OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Estoy tan distraída que retraso mi partida del taller para poder acabar con un detalle que ha consumido dos horas de mi tiempo, cuando en días regulares no me lleva más de treinta minutos. Me deshago de la expresión abatida de mi rostro al pasar una mano sobre mis párpados cerrados, cuento hasta diez para que la frustración no se convierta en rabia inadecuada hacia otro de los mecánicos que me pregunta si me siento bien. Pierdo el sentido del orden de los números, no acabo la cuenta. Mascullo una respuesta que lo mantiene en la distancia que corresponde. Me reconozco taciturna, con mi mente atravesada por pensamientos de otros lugares y otras personas, pero nadie podría decir que me comporto diferente a otros días. Mi ensimismamiento me caracteriza, ignoro a la mayoría que se despide cuando llega la hora y simulo seguir trabajando en lo mío. Cuando abandono los guantes todavía quedan dos o tres mecánicos en el lugar, y me demoro unos minutos hasta salir al pasillo donde llamo al ascensor. Mi mirada está puesta en la puerta, así que cuando se abre choca de lleno con el rostro de Hans, pese a que hay otra cara en el reducido espacio. Que no me pregunten dentro de diez minutos, porque ni siquiera podré decir de qué color era el traje de la mujer. Entro al ascensor y me recargo en el fondo, con mis manos entrelazadas a mi espalda, ubicándome detrás de los otros dos ocupantes.
Los segundos que tarda en descender a los siguientes pisos se prolongan demasiado. La mujer baja en uno de los últimos, así que supongo que es de esas secretarias que solo vuelven a su casa a dormir y se levantan al cabo de cuatro horas para ordenar la agenda de su jefe. A su favor, diré que mi semblante se ve más cansado que el suyo. Recobro un poco de ánimo al dar un paso para quedar de pie al lado de Hans y mirarlo con una media sonrisa de lado al tiempo que la puerta se abre al vestíbulo. Tengo una sensación de deja vú que me hace preguntar: —¿Tu casa o la mía?—. Pero no tengo la menor intención de volver a poner un pie en el muelle de la Isla Ministerial esta noche, y de poder evitarlo, tampoco en otras. —Tendrá que ser la mía— tomo la decisión por los dos, no me puede discutir de que es la mejor de todas las opciones. Mis vecinos no tienen tanta fama como los suyos, así que los rumores en mi edificio no prosperarán más allá del corredor compartido y una vez que crucemos la puerta, todo el espacio se reduce a nosotros. Eso es lo que me gusta de mi casa, ese espacio es absolutamente mío, como lo son pocos sitios en NeoPanem.
Los segundos que tarda en descender a los siguientes pisos se prolongan demasiado. La mujer baja en uno de los últimos, así que supongo que es de esas secretarias que solo vuelven a su casa a dormir y se levantan al cabo de cuatro horas para ordenar la agenda de su jefe. A su favor, diré que mi semblante se ve más cansado que el suyo. Recobro un poco de ánimo al dar un paso para quedar de pie al lado de Hans y mirarlo con una media sonrisa de lado al tiempo que la puerta se abre al vestíbulo. Tengo una sensación de deja vú que me hace preguntar: —¿Tu casa o la mía?—. Pero no tengo la menor intención de volver a poner un pie en el muelle de la Isla Ministerial esta noche, y de poder evitarlo, tampoco en otras. —Tendrá que ser la mía— tomo la decisión por los dos, no me puede discutir de que es la mejor de todas las opciones. Mis vecinos no tienen tanta fama como los suyos, así que los rumores en mi edificio no prosperarán más allá del corredor compartido y una vez que crucemos la puerta, todo el espacio se reduce a nosotros. Eso es lo que me gusta de mi casa, ese espacio es absolutamente mío, como lo son pocos sitios en NeoPanem.
Bostezo y me froto los párpados, consciente de que he llegado a ese punto de la jornada en el cual es mejor para mí el dejar el trabajo de lado y retirarme a casa antes de cometer un error garrafal por culpa del sueño. Hay cosas que no podré solucionar, no ahora, como el caso de la anciana que ha denunciado al estado por no recibir emancipación por la muerte de su hijo en el campo de batalla. Triste, pero no es el único caso en las últimas semanas y siento que vamos a fundirnos antes de que termine el año. Otra de las cuestiones legales que tendré que conversar con nuestra ministra, cuando se digne a tener cinco minutos para mí. Ni siquiera me demoro en acomodar mi oficina, estoy lo suficientemente ido como para sacudir mi nueva varita un par de veces y dejar todo medianamente decente, pero no con el detalle de todas las noches. Una copa de vino es tentadora, dormir temprano para evitar pensamientos pesimistas también se alza como prioridad. Tengo una lista de pendientes que crece cada día y que pesa sobre mis hombros de forma tortuosa, lo que posiblemente hace que camine por el pasillo sin siquiera saludar a Josephine al arrastrar mis pies hasta el ascensor. El saludo a quien lo ocupa es un movimiento quedo de la cabeza y pronto estoy escondido detrás de la pequeña tablet que he estado usando en lugar del comunicador, ese que no pasé a recuperar. No hizo falta la intromisión de la persona que entra al ascensor y se lleva una rápida mirada de mi parte, antes de que finja centrarme en las pequeñas letras de la pantalla táctil. Solo es silencio.
Apenas me percato de que nos quedamos solos. No lo hago hasta que oigo su voz proveniente de una distancia menor de la que creía y ni siquiera la miro cuando me sonrío con suavidad, evitando el alzar el rostro aunque moviendo una de mis cejas — Hoy no es lunes — le recuerdo con un calmo murmullo, pasando un dedo por la pantalla, lo que elimina un mensaje que ya no tiene sentido seguir conservando. Hoy no me debe su tiempo ni sus informes. Y, aún así, camino a su lado cuando el vestíbulo se presenta frente a nosotros. No discuto ni cuando tengo el tiempo para hacerlo en el silencioso camino hasta la calle, cuando me tomo el atrevimiento de mover una mano disimulada que presiona su espalda y me basta para hacernos desaparecer. En una sacudida nos encontramos sobre el hierro que nos eleva en las escaleras que dan a su casa, justo frente a la puerta que nos resguardó en otras ocasiones, escondiendo conversaciones que nadie más debería escuchar. Puedo oír un perro ladrar en algún punto de la distancia, pero lo ignoro mientras meto el comunicador en mi bolsillo, junto con las manos — La última vez que estuve aquí, fue un día bastante complicado — le recuerdo tras barrer el espacio con la mirada hasta volver los ojos hacia ella. No hace falta que aclare de qué estoy hablando. Nuestro desayuno técnicamente feliz fue lo único bueno de una jornada que acabó con la noticia de la destrucción del catorce y la muerte de cientos de nuestros colegas. Pasaron semanas, pero sospecho que los detalles van a quedar guardados en mi memoria hasta el día de mi muerte — Espero que no tengas malas noticias o algo así, como para no hacerlo costumbre.
Ni le pido permiso cuando saco la varita para abrir la puerta y me meto en su casa con la resignación de la mente cansada. El estar en el centro de su living me permite girarme hacia ella y cruzarme de brazos, seguro de que podremos hablar sin que nadie interrumpa u opine — ¿Algún motivo de urgencia o estoy aquí por capricho personal? — con un parpadeo y una veloz sonrisa, le cedo la palabra. Ruego, de verdad, que esto no me dé otro dolor de cabeza. Tal vez debería decirle que necesito de una copa de vino.
Apenas me percato de que nos quedamos solos. No lo hago hasta que oigo su voz proveniente de una distancia menor de la que creía y ni siquiera la miro cuando me sonrío con suavidad, evitando el alzar el rostro aunque moviendo una de mis cejas — Hoy no es lunes — le recuerdo con un calmo murmullo, pasando un dedo por la pantalla, lo que elimina un mensaje que ya no tiene sentido seguir conservando. Hoy no me debe su tiempo ni sus informes. Y, aún así, camino a su lado cuando el vestíbulo se presenta frente a nosotros. No discuto ni cuando tengo el tiempo para hacerlo en el silencioso camino hasta la calle, cuando me tomo el atrevimiento de mover una mano disimulada que presiona su espalda y me basta para hacernos desaparecer. En una sacudida nos encontramos sobre el hierro que nos eleva en las escaleras que dan a su casa, justo frente a la puerta que nos resguardó en otras ocasiones, escondiendo conversaciones que nadie más debería escuchar. Puedo oír un perro ladrar en algún punto de la distancia, pero lo ignoro mientras meto el comunicador en mi bolsillo, junto con las manos — La última vez que estuve aquí, fue un día bastante complicado — le recuerdo tras barrer el espacio con la mirada hasta volver los ojos hacia ella. No hace falta que aclare de qué estoy hablando. Nuestro desayuno técnicamente feliz fue lo único bueno de una jornada que acabó con la noticia de la destrucción del catorce y la muerte de cientos de nuestros colegas. Pasaron semanas, pero sospecho que los detalles van a quedar guardados en mi memoria hasta el día de mi muerte — Espero que no tengas malas noticias o algo así, como para no hacerlo costumbre.
Ni le pido permiso cuando saco la varita para abrir la puerta y me meto en su casa con la resignación de la mente cansada. El estar en el centro de su living me permite girarme hacia ella y cruzarme de brazos, seguro de que podremos hablar sin que nadie interrumpa u opine — ¿Algún motivo de urgencia o estoy aquí por capricho personal? — con un parpadeo y una veloz sonrisa, le cedo la palabra. Ruego, de verdad, que esto no me dé otro dolor de cabeza. Tal vez debería decirle que necesito de una copa de vino.
—Ha pasado un tiempo desde entonces— musito, la escalera metálica chirría suavemente por el peso de nuestros pasos. Ese día se me hace lejano, pese a que persisten ecos de la noticia que cubrió la tapa de los diarios esa mañana. Podría decir que la quema del catorce sucedió ayer, ¿pero cuándo fue la última vez que Hans estuvo aquí? Bien podría haber sido hace meses, no logro hacer encajar ese recuerdo doméstico en mi memoria reciente, donde cobran más fuerza los descubrimientos de mis últimos viajes. Están ocupando toda mi mente, en todo momento, también ahora. ¿Malas noticias? No sé si llamarlas así. —Por cierto... perdón por trastornar tu agenda entre semana— comento en cambio, para no contestar a lo otro. No, en realidad no lo lamento. Sé que la evasión hará que ciertas cuestiones se alarguen hasta un punto insostenible, tomo el encontrarlo como una buena oportunidad para ciertos replanteos. El interior del departamento se llena de luz cuando entramos, lo sigo con mis ojos por haber tomado la iniciativa de ser quien abra la puerta, y lo interrogo con mi expresión por esa confianza. No voy a detenerme en ese punto porque sería un desperdicio de energía. Encaro su pregunta cruzándome de brazos así como lo hace él, mantengo mi postura mientras lo miro fijamente en silencio lo que podrían ser dos, tres segundos. Es el breve lapso que me tomo para evaluar la situación.
Esta vez no respondo porque últimamente se me está haciendo difícil encontrar lo que quiero decir, paso de largo a su lado hacia los estantes donde he puesto en fila a los animales metálicos y agarro la tortuga para hacerla girar, presiono el botón que abre su caparazón y del interior saco el anillo que vuelco en mi palma. Cruzo la distancia de dos pasos para colocarlo bajo su mirada y que pueda sujetarlo. Espero a que lo haga, entonces me aparto para ir al espacio de la cocina. —¿Quieres tomar algo?— pregunto al abrir la nevera y sacar una botella de agua para mí. Me siento en una de las banquetas de la mesada esperando que se una, por si no lo entendió le señalo la que está enfrente. Bebo un primer sorbo en tanto se acomoda, así cuando tengo que comenzar las explicaciones mi garganta está un poco más clara de lo que no estarán mis pensamientos en un largo tiempo. Tengo que buscar sus ojos para hablar y saber qué tanto puedo decir. No seré oclumante, pero mi mente hasta el momento ha sido de mi exclusiva pertenencia, no creo que eso vaya a cambiar y puedo estar tranquila de que no se traslucirá nada que decida callar. Es una confianza peligrosa. —Ese anillo estaba sobre una tumba con el nombre de «Coco»— digo. —Es el mismo que tenía Cordelia. Puede que haya muerto…— sugiero. Acerco la botella a mis labios para otro trago, así paso el nudo que se forma en mi garganta, es una sensación asfixiante como si hubiera algo que se cierra lentamente alrededor de mi garganta quitándome el aire.
Esta vez no respondo porque últimamente se me está haciendo difícil encontrar lo que quiero decir, paso de largo a su lado hacia los estantes donde he puesto en fila a los animales metálicos y agarro la tortuga para hacerla girar, presiono el botón que abre su caparazón y del interior saco el anillo que vuelco en mi palma. Cruzo la distancia de dos pasos para colocarlo bajo su mirada y que pueda sujetarlo. Espero a que lo haga, entonces me aparto para ir al espacio de la cocina. —¿Quieres tomar algo?— pregunto al abrir la nevera y sacar una botella de agua para mí. Me siento en una de las banquetas de la mesada esperando que se una, por si no lo entendió le señalo la que está enfrente. Bebo un primer sorbo en tanto se acomoda, así cuando tengo que comenzar las explicaciones mi garganta está un poco más clara de lo que no estarán mis pensamientos en un largo tiempo. Tengo que buscar sus ojos para hablar y saber qué tanto puedo decir. No seré oclumante, pero mi mente hasta el momento ha sido de mi exclusiva pertenencia, no creo que eso vaya a cambiar y puedo estar tranquila de que no se traslucirá nada que decida callar. Es una confianza peligrosa. —Ese anillo estaba sobre una tumba con el nombre de «Coco»— digo. —Es el mismo que tenía Cordelia. Puede que haya muerto…— sugiero. Acerco la botella a mis labios para otro trago, así paso el nudo que se forma en mi garganta, es una sensación asfixiante como si hubiera algo que se cierra lentamente alrededor de mi garganta quitándome el aire.
Le quito importancia a su interrupción con un encogimiento de hombros y un chasquido de mi lengua, denotando que no tenía planes para esta noche además de dormir todas las horas que pudiese recuperar para ese propósito. Me consuela un poco ver que ella parece tan cansada como yo, incluso más. La sigo con una mirada curiosa y puedo divisar con claridad un anillo entre sus dedos, incluso antes de que lo acerque demasiado a mi cara — ¿Vas a pedirme matrimonio? Creí que no querías ataduras — es un chiste sin malicia, detonado por el horario. Ni chisto y tomo la baratija, la cual acerco un poco a mi rostro en un intento de verla mejor. Parece vieja, ni siquiera tiene el diamante dónde debe estar, así que no entiendo a qué viene todo esto — Lo que quieras está bien. Aunque me estaba muriendo por un trago — contesto en tono distraído, obviamente más enfocado en el anillo que acaba de darme. Es eso lo que hace que me demore en reparar en que me ha indicado que tome asiento, así que muevo los pies hasta dejarme caer en la banqueta que me ha indicado. La verdad, no me espero lo que sale de su boca, por lo que casi dejo caer la joya al suelo y tengo que apretarla en un puño para evitar ese pequeño incidente — ¿Cómo…? — olvido cualquier esperanza de alcohol para volver a inspeccionar el anillo y lo levanto entre los dedos en un intento de que la luz lo alcance mejor. He visto el informe y las fotografías cientos de veces y tiene razón. Esta chuchería es idéntica a la que la rubia llevaba en su dedo en aquellos tiempos, salvo que los años no le fueron favorables.
El interior se encuentra oxidado, así que no le doy tantas vueltas y busco mi varita para darle un golpe. Los rastros de porquería poco a poco abandonan la plata y el oro, dejando al descubierto la simple inscripción que acaba con sus sospechas. “C.C & O.B”. Cuando meto la varita en el interior del fino saco de verano y levanto la vista hacia Scott, tengo una sonrisa de orgulloso triunfo por un acto tan simple de magia. Se lo entrego para que lo vea por su propia cuenta y me doy cuenta de que mi mueca se tambalea — ¿De dónde lo sacaste? ¿Dónde está la tumba? — es muy sencillo. Si podemos recuperar el cuerpo, quizá algunos estudios genéticos acaben con nuestras dudas. Froto mis rodillas con manos ansiosas y me mordisqueo los labios, tratando de acomodar la nueva información dentro de mi cerebro. Bueno, si la ha encontrado, significa que he hecho algo bien — Así que Collingwood murió… — es un pensamiento más para mí que para ella, expresado en voz alta. Me paso una mano por la cabeza como si eso me ayudase a pensar y regreso los ojos hacia los suyos — ¿Qué hay del bebé? ¿Esto es todo lo que tienes? — porque si es así, deberé enviar a alguien a recorrer la zona. Cuanto más rápido actuemos, más rápido lo tendremos solucionado y será un problema menos por el cual preocuparse.
El interior se encuentra oxidado, así que no le doy tantas vueltas y busco mi varita para darle un golpe. Los rastros de porquería poco a poco abandonan la plata y el oro, dejando al descubierto la simple inscripción que acaba con sus sospechas. “C.C & O.B”. Cuando meto la varita en el interior del fino saco de verano y levanto la vista hacia Scott, tengo una sonrisa de orgulloso triunfo por un acto tan simple de magia. Se lo entrego para que lo vea por su propia cuenta y me doy cuenta de que mi mueca se tambalea — ¿De dónde lo sacaste? ¿Dónde está la tumba? — es muy sencillo. Si podemos recuperar el cuerpo, quizá algunos estudios genéticos acaben con nuestras dudas. Froto mis rodillas con manos ansiosas y me mordisqueo los labios, tratando de acomodar la nueva información dentro de mi cerebro. Bueno, si la ha encontrado, significa que he hecho algo bien — Así que Collingwood murió… — es un pensamiento más para mí que para ella, expresado en voz alta. Me paso una mano por la cabeza como si eso me ayudase a pensar y regreso los ojos hacia los suyos — ¿Qué hay del bebé? ¿Esto es todo lo que tienes? — porque si es así, deberé enviar a alguien a recorrer la zona. Cuanto más rápido actuemos, más rápido lo tendremos solucionado y será un problema menos por el cual preocuparse.
No tengo ánimos de bromas cuando entrego el anillo que todos estos días sentí como un objeto maldito escondido en mi casa, pero mis labios actúan por su cuenta y esbozan una sonrisa. ¿Una petición de matrimonio? Sería la más triste de la historia, con la indiferencia de no decir nada y el deseo de deshacerme de una sortija que me quema los dedos. —Ese día no ha llegado aún, así que despreocúpate. No huyas— me burlo de él. —Este anillo tiene otra historia— es toda la aclaración que doy. Mi tarea imposible es saber por dónde comenzar. Miro por encima de mi hombro a la alacena y hago memoria de qué me queda para tomar que tenga más atractivo que un poco de agua. Se sienta enfrente, regreso mi vista a él y la sostengo con firmeza. Espero a que sea más preciso con su interrogante de «cómo», esta noche no saltaré a abismos imprecisos. Hago aparecer una botella de vodka sobre la mesada con su respectivo vaso cuando se enfrasca en la tarea de limpiar la suciedad del anillo, y su sonrisa al tener la confirmación que lo satisface, remueve algo en mi interior. No puede ser culpa, debe ser el saber que hice todo mal. No puedo reflejar en mi rostro la emoción que él siente. Es posible que yo también necesite de un sorbo cuando acabe mi relato, pero no confío en el alcohol si tengo que empezar a unir ideas y ponerlas en voz alta.
Me devuelve el anillo y reviso lo que acaba de descubrir, las iniciales de dos muertos. —Me la dio un chico que la encontró sobre esa tumba— contesto. Lo apoyo sobre la mesada, uso mis dedos para hacerlo girar y cae en el mismo lugar al cabo de dos vueltas. El tintineo queda resonando en mi cabeza, al agregar: —No tengo idea de dónde está tumba, será en algún sitio del norte—. Sería muy rebuscado pensar que es una lápida falsa, que está puesta ahí y que se dejó el anillo para que todas las búsquedas que hubiera de alguien llamado Cordelia Collingwood acabaran allí. Que ella es ahora otra persona, en otro lugar. Me extraña tener pensamientos de este tipo, dudar de lo que parece una certeza, de ser capaz de considerar algo así como una posibilidad. —Así parece…— digo sin revelar estas ideas que lo complicarían todo aún más, como si esto no estuviera lo suficientemente enrevesado por su cuenta e hiciera falta agregar especulaciones vacías. Me hago cargo de que su vaso esté cargado del vodka y se lo doy en mano, porque lo va a necesitar para escuchar lo que se viene, si logra salir mi voz atrapada en la garganta. Deslizo una mano por un lado de mi cuello para aliviar esa sensación y requiero de una inhalación profunda de aire para poder hablar. —El chico que me dio este anillo es huérfano y no sabe quiénes son sus padres, por la edad que tiene podría ser el hijo de Cordelia. Por algo coincidió con la tumba de ella y acabó con el anillo— concluyo. Para mi asombro, me encuentro más aliviada al decirlo de lo que creí. Cruzo mis brazos sobre la mesa y no vacilo en mi mirada al inclinarme hacia él. —Hasta ahí llegué, Hans. Y no seguiré.
Me devuelve el anillo y reviso lo que acaba de descubrir, las iniciales de dos muertos. —Me la dio un chico que la encontró sobre esa tumba— contesto. Lo apoyo sobre la mesada, uso mis dedos para hacerlo girar y cae en el mismo lugar al cabo de dos vueltas. El tintineo queda resonando en mi cabeza, al agregar: —No tengo idea de dónde está tumba, será en algún sitio del norte—. Sería muy rebuscado pensar que es una lápida falsa, que está puesta ahí y que se dejó el anillo para que todas las búsquedas que hubiera de alguien llamado Cordelia Collingwood acabaran allí. Que ella es ahora otra persona, en otro lugar. Me extraña tener pensamientos de este tipo, dudar de lo que parece una certeza, de ser capaz de considerar algo así como una posibilidad. —Así parece…— digo sin revelar estas ideas que lo complicarían todo aún más, como si esto no estuviera lo suficientemente enrevesado por su cuenta e hiciera falta agregar especulaciones vacías. Me hago cargo de que su vaso esté cargado del vodka y se lo doy en mano, porque lo va a necesitar para escuchar lo que se viene, si logra salir mi voz atrapada en la garganta. Deslizo una mano por un lado de mi cuello para aliviar esa sensación y requiero de una inhalación profunda de aire para poder hablar. —El chico que me dio este anillo es huérfano y no sabe quiénes son sus padres, por la edad que tiene podría ser el hijo de Cordelia. Por algo coincidió con la tumba de ella y acabó con el anillo— concluyo. Para mi asombro, me encuentro más aliviada al decirlo de lo que creí. Cruzo mis brazos sobre la mesa y no vacilo en mi mirada al inclinarme hacia él. —Hasta ahí llegué, Hans. Y no seguiré.
La aparición del vodka se siente como un mimo, en especial porque estoy seguro de que lo necesitaré en los momentos que sigan. Un chico, alguien sin rostro ni nombre, con procedencia dudosa podría ser todo lo que necesito saber. Asiento lentamente para darle a entender que la oigo, pero una parte de mi cerebro busca acomodar unas cuantas ideas. Hay un peso extraño en la boca de mi estómago, no sé si identificarlo como alivio o presión, quizá ansiedad. Mi mano se mueve veloz cuando el vodka se encuentra disponible para ser bebido y apenas oigo el repliqueo del anillo sobre el mueble mientras doy unos tragos que me queman la garganta. Mi silencio acompaña su voz, con una mirada perdida en algún punto de la habitación — Un chico... — es una repetición que no dice mucho por sí misma. Solo regreso a ella cuando afirma que este es su punto final y prenso mis labios. En cierto modo, la tarea que le he encomendado fue realizada. El tema es... — ¿Y qué sucede si nos estamos equivocando? — pregunto en tono de situación hipotética — ¿Que sucede si este niño no es más que una casualidad que pasó en el momento y lugar equivocado? — no podemos tener más errores, no tan garrafales.
Acaricio mis labios con el contorno del vaso y lo termino de un tirón. Lo dejo sobre la mesada y me relamo, acariciando con lentitud mi mentón en gesto dubitativo — Los Black tenían la ley de que el varón siempre sería considerado primero como gobernante antes que una mujer. Si Orion hubiese tenido una hija, Stephanie Black tendría más derecho a reclamar su lugar. Pero si es un varón... el derecho sería propiamente de él — parece que solo estoy recitando una lección de historia, hasta que le sonrío con desganada ironía — ¿Por qué no me sorprende que, de ser este muchacho, Orion haya tenido un varón? — como si quisiera jodernos desde la tumba.
— Sé que hiciste lo que te pedí — mi voz se torna un murmullo cauteloso, casi que dulce. Me estiro hacia delante para tantear hasta dar con su mano y me tomo el atrevimiento de presionar gentilmente sus dedos. Necesito encontrar sus ojos con los míos, así que ladeo la cabeza en un vago intento — Pero necesito que me digas dónde encontrarlo. Necesitamos saber con certeza si es él, si debemos... — me interrumpo porque sé que es incómodo plasmar en voz alta la obvia idea de que tenemos que eliminarlo del mapa. Dejo caer mi mano y la muevo un poco nerviosa hasta que la presiono sobre mi rodilla — Solo una marca en el mapa y yo haré el resto. Si es él, tú trabajo estará hecho y no necesitas saber absolutamente nada más sobre él. ¿Tiene siquiera un nombre? — sé que estoy prometiendo una salida fácil, pero es todo lo que puedo ofrecer. Es lo justo.
Acaricio mis labios con el contorno del vaso y lo termino de un tirón. Lo dejo sobre la mesada y me relamo, acariciando con lentitud mi mentón en gesto dubitativo — Los Black tenían la ley de que el varón siempre sería considerado primero como gobernante antes que una mujer. Si Orion hubiese tenido una hija, Stephanie Black tendría más derecho a reclamar su lugar. Pero si es un varón... el derecho sería propiamente de él — parece que solo estoy recitando una lección de historia, hasta que le sonrío con desganada ironía — ¿Por qué no me sorprende que, de ser este muchacho, Orion haya tenido un varón? — como si quisiera jodernos desde la tumba.
— Sé que hiciste lo que te pedí — mi voz se torna un murmullo cauteloso, casi que dulce. Me estiro hacia delante para tantear hasta dar con su mano y me tomo el atrevimiento de presionar gentilmente sus dedos. Necesito encontrar sus ojos con los míos, así que ladeo la cabeza en un vago intento — Pero necesito que me digas dónde encontrarlo. Necesitamos saber con certeza si es él, si debemos... — me interrumpo porque sé que es incómodo plasmar en voz alta la obvia idea de que tenemos que eliminarlo del mapa. Dejo caer mi mano y la muevo un poco nerviosa hasta que la presiono sobre mi rodilla — Solo una marca en el mapa y yo haré el resto. Si es él, tú trabajo estará hecho y no necesitas saber absolutamente nada más sobre él. ¿Tiene siquiera un nombre? — sé que estoy prometiendo una salida fácil, pero es todo lo que puedo ofrecer. Es lo justo.
Mis labios se fruncen tercamente en silencio. Dije que no iba a seguir, su error no es mi error, no me incluyo en el plural que usa. No seré parte de más especulaciones sobre ese chico, porque colaborar sería mentirle, en hechos más que en palabras. Sería hacerle creer que puede contar conmigo para esclarecer esta búsqueda, y no es así, mi intención es retirarme de esto. Lo dejo sin una respuesta, el resto lo escucho con la atención que se dedica a un cuento de ficción. Se trata de algo que ocurre en otro tiempo, a otras personas, nada tiene que ver conmigo. —Tan arcaico…— mi comentario tiene una marcada nota despectiva—¿Te escuchas? Esto parece el maldito cuento de reyes que celan y matan por su corona—, resoplo y me enderezo en mi banqueta, mi espalda más recta. Respiro hondo, la calma de la que estoy haciendo acopio pese al esfuerzo que me lleva, tiene su momento de quiebre cuando me siento rabiosa de tener que pensar que en este juego participamos todos en el campo, pero hay uno que es privado, de unos pocos, y es donde define lo importante. Ese chico ni siquiera sabe quién, pero está dentro de esa pelea de poder y por su nacimiento su vida vale más que la de otros chicos de su edad, que las nuestras también. Hay miles de personas y de vidas cuya suerte se mueve a capricho de unas pocas personas, y miro con detenimiento a Hans cuando recuerdo que también tiene presente que su vida es prescindible.
Por eso, al decidir que no diré nada más sobre Ken sé que estoy protegiéndolo a costa de mi propia seguridad, la que depende también de la seguridad que pueda tener Hans en su estatus dentro del ministerio. Estuve resignada toda mi vida a que algún día esa ilusión se acabaría, si no la acepté antes fue por cobarde. Hans no claudicará, no lo puedo imaginar apartado de todo lo que tiene, que le costó conseguir. Percibo la sujeción de sus dedos sin apartar la vista de sus ojos, el contacto no perdura y puedo modular suavemente con mis labios en el mismo tono que usó él. —No hay punto en el mapa. Ese chico se está moviendo—. No sé a dónde, no quiero saberlo. Solo espero que sus caminos lo lleven lejos del sur. —Hans, no te entregaré a este chico ni a ningún otro. Simplemente no voy a hacerlo. Se acabó— renuncio. Cargo un poco de vodka para mí y quemo mi garganta al beberlo, cierro mis ojos por la sensación y por el cansancio de tener que convivir por días con una verdad que no tendría que estar afectando mi vida. Niego con mi barbilla, entreabro los ojos para observar el anillo que quedó cerca de mi mano y estiro las puntas de mis dedos para sujetarlo. Creo en la memoria de las cosas y si hubiera alguna manera de extraer los últimos recuerdos de Cordelia de este anillo, quizás Hans obtendría las respuestas que yo no voy a darle. Quizás entonces dejaría de ser un objeto cargado de un mal destino. — Mi deuda contigo se acabó — digo de pronto.
Por eso, al decidir que no diré nada más sobre Ken sé que estoy protegiéndolo a costa de mi propia seguridad, la que depende también de la seguridad que pueda tener Hans en su estatus dentro del ministerio. Estuve resignada toda mi vida a que algún día esa ilusión se acabaría, si no la acepté antes fue por cobarde. Hans no claudicará, no lo puedo imaginar apartado de todo lo que tiene, que le costó conseguir. Percibo la sujeción de sus dedos sin apartar la vista de sus ojos, el contacto no perdura y puedo modular suavemente con mis labios en el mismo tono que usó él. —No hay punto en el mapa. Ese chico se está moviendo—. No sé a dónde, no quiero saberlo. Solo espero que sus caminos lo lleven lejos del sur. —Hans, no te entregaré a este chico ni a ningún otro. Simplemente no voy a hacerlo. Se acabó— renuncio. Cargo un poco de vodka para mí y quemo mi garganta al beberlo, cierro mis ojos por la sensación y por el cansancio de tener que convivir por días con una verdad que no tendría que estar afectando mi vida. Niego con mi barbilla, entreabro los ojos para observar el anillo que quedó cerca de mi mano y estiro las puntas de mis dedos para sujetarlo. Creo en la memoria de las cosas y si hubiera alguna manera de extraer los últimos recuerdos de Cordelia de este anillo, quizás Hans obtendría las respuestas que yo no voy a darle. Quizás entonces dejaría de ser un objeto cargado de un mal destino. — Mi deuda contigo se acabó — digo de pronto.
— ¿No se ha tratado siempre de eso? — respondo con un sarcasmo desganado, resignado a que estamos envueltos en un baile de poder mucho más grandes que nuestras cabezas. Black, Niniadis... siempre fue acerca de quien gobernará sobre quien y el resto sólo somos piezas en un rebuscado tablero de ajedrez. Magos, muggles, de libre pensamiento o esclavizados, todos dan igual porque al final siempre tendremos que tener a un ganador. Lo he aprendido hace tiempo, cuando decidí tomar la decisión que ha movido la ruta de mi vida hasta convertirme en uno de los hombres más poderosos y jóvenes de nuestro gobierno. Mi sangre no está limpia, la pureza es algo que no poseo y, aún así, saben que me necesitan. Y sé que no puedo fallar porque eso no va a salvarme.
Hay algo en el rostro de Scott que me hace comprender lo que saldrá de su boca incluso antes de que lo haga. Tengo el impulso de ponerme de pie y alejarme de ella, pero hay algo que me mantiene sujeto a la banqueta, mirándola tal y como si no la hubiera oído bien. Mi silencio debería ser suficiente para ella, soy consciente de la desagradable emoción que congela mi interior por una fracción de segundo y me recuerda de qué lado de la vereda está cada uno, incluso cuando fingimos que esa diferencia no existe en más de una ocasión. No, no contesto. Creo que me convierto en estatua lo que parece una eternidad, pero sé que mi semblante se ha endurecido y mis ojos están fijos en sus facciones como si buscase borrarlas de mi memoria. No sé cuánto pasa hasta que relamo lentamente mis labios en preparación de mis futuras palabras y me acomodo, suspirando débilmente — ¿Alguna vez te pusiste a pensar en cómo serían las cosas si los Black volvieran al poder? — parece el tono que emplearía un maestro en medio de una clase particularmente aburrida — Gente como ellos hacía que gente como nosotros tuviese que esconder lo que era. Nada de varitas ni muestras de magia en público. Si tu vida no te importa, veo que tampoco lo hace la de tus seres queridos. ¿Acaso no piensas en ellos cuando tomas estas decisiones? ¿Prefieres la vida de un crío a quien no conoces, por encima de personas a quién puedes ponerle nombre e historia? — me toma dos segundos el reconocer la decepción helada que la mira de arriba a abajo. Sé que algo en mi garganta se ha cerrado y tengo que mantener una extraña firmeza cuando me inclino en su dirección — No dejaré que por tu debilidad, mi gente sufra, porque a mí sí me importa lo que suceda con mi familia. No quiero usar veritaserum o un pensadero contigo, Lara... — me muerdo la punta de la lengua al dejar salir su nombre de pila. No sé si es una amenaza o un ruego — Pero lo haré si no me dejas otra opción. No puedo protegerte por siempre — no cuando sigue tirando de la cuerda. Me sabe amargo y me culpo por blando.
Mi vista busca momentáneamente la figura de la botella de vodka. Sé que necesito de otro trago, pero por ahora no lo tomo — Tu deuda se acabará cuando yo lo diga — le regalo ese recordatorio con aspereza. Este no es un juego del cual puede bajarse cuando se acobarde. Me lo debe, me lo prometió en esta misma sala. No me convertiría en su enemigo, no me traicionaría. Las cosas podrían ser simples — Eres una necia — se lo reprocho como si pudiese seguir mi línea de pensamiento y tomo la botella de un manotazo — Y yo también. Por demás estúpido — la tapa de la botella no tarda en estar sobre la mesada y me llevo el pico a los labios. Hay cosas peores que perder la imagen en este punto de la historia.
Hay algo en el rostro de Scott que me hace comprender lo que saldrá de su boca incluso antes de que lo haga. Tengo el impulso de ponerme de pie y alejarme de ella, pero hay algo que me mantiene sujeto a la banqueta, mirándola tal y como si no la hubiera oído bien. Mi silencio debería ser suficiente para ella, soy consciente de la desagradable emoción que congela mi interior por una fracción de segundo y me recuerda de qué lado de la vereda está cada uno, incluso cuando fingimos que esa diferencia no existe en más de una ocasión. No, no contesto. Creo que me convierto en estatua lo que parece una eternidad, pero sé que mi semblante se ha endurecido y mis ojos están fijos en sus facciones como si buscase borrarlas de mi memoria. No sé cuánto pasa hasta que relamo lentamente mis labios en preparación de mis futuras palabras y me acomodo, suspirando débilmente — ¿Alguna vez te pusiste a pensar en cómo serían las cosas si los Black volvieran al poder? — parece el tono que emplearía un maestro en medio de una clase particularmente aburrida — Gente como ellos hacía que gente como nosotros tuviese que esconder lo que era. Nada de varitas ni muestras de magia en público. Si tu vida no te importa, veo que tampoco lo hace la de tus seres queridos. ¿Acaso no piensas en ellos cuando tomas estas decisiones? ¿Prefieres la vida de un crío a quien no conoces, por encima de personas a quién puedes ponerle nombre e historia? — me toma dos segundos el reconocer la decepción helada que la mira de arriba a abajo. Sé que algo en mi garganta se ha cerrado y tengo que mantener una extraña firmeza cuando me inclino en su dirección — No dejaré que por tu debilidad, mi gente sufra, porque a mí sí me importa lo que suceda con mi familia. No quiero usar veritaserum o un pensadero contigo, Lara... — me muerdo la punta de la lengua al dejar salir su nombre de pila. No sé si es una amenaza o un ruego — Pero lo haré si no me dejas otra opción. No puedo protegerte por siempre — no cuando sigue tirando de la cuerda. Me sabe amargo y me culpo por blando.
Mi vista busca momentáneamente la figura de la botella de vodka. Sé que necesito de otro trago, pero por ahora no lo tomo — Tu deuda se acabará cuando yo lo diga — le regalo ese recordatorio con aspereza. Este no es un juego del cual puede bajarse cuando se acobarde. Me lo debe, me lo prometió en esta misma sala. No me convertiría en su enemigo, no me traicionaría. Las cosas podrían ser simples — Eres una necia — se lo reprocho como si pudiese seguir mi línea de pensamiento y tomo la botella de un manotazo — Y yo también. Por demás estúpido — la tapa de la botella no tarda en estar sobre la mesada y me llevo el pico a los labios. Hay cosas peores que perder la imagen en este punto de la historia.
La posición segura en la que me mantuve todo este tiempo, en que la supervivencia fue prioridad, es un punto de encrucijada y mi indecisión a tomar un rumbo está poniendo a mi mente en contradicción con mis actos. No es como si la segunda oportunidad que recibí cambiara mi manera de ver el mundo, lo que hizo fue que mi conducta se moderada y mis impulsos siguieran guiándome por lo bajo. Una vez me convencí de que podía ser honesta sobre lo que creía, desde entonces no hice más que callar y escuchar discursos sobre por qué vivimos mejor que la época en que la magia era un secreto. Mentir pasó a ser la respuesta más espontánea. —No quieras hacerme sentir mal o tratar de demostrarme que estoy equivocada — me opongo, esta vez no puedo oirlo y guardarme mis pensamientos como hice en otras ocasiones. Porque no creo que haya otra oportunidad. No planeaba decirle que me desentendía de la deuda, excede lo poco que pensaba confiar esta noche, y una vez dicho, no puedo retirarlo. —El que tú estes en una posición cómoda, no hace de este el gobierno ideal, la mejor de todas las opciones. Estás ahi porque hay otros debajo, totalmente despojados de tus privilegios. Donde sea, en el tiempo que sea, eso siempre estará mal —. Se que yo hice muchas cosas mal como para juzgar a quien sea. Trago aire por la boca y presiono mis palmas sobre la mesada para no temblar por las emociones que me atraviesan al estar en conflicto por su mirada. — Yo también tengo sangre muggle, ¿quieres que agradezca mi condición de bruja y abuse de eso? Podría tener familia entre los esclavos. Y no me digas que la esclavitud es justificable, no puedes creerte dueño de la vida de una persona, eso es avasallante. Trato de pensar en mi madre en todo esto, pero es algo que tiene que ver con cosas que estuvieron antes que yo y que vendrán después de mí— respiro, comprendo que no pueda entender esto.
Si dice que lo hace por su familia, yo lo hago desde la consciencia de mi soledad porque he llegado a entender que las pocas personas que creí que dependían de mí, no lo hacen. Les causaría más daño si me acusan de traición dentro de la mentira de calma en la que vivimos, a simplemente retirarme. Decir que queremos proteger a otros es la mentira más bonita que nos contamos para excusar nuestros actos. —¿Cómo puedes ser insensible a la suerte de este chico? — lo cuestiono, — Tienes una hija de casi la misma edad. ¿Qué pasaría si alguien usara tu misma lógica y decidiera que la vida de Meerah vale nada? Porque podría pasar. Lo sabes — se me escucha un poco histérica por incluirla en la conversación, porque si bien quiero que muchas cosas cambien, no me gustaria que ella fuera lastimada en el proceso. No está en duda de que mi aprecio por ella pesa más que mi compasión por ese chicos, pero los dos son un par de adolescentes, viviendo en dos mundos diferentes y no debería ser así. —Creo en dar una oportunidad a las personas y se la daré a este chico, porque todavia puede ser algo diferente a lo que se espera de él. Tiene un camino de decisiones más libre que cualquiera de nosotros —. Y no me importa que sea un hijo de los Black. —No creo que las cosas vuelvan nunca a como fueron antes, siempre se avanza. Nunca es igual.
Suspiro hondo cuando toma la botella de vodka, mi semblante se emsombrece al seguir con la vista sus movimientos que no detengo. —Ya no responderé—. Controlo mi tono al hablar para que sea firme más que agresivo y no intervengo si es que necesita de un trago más profundo de alcohol para sobreponerse, estoy segura de que podrá hacerlo. Solo necesita algo con lo que hacer pasar lo amargo de esta charla. —No tiene caso que siga pagando esta deuda por algo que hice hace años, si cada día estoy a un paso de cometer algo que ustedes consideran un crimen y por el que me juzgarán —. Me quedo en silencio por un momento en que me busco en su mirada. —Y la decepción con la que me mires entonces será mayor —. Me adueño de la botella para servirme un vaso y se la devuelvo, —Si no es esto, será algo más. Algún día haré algo que no podrás cubrir por una segunda vez y tampoco quiero que lo hagas.— Mojo mis labios con la bebida y muevo la cabeza como si ya no quedara más que decir.—Si pensabas usar veritaserum o un pensadero conmigo, esto es todo lo que está en mi mente y nada sobre ese muchacho —. Acabo mi vaso que dejo con un golpe seco sobre la superficie, no se si es la combinación de cansancio, alcohol y pensar tanto que vuelve pesada mi cabeza. —Lo eres, un gran estúpido.
Si dice que lo hace por su familia, yo lo hago desde la consciencia de mi soledad porque he llegado a entender que las pocas personas que creí que dependían de mí, no lo hacen. Les causaría más daño si me acusan de traición dentro de la mentira de calma en la que vivimos, a simplemente retirarme. Decir que queremos proteger a otros es la mentira más bonita que nos contamos para excusar nuestros actos. —¿Cómo puedes ser insensible a la suerte de este chico? — lo cuestiono, — Tienes una hija de casi la misma edad. ¿Qué pasaría si alguien usara tu misma lógica y decidiera que la vida de Meerah vale nada? Porque podría pasar. Lo sabes — se me escucha un poco histérica por incluirla en la conversación, porque si bien quiero que muchas cosas cambien, no me gustaria que ella fuera lastimada en el proceso. No está en duda de que mi aprecio por ella pesa más que mi compasión por ese chicos, pero los dos son un par de adolescentes, viviendo en dos mundos diferentes y no debería ser así. —Creo en dar una oportunidad a las personas y se la daré a este chico, porque todavia puede ser algo diferente a lo que se espera de él. Tiene un camino de decisiones más libre que cualquiera de nosotros —. Y no me importa que sea un hijo de los Black. —No creo que las cosas vuelvan nunca a como fueron antes, siempre se avanza. Nunca es igual.
Suspiro hondo cuando toma la botella de vodka, mi semblante se emsombrece al seguir con la vista sus movimientos que no detengo. —Ya no responderé—. Controlo mi tono al hablar para que sea firme más que agresivo y no intervengo si es que necesita de un trago más profundo de alcohol para sobreponerse, estoy segura de que podrá hacerlo. Solo necesita algo con lo que hacer pasar lo amargo de esta charla. —No tiene caso que siga pagando esta deuda por algo que hice hace años, si cada día estoy a un paso de cometer algo que ustedes consideran un crimen y por el que me juzgarán —. Me quedo en silencio por un momento en que me busco en su mirada. —Y la decepción con la que me mires entonces será mayor —. Me adueño de la botella para servirme un vaso y se la devuelvo, —Si no es esto, será algo más. Algún día haré algo que no podrás cubrir por una segunda vez y tampoco quiero que lo hagas.— Mojo mis labios con la bebida y muevo la cabeza como si ya no quedara más que decir.—Si pensabas usar veritaserum o un pensadero conmigo, esto es todo lo que está en mi mente y nada sobre ese muchacho —. Acabo mi vaso que dejo con un golpe seco sobre la superficie, no se si es la combinación de cansancio, alcohol y pensar tanto que vuelve pesada mi cabeza. —Lo eres, un gran estúpido.
No creo que el nuestro sea un gobierno ideal, ninguno lo es. Pero si me dan a elegir entre cómo se hacían las cosas antes y cómo se hacen ahora, sé muy bien hacia qué lado de la balanza voy a inclinarme — Los muggles que nos pisotearon en el pasado solo fueron colocados en el lugar que se merecen. La historia y la evolución del ser humano habla por sí sola — fueron siglos de opresión, ahora es su turno; sé que no tiene sentido discutir, no solo porque conozco lo obstinada que puede ser, sino porque también sé que nada bueno saldrá de esta conversación. Por tonto que suene, solo deseo marcharme, como si el escapar de sus palabras solamente le diese tiempo a entrar en razón. Eso es algo que jamás va a suceder y no voy a mentirme a mí mismo sobre ello como lo he estado haciendo los últimos meses. Ella no me comprende, yo no la comprendo. Solo somos como el agua y el aceite.
— ¿Quién dice que soy insensible al respecto? ¿Crees que me gusta firmar sentencias? ¿Crees que añoro el día en el que tenga que levantar la varita y matar a un chico de quince años? — la voz se me dispara en un tono cargado de nueva histeria y creo que se quiebra con un temblor. A decir verdad, es la primera vez que lo expreso en voz alta. Siempre supe que llegaría el día en el que tuviese que ensuciarme las manos de manera directa, solo que esperaba poder evitarlo designándole la tarea a alguien que le duela menos. No me importa que sea un Black, estamos hablando de matar a alguien que todavía no ha llegado a ser quien se supone que debería y esa es la razón por la cual tiene que dejar de existir — Pero lo prefiero a él muerto que a mi hija en peligro. Nadie le pondrá un dedo encima ni hará tambalear su seguridad mientras yo siga con vida — porque si debo matar a cien bebés para que ella tenga asegurado un futuro donde nadie la atormente ni la encierre por ser como es, no me quedará otra que hacerlo. Sacudo la cabeza, una y otra vez, porque está dejando todo por la creencia de que alguien puede ser simplemente mejor a lo que fue el resto de su familia. No podemos arriesgar el futuro de nuestra gente por una corazonada, por la esperanza de un cambio para mejor. Las cosas no funcionan así en el mundo real.
Cuanto más habla, más firme se cierra el agarre alrededor de la botella y mayor es la urgencia con la cual paso el líquido puro. Me encuentro respirando tan lento que soy consciente del movimiento involuntario de mi pecho y de mis hombros, no me doy un tiempo de respiro cuando ella se sirve, me devuelve la botella y yo la regreso a mis labios. Sé que me he excedido cuando me río sin sonido en una mueca sarcástica y me pongo de pie tan rápido que se me tambalea la habitación, así que me agarro con la mano libre del borde de la mesada — Considerando que me tomé el atrevimiento de confiar en tu palabra cuando siempre supe que era un error… sí — insultaré mi falta de inteligencia y nivel de debilidad por mucho tiempo — No voy a dejarte ir así como así. No puedo hacerlo. Si finjo que nada ha ocurrido, estaré traicionando todo en lo que creo. Si no lo hago… — me pego la botella al pecho con la mirada ida, tratando de explicarme con claridad a pesar de que la voz me sale mucho más pastosa de lo normal — No puedo entregarte, Scott. Meerah no me lo perdonaría — yo tampoco lo haría, pero eso no se lo voy a decir porque es meramente mi culpa. La dejé entrar cuando esa puerta debería haber estado cerrada con llave y candado.
Me sonrío con desgano ante mis propios pensamientos y le doy la espalda, seguro de que si sigo quieto no haré más que continuar hablando sobre cosas que no valen la pena — No entiendo por qué decides arriesgar tu cabeza de esta forma, cuando lo tienes todo para evitarlo. No vas a salvarlo de todos modos. Si yo no lo encuentro, Jamie lo hará y será mucho más cruel. Te estás metiendo en problemas por defender lo indefendible — a pesar de la obvia ebriedad que empieza a adormecer mi rapidez mental, soy lo suficientemente consciente como para saber que lo que ella está haciendo no tiene lógica. Mi paseo por el living me detiene frente a la ventana donde nos sentamos la noche de nuestro trato y me rasco los pelos de la nuca, suficientemente más largos como para estirarlos un poco hacia abajo — Hubiera preferido que me salieras con la propuesta de matrimonio incoherente. Sería menos problemático — gruño y mascullo algo entre dientes que no comprendo, pero creo que es un insulto que ahogo con el pico de la botella. Bien, una vez más tendré que arreglar el desastre que Lara Scott quiere provocar y no podrá ser por las buenas.
— ¿Quién dice que soy insensible al respecto? ¿Crees que me gusta firmar sentencias? ¿Crees que añoro el día en el que tenga que levantar la varita y matar a un chico de quince años? — la voz se me dispara en un tono cargado de nueva histeria y creo que se quiebra con un temblor. A decir verdad, es la primera vez que lo expreso en voz alta. Siempre supe que llegaría el día en el que tuviese que ensuciarme las manos de manera directa, solo que esperaba poder evitarlo designándole la tarea a alguien que le duela menos. No me importa que sea un Black, estamos hablando de matar a alguien que todavía no ha llegado a ser quien se supone que debería y esa es la razón por la cual tiene que dejar de existir — Pero lo prefiero a él muerto que a mi hija en peligro. Nadie le pondrá un dedo encima ni hará tambalear su seguridad mientras yo siga con vida — porque si debo matar a cien bebés para que ella tenga asegurado un futuro donde nadie la atormente ni la encierre por ser como es, no me quedará otra que hacerlo. Sacudo la cabeza, una y otra vez, porque está dejando todo por la creencia de que alguien puede ser simplemente mejor a lo que fue el resto de su familia. No podemos arriesgar el futuro de nuestra gente por una corazonada, por la esperanza de un cambio para mejor. Las cosas no funcionan así en el mundo real.
Cuanto más habla, más firme se cierra el agarre alrededor de la botella y mayor es la urgencia con la cual paso el líquido puro. Me encuentro respirando tan lento que soy consciente del movimiento involuntario de mi pecho y de mis hombros, no me doy un tiempo de respiro cuando ella se sirve, me devuelve la botella y yo la regreso a mis labios. Sé que me he excedido cuando me río sin sonido en una mueca sarcástica y me pongo de pie tan rápido que se me tambalea la habitación, así que me agarro con la mano libre del borde de la mesada — Considerando que me tomé el atrevimiento de confiar en tu palabra cuando siempre supe que era un error… sí — insultaré mi falta de inteligencia y nivel de debilidad por mucho tiempo — No voy a dejarte ir así como así. No puedo hacerlo. Si finjo que nada ha ocurrido, estaré traicionando todo en lo que creo. Si no lo hago… — me pego la botella al pecho con la mirada ida, tratando de explicarme con claridad a pesar de que la voz me sale mucho más pastosa de lo normal — No puedo entregarte, Scott. Meerah no me lo perdonaría — yo tampoco lo haría, pero eso no se lo voy a decir porque es meramente mi culpa. La dejé entrar cuando esa puerta debería haber estado cerrada con llave y candado.
Me sonrío con desgano ante mis propios pensamientos y le doy la espalda, seguro de que si sigo quieto no haré más que continuar hablando sobre cosas que no valen la pena — No entiendo por qué decides arriesgar tu cabeza de esta forma, cuando lo tienes todo para evitarlo. No vas a salvarlo de todos modos. Si yo no lo encuentro, Jamie lo hará y será mucho más cruel. Te estás metiendo en problemas por defender lo indefendible — a pesar de la obvia ebriedad que empieza a adormecer mi rapidez mental, soy lo suficientemente consciente como para saber que lo que ella está haciendo no tiene lógica. Mi paseo por el living me detiene frente a la ventana donde nos sentamos la noche de nuestro trato y me rasco los pelos de la nuca, suficientemente más largos como para estirarlos un poco hacia abajo — Hubiera preferido que me salieras con la propuesta de matrimonio incoherente. Sería menos problemático — gruño y mascullo algo entre dientes que no comprendo, pero creo que es un insulto que ahogo con el pico de la botella. Bien, una vez más tendré que arreglar el desastre que Lara Scott quiere provocar y no podrá ser por las buenas.
Mis dientes chocan con fuerza al cerrar mi mandíbula para no maldecir a su concepto de evolución. Esto no es una estúpida evolución, es lo más primario que viene sucediendo desde el inicio de los tiempos, el choque constante entre dos clases y que nos tiene aquí peleando por tener posturas rivales. Mi rostro se endurece, me armo para el combate y sus opiniones que diferirán de las mías porque no puede ser de otra forma, por más que tomo los recaudos no puedo verlo como un enemigo. Trago con fuerza para hacer pasar el nudo que se me formó en la garganta, enojada porque mi coraza se resquebraje cuando tengo que cuestionarme todo lo que sé y todo lo creo saber de él. Pestañeo con la vista puesta en el techo, trato de limpiar mi mirada de las emociones que no dejan de contradecirse, porque en medio de la rabia me embarga la angustia de que él solo está haciendo lo que debe hacer y que no hay modo de que lo juzgue por poner a Meerah por delante de todo, es un sentimiento que respeto, lo único que está haciendo es protegerla. Me marea tratar de mirar todo esto desde distintas posiciones, analizar el tablero desde cada lado, tengo que sujetarme la frente con una mano cuando bajo mi vaso de vodka.
—No puedes confiar en mí…— murmuro por debajo de su tono de voz, lo acuso por su idiotez, como si así quisiera devolverle el sentido común y hacerle ver lo inútil que es continuar respondiendo a su orden con una lealtad nunca real a sus principios. Siempre respondí a él, pero nunca a todo aquello en lo que cree. Se quiebra mi expresión y reprimo un gemido, golpeo la mesada con la palma de mi mano y me pongo inmediatamente de pie. —¡Yo estoy traicionando todo en lo que creo! Porque no debería estar guardando tus secretos, no debería estar callando lo que sé de este chico— me exaspero. —Cuando sé que hay personas que piensan así como yo, que si se enteran que hay un Black también querrían encontrarlo—. Para tratarlo como un héroe y usarlo como una herramienta para sus propios propósitos de oposición a los Niniadis, nadie en este juego es noble. Cierro mis ojos, meneo mi cabeza de un lado al otro. —No debería estar excusándote todo el tiempo en mi mente. No debería hacerme una idea de ti que nada tiene que ver con el ministro de los Niniadis, porque el golpe con la realidad será demasiado duro— arrastro los dedos por los mechones de mi cabello, tirándolos hacia atrás. Separo mis labios sin articular palabra, suelto un suspiro antes de preguntar: —¿Meerah no te lo perdonaría?—. Yo sé que si todavía no lo he traicionado es porque simplemente no puedo, y no estoy actuando como debería, mi lealtad ha perdido su dirección.
Este chico no es la única causa perdida por la que estoy luchando, también hay otras, un montón. Quizás me gusta de manera dañina para mí misma todo lo que no podrá ser. Percibo el efecto que el alcohol tuvo en él y lo sigo hasta la ventana con pasos más lentos, sostengo su brazo cuando me paro a su lado. —No haré algo solo porque se supone que alguien tenga que hacerlo, ¿para salvarlo de un mal mayor? ¿Por mí seguridad? Mi seguridad no vale, la pongo en riesgo todo el tiempo, y los imprudentes tenemos escrito un destino que nos encontrará más tarde o más temprano— digo con desanimo, tiro de su brazo para arrastrarlo al sillón y alejarlo del marco de la ventana. La escena posible de tenerlo gritando borracho en las escaleras de emergencia me pone alerta, no quiero dar material a los vecinos. Presiono su hombro para hacerlo sentar y recupero la posesión de la botella al acomodarme en el borde de la mesa baja de la sala, así quedamos de frente una vez más. —Eres un estúpido y yo también lo soy por continuar este trato. No puedes involucrarme en cosas en las que terminaré actuando por mi cuenta y tal vez esté a un paso de hacer algo que no podrás perdonarme. Y si te soy inútil a tus intereses, ¿por qué no solo dejarlo?— estoy tratando de razonar con alguien que se bajó varios centímetros de vodka y suspiro al saber que es en vano. Me llevo la botella a los labios y al recuperarme del ardor, se la vuelvo a pasar. La muevo delante de su rostro para que la tome. —No creo que estés lo suficientemente ebrio como para creer que el matrimonio pudiera ser una mejor opción alguna vez—. Pero si esta charla no resulta, tal vez mañana no recuerde nada a partir de su reacción al ver el anillo.
—No puedes confiar en mí…— murmuro por debajo de su tono de voz, lo acuso por su idiotez, como si así quisiera devolverle el sentido común y hacerle ver lo inútil que es continuar respondiendo a su orden con una lealtad nunca real a sus principios. Siempre respondí a él, pero nunca a todo aquello en lo que cree. Se quiebra mi expresión y reprimo un gemido, golpeo la mesada con la palma de mi mano y me pongo inmediatamente de pie. —¡Yo estoy traicionando todo en lo que creo! Porque no debería estar guardando tus secretos, no debería estar callando lo que sé de este chico— me exaspero. —Cuando sé que hay personas que piensan así como yo, que si se enteran que hay un Black también querrían encontrarlo—. Para tratarlo como un héroe y usarlo como una herramienta para sus propios propósitos de oposición a los Niniadis, nadie en este juego es noble. Cierro mis ojos, meneo mi cabeza de un lado al otro. —No debería estar excusándote todo el tiempo en mi mente. No debería hacerme una idea de ti que nada tiene que ver con el ministro de los Niniadis, porque el golpe con la realidad será demasiado duro— arrastro los dedos por los mechones de mi cabello, tirándolos hacia atrás. Separo mis labios sin articular palabra, suelto un suspiro antes de preguntar: —¿Meerah no te lo perdonaría?—. Yo sé que si todavía no lo he traicionado es porque simplemente no puedo, y no estoy actuando como debería, mi lealtad ha perdido su dirección.
Este chico no es la única causa perdida por la que estoy luchando, también hay otras, un montón. Quizás me gusta de manera dañina para mí misma todo lo que no podrá ser. Percibo el efecto que el alcohol tuvo en él y lo sigo hasta la ventana con pasos más lentos, sostengo su brazo cuando me paro a su lado. —No haré algo solo porque se supone que alguien tenga que hacerlo, ¿para salvarlo de un mal mayor? ¿Por mí seguridad? Mi seguridad no vale, la pongo en riesgo todo el tiempo, y los imprudentes tenemos escrito un destino que nos encontrará más tarde o más temprano— digo con desanimo, tiro de su brazo para arrastrarlo al sillón y alejarlo del marco de la ventana. La escena posible de tenerlo gritando borracho en las escaleras de emergencia me pone alerta, no quiero dar material a los vecinos. Presiono su hombro para hacerlo sentar y recupero la posesión de la botella al acomodarme en el borde de la mesa baja de la sala, así quedamos de frente una vez más. —Eres un estúpido y yo también lo soy por continuar este trato. No puedes involucrarme en cosas en las que terminaré actuando por mi cuenta y tal vez esté a un paso de hacer algo que no podrás perdonarme. Y si te soy inútil a tus intereses, ¿por qué no solo dejarlo?— estoy tratando de razonar con alguien que se bajó varios centímetros de vodka y suspiro al saber que es en vano. Me llevo la botella a los labios y al recuperarme del ardor, se la vuelvo a pasar. La muevo delante de su rostro para que la tome. —No creo que estés lo suficientemente ebrio como para creer que el matrimonio pudiera ser una mejor opción alguna vez—. Pero si esta charla no resulta, tal vez mañana no recuerde nada a partir de su reacción al ver el anillo.
Intento que no se me note tanto el sarcasmo cuando asegura que no puedo confiar en ella, porque tristemente me he dado cuenta de eso solito. Lo que no me espero es su explosión, una que siempre supe que llegaría, pero que jamás pensé que nos encontraría a los gritos en su sala de estar en medio de la noche — ¡Lo haces porque me lo debes! — ¿Acaso es tan complicado de comprender? No me importa que me excuse, no quiero pensar en cuál es la imagen que se ha creado de mí a pesar de saber quien soy, porque eso hará que me cuestione yo mismo la idea que me he hecho sobre ella. Sacudo la cabeza y la mano en un intento de que me ignore en lo que suelto sobre Meerah, no tiene sentido ni pretendo que lo tenga. No hago más que entrelazar destinos que no deberían haberse cruzado, mezclar ideas que solo oscurecen lo que debería estar claro. Solo complicados lo que tendría que ser sencillo. Si ella se revelaba, si se movía de la línea que yo había trazado para ella, ponerla en su lugar iba a ser muy fácil. Me doy cuenta que ahora no lo es y me he golpeado con mi propia pared.
El toque de su mano en mi brazo hace que gire el rostro hacia ella, buscando sus ojos en una altura cercana a mi hombro. Lo que comprendo de lo que dice es que está aceptando su condena si eso le deja la conciencia tranquila y siento el impulso de insultarla, afirmar que no sabe usar su razón y que solo debe retractarse de los últimos diez minutos — No salvas a nadie, solo condenas al doble — suelto de forma queda. No me doy cuenta de que me arrastra hasta el sofá hasta que me estoy sentando y noto lo cansadas que tengo las piernas. Mis dedos se abren y cierran ante la ausencia de la botella y no sé cómo hago para manterle la mirada — Porque no es tan sencillo — no puede cometer un error y desligarse cuando se le dé la gana. Hay cuestiones más profundas que esto, más grandes que nosotros dos. Solo dejo de mirarla cuando sacude la botella frente a mi cara y la atrapo con una mano perezosa. Apenas le sonrío con irónica risa por lo último que dice, pero no respondo por estar dando un trago más pequeño. Ya no le siento demasiado el sabor — Meerah no me lo perdonaría — retomo, atribuyendo al silencio y los minutos el factor de que he tenido que formular una respuesta coherente y sincera — Y yo tampoco. No puedo… — bien, hace mucho que no hago esto así que creo que se delata en mi modo de echar los ojos hacia arriba y bufar. Me acomodo un poco más derecho y me doy cuenta de que balbuceo un poco al hablar — No quiero entregarte. No quiero firmar una sentencia de traición contra tu persona ni tampoco quiero que alguien más lo haga. No podría… tú sabes — con un mohín, doy un golpeteo con los dedos en la botella y planto ahí toda mi atención visual, como si de esa manera fuese más fácil el hablar — No creo poder soportar que te ejecuten y no hacer nada al respecto — listo. Viniendo de mí, que lo tome como una muestra de un intento de afecto.
Levanto la botella para ponerla a la altura de mis ojos para medir cuánto líquido le queda en su interior y doy otro trago — Me agradas más de lo que es sano admitir, Scott. Y lo único que haces es jalar la cuerda con total impunidad y joderme la vida. Quiero que las cosas salgan bien, de veras, pero sé el precio que debo pagar por ello. Un chico que no conozco parece un buen negocio si puedo conservar todo lo demás. Es obvio que tú prefieres perder la cabeza en lugar de tu alma y eso es algo que yo no puedo comprender — una vez escuché por ahí que los abogados no tenemos alma, lo cual se me hizo gracioso. Ahora que lo pienso, puede que tenga cierto grado de verdad. No me considero una mala persona, pero sé que estoy más allá del bien o del mal. Me atrevo a alzar el rostro una vez más en su dirección y aparto un mechón que ha caído entre mis ojos, tratando de dar la imagen menos ebria que soy capaz — Sabes que solo estás postergando lo inevitable — susurro. Porque ese chico va a ser encontrado. Van a torturarlo para sacarle cualquier información que sea útil y luego será descartado como un trozo de carne. Lo sé porque lo he visto, he aceptado esas acciones, aprobé varias de ellas. Y si ella decide caer con y por él… no puedo hacer nada para evitarlo.
El toque de su mano en mi brazo hace que gire el rostro hacia ella, buscando sus ojos en una altura cercana a mi hombro. Lo que comprendo de lo que dice es que está aceptando su condena si eso le deja la conciencia tranquila y siento el impulso de insultarla, afirmar que no sabe usar su razón y que solo debe retractarse de los últimos diez minutos — No salvas a nadie, solo condenas al doble — suelto de forma queda. No me doy cuenta de que me arrastra hasta el sofá hasta que me estoy sentando y noto lo cansadas que tengo las piernas. Mis dedos se abren y cierran ante la ausencia de la botella y no sé cómo hago para manterle la mirada — Porque no es tan sencillo — no puede cometer un error y desligarse cuando se le dé la gana. Hay cuestiones más profundas que esto, más grandes que nosotros dos. Solo dejo de mirarla cuando sacude la botella frente a mi cara y la atrapo con una mano perezosa. Apenas le sonrío con irónica risa por lo último que dice, pero no respondo por estar dando un trago más pequeño. Ya no le siento demasiado el sabor — Meerah no me lo perdonaría — retomo, atribuyendo al silencio y los minutos el factor de que he tenido que formular una respuesta coherente y sincera — Y yo tampoco. No puedo… — bien, hace mucho que no hago esto así que creo que se delata en mi modo de echar los ojos hacia arriba y bufar. Me acomodo un poco más derecho y me doy cuenta de que balbuceo un poco al hablar — No quiero entregarte. No quiero firmar una sentencia de traición contra tu persona ni tampoco quiero que alguien más lo haga. No podría… tú sabes — con un mohín, doy un golpeteo con los dedos en la botella y planto ahí toda mi atención visual, como si de esa manera fuese más fácil el hablar — No creo poder soportar que te ejecuten y no hacer nada al respecto — listo. Viniendo de mí, que lo tome como una muestra de un intento de afecto.
Levanto la botella para ponerla a la altura de mis ojos para medir cuánto líquido le queda en su interior y doy otro trago — Me agradas más de lo que es sano admitir, Scott. Y lo único que haces es jalar la cuerda con total impunidad y joderme la vida. Quiero que las cosas salgan bien, de veras, pero sé el precio que debo pagar por ello. Un chico que no conozco parece un buen negocio si puedo conservar todo lo demás. Es obvio que tú prefieres perder la cabeza en lugar de tu alma y eso es algo que yo no puedo comprender — una vez escuché por ahí que los abogados no tenemos alma, lo cual se me hizo gracioso. Ahora que lo pienso, puede que tenga cierto grado de verdad. No me considero una mala persona, pero sé que estoy más allá del bien o del mal. Me atrevo a alzar el rostro una vez más en su dirección y aparto un mechón que ha caído entre mis ojos, tratando de dar la imagen menos ebria que soy capaz — Sabes que solo estás postergando lo inevitable — susurro. Porque ese chico va a ser encontrado. Van a torturarlo para sacarle cualquier información que sea útil y luego será descartado como un trozo de carne. Lo sé porque lo he visto, he aceptado esas acciones, aprobé varias de ellas. Y si ella decide caer con y por él… no puedo hacer nada para evitarlo.
—¡Ya no se trata de lo que te debo!— alzo mi voz con la vista vuelta hacia el techo, buscando a mi capacidad de discernimiento. Después de soltar esas palabras, encuentro el aire en mis pulmones para volver a respirar con normalidad, como si hubiera dado por fin con la superficie y soy libre de esa sensación de ahogo. Pero lo que digo tendrá más sentido para mí de lo que puedo esperar que tenga para él, a quien creo más confundido con cada minuto que pasa y con cada cuota de alcohol que se sirve. Sus ideas siguen sonando firmes a pesar de esto, son ciertas y me pesan. Es una condena doble, ¿en serio puedo aceptarla? Hasta ahora no había materializado mis pensamientos de manera verbal, queda un trecho para que se vuelvan actos y llegado el momento tendré que ver si soy capaz de dar ese paso. No, no es sencillo tampoco para mí. Es solo que me cansé de mentirme cuando tengo la mente bien puesta en lo que debo hacer, sé bien que es lo que me conviene cuando mi carácter se enfría, pero sigue siendo un engaño si cuando aflora mi temperamento rompo con esa norma. Haría cosas para las que no puedo tener la esperanza de un segundo perdón. No lo merecería, tampoco lo querría. Son muchas otras cosas las que ahora están en medio, y más que su perdón, querría que pudiera entenderme.
El suspiro que sale de mis labios se lleva todo el aire de mi pecho y se quiebra en un gemido, está lo suficientemente borracho como para decir tonterías de otro tipo. Trago saliva dolorosamente, mi expresión se contrae por el pesar que siento hacia él y me arrastro a su lado. Me deshago de los zapatos para subir los pies al borde y me echo hacia atrás en el respaldo, no me quiero perder detalle del perfil de su rostro mientras sigue hablando. Un peso extraño me hunde en el sillón, busco con mi mano los mechones de su nuca para un gesto de vano consuelo por esos pensamientos que lo perturban por mi culpa. Tengo que darle toda la razón cuando dice que solo estamos postergando lo inevitable, una vez más. Hago girar su rostro hacia mí con mi otra mano para me mire al incorporarme un poco del sillón. —Los dos lo hacemos desde un principio— le aclaro. —Simpatizo con esclavos y rebeldes, me siento más a gusto en el norte de lo que nunca me sentiré en el ministerio, odio que nazcan personas con un destino de esclavos o de marginados, y te odiaría si tienes que asesinar a un chico de quince años, porque… no eres esa persona para mí— murmuro con la voz raposa. —Me agradas más de lo que puedo hacerme responsable, Hans— susurro al unir nuestras frentes y respirar sobre su boca. Me sostengo de su nuca, acaricio su pelo con una ternura que se aprovecha de su estado de ebriedad, de todas maneras no lo recordará al despertar. Lo recuesto contra el respaldo y peino con caricias lentas los mechones de su frente para calmar sus pensamientos, me inclino apenas sobre su mandíbula para presionar mis labios. —Lo siento.
El suspiro que sale de mis labios se lleva todo el aire de mi pecho y se quiebra en un gemido, está lo suficientemente borracho como para decir tonterías de otro tipo. Trago saliva dolorosamente, mi expresión se contrae por el pesar que siento hacia él y me arrastro a su lado. Me deshago de los zapatos para subir los pies al borde y me echo hacia atrás en el respaldo, no me quiero perder detalle del perfil de su rostro mientras sigue hablando. Un peso extraño me hunde en el sillón, busco con mi mano los mechones de su nuca para un gesto de vano consuelo por esos pensamientos que lo perturban por mi culpa. Tengo que darle toda la razón cuando dice que solo estamos postergando lo inevitable, una vez más. Hago girar su rostro hacia mí con mi otra mano para me mire al incorporarme un poco del sillón. —Los dos lo hacemos desde un principio— le aclaro. —Simpatizo con esclavos y rebeldes, me siento más a gusto en el norte de lo que nunca me sentiré en el ministerio, odio que nazcan personas con un destino de esclavos o de marginados, y te odiaría si tienes que asesinar a un chico de quince años, porque… no eres esa persona para mí— murmuro con la voz raposa. —Me agradas más de lo que puedo hacerme responsable, Hans— susurro al unir nuestras frentes y respirar sobre su boca. Me sostengo de su nuca, acaricio su pelo con una ternura que se aprovecha de su estado de ebriedad, de todas maneras no lo recordará al despertar. Lo recuesto contra el respaldo y peino con caricias lentas los mechones de su frente para calmar sus pensamientos, me inclino apenas sobre su mandíbula para presionar mis labios. —Lo siento.
¿Entonces de qué se trata ahora? Realmente espero que me lo explique, me encojo de hombros y alzo las manos de un modo algo frenético en demanda de una respuesta un poco más clara. Entre ella y yo la deuda fue algo que siempre flotó entre nosotros como un tercer individuo, nos condicionaba y envolvía limitando la manera en la cual nos relacionabamos uno con el otro. Sin eso, no sé en qué punto nos encontramos. No sé por qué digo las cosas que digo y cómo las dejo salir. No sé por qué no me marcho y busco la respuesta en la calma de la soledad que me permite mi enorme habitación. Tengo que continuar con lo que comencé, aunque ella se niegue a ayudar, aunque el camino se haya vuelto empinado y rocoso.
Las caricias en primer momento me producen el rechazo de la urgencia por la distancia, pero pronto me rindo a ellas. No soy bueno diciéndole que no a su tacto hace meses, cuando se me ocurrió la sorpresiva idea de que podría mezclar negocios con placer y salir airoso de ello. En mi defensa, siempre fui exitoso en esa tarea, pero como siempre, Scott sabe marcar la diferencia. Me siento reacio a mirarla, pero acabo dejando que guíe mi rostro en dirección al suyo y tengo que parpadear para ser capaz de ver mejor sus ojos en la cercanía. Hay algo en todo lo que dice que me afecta, que me produce una sacudida desagradable y tardo en reconocer que es una especie de sutil dolor, similar a la sensación de una cubeta helada. Debe ser por eso que me trago la broma muy digna de mí sobre que sabía que le gustaba y, en su lugar, solo dejo salir otro tipo de palabras muy diferentes — Jamás te mentí sobre quién soy — Porque siempre estuvo claro. Puedo tener una vida personal, contarle mis secretos y compartirle la cama, pero nunca escondí mis ideales, jamás dejé de convertirme en ministro cada vez que cruzaba la puerta. Me conoció en un tribunal y eso es lo que he sido desde entonces. Si ella decidió ignorarlo, tal y como yo busqué empujar la idea de quién es ella, es otro tema.
Pero respirar en sus labios se siente bien, tanto como las caricias que me peinan y me acomodan sobre un sofá mucho más cómodo de lo que recuerdo. No sé qué me pesa más, si el beso en mi piel o las palabras que chocan contra ella. Aún sostengo la botella contra una de mis piernas cuando levanto la mano que tengo libre y acaricio algunos mechones de su cabello, echándolos hacia atrás sobre su hombro — Me gusta tu pelo así — es un comentario al azar, un cumplido tan simple que parece que se lo he dicho en medio de los pasillos de la oficina tras un largo tiempo sin vernos. Pero aquí suena como un secreto, un poco bajo, perdiéndose entre las paredes. Paso algo de saliva y acomodo mi cabeza en el respaldar para poder verla mejor — Si tanto odias todo esto… ¿Por qué no te mudas al norte? Lidiarías un poco menos con la hipocresía — yo no tendría que verla seguido y recordarme lo bajo que he caído. Acaricio distraídamente su cuello, hasta que dejo caer la mano sobre mi propio pecho — Si no vas a ayudarme, al menos dime cómo luce. Encontraré el modo de dejar pasar esto como algo entre nosotros y no voy a informarlo. Voy a encontrarlo por mi cuenta — eso es todo, no quiero debatir más del tema. Porque sé que, de hacerlo, encontraré mil razones para convencerme de que me estoy equivocando y que debería llamar a mi mejor amigo para informarle que tengo una mujer dispuesta a ocupar una de sus celdas. En un movimiento rápido, me inclino lo suficiente para buscar sus labios. Los encuentro en un beso suave, que se prolonga unos segundos en los cuales mi boca se mueve sobre la suya con la gentileza de la melancolía. Para cuando me aparto, esquivo su mirada y me toco los labios con los nudillos como si así pudiera borrar ese gesto a pesar de haber sido una decisión propia — Te odio — murmuro nomas. Y lo hago, de alguna manera. Algo me dice que ella lo entiende.
Las caricias en primer momento me producen el rechazo de la urgencia por la distancia, pero pronto me rindo a ellas. No soy bueno diciéndole que no a su tacto hace meses, cuando se me ocurrió la sorpresiva idea de que podría mezclar negocios con placer y salir airoso de ello. En mi defensa, siempre fui exitoso en esa tarea, pero como siempre, Scott sabe marcar la diferencia. Me siento reacio a mirarla, pero acabo dejando que guíe mi rostro en dirección al suyo y tengo que parpadear para ser capaz de ver mejor sus ojos en la cercanía. Hay algo en todo lo que dice que me afecta, que me produce una sacudida desagradable y tardo en reconocer que es una especie de sutil dolor, similar a la sensación de una cubeta helada. Debe ser por eso que me trago la broma muy digna de mí sobre que sabía que le gustaba y, en su lugar, solo dejo salir otro tipo de palabras muy diferentes — Jamás te mentí sobre quién soy — Porque siempre estuvo claro. Puedo tener una vida personal, contarle mis secretos y compartirle la cama, pero nunca escondí mis ideales, jamás dejé de convertirme en ministro cada vez que cruzaba la puerta. Me conoció en un tribunal y eso es lo que he sido desde entonces. Si ella decidió ignorarlo, tal y como yo busqué empujar la idea de quién es ella, es otro tema.
Pero respirar en sus labios se siente bien, tanto como las caricias que me peinan y me acomodan sobre un sofá mucho más cómodo de lo que recuerdo. No sé qué me pesa más, si el beso en mi piel o las palabras que chocan contra ella. Aún sostengo la botella contra una de mis piernas cuando levanto la mano que tengo libre y acaricio algunos mechones de su cabello, echándolos hacia atrás sobre su hombro — Me gusta tu pelo así — es un comentario al azar, un cumplido tan simple que parece que se lo he dicho en medio de los pasillos de la oficina tras un largo tiempo sin vernos. Pero aquí suena como un secreto, un poco bajo, perdiéndose entre las paredes. Paso algo de saliva y acomodo mi cabeza en el respaldar para poder verla mejor — Si tanto odias todo esto… ¿Por qué no te mudas al norte? Lidiarías un poco menos con la hipocresía — yo no tendría que verla seguido y recordarme lo bajo que he caído. Acaricio distraídamente su cuello, hasta que dejo caer la mano sobre mi propio pecho — Si no vas a ayudarme, al menos dime cómo luce. Encontraré el modo de dejar pasar esto como algo entre nosotros y no voy a informarlo. Voy a encontrarlo por mi cuenta — eso es todo, no quiero debatir más del tema. Porque sé que, de hacerlo, encontraré mil razones para convencerme de que me estoy equivocando y que debería llamar a mi mejor amigo para informarle que tengo una mujer dispuesta a ocupar una de sus celdas. En un movimiento rápido, me inclino lo suficiente para buscar sus labios. Los encuentro en un beso suave, que se prolonga unos segundos en los cuales mi boca se mueve sobre la suya con la gentileza de la melancolía. Para cuando me aparto, esquivo su mirada y me toco los labios con los nudillos como si así pudiera borrar ese gesto a pesar de haber sido una decisión propia — Te odio — murmuro nomas. Y lo hago, de alguna manera. Algo me dice que ella lo entiende.
No me mintió, todo lo contrario… Si me hubiera quedado con esa primera impresión del juez Powell, en vez de alargar nuestro trato por años, si no conociera de él más de lo que vi en aquel entonces, podría pensarlo como alguien que no hace más que cumplir con su deber y que para mí es injusto. Se ha complicado todo desde entonces, que pese a nuestras opiniones en oposición, estamos tan cerca que respiramos del otro y nuestra conversación tiene de esos paréntesis en que mi disculpa por todo lo que estoy causándole, se cruza con un comentario suyo sobre algo que le gusta de mí. Por estas cosas es que puedo tan fácil desplazar su autoridad como ministro y pensar en él sin ese traje, sin ningún traje. Me engaño al creer que he llegado a conocerlo. Mis dedos se detienen por un largo segundo sobre su frente, rozando su pelo, y no hago otra cosa más que mirarme en sus ojos. —El plan es irme al norte— murmuro lentamente, lo digo como un suspiro entre los dos que puede perderse en el aire, puede que no llegue a tomar la forma de algo real, pero lo traigo para colocarlo entre nosotros. —Rompamos nuestro trato, no seguiré respondiendo a la deuda. No haré cosas por las que no puedas perdonarme y tengas que condenarme a vista de los demás. Si me voy al norte…— entonces no seguirá siendo responsable de mi suerte, y no tendré que mentirle, como cuando me pide que describa al chico del mercado. Niego con cansancio moviendo mi cabeza y se aclara mi mirada por la disculpa que está escrita en todo mi rostro. —No puedo hacerlo. Él está luchando sus propias batallas en el norte, tratando de ser noble y honesto por otros chicos en su misma situación. No puedo entregártelo— musito. Lo siento, tanto.
Cargo el beso de todo mi arrepentimiento por haber llevado las cosas hasta este punto, en que mis labios responden con el anhelo de que el contacto no se rompa y toman en un asalto de segundos todo lo que pueden. Sigo mirándome en él cuando me dice que me odia y no voy mentirme sobre la punzada que me provoca, en cómo al escucharlo pienso en todas las veces en que nos buscamos con deseo y no hubo odio. Si pretende alejarme con eso o herirme de algún modo, me sobrepongo con una actitud desafiante. —No me odias de la manera en la que deberías— contesto pidiendo que lo reconozca. Paso una pierna por encima de las suyas para acomodarme en su regazo y separo sus dedos de la botella para soltarla suavemente en suelo, el vidrio no se rompe pero algo de su contenido se vuelca sobre la alfombra. Ni siquiera pienso en ello. Escondo mi rostro en la curva de su cuello y sigo con mi nariz una línea ascendente que llega hasta su oído. —Me odias por todo lo que te hago sentir— susurro, bajo mis manos por su camisa en un roce superficial. —No me odias porque sea una enemiga en esta partida, sino porque a pesar de ello todavía…— tanteo su resistencia con mis labios bajando por su mandíbula—quieres tenerme, de la manera en que da miedo.
Cargo el beso de todo mi arrepentimiento por haber llevado las cosas hasta este punto, en que mis labios responden con el anhelo de que el contacto no se rompa y toman en un asalto de segundos todo lo que pueden. Sigo mirándome en él cuando me dice que me odia y no voy mentirme sobre la punzada que me provoca, en cómo al escucharlo pienso en todas las veces en que nos buscamos con deseo y no hubo odio. Si pretende alejarme con eso o herirme de algún modo, me sobrepongo con una actitud desafiante. —No me odias de la manera en la que deberías— contesto pidiendo que lo reconozca. Paso una pierna por encima de las suyas para acomodarme en su regazo y separo sus dedos de la botella para soltarla suavemente en suelo, el vidrio no se rompe pero algo de su contenido se vuelca sobre la alfombra. Ni siquiera pienso en ello. Escondo mi rostro en la curva de su cuello y sigo con mi nariz una línea ascendente que llega hasta su oído. —Me odias por todo lo que te hago sentir— susurro, bajo mis manos por su camisa en un roce superficial. —No me odias porque sea una enemiga en esta partida, sino porque a pesar de ello todavía…— tanteo su resistencia con mis labios bajando por su mandíbula—quieres tenerme, de la manera en que da miedo.
Mis labios se separan con la vaga intención de decir algo, pero las palabras no llegan a mi cerebro y no salen por mi boca. Que quiera irse al norte es algo que, dentro de todo, encuentro lógico. Allí, no tendrá que guardar las apariencias en la ciudad que más se diferencia de todo lo que ella proclama. Y, aunque lo he sugerido yo mismo hace segundos, que sea ella quien lo acepte en voz alta me genera un malestar desconocido. Ese que me impulsa a tomar su mano con algo de fuerza, pero no lo hago. No voy a pedirle que se quede, no tengo razones válidas para hacerlo, no dentro de mi lógica — ¿Y qué hago con el archivo que lleva tu nombre? — no espero que me responda, solo quiero que vea dónde se encuentra su falla. Soy la cabeza del poder judicial, pero aún así sé que hay alguien más fuerte que yo que alguna vez puede reclamar los permisos que me he tomado en beneficio. Los papeles no van a desaparecer por arte de magia, destruirlos sería una pena que mancharía mi moral. Esa que sé que no comparte en el instante en el cual niega con la cabeza y yo resoplo rendido — ¿Noble y honesto? Te debes haber equivocado de muchacho. No existe un Black noble y honesto — con esa broma de mala gana elimino el reproche. Porque sé que si sigo por ese lado, tendré que hacer algo que no me gusta. Ya encontraré el modo de solucionarlo, siempre lo hago. El único problema es… — Jamie va a matarme — es un suspiro de cansancio el que saca esas palabras de mí y me deja echarle un vistazo al techo. No solo es la queja a un jefe estricto, sino que con el humor de la ministra, nunca se sabe cuán metafórica puede ser esa oración.
Lo que afirma no es sorpresa, sé que mi odio no es real. Si así lo fuera, no tendría que estar reprimiendo un montón de impulsos que no tienen nada que ver con desearle el mal ni mucho menos. Lo que me toma por asalto es cómo se coloca encima de mí y me despoja de la botella, provocándome un cosquilleo estomacal al tener que levantar el mentón por el recorrido de sus labios. La manera que tengo de cerrar los ojos no es de goce, sino más bien es lo que me ayuda a contar hasta tres en el interior y tomar la fuerza necesaria para buscar las manos que me acarician, usando las mías para presionarlas y empujarlas hasta pegarlas a su pecho — No hagas eso — es la primera vez que rechazo su tacto y sé que no deseo hacerlo, pero aún así me esfuerzo en abrir los ojos y mirar por encima de su cabeza a algún punto perdido de la sala — El otro día, le dije toda la verdad a Phoebe. Sobre Cordelia y mi trabajo. ¿Y sabes qué? — hablar en murmullos me hace notar lo apagado de mi voz. Tengo que apretar un poco más el agarre de sus manos para no sentir que se me escapa — He visto el desprecio en cientos de miradas y jamás me ha importado, pero no creí verlo en ella. Es irónico que la persona por la cual he comenzado todo esto sea quien peor me ha juzgado, pero quizá todas esas personas tienen razón. Tal vez, sí soy despreciable. Eso explicaría muchas cosas — no me arrepiento de mis decisiones, pero la soledad de los años puede hablar por sí sola — Jamás he levantado una varita y he matado a alguien. Jamás torturé ni he disfrutado del dolor ajeno. Pero apruebo las leyes que lo permiten, firmo los papeles, he creado unas cuantas. Soy la cara de todo lo que dices detestar — el agarre de sus manos se me patina por los dedos cuando la suelto y busco su mirada, tratando de encontrar honestidad — Entonces dime… ¿Por qué no veo ese desprecio cuando me miras? ¿Por qué tú no me odias? — ¿Quién es quién desea tener al otro aunque esté mal, aunque dé miedo?
Es penoso saber la respuesta a eso. Mis manos caen sobre su cadera y trago con la fuerza suficiente como para mover la nuez — Si te vas al norte… — modulo con lentitud, formulando mejor la oración en mi cabeza a medida que la voy soltando — No vuelvas a aparecer en forma de un nombre en un archivo legal, es lo único que te pido. Pero siempre puedes quedarte — alzo uno de mis hombros como si fuese una opción que solo estoy lanzando al azar, pero aún así, me atrevo a sonreírle a medias. No es una sonrisa alegre, lo sé bien — Aún hay un piano que jamás pude mostrarte. Además, sé que me extrañarías — mis entrecejo se arruga cuando presiono la mandíbula y los labios en una falsa seriedad como si estuviese hablando de un hecho confirmado e incluso hago un movimiento afirmativo con la cabeza. Agradezco al vodka el poder hablar así sin tener un ápice de vergüenza, es más fácil llenar el fastidioso y extraño vacío que me hunde en un sofá como si simplemente quisiera fundirme allí por unas horas. Deprimente.
Lo que afirma no es sorpresa, sé que mi odio no es real. Si así lo fuera, no tendría que estar reprimiendo un montón de impulsos que no tienen nada que ver con desearle el mal ni mucho menos. Lo que me toma por asalto es cómo se coloca encima de mí y me despoja de la botella, provocándome un cosquilleo estomacal al tener que levantar el mentón por el recorrido de sus labios. La manera que tengo de cerrar los ojos no es de goce, sino más bien es lo que me ayuda a contar hasta tres en el interior y tomar la fuerza necesaria para buscar las manos que me acarician, usando las mías para presionarlas y empujarlas hasta pegarlas a su pecho — No hagas eso — es la primera vez que rechazo su tacto y sé que no deseo hacerlo, pero aún así me esfuerzo en abrir los ojos y mirar por encima de su cabeza a algún punto perdido de la sala — El otro día, le dije toda la verdad a Phoebe. Sobre Cordelia y mi trabajo. ¿Y sabes qué? — hablar en murmullos me hace notar lo apagado de mi voz. Tengo que apretar un poco más el agarre de sus manos para no sentir que se me escapa — He visto el desprecio en cientos de miradas y jamás me ha importado, pero no creí verlo en ella. Es irónico que la persona por la cual he comenzado todo esto sea quien peor me ha juzgado, pero quizá todas esas personas tienen razón. Tal vez, sí soy despreciable. Eso explicaría muchas cosas — no me arrepiento de mis decisiones, pero la soledad de los años puede hablar por sí sola — Jamás he levantado una varita y he matado a alguien. Jamás torturé ni he disfrutado del dolor ajeno. Pero apruebo las leyes que lo permiten, firmo los papeles, he creado unas cuantas. Soy la cara de todo lo que dices detestar — el agarre de sus manos se me patina por los dedos cuando la suelto y busco su mirada, tratando de encontrar honestidad — Entonces dime… ¿Por qué no veo ese desprecio cuando me miras? ¿Por qué tú no me odias? — ¿Quién es quién desea tener al otro aunque esté mal, aunque dé miedo?
Es penoso saber la respuesta a eso. Mis manos caen sobre su cadera y trago con la fuerza suficiente como para mover la nuez — Si te vas al norte… — modulo con lentitud, formulando mejor la oración en mi cabeza a medida que la voy soltando — No vuelvas a aparecer en forma de un nombre en un archivo legal, es lo único que te pido. Pero siempre puedes quedarte — alzo uno de mis hombros como si fuese una opción que solo estoy lanzando al azar, pero aún así, me atrevo a sonreírle a medias. No es una sonrisa alegre, lo sé bien — Aún hay un piano que jamás pude mostrarte. Además, sé que me extrañarías — mis entrecejo se arruga cuando presiono la mandíbula y los labios en una falsa seriedad como si estuviese hablando de un hecho confirmado e incluso hago un movimiento afirmativo con la cabeza. Agradezco al vodka el poder hablar así sin tener un ápice de vergüenza, es más fácil llenar el fastidioso y extraño vacío que me hunde en un sofá como si simplemente quisiera fundirme allí por unas horas. Deprimente.
—Déjalo donde está— susurro, quizás sea olvidado y acumule polvo con los años, tal vez algún día tenga que entregarlo con otros expedientes en manos de quien hará cumplir la condena de la que me libró, que sea el tiempo quien decida lo que ocurrirá con esa carpeta y el recuerdo que pueda quedar de lo que sucedió. Y también con la suerte del chico que mencionamos, quien podría ser poco más que un huérfano a quien el azar lo colocó en un lugar que nos lleva a pensar que es el hijo de Orion Black y puede que no sea otra cosa que una vida más de las perdidas en el norte. Toda esta charla montada sobre nada, haciéndonos mover en posiciones determinantes, y así como arrojo mi decisión de exiliarme, me provoca un miedo creciente que se cumpla lo que predice. —Ni siquiera lo digas— me enojo con él. Eso no sucederá, es un hombre de recursos y encontrará la manera de asegurar su lugar, si bien espero que nunca encuentre al heredero que teme la ministra, porque no quiero que de todos los finales posibles, ese se cumpla. De todos los casos que han pasado por el ministerio en estos años, de las sentencias que se han dictado, esta parece ser la que definirá mucho más que la consecución del poder de un gobierno arbitrario. Nos coloca a nosotros en una batalla personal que tiene lugar en esta sala, y otra vez no sé si hay ganadores o perdedores. Hace a un lado mis manos y me quedo donde estoy, espero inmóvil al gesto que me diga si debo apartarme o si debo insistir.
Lo que me dice me toma desprevenida, no creí que fuera a hablarme de su hermana y más que eso, que me contara sobre lo duro que ella lo había juzgado. De la misma forma en que dice que entregaría a un chico desconocido para su muerte si eso le asegura protección a Meerah, puedo entender que a veces las maneras que elegimos para cuidar de otros son reprobables por esas mismas personas. Ellos no piden tal sacrificio, si les consultáramos, tal vez nos sorprendería saber que no lo elegirían. Pienso decirle esto, pero contrario a lo que cabría esperar no me siento capaz de contribuir a su martirio. Como tiene mis manos retenidas me contengo de acariciar su cabello, me limito a escuchar en silencio el juicio que hace de sí mismo. Con cada palabra, más se acentúa mi angustia hacia él. Su pregunta al final me toma con la guardia baja y me siento inestable en mi posición. —Porque he visto otras cosas en ti, creo que he llegado a entenderte algunas veces...— vacilo. —No he podido despreciarte al conocerte, de todo lo que podría sentir, nunca hubo desprecio— Aparto mis ojos de él para colocarla en algún punto sobre su hombro. —No lo sé—. Creo que sí lo sé, pero no encuentro el modo de decirlo. Las palabras están ahí, atoradas en mi garganta, que se cierra al escuchar lo siguiente. Temo ahogarme en todo lo que no alcanzo a expresar. Sujeto su rostro con mis manos y sabiendo que podrá alejarme, insisto en tomar sus labios para un beso más hondo, ansioso de una respuesta. Porque sé que lo extrañaría, que no podría usar el recuerdo de este beso ni de los otros para imponerlos a la nostalgia, porque me dolería. —Si me voy al norte, espero olvidarte y que también me olvides. Si vuelves a ver mi nombre en algún expediente, solo ignóralo, que no te signifique nada — murmuro al separarme a la distancia de un suspiro. —Las personas que se marchan por propia decisión, pierden el derecho a echar de menos.
Lo que me dice me toma desprevenida, no creí que fuera a hablarme de su hermana y más que eso, que me contara sobre lo duro que ella lo había juzgado. De la misma forma en que dice que entregaría a un chico desconocido para su muerte si eso le asegura protección a Meerah, puedo entender que a veces las maneras que elegimos para cuidar de otros son reprobables por esas mismas personas. Ellos no piden tal sacrificio, si les consultáramos, tal vez nos sorprendería saber que no lo elegirían. Pienso decirle esto, pero contrario a lo que cabría esperar no me siento capaz de contribuir a su martirio. Como tiene mis manos retenidas me contengo de acariciar su cabello, me limito a escuchar en silencio el juicio que hace de sí mismo. Con cada palabra, más se acentúa mi angustia hacia él. Su pregunta al final me toma con la guardia baja y me siento inestable en mi posición. —Porque he visto otras cosas en ti, creo que he llegado a entenderte algunas veces...— vacilo. —No he podido despreciarte al conocerte, de todo lo que podría sentir, nunca hubo desprecio— Aparto mis ojos de él para colocarla en algún punto sobre su hombro. —No lo sé—. Creo que sí lo sé, pero no encuentro el modo de decirlo. Las palabras están ahí, atoradas en mi garganta, que se cierra al escuchar lo siguiente. Temo ahogarme en todo lo que no alcanzo a expresar. Sujeto su rostro con mis manos y sabiendo que podrá alejarme, insisto en tomar sus labios para un beso más hondo, ansioso de una respuesta. Porque sé que lo extrañaría, que no podría usar el recuerdo de este beso ni de los otros para imponerlos a la nostalgia, porque me dolería. —Si me voy al norte, espero olvidarte y que también me olvides. Si vuelves a ver mi nombre en algún expediente, solo ignóralo, que no te signifique nada — murmuro al separarme a la distancia de un suspiro. —Las personas que se marchan por propia decisión, pierden el derecho a echar de menos.
Mis ojos se abren en repentino asombro, porque de todas las cosas que podría decirme, no me esperaba alguna clase de entendimiento. No sé con exactitud qué es lo que eso me causa, pero puedo sentir un peso menos; ya he tenido demasiados prejuicios hacia mí en menos de una semana como para poder seguir acumulandolos y poder mantenerme indiferente. Me gustaría poder decir algo, pero solo atino a acariciar uno de sus brazos con suavidad como si eso fuese suficiente. Y voy a decirle que yo tampoco tengo idea de nada, pero mi voz no sale porque ella se toma la molestia de sujetar mi rostro y, aunque tengo la intención de echarme hacia atrás, solo queda en un vago amague. Me tenso al recibir su beso, uno que me obliga a cerrar los ojos con fuerza como si de esa manera pudiera oponerme, pero pierdo en cuestión de segundos. Le correspondo, obvio que lo hago, quedándome con ganas de más cuando ella se aleja y yo intento enfocarla en la cercanía — ¿Y que hay de los que nos quedamos? — pregunto en un murmullo — ¿Tenemos el derecho a extrañar?
Porque sé que la echaría de menos, a mí manera. Me he acostumbrado a ella, tal vez tanto que no he reparado en el nivel de importancia que le estoy dando. Pero ya demostré que no soy bueno fingiendo y no sé si es el alcohol o la necesidad, pero tomo su rostro entre mis manos y acaricio sus pómulos con mis pulgares — No te vayas— lo digo con una calma gentil, no es una súplica, tampoco lo veo como un reproche — Sé que dije hace un momento que serías más feliz allá, pero ... siempre puedes quedarte. Puedo solucionarlo, de alguna manera, pero quédate. No tienes que salir huyendo — ¿O sí? Estoy siendo egoísta, lo sé. La estoy empujando a quedarse solo porque estoy descubriendo que no quiero que se marche. Incluso aferro su cintura para estrecharla contra mí, usando su frente para recargar la mía — No sé lo que estamos haciendo ni creo que me importe mucho a estas alturas, pero es tu decisión. Supongo que sabes lo que te conviene — O no. Quizá solo está caminando a su suicidio porque cree que es lo correcto y yo solo dejaré que suceda. ¿Puedo dejarlo así?
Me relamo los labios que aún saben a ella y me muevo para dejar un beso sobre su frente, dejando que mi boca se recargue allí y me sea de soporte — ¿Puedo dormir contigo esta noche? — mis ojos buscan la silueta del anillo sobre la mesada, el cual se siente demasiado ruidoso incluso en el silencio del departamento — Ya sabes, solo dormir. No hay ánimos para... — ruedo los ojos con gracia y me aparto, dejándome caer otra vez contra el respaldo. Eso me deja apoyar la cabeza de tal manera que puedo ver el techo en todo su esplendor. Mi mano se siente pesada cuando la paso por mi rostro, tratando de despejarme un poco — Estoy agotado, Lara. De absolutamente todo. A veces solo quiero... — muevo mis manos con un "puf" para indicar una completa desaparición, como si eso fuese la solución a todos mis problemas. Como si así pudiese olvidar todo lo que nos complica algo tan simple como una emoción que pretendo que no sucede, en medio de un caos que acabará por ahogarnos.
Porque sé que la echaría de menos, a mí manera. Me he acostumbrado a ella, tal vez tanto que no he reparado en el nivel de importancia que le estoy dando. Pero ya demostré que no soy bueno fingiendo y no sé si es el alcohol o la necesidad, pero tomo su rostro entre mis manos y acaricio sus pómulos con mis pulgares — No te vayas— lo digo con una calma gentil, no es una súplica, tampoco lo veo como un reproche — Sé que dije hace un momento que serías más feliz allá, pero ... siempre puedes quedarte. Puedo solucionarlo, de alguna manera, pero quédate. No tienes que salir huyendo — ¿O sí? Estoy siendo egoísta, lo sé. La estoy empujando a quedarse solo porque estoy descubriendo que no quiero que se marche. Incluso aferro su cintura para estrecharla contra mí, usando su frente para recargar la mía — No sé lo que estamos haciendo ni creo que me importe mucho a estas alturas, pero es tu decisión. Supongo que sabes lo que te conviene — O no. Quizá solo está caminando a su suicidio porque cree que es lo correcto y yo solo dejaré que suceda. ¿Puedo dejarlo así?
Me relamo los labios que aún saben a ella y me muevo para dejar un beso sobre su frente, dejando que mi boca se recargue allí y me sea de soporte — ¿Puedo dormir contigo esta noche? — mis ojos buscan la silueta del anillo sobre la mesada, el cual se siente demasiado ruidoso incluso en el silencio del departamento — Ya sabes, solo dormir. No hay ánimos para... — ruedo los ojos con gracia y me aparto, dejándome caer otra vez contra el respaldo. Eso me deja apoyar la cabeza de tal manera que puedo ver el techo en todo su esplendor. Mi mano se siente pesada cuando la paso por mi rostro, tratando de despejarme un poco — Estoy agotado, Lara. De absolutamente todo. A veces solo quiero... — muevo mis manos con un "puf" para indicar una completa desaparición, como si eso fuese la solución a todos mis problemas. Como si así pudiese olvidar todo lo que nos complica algo tan simple como una emoción que pretendo que no sucede, en medio de un caos que acabará por ahogarnos.
Deslizo mi pulgar por su mejilla con lentitud, alargando la caricia lo que tardo en hallar una respuesta. —Los que se quedan tienen derecho a olvidar, a seguir adelante con sus vidas — contesto arrastrando mi voz en un tono susurrado, me escucho como quien explica las reglas de un nuevo juego. Cuando en todo este tiempo no hemos hecho otra cosa que romper lo establecido, redifiniendo acuerdos, reescribiéndo reglas, para que aquello que dijimos que no debería suceder y sucedió, gozara de impunidad. Por eso estamos como estamos, en un medio abrazo, desencontrándonos en un beso que yo busco y al que se resiste, pero que lo consigo. Estamos más allá del fácil rechazo, cuando dijimos alguna vez que esto era algo que podíamos parar cuando quisieramos. ¿Podemos hacerlo? Porque al decirme que no me vaya, creo que mi última duda sobre si esto acabará sin consecuencias se desvanece.
Me reconozco capaz de cumplir con lo que digo, organizarme en dos o tres días, y simplemente marcharme. ¿Que no miraré sobre mi hombro para ver que dejo atrás? No puedo prometerlo, porque con lo orgullosos que somos, me conmueve que trate de convencerme y al final siga dejándome la opción de elegir. El alcohol tiene su efecto en él. Pienso en lo fácil que sería despertar mañana, fingir que no he dicho nada y ampararme en el olvido de la resaca. —¿Cómo se podría solucionar algo así, Hans? — inquiero. El mundo no cambiará mañana y a nuestro capricho, las razones que nos enfrentan seguirán estando vigentes, lo que nos cabe esperar del otro se tiene que ajustar a lo que podemos dar. Y lo que me pide es algo que está en mis posibilidades cumplir. —No pensaba dejarte ir a tu casa esta noche —. Sonrío un poco por su frase inconclusa, me retiro de su regazo para volver a mi lado del sillón. —Podrías desparticionarte por una mala aparición en tu estado — ¿Qué tanto había quedado en la botella de vodka? No hace falta hacer un gran cálculo, su resistencia deja que desear y por esta noche lo retiene aquí conmigo. Me quedo mirando el aire que revolvió con sus dedos al ilustrar cómo se siente con las cosas que lo superan. —Asi es como me siento en este momento — explico, por si le sirve para meditarlo. Es el hastío a las circunstancias del día a día lo que me incita a querer irme, no se imagina lo agotador que es para mi mente tener que vivir aquí. Recuesto mi cabeza en el sillón y volteo mi perfil hacia él, de nuevo paso mis dedos por su pelo por encima de la curva de su oreja. No digo nada, no llego a exteriorizar el pensamiento que me ronda, lo que hago es tomar su mano y ponerme de pie. —Ven.
Entrelazo nuestros dedos para un agarre firme porque no sé que tan bien podrá caminar con sus propios pies, el corto pasillo hasta mi habitación tiene una luz tenue y cuando llegamos puedo soltarlo. Entonces uso mis manos para pasarlas por debajo de las solapas del saco de su traje hasta sus hombros, para quitárselo de esta manera en que no necesito de su entera colaboración. —No te estoy desvistiendo — aclaro, —lo estoy salvando de las arrugas —. Lo coloco a medio doblar al borde de la mesa de luz que no tiene otra cosa que una lámpara. Me hago cargo de guiarlo hacia la cama, haciéndolo sentar antes de recostarlo sobre la sábanas hechas. Al tenderme a su lado, coloco mi mejilla contra la tela de su camisa y cruzo su cintura con un brazo. —¿Por qué... — mi voz se escucha extraña en la oscuridad del dormitorio, con mi rostro vuelto a su pecho —confias en mí después de todo lo que te dije como para querer dormir conmigo? —. Si es este de los momentos vulnerables que evitamos, y en lo que se supone que teníamos experiencia. Estamos a conciencia y a voluntad mostrándonos vulnerables, pero esta noche estamos a salvo.
Me reconozco capaz de cumplir con lo que digo, organizarme en dos o tres días, y simplemente marcharme. ¿Que no miraré sobre mi hombro para ver que dejo atrás? No puedo prometerlo, porque con lo orgullosos que somos, me conmueve que trate de convencerme y al final siga dejándome la opción de elegir. El alcohol tiene su efecto en él. Pienso en lo fácil que sería despertar mañana, fingir que no he dicho nada y ampararme en el olvido de la resaca. —¿Cómo se podría solucionar algo así, Hans? — inquiero. El mundo no cambiará mañana y a nuestro capricho, las razones que nos enfrentan seguirán estando vigentes, lo que nos cabe esperar del otro se tiene que ajustar a lo que podemos dar. Y lo que me pide es algo que está en mis posibilidades cumplir. —No pensaba dejarte ir a tu casa esta noche —. Sonrío un poco por su frase inconclusa, me retiro de su regazo para volver a mi lado del sillón. —Podrías desparticionarte por una mala aparición en tu estado — ¿Qué tanto había quedado en la botella de vodka? No hace falta hacer un gran cálculo, su resistencia deja que desear y por esta noche lo retiene aquí conmigo. Me quedo mirando el aire que revolvió con sus dedos al ilustrar cómo se siente con las cosas que lo superan. —Asi es como me siento en este momento — explico, por si le sirve para meditarlo. Es el hastío a las circunstancias del día a día lo que me incita a querer irme, no se imagina lo agotador que es para mi mente tener que vivir aquí. Recuesto mi cabeza en el sillón y volteo mi perfil hacia él, de nuevo paso mis dedos por su pelo por encima de la curva de su oreja. No digo nada, no llego a exteriorizar el pensamiento que me ronda, lo que hago es tomar su mano y ponerme de pie. —Ven.
Entrelazo nuestros dedos para un agarre firme porque no sé que tan bien podrá caminar con sus propios pies, el corto pasillo hasta mi habitación tiene una luz tenue y cuando llegamos puedo soltarlo. Entonces uso mis manos para pasarlas por debajo de las solapas del saco de su traje hasta sus hombros, para quitárselo de esta manera en que no necesito de su entera colaboración. —No te estoy desvistiendo — aclaro, —lo estoy salvando de las arrugas —. Lo coloco a medio doblar al borde de la mesa de luz que no tiene otra cosa que una lámpara. Me hago cargo de guiarlo hacia la cama, haciéndolo sentar antes de recostarlo sobre la sábanas hechas. Al tenderme a su lado, coloco mi mejilla contra la tela de su camisa y cruzo su cintura con un brazo. —¿Por qué... — mi voz se escucha extraña en la oscuridad del dormitorio, con mi rostro vuelto a su pecho —confias en mí después de todo lo que te dije como para querer dormir conmigo? —. Si es este de los momentos vulnerables que evitamos, y en lo que se supone que teníamos experiencia. Estamos a conciencia y a voluntad mostrándonos vulnerables, pero esta noche estamos a salvo.
No voy a discutirle eso porque sé muy bien que soy perfectamente capaz de olvidarla, lo que me molesta es el preguntarme si deseo hacerlo y ni loco digo eso en voz alta; puede que me encuentre en un ataque de sinceridad suicida, pero también creo tener mis límites. Me cuesta unos segundos ordenar la lógica en mi cansada mente, aunque no estoy muy seguro de repasarla — Puedo modificar algunos datos. Al fin de cuentas, no tenemos testigos — o algo así, puedo pensarlo mejor en la mañana, porque en mi cabeza sonaba mejor de lo que lo hace cuando sale por mi boca. El calor de su peso se desvanece sin que me dé cuenta y tardo en seguirla con los ojos, sonriéndome de mala gana por ese comentario — Que galante — bromeo — Una vez me sucedió. No por ebrio, por inexperto. En una de mis primeras apariciones — la cara de desagrado que pongo deja bien en claro que fue una experiencia asquerosa y para el olvido. Por suerte, el hilo de la charla me permite el desviarme de los malos recuerdos y me deja observándola con extraña atención. No sé por qué, pero tengo el impulso de tocarla y, aún así, muevo mis dedos sobre mi panza sin estirarlos en su dirección — Lo lamento — digo simplemente. Lamento que se sienta así, lamento que todo sea complicado, lamento que se fuera de mis manos y también de las suyas. Lamento disfrutar de la nueva manía que tiene de tocarme el pelo y lamento tener fe ciega cuando tomo su mano para levantarme del sillón, encontrándome a gusto con la idea de ir directamente a su cama sin siquiera pensar en cenar. Pero más que todo, lamento no lamentarlo de veras.
No sé si el camino a su dormitorio se me hace largo o demasiado corto. Me encuentro de pie sin poder verla del todo bien y mis hombros se relajan al sentir como el peso del saco los abandona, otorgándole una sonrisa de labios apretados que se curva hacia uno de mis lados — Confío en que tienes buenas intenciones — murmuro con diversión, siendo consciente de que busco no perderme ningún detalle visual de sus movimientos en la oscuridad. No es hasta que estoy en la cama que muevo mis pies para descalzarme por completo y agradezco el no llevar corbata, porque sé que esto sería mucho más incómodo, estando acostumbrado a dormir en ropa interior todos los días al menos que sea un invierno crudo. Encuentro el modo de rodearla con un brazo para ayudar a su cercanía y aún no cierro los ojos cuando su voz interrumpe. Respondo con un silencio, ese que no sé si le indica que estoy frunciendo los labios al pensar cómo contestar — Porque los negocios son negocios y el placer es placer. Cuando nos despojamos de nuestros conflictos políticos e ideológicos, nuestra dinámica cambia. Además, si hubieses querido dañarme mientras duermo, ya lo hubieras hecho — o eso me gusta pensar. No quita el detalle de la verdad cruel, esa que me dice que no confío de todo en ella. Se ha ganado mi recelo y aún así la aprieto con algo más de fuerza contra mí, buscando sentir como mi cuerpo y el suyo se acoplan — Te dije el otro día que me causarías problemas — le recuerdo y no sé si puede ver cómo le sonrío. Ella es mi problema, penosamente personal — ¿Tú confías en mí? — ese es otro tema. A sus ojos, sigo siendo el enemigo y, aún así, estoy en su cama, bajo la protección de un abrazo que considero afectivo. No soy el único actuando en contra de sus ideales en este lugar.
Eso me lleva a apagar un poco la expresión divertida de mis rasgos. Agradezco la imagen del tacto para acariciar su rostro, remarcando su sien en un desliz que bordea la forma de su cara, hasta tocar su mentón — Solo voy a hacerte una pregunta más y eso será todo, lo prometo: ¿Cómo conseguiste ese anillo? ¿Se lo quitaste? Porque no te imaginaba una ladrona — o tal vez esa parte de ella tampoco la conozco. ¿Por qué somos extraños y, a la vez, siento que nos conocemos demasiado bien? Y no tiene nada que ver con saber dónde tiene lunares, sino porque lo que compartimos tiene otro nivel de intimidad. Mis dedos acarician su cabello hasta acabar rodeándola con ambos brazos y me permito regalarle la confianza de cerrar los ojos con un suspiro, acomodando el peso de la cabeza en la almohada — Detesto que realmente me gustes, Scott. Todo esto podría ser tan sencillo si no fueras tú — suelto sin meditar, más resignado que compungido. Supongo que es verdad lo que dicen, que uno no sabe de razón cuando se deja llevar por las emociones. Debe ser el karma.
No sé si el camino a su dormitorio se me hace largo o demasiado corto. Me encuentro de pie sin poder verla del todo bien y mis hombros se relajan al sentir como el peso del saco los abandona, otorgándole una sonrisa de labios apretados que se curva hacia uno de mis lados — Confío en que tienes buenas intenciones — murmuro con diversión, siendo consciente de que busco no perderme ningún detalle visual de sus movimientos en la oscuridad. No es hasta que estoy en la cama que muevo mis pies para descalzarme por completo y agradezco el no llevar corbata, porque sé que esto sería mucho más incómodo, estando acostumbrado a dormir en ropa interior todos los días al menos que sea un invierno crudo. Encuentro el modo de rodearla con un brazo para ayudar a su cercanía y aún no cierro los ojos cuando su voz interrumpe. Respondo con un silencio, ese que no sé si le indica que estoy frunciendo los labios al pensar cómo contestar — Porque los negocios son negocios y el placer es placer. Cuando nos despojamos de nuestros conflictos políticos e ideológicos, nuestra dinámica cambia. Además, si hubieses querido dañarme mientras duermo, ya lo hubieras hecho — o eso me gusta pensar. No quita el detalle de la verdad cruel, esa que me dice que no confío de todo en ella. Se ha ganado mi recelo y aún así la aprieto con algo más de fuerza contra mí, buscando sentir como mi cuerpo y el suyo se acoplan — Te dije el otro día que me causarías problemas — le recuerdo y no sé si puede ver cómo le sonrío. Ella es mi problema, penosamente personal — ¿Tú confías en mí? — ese es otro tema. A sus ojos, sigo siendo el enemigo y, aún así, estoy en su cama, bajo la protección de un abrazo que considero afectivo. No soy el único actuando en contra de sus ideales en este lugar.
Eso me lleva a apagar un poco la expresión divertida de mis rasgos. Agradezco la imagen del tacto para acariciar su rostro, remarcando su sien en un desliz que bordea la forma de su cara, hasta tocar su mentón — Solo voy a hacerte una pregunta más y eso será todo, lo prometo: ¿Cómo conseguiste ese anillo? ¿Se lo quitaste? Porque no te imaginaba una ladrona — o tal vez esa parte de ella tampoco la conozco. ¿Por qué somos extraños y, a la vez, siento que nos conocemos demasiado bien? Y no tiene nada que ver con saber dónde tiene lunares, sino porque lo que compartimos tiene otro nivel de intimidad. Mis dedos acarician su cabello hasta acabar rodeándola con ambos brazos y me permito regalarle la confianza de cerrar los ojos con un suspiro, acomodando el peso de la cabeza en la almohada — Detesto que realmente me gustes, Scott. Todo esto podría ser tan sencillo si no fueras tú — suelto sin meditar, más resignado que compungido. Supongo que es verdad lo que dicen, que uno no sabe de razón cuando se deja llevar por las emociones. Debe ser el karma.
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