OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Recuerdo del primer mensaje :
Estoy tan distraída que retraso mi partida del taller para poder acabar con un detalle que ha consumido dos horas de mi tiempo, cuando en días regulares no me lleva más de treinta minutos. Me deshago de la expresión abatida de mi rostro al pasar una mano sobre mis párpados cerrados, cuento hasta diez para que la frustración no se convierta en rabia inadecuada hacia otro de los mecánicos que me pregunta si me siento bien. Pierdo el sentido del orden de los números, no acabo la cuenta. Mascullo una respuesta que lo mantiene en la distancia que corresponde. Me reconozco taciturna, con mi mente atravesada por pensamientos de otros lugares y otras personas, pero nadie podría decir que me comporto diferente a otros días. Mi ensimismamiento me caracteriza, ignoro a la mayoría que se despide cuando llega la hora y simulo seguir trabajando en lo mío. Cuando abandono los guantes todavía quedan dos o tres mecánicos en el lugar, y me demoro unos minutos hasta salir al pasillo donde llamo al ascensor. Mi mirada está puesta en la puerta, así que cuando se abre choca de lleno con el rostro de Hans, pese a que hay otra cara en el reducido espacio. Que no me pregunten dentro de diez minutos, porque ni siquiera podré decir de qué color era el traje de la mujer. Entro al ascensor y me recargo en el fondo, con mis manos entrelazadas a mi espalda, ubicándome detrás de los otros dos ocupantes.
Los segundos que tarda en descender a los siguientes pisos se prolongan demasiado. La mujer baja en uno de los últimos, así que supongo que es de esas secretarias que solo vuelven a su casa a dormir y se levantan al cabo de cuatro horas para ordenar la agenda de su jefe. A su favor, diré que mi semblante se ve más cansado que el suyo. Recobro un poco de ánimo al dar un paso para quedar de pie al lado de Hans y mirarlo con una media sonrisa de lado al tiempo que la puerta se abre al vestíbulo. Tengo una sensación de deja vú que me hace preguntar: —¿Tu casa o la mía?—. Pero no tengo la menor intención de volver a poner un pie en el muelle de la Isla Ministerial esta noche, y de poder evitarlo, tampoco en otras. —Tendrá que ser la mía— tomo la decisión por los dos, no me puede discutir de que es la mejor de todas las opciones. Mis vecinos no tienen tanta fama como los suyos, así que los rumores en mi edificio no prosperarán más allá del corredor compartido y una vez que crucemos la puerta, todo el espacio se reduce a nosotros. Eso es lo que me gusta de mi casa, ese espacio es absolutamente mío, como lo son pocos sitios en NeoPanem.
Estoy tan distraída que retraso mi partida del taller para poder acabar con un detalle que ha consumido dos horas de mi tiempo, cuando en días regulares no me lleva más de treinta minutos. Me deshago de la expresión abatida de mi rostro al pasar una mano sobre mis párpados cerrados, cuento hasta diez para que la frustración no se convierta en rabia inadecuada hacia otro de los mecánicos que me pregunta si me siento bien. Pierdo el sentido del orden de los números, no acabo la cuenta. Mascullo una respuesta que lo mantiene en la distancia que corresponde. Me reconozco taciturna, con mi mente atravesada por pensamientos de otros lugares y otras personas, pero nadie podría decir que me comporto diferente a otros días. Mi ensimismamiento me caracteriza, ignoro a la mayoría que se despide cuando llega la hora y simulo seguir trabajando en lo mío. Cuando abandono los guantes todavía quedan dos o tres mecánicos en el lugar, y me demoro unos minutos hasta salir al pasillo donde llamo al ascensor. Mi mirada está puesta en la puerta, así que cuando se abre choca de lleno con el rostro de Hans, pese a que hay otra cara en el reducido espacio. Que no me pregunten dentro de diez minutos, porque ni siquiera podré decir de qué color era el traje de la mujer. Entro al ascensor y me recargo en el fondo, con mis manos entrelazadas a mi espalda, ubicándome detrás de los otros dos ocupantes.
Los segundos que tarda en descender a los siguientes pisos se prolongan demasiado. La mujer baja en uno de los últimos, así que supongo que es de esas secretarias que solo vuelven a su casa a dormir y se levantan al cabo de cuatro horas para ordenar la agenda de su jefe. A su favor, diré que mi semblante se ve más cansado que el suyo. Recobro un poco de ánimo al dar un paso para quedar de pie al lado de Hans y mirarlo con una media sonrisa de lado al tiempo que la puerta se abre al vestíbulo. Tengo una sensación de deja vú que me hace preguntar: —¿Tu casa o la mía?—. Pero no tengo la menor intención de volver a poner un pie en el muelle de la Isla Ministerial esta noche, y de poder evitarlo, tampoco en otras. —Tendrá que ser la mía— tomo la decisión por los dos, no me puede discutir de que es la mejor de todas las opciones. Mis vecinos no tienen tanta fama como los suyos, así que los rumores en mi edificio no prosperarán más allá del corredor compartido y una vez que crucemos la puerta, todo el espacio se reduce a nosotros. Eso es lo que me gusta de mi casa, ese espacio es absolutamente mío, como lo son pocos sitios en NeoPanem.
Desde que me convertí en un caso archivado en su oficina, asumí que era responsabilidad mía si quería volver sobre mis pasos y dar nuevas razones para que mi nombre sea escrito en la lista de traidores. No hay nada que se pueda cambiar en mi expediente que asegure que vaya a quedarme, es un problema mío al que no puede dar una solución. Es entendible que dude de si será posible que trame un plan en la condición que se encuentra, en que la que dice tantas cosas sin sentido que suenan convencidas y de todas es su anécdota sobre la primera despartición la que me tomo con más seriedad. No es que crea que esté diciendo mentiras, más bien creo que es algo que no diría sin el impulso que da el alcohol y que no repetirá en otra ocasión. Podremos fingir luego que nada de esto ha sucedido, que su disculpa por nuestras circunstancias también llega, un poco después que la mía. —De todas las cosas que lamentamos, la única que creí que me daría remordimientos no lo hace— susurro, lo miro de lado para comprobar cómo se siente él sobre lo mismo. —Creí que llegaría un día en que me arrepentiría de haberme acostado contigo, que serías de los pecados que nadie quiere hablar, y ahora lo que me preocupa de eso es que me sea difícil de olvidarte—. No sé si quiero una respuesta a esto, inmediatamente me pongo de pie, cruzo la sala y sujeto su mano para llevarlo conmigo.
—Espero que sepas valorar lo que me cuesta ser tan noble— sonrío con su saco en mis manos y su confianza en mis buenas intenciones. Mi cama nunca fue un espacio para visitas, me ha pertenecido en exclusividad todo este tiempo, y que entre las excepciones se cuente tenerlo enteramente vestido contra mí, que me encuentro en la misma condición, sin dudas es de los episodios más extraños que podría haber esperado que nos sucediera, uno más. —Eso— me refiero a su separación de precisión clínica sobre los negocios y el placer, a lo que le sigue un par de buenas respuestas, que no alcanzo a creérmelas del todo —es lo más incoherente que te escuché decir en toda la noche— se lo señalo. —¿Todavía crees que es algo que puedas separar? Soy una única persona no dos, Hans. No discutes con una y te acuestas con otra. Sabes tan bien como yo que lo hemos mezclado todo, se ha vuelto un verdadero desastre…— murmuro al presionar mi mejilla donde percibo sus latidos, mi cuerpo aferrado al suyo. Me asusta esa rapidez con la que mi mente me tiene a punto de decir que confío en él. Notarlo me hace dudar, esa vacilación dura unos segundos. Hasta hace una hora estaba convencida de que arrojaría mi expediente sobre el escritorio si rompía nuestro acuerdo, en cambio lo acepto en mi cama para que duerma y, si quiere, librarse del mundo por un rato. —Siento que me vas domesticando de a poco— digo, —no puedo creer hasta dónde has llegado en mí…— murmuro en un tono tan bajo, que espero que no haya escuchado.
Se cierran mis párpados al sentir su caricia por mi rostro, me remuevo en mi posición para alzar mi mirada hacia él al responder su duda. —Quería vendérmelo, se lo cambié por comida— No veo que esa información pueda poner en peligro a Ken, así que la comparto. Decirle que parecía estar huyendo de un lugar, que su ropa se veía destruida como si hubiera atravesado un bosque interminable, que su cuerpo y sus rasgos eran los de un chico lastimado, que sus amigos habían sufrido quemaduras… No. Eso no le diré. —Usé el dinero que me habías dado— desvío el tema por ese lado. Mi duda estúpida por dos segundos es si eso puede ofenderlo de alguna forma, es decir, que haya gastado de sus galeones para que se alimentara el chico que podría ser el que busca. Financiando indirectamente la supervivencia de a quien pretenden matar en tribunales. Esos pensamientos son barridos por su voz al escuchar lo cansado que se siente por mi causa y sonrío contra mi voluntad cuando dice que le gusto, en tiempo presente, a pesar de. —No sé si darte vodka fue la peor o la mejor idea de mi vida…— subo por su torso hasta quedar suspendida sobre su rostro. Con un suspiro desciendo para acariciar su boca con mis labios. —Sigo teniendo buenas intenciones, pero dices cosas que…— lo dejo inconcluso. Caigo sobre la almohada vecina, puedo en esta posición seguir con mi pulgar la curva de su ceja. —¿Sabes cómo es el infierno de los amantes?— pregunto. Hay historias que se perdieron cuando los libros muggles fueron prohibidos, y lo bueno de haber vivido la mitad de mi vida en un tiempo en el que esos libros todavía podía encontrarlos en la biblioteca de mi padre, es que los recuerdo. —Estas condenados toda la eternidad a un beso que no puede concretarse, son arrastrados por un fuerte viento que los impulsa en direcciones contrarias. Ese viento representa la fuerza de su deseo en vida, el que no pudieron contener y los empujó hacia el otro— cuento con mi perfil enfrentado al suyo.
—Espero que sepas valorar lo que me cuesta ser tan noble— sonrío con su saco en mis manos y su confianza en mis buenas intenciones. Mi cama nunca fue un espacio para visitas, me ha pertenecido en exclusividad todo este tiempo, y que entre las excepciones se cuente tenerlo enteramente vestido contra mí, que me encuentro en la misma condición, sin dudas es de los episodios más extraños que podría haber esperado que nos sucediera, uno más. —Eso— me refiero a su separación de precisión clínica sobre los negocios y el placer, a lo que le sigue un par de buenas respuestas, que no alcanzo a creérmelas del todo —es lo más incoherente que te escuché decir en toda la noche— se lo señalo. —¿Todavía crees que es algo que puedas separar? Soy una única persona no dos, Hans. No discutes con una y te acuestas con otra. Sabes tan bien como yo que lo hemos mezclado todo, se ha vuelto un verdadero desastre…— murmuro al presionar mi mejilla donde percibo sus latidos, mi cuerpo aferrado al suyo. Me asusta esa rapidez con la que mi mente me tiene a punto de decir que confío en él. Notarlo me hace dudar, esa vacilación dura unos segundos. Hasta hace una hora estaba convencida de que arrojaría mi expediente sobre el escritorio si rompía nuestro acuerdo, en cambio lo acepto en mi cama para que duerma y, si quiere, librarse del mundo por un rato. —Siento que me vas domesticando de a poco— digo, —no puedo creer hasta dónde has llegado en mí…— murmuro en un tono tan bajo, que espero que no haya escuchado.
Se cierran mis párpados al sentir su caricia por mi rostro, me remuevo en mi posición para alzar mi mirada hacia él al responder su duda. —Quería vendérmelo, se lo cambié por comida— No veo que esa información pueda poner en peligro a Ken, así que la comparto. Decirle que parecía estar huyendo de un lugar, que su ropa se veía destruida como si hubiera atravesado un bosque interminable, que su cuerpo y sus rasgos eran los de un chico lastimado, que sus amigos habían sufrido quemaduras… No. Eso no le diré. —Usé el dinero que me habías dado— desvío el tema por ese lado. Mi duda estúpida por dos segundos es si eso puede ofenderlo de alguna forma, es decir, que haya gastado de sus galeones para que se alimentara el chico que podría ser el que busca. Financiando indirectamente la supervivencia de a quien pretenden matar en tribunales. Esos pensamientos son barridos por su voz al escuchar lo cansado que se siente por mi causa y sonrío contra mi voluntad cuando dice que le gusto, en tiempo presente, a pesar de. —No sé si darte vodka fue la peor o la mejor idea de mi vida…— subo por su torso hasta quedar suspendida sobre su rostro. Con un suspiro desciendo para acariciar su boca con mis labios. —Sigo teniendo buenas intenciones, pero dices cosas que…— lo dejo inconcluso. Caigo sobre la almohada vecina, puedo en esta posición seguir con mi pulgar la curva de su ceja. —¿Sabes cómo es el infierno de los amantes?— pregunto. Hay historias que se perdieron cuando los libros muggles fueron prohibidos, y lo bueno de haber vivido la mitad de mi vida en un tiempo en el que esos libros todavía podía encontrarlos en la biblioteca de mi padre, es que los recuerdo. —Estas condenados toda la eternidad a un beso que no puede concretarse, son arrastrados por un fuerte viento que los impulsa en direcciones contrarias. Ese viento representa la fuerza de su deseo en vida, el que no pudieron contener y los empujó hacia el otro— cuento con mi perfil enfrentado al suyo.
Comprendo lo que dice, creo que en mi silencio y el modo que tengo de apretar los labios queda bien en claro que no deseo expresar en voz alta que me encuentro en el mismo lugar que ella. Lo nuestro sería algo que podría soltar cuando quisiera, perderlo en la lista de las personas que preferí ignorar y ocultar como un nombre al pasar, pero admito que hay algo diferente en todo esto. Una chispa en particular, algo que está perfectamente mal y bien al mismo tiempo. Aún no descifro qué es, pero tengo que admitir que no es lo mismo que he estado experimentando los últimos años. No huyo de su cama ni puedo fingir no recordar su nombre a la mañana siguiente. No comprender su mente del todo la vuelve llamativa, como una enorme excepción a la regla. O simplemente es cuestión de fuerza mayor. No lo sé, tampoco tengo la capacidad mental ahora mismo para analizarlo más de lo que quiero, porque perder el tiempo en estas cosas jamás ha sido mi área.
Apenas río por ese comentario sobre el enorme esfuerzo de su autocontrol, pero cualquier atisbo de risa muere en las palabras que me plantea y me hace meditar un poco su punto de vista — No te importa mucho ese desastre cuando lo llevamos a desarmar las sábanas — señalo con tono impune, queda implícito que a mí tampoco me quita el sueño, porque me olvido de ello cuando nos quitamos la ropa y no hay necesidad de hablar más de lo justo y necesario. Espero que no vea cómo sonrío a sus palabras susurrantes, sin saber por qué soy incapaz de obligar a mis labios que no se estiren en sus comisuras — Jamás creí posible que te pudieran domesticar. Tienes un carácter de mierda cuando quieres — es un murmullo divertido, en forma de inocente pique. No le digo que eso me hace sentir un hormigueo cálido y agradable que finjo que no existe. Incluso me acomodo en la cama como si le estuviese prestando más atención a la comodidad que a sus palabras. Al menos, la charla sobre el muchacho rompe un poco las líneas de pensamiento que me gustaría no tener. Solo aprieto los labios y hago un movimiento afirmativo con la cabeza, me anoto esa información para más tarde — Te lo dí para que le des uso en la búsqueda, así que… — queda en el aire la obviedad de que me parece un buen uso o que, al menos, no voy a reprocharlo. Tema muerto.
A pesar de tener los ojos cerrados, soy capaz de sentir cómo se mueve por encima de mí y el sentir sus labios cerca de los míos hace que eleve un poco la cabeza en reacción automática, aunque entreabro la mirada — No pensé que fueses la clase de mujer a la que se llega con las palabras — me burlo con un susurro bonachón, elevando mis cejas. No alcanzo a tomar su boca, porque ella se acomoda a mi lado y eso hace que me gire hasta quedar de costado. Meto el brazo bajo la almohada que estoy ocupando y uso el que queda libre para rodear su cintura. Le regalo toda mi atención, tratando de comprender a dónde quiere llegar con todo esto. Con un chasquido de la lengua, acabo de formular una idea — ¿Quieres decir que ese es nuestro infierno? ¿El no poder concretar nada? ¿O hablas de que hay un deseo constante? — ya me perdí, lo del vodka fue definitivamente una mala idea. Me río por lo bajo de mí mismo y mi propia lentitud — ¿Eso es lo que crees que somos? ¿”Amantes?” — suelto la palabra con tono pomposo, redondeando mucho los labios en una modulación exagerada — Pensé que no tendríamos ninguna clase de título que crease una conexión entre nosotros. Tampoco supe nunca cuál sería ese título ni cómo llamarte. Amante, amiga, socia, colega, enemiga, grano en el culo… — enumero cada una de ellas revoleando los ojos hacia arriba como si quisiera recordar la lista del supermercado y culmino con una sonrisa guasona que estoy seguro de que puede ver; la luz tenue del pasillo nos roza y soy consciente de que tengo dientes enormes como para que no se vean en la penumbra — ¿Qué se supone que sigue ahora, Scott? — no le estoy tirando la bola, de verdad estoy caminando a ciegas en esto — ¿Nos aferramos a nuestras diferencias o a nuestras cosas en común? Sé que sientes cosas por mí, sabes que siento cosas por ti y los dos sabemos que será un desastre al cual no podemos dejar ir. Qué amantes trágicos — me burlo de nuestra propia desgracia y muevo la mano para poder desabrochar los dos primeros botones de la camisa en busca de mayor soltura y comodidad. Me tardo unos segundos más de lo normal por los dedos torpes, pero pronto vuelvo a sujetar su cadera y acaricio la fina línea de piel que queda entre su pantalón y su camisa con la punta de los dedos — Podemos aceptarlo o podemos cortarlo de raíz. No más reuniones a solas. No más besos clandestinos. Nada de nosotros al menos que sea estrictamente necesario — y puedo decirle que no perdemos nada con esto, que es solo aceptar una idea incómoda y se acabó, pero esto ya no es una lucha de orgullos. Aquí se juegan lealtades, sabemos que llegará el día que nos daremos la espalda y salir herido puede ser más que una frase metafórica. Ella camina un sendero que yo no puedo seguir y viceversa — Prometimos que esto no pasaría. En mi casa, hace siglos — susurro en lamento. Soy bueno en mantener mi palabra, pero aquí he fallado. Lo evidencio al moverme para esconder mi rostro en el hueco de su cuello y respirarla. Otras palabras que fueron vacías.
Apenas río por ese comentario sobre el enorme esfuerzo de su autocontrol, pero cualquier atisbo de risa muere en las palabras que me plantea y me hace meditar un poco su punto de vista — No te importa mucho ese desastre cuando lo llevamos a desarmar las sábanas — señalo con tono impune, queda implícito que a mí tampoco me quita el sueño, porque me olvido de ello cuando nos quitamos la ropa y no hay necesidad de hablar más de lo justo y necesario. Espero que no vea cómo sonrío a sus palabras susurrantes, sin saber por qué soy incapaz de obligar a mis labios que no se estiren en sus comisuras — Jamás creí posible que te pudieran domesticar. Tienes un carácter de mierda cuando quieres — es un murmullo divertido, en forma de inocente pique. No le digo que eso me hace sentir un hormigueo cálido y agradable que finjo que no existe. Incluso me acomodo en la cama como si le estuviese prestando más atención a la comodidad que a sus palabras. Al menos, la charla sobre el muchacho rompe un poco las líneas de pensamiento que me gustaría no tener. Solo aprieto los labios y hago un movimiento afirmativo con la cabeza, me anoto esa información para más tarde — Te lo dí para que le des uso en la búsqueda, así que… — queda en el aire la obviedad de que me parece un buen uso o que, al menos, no voy a reprocharlo. Tema muerto.
A pesar de tener los ojos cerrados, soy capaz de sentir cómo se mueve por encima de mí y el sentir sus labios cerca de los míos hace que eleve un poco la cabeza en reacción automática, aunque entreabro la mirada — No pensé que fueses la clase de mujer a la que se llega con las palabras — me burlo con un susurro bonachón, elevando mis cejas. No alcanzo a tomar su boca, porque ella se acomoda a mi lado y eso hace que me gire hasta quedar de costado. Meto el brazo bajo la almohada que estoy ocupando y uso el que queda libre para rodear su cintura. Le regalo toda mi atención, tratando de comprender a dónde quiere llegar con todo esto. Con un chasquido de la lengua, acabo de formular una idea — ¿Quieres decir que ese es nuestro infierno? ¿El no poder concretar nada? ¿O hablas de que hay un deseo constante? — ya me perdí, lo del vodka fue definitivamente una mala idea. Me río por lo bajo de mí mismo y mi propia lentitud — ¿Eso es lo que crees que somos? ¿”Amantes?” — suelto la palabra con tono pomposo, redondeando mucho los labios en una modulación exagerada — Pensé que no tendríamos ninguna clase de título que crease una conexión entre nosotros. Tampoco supe nunca cuál sería ese título ni cómo llamarte. Amante, amiga, socia, colega, enemiga, grano en el culo… — enumero cada una de ellas revoleando los ojos hacia arriba como si quisiera recordar la lista del supermercado y culmino con una sonrisa guasona que estoy seguro de que puede ver; la luz tenue del pasillo nos roza y soy consciente de que tengo dientes enormes como para que no se vean en la penumbra — ¿Qué se supone que sigue ahora, Scott? — no le estoy tirando la bola, de verdad estoy caminando a ciegas en esto — ¿Nos aferramos a nuestras diferencias o a nuestras cosas en común? Sé que sientes cosas por mí, sabes que siento cosas por ti y los dos sabemos que será un desastre al cual no podemos dejar ir. Qué amantes trágicos — me burlo de nuestra propia desgracia y muevo la mano para poder desabrochar los dos primeros botones de la camisa en busca de mayor soltura y comodidad. Me tardo unos segundos más de lo normal por los dedos torpes, pero pronto vuelvo a sujetar su cadera y acaricio la fina línea de piel que queda entre su pantalón y su camisa con la punta de los dedos — Podemos aceptarlo o podemos cortarlo de raíz. No más reuniones a solas. No más besos clandestinos. Nada de nosotros al menos que sea estrictamente necesario — y puedo decirle que no perdemos nada con esto, que es solo aceptar una idea incómoda y se acabó, pero esto ya no es una lucha de orgullos. Aquí se juegan lealtades, sabemos que llegará el día que nos daremos la espalda y salir herido puede ser más que una frase metafórica. Ella camina un sendero que yo no puedo seguir y viceversa — Prometimos que esto no pasaría. En mi casa, hace siglos — susurro en lamento. Soy bueno en mantener mi palabra, pero aquí he fallado. Lo evidencio al moverme para esconder mi rostro en el hueco de su cuello y respirarla. Otras palabras que fueron vacías.
Claro que tenía que escuchar lo que murmuro y hacer un comentario al respecto, no me podía conceder su silencio. —Y seguiré teniendo este mismo carácter hasta el día en que me muera— declaro, haciendo una continuación a lo que dice. No me refería a que hubiera domesticado mi temperamento, actúo en respuesta a cómo me tratan para que nadie se pase de las barreras que marco y si esta noche mis gestos son más suaves, es porque lo creo más expuesto que otras veces. Así como no me gusta que tomen ventaja sobre lo poco que comparto en ocasiones, no quiero pasar por encima de las palabras que fue soltando a causa del alcohol, de un arrebato de sinceridad o por otros conflictos que siempre lo estoy removiendo por lo bajo. —A pesar de mi carácter de mierda— remarco esto—te acercas a mí y me haces parte de ciertos ritos domésticos— me sonrío por lo formal de esta expresión, le doy un tono de gravedad al decirla. —Puede asustarme al principio, pero cuando se vuelve conocido creo poder con ello. Vas acercándote de a poco y has llegado hasta aquí—. Mi habitación. Mi cama. —Me pides con todo descaro que te deje dormir, solo dormir, conmigo — el humor en mi tono se percibe, mi sonrisa que se ensancha queda fuera de su vista por estar recostada en su pecho.
Cambio mi posición para que nuestras miradas se encuentren sobre las almohadas, al hablar de ciertas cosas necesito tener mis ojos en su semblante, así no me pierdo detalle de ningún gesto. Mi sorpresa es mayúscula cuando no me dice nada cuando revelo en que usé su dinero, si él lo deja pasar no emprenderé la tarea de idiota de insistir en ello. Este chico será una más de las cuestiones que quedarán pendientes entre nosotros, al que podemos ignorar todo lo que queramos, como venimos haciendo. Hasta que todas y cada una de estas cosas se vuelvan algo demasiado grande como para fingir que no está en medio, que puede derrumbarse estrepitosamente a la hora que sea, un día cualquiera. Cuando la tragedia ocurra veremos qué tan dañados acabamos. —No lo soy, para mí valen más los hechos que las palabras— respondo a su burla con un tono más serio, —pero con las tuyas siempre supe que debía tener cuidado, eres un charlatán muy convincente en ocasiones—. Nunca me había puesto en la tarea de tratar de explicarme en voz alta como vengo haciéndolo desde hace unas semanas, mi reserva es tan fuerte que no creo que pueda transparentar mis pensamientos de ahora en más como si nada. No soy buena con las palabras, lo admito, y para lo único que me sirven es para recordar historias. —¿Hablas de que estamos viviendo ese infierno?— me veo confundida por su interpretación, no me la esperaba. Ni que se quedara con esa duda de si podemos definirnos como amantes. Hago rodar mis ojos, presiono mis labios para reprimir una sonrisa que se escapa por una de las comisuras. —Con o sin título, hay una conexión, una corriente de electricidad que va del uno al otro— le doy un tono místico a la expresión que hemos usado otras veces. —Ya lo dije, no soy buena con las palabras. Elige el nombre que más te guste— lo descarto como algo que dejo a su antojo, pese a que algunos términos pueden no ser precisamente halagüeños. —Yo te seguiré llamando Hans— digo con un dejo burlón. —Me reconozco en los hechos, en lo que esto nos hace sentir— me explico finalmente. En la imposibilidad de resistirme a la proximidad de su cuerpo, durante lo que sea que dure esta conexión.
Hacer delimitaciones después de varios intentos fallidos de esbozar reglas para el juego, no es una aventura a la que me quiera arriesgar para que nuestros actos entren en contradicción con lo que proponemos, otra vez. —Hemos tenido esta conversación— hago el recordatorio para ambos, ¿y en una de esas veces no hablamos de centrarnos en los encuentros estrictamente necesarios? Creo que fue en el hospital. Si fuerzo a mi memoria, puedo recordar que en una de las primeras ocasiones le dije que acostarnos había resuelto la tensión y que todo volvería a la normalidad desde entonces. —¿Qué prometimos en tu casa?— pregunto y enredo mis dedos en su cabello al sentirlo contra mi cuello. Me tomo mi tiempo, me relajo a la sensación de tenerlo respirando contra mi piel. —¿Solo tenemos esas dos opciones?— le reprocho, —Esta vez no caeré en decir que podemos vernos lo justo y necesario y que no nos tocaremos, cuando hace poco acordamos que no seguiríamos poniendo impedimentos porque no servían de nada. Ya no creo que esto se trate de que podemos hacerlo o no, de que nuestra voluntad es más fuerte o no lo es, de que sabemos lo que es correcto e incorrecto…— se me escucha cansada, tan agotada como lo estamos de otras cosas. —Sino de que es lo que queremos, por caprichoso que sea—. Decirlo de esa manera me deja pensando. Muevo mi pecho para presionarme contra su cuerpo, mis piernas buscando encajar con las suyas, y así reducir el espacio de aire que queda entre los dos. —¿Cuándo eras niño alguna vez te encaprichaste fuertemente con algo?— inquiero, —Yo sí, pedía mucho a mis padres, crecí exigiendo a la vida más de lo que nunca pudo darme. De mala manera me resigné que no lo obtendría, y entonces sucede, siendo adulta y sabiendo que no va a suceder, vuelvo a querer algo que sé que no voy a poder tener.
Cambio mi posición para que nuestras miradas se encuentren sobre las almohadas, al hablar de ciertas cosas necesito tener mis ojos en su semblante, así no me pierdo detalle de ningún gesto. Mi sorpresa es mayúscula cuando no me dice nada cuando revelo en que usé su dinero, si él lo deja pasar no emprenderé la tarea de idiota de insistir en ello. Este chico será una más de las cuestiones que quedarán pendientes entre nosotros, al que podemos ignorar todo lo que queramos, como venimos haciendo. Hasta que todas y cada una de estas cosas se vuelvan algo demasiado grande como para fingir que no está en medio, que puede derrumbarse estrepitosamente a la hora que sea, un día cualquiera. Cuando la tragedia ocurra veremos qué tan dañados acabamos. —No lo soy, para mí valen más los hechos que las palabras— respondo a su burla con un tono más serio, —pero con las tuyas siempre supe que debía tener cuidado, eres un charlatán muy convincente en ocasiones—. Nunca me había puesto en la tarea de tratar de explicarme en voz alta como vengo haciéndolo desde hace unas semanas, mi reserva es tan fuerte que no creo que pueda transparentar mis pensamientos de ahora en más como si nada. No soy buena con las palabras, lo admito, y para lo único que me sirven es para recordar historias. —¿Hablas de que estamos viviendo ese infierno?— me veo confundida por su interpretación, no me la esperaba. Ni que se quedara con esa duda de si podemos definirnos como amantes. Hago rodar mis ojos, presiono mis labios para reprimir una sonrisa que se escapa por una de las comisuras. —Con o sin título, hay una conexión, una corriente de electricidad que va del uno al otro— le doy un tono místico a la expresión que hemos usado otras veces. —Ya lo dije, no soy buena con las palabras. Elige el nombre que más te guste— lo descarto como algo que dejo a su antojo, pese a que algunos términos pueden no ser precisamente halagüeños. —Yo te seguiré llamando Hans— digo con un dejo burlón. —Me reconozco en los hechos, en lo que esto nos hace sentir— me explico finalmente. En la imposibilidad de resistirme a la proximidad de su cuerpo, durante lo que sea que dure esta conexión.
Hacer delimitaciones después de varios intentos fallidos de esbozar reglas para el juego, no es una aventura a la que me quiera arriesgar para que nuestros actos entren en contradicción con lo que proponemos, otra vez. —Hemos tenido esta conversación— hago el recordatorio para ambos, ¿y en una de esas veces no hablamos de centrarnos en los encuentros estrictamente necesarios? Creo que fue en el hospital. Si fuerzo a mi memoria, puedo recordar que en una de las primeras ocasiones le dije que acostarnos había resuelto la tensión y que todo volvería a la normalidad desde entonces. —¿Qué prometimos en tu casa?— pregunto y enredo mis dedos en su cabello al sentirlo contra mi cuello. Me tomo mi tiempo, me relajo a la sensación de tenerlo respirando contra mi piel. —¿Solo tenemos esas dos opciones?— le reprocho, —Esta vez no caeré en decir que podemos vernos lo justo y necesario y que no nos tocaremos, cuando hace poco acordamos que no seguiríamos poniendo impedimentos porque no servían de nada. Ya no creo que esto se trate de que podemos hacerlo o no, de que nuestra voluntad es más fuerte o no lo es, de que sabemos lo que es correcto e incorrecto…— se me escucha cansada, tan agotada como lo estamos de otras cosas. —Sino de que es lo que queremos, por caprichoso que sea—. Decirlo de esa manera me deja pensando. Muevo mi pecho para presionarme contra su cuerpo, mis piernas buscando encajar con las suyas, y así reducir el espacio de aire que queda entre los dos. —¿Cuándo eras niño alguna vez te encaprichaste fuertemente con algo?— inquiero, —Yo sí, pedía mucho a mis padres, crecí exigiendo a la vida más de lo que nunca pudo darme. De mala manera me resigné que no lo obtendría, y entonces sucede, siendo adulta y sabiendo que no va a suceder, vuelvo a querer algo que sé que no voy a poder tener.
— Si quieres me quito la ropa, para hacerlo un poco menos doméstico — bromeo con un retintín. Entiendo su punto, a dónde quiere llegar con sus palabras. No recuerdo la última vez que me tomé la molestia de compartir una cama sin segundas intenciones, obviando la noche de mi intoxicación en la cual Ariadna Tremblay durmió conmigo. La cuestión ahora mismo es un poco diferente, nos coloca en un terreno nuevo con respecto a lo que veníamos haciendo y me pregunto que tan mal está que no me moleste. Con nuestro acuerdo de la última vez, las cosas serían diferentes si ella no se hubiese puesto en papel de rebelde sin causa. Saber tan abiertamente el camino que ha decidido tomar es como una pared de piedra.
La risa que se me escapa parece ser una de esas que rompe los labios con mucho aire recargado al haber querido contenerla, aunque es breve y ligera — ¿Sabes la cantidad de veces que me han llamado “charlatán”? Y, sin embargo, todos me siguen dejando hablar — creo que me lo he ganado a pulso. La labia siempre fue mi arma más fuerte y la que me ha llevado a donde estoy ahora. A veces no sé si soy listo o si no es nada más ni nada menos el ser estar más espabilado que el resto — ¿Y por qué contaste la historia si no es por eso? — le pregunto con obvia confusión. Por algo trajo el tema a colación, ¿o no? ¿O de verdad mi cabeza está tan lenta? Hago una mueca de resignación porque no puedo negar la electricidad de la que ya hemos hablado, pero mi aparente serenidad se quiebra en una suave risa y un encogimiento de hombros — Solo Hans. Solo Lara. Siempre en lo seguro, Scott — me mofo con la inocencia de un niño, busco la provocación burlesca que me recuerda un poco a otros tiempos, cuando las palabras entre nosotros solo eran hostiles y jamás nos tocábamos al menos que hubiera un roce no intencional al tratar de tomar el mismo objeto de la mesa, proveniente de la pila que ella brindaba para mí. Todo era mucho más sencillo y siento la ironía de que todo esto ha comenzado por su mala interpretación de mis palabras, a sabiendas de que jamás cobraría sus favores llevándomela a la cama, ese no es mi estilo, estoy orgulloso de saber que no soy esa clase de hombre. Y no obstante, tengo una satisfacción mayor al saber que puedo hacerlo, puedo acostarme con ella con su aprobación y deseo, sin necesidad de tretas desagradables. Es una pequeña victoria, una que no sabía que quería alcanzar pero que, ahora que la he probado, no quiero dejar ir.
Intento hacer memoria, pero la exactitud es complicada de alcanzar con el alcohol y el cansancio — No caeríamos en esto — estoy seguro de que esas no fueron las palabras, pero no quiero profundizar más en un tema prohibido. Cierro los ojos en reacción a sus manos entre mi cabello y respiro con fuerza, enredándome a su cuerpo como si fuese una noche helada y necesitase de su calor. Su voz tiene toda mi atención, porque sé que tiene razón, porque admito y abrazo la idea de que esto es lo que quiero y solo he buscado evitarlo, incluso cuando fui el primero en pedir que dejemos de fingir. Ayudo a sus movimientos al enroscar nuestras piernas y mis brazos se acomodan de manera que puedo rodearla por completo, pegando nuestros torsos como si deseara sincronizar el modo que tenemos de respirar. Lo que dice me pinta una sonrisa torcida en medio de un rostro agotado, pero el resoplido que largo deja bien en claro que tengo algo para decir al respecto — Por muchos años fui un niño consentido, cosa que quería, cosa que tenía. Crecer en el distrito uno tuvo sus ventajas — obviemos la parte negativa, esa etapa de mi vida de la cual no me gusta hablar — El problema aquí no es el poder, Scott. Todo recae en que no debemos — me muevo para rozar mi nariz por el contorno de su mandíbula hasta que mi boca toca la comisura de la suya. Esto me permite hablar en susurros, seguro de que puede escucharme a la perfección — Me traicionaste, incluso cuando prometiste que no lo harías. Mi deber me dice que tengo que informarlo, tu deber dice que debes correr lejos de mí, pero ninguno de los dos quiere cumplirlo. Porque poder, puedes tenerme. Puedes tenerme hoy, puedes tenerme mañana o la semana entrante, hasta que la cuerda de la que tiramos se rompa. Soy tuyo si quieres tomarme y lo sabes, lo cual hace más difícil querer cumplir con los papeles que tenemos en este juego — me sonrío, pero no hay gracia en ese gesto. Me conformo con un beso en su boca que dura lo que un suspiro, apenas presionando sus labios como si quisiera darles una caricia — ¿Eso es esto entonces? ¿Un capricho? Porque puedo superar los caprichos con facilidad, los olvido al cabo de una semana o dos. ¿Pero contigo? — hay cierta malicia en mi modo de dejar que se me ensanche los labios sobre los suyos en una sonrisa que peca hasta de pícara — Podría pasarme una eternidad contigo en la cama y encontraría nuevas cosas con qué entretenerme, tanto discutiendo como metiéndome entre tus piernas. Eres fascinante — en cuanto suelto las últimas palabras, sé que no hay marcha atrás.
La risa que se me escapa parece ser una de esas que rompe los labios con mucho aire recargado al haber querido contenerla, aunque es breve y ligera — ¿Sabes la cantidad de veces que me han llamado “charlatán”? Y, sin embargo, todos me siguen dejando hablar — creo que me lo he ganado a pulso. La labia siempre fue mi arma más fuerte y la que me ha llevado a donde estoy ahora. A veces no sé si soy listo o si no es nada más ni nada menos el ser estar más espabilado que el resto — ¿Y por qué contaste la historia si no es por eso? — le pregunto con obvia confusión. Por algo trajo el tema a colación, ¿o no? ¿O de verdad mi cabeza está tan lenta? Hago una mueca de resignación porque no puedo negar la electricidad de la que ya hemos hablado, pero mi aparente serenidad se quiebra en una suave risa y un encogimiento de hombros — Solo Hans. Solo Lara. Siempre en lo seguro, Scott — me mofo con la inocencia de un niño, busco la provocación burlesca que me recuerda un poco a otros tiempos, cuando las palabras entre nosotros solo eran hostiles y jamás nos tocábamos al menos que hubiera un roce no intencional al tratar de tomar el mismo objeto de la mesa, proveniente de la pila que ella brindaba para mí. Todo era mucho más sencillo y siento la ironía de que todo esto ha comenzado por su mala interpretación de mis palabras, a sabiendas de que jamás cobraría sus favores llevándomela a la cama, ese no es mi estilo, estoy orgulloso de saber que no soy esa clase de hombre. Y no obstante, tengo una satisfacción mayor al saber que puedo hacerlo, puedo acostarme con ella con su aprobación y deseo, sin necesidad de tretas desagradables. Es una pequeña victoria, una que no sabía que quería alcanzar pero que, ahora que la he probado, no quiero dejar ir.
Intento hacer memoria, pero la exactitud es complicada de alcanzar con el alcohol y el cansancio — No caeríamos en esto — estoy seguro de que esas no fueron las palabras, pero no quiero profundizar más en un tema prohibido. Cierro los ojos en reacción a sus manos entre mi cabello y respiro con fuerza, enredándome a su cuerpo como si fuese una noche helada y necesitase de su calor. Su voz tiene toda mi atención, porque sé que tiene razón, porque admito y abrazo la idea de que esto es lo que quiero y solo he buscado evitarlo, incluso cuando fui el primero en pedir que dejemos de fingir. Ayudo a sus movimientos al enroscar nuestras piernas y mis brazos se acomodan de manera que puedo rodearla por completo, pegando nuestros torsos como si deseara sincronizar el modo que tenemos de respirar. Lo que dice me pinta una sonrisa torcida en medio de un rostro agotado, pero el resoplido que largo deja bien en claro que tengo algo para decir al respecto — Por muchos años fui un niño consentido, cosa que quería, cosa que tenía. Crecer en el distrito uno tuvo sus ventajas — obviemos la parte negativa, esa etapa de mi vida de la cual no me gusta hablar — El problema aquí no es el poder, Scott. Todo recae en que no debemos — me muevo para rozar mi nariz por el contorno de su mandíbula hasta que mi boca toca la comisura de la suya. Esto me permite hablar en susurros, seguro de que puede escucharme a la perfección — Me traicionaste, incluso cuando prometiste que no lo harías. Mi deber me dice que tengo que informarlo, tu deber dice que debes correr lejos de mí, pero ninguno de los dos quiere cumplirlo. Porque poder, puedes tenerme. Puedes tenerme hoy, puedes tenerme mañana o la semana entrante, hasta que la cuerda de la que tiramos se rompa. Soy tuyo si quieres tomarme y lo sabes, lo cual hace más difícil querer cumplir con los papeles que tenemos en este juego — me sonrío, pero no hay gracia en ese gesto. Me conformo con un beso en su boca que dura lo que un suspiro, apenas presionando sus labios como si quisiera darles una caricia — ¿Eso es esto entonces? ¿Un capricho? Porque puedo superar los caprichos con facilidad, los olvido al cabo de una semana o dos. ¿Pero contigo? — hay cierta malicia en mi modo de dejar que se me ensanche los labios sobre los suyos en una sonrisa que peca hasta de pícara — Podría pasarme una eternidad contigo en la cama y encontraría nuevas cosas con qué entretenerme, tanto discutiendo como metiéndome entre tus piernas. Eres fascinante — en cuanto suelto las últimas palabras, sé que no hay marcha atrás.
—Si te quitas la ropa y nos quedamos dormidos, será lo más doméstico de mi vida. No podré superarlo nunca—. Me tiembla la voz por la risa que sale luego de mi boca, que choca contra su cuerpo al que me abrazo mientras mi pecho se sacude por las carcajadas que trato de reprimir y no puedo. Es hilarante por donde se lo mire, que provoquemos a nuestros instintos y que nos conformemos con la sensación de su piel en roce con la mía, como si nos bastara el contacto, el saber que el otro está ahí. Sé que hay un nombre para eso, por el que me juego lo último que queda de mi buen juicio si pretendo averiguar cuál es, me disculpo también ante mi misma diciendo que poner definiciones no es lo mío. —Yo te dejo hablar porque me gusta darle la vuelta a lo que dices— digo tras pensarlo, y es un juego del que participamos los dos, él también tiene una manía por hacer de mis declaraciones una trampa en la que caigo por descuido propio. Como sucede con el cuento sobre un infierno que tiene apuntados nuestros nombres, reemplazo mi confusión con una sonrisa que le quita relevancia. —Yo no hablaba del presente, sino de algún futuro, de las consecuencias que esto podría tener—. Después de todo, su boca sigue encontrando el camino a la mía, si no pasan de besos ligeros es por la comodidad en la que caímos, de creer que tenemos este tiempo para derrocharlo a nuestro antojo. Tan doméstico como despertar en la cama del otro, desayunar en vez de apurar la despedida. Recostarnos con la ropa puesta, y no es una cuestión de cuál es la etiqueta de vestimenta en la cama, que estemos desnudos o vestidos no es lo importante, sino lo que estamos buscamos con este abrazo. Tan doméstico... —Me agrada así, llamar a las cosas por el nombre que tienen. Si pensara en ti como un amante, un amigo, un enemigo, esas palabras tienen significados y expectativas... pero si pienso en ti como Hans, se bien qué puedo esperar, no te visto de otra cosa, solo eres tú— divago con mis reflexiones, porque no me había encontrado hasta ahora con alguien que complicara tanto mi mundo armado. —¿Lo entiendes?
El que hayamos caído en esto explica porque nos aferramos tan fuerte, tanto que mi respiración se pierde entre su cabello, que se desliza entre mis dedos y vuelvo a sujetar. Sé que no puedo tenerlo, y no sabía que era algo que quería hasta probar una primera vez como se sentía burlarlo todo por un deseo surgido de una provocación. —Tonto niño consentido— me quejo contra su oído en un tono de broma, porque mi explicación se pierde en esa idea de que él siempre tuvo lo que quería, aunque no me lo creo del todo. Nadie lo tiene todo y se un par de cosas que me hacen pensar que él tampoco. Se la diferencia entre poder y deber, y precisamente, muchas cosas que están fuera de mi alcance no es por falta de voluntad, sino por las leyes que están pesando sobre mi cabeza. Él hace un buen resumen de nuestro caso. Si tuviera la confirmación certera de que Ken es un Black, encubrirlo sería traición a los Niniadis. Por ahora queda en lo que él piensa como una traición a su persona y en eso discrepo un poco. —No te traicioné, no continué esto engañándote. No tengo la intención de dañarte— digo, tensándome en sus brazos, ¿en qué nos deja que lo vea así? Pienso muy profundamente en lo que me dice, en que puedo tenerlo con el deber en contra. Será mío si quiero tomarlo. Me estremece su entrega y no llego a comprender el por qué sus palabras me hacen respirar hondo.
Tomo el aire de sus labios al acercarse, si es un capricho está durando más de la cuenta, creo que estaría pisando un terreno que espero nunca conocer si llego a pensarlo como una obsesión, me quedo con la idea de una adicción, es cómodo pensarlo así. Se ajusta bastante a esto de ir tomando un poco de él en cada oportunidad. Puedo estar de acuerdo en que haría de llevarle la contra un nuevo pasatiempo y que no conozco todavía manera de negarme a sus intenciones siempre francas de querer meterse en mis piernas, porque comparto el deseo. Lo que me impulsa a salirme de sus brazos es lo que ha dicho un poco antes. Desarmo el abrazo echándome hacia atrás, corriéndome unos centímetros en la cama. —El alcohol te hizo perder un poco la noción del tiempo, la eternidad es como… uff, mucho tiempo— murmuro, entre una sonrisa burlona y un gesto de pánico que no alcanzo a ocultar. —Sé que es una manera de decirlo, lo que trae implicado es lo que me inquieta. Porque sé que quiero tenerte y sabes que puedes tenerme, y que será un rato, no más que eso—. Es un hecho que no creo ser capaz de poder marcar un final en este momento. El que podamos imaginarnos indefinidamente en este tomar un poco cada día es lo que me genera vértigo. Me incorporo hasta quedar sentada sobre las sábanas, tiro de mis labios para sonreírle y sobreponerme a mi reacción con humor. —Suerte que el anillo quedó en la cocina, esto se puso serio de pronto—. Busco su frente con los dedos para correr los mechones de pelo y poder cruzarme con sus ojos a pesar de la poca luz.
El que hayamos caído en esto explica porque nos aferramos tan fuerte, tanto que mi respiración se pierde entre su cabello, que se desliza entre mis dedos y vuelvo a sujetar. Sé que no puedo tenerlo, y no sabía que era algo que quería hasta probar una primera vez como se sentía burlarlo todo por un deseo surgido de una provocación. —Tonto niño consentido— me quejo contra su oído en un tono de broma, porque mi explicación se pierde en esa idea de que él siempre tuvo lo que quería, aunque no me lo creo del todo. Nadie lo tiene todo y se un par de cosas que me hacen pensar que él tampoco. Se la diferencia entre poder y deber, y precisamente, muchas cosas que están fuera de mi alcance no es por falta de voluntad, sino por las leyes que están pesando sobre mi cabeza. Él hace un buen resumen de nuestro caso. Si tuviera la confirmación certera de que Ken es un Black, encubrirlo sería traición a los Niniadis. Por ahora queda en lo que él piensa como una traición a su persona y en eso discrepo un poco. —No te traicioné, no continué esto engañándote. No tengo la intención de dañarte— digo, tensándome en sus brazos, ¿en qué nos deja que lo vea así? Pienso muy profundamente en lo que me dice, en que puedo tenerlo con el deber en contra. Será mío si quiero tomarlo. Me estremece su entrega y no llego a comprender el por qué sus palabras me hacen respirar hondo.
Tomo el aire de sus labios al acercarse, si es un capricho está durando más de la cuenta, creo que estaría pisando un terreno que espero nunca conocer si llego a pensarlo como una obsesión, me quedo con la idea de una adicción, es cómodo pensarlo así. Se ajusta bastante a esto de ir tomando un poco de él en cada oportunidad. Puedo estar de acuerdo en que haría de llevarle la contra un nuevo pasatiempo y que no conozco todavía manera de negarme a sus intenciones siempre francas de querer meterse en mis piernas, porque comparto el deseo. Lo que me impulsa a salirme de sus brazos es lo que ha dicho un poco antes. Desarmo el abrazo echándome hacia atrás, corriéndome unos centímetros en la cama. —El alcohol te hizo perder un poco la noción del tiempo, la eternidad es como… uff, mucho tiempo— murmuro, entre una sonrisa burlona y un gesto de pánico que no alcanzo a ocultar. —Sé que es una manera de decirlo, lo que trae implicado es lo que me inquieta. Porque sé que quiero tenerte y sabes que puedes tenerme, y que será un rato, no más que eso—. Es un hecho que no creo ser capaz de poder marcar un final en este momento. El que podamos imaginarnos indefinidamente en este tomar un poco cada día es lo que me genera vértigo. Me incorporo hasta quedar sentada sobre las sábanas, tiro de mis labios para sonreírle y sobreponerme a mi reacción con humor. —Suerte que el anillo quedó en la cocina, esto se puso serio de pronto—. Busco su frente con los dedos para correr los mechones de pelo y poder cruzarme con sus ojos a pesar de la poca luz.
Las risas no tardan en inundar la habitación, en parte por sus chistes, en parte por mi intento vago de burlarme con un simple gesto con las cejas como si la hubiese atrapado en un sucio juego cuando admite que solo le gusta contradecirme. Como ella dice, demasiado doméstico, demasiado simple para tratarse de nosotros dos. Supongo que su explicación tiene sentido, tanto sobre su historia de los amantes como lo que viene a continuación. Ser solo yo es algo que vengo moviendo desde que nos conocimos, la diferencia es que hace siete años ella no sabía las cosas que confesé frente a su rostro en los últimos meses. Es como si nuestra relación hubiese ido a paso lento por mucho tiempo y repentinamente nos encontramos pisando el acelerador. Cuando me quiero dar cuenta, puedo decir que Lara Scott estuvo presente en gran parte de mi vida adulta, que todo esto que compartimos estaba ahí, justo delante de nuestras narices y pudimos verlo cuando pateamos las formalidades y la hostilidad a un lado. De intimidar a intimar, por decirlo de alguna manera — Creo que lo entiendo — me limito a decir. No hay mucho más que expresar y creo que no encontraría el modo de hacerlo, valga la ironía.
Su burla me provoca una sonrisa que no puede ver y me mantiene en el hilo de que la vida me ha consentido, tanto como me ha quitado. Quizá esa es mi excusa inconsciente de por qué tomarla es una necesidad, un poco egoísta, de seguir sintiéndome de esta forma. Cómodo, cálido, dentro de los problemas que deberían congelarme y sólo se hielan cuando recuerdo los motivos por los cuales esto no debería ser — No tienes la intención, pero sigue siendo contradictorio en lo que piensas. Decidiste no seguir con lo que habíamos acordado y eso es suficiente — intento, de verdad, que no suene a un reproche. Solo busco que lo vea desde mi punto de vista, cuando sé que si hay alguien con quién podría discutir horas sobre algo tan simple, es ella. Somos las caras opuestas de una misma moneda, la cual no deja de rebotar en el suelo y no se decide hacia qué dirección inclinarse.
Tengo la intención de buscar su boca cuando su respiración se siente mucho más lejana y me encuentro apoyándome en el colchón con las manos en cuanto se aleja de mí como si hubiese sacado la varita y la estuviera amenazando. Me acomodo, consciente del frío que me invade y seguro de que no se debe solo a que ya no tengo su cuerpo brindándome su temperatura. Lo que dice se siente como una condición, un nuevo muro que se eleva entre nosotros y me veo obligado a forzar una sonrisa desganada al hundirme en la almohada, viéndola entre los mechones que ella misma se digna a acomodar — Para pedirte matrimonio, tendría que beber un poco más y considerar al menos un par de encuentros más como para asegurarme que valiera la pena el suicidio — me burlo, tomando su broma a pesar de que mi postura corporal se aleja un poco de ella — Pero al menos, soy honesto contigo. Al final, no soy el que se escapa — resoplo un poco y la imito al enderezarme apenas, pero mi torso se mueve de manera que no me encuentre de frente con su perfil. Aprovecho a quitarme el cinturón, lanzarlo a un lado de la cama y acomodo la camisa completamente fuera del pantalón, en busca de una mayor comodidad para lo que voy a hacer. Porque tiro de las sábanas levantando un poco mi cintura y me meto dentro, dándole la espalda al recostarme en el extremo opuesto del lecho, en señal de que mi cuerpo ha tomado la distancia repentina del suyo como un rechazo. A pesar de que paso un brazo por debajo de la almohada en una de las posiciones más cómodas que conozco para dormir, no cierro los ojos; los mantengo firmes en una de las sombras de la pared que se crea a partir de la luz del pasillo — No sé exactamente lo que te inquieta: ¿Es solo el hecho de sentir algo o que los dos sabemos que va a terminar incluso antes de que empiece? — terminar no es el problema, siempre supe que todas las relaciones de cualquier tipo se acaban en algún momento, creo que es obvio que lo que preocupa es el cómo va a suceder. Trago algo de saliva y acomodo mis piernas para acurrucarme un poco, adoptando una posición casi fetal — Lo siento. Es tarde y, como dijiste, he bebido. Solo olvídalo — porque debe ser más fácil adoptar su postura. Con un bostezo, cierro los ojos en un intento de conciliar el sueño y me estrecho contra la almohada, como si de esa manera, pudiera dejar la última hora atrás. Y a ella también.
Su burla me provoca una sonrisa que no puede ver y me mantiene en el hilo de que la vida me ha consentido, tanto como me ha quitado. Quizá esa es mi excusa inconsciente de por qué tomarla es una necesidad, un poco egoísta, de seguir sintiéndome de esta forma. Cómodo, cálido, dentro de los problemas que deberían congelarme y sólo se hielan cuando recuerdo los motivos por los cuales esto no debería ser — No tienes la intención, pero sigue siendo contradictorio en lo que piensas. Decidiste no seguir con lo que habíamos acordado y eso es suficiente — intento, de verdad, que no suene a un reproche. Solo busco que lo vea desde mi punto de vista, cuando sé que si hay alguien con quién podría discutir horas sobre algo tan simple, es ella. Somos las caras opuestas de una misma moneda, la cual no deja de rebotar en el suelo y no se decide hacia qué dirección inclinarse.
Tengo la intención de buscar su boca cuando su respiración se siente mucho más lejana y me encuentro apoyándome en el colchón con las manos en cuanto se aleja de mí como si hubiese sacado la varita y la estuviera amenazando. Me acomodo, consciente del frío que me invade y seguro de que no se debe solo a que ya no tengo su cuerpo brindándome su temperatura. Lo que dice se siente como una condición, un nuevo muro que se eleva entre nosotros y me veo obligado a forzar una sonrisa desganada al hundirme en la almohada, viéndola entre los mechones que ella misma se digna a acomodar — Para pedirte matrimonio, tendría que beber un poco más y considerar al menos un par de encuentros más como para asegurarme que valiera la pena el suicidio — me burlo, tomando su broma a pesar de que mi postura corporal se aleja un poco de ella — Pero al menos, soy honesto contigo. Al final, no soy el que se escapa — resoplo un poco y la imito al enderezarme apenas, pero mi torso se mueve de manera que no me encuentre de frente con su perfil. Aprovecho a quitarme el cinturón, lanzarlo a un lado de la cama y acomodo la camisa completamente fuera del pantalón, en busca de una mayor comodidad para lo que voy a hacer. Porque tiro de las sábanas levantando un poco mi cintura y me meto dentro, dándole la espalda al recostarme en el extremo opuesto del lecho, en señal de que mi cuerpo ha tomado la distancia repentina del suyo como un rechazo. A pesar de que paso un brazo por debajo de la almohada en una de las posiciones más cómodas que conozco para dormir, no cierro los ojos; los mantengo firmes en una de las sombras de la pared que se crea a partir de la luz del pasillo — No sé exactamente lo que te inquieta: ¿Es solo el hecho de sentir algo o que los dos sabemos que va a terminar incluso antes de que empiece? — terminar no es el problema, siempre supe que todas las relaciones de cualquier tipo se acaban en algún momento, creo que es obvio que lo que preocupa es el cómo va a suceder. Trago algo de saliva y acomodo mis piernas para acurrucarme un poco, adoptando una posición casi fetal — Lo siento. Es tarde y, como dijiste, he bebido. Solo olvídalo — porque debe ser más fácil adoptar su postura. Con un bostezo, cierro los ojos en un intento de conciliar el sueño y me estrecho contra la almohada, como si de esa manera, pudiera dejar la última hora atrás. Y a ella también.
Mi mirada se enfrenta a su espalda y la carcajada que sale de mis labios es un gemido de incomprensión, la situación viró tan rápido por unas pocas palabras, se alteraron nuestras posiciones en esta cama como si alguien hubiera sacudido el tablero en el que nos movemos. Y esta vez fui yo. No puedo reírme a gusto de su chiste sobre el suicidio que representaría el colocar un anillo en este de por sí complicado lío, porque si no son las circunstancias las que nos obligan a hablar de los desenlaces inevitables, quedan las propias vacilaciones para desencontrarnos a pesar de las poca distancia entre nuestros cuerpos, de tenerlo ocupando un lugar entre mis sábanas por un derecho que le otorgué esta noche al aceptar que se quedara a dormir sin segundas intenciones, y lo peor es que eso es lo que se dispone a hacer. Su voz me llega cuando estoy abandonando la cama con la frustración que me provoca su actitud de darme la espalda, más que su pulla de que no hago otra cosa que escapar. —Ya empezó— digo de mala manera mientras me quito el vaquero con un pataleo al sentarme en el borde, me viene bien para soltar un poco del enojo. —Te mandaré una nota a tu oficina el lunes bien temprano que diga «ya empezó»— mascullo. Me deshago de la camisa al cruzar la habitación, pasándola por mi cabeza para no perder el tiempo con los botones porque no creo que mis dedos tengan la paciencia y la falta de luz no ayuda. Tomo una camiseta de un cajón y por ser noble hasta la última instancia, me la coloco por encima de la ropa interior antes de volver sobre mis pasos. Porque no dejaré que se duerma con la impunidad de un «solo olvídalo». —Bien, entonces las cosas están así ahora. ¿Qué me toca hacer? ¿Irme a dormir al sillón?— le pregunto como si esperara instrucciones para actuar en esto que desconozco cómo funciona, porque hasta ahora nunca me había tocado acostarme al lado de una persona que no sé si está enojada, herida o resentida por algo que dije. Y no, no voy a dormir en el sillón.
Corro la sábana de mi lado y me cubro las piernas al recargar mi espalda contra el respaldo, hablo lo suficientemente alto como para hacerle imposible que logre conciliar el sueño. —¿Crees que estás siendo honesto?— lo increpo. —No, porque mañana tendrás la excusa de decir que bebiste o que no lo recuerdas por culpa del alcohol. Dices todo lo que dices porque tienes una excusa que te hace más valiente. Yo sí lo recordaré mañana,— y está atentando al orden que empezaba a dar a mis pensamientos. —Hay cosas que dije que espero que las olvides y hay otras que no voy a decirlas, por sencillo que sea decirte que todo se va solucionar, que seré la persona que haga posible que todo esto sea más fácil—. Sé que si mantengo el patrón de vida de los últimos siete años, quizá si dejo de ver a ciertas personas y acabo con mis excursiones por los territorios de repudiados, si me encierro otra vez en los talleres, saltaría hacia atrás para evitar caer en este abismo que se está abriendo bajo mis pies y me invita a caer. —Te puedo mentir y hacer promesas que no se van a cumplir, pero no tengo la disculpa de haberme bajado una botella de vodka— bufo. Estoy con los brazos a punto de cruzarlos sobre mi pecho para demostrar mi enfado, pero no es lo que quiero hacer. Me acomodo sobre mi costado para acercarme a su espalda y me tomo el atrevimiento de pasar mi brazo por su cintura para colocar una mano sobre su pecho, a pesar del evidente rechazo a mi contacto. —Dijiste que puedo tenerte, que serías mío si quiero tomarte— murmuro contra su hombro. —También puedes tenerme si así lo quieres. Si no debemos, es un tema del que ya hablamos…—. Algo que esperaré a que se resuelva de alguna manera. Yo no detendré esto por mi propia voluntad, que sean todas las circunstancias que invocamos las que se tomen forma y nos demuestren por qué no se deben juntar dos opuestos. —Cuando dije que podíamos tenernos solo un rato, es porque nadie puede tener a nadie. No puedes aferrarte lo suficientemente fuerte a una persona y creer que eso es algo que puedas mantener en el tiempo—. No es una promesa que se pueda hacer. —Puedo tenerte un rato, pero no eres mío en verdad. Eres quien eres, haces lo que haces, compartirás conmigo algunas cosas y discutiremos otras. Yo no seré tuya, hay cuestiones que tengo que resolver por mi cuenta. Y no podemos asegurar cuánto tiempo será así, son decisiones que van una a la vez—. Me muevo para poder mirar su rostro desde arriba, no lo suelto aún. —No te duermas dándome la espalda, ¿por favor?
Corro la sábana de mi lado y me cubro las piernas al recargar mi espalda contra el respaldo, hablo lo suficientemente alto como para hacerle imposible que logre conciliar el sueño. —¿Crees que estás siendo honesto?— lo increpo. —No, porque mañana tendrás la excusa de decir que bebiste o que no lo recuerdas por culpa del alcohol. Dices todo lo que dices porque tienes una excusa que te hace más valiente. Yo sí lo recordaré mañana,— y está atentando al orden que empezaba a dar a mis pensamientos. —Hay cosas que dije que espero que las olvides y hay otras que no voy a decirlas, por sencillo que sea decirte que todo se va solucionar, que seré la persona que haga posible que todo esto sea más fácil—. Sé que si mantengo el patrón de vida de los últimos siete años, quizá si dejo de ver a ciertas personas y acabo con mis excursiones por los territorios de repudiados, si me encierro otra vez en los talleres, saltaría hacia atrás para evitar caer en este abismo que se está abriendo bajo mis pies y me invita a caer. —Te puedo mentir y hacer promesas que no se van a cumplir, pero no tengo la disculpa de haberme bajado una botella de vodka— bufo. Estoy con los brazos a punto de cruzarlos sobre mi pecho para demostrar mi enfado, pero no es lo que quiero hacer. Me acomodo sobre mi costado para acercarme a su espalda y me tomo el atrevimiento de pasar mi brazo por su cintura para colocar una mano sobre su pecho, a pesar del evidente rechazo a mi contacto. —Dijiste que puedo tenerte, que serías mío si quiero tomarte— murmuro contra su hombro. —También puedes tenerme si así lo quieres. Si no debemos, es un tema del que ya hablamos…—. Algo que esperaré a que se resuelva de alguna manera. Yo no detendré esto por mi propia voluntad, que sean todas las circunstancias que invocamos las que se tomen forma y nos demuestren por qué no se deben juntar dos opuestos. —Cuando dije que podíamos tenernos solo un rato, es porque nadie puede tener a nadie. No puedes aferrarte lo suficientemente fuerte a una persona y creer que eso es algo que puedas mantener en el tiempo—. No es una promesa que se pueda hacer. —Puedo tenerte un rato, pero no eres mío en verdad. Eres quien eres, haces lo que haces, compartirás conmigo algunas cosas y discutiremos otras. Yo no seré tuya, hay cuestiones que tengo que resolver por mi cuenta. Y no podemos asegurar cuánto tiempo será así, son decisiones que van una a la vez—. Me muevo para poder mirar su rostro desde arriba, no lo suelto aún. —No te duermas dándome la espalda, ¿por favor?
Aunque no pueda verme a causa de darle la espalda, ruedo los ojos hasta ponerlos en blanco ante su reproche, porque no sé dónde fue que se cruzó la línea entre “aquí no hay nada” y “lo hay todo”, donde podemos decir que esto tuvo un verdadero punto de inicio. La oigo caminar y desvestirse y le lanzo una rápida mirada sobre el hombro ¿Y de verdad estamos haciendo esto? ¿De verdad está amagando a irse a dormir al sofá, como si fuésemos un viejo matrimonio? — Jamás dije que te vayas al sillón. Esta es tu cama, si alguien debería moverse, soy yo — es obvio que tampoco tenía esas intenciones, pero si me quiere lejos, no podré hacer otra cosa que concederle ese deseo por el simple factor de que ella es quien manda en este lugar, su territorio, en el cual ya me tomé demasiadas libertades.
Que se mueva a mi lado y ocupe su lugar hace que me encoja un poco más, como si de esa manera pudiese fingir que estoy durmiendo a pesar de que estoy más que seguro de que ella sabe que la escucho. Incluso le respondo con un bufidito que choca contra la almohada y frunzo el rostro en una expresión algo desdeñosa, tomando cada uno de sus golpes y mordiéndome la lengua para no reprocharle punto a punto por el simple hecho de ganar la discusión que no pensaba iniciar, sino más bien quería evitar. Pues bien, si ella se ha tomado mi postura como una invitación a una pelea, es su problema — Recordaré todo esto en la mañana, pero tendré en cuenta no volver a beber si te molesta que lo haga y se me suelte la lengua. Sé que lo digo con un dejo de alcohol en la cabeza, pero también sé que lo pienso todos los días — no literal, espero que eso se entienda, pero creo que comprende mi punto. Me encantaría mandarla a la mierda, levantarme de la cama y resignarme a un lugar en el sillón, pero la siento moverse y me congelo en las sábanas, volviendo a abrir los ojos ante el semi abrazo que me aprieta contra su torso. Abro la boca, pero tardo un momento en susurrar — Claro que quiero — creí que ese era el problema, que había quedado claro. Desear tenerla es lo que me tiene en su cama, incómodo con la ropa del trabajo y aún así, recostado entre sus mantas. Aprieto los labios y la mandíbula, consciente de que ella sabe que tiene toda mi atención, sintiendo un golpeteo pesado en el pecho con cada una de las cosas que suelta. Es su petición final la que me hace mover los ojos hasta verla de soslayo, buscando el contorno de su rostro en la poca distancia. La mezcla de sentimientos que poseo debería ser ilegal, considerando que pasan del enojo al cansancio a la resignación y al innombrable cariño. Dejo que el silencio sea mi aliado una vez más, hasta que decido dar mi veredicto.
Me muevo con la lentitud que roza las sábanas y consigo que mi torso apunte hacia arriba, enfrentándome a ella — No pretendo tenerte para siempre, no tienes que tomar mis palabras como si te hubiese pedido formar una familia o comprar una casa. Quienes somos condiciona este juego — intento hablar lo más pausado posible, usando un tono conciliador que busca apuntar a una paz que sé que podemos encontrar, la hemos tocado en alguna ocasión. Aún así, trago saliva y puedo apostar a que mi voz sale ronca — No quería quererte. Si lo dije por beber una botella de vodka o porque no quiero mentir a ninguno de los dos, eso no importa. Solo que a veces... — ladeo un poco la cabeza, como si tener la vista en el techo me ayudase a pensar mejor — Me cuesta seguirte, no nos manejamos en la misma sintonía. No sé hasta qué punto esto es recíproco y tampoco pienso dar pasos hacia ti que tú no quieres dar. Jamás he hecho esto con nadie, no le doy ese tiempo a las mujeres con las que salgo. Es mucho más sencillo — Audrey no cuenta, era demasiado joven y estoy seguro de que enamorarme a los diecinueve años será muy diferente a cualquier tipo de relación que pueda formar a lo largo de mi vida. Decirlo me delata a mí mismo lo que puedo ir formulando de a poco: que no me haga perder el tiempo, que no me tenga en vilo con lo que puedo o no puedo hacer con ella. Tal vez estúpidamente, estoy haciendo una excepción a mis propias reglas — ¿De verdad estamos en el punto donde discutimos en la cama? — se me escapa sin pensarlo y me encuentro reprimiendo la risa, a pesar de que mis labios se curvan. Sacudo la cabeza como si eso me ayudase a aclarar el panorama y me muevo, eliminando los últimos rastros de decoro al decidirme por la familiar comodidad de todos los días. Me toma unos momentos bajo la sábana, pero patear el pantalón y la camisa hasta sentir que caen al suelo es lo que indica que los chistes domésticos pueden regresar. Para cuando me asomo por encima de las mantas, las levanto un poco para que sea capaz de ver que aún llevo ropa interior — No me he desnudado, tranquila. Solo no quería botones que se me claven a lo largo de la noche — aclaro. Doy por finalizados mis ánimos de pelear al acomodarme panza arriba, manteniéndole la mirada hasta que, sin más, estiro mi brazo hacia un lado, invitándola a recostarse en él — Si tú lo quieres, quiero esto contigo, Scott. Hasta que perdamos la cabeza por ello — la suave sonrisa torcida indica una broma que los dos sabemos que tiene su punto verídico. Pero podemos seguir robando tiempo y planeo hacerlo sin un ápice de culpa. Si vamos a condenarnos, planeo disfrutar el camino.
Que se mueva a mi lado y ocupe su lugar hace que me encoja un poco más, como si de esa manera pudiese fingir que estoy durmiendo a pesar de que estoy más que seguro de que ella sabe que la escucho. Incluso le respondo con un bufidito que choca contra la almohada y frunzo el rostro en una expresión algo desdeñosa, tomando cada uno de sus golpes y mordiéndome la lengua para no reprocharle punto a punto por el simple hecho de ganar la discusión que no pensaba iniciar, sino más bien quería evitar. Pues bien, si ella se ha tomado mi postura como una invitación a una pelea, es su problema — Recordaré todo esto en la mañana, pero tendré en cuenta no volver a beber si te molesta que lo haga y se me suelte la lengua. Sé que lo digo con un dejo de alcohol en la cabeza, pero también sé que lo pienso todos los días — no literal, espero que eso se entienda, pero creo que comprende mi punto. Me encantaría mandarla a la mierda, levantarme de la cama y resignarme a un lugar en el sillón, pero la siento moverse y me congelo en las sábanas, volviendo a abrir los ojos ante el semi abrazo que me aprieta contra su torso. Abro la boca, pero tardo un momento en susurrar — Claro que quiero — creí que ese era el problema, que había quedado claro. Desear tenerla es lo que me tiene en su cama, incómodo con la ropa del trabajo y aún así, recostado entre sus mantas. Aprieto los labios y la mandíbula, consciente de que ella sabe que tiene toda mi atención, sintiendo un golpeteo pesado en el pecho con cada una de las cosas que suelta. Es su petición final la que me hace mover los ojos hasta verla de soslayo, buscando el contorno de su rostro en la poca distancia. La mezcla de sentimientos que poseo debería ser ilegal, considerando que pasan del enojo al cansancio a la resignación y al innombrable cariño. Dejo que el silencio sea mi aliado una vez más, hasta que decido dar mi veredicto.
Me muevo con la lentitud que roza las sábanas y consigo que mi torso apunte hacia arriba, enfrentándome a ella — No pretendo tenerte para siempre, no tienes que tomar mis palabras como si te hubiese pedido formar una familia o comprar una casa. Quienes somos condiciona este juego — intento hablar lo más pausado posible, usando un tono conciliador que busca apuntar a una paz que sé que podemos encontrar, la hemos tocado en alguna ocasión. Aún así, trago saliva y puedo apostar a que mi voz sale ronca — No quería quererte. Si lo dije por beber una botella de vodka o porque no quiero mentir a ninguno de los dos, eso no importa. Solo que a veces... — ladeo un poco la cabeza, como si tener la vista en el techo me ayudase a pensar mejor — Me cuesta seguirte, no nos manejamos en la misma sintonía. No sé hasta qué punto esto es recíproco y tampoco pienso dar pasos hacia ti que tú no quieres dar. Jamás he hecho esto con nadie, no le doy ese tiempo a las mujeres con las que salgo. Es mucho más sencillo — Audrey no cuenta, era demasiado joven y estoy seguro de que enamorarme a los diecinueve años será muy diferente a cualquier tipo de relación que pueda formar a lo largo de mi vida. Decirlo me delata a mí mismo lo que puedo ir formulando de a poco: que no me haga perder el tiempo, que no me tenga en vilo con lo que puedo o no puedo hacer con ella. Tal vez estúpidamente, estoy haciendo una excepción a mis propias reglas — ¿De verdad estamos en el punto donde discutimos en la cama? — se me escapa sin pensarlo y me encuentro reprimiendo la risa, a pesar de que mis labios se curvan. Sacudo la cabeza como si eso me ayudase a aclarar el panorama y me muevo, eliminando los últimos rastros de decoro al decidirme por la familiar comodidad de todos los días. Me toma unos momentos bajo la sábana, pero patear el pantalón y la camisa hasta sentir que caen al suelo es lo que indica que los chistes domésticos pueden regresar. Para cuando me asomo por encima de las mantas, las levanto un poco para que sea capaz de ver que aún llevo ropa interior — No me he desnudado, tranquila. Solo no quería botones que se me claven a lo largo de la noche — aclaro. Doy por finalizados mis ánimos de pelear al acomodarme panza arriba, manteniéndole la mirada hasta que, sin más, estiro mi brazo hacia un lado, invitándola a recostarse en él — Si tú lo quieres, quiero esto contigo, Scott. Hasta que perdamos la cabeza por ello — la suave sonrisa torcida indica una broma que los dos sabemos que tiene su punto verídico. Pero podemos seguir robando tiempo y planeo hacerlo sin un ápice de culpa. Si vamos a condenarnos, planeo disfrutar el camino.
—¿Lo haces?— pregunto, cedo un espacio a la duda dentro de mi enfado que lo sentencia para que pueda decirme lo que sea que invalide mi réplica. Estoy esperando a que lo haga o que no diga nada en absoluto, porque esta vez no tiene sentido que busque contradecirme por el gusto de hacerlo. —¿Lo que dices es algo que podrías mantener sobrio y fuera de estas paredes?— lo reto a que me diga que sí, no pretendo una demostración de nada, solo quiero que podamos ser honestos. —El problema con las personas que son buenas con las palabras, es que las dicen tan fácil— suelto con una mueca de dolor que no puede ver. Estrecho mi agarre presionándome contra su espalda, escondo mi rostro en las arrugas de su camisa. —Y contigo temo que al día siguiente retires todo lo que digas, te recompongas y te reacomodes el traje como si nada— murmuro. Escucharlo susurrar lo que no esperaba que fuera una respuesta, provoca un estremecimiento en todo mi cuerpo, y sé que no podré soltarlo, no esta noche, no sé si podré en los días que sigan a este. No creo en lo eterno, pero me entrego a una voluntad que esté por encima de la mía para que decida sobre el final de esto.
Coloco mis manos a los lados de su torso para que mi mirada quede por encima de su rostro, con un espacio entre nosotros así puede hablar. —No estamos hechos para esos planes— digo dándole la razón, no distingo entre las razones que nos hacen incompatibles por tener posturas distintas o los motivos personales que pueda tener cada uno para evitar un vínculo que nos una a largo plazo. Se me forma un nudo en la garganta al escuchar su intento de conciliación, y fracaso en intentar que mi rostro no demuestre lo que me afecta oírle decir que no quería quererme, libero la angustia que me embarga por lo difícil que es darnos a entender, lo confuso que es para mí también saber qué pasos dar, me moví de la línea de lo seguro y esto me arrastra a lugares en los que nunca pensé estar. No con él, ni con nadie. Y tenía que ser con él… —No esperes que sepa cómo actuar o que me entregue a esto con los ojos cerrados, con cada movimiento que haces estás poniendo en jaque todo lo que conocía y en lo que me sostenía, no puedo hacerlo a un lado de un día para el otro. Es igual para ti, ¿no?— trato de esbozar una sonrisa por frágil que se vea. —Pero estoy cediendo a tus ritos domésticos. Comienzo a confiar en ti de un modo que nada tiene que ver con lo que ocurre fuera, dejo que te acerques y te hago un lugar en mí…— susurro.
Su mueca de sonrisa hace que me relaje. —Sí, ahora también peleamos en la cama. Así de domésticos nos volvimos— me hago a un lado para que pueda moverse entre las sábanas. —Eso sí, ninguno de los dos se irá al sillón o de esta casa si eso pasa. Si te peleas conmigo en la cama, lo resuelves aquí también— le advierto con un dejo de humor. No es como si tuviéramos el tiempo como para morder el resentimiento unos días, ese lujo lo tendrán otros. Nosotros no. Queda aferrarme a las horas que nos da esta noche, y por eso no dudo en ir hacia él cuando tiende su brazo para hacerme saber que puedo volver a recostarme contra su piel. Me dirijo de lleno a su boca para besarlo, abusando de su gesto de reconciliación. Atrapo sus piernas con las mías, mis manos pasan de largo por su pecho y lo sostienen por su mandíbula para poder ahondar en el beso. Sonrío sobre su mirada al soltarlo y buscar una bocanada de aire. —Quiero esto— contesto. — Quiero esto a pesar de quienes somos. De la manera en que sea, el tiempo que sea.
Coloco mis manos a los lados de su torso para que mi mirada quede por encima de su rostro, con un espacio entre nosotros así puede hablar. —No estamos hechos para esos planes— digo dándole la razón, no distingo entre las razones que nos hacen incompatibles por tener posturas distintas o los motivos personales que pueda tener cada uno para evitar un vínculo que nos una a largo plazo. Se me forma un nudo en la garganta al escuchar su intento de conciliación, y fracaso en intentar que mi rostro no demuestre lo que me afecta oírle decir que no quería quererme, libero la angustia que me embarga por lo difícil que es darnos a entender, lo confuso que es para mí también saber qué pasos dar, me moví de la línea de lo seguro y esto me arrastra a lugares en los que nunca pensé estar. No con él, ni con nadie. Y tenía que ser con él… —No esperes que sepa cómo actuar o que me entregue a esto con los ojos cerrados, con cada movimiento que haces estás poniendo en jaque todo lo que conocía y en lo que me sostenía, no puedo hacerlo a un lado de un día para el otro. Es igual para ti, ¿no?— trato de esbozar una sonrisa por frágil que se vea. —Pero estoy cediendo a tus ritos domésticos. Comienzo a confiar en ti de un modo que nada tiene que ver con lo que ocurre fuera, dejo que te acerques y te hago un lugar en mí…— susurro.
Su mueca de sonrisa hace que me relaje. —Sí, ahora también peleamos en la cama. Así de domésticos nos volvimos— me hago a un lado para que pueda moverse entre las sábanas. —Eso sí, ninguno de los dos se irá al sillón o de esta casa si eso pasa. Si te peleas conmigo en la cama, lo resuelves aquí también— le advierto con un dejo de humor. No es como si tuviéramos el tiempo como para morder el resentimiento unos días, ese lujo lo tendrán otros. Nosotros no. Queda aferrarme a las horas que nos da esta noche, y por eso no dudo en ir hacia él cuando tiende su brazo para hacerme saber que puedo volver a recostarme contra su piel. Me dirijo de lleno a su boca para besarlo, abusando de su gesto de reconciliación. Atrapo sus piernas con las mías, mis manos pasan de largo por su pecho y lo sostienen por su mandíbula para poder ahondar en el beso. Sonrío sobre su mirada al soltarlo y buscar una bocanada de aire. —Quiero esto— contesto. — Quiero esto a pesar de quienes somos. De la manera en que sea, el tiempo que sea.
No respondo, me sostengo de la seguridad que me da el silencio por unos momentos. Comprendo el miedo que le invade, he sido esa persona durante mucho tiempo; se me da bien hablar, la gente solo me escucha y yo no tengo que hacer más que poner un punto final para que las cosas se terminen y vuelvan a cambiar. Con ella funciono diferente, al menos en el último tiempo. Me siento cómodo fuera del traje, no quiero sacudir lo que lleva consigo. Y no, los dos sabemos que no estamos hechos para esto, le indico que compartimos la inexperiencia con un movimiento de la cabeza que le concede la razón e intento regresar una sonrisa que no siento — ¿Es tan malo? — pregunto y es irónico que sea yo quien haga esa inquisición al aire, en parte también para mí mismo — Los dos estamos probando algo nuevo, los dos le hacemos lugar a regañadientes. Tal vez es cuestión de pensar menos y actuar más — quizá, así los dolores de cabeza se terminen de una buena vez. Ella también tiene un lugar en mí, uno que no sabía ni que existía ni que tenía que ser ocupado. Eso es otra cosa que me guardo para mí esta noche.
— Dicen que las reconciliaciones en la cama son las mejores — muevo mis cejas en un intento de picardía que tantea el nivel de tolerancia y siento que estoy un poco más a salvo. Puedo empujar la molestia a un lado, sentirme seguro en el modo en el cual ella toma ventaja de mi permiso para besarme y mi boca devuelve el gesto necesitado hacia la suya. No, no me habría esperado en un millón de años el sonreír sobre ella, en respuesta a unas palabras nuevas que invaden el espacio reducido de la cama y me hacen pasar las manos por sus brazos en una caricia que llega a su cintura. La diestra pronto se eleva y aparta algunos mechones de su pelo, ese que cae hacia delante y sobre mí, para poder verla mejor — Parece que tenemos un nuevo trato, entonces — murmuro. Mi pulgar barre su mejilla y me estiro para poder tomar su boca un momento más, hasta que dejo caer la cabeza sobre la almohada en señal de rendición. La caricia se detiene en el contorno de su mandíbula, entornando los ojos al decidir responder su antigua duda — Voy a mantener esto fuera de estas paredes, cuando esté sobrio, porque sé qué es lo que quiero. Tengo la suerte de haber sido siempre bastante decidido — ruedo los ojos con la gracia de quien se quiere dar falsos aires y pico sus labios con mi pulgar — ¿Y sabes qué, Scott? No me importa ni un poco lo que puedan decir. Eres tan fastidiosa y metida que hasta te tomas la molestia de hacerme sentir bien y eso no me lo voy a perder, por el tiempo que dure — tomar los insultos sin intención es burlarme de nosotros, de lo que fuimos construyendo para terminar así, en medio de una cama donde lo familiar fue desplazado a un lado. Se siente como cerrar un pacto, lejos de las oficinas del primero, donde el escenario es meramente nuestro. Y me gusta, me genera algo diferente y desconocido y, con horror, puedo ver que es honesto. No pretendo vestirme y huir, no quiero, no esta vez.
Es por eso que mis dedos descansan sobre su cintura y los contrarios caen sobre mi pecho, haciendo que dé algunos golpeteos contra mi propia piel y mueva el rostro al techo. Muevo la boca y frunzo el ceño como si esperase que ocurra algo, chequeando apenas la habitación solamente con la mirada — Ahora es cuando la continuidad del espacio-tiempo estalla y el orden de las cosas debe ser restaurado — bromeo en un susurro confidencial que se rompe en una risa. Eso es todo y es completamente nuestro.
— Dicen que las reconciliaciones en la cama son las mejores — muevo mis cejas en un intento de picardía que tantea el nivel de tolerancia y siento que estoy un poco más a salvo. Puedo empujar la molestia a un lado, sentirme seguro en el modo en el cual ella toma ventaja de mi permiso para besarme y mi boca devuelve el gesto necesitado hacia la suya. No, no me habría esperado en un millón de años el sonreír sobre ella, en respuesta a unas palabras nuevas que invaden el espacio reducido de la cama y me hacen pasar las manos por sus brazos en una caricia que llega a su cintura. La diestra pronto se eleva y aparta algunos mechones de su pelo, ese que cae hacia delante y sobre mí, para poder verla mejor — Parece que tenemos un nuevo trato, entonces — murmuro. Mi pulgar barre su mejilla y me estiro para poder tomar su boca un momento más, hasta que dejo caer la cabeza sobre la almohada en señal de rendición. La caricia se detiene en el contorno de su mandíbula, entornando los ojos al decidir responder su antigua duda — Voy a mantener esto fuera de estas paredes, cuando esté sobrio, porque sé qué es lo que quiero. Tengo la suerte de haber sido siempre bastante decidido — ruedo los ojos con la gracia de quien se quiere dar falsos aires y pico sus labios con mi pulgar — ¿Y sabes qué, Scott? No me importa ni un poco lo que puedan decir. Eres tan fastidiosa y metida que hasta te tomas la molestia de hacerme sentir bien y eso no me lo voy a perder, por el tiempo que dure — tomar los insultos sin intención es burlarme de nosotros, de lo que fuimos construyendo para terminar así, en medio de una cama donde lo familiar fue desplazado a un lado. Se siente como cerrar un pacto, lejos de las oficinas del primero, donde el escenario es meramente nuestro. Y me gusta, me genera algo diferente y desconocido y, con horror, puedo ver que es honesto. No pretendo vestirme y huir, no quiero, no esta vez.
Es por eso que mis dedos descansan sobre su cintura y los contrarios caen sobre mi pecho, haciendo que dé algunos golpeteos contra mi propia piel y mueva el rostro al techo. Muevo la boca y frunzo el ceño como si esperase que ocurra algo, chequeando apenas la habitación solamente con la mirada — Ahora es cuando la continuidad del espacio-tiempo estalla y el orden de las cosas debe ser restaurado — bromeo en un susurro confidencial que se rompe en una risa. Eso es todo y es completamente nuestro.
—Eso dicen de las reconciliaciones, ¿quieres comprobarlo?— pregunto con una expresión traviesa que se asemeja a la suya, mi boca se ensancha en una sonrisa que puede percibirse en el beso que me tiene demorada en sus labios. —Las cama no deberían ser para pensar, sino para actuar— bromeo dando otro sentido a sus palabras anteriores. Mantengo mis dedos en la línea de su mandíbula como el límite del que no puedo pasar, suspiro al sentir el roce de sus palmas por mis brazos que se erizan a su contacto y soy consciente de la piel expuesta que ha quedado al desvestirnos. Mi pecho se mueve con las pausas de mi respiración y tomo aire por mis labios entreabiertos, inclinándome hacia su mano que retira parte de mi cabello. Redescubro sus rasgos en la penumbra de la habitación, puedo marcar donde las sombras se acentúan y sus ojos son el único destello de claridad. —Así parece— contesto, y lo que no sé es cuánto va a durarnos este nuevo trato, las reglas se definen con cada partida y tengo unos pendientes que resolver para saber en qué posición me encuentro.
Sujeto su boca otra vez como si fuera una inhalación de aire, lo busco cuando se aparta al cabo de unos segundos. Detengo el movimiento de inclinarme hacia él al sorprenderme de que traiga a colación lo que creí que no respondería y que por su silencio daba por sentado que quedaba fuera de la discusión por esta noche. Noto que obtengo más que una confirmación de que en cualquier sitio seguiría deseando esto. No puedo retractarme en lo que quedaba implícito en mi petición, de lo que él se hizo cargo, el asumir esto a pesar de nosotros mismos y también de otros. Me recorre el pánico otra vez, pero tengo sus dedos sosteniéndome por la cintura y no importa lo rápido que todo este girando para mí, si el vértigo me hace caer será sobre su cuerpo. Puedo retraerme un par de pasos cada tanto, asustada por esto y para convencerme de que todavía puedo volver al terreno de lo seguro y lo conocido si esto termina de improviso de una mala manera. Lo que me incita hacia adelante otra vez es saber que, como sea, no hay manera de volver a lo que fue quedando atrás. —Puede que esté sucediendo en este mismo momento, algo en alguna parte del universo acaba de colapsar por nuestra culpa— me sonrío, bajo mi rostro para respirar en su cuello y mis manos se van deslizando por su piel. —Aquí estamos, provocando un pequeño caos— susurro.
Sujeto su boca otra vez como si fuera una inhalación de aire, lo busco cuando se aparta al cabo de unos segundos. Detengo el movimiento de inclinarme hacia él al sorprenderme de que traiga a colación lo que creí que no respondería y que por su silencio daba por sentado que quedaba fuera de la discusión por esta noche. Noto que obtengo más que una confirmación de que en cualquier sitio seguiría deseando esto. No puedo retractarme en lo que quedaba implícito en mi petición, de lo que él se hizo cargo, el asumir esto a pesar de nosotros mismos y también de otros. Me recorre el pánico otra vez, pero tengo sus dedos sosteniéndome por la cintura y no importa lo rápido que todo este girando para mí, si el vértigo me hace caer será sobre su cuerpo. Puedo retraerme un par de pasos cada tanto, asustada por esto y para convencerme de que todavía puedo volver al terreno de lo seguro y lo conocido si esto termina de improviso de una mala manera. Lo que me incita hacia adelante otra vez es saber que, como sea, no hay manera de volver a lo que fue quedando atrás. —Puede que esté sucediendo en este mismo momento, algo en alguna parte del universo acaba de colapsar por nuestra culpa— me sonrío, bajo mi rostro para respirar en su cuello y mis manos se van deslizando por su piel. —Aquí estamos, provocando un pequeño caos— susurro.
— ¿Debería tomar eso como una propuesta indecente? — es una broma susurrante, pero que toma parte de la intimidad creada por nosotros mismos para hacerse un espacio en el aire. Coincide con nuestro pacto, es la firma que necesitaba para saber que no puedo retractarme de absolutamente nada y sé que, en el fondo, tampoco estaba pensando en hacerlo. Lo sé porque me pierdo en sus caricias y en la cercanía que me regala en respuesta a mis palabras, arrebatándome la sonrisa ante la imagen poco probable de alguna parte del universo estallando en un colapso que no hemos podido prever ni que tampoco buscamos evitar. Mis ojos se cierran en respuesta a sus caricias y acomodo mis brazos a su alrededor, pasando un ligero masaje entre su pelo a la altura de su nuca — Provocar un caos contigo es todo un honor — murmuro con la sonrisa acentuando el tono de mi voz. Se siente lo suficientemente bien como para hundir mi cabeza contra su cabello y buscarla como si fuese la posición más cómoda para conciliar el sueño. La estrecho contra mí, seguro de que puede sentir mis latidos cerca de sus manos, que mi respiración barre sus mechones con cada inhalación. Por extraño que parezca, me descubro donde deseo estar, en una porción de un colchón que es demasiado pequeño como para que yo pueda sentirlo como todo un mundo. Tras un momento de silencio, me oigo desear un buenas noches algo quedo, sellando la paz que no sé cuánto piensa durar. Solo reconozco cierta plenitud hasta que me rindo ante ella y la vulnerabilidad de dormir en un abrazo genuino.
Mis ojos se abren antes de cualquier alarma y me encuentran como me recuerdo, un poco más ladeado hacia el costado tal vez, y estoy seguro de que mis piernas se han estirado hasta interrumpir en el espacio personal de la mujer que duerme conmigo. No tengo que repasar los hechos de la noche anterior, porque en cuanto la consciencia va regresando a mí con cada uno de mis parpadeos, la memoria se burla de mí mismo. Me muevo con el cuidado de quien busca evitar ser un fastidio y con apenas un toque en su pómulo, doy por sentado que sigue durmiendo. Me deslizo fuera del abrazo lentamente, dejando que su cuerpo se acople al colchón en el sitio donde antes me encontraba, hasta poder sentarme y buscar mi pantalón. La tablet me indica que mi horario de gracia se ha terminado, que la rutina me llama y hay cosas que tengo que solucionar. Vestirme es más sencillo de lo que pensé que sería, estirar el saco sin arrugas me hace sonreír para mí mismo. Para cuando me pongo los zapatos y acomodo uno de los gemelos del mi saco, me recuerdo a mí mismo los cabos pendientes de anoche. Hay cierta sensación de culpa cuando me enderezo en dirección a la cocina.
El aroma a café me invade mientras me mantengo con los brazos cruzados apoyado en la mesada, con los ojos fijos en el anillo que hemos dejado olvidado y que no se movió del mueble donde terminó al provocar un pequeño desastre. Lo tomo con cuidado y chequeo una vez más las iniciales que condenan mi situación, como si fuese una enorme burla. Agradezco que la casa no es muy grande, asomarme por el pasillo me basta para chequear que Lara sigue durmiendo y mordisqueo mis labios en señal de meditación. Sé lo que tengo que hacer y sé lo que dirá al respecto, pero no tengo más opción. En instantes, me encuentro apoyándome en la cama para poder asomarme por encima de su hombro y besar detrás de su oreja — Debo entrar temprano al trabajo, así que te dejo el desayuno listo — es un anuncio demasiado matutino, demasiado hogareño, tanto que se siente fuera de lugar. Ni siquiera recuerdo haberlo dicho alguna vez en mi vida, pero sé que anoche se rompieron varias normas. Con un rápido beso en su mejilla, me alejo para salir de la habitación. No es hasta que estoy fuera del departamento y camino por la calle que abro el puño, donde el anillo que me he quedado reposa como una ligera traición. Me desaparezco, a sabiendas de a quién debo llamar para que se mueva en el norte, porque Lara ha dicho algunas cosas fuera de su voluntad: estamos buscando a un chico que cuida de otros, que no está solo y, que sobre todas las cosas, ha vendido este anillo a cambio de comida. Y sé que eso es suficiente para mí.
Mis ojos se abren antes de cualquier alarma y me encuentran como me recuerdo, un poco más ladeado hacia el costado tal vez, y estoy seguro de que mis piernas se han estirado hasta interrumpir en el espacio personal de la mujer que duerme conmigo. No tengo que repasar los hechos de la noche anterior, porque en cuanto la consciencia va regresando a mí con cada uno de mis parpadeos, la memoria se burla de mí mismo. Me muevo con el cuidado de quien busca evitar ser un fastidio y con apenas un toque en su pómulo, doy por sentado que sigue durmiendo. Me deslizo fuera del abrazo lentamente, dejando que su cuerpo se acople al colchón en el sitio donde antes me encontraba, hasta poder sentarme y buscar mi pantalón. La tablet me indica que mi horario de gracia se ha terminado, que la rutina me llama y hay cosas que tengo que solucionar. Vestirme es más sencillo de lo que pensé que sería, estirar el saco sin arrugas me hace sonreír para mí mismo. Para cuando me pongo los zapatos y acomodo uno de los gemelos del mi saco, me recuerdo a mí mismo los cabos pendientes de anoche. Hay cierta sensación de culpa cuando me enderezo en dirección a la cocina.
El aroma a café me invade mientras me mantengo con los brazos cruzados apoyado en la mesada, con los ojos fijos en el anillo que hemos dejado olvidado y que no se movió del mueble donde terminó al provocar un pequeño desastre. Lo tomo con cuidado y chequeo una vez más las iniciales que condenan mi situación, como si fuese una enorme burla. Agradezco que la casa no es muy grande, asomarme por el pasillo me basta para chequear que Lara sigue durmiendo y mordisqueo mis labios en señal de meditación. Sé lo que tengo que hacer y sé lo que dirá al respecto, pero no tengo más opción. En instantes, me encuentro apoyándome en la cama para poder asomarme por encima de su hombro y besar detrás de su oreja — Debo entrar temprano al trabajo, así que te dejo el desayuno listo — es un anuncio demasiado matutino, demasiado hogareño, tanto que se siente fuera de lugar. Ni siquiera recuerdo haberlo dicho alguna vez en mi vida, pero sé que anoche se rompieron varias normas. Con un rápido beso en su mejilla, me alejo para salir de la habitación. No es hasta que estoy fuera del departamento y camino por la calle que abro el puño, donde el anillo que me he quedado reposa como una ligera traición. Me desaparezco, a sabiendas de a quién debo llamar para que se mueva en el norte, porque Lara ha dicho algunas cosas fuera de su voluntad: estamos buscando a un chico que cuida de otros, que no está solo y, que sobre todas las cosas, ha vendido este anillo a cambio de comida. Y sé que eso es suficiente para mí.
—Si quieres tomarlo como una propuesta, puede que lo sea…— murmuro en respuesta, nuestras manos moviéndose en el otro con algo más parecido a la ternura que al deseo, presente la misma ansiedad de sentirnos que me hace estrechar el abrazo para esconderme en el calor que emana de su pecho, relajándome con sus caricias y pensando en cómo logramos apaciguar lo que elegimos llamar como un poco de caos. Se duerme cuando el sueño todavía me resulta esquivo, estoy pendiente de sus respiraciones y en como su agarre otorga un nuevo tipo de comodidad a una cama que creía conocer demasiado bien. Extiendo todo lo largo de mi cuerpo enredando mis piernas entre las suyas, y no hay manera de que logre abarcarlo entero, me acurruco con un suspiro sobre su pecho. Uno a uno, se van apagando mis pensamientos, los que me perturbaron en los días pasados y los que me previenen de todo lo que puede venir. Los latidos de su corazón bajo mi oído marcan el ritmo que me induce al sueño, todas las imágenes que elabora mi mente son apacibles y me siento descansada cuando mis ojos se vuelven a abrir por el movimiento en el lado opuesto de la cama, lo veo incorporarse y finjo que sigo dormida dándome la vuelta para quedar de espalda a la puerta por la que sale, mientras mi memoria al despertar acomoda cada cosa dicha en la noche. Necesitaré de cada una de esas palabras para saber interpretar su regreso, para contestar a su saludo con una sonrisa adormecida y relajarme al roce de un beso rápido en mi mejilla, para no tomarlo como un error y en cambio como algo nuevo entre los dos, que estamos en la tarea de entender cómo funciona, si puede funcionar para nosotros.
Si hay algo que marca la diferencia de nuestra despedida de otras con el mismo tinte hogareño, es la falta del anillo en la mesada. Mi mirada está puesta en el sitio vacío que quedó mientras bebo lentamente del café tibio. No era mío para empezar, no pensaba guardármelo. Ese maldito anillo era como una sombra en mi casa, una criatura que silenciosamente tomaba forma y fuerza para perturbar a su portador, tal vez un efecto reservado a quienes no debían tenerlo. Elegí dárselo, que fuera quien se lo llevara, cuando lo coloque en su palma. La confirmación de la muerte de Coco para compensar el que no le trajera al chico, porque no pensaba hacerlo. Me esperaba que se llevara el anillo entonces, que su decepción lo hiciera marcharse. Pese a todas las cosas que sucedieron a partir de ese momento, el que recogiera el anillo esta mañana y se lo llevara, no puedo decir que me sorprenda. No colaboraré con su búsqueda, creo que ha entendido ese punto, pero no cambia el hecho de que él tenga que seguirla. El café me sabe más amargo de lo habitual, y sé que esa sensación en mi garganta acompañada de una opresión en mi pecho, se presentará en más de una ocasión. Y que a pesar de ello, del desastre que somos para la conciencia del otro, posiblemente nunca hemos experimentado con nadie más lo que nos provoca estar cerca y encajamos de una manera en la que todos los errores se sienten bien. No importa lo que lleguemos a ser para el otro, el tiempo que pueda durar. Esto nos sacudió lo suficiente como para quede en nuestra memoria lo que se siente enloquecer, perder voluntad y juicio por algo más fuerte, por alguien que no deberíamos hacernos sentir así, y entonces si algún día caemos en la apatía del mundo, tener algo que evocar para saber lo que se siente estar vivo, que alguien puede rozar nuestra piel y encender el alma. No se puede escapar de eso, no hay Norte que valga.
Si hay algo que marca la diferencia de nuestra despedida de otras con el mismo tinte hogareño, es la falta del anillo en la mesada. Mi mirada está puesta en el sitio vacío que quedó mientras bebo lentamente del café tibio. No era mío para empezar, no pensaba guardármelo. Ese maldito anillo era como una sombra en mi casa, una criatura que silenciosamente tomaba forma y fuerza para perturbar a su portador, tal vez un efecto reservado a quienes no debían tenerlo. Elegí dárselo, que fuera quien se lo llevara, cuando lo coloque en su palma. La confirmación de la muerte de Coco para compensar el que no le trajera al chico, porque no pensaba hacerlo. Me esperaba que se llevara el anillo entonces, que su decepción lo hiciera marcharse. Pese a todas las cosas que sucedieron a partir de ese momento, el que recogiera el anillo esta mañana y se lo llevara, no puedo decir que me sorprenda. No colaboraré con su búsqueda, creo que ha entendido ese punto, pero no cambia el hecho de que él tenga que seguirla. El café me sabe más amargo de lo habitual, y sé que esa sensación en mi garganta acompañada de una opresión en mi pecho, se presentará en más de una ocasión. Y que a pesar de ello, del desastre que somos para la conciencia del otro, posiblemente nunca hemos experimentado con nadie más lo que nos provoca estar cerca y encajamos de una manera en la que todos los errores se sienten bien. No importa lo que lleguemos a ser para el otro, el tiempo que pueda durar. Esto nos sacudió lo suficiente como para quede en nuestra memoria lo que se siente enloquecer, perder voluntad y juicio por algo más fuerte, por alguien que no deberíamos hacernos sentir así, y entonces si algún día caemos en la apatía del mundo, tener algo que evocar para saber lo que se siente estar vivo, que alguien puede rozar nuestra piel y encender el alma. No se puede escapar de eso, no hay Norte que valga.
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