The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Recuerdo del primer mensaje :

La frustración es lo que me lleva a pasarme las manos por la cara en un intento de aclararme las ideas, masajeándome la frente y después el cuero cabelludo. El señor Niniadis ha pasado “casualmente” esta mañana por mi oficina y, a pesar de que no lo ha dicho explícitamente, siento que ha colocado un reloj de arena sobre mi escritorio. Yo ya he encontrado a mi hermana, podría dejar este trabajo extra de lado, pero he hecho un pacto con el patriarca de los Niniadis y eso significa solo una cosa: o cumplo mi tarea o puedo empezar a mirar con cariño mi antiguo escritorio; no vamos a hablar de los “permisos” que me he tomado por esto. Así que, en lugar de devolver llamadas o asistir a reuniones que he pedido que cancelen, me encuentro de pie frente a mi escritorio, analizando los mapas, informes y tachones que he hecho por toda la periferia del país. Sé que a Black es imposible encontrarla, al menos que ella desee que alguien lo haga. Me he tirado más al paradero de Cordelia Collingwood, alguien que podría haberse aferrado a su menor status para sobrevivir, pero tampoco hay señales de ella ni de su pequeño bastardito. ¿Y cómo se supone que encuentre a un adolescente del cual no sé su aspecto, nombre o siquiera género? Están ahí en algún lugar, lo sé, y me he jurado que voy a encontrarlos. Nunca he fallado en una tarea, así que no pienso empezar ahora.

Todavía estoy barajando la posibilidad de conseguir ayuda extra de un auror cuando mi comunicador se enciende y la repentina invasión de la voz de Josephine me hace saltar, soltando el resaltador con el cual estaba trabajando y cuya tinta celeste me ha manchado algunos dedos — Hans… señor ministro, hay una señorita aquí que lo busca. Dice que tenía una cita con usted para su hora del almuerzo — ¿Qué yo qué? Levanto la mirada en dirección al reloj, tratando de hacer memoria, pero con cierta distracción presiono el botón para regresar la comunicación — Dile que estoy ocupado. Puede reprogramar la cita para otro momento… — odio cuando Josephine se toma la libertad de ponerme un “pero”, así que ruedo los ojos cuando la oigo interrumpirme para indicarme que, quien sea, está insistiendo. Entonces lo recuerdo. Hace unos días, me llegó una llamada que no esperaba recibir porque había olvidado que ella tenía mi tarjeta. Y me he prometido que cumpliré con mi palabra, así que he aceptado en almorzar con Meerah en esta fecha, la cual se me pasó por alto por culpa de las urgencias de los Niniadis. Momento… ¿Mi hija está ahí afuera, a solas con mi secretaria?

Un toque de varita basta para que los papeles empiecen a guardarse en los cajones de máxima seguridad y chequeo con una velocidad alarmante que no me olvido la billetera ni mi móvil. Es un día soleado y ciertamente caluroso, así que opto por dejar el saco en el perchero y tanteo mi cuello; no me he puesto corbata, así que no puede decirme nada sobre no usar la que me ha regalado. Bien, es momento de dejar esas tonterías de lado porque tengo que evitar una catástrofe. Creo que mi urgencia es un poco obvia cuando salgo de la oficina como un tropel, encontrándome con la mirada inquisidora de Josephine detrás de su escritorio y la carita de “no rompo ni un plato” de Meerah. Detesto la genética.

Intento mantener la compostura y carraspeo al acomodarme el cabello, pasando por enfrente de mi secretaria y haciéndole un gesto vago con la mano — Volveré en una hora o dos. Si alguien insiste, diles que estoy en una reunión y devolveré la llamada mañana, al menos que sea el ministro Weynart — temas un poco más urgentes. Sin ir más lejos, tomo a Meerah de uno de sus hombros con la mayor suavidad de la que soy capaz y la arrastro conmigo, avanzando por el pasillo que conduce al resto de la planta de justicia — Te dije que me avises cuando estuvieras abajo, no que subas — mascullo entre dientes, sin poder evitar el mirar alrededor. Es obvio que Patricia Lollis asoma la nariz y sus anteojos de grillo por encima de su cubículo, ese que creo que no es lo suficientemente grande para tapar el volumen de su culo, siguiendo nuestro andar con esa cara de rata buscando olfatear una nueva excusa para hablar mal de mí a mis espaldas — No tiendo a recibir niños, así que … — las chácharas pueden decir cualquier cosa y Lollis es una de esas mujeres aburridas de oficina que es capaz de inventarse un falso historial de pedofilia con tal de verme fuera. En cuanto a una hija bastarda… bueno, ahí tendría que ponerme más firme.

Estoy viendo como Patricia se inclina junto a la señorita Hawking para chismorrear vaya a saber qué cosa cuando se cierran las puertas del ascensor, lo que me hace suspirar como si acabáramos de pasar por un campo de batalla. Esto de ser un político de imagen presuntamente respetable es más agotador de lo que pensé que sería — Lo siento — la suelto de una buena vez y froto mis manos, echándole una mirada con una sonrisa que pretende ser amable — Pero teníamos que salir de ahí lo antes posible. ¿Tienes hambre? — porque yo estoy famélico, pero no pienso llevarla a la cafetería del ministerio, así que opto por la opción más cercana y más rápida. Pronto estamos saliendo del edificio y el avanzar por la calle a estas horas es un poco atolondrado, pero el sitio que estoy buscando está solo a una cuadra del ministerio. Se trata de uno de esos locales de buena imagen, demasiada madera suave y decoración minimalista, donde los menús de “comida rápida” se han transformado en comidas caseras de rápido acceso — Ya verás, tienen las mejores papas que probarás en tu vida. Ni una gota de aceite — agrego a toda la explicación, como si eso bastase como para que no pueda negarse. Y espero que no lo haga, porque no tengo más opciones y no estoy muy creativo. Quiero decir, es la primera vez que estoy a solas con ella, no sé bien qué se supone que deba hacer además de alimentarla y tenerla entretenida un rato.

Abro la puerta del lugar, la dejo pasar primero y me adentro, agradeciendo la presencia del aire acondicionado. Y estoy por cerrar, cuando noto que alguien entra detrás de mí y freno de inmediato la puerta por pura inercia, pero al echar un vistazo y notar de quien se trata, la suelto como si me hubiera dado una descarga, culpa de la repentina sorpresa — ¿Qué haces aquí, Scott? — no intento sonar descortés, pero la pregunta sale por sí sola mientras le doy un suave empujón automático a mi hija para esconderla detrás de mi espalda, como si eso sirviera de algo.
Hans M. Powell
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Invitado
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Lo sabía— le sigo el acto, tan exagerado en su sentimiento de que necesita de mis halagos, que me incita a responderle de la misma manera. —Sigue trabajando en ello—. Mi labios se doblan en una sonrisa triunfal, como si yo tuviera aquí el poder de dar o no. Me coloca por encima de él otra vez, si bien es pura palabrería. La que se robó el control de esta situación desde un principio fue Meerah y a nosotros nos queda actuar bajo su mirada con una suspicacia que es difícil de mantener. Retiro su dedo en mi frente con una mano, en un gesto caprichoso de que no quiero que me toque, pero el movimiento sirve para que vuelva a acomodarme en mi silla con mi cuerpo recargado contra el respaldo. La ventaja que me da su hija me divierte y puedo reírme de su contraataque que trata de igualarnos, sus “planes de amigos” suenan imposibles a mis oídos porque no nos veo en pasatiempos tan vanos. La última vez que fui al cine como plan creo que fue cuando estaba terminando el Royal, y en este punto me equivoco, he ido después con otras personas. La cosa es que lo pensé… ¡Exacto! Meerah dice lo que mi mente está procesando. Suena demasiado a una cita. Siento tantas ganas de reírme, que me escucho decir: —¿No hay karaoke? Si no hay karaoke no puede ser una cita en regla— queda claro que estoy bromeando. Porque… no. Solo… no.

No sé si quiero meterme en esta charla sobre exes, así que me mantengo callada, descubriendo con fascinación las formas dibujadas en la mesa. Hablar de Audrey es un tema sensible, del que no quiero explayarse delante de… precisamente, su ex. Un ex muy serio por lo que escucho. Tan serio que tienen toda una historia y una hija como conclusión. Cuando para mí, Audrey fue… una amiga más que una ex. Pese a que juguemos con Meerah a los roles de madrastra e hijastra, no creo que lo que yo pude haber sentido por Audrey u otra persona esté cerca de lo que describe Hans, llegar hasta ese deseo de querer compartir un espacio, una historia, una vida. Y llegamos al final que conozco de sobra: todo se acaba. Por un momento, me permito sentir un poco de pena por todo lo que pudieron tener Hans, Audrey y Meerah. Me tragaría las papas fritas en veneno antes de decírselo a Hans, pero sí me da pena. Y en esta oportunidad, creo que apelar al mutismo es la mejor opción.

A lo otro sí que no puedo quedarme callada. —¿Tienes una hermana? — casi grito con la misma indignación de Meerah al sentirse engañada. —Pensé que eras hijo único—. Claro que tengo razones menos válidas que la niña para que esta verdad me desconcierte. Si lo pienso bien, al parecer tengo una imagen de este hombre cerrada a lo que veo en cada reunión y no me agrada mucho ir descubriendo que tiene una hija, una hermana, una ex y tal vez otros hijos, es decir, que tiene mucho más que su ego para el día a día y un traje en el armario. No me agrada porque tenía una opinión de él con la que estaba satisfecha.

Comprendo el sentimiento de Meerah de tener una familia limitada a dos personas, luego a una y lo que sé con certeza es que Audrey daría todo por ella, pero siempre queremos más. Un padre, por ejemplo, que te prometa clases caras. Tengo que disimular cómo mis labios se tuercen hacía arriba porque creo que en media hora, Meerah logró que el ministro de explicaciones, pida disculpas, la halague y prometa la mitad de su reino y su fortuna para que ella siga su vocación. Aparto la mirada de ellos para poder controlar la sonrisa en mis labios. Pierdo en el intento porque la broma totalmente inadecuada de Hans me saca de mis casillas seguras otra vez, y se me cruzan mil emociones que no puedo decidirme por una. Suerte que no toqué la bebida o estaría con espasmos de tos ahora mismo. Tengo que repetirme tres veces que tenemos a su hija de doce años en la mesa. —Debes estar equivocado. No recuerdo que me hayas visto llevando una falda alguna vez— es lo más moderado que encuentro para decir. Y si bien me entusiasma que Meerah tenga la iniciativa de emprender, porque nunca es demasiado temprano para los primeros pasos, la parte de hacerme su modelo es otra cosa. —Tu madre sería una modelo bellísima para tus diseños— apunto. —O, ¿qué opinas de la secretaria de tu padre? Así irían a juego en cada acto— le lanzo una mirada esquiva al sujeto en cuestión. Me temo que declinar la oferta no le guste. —Puedo ayudarte de otra manera, si necesitas una máquina mejor para coser o lo que sea que te sirva para producir en mayor cantidad—. Ese es mi fuerte y lo que tengo para ofrecer.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Cita, qué? No, no, no. Intento no optar por una actitud caprichosa y, en su lugar, pongo los labios en un gesto de desaprobación — ¿Acaso las personas no pueden salir a hacer alguna actividad sin que se considere una cita? No sabía que había tenido citas con la mitad del Capitolio — No puedo creer que estoy diciendo esto en voz alta — Pero si quieres ir a un karaoke… — lo tiro como un comentario casual, pero es obvio que nada de eso va a suceder. No solo porque no me imagino en ese ambiente con alguien, sino porque ella y yo no pertenecemos a un círculo que pudiese divertirse con algo tan sano como un karaoke en la compañía del otro. Algo me dice que todo eso terminaría con un micrófono incrustado en la cabeza del otro.

No reconozco la repentina incomodidad, pero pronto la idea de que todo esto es nuevo me salta en el cerebro como una sirena. Jamás he tenido que contarle mi pasado íntimo a nadie y, en cierto modo, siento que Meerah se merece saberlo a pesar de no haber preguntado. Lo que pasó entre su madre y yo es parte de su historia, a pesar de que desearía tener esta charla en un ambiente mucho más íntimo y no en un local de comidas, sentado con alguien que se ha acostado tanto con Audrey como conmigo. Evito los ojos de mi hija cuando me aclaro la garganta y sacudo la cabeza de manera negativa, manteniendo la vista gacha en mis propios dedos sobre la mesa — Estuvimos algo más de dos años juntos. Ella estaba sola, yo también, así que barajé la opción de un hogar porque parecía lo correcto. No es importante ahora — es algo que jamás pude darle, para variar; lo que me consuela es que lo intenté. Me obligo a levantar la mirada hacia ella, tratando de sonreírle — ¿Es tan difícil de creer? Depende lo que consideres una “ex”. Si quieres buscar las que cuentan como “ex algo”, podrías estar un largo rato. Pero si hablamos de formalidades… — aprieto mis labios, los humedezco y los suelto con un sonido parecido a un “pop” — No se me da bien el mantener compromisos románticos, ya verás.

La reacción de Meerah es mejor de la que esperaba, pero la idea de un hermano suyo me hace abrir los ojos en pánico — ¡Claro que no! — suelto sin siquiera dudarlo, tensando un poco los hombros — No, al menos que no me haya enterado — creo que mi preocupación por un hijo producto de una repentina paranoia se evapora cuando, para mi sorpresa, la que reacciona es Scott. La miro con algo de confusión, pero mi respuesta sale sin siquiera pensarlo y creo que voy a odiarme al menos una semana por esto — ¿Por qué creías que necesitaba de tu ayuda para trabajar en el norte? — se suelta, así como así y creo que mi nuca se ha enrojecido. Apoyo los codos en la mesa para poder frotarme el rostro con ambas manos, tratando de ordenar un poco las ideas — Pasé años sin saber donde estaba, es una larga historia. Pero podemos organizar una salida con ella un día de estos si lo deseas, Meerah. Prometo no ocultarte nada — regresar la conversación a un punto pacífico y sin peligros es mi obvia misión y creo que es obvio que no voy a dar más detalles. Si Meerah desea saber todo lo que ha pasado en otro momento, jamás le mentiré. Pero hay cosas que no voy a decir hoy, no en esta mesa.

Sí, creo que todo pánico cede cuando podemos hablar del entusiasmo de una niña que, debo decirlo, no sé donde ha sacado tanto espíritu. La sonrisa se me ensancha, pero lo que la hace vacilar es el poco reconocimiento que siento frente a una emoción que me aprieta el pecho cuando empieza a hablar de seguir la carrera de abogacía — ¿Te interesan las leyes? — pregunto en tono incrédulo. No estuve presente en toda su vida y… ¿Es como yo? Antes de ponerme sentimental, me meto otra papa en la boca, ignorando momentáneamente la presencia de la hamburguesa frente a mi nariz — Eso es fantástico — ahí quedó mi aprobación. Lo que sigue es que se pone de pie tan rápido que mi reacción automática es estirar un brazo para tratar de que no se caiga de la silla, pero increíblemente se mantiene de pie — Claro que hablo en serio. Si es lo que quieres… — ¿No es eso lo que se supone que hacen los padres? Ya he dicho que me haré cargo y eso incluye financiar su educación, elija lo que elija hacer. No soy quien para opinar qué camino decida tomar, si consideramos que me he perdido todo el procedimiento que la ha convertido en la persona que es ahora. Además, tampoco es que me falte el dinero y ya me he aburrido de gastarlo en cosas que jamás voy a usar.

Ah, cierto. ¿Pero un vestido no cuenta como una falda? — es una pregunta que parece salida de alguien que está tratando de recordar lo que ha comido a la mañana, así que intento por todos los medios el no sonreírme; en su lugar, hago una muequita de “ya qué” y me dedico a acercarme la hamburguesa. Obvio que ella no se queda atrás y trae a Josephine a colación, por lo que la miro con los ojos entornados y una sonrisa cínica — Muy graciosa — le gruño, sacándole el pinche al pan que lo mantiene unido — Sería un pésimo modelo, Meerah, y lo sabes — no sé que imagen tiene en mente para sus proyectos, pero no creo que yo tenga que ver con eso. Al menos, Scott ofrece algo lógico y yo aprovecho el intercambio para dar el primer mordisco, demasiado generoso. Al menos lo suficiente como para empujar un poco de lechuga dentro de mi boca, porque no ha conseguido hacerlo por su cuenta — Entonces, llama a “The Fairy Godmather” para averiguar todo el procedimiento y podemos ir a chequearlo juntos — simple y conciso, aunque… — Por las dudas, pídele permiso a tu madre — la última vez que actué por puro impulso, no me llevé la reacción que me esperaba de su parte.

Me golpeo un poco el pecho al tragar, tengo que volver a beber y apoyo la hamburguesa una vez más para limpiarme los dedos con una servilleta — No creí que te gustaran los niños, Scott — confieso con parsimonia, con la vista fija en como enrosco el papel y lo acomodo a un lado — Digo, ustedes dos parecen llevarse muy bien. ¿Hace cuánto se conocen? — y parece que la conoce mucho más que yo. Es triste, la verdad, el darte cuenta lo ausente que has estado en la vida de un hijo. Es casi como ser el terrible padre que siempre temí ser y que me ha llevado a este punto.
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
De nuevo no puedo hacer más que reírme con diversión ante las reacciones de los adultos, pero dejo que ellos terminen la conversación en sí. No me interesa seguir trayendo el tema de la cita a colación porque se que no es más que una broma al pasar, y en caso de que llegase a pasar de verdad, seguro terminaría enterándome. No sé si por Hans, pero estaba convencida de que Lara no me ocultaría una cita con mi padre si es que eso implicaba algún tipo de burla después. Eso sí, como Lara volviese a ocupar el rol de madrastra, esta vez exigiría que al menos también lo fuese en los papeles.

Lo que no me esperaba es que Hans estuviese dispuesto a contar su parte de la historia que compartía con mi madre y, al igual que como me pasó con ella, no sabía muy bien el como reaccionar. Claro que quería hacer muchas preguntas, pero no me parecía ni el momento ni el lugar adecuado para hacerlas. Es por eso que me concentro con su segundo comentario, y me dejo llevar por lo jocoso de la situación. – Era simple curiosidad, no me interesa conocer las amantes ocasionales. Suelen ser aburridas, y al vivir en el desconocimiento, me tratan como una niña que no sabe nada. Por eso Lara me cae bien. - Apremio a la castaña porque es la verdad. Debe ser una de las pocas personas por encima de los veinticinco años que no me trataba de mocosa, ignorante o como si fuese un incordio. - Aunque recordaré tus palabras si en algún momento cambias de parecer con eso del romance. - Que con lo poco que conocía de él, no podría apostar nunca, pero si en algún momento había pensado en formalizar con mamá… ¿Quién sabe?

- Gracias a Merlín - El alivio es inmediato y me alegra más de lo que debería. No es que tuviese nada con tener un hermano a futuro, pero de momento llevaba toda mi vida siendo hija única, y esperaba que al menos hasta que pudiese acomodar mi círculo familiar, mi estatus se mantuviese de esa misma manera. - ¿Tuviste que ir al Norte? - Consulto a Lara con curiosidad. La tía Eunice no tenía muy lindas opiniones sobre aquel lugar, y aunque yo tenía compañeros que eran de aquellos lugares, solían ser chicos raros que no se juntaban con el resto, aislándose por voluntad propia. - Me encantaría tener una salida de ese tipo, aunque va a ser raro llamarla de otra forma que no sea “profesora Powell”, ella sabe de… - Y hago un gesto señalándonos a los dos, porque no sé qué otro nombre ponerle. Tampoco quería enterarme de que no le hubiese contado nada a su hermana, si es que la no reacción de la bonita profesora decía algo, pero si consideraba que ni mi nombre en planilla coincidía con el que usaba… no sé. Ya vería.

Lo miro con algo de extrañeza cuando me pregunta si me gustan las leyes, más que nada porque creía que lo había dejado en claro la primera vez que nos habíamos visto. - ¡Claro que me gustan! ¿Qué clase de niña se interesa por los récords de los juicios del Wizengamot, sino? - Y no agrego un “duh” porque creo tener más clase que eso. - Las leyes son la base de nuestra sociedad, no pueden no gustarme. - Y sí, tenía que culparlo a él por eso, ya que la profesora Bernard me contagiaba su cuasi fanatismo por él desde que su nombre empezaba a resonar en los periódicos.

Me abstengo de hacer un comentario cuando dice que los vestidos son lo mismo que las faldas, solo porque no quiero antagonizar tan pronto con quien se acaba de ofrecer a pagar mi educación a futuro. - Los dos serían modelos excelentes, así que no quieran negarlo. - Aseguro. Tal vez no en la misma sesión, pero lucirían muy bien algunos modelos que ya tenía en mi cuaderno. - Mamá es una de las mujeres más bellas que he conocido, pero no es para nada fotogénica. Y no conozco mucho a su secretaria, pero no estaría negada a vestirla para que deje de usar esa camisa espantosa. - Y la pollera que no combinaba en nada, y sus botas que no iban con la estación.

Me dejo caer en la silla con un bufido cuando Hans nombra las palabras mágicas que implican el “consultarlo con mi madre” y pese a que dudaba que dijera que no, era una posibilidad que no estaba del todo dispuesta a enfrentar. Notando la comida por primera vez desde que llegó, me llevo una papa a la boca casi que con desgano, solo para volver a enderezarme un poco en mi silla cuando noto que Hans no mintió. No solo no dejan mancha de grasa en los dedos, sino que eran sencillamente deliciosas. - ¿Tengo que elegir entre una máquina de coser o que participes en una campaña publicitaria para mi futura marca de ropa? Porque déjame decirte que tengo una máquina muy buena, ¿Qué otra cosa tienes para ofrecer? - Consulto porque en serio, me resultaba más atractiva la idea de fotografiarla, que de cambiar a mi bebé… no sé que características podía tener una máquina de coser que ya no tuviese la mía. - Un par de años, no recuerdo bien cuándo. - Y no le doy demasiada importancia a eso, porque de veras que las papas eran una delicia.
M. Meerah Powell
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Invitado
Invitado
Llega la esperada negativa de Hans a que sus planes sean considerados una cita, y la explicación que da me provoca una nueva carcajada que escapa de mis labios. Lo miro con pura incredulidad y el disfrute de burlarme de él. —No sabías lo que hacías y llevas regalando citas a media población. Eres un romántico despistado —. Podría reirme durante media hora por esto, pero este hombre en verdad no sabe lo que está haciendo. ¿Karaoke? ¿En serio? Me tardo dos segundos, tal vez un minuto, mirándolo como si tratara de hallar dónde se encuentra la trampa: la suya, porque en la Meerah ya caimos. Si le sigo la broma, el entretenimiento puede dar paso a algo más serio, y no voy a comprometerme con algo que sé que no voy a cumplir. Me niego a cualquier cosa que se parezca a una cita después de que hubo sexo. Presiono el puente de mi nariz y suspiro, de repente cansada. —No hablas en serio — y así, de la manera más indiferente, pretendo sacar lo de la cita de nuestra mesa.

Toda esta mierda se puso seria. No puedo creer que estoy en un almuerzo enterándome de cómo fueron las cosas entre Audrey y Hans, y tenga que estar con una cara que no demuestre mayor expresión. Como si fuera una tía abuela invitada al almuerzo y no, bueno, alguien que se acostó con ambos. Eso me deja en un lugar muy incómodo, y me parece injusto, no me gusta rendir cuentas de con quien hago lo que hago si somos adultos. La coincidencia que me alivia es que los tres implicados estamos alejados del compromiso, a veces sonamos insistentes con eso y no sé si es porque necesitamos repetirnos a nosotros mismos. Creo que me dolerá la cabeza si seguimos con el recuento de exes, "exes algo", todo el romance o la falta de compromiso. Me froto con la frente previniendo las punzadas y ruego que salgamos de este tema escabroso antes de que el ojo de la tormenta gire otra vez sobre nosotros y tengamos que definir delante de Meerah qué etiqueta nos corresponde. Se me clava como una espina que ella diga que le caigo bien y mi sonrisa es un poco más débil que las otras. Esta niña también me tiene en su palma porque quiero decirle 《Ok, bien, me acosté con tu padre》 y ella podrá gritar 《¡Lo sabía!》, asi todo este asunto queda acabado. Pero no lo haré.

Antes de que ceda a ese impulso, la conversación se desvía hacia la profesora de Adivinación y la revelación de que sea la hermana de Hans me asombra, pero lo que me descoloca es la mención del Norte. —Espera, ¿qué? — pido que me de unos minutos para atar todos estos cabos tan dispersos. No sabía que estaba buscando a su hermana, y comprender por qué lo hacía me obliga a platear preguntas personales del tipo que evito y que son derecho de Meerah para hacerlas en otro momento. Voy a tener que armar un mapa con explicaciones de lo poco que sé, para no estar caminando en medio de una nebulosa y dar pasos en falso. Porque vengo con un par de tropiezos sin saberlo. No sé en que momento se torció todo esto y con el descubrimiento compartido de padre e hija de su amor por las leyes, decido que todo comenzó por culpa de no seguir esas benditas leyes. Una mueca que me cruza por la cara deja saber lo que pienso de la abogacia, y ojalá no demuestre demasiado sobre lo que opino en general de las normas que son la base de nuestra sociedad. —Administración es también una buena elección —. Pero es tarde, mi influencia en Meerah no es tal como para desviar su rumbo de aquel que la hace digna de su padre. Y haciendo un repaso de mi propia vida, ¿cómo juzgarla? Las papas están cerca para consolarme en mi proyección a futuro de Meerah colaborando con el ministerio como una orgullosa pro-magos.

Me gusta mucho más imaginar que algún día será una diseñadora famosa, talentosa y que impone modas. La puedo ver enredada en sus telas. Y esa es la chispa que enciende mi mirada, que me hace casi olvidar del almuerzo para centrarme en ella. Lastima que su padre todavía me incordia desde su silla. —Meerah, te tocará educar a tu padre en la diferencia de una falda y un vestido—. Me desligo por el momento de hacer yo misma esa explicación. Su rechazo a la idea de Meerah secunda a la mía, pero no basta la ayuda que cada uno podamos ofrecerle a nuestro modo. Ella no claudica. —Soy aún menos fotogénica que tu madre — lo digo sonriendo, y veo mi oportunidad de tomar una mínima revancha mientras doy un mordisco a la hamburguesa. Trago el bocado y apunto al hombre. —Tu padre es otro cantar. Es muy fotogénico y sale en los medios, que use tus modelos los hará más populares a que los lleve un famoso. Tengo entendido que las cámaras aman a nuestros ministros jóvenes y los siguen por todos lados. Ni siquiera será publicidad explícita, solo vestir a los hombres más atractivos del Capitolio —. Volteo con mi mirada de falsa inocencia hacia Hans. La misma que conservo cuando me increpa con su pregunta, no me da tregua y si se comporta así tampoco puedo dársela yo. —Meerah no es una niña y desde que la conozco, hace un par de años, puedo hablarle con la seguridad de que me entiende. Lidiar con niños de 30 años suele ser más difícil — muerdo una papa frita y sonrío. No sé por qué tenemos que especificar años con Meerah, me llevo mejor con ella que con mucha gente que conozco del Royal, y eso da una pauta de lo que poco que importa el tiempo en estos casos. De todas maneras, agrego: —Una persona que logre transmitir su pasión por algo siempre va a gustarme, no importa la edad que tenga. Y Meerah sabe lo que quiere, con más confianza que mucha gente adulta.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Claro que no hablo en serio, creo que no necesito decirlo, aunque lo expreso con el revoleo de ojos en su dirección. No tengo aires suicidas, empezando por ahí. Lo bueno de toda esta situación, es que Meerah no hace preguntas incómodas y hasta toma demasiado bien lo de las “amantes ocasionales” a pesar de su edad, así que me encuentro una vez más agradeciendo el tener una hija que no es una niñata boba. Es el comentario final el que me hace sonreír con diversión — Serás la primera en enterarte — prometo, pero creo que queda implícito en mi modo de hablar que no tengo siquiera planes de que eso ocurra. Siempre tuve en claro que lo sucedido entre Audrey y yo fue por culpa de la juventud y toda la estúpida idea del primer amor, ese que se siente mucho más intenso que cualquier otro al ser una experiencia completamente nueva. Éramos niños y nos comportamos como niños. Hoy en día, la idea me parece ridícula. Las personas no valen la pena como para dejarlo todo por ellas y soy alguien con demasiadas cosas en la cabeza como para preocuparme por una pareja.

No ella, yo. No importa — intento explicar mi metida de pata con rapidez, tratando de sonar como si el asunto no fuese realmente importante — Y claro que ella sabe. No iba a ocultarle algo como esto — me ahorro el hacer un comentario de la índole de “no soy como Audrey”, pero me lo trago junto con una papa frita porque sé que no tiene sentido hablar mal de su madre delante de ella. Además, no tengo nada en contra de mi ex, fuera de que no comparto algunas decisiones que ha tomado. Bueno, ella tampoco comparte la mayoría conmigo, así que podemos decir que es un empate. Con el modo de reaccionar de Scott, sin embargo, es diferente. Dejo caer las manos sobre la mesa y me acomodo de manera que mi torso se incline vagamente en su dirección, ladeando la cabeza para poder fijar mi mirada en la suya — Puedo explicarte en el Ministerio luego. Tengo un hueco libre entre el almuerzo y una reunión con el presidente del Banco Nacional, si quieres — es un murmullo casi entre dientes, pero opto por eso antes de volver a la incomodidad de dar explicaciones en el lugar y momento equivocados. La charla con Meerah será más complicada, eso lo aseguro, así que necesitará de más tiempo.

¡No lo sé! A mí me gustan cientos de cosas y no por eso quiero dedicarme a todas ellas — me defiendo, aunque sé que estoy siendo incapaz de borrar la expresión de emocionado orgullo de la cara. Que alguien me lance un maleficio, por favor — Puedo enseñarte algunos de los funcionamientos del departamento cuando quieras. Aunque, como dice Scott, administración también es una buena opción — otro mordisco a mi hamburguesa, lo que me hace callarme hasta tragar y agregar — Al menos todavía tienes tiempo para elegir. Cuando llegues a las orientaciones en el Royal y experimentes por tu cuenta, todo será más fácil — aunque algo me dice que Meerah es de esas personas que toman una pasión y la convierten en su propia obra de arte. No está mal, en lo absoluto.

Creí que los vestidos tienen falda. Ya sabes… — lo dejo en un comentario simple y al pasar, porque la conversación continúa y creo que estamos haciendo negocios con un pequeño diablillo rubio que no dará el brazo a torcer. Por un lado me hace gracia, pero por el otro me lleno de incredulidad cuando Scott trata de girar la rueda en mi dirección. La miro con el ceño fruncido por culpa de mi mirada entrecerrada, sonriendo con escepticismo y gracia — ¿Gracias? — suelto — Por muy atractivo que ella me encuentre… — me mofo, regresando a mi hija — Quizá solo pueda llevar tus atuendos en algún que otro evento. No creo que la publicidad de modas sea mi ambiente — mi mundo está muy lejos de todo ese circo, transformado en uno muy diferente. Para nosotros, la ropa es solo un modo de disfrazarnos al momento de hacer malabares en exceso complicados para que el pilar que sostiene a NeoPanem no se vaya al suelo.

Un par de años. Eso es más de lo que yo tengo. Las escucho con el silencio que se disimula al consumir mi almuerzo, dejando que ellas den explicaciones. Un par de años. Me obligo a tragar con ayuda del refresco y observo a Meerah, cuyos deditos (porque sí, parecerá adulta en muchas cosas, pero sus manos la delatan) se manejan por la bandeja de papas fritas con una ansiedad digna de una niña de doce años. No sé por qué, pero no puedo no sonreírme, echándole una rápida mirada a la mujer a mi lado la cual, honestamente, es la última persona con la quien creí tener esta conversación — Mi madre era así. Ya sabes, confianzuda. Y jamás se callaba — bromeo, obviando el detalle de que no he nombrado a mi progenitora tan abiertamente desde hace mucho tiempo. La única excepción había sido Phoebe — Es bueno saber que al menos Meerah no ha estado con asesinos o psicópatas los últimos años — y sí, que eso último lo tome como un halago. Puede que no confíe en Scott en otros asuntos, pero es obvio que no ha sido una mala compañía o influencia. Observo mi comida, ya casi por terminarse y tomo una de las papas para masticarla con mucha más lentitud — Al final, no te mentí con las papas. ¿No? — aventuro, señalando con la mirada el modo en el cual la niña no dejaba de comerlas — Podemos almorzar aquí los viernes, si quieres. Tómalo como un primer compromiso parental.
Hans M. Powell
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Creo que mi cara se contorsiona entre la incredulidad y la aceptación ante la frase de Hans porque, si bien no creo que vaya a tener una pareja romántica en algún tiempo pronto si es que su actitud me dice algo; también estoy segura de que en el hipotético caso que llegue a pasar, seguramente lo notaré antes que él. Las personas enamoradas eran tan asquerosamente obvias que nunca terminaré de entender el por qué se buscan tantas complicaciones. La verdad, no estaba particularmente interesada en meterme de lleno en la adolescencia y sufrir por causa de las hormonas.

Bien, era bonito eso de saber que mi tía estaba al tanto de mi existencia, aunque claro, ahora me costaría un poco el prestarle atención a la próxima clase de adivinación. - Si no nos juntamos antes de la próxima semana, adviértele que voy a hablarle antes de clase. No podría concentrarme en el aula sino. - ¿Debería llevarle algo también? ¿O lo guardaba para cuando nos juntásemos con Hans? Tenía un par de pañuelos a medio hacer que podía terminar de bordar en pocas horas, pero no se sentía lo mismo si no empezaba un regalo desde cero. Si a Hero le estaba haciendo un vestido, no veía por qué mi otra tía debía tener algo menos que eso… aunque bueno, de ella no conocía sus medidas.

- Pero si te gustan es porque tienes interés en ellas. - Retruco con una sonrisa de suficiencia, feliz de saber que mis elecciones de vida a futuro eran bien recibidas. - Me encantaría que me enseñaras, nunca es demasiado pronto para aprender cosas. Además, solo faltan seis años para ello. - Y pensaba tener decidido mi curso de acción antes de cumplir los dieciséis y así orientar correctamente mis estudios.

Le agradezco con la mirada cuando ella sí entiende las diferencias que hay entre una falda y un vestido, y pese a que mi padre trata de seguir en su postura, no puedo corregirlo. - Hans acaba de ofrecerse a financiar mi educación complementaria. Podría decir que las falda pantalón fueron un gran invento, y aún así se lo perdonaría. - O no, porque son una atrocidad enorme. Pero no creería que el Ministro de Justicia tiene tan mal gusto, ¿o sí?.

Me termino las papas antes de siquiera desenvolver la hamburguesa, amando su sabor y el que no tengan aceite, pero extrañando la satisfacción que me provoca el lamer mis dedos para sacar el gusto a sal que queda pegado en ellos normalmente. Al menos la hamburguesa también es una delicia, y Lara tiene que agradecer que esté muy ocupada en masticar la comida, porque lo que acaba de decir es oro. - Así que crees que mi padre es atractivo… Y no hace mucho decías que era “el mejor”, en vez de acusar a Hans tendré que empezar a acusarte ti. - Le advierto divertida con toda la situación. - ¿Qué intenciones tienes con mi padre, señorita Scott? - Y estoy demasiado divertida con la situación como para notar que es la primera vez que le he dicho padre a Hans en su presencia. Era fácil referirme a él de esa forma en mi mente, pero de ahí a decirlo en voz alta había un largo trecho.

Me sonrojo con las palabras de Lara porque una cosa era que no me tratara como niña, otra muy distinta era que tuviese esa opinión de mi. - ¿Logro transmitir pasión? Gracias, es una de las mejores cosas que me han dicho sobre mí. - Y no mentía, era lindo recibir cumplidos de gente que sí aprecias. Cuando Hans dice que su madre y yo nos parecemos, me sorprendo y me sonrojo aún más que antes, y lo único que me impide el ponerme a preguntarle ahí mismo cosas sobre mi abuela, es el “era” que acompañó a la oración. El tiempo pasado me indica que posiblemente no tenga más abuelas, y no, Jamie no contaba. - No sé si siempre aquí, pero me gusta mucho la idea. Me gusta ese compromiso.
M. Meerah Powell
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Invitado
Invitado
¡¿Y ahora qué hice?!— exclamo. Siento mi espalda tensarse contra el respaldo de la silla y el espacio no me resulta suficiente para conservar la debida distancia entre los dos, cuando me siento abordada por culpa de una pregunta inocente que surgió de mi sorpresa. Fue una pregunta de nada. Se siente como si el director de la escuela me estuviera llamando a su despacho para una reprimenda por culpa de que mi compañero hizo explotar algo. Si lo que pretende es hacerme caminar hasta su oficina cuando acabe el almuerzo con actitud de penitencia, está equivocado. Cuadro mi mandíbula y no me muevo ni un centímetro más hacia atrás. —Tengo trabajo por hacer, así que pasaré cuando esté de salida. De todas maneras, trabajas hasta tarde, ¿no?—. Y si tiene una agenda muy ocupada con presidentes, embajadores o viajeros en el tiempo, que los atienda primero, que yo también tengo mis cosas.

Te quedan seis años, Meerah— rescato esto último que dijo ella para volver sobre sus comentarios anteriores, en los que me quedé pensando. —Y el hecho de que te gusten varias cosas… si quieres dedicarle un tiempo a cada una, hará que disperses tu energía. Tienes seis años para probar y experimentar, y entonces cuando sepas cuál de todas esas cosas te gusta más, focaliza tu energía en ello—. No puedo decirle abiertamente «No, Meerah, aléjate de las leyes, lo tuyo es el diseño», porque procuro dar un consejo que sea realmente útil y le sirva de algo, no que transmita mi propio capricho. Si llega a descubrir que le apasionan las leyes o que el diseño es un pasatiempo que puede tener relegada, será decisión de ella y también es válido. Nos ha dado muestras de sobra de lo inteligente que es y sabrá lo que es mejor. Como por ejemplo, ponerse del lado de su padre por ser quién pagará sus clases cuando todos sabemos que una falda y un vestido no son lo mismo.

Si esa mínima inclinación a favor de su padre la coloca en la posición de llevarme la contraria, una traición aún pequeña que puedo perdonar, a continuación se viene la peor de las traiciones. «¿Et tu, Meerah?», no puedo creer que todo su afán de atosigar a Hans en busca de respuesta, lo gire hacía mí para atraparme en tal interrogante. Sé lo que le contestaría a otra persona que creyera que tiene autoridad para preguntarme tal cosa. «La peor de las intenciones» y lo diría con una sonrisa. Sin embargo, se trata de Meerah, quien puede saber un par de cosas sobre el sexo y las relaciones, pero por unos años seguirá siendo excluida de ciertas conversaciones y explicaciones. Podría apelar a que los calificativos de los que se vale para su exposición son un par entre muchos otros que intercambiamos, de lo injusto que es que se me someta sola en este juicio. Y para librarme de esta, busco mi salida fácil. —Las más nobles, por supuesto— lo hago como si todo esto fuera un gran chiste, en el que tengo a una hija custodiando a su padre. —No le haría nunca nada que él no quisiera— muestro mis palmas para demostrar que no tengo intenciones escondidas.

Definitivamente, no me gusta que Meerah enfoque su atención en mí y el susto me vale para tomar las medidas necesarias. Para cuando la charla vira otra vez, estoy armando mi plan de escape que consiste en terminar rápidamente mi hamburguesa, armar una reserva de papas fritas, pagar lo que consumí y calcular qué tan rápido puedo llegar a la puerta. Me siento un poco mal por abandonar la mesa justo cuando puedo escuchar lo parecida que es Meerah a su abuela paterna y el uso en pasado para referirse a ella. El que me coloque después en un podio por encima de psicópatas y asesinatos es tan halagüeño que retomo mi plan de huida. Tan alto concepto puede ser mucho para mi autoestima. En el momento mismo en que la charla se cierra sobre ellos dos que planifican hacer de los viernes sus días de almuerzo, y de ahora en más, serán los días en que compraré fruta para alimentarme, veo mi oportunidad de correr mi silla hacia atrás y levantarme. —Creo que es hora de que vuelva a lo mío— me despido. Diría que fue un gusto almorzar con ellos, pero… —Fue lindo verte un rato, Meerah. Iré a visitarlas cuando pueda, ojalá pronto— la sonrisa cálida que le dedico a ella se curva hacia un lado cuando me giro hacia su padre. —Supongo que nos veremos en el ministerio—. Y no digo nada de que iré a su oficina, porque si con suerte me olvido, me valdré de esa excusa.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
La llamaré, por si acaso — prometo. Mis charlas con Phoebe han sido vagas en estos días, en especial porque ambos estamos muy ocupados. Además, solo hemos compartido alguna que otra comida y nada más; es una relación que ha estado en pausa demasiado tiempo y el volver a ser los hermanos que solíamos ser tomará su tiempo. Intento no mostrarme fastidioso ante la pregunta de Scott porque no puedo explicar sin irme a detalles que no quiero dar en este lugar, así que me limito a palabras simples — Hoy toca hasta las ocho, si nada me atrasa — si quiere, sabe donde encontrarme. Si no, tampoco voy a esperarla.

Tengo que estar de acuerdo con Scott porque sí, seis años es mucho tiempo. Técnicamente hablando, hace seis años todavía era simplemente un abogado y recién me estaban incluyendo como un miembro oficial del Wizengamot — Solo intenta no ahogarte entre tantas ambiciones. Ya sabes, dicen que el que mucho abarca, poco aprieta — acabo agregando al consejo. Muy bien, si alguien me hubiese preguntado, el andar aconsejando a mi hija junto a Scott es una de las cosas más irreales que me han pasado en el último tiempo. Podría haber tolerado hasta la idea de pasar por esto junto a alguien como Reynald, pero no ella. Al menos Meerah tiene la decencia de hacerme reír al saber lo que le conviene y eso quita un poco la presión que tengo encima.

Lo malo viene cuando tengo que cuidarme de no terminar atragantado con lo que queda de mi bebida y una parte de mí quiere usar su poder como progenitor para reprocharle a la niña, pero la otra solo mira a la adulta con divertida y curiosa inquisición. Me río entre dientes contra el vaso de plástico que hace eco de mi sonido y lo sacudo al darme cuenta de que ya no tiene nada adentro, oyendo el sonido de los cubitos de hielo — Gracias por tener en consideración mis deseos — ironizo, a pesar de la sombra ligeramente amistosa de mi sonrisa. Creo que ya estoy satisfecho, así que vuelvo a hacer uso de las servilletas hasta que quedo lo suficientemente pulcro como para sentir que puedo volver al trabajo sin olor a papa frita — Lo del lugar era solo una sugerencia. Podemos ir a donde quieras. Ya sabes, hay cientos de sitios que visitar en el Capitolio — además, con la aparición conjunta podemos hacer todo mucho más sencillo — Tenemos un arreglo, entonces — es extraño, pero en verdad me alegra que ella haya aceptado. Estuve fuera de su vida por doce años, pero tal vez pueda encontrar la manera de recompensarlo. Al menos, nadie puede decir que no lo estoy intentando.

Estoy chequeando el reloj de bolsillo que he metido en mi pantalón al no tener saco alguno, cuando noto que Scott ha movido su silla y me giro hacia ella de manera automática. Se despide de Meerah, pero la mueca en mi dirección es lo que hace que reaccione de igual manera — No te hagas problema, yo te invité, yo pago — le indico, haciendo un ademán para señalar las sobras de su almuerzo — Nos veremos cuando quieras verme, Scott — es un saludo simple, cortado por el modo en el cual desvío la mirada en dirección a mi hija, como si el muro hubiera vuelto a levantarse y los últimos cuarenta minutos no hubiesen existido. Acomodo el reloj en el bolsillo una vez más y le sonrío a la niña, analizando un poco más sus facciones, esas que cada rato que pasa, me recuerdan más a mí mismo — Si terminaste, no tengo problema en acompañarte antes de volver al trabajo. Cinco minutos para nosotros.

Cinco minutos contra algunos años. Algunos años y unas papas fritas. Mejor tarde que nunca, al menos eso dicen.
Hans M. Powell
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