiemblan, creo que no tengo demasiada fuerza pero podría ser peor — ¿Dónde está…? — sé que lo espantó, pero no tengo idea de dónde se encuentra y temo que nos atrape por la espalda — Podemos... Tratemos de bordear el parque, quizá si me transformo en perro... — no sé qué tan útil sea, pero al menos dejaría de ser una de las caras de los más buscados y quizá, solo quizá, correríamos menos peligro. Sé que es un intento vago de mentirme a mí mismo, pero al menos lo intento. Paso la mano por su brazo hasta rozar sus dedos en mis intentos de retomar la carrera, pero la aparición del dementor de entre las sombras, justo detrás de ella, hace que le dé un empujón para quitarla del camino al alzar la varita. Mi cerebro está lleno de mierda, pero algunos recuerdos, como la última Navidad que valió la pena, son suficientes como para que mi hechizo retumbe con potencia en el parque.
Puedo ver como el dementor se aparta elevándose en el aire y perdiéndose en la noche. No puedo hacer más que tambalearme en lo que me sujeto de ella para no volver a caer al suelo, sintiendo el sudor que se mantiene entre los pelos de mi nuca. Tengo el corazón latiendo con frenesí en el centro de mi pecho y algo parecido a la culpa me obliga a no poner mis ojos en ella — Sabemos que vendrán más. Tenemos que irnos a casa — ¿O será muy arriesgado? — Syv, lo siento, lo siento tanto. Yo no quería... es solo... — no quiero que se me quiebre la voz, pero fallo. Aún me aferro a la varita entre temblores en lo que busco caminar, pero continúo ligeramente ciego en mis intentos de retirarme de aquí sin perder el equilibrio — ¿Crees que podamos llegar a la salida del parque antes de que sea tarde? — dicho de otro modo, hasta que este sitio se encuentre lleno de sombras buscando aspirar nuestras almas.
Destreza 8 - 2 = 6
Dementor derrotado
Dementor derrotado
El miembro 'Kendrick O. Duane' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
#1 'Azar' :
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#2 'Alto Riesgo' :
#1 'Azar' :
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#2 'Alto Riesgo' :
Icono :
No voy a llorar, es lo que me repite en todo momento una voz en mi mente, mucho más firme que la que escucho que sale de mis propios labios, histérica y al borde del colapso. Necesito que salgamos de este parque en que cualquier sombra se convierte en un dementor, no confío en que cómo se mueven los árboles ni en el silbido del viento. El montón de nieve hace que sienta mis pies más pesados cuando corro para alejarnos, si se transforma en perro podría ser más fácil para él tomar distancia con la criatura y esconderse en algún recoveco, pero si lo hace me quedaría sola. Por eso me agarro a él, no quiero perderlo, y se siente brusco el corte del contacto al empujarme, ruedo sobre el suelo cubierto de nieve y me incorporo sobre los codos para ver como espanta al dementor con otro patronus. Siento cómo el temblor me recorre entera, todo el nerviosismo acumulado, que estoy a un roce de quebrarme en llanto.
No hablo porque eso me delataría, sólo asiento frenéticamente con el mentón cuando me dice de irnos. Pestañeo un par de veces cuando se disculpa, tengo atorada en la garganta un par de recriminaciones que las haría de pura rabia, y que al verbalizarlas sé que me tendrán llorando como una chica patética. Me concentro en lo que es prioridad en este momento, irnos de aquí. Pero no sé por cuál de los senderos del bosque estaremos libres de cruzarnos con otros dementores, no hay posibilidad de nada. Espantamos a uno, podrían venir diez más. Seremos un par acechados por estas criaturas hasta rendirnos, mañana encontrarán nuestros cuerpos sin alma en este lugar y… nos veo encerrados entre amenazas, la sensación de ahogo es tal que tengo que pensar en una alternativa, poner toda la distancia que pueda con este sitio y cualquier lugar del Capitolio que esté siendo patrulleado. Tiro de la muñeca de Ken para que no siga avanzando. —Nos vamos— digo, es todo lo que necesita saber.
El sacudón en el estómago al desaparecernos se combina con mis nervios y estoy doblándome sobre mis rodillas por la náusea, cuando nos aparecemos en el interior de lo que parece ser un invernadero. No queda claro porque las plantas han crecido a capricho, extendiéndose por las paredes, se ve más tenebroso de lo que recordaba debido a la luz nocturna y la capa de nieve que está sobre la bóveda en derrumbe del techo. Se filtran algunos copos a través de los marcos vacíos de cristales. Cuando creo que nada de mi estómago se escapará por mi boca y puedo girarme para enfrentar a Ken, lo hago. —¡Te dije que no debías salir de casa! ¡Tú,... idiota! —. Y tal como me lo temía, estoy rompiéndome en llanto al gritar.
No hablo porque eso me delataría, sólo asiento frenéticamente con el mentón cuando me dice de irnos. Pestañeo un par de veces cuando se disculpa, tengo atorada en la garganta un par de recriminaciones que las haría de pura rabia, y que al verbalizarlas sé que me tendrán llorando como una chica patética. Me concentro en lo que es prioridad en este momento, irnos de aquí. Pero no sé por cuál de los senderos del bosque estaremos libres de cruzarnos con otros dementores, no hay posibilidad de nada. Espantamos a uno, podrían venir diez más. Seremos un par acechados por estas criaturas hasta rendirnos, mañana encontrarán nuestros cuerpos sin alma en este lugar y… nos veo encerrados entre amenazas, la sensación de ahogo es tal que tengo que pensar en una alternativa, poner toda la distancia que pueda con este sitio y cualquier lugar del Capitolio que esté siendo patrulleado. Tiro de la muñeca de Ken para que no siga avanzando. —Nos vamos— digo, es todo lo que necesita saber.
El sacudón en el estómago al desaparecernos se combina con mis nervios y estoy doblándome sobre mis rodillas por la náusea, cuando nos aparecemos en el interior de lo que parece ser un invernadero. No queda claro porque las plantas han crecido a capricho, extendiéndose por las paredes, se ve más tenebroso de lo que recordaba debido a la luz nocturna y la capa de nieve que está sobre la bóveda en derrumbe del techo. Se filtran algunos copos a través de los marcos vacíos de cristales. Cuando creo que nada de mi estómago se escapará por mi boca y puedo girarme para enfrentar a Ken, lo hago. —¡Te dije que no debías salir de casa! ¡Tú,... idiota! —. Y tal como me lo temía, estoy rompiéndome en llanto al gritar.
No entiendo la velocidad con la que suceden las cosas, hay una fracción de segundo en la cual tengo la clara intención de decirle que marcharnos de aquí es lo que justamente estoy tratando de hacer. Pero el agarre en mi muñeca me produce la desagradable sensación de la aparición, me jala con ella lejos del frío de los dementores y siento que me sacudo cuando volvemos a pisar tierra firme. El lugar en el cual nos aparecemos me produce una mala vibra, se siente demasiado oscuro y abandonado como para ser seguro. Los cristales que siguen de pie se mantienen empañados por el frío, pero en lo único que puedo pensar ahora mismo en que se trata del aliento de lo dementores, que nos siguieron hasta quién sabe dónde. Aún tengo presente la helada de mi pecho, como si aquella criatura se hubiese adentrado en mi sangre para carcomerme por dentro.
Los gritos de Syv son suficiente razón para que la culpa me caiga encima como un balde con cubitos de hielo. Me encojo en mi sitio como cuando tenía cinco años y me descubrían tratando de pasar los límites del catorce, porque parece que eso es lo único que supe hacer toda la vida: meterme en problemas, asomar la nariz por el sitio a dónde se suponía que no debía ir. Tan solo debo mirar en lo que me ha resultado — ¡Lo siento, lo siento! ¡No creí que esto pasaría, eran solo cinco minutos! — tan poco tiempo no debería hacerle daño a nadie, es horrible darme cuenta de lo errado que estaba. Su llanto se mezcla con mi miedo para hacer que las lágrimas me broten como canilla abierta, de la manera más bochornosa que he tenido en los últimos meses — Prometo portarme bien, seré un buen perro. No le digas a tu padre, por favor... — que me echará de patitas a la calle, como dijo Simon una vez. Yo no quería ser un problema y aquí estamos.
Mi única reacción posible ahora es la que me lleva a lanzarme sobre ella y abrazarla, quizá demasiado fuerte porque yo lo necesito. Escondo el rostro entre sus mechones plateados en lo que sigo sollozando, murmurando cientos de disculpas que se transforman en balbuceos que no sé si alcanza a entender. No es hasta que doy una bocanada de aire que busca calmarme que abro los ojos, fijándome un poco más en la clase de lugar donde estamos — ¿Dónde me trajiste? ¿Una casa abandonada? — hasta donde sé no podría aparecer en algún sitio que no conozca y este no parece ser la clase de lugar donde la veo.
Los gritos de Syv son suficiente razón para que la culpa me caiga encima como un balde con cubitos de hielo. Me encojo en mi sitio como cuando tenía cinco años y me descubrían tratando de pasar los límites del catorce, porque parece que eso es lo único que supe hacer toda la vida: meterme en problemas, asomar la nariz por el sitio a dónde se suponía que no debía ir. Tan solo debo mirar en lo que me ha resultado — ¡Lo siento, lo siento! ¡No creí que esto pasaría, eran solo cinco minutos! — tan poco tiempo no debería hacerle daño a nadie, es horrible darme cuenta de lo errado que estaba. Su llanto se mezcla con mi miedo para hacer que las lágrimas me broten como canilla abierta, de la manera más bochornosa que he tenido en los últimos meses — Prometo portarme bien, seré un buen perro. No le digas a tu padre, por favor... — que me echará de patitas a la calle, como dijo Simon una vez. Yo no quería ser un problema y aquí estamos.
Mi única reacción posible ahora es la que me lleva a lanzarme sobre ella y abrazarla, quizá demasiado fuerte porque yo lo necesito. Escondo el rostro entre sus mechones plateados en lo que sigo sollozando, murmurando cientos de disculpas que se transforman en balbuceos que no sé si alcanza a entender. No es hasta que doy una bocanada de aire que busca calmarme que abro los ojos, fijándome un poco más en la clase de lugar donde estamos — ¿Dónde me trajiste? ¿Una casa abandonada? — hasta donde sé no podría aparecer en algún sitio que no conozca y este no parece ser la clase de lugar donde la veo.
Estoy atragantándome con mis sollozos de una manera tan vergonzosa como no suelo hacerlo delante de nadie. Miento diciendo que estoy bien cuando no me siento así, suelo esconderme en mi habitación para tapar con la almohada mi llanto así no se escucha en la casa, no me gusta que me vean así y a veces no puedo evitarlo, porque todo me desborda, la tensión que me tiene en vilo se rompe. Soy un manojo de nervios que llora desconsoladamente, a la que no le valen las disculpas y golpeo con mis puños cerrados el pecho de Ken cuando me abraza, sé que no le hago daño, no tengo esa fuerza. Y como no dejo de temblar también lo abrazo como si fuéramos un par de niños asustados después de una mala noche de Halloween. No puedo evocar siquiera los fuegos artificiales sin que la imagen de dementor vuelva a mí, haciendo que me sienta tan fría como sucedía en su cercanía.
Limpio mi nariz con la palma de mi mano y me aparto un poco, si es que logro detener todas esas lágrimas que siguen corriendo. —Estás lleno de mis mocos— murmuro apenas, usando mi otra mano para tantear la humedad pegajosa que le quedó en la ropa. Trago saliva para que pase el nudo que me corta la voz y tengo que carraspear un par de veces, mientras mi mirada se acostumbra a las penumbras del invernadero abandonado. No puedo darle una respuesta hasta que no encuentre el modo de volver a hablar y que se me entienda. —Es la casa de mi mamá— susurro con un tono ronco y froto mis párpados con las manos para que las últimas lágrimas se desprendan de mis pestañas. Sé que tengo la cara encendida de rojo, y sé que es demasiado contrastante con mi pelo y el resto de mi piel, me hace ver muy desprolija si tengo que usar la palabra que usaba mi madre cuando era niña y me limpiaba la nariz con un pañuelo.
—Vivía aquí con su abuela cuando era chica… y como el resto de su familia eran muggles, la casa le quedó a ella cuando la abuela murió…— le cuento, tan bajo porque es la primera vez que se lo digo a alguien en voz alta. Mi madre no ha hecho otra cosa en todos estos años que negar de la familia que viene, eran todos muggles, una vergüenza para quien quería hacer carrera en el ministerio y también por lo que entendí, la pasó bastante mal con sus tíos por ser una bruja en tiempos en que la magia era motivo para que te marginaran. —Me trajo aquí algunas veces, cuando necesitaba… no sé, pensar… a veces hablaba de arreglar este invernadero, tal vez mudarnos… y luego pasó lo de papá…—. No quiero hacerlo parte de dramas familiares que quiero creer que quedaron atrás, meneo con la cabeza. —Es un lugar seguro, o no sé, fue el lugar en el que pensé porque tenía miedo— reconozco. — No toques nada, algunas plantas puede que sean venenosas.
Limpio mi nariz con la palma de mi mano y me aparto un poco, si es que logro detener todas esas lágrimas que siguen corriendo. —Estás lleno de mis mocos— murmuro apenas, usando mi otra mano para tantear la humedad pegajosa que le quedó en la ropa. Trago saliva para que pase el nudo que me corta la voz y tengo que carraspear un par de veces, mientras mi mirada se acostumbra a las penumbras del invernadero abandonado. No puedo darle una respuesta hasta que no encuentre el modo de volver a hablar y que se me entienda. —Es la casa de mi mamá— susurro con un tono ronco y froto mis párpados con las manos para que las últimas lágrimas se desprendan de mis pestañas. Sé que tengo la cara encendida de rojo, y sé que es demasiado contrastante con mi pelo y el resto de mi piel, me hace ver muy desprolija si tengo que usar la palabra que usaba mi madre cuando era niña y me limpiaba la nariz con un pañuelo.
—Vivía aquí con su abuela cuando era chica… y como el resto de su familia eran muggles, la casa le quedó a ella cuando la abuela murió…— le cuento, tan bajo porque es la primera vez que se lo digo a alguien en voz alta. Mi madre no ha hecho otra cosa en todos estos años que negar de la familia que viene, eran todos muggles, una vergüenza para quien quería hacer carrera en el ministerio y también por lo que entendí, la pasó bastante mal con sus tíos por ser una bruja en tiempos en que la magia era motivo para que te marginaran. —Me trajo aquí algunas veces, cuando necesitaba… no sé, pensar… a veces hablaba de arreglar este invernadero, tal vez mudarnos… y luego pasó lo de papá…—. No quiero hacerlo parte de dramas familiares que quiero creer que quedaron atrás, meneo con la cabeza. —Es un lugar seguro, o no sé, fue el lugar en el que pensé porque tenía miedo— reconozco. — No toques nada, algunas plantas puede que sean venenosas.
Sus golpes me importan tan poco como sus mocos, creo que merezco las dos cosas por tarado — Está bien, no te preocupes — apenas murmuro en cuanto se aleja un poco para poder sacudir mis dedos sobre las zonas que ella tantea, estoy demasiado acostumbrado a la mugre como para que algo como esto me provoque alguna clase de asco. Sí me da curiosidad que habla sobre que esta casa le pertenece a su madre y muevo mi cabeza en un intento de ver mejor, ahora que poco a poco mis ojos empiezan a acostumbrarse a la oscuridad. Doy unos pasos dudosos, mis zapatillas barren polvo y tierra que ha caído al suelo y producen un sonido que en mi mente se califica como rasposo. Estoy por asomarme por uno de los cristales partidos cuando menciona que parte de su familia fue muggle, lo que me hace echarle un vistazo. Tenía entendido que la gente del Capitolio se jactaba de ser purista, aunque parece ser que las cruzas son inevitables si no queremos extinguirnos — ¿Lo de tu papá? — pregunto instintivamente, pero pronto sacudo la cabeza — No tienes que contarme si no lo deseas — meterme en su vida no es algo que me corresponda.
No quiero decirle que yo también tuve miedo, pero creo que eso se nota cuando mi mera respuesta es que me paso el dorso de la mano por debajo de la nariz y luego me limpio la cara sin mucho disimulo — En el catorce nos enseñaron a diferenciar plantas venenosas de las comestibles — comento casi al pasar, busco quitarle importancia a su preocupación y pellizco suavemente una hoja de apariencia inocente. Lo dudo un poco, pero mi voz acaba sonando entre la oscuridad — Mi padre fue Orion Black — no sé por qué lo digo, tal vez es la culpa y la vulnerabilidad que nos consume en un sitio desconocido, como si lo abandonado y oscuro de este sitio fuesen la seguridad que necesito — Jamás lo conocí, es obvio. Mi madre escapó pocos días de saber que estaba embarazada y me tuvo en el catorce — he podido reconstruir esa historia con los pocos datos que fui recolectando con el paso del tiempo y todavía no puedo comprender cómo es que ocultaron ese secreto. Cómo es que tuve tanta suerte de que Cordelia Collingwood no asistió a la boda de su cuñada que asesinó a toda su familia y la dejó impune.
Levanto los ojos cuando noto que hay fuegos artificiales a lo lejos, estallando tan distantes que ni siquiera puedo escucharlos. Los festejos siguen, pero creo que no compartiré su emoción por el resto de la noche — Por eso me buscan, más que a los demás. Y por eso creo que debes tener cuidado de ahora en más — los dementores son ciegos, no dirán que me vieron con una chica de cabellos plateados correteando por el parque, pero pueden afirmar que eran dos personas y sé que mi desesperación fue más que suficiente para ellos — Lamento lo que le pasó a tu familia. Si quieres, un hechizo básico podría limpiar esto y dejarlo decente— aunque algo me dice que no podremos quedarnos mucho más en este lugar. Hay que regresar a casa, cuando no haya peligro.
No quiero decirle que yo también tuve miedo, pero creo que eso se nota cuando mi mera respuesta es que me paso el dorso de la mano por debajo de la nariz y luego me limpio la cara sin mucho disimulo — En el catorce nos enseñaron a diferenciar plantas venenosas de las comestibles — comento casi al pasar, busco quitarle importancia a su preocupación y pellizco suavemente una hoja de apariencia inocente. Lo dudo un poco, pero mi voz acaba sonando entre la oscuridad — Mi padre fue Orion Black — no sé por qué lo digo, tal vez es la culpa y la vulnerabilidad que nos consume en un sitio desconocido, como si lo abandonado y oscuro de este sitio fuesen la seguridad que necesito — Jamás lo conocí, es obvio. Mi madre escapó pocos días de saber que estaba embarazada y me tuvo en el catorce — he podido reconstruir esa historia con los pocos datos que fui recolectando con el paso del tiempo y todavía no puedo comprender cómo es que ocultaron ese secreto. Cómo es que tuve tanta suerte de que Cordelia Collingwood no asistió a la boda de su cuñada que asesinó a toda su familia y la dejó impune.
Levanto los ojos cuando noto que hay fuegos artificiales a lo lejos, estallando tan distantes que ni siquiera puedo escucharlos. Los festejos siguen, pero creo que no compartiré su emoción por el resto de la noche — Por eso me buscan, más que a los demás. Y por eso creo que debes tener cuidado de ahora en más — los dementores son ciegos, no dirán que me vieron con una chica de cabellos plateados correteando por el parque, pero pueden afirmar que eran dos personas y sé que mi desesperación fue más que suficiente para ellos — Lamento lo que le pasó a tu familia. Si quieres, un hechizo básico podría limpiar esto y dejarlo decente— aunque algo me dice que no podremos quedarnos mucho más en este lugar. Hay que regresar a casa, cuando no haya peligro.
Muevo mi mano en el aire como lo estuviera limpiando de motas de polvo. —Eso que te había dicho, que creímos que papá tenía una amante y un hijo con ella…— digo, recordando que fue una de las primeras cosas que le conté como bienvenida a nuestra familia, puede que haya contado demasiadas cosas esa vez, que si nos las recuerda todas, sería lo mejor para la convivencia en general. Puedo ser una bocazas cuando me dan espacio para hablar, como al parecer también puedo ser una llorona a desconsuelo si me dan un motivo para ello. Un dementor que por poco nos succiona el alma me parece una buena razón para llorar hasta quedarnos sin fuerzas. —Eso le dolió mucho a mamá, toda la idea de familia que tenía se rompió y la lastimó— murmuro, mirando a esta invernadero en ruinas con los mismos ojos de mi madre. —Si nos hubiéramos mudado aquí, tendrías un patio grande para correr y yo podría sentarme fuera a dibujar mientras te lanzo palitos…— mi voz suena tan apagada que se pierde en lo oscuro que es este sitio, pese a la luz de luna que entra por las paredes acristaladas y se desliza hasta colocarse en el centro mismo de la bóveda.
Todo nos lleva a lo que parece una charla banal sobre este lugar que estaba escondido en algún lugar de mi memoria y nos trajo aquí como un refugio impensado. Su conocimiento sobre plantas le merece un cumplido de mi padre, yo ni siquiera recuerdo los nombres de flores, por eso me muevo con cuidado de que ninguna hoja me roce cuando al desplazarme por el pasillo que queda entre una mesa larga de madera colocada en el medio, en la que se apilan mil macetas en desorden, y una de las mesadas del costado donde se ven platos de madera que supongo que se usaban para machacar raíces. Me tropiezo con algo invisible en el suelo que tendré que mentir diciendo que fue una maceta rota, porque saber quién fue su padre hace que caiga de cara al suelo. Como sea, quedo sentada para poder mirarlo desde donde estoy, con mi cara en una demostración abierta de sorpresa mayúscula. Tengo la cara roja, llorosa, llena de mocos, en shock por enterarme que mi perro es el hijo de Orion Black.
Consigo ponerme de pie ayudándome del borde de la mesa, al diablo que las hojas que me rozan la mano sean venenosas o no. —¿Eres un Black? Ken, ¿eres un Black?— repito, no me lo puedo creer y necesito de su confirmación. —¡Ken! ¡Eres un Black y estás viviendo en el Capitolio! ¿Pensar como perro te está dañando las neuronas? ¡¿Estás loco?! ¡Van a matarte si te encuentran!—. Doy gracias al absoluto silencio que reina en este lugar, porque mis gritos son muy altos, tanto que escucho algunos bichos moverse entre las plantas, asustados. —¡Y van a matarnos a nosotros!—. Se me da bien esto de entrar en pánico desde que adoptamos un perro en casa. — ¡Estás loco! En serio, ¡estás loco! ¡Eres el tonto más tonto de todos los tiempos!— suelto, con mis brazos cayendo a los lados de mi cuerpo en completa resignación. Una cosa, es escaparte de casa para ir a caer en la boca de un dementor. Otra, es ser alguien que el gobierno actual no dejaría vivo. —Creo que nunca… nunca en la vida… he conocido a alguien a quien matarían si da un paso equivocado y no sé cómo no lo han hecho ya, porque es un rematado tonto…— suspiro, todo mi cuerpo lo siento pesado porque no creo poder entender nada de esto. —Eres un Black y estás de mascota de mi familia. ¡Me dejas que te peine las orejas con un cepillo! ¡¿Por qué lo haces?!
Todo nos lleva a lo que parece una charla banal sobre este lugar que estaba escondido en algún lugar de mi memoria y nos trajo aquí como un refugio impensado. Su conocimiento sobre plantas le merece un cumplido de mi padre, yo ni siquiera recuerdo los nombres de flores, por eso me muevo con cuidado de que ninguna hoja me roce cuando al desplazarme por el pasillo que queda entre una mesa larga de madera colocada en el medio, en la que se apilan mil macetas en desorden, y una de las mesadas del costado donde se ven platos de madera que supongo que se usaban para machacar raíces. Me tropiezo con algo invisible en el suelo que tendré que mentir diciendo que fue una maceta rota, porque saber quién fue su padre hace que caiga de cara al suelo. Como sea, quedo sentada para poder mirarlo desde donde estoy, con mi cara en una demostración abierta de sorpresa mayúscula. Tengo la cara roja, llorosa, llena de mocos, en shock por enterarme que mi perro es el hijo de Orion Black.
Consigo ponerme de pie ayudándome del borde de la mesa, al diablo que las hojas que me rozan la mano sean venenosas o no. —¿Eres un Black? Ken, ¿eres un Black?— repito, no me lo puedo creer y necesito de su confirmación. —¡Ken! ¡Eres un Black y estás viviendo en el Capitolio! ¿Pensar como perro te está dañando las neuronas? ¡¿Estás loco?! ¡Van a matarte si te encuentran!—. Doy gracias al absoluto silencio que reina en este lugar, porque mis gritos son muy altos, tanto que escucho algunos bichos moverse entre las plantas, asustados. —¡Y van a matarnos a nosotros!—. Se me da bien esto de entrar en pánico desde que adoptamos un perro en casa. — ¡Estás loco! En serio, ¡estás loco! ¡Eres el tonto más tonto de todos los tiempos!— suelto, con mis brazos cayendo a los lados de mi cuerpo en completa resignación. Una cosa, es escaparte de casa para ir a caer en la boca de un dementor. Otra, es ser alguien que el gobierno actual no dejaría vivo. —Creo que nunca… nunca en la vida… he conocido a alguien a quien matarían si da un paso equivocado y no sé cómo no lo han hecho ya, porque es un rematado tonto…— suspiro, todo mi cuerpo lo siento pesado porque no creo poder entender nada de esto. —Eres un Black y estás de mascota de mi familia. ¡Me dejas que te peine las orejas con un cepillo! ¡¿Por qué lo haces?!
Por un momento creo que va a salir corriendo, pero me equivoco estrepitosamente y empieza a gritar tanto que tengo que mover mis manos en el aire al ritmo de mis “shhh” que buscan silenciarla. ¿Desde cuándo tiene la voz tan aguda? — ¡Van a matarnos si no bajas la voz! — que no tengo idea de si este lugar es tan seguro como dice y tampoco sabemos si hay dementores patrullando cerca, reaccionando fácilmente a una voz bramando sobre una familia que debería estar muerta hace años. Ni hablemos de los licántropos, esos tampoco me hacen gracia y según el tío Ben, tienen mejor oído que el ser humano promedio — ¡Lo sé, no hace falta que lo sigas diciendo! — pero va, que ella sigue llamándome tonto, dejo caer los brazos con resignación y con un resoplido me limito a esperar a que se le pase el ataque de pánico. Es eso o le lanzo un hechizo silenciador, pero no quiero ser tan cruel con ella después del mal trago que le hice pasar — Ya, lo entendí, soy un idiota, ¿de acuerdo? — creo que esa parte de su mensaje quedó muy en claro — Pero… ¡No sé qué más quieres que haga! No tengo a dónde ir, el norte no es una opción y nadie sabe dónde está mi tía. Ya sabes, mi tía de sangre — es la única Black que se rumorea que sigue con vida, pero no le han visto un pelo en eones. Además, por lo que he oído de ella, Stephanie no es una persona en la cual podría confiar — Que me peines las orejas con un cepillo es lo mejor que puedo hacer para que nadie sospeche y nos maten a todos. ¿Crees que no lo he pensado? Se lo dije a tu padre cuando tuvo la idea. Le dije que sería arriesgado para su familia — aún así, aquí estamos. ¿De verdad le estoy pagando al sujeto que me sacó de la calle, con meter a su hija en problemas?
Me alejo de la ventana porque un soplo de viento me hace estremecer. Un fuego artificial explota un poco más cerca y su reflejo me deja ver, por un momento, su rostro en mejor definición. Aún sigue enrojecida por el llanto y no tengo idea de cómo solucionar el problema que lo ha causado. Lo único que atino a hacer es caminar hacia ella, deteniéndome a una distancia prudente por si se le ocurre pasar de los insultos a los golpecitos que no lastiman ni a una mosca — Tienes que prometerme que no le dirás a nadie, ni siquiera a Simon. Si el gobierno no lo ha dicho es porque a ellos no les conviene y yo no planeo ponerme en el foco solito — sería incluso más estúpido de lo que ella está clamando que soy. Muevo un poco mis hombros y levanto mis manos como si buscase enseñarle toda la extensión de mi cuerpo — Dime… ¿Crees que soy peligroso o al menos una de las cosas que ellos dicen que soy? Solo quiero estar tranquilo, porque no tengo ni idea de cómo podría solucionar algo de lo que está pasando. Y no quiero arrastrarte a ti con mis problemas. Lo que ha pasado hoy no volverá a repetirse, te lo juro — es lo menos que puedo hacer.
Me alejo de la ventana porque un soplo de viento me hace estremecer. Un fuego artificial explota un poco más cerca y su reflejo me deja ver, por un momento, su rostro en mejor definición. Aún sigue enrojecida por el llanto y no tengo idea de cómo solucionar el problema que lo ha causado. Lo único que atino a hacer es caminar hacia ella, deteniéndome a una distancia prudente por si se le ocurre pasar de los insultos a los golpecitos que no lastiman ni a una mosca — Tienes que prometerme que no le dirás a nadie, ni siquiera a Simon. Si el gobierno no lo ha dicho es porque a ellos no les conviene y yo no planeo ponerme en el foco solito — sería incluso más estúpido de lo que ella está clamando que soy. Muevo un poco mis hombros y levanto mis manos como si buscase enseñarle toda la extensión de mi cuerpo — Dime… ¿Crees que soy peligroso o al menos una de las cosas que ellos dicen que soy? Solo quiero estar tranquilo, porque no tengo ni idea de cómo podría solucionar algo de lo que está pasando. Y no quiero arrastrarte a ti con mis problemas. Lo que ha pasado hoy no volverá a repetirse, te lo juro — es lo menos que puedo hacer.
—¡Qué bueno que lo entiendas! ¡Eres un idiota!— por si las dudas, lo repito una vez más, exasperada como me encuentro por esta situación que me supera, casi tanto como haber estado en un parque poblado de dementores. ¿Es que mi noche no puede hacer más que empeorar? Si la manera de empezar el año predice cómo serán los meses que vienen, mi vida será una seguidilla de calamidades. ¡Y con mi perro siendo un Black tengo la peor posible! —¡Tu tía está loca! ¡Todos lo dicen! Dos locos juntos, ¡será terrible! Tú… tú… lo que debes hacer es…— pienso, pienso mucho sobre lo complicado que es tenerlo en la casa, si se filtra la sospecha de que un descendiente de la familia enemiga a este gobierno está viviendo con nosotros. ¡Y mi padre! —¿Por qué no me sorprende que él lo sepa?—. Cubro mi cara con las manos y suelto dentro de estas un grito furioso hacia él. ¿Por qué? —¿Por qué lo hace? ¿Por qué nos pone siempre en riesgo?— suelto, tan enojada como siento, que en combinación con mis lágrimas recientes me siento al borde de otro estallido similar, con la diferencia de que sería un llanto lleno de rabia.
Las luces de colores que explotan en el cielo chocan contra los cristales rotos y veo parte de su rostro iluminado por rojo y azul cuando me pide que le prometa que no se lo diré a nadie. Por instinto camino hacia atrás a medida que él se acerca, un paso tras otro, lento, chocando contra la basura que hay en el suelo. —No creo que seas peligroso, Ken. Creo que eres un tonto…— se lo digo a bocajarro, mi tono se mantiene firme pese a estar sintiendo como un nuevo temblor se apodera de mí, se percibe en mis manos que se quedan colgado a los costados de mi cuerpo y muevo los dedos para aliviar el nerviosismo. —Eres un peligro para mi familia— apunto, —y más importante que eso, eres un peligro para ti mismo. Vivir en el Capitolio con una familia es la idea más estúpida que se podría tener— afirmo convencida de esto, no me importa que sea mi padre quien le ofreció la seguridad de una casa y la creencia de que el mejor escondite es a ojos de los demás. No, no es verdad. Están poniendo la vida de todos en un absurdo peligro. —No voy a llevarte a casa, Ken— decido.
Al darme la vuelta, corro para poner una distancia entre nosotros, bordeo la mesa central y me quedo en la punta, sosteniéndome con fuerza al borde porque mis piernas están a punto de rendirse. —¡No te acerques! ¡O te arrojaré una maceta!— lo amenazo, tomando una de estas, con tierra seca y una hierba que no crece. —Volveré a casa y tú te quedarás aquí— explico, —y lo estoy haciendo por tu bien—. Sí que se me empieza a quebrar la voz de nuevo, tengo que pasar saliva para recobrar el tono. —Usa este lugar de refugio, nadie vendrá a buscarte. La casa es nuestra, puedes usarla... tendrás el campo para correr como perro… puedes quedarte aquí…—. Todo lo que sale de mis labios se empieza a ahogar en las lágrimas que están desbordándose de mis ojos. —Porque yo no te llevaré a la casa—. Y al decirlo cierro con fuerza mis párpados, desaparezco.
Sigo llorando con mis hombros sacudiéndose cuando me dejo caer contra el tronco de un árbol que está seco para estas fechas, sus ramas tienen copos de nieve que penden como si fueran adornos y un par caen sobre mí, sobre mi cabello de por sí blanco. Trato de acurrucarme entre dos raíces que sobresalen de la tierra, con mis rodillas subiendo hasta mi pecho que se convulsiona porque estoy llorando por más cosas de las que digo, no solo por Ken, sino por tantas cosas. Porque una vez que comencé, no puedo parar. Siento el frío, uno que sube por mis tobillos por la brisa helada, y también otro, que tengo atrapado dentro. Porque Ken no puede volver a norte, nosotros tampoco podemos volver al norte. Porque estamos atrapados en esto… y me levanto del suelo como puedo para rodear el árbol, volver corriendo al invernadero que está detrás y abro la puerta con un chirrido fuerte para entrar. Cuando se cierra, pareciera que varios de los cristales saltan de sus marcos. —Perdón, yo… no quería dejarte…— susurro al fallarme la voz. —Perdón.
Las luces de colores que explotan en el cielo chocan contra los cristales rotos y veo parte de su rostro iluminado por rojo y azul cuando me pide que le prometa que no se lo diré a nadie. Por instinto camino hacia atrás a medida que él se acerca, un paso tras otro, lento, chocando contra la basura que hay en el suelo. —No creo que seas peligroso, Ken. Creo que eres un tonto…— se lo digo a bocajarro, mi tono se mantiene firme pese a estar sintiendo como un nuevo temblor se apodera de mí, se percibe en mis manos que se quedan colgado a los costados de mi cuerpo y muevo los dedos para aliviar el nerviosismo. —Eres un peligro para mi familia— apunto, —y más importante que eso, eres un peligro para ti mismo. Vivir en el Capitolio con una familia es la idea más estúpida que se podría tener— afirmo convencida de esto, no me importa que sea mi padre quien le ofreció la seguridad de una casa y la creencia de que el mejor escondite es a ojos de los demás. No, no es verdad. Están poniendo la vida de todos en un absurdo peligro. —No voy a llevarte a casa, Ken— decido.
Al darme la vuelta, corro para poner una distancia entre nosotros, bordeo la mesa central y me quedo en la punta, sosteniéndome con fuerza al borde porque mis piernas están a punto de rendirse. —¡No te acerques! ¡O te arrojaré una maceta!— lo amenazo, tomando una de estas, con tierra seca y una hierba que no crece. —Volveré a casa y tú te quedarás aquí— explico, —y lo estoy haciendo por tu bien—. Sí que se me empieza a quebrar la voz de nuevo, tengo que pasar saliva para recobrar el tono. —Usa este lugar de refugio, nadie vendrá a buscarte. La casa es nuestra, puedes usarla... tendrás el campo para correr como perro… puedes quedarte aquí…—. Todo lo que sale de mis labios se empieza a ahogar en las lágrimas que están desbordándose de mis ojos. —Porque yo no te llevaré a la casa—. Y al decirlo cierro con fuerza mis párpados, desaparezco.
Sigo llorando con mis hombros sacudiéndose cuando me dejo caer contra el tronco de un árbol que está seco para estas fechas, sus ramas tienen copos de nieve que penden como si fueran adornos y un par caen sobre mí, sobre mi cabello de por sí blanco. Trato de acurrucarme entre dos raíces que sobresalen de la tierra, con mis rodillas subiendo hasta mi pecho que se convulsiona porque estoy llorando por más cosas de las que digo, no solo por Ken, sino por tantas cosas. Porque una vez que comencé, no puedo parar. Siento el frío, uno que sube por mis tobillos por la brisa helada, y también otro, que tengo atrapado dentro. Porque Ken no puede volver a norte, nosotros tampoco podemos volver al norte. Porque estamos atrapados en esto… y me levanto del suelo como puedo para rodear el árbol, volver corriendo al invernadero que está detrás y abro la puerta con un chirrido fuerte para entrar. Cuando se cierra, pareciera que varios de los cristales saltan de sus marcos. —Perdón, yo… no quería dejarte…— susurro al fallarme la voz. —Perdón.
No puedo defender a Stephanie Black, no solo porque no la conozco sino porque jamás escuché nada bueno de ella. Pero sí puedo defender a Ivar — ¡Él solo está intentando hacer lo que es correcto! No puedes juzgarlo por eso… — ¿Cuántos se arriesgarían de esta manera por una simple corazonada? Puede que yo mismo le dijera que era un idiota, pero tengo que admitir que ha sido mucho más amable que otras personas y lo que ha hecho dice mucho de su carácter. Puede que los Lackberg tengan más dramas y problemas de los que puedo contar con los dedos de una mano y todavía me confunde la mitad de su árbol genealógico, pero no voy a negar que hay veces que siento cierta envidia por ver que, al menos, tienen una familia a su modo unida. Y después estoy yo, que en una fotografía así sólo puedo ser el perro.
Sé que todo se ha ido al caño cuando busco acercarme a ella y lo único que consigo es que se aleje de mí como si fuese el portador de una peligrosa enfermedad. ¿Es eso lo que soy? ¿Un virus que está esperando a extenderse por todos lados? Se me vienen miles de excusas, incluso balbuceo algunas, pero se pierden bajo las palabras que suelta y me dejan quieto como si me hubiese golpeado con una olla en la cabeza — Syv… — hay una risa vaga en mi voz, esa que busca tomar todo esto como si fuese una mala broma. Porque no puede dejarme atrás, simplemente no puede hacerlo, moriré en unos pocos días. Otro paso en su dirección, una vez más ella empieza a correr y me choco contra la mesa en cuanto estiro los brazos en mi avance para que se calme — ¿Vas a arrojarme con eso? — hay cierta alarma y burla deprimente en mi voz, porque hasta hace dos segundos estaba diciendo que no me ve como un peligro y ahora actúa como si lo fuera. No puedo creer que esas palabras salgan de su boca, de verdad. Le niego con la cabeza una y otra vez, estoy seguro de que no parpadeo hasta que el nudo en mi garganta es demasiado fuerte como para soportarlo — ¡Syv, no puedo sobrevivir solo en el campo en invierno! — ¿Qué tan lejos estamos de todo el mundo? ¿Qué comeré si la nieve cubre cada rincón? — Por favor, escúchame… — pero no lo hace, claro que no. En segundos, me deja solo.
Me quedo duro, viendo el lugar que ella ocupaba hace dos segundos y que ahora es iluminado por uno de los fuegos artificiales que quedan en la noche. ¿Se ha ido? Se ha ido. Otra vez me he quedado solo — ¡Syv, no sé ni en qué distrito estoy! — le grito al aire, porque pronto empiezo a llorar de nuevo y tengo que limpiarme las mejillas con las mangas, como si de esa manera pudiese mantener mi dignidad a pesar de estar a solas. Apoyo las manos sobre la mesa y me siento llorar como un niño, porque… ¿Qué sentido tiene? Hace semanas he comprendido que no sirvo para esto, porque no hay un lugar en este país donde yo pueda vivir sin ocasionar un problema. ¡Y por cosas que yo ni he hecho! ¡Por personas que murieron y me dejaron su basura a cuestas, basura en la que ni siquiera creo! No sé si me enfada o me entristece, el golpe que le doy a la mesa lleva consigo tanta frustración que tardo un poco en quejarme porque me he lastimado los nudillos.
Me estoy llevando la mano al pecho para chequear qué tanto me he raspado con el puñetazo cuando la puerta se abre y alzo rápidamente los ojos, esperando ver una figura alta y peligrosa. Pero solo me encuentro con Synnove, a quien miro con cautela a pesar de que sus palabras muestran arrepentimiento. Yo sacudo la cabeza y acaricio las heridas en mi piel, temeroso a que vuelva a desaparecer si se lo permito — He arruinado a la chica que me cuidaba antes, ¿sabes? — mascullo — Tuvo que huir porque su madre, la ministra Jensen, me encontró en su casa. Y Ferdia Wallace estaría vivo si no hubiera decidido que yo valía más que su vida — seamos honestos, a mí no me habrían quemado en una plaza, todo ese espectáculo y el anuncio de guerra quizá habrían sido muy diferentes — No quiero… no deseo que tú y tu familia pasen por lo mismo. Entiendo por qué te fuiste, pero… — resoplo al tomar algo de aire y siento que se me está yendo la dignidad entre mocos — No quiero estar solo. No sé qué hacer estando solo. Por favor, Syv… — suelto su nombre como una súplica, me mantengo quieto en mi lugar incluso cuando necesito ver si vuelve a rechazarme si voy hacia ella — ¿Qué vamos a hacer? — porque si ha vuelto, es porque en algún punto, estamos juntos en esto. Es uno de esos pactos silenciosos que haces cuando logras escapar de un dementor que busca chuparte el alma en equipo.
Sé que todo se ha ido al caño cuando busco acercarme a ella y lo único que consigo es que se aleje de mí como si fuese el portador de una peligrosa enfermedad. ¿Es eso lo que soy? ¿Un virus que está esperando a extenderse por todos lados? Se me vienen miles de excusas, incluso balbuceo algunas, pero se pierden bajo las palabras que suelta y me dejan quieto como si me hubiese golpeado con una olla en la cabeza — Syv… — hay una risa vaga en mi voz, esa que busca tomar todo esto como si fuese una mala broma. Porque no puede dejarme atrás, simplemente no puede hacerlo, moriré en unos pocos días. Otro paso en su dirección, una vez más ella empieza a correr y me choco contra la mesa en cuanto estiro los brazos en mi avance para que se calme — ¿Vas a arrojarme con eso? — hay cierta alarma y burla deprimente en mi voz, porque hasta hace dos segundos estaba diciendo que no me ve como un peligro y ahora actúa como si lo fuera. No puedo creer que esas palabras salgan de su boca, de verdad. Le niego con la cabeza una y otra vez, estoy seguro de que no parpadeo hasta que el nudo en mi garganta es demasiado fuerte como para soportarlo — ¡Syv, no puedo sobrevivir solo en el campo en invierno! — ¿Qué tan lejos estamos de todo el mundo? ¿Qué comeré si la nieve cubre cada rincón? — Por favor, escúchame… — pero no lo hace, claro que no. En segundos, me deja solo.
Me quedo duro, viendo el lugar que ella ocupaba hace dos segundos y que ahora es iluminado por uno de los fuegos artificiales que quedan en la noche. ¿Se ha ido? Se ha ido. Otra vez me he quedado solo — ¡Syv, no sé ni en qué distrito estoy! — le grito al aire, porque pronto empiezo a llorar de nuevo y tengo que limpiarme las mejillas con las mangas, como si de esa manera pudiese mantener mi dignidad a pesar de estar a solas. Apoyo las manos sobre la mesa y me siento llorar como un niño, porque… ¿Qué sentido tiene? Hace semanas he comprendido que no sirvo para esto, porque no hay un lugar en este país donde yo pueda vivir sin ocasionar un problema. ¡Y por cosas que yo ni he hecho! ¡Por personas que murieron y me dejaron su basura a cuestas, basura en la que ni siquiera creo! No sé si me enfada o me entristece, el golpe que le doy a la mesa lleva consigo tanta frustración que tardo un poco en quejarme porque me he lastimado los nudillos.
Me estoy llevando la mano al pecho para chequear qué tanto me he raspado con el puñetazo cuando la puerta se abre y alzo rápidamente los ojos, esperando ver una figura alta y peligrosa. Pero solo me encuentro con Synnove, a quien miro con cautela a pesar de que sus palabras muestran arrepentimiento. Yo sacudo la cabeza y acaricio las heridas en mi piel, temeroso a que vuelva a desaparecer si se lo permito — He arruinado a la chica que me cuidaba antes, ¿sabes? — mascullo — Tuvo que huir porque su madre, la ministra Jensen, me encontró en su casa. Y Ferdia Wallace estaría vivo si no hubiera decidido que yo valía más que su vida — seamos honestos, a mí no me habrían quemado en una plaza, todo ese espectáculo y el anuncio de guerra quizá habrían sido muy diferentes — No quiero… no deseo que tú y tu familia pasen por lo mismo. Entiendo por qué te fuiste, pero… — resoplo al tomar algo de aire y siento que se me está yendo la dignidad entre mocos — No quiero estar solo. No sé qué hacer estando solo. Por favor, Syv… — suelto su nombre como una súplica, me mantengo quieto en mi lugar incluso cuando necesito ver si vuelve a rechazarme si voy hacia ella — ¿Qué vamos a hacer? — porque si ha vuelto, es porque en algún punto, estamos juntos en esto. Es uno de esos pactos silenciosos que haces cuando logras escapar de un dementor que busca chuparte el alma en equipo.
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