OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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La frustración es lo que me lleva a pasarme las manos por la cara en un intento de aclararme las ideas, masajeándome la frente y después el cuero cabelludo. El señor Niniadis ha pasado “casualmente” esta mañana por mi oficina y, a pesar de que no lo ha dicho explícitamente, siento que ha colocado un reloj de arena sobre mi escritorio. Yo ya he encontrado a mi hermana, podría dejar este trabajo extra de lado, pero he hecho un pacto con el patriarca de los Niniadis y eso significa solo una cosa: o cumplo mi tarea o puedo empezar a mirar con cariño mi antiguo escritorio; no vamos a hablar de los “permisos” que me he tomado por esto. Así que, en lugar de devolver llamadas o asistir a reuniones que he pedido que cancelen, me encuentro de pie frente a mi escritorio, analizando los mapas, informes y tachones que he hecho por toda la periferia del país. Sé que a Black es imposible encontrarla, al menos que ella desee que alguien lo haga. Me he tirado más al paradero de Cordelia Collingwood, alguien que podría haberse aferrado a su menor status para sobrevivir, pero tampoco hay señales de ella ni de su pequeño bastardito. ¿Y cómo se supone que encuentre a un adolescente del cual no sé su aspecto, nombre o siquiera género? Están ahí en algún lugar, lo sé, y me he jurado que voy a encontrarlos. Nunca he fallado en una tarea, así que no pienso empezar ahora.
Todavía estoy barajando la posibilidad de conseguir ayuda extra de un auror cuando mi comunicador se enciende y la repentina invasión de la voz de Josephine me hace saltar, soltando el resaltador con el cual estaba trabajando y cuya tinta celeste me ha manchado algunos dedos — Hans… señor ministro, hay una señorita aquí que lo busca. Dice que tenía una cita con usted para su hora del almuerzo — ¿Qué yo qué? Levanto la mirada en dirección al reloj, tratando de hacer memoria, pero con cierta distracción presiono el botón para regresar la comunicación — Dile que estoy ocupado. Puede reprogramar la cita para otro momento… — odio cuando Josephine se toma la libertad de ponerme un “pero”, así que ruedo los ojos cuando la oigo interrumpirme para indicarme que, quien sea, está insistiendo. Entonces lo recuerdo. Hace unos días, me llegó una llamada que no esperaba recibir porque había olvidado que ella tenía mi tarjeta. Y me he prometido que cumpliré con mi palabra, así que he aceptado en almorzar con Meerah en esta fecha, la cual se me pasó por alto por culpa de las urgencias de los Niniadis. Momento… ¿Mi hija está ahí afuera, a solas con mi secretaria?
Un toque de varita basta para que los papeles empiecen a guardarse en los cajones de máxima seguridad y chequeo con una velocidad alarmante que no me olvido la billetera ni mi móvil. Es un día soleado y ciertamente caluroso, así que opto por dejar el saco en el perchero y tanteo mi cuello; no me he puesto corbata, así que no puede decirme nada sobre no usar la que me ha regalado. Bien, es momento de dejar esas tonterías de lado porque tengo que evitar una catástrofe. Creo que mi urgencia es un poco obvia cuando salgo de la oficina como un tropel, encontrándome con la mirada inquisidora de Josephine detrás de su escritorio y la carita de “no rompo ni un plato” de Meerah. Detesto la genética.
Intento mantener la compostura y carraspeo al acomodarme el cabello, pasando por enfrente de mi secretaria y haciéndole un gesto vago con la mano — Volveré en una hora o dos. Si alguien insiste, diles que estoy en una reunión y devolveré la llamada mañana, al menos que sea el ministro Weynart — temas un poco más urgentes. Sin ir más lejos, tomo a Meerah de uno de sus hombros con la mayor suavidad de la que soy capaz y la arrastro conmigo, avanzando por el pasillo que conduce al resto de la planta de justicia — Te dije que me avises cuando estuvieras abajo, no que subas — mascullo entre dientes, sin poder evitar el mirar alrededor. Es obvio que Patricia Lollis asoma la nariz y sus anteojos de grillo por encima de su cubículo, ese que creo que no es lo suficientemente grande para tapar el volumen de su culo, siguiendo nuestro andar con esa cara de rata buscando olfatear una nueva excusa para hablar mal de mí a mis espaldas — No tiendo a recibir niños, así que … — las chácharas pueden decir cualquier cosa y Lollis es una de esas mujeres aburridas de oficina que es capaz de inventarse un falso historial de pedofilia con tal de verme fuera. En cuanto a una hija bastarda… bueno, ahí tendría que ponerme más firme.
Estoy viendo como Patricia se inclina junto a la señorita Hawking para chismorrear vaya a saber qué cosa cuando se cierran las puertas del ascensor, lo que me hace suspirar como si acabáramos de pasar por un campo de batalla. Esto de ser un político de imagen presuntamente respetable es más agotador de lo que pensé que sería — Lo siento — la suelto de una buena vez y froto mis manos, echándole una mirada con una sonrisa que pretende ser amable — Pero teníamos que salir de ahí lo antes posible. ¿Tienes hambre? — porque yo estoy famélico, pero no pienso llevarla a la cafetería del ministerio, así que opto por la opción más cercana y más rápida. Pronto estamos saliendo del edificio y el avanzar por la calle a estas horas es un poco atolondrado, pero el sitio que estoy buscando está solo a una cuadra del ministerio. Se trata de uno de esos locales de buena imagen, demasiada madera suave y decoración minimalista, donde los menús de “comida rápida” se han transformado en comidas caseras de rápido acceso — Ya verás, tienen las mejores papas que probarás en tu vida. Ni una gota de aceite — agrego a toda la explicación, como si eso bastase como para que no pueda negarse. Y espero que no lo haga, porque no tengo más opciones y no estoy muy creativo. Quiero decir, es la primera vez que estoy a solas con ella, no sé bien qué se supone que deba hacer además de alimentarla y tenerla entretenida un rato.
Abro la puerta del lugar, la dejo pasar primero y me adentro, agradeciendo la presencia del aire acondicionado. Y estoy por cerrar, cuando noto que alguien entra detrás de mí y freno de inmediato la puerta por pura inercia, pero al echar un vistazo y notar de quien se trata, la suelto como si me hubiera dado una descarga, culpa de la repentina sorpresa — ¿Qué haces aquí, Scott? — no intento sonar descortés, pero la pregunta sale por sí sola mientras le doy un suave empujón automático a mi hija para esconderla detrás de mi espalda, como si eso sirviera de algo.
Todavía estoy barajando la posibilidad de conseguir ayuda extra de un auror cuando mi comunicador se enciende y la repentina invasión de la voz de Josephine me hace saltar, soltando el resaltador con el cual estaba trabajando y cuya tinta celeste me ha manchado algunos dedos — Hans… señor ministro, hay una señorita aquí que lo busca. Dice que tenía una cita con usted para su hora del almuerzo — ¿Qué yo qué? Levanto la mirada en dirección al reloj, tratando de hacer memoria, pero con cierta distracción presiono el botón para regresar la comunicación — Dile que estoy ocupado. Puede reprogramar la cita para otro momento… — odio cuando Josephine se toma la libertad de ponerme un “pero”, así que ruedo los ojos cuando la oigo interrumpirme para indicarme que, quien sea, está insistiendo. Entonces lo recuerdo. Hace unos días, me llegó una llamada que no esperaba recibir porque había olvidado que ella tenía mi tarjeta. Y me he prometido que cumpliré con mi palabra, así que he aceptado en almorzar con Meerah en esta fecha, la cual se me pasó por alto por culpa de las urgencias de los Niniadis. Momento… ¿Mi hija está ahí afuera, a solas con mi secretaria?
Un toque de varita basta para que los papeles empiecen a guardarse en los cajones de máxima seguridad y chequeo con una velocidad alarmante que no me olvido la billetera ni mi móvil. Es un día soleado y ciertamente caluroso, así que opto por dejar el saco en el perchero y tanteo mi cuello; no me he puesto corbata, así que no puede decirme nada sobre no usar la que me ha regalado. Bien, es momento de dejar esas tonterías de lado porque tengo que evitar una catástrofe. Creo que mi urgencia es un poco obvia cuando salgo de la oficina como un tropel, encontrándome con la mirada inquisidora de Josephine detrás de su escritorio y la carita de “no rompo ni un plato” de Meerah. Detesto la genética.
Intento mantener la compostura y carraspeo al acomodarme el cabello, pasando por enfrente de mi secretaria y haciéndole un gesto vago con la mano — Volveré en una hora o dos. Si alguien insiste, diles que estoy en una reunión y devolveré la llamada mañana, al menos que sea el ministro Weynart — temas un poco más urgentes. Sin ir más lejos, tomo a Meerah de uno de sus hombros con la mayor suavidad de la que soy capaz y la arrastro conmigo, avanzando por el pasillo que conduce al resto de la planta de justicia — Te dije que me avises cuando estuvieras abajo, no que subas — mascullo entre dientes, sin poder evitar el mirar alrededor. Es obvio que Patricia Lollis asoma la nariz y sus anteojos de grillo por encima de su cubículo, ese que creo que no es lo suficientemente grande para tapar el volumen de su culo, siguiendo nuestro andar con esa cara de rata buscando olfatear una nueva excusa para hablar mal de mí a mis espaldas — No tiendo a recibir niños, así que … — las chácharas pueden decir cualquier cosa y Lollis es una de esas mujeres aburridas de oficina que es capaz de inventarse un falso historial de pedofilia con tal de verme fuera. En cuanto a una hija bastarda… bueno, ahí tendría que ponerme más firme.
Estoy viendo como Patricia se inclina junto a la señorita Hawking para chismorrear vaya a saber qué cosa cuando se cierran las puertas del ascensor, lo que me hace suspirar como si acabáramos de pasar por un campo de batalla. Esto de ser un político de imagen presuntamente respetable es más agotador de lo que pensé que sería — Lo siento — la suelto de una buena vez y froto mis manos, echándole una mirada con una sonrisa que pretende ser amable — Pero teníamos que salir de ahí lo antes posible. ¿Tienes hambre? — porque yo estoy famélico, pero no pienso llevarla a la cafetería del ministerio, así que opto por la opción más cercana y más rápida. Pronto estamos saliendo del edificio y el avanzar por la calle a estas horas es un poco atolondrado, pero el sitio que estoy buscando está solo a una cuadra del ministerio. Se trata de uno de esos locales de buena imagen, demasiada madera suave y decoración minimalista, donde los menús de “comida rápida” se han transformado en comidas caseras de rápido acceso — Ya verás, tienen las mejores papas que probarás en tu vida. Ni una gota de aceite — agrego a toda la explicación, como si eso bastase como para que no pueda negarse. Y espero que no lo haga, porque no tengo más opciones y no estoy muy creativo. Quiero decir, es la primera vez que estoy a solas con ella, no sé bien qué se supone que deba hacer además de alimentarla y tenerla entretenida un rato.
Abro la puerta del lugar, la dejo pasar primero y me adentro, agradeciendo la presencia del aire acondicionado. Y estoy por cerrar, cuando noto que alguien entra detrás de mí y freno de inmediato la puerta por pura inercia, pero al echar un vistazo y notar de quien se trata, la suelto como si me hubiera dado una descarga, culpa de la repentina sorpresa — ¿Qué haces aquí, Scott? — no intento sonar descortés, pero la pregunta sale por sí sola mientras le doy un suave empujón automático a mi hija para esconderla detrás de mi espalda, como si eso sirviera de algo.
Voy tarareando una canción que creo que es inventada mientras me miro en el reflejo del ascensor para asegurarme que mi ropa no presente arrugas desagradables y que mi vincha esté perfectamente centrada. No me gustaría estar de ninguna manera por debajo de impecable al presentarme en la oficina de Hans y, como bien lo había podido comprobar, nadie te molestaba si ibas con una actitud segura y un aspecto pulcro. Hero tenía razón, todo era cuestión de actitud y buen porte.
Chequeo una vez más el celular que me ha dado mamá para poder estar comunicada desde que nos hemos mudado y no, mi padre todavía no me devuelve las llamadas y con sinceridad, ya me había cansado de esperarlo en la recepción. Es por eso por lo que cuando las puertas del ascensor hacen un *ding* y se abren, no dudo en salir del mismo y seguir los carteles que me indican el camino hasta dar con el escritorio de la recepcionista. - Buenas tardes, tengo una cita programada con el ministro Powell para la hora de almuerzo, ¿podrías informarle? - Gracias al cielo no soy tan enana, pero eso no impide que la mujer me mire con la incredulidad pintada en la cara, acentuada por la elevación de sus cejas. No me intimida y termino evaluándola de arriba abajo gracias al escritorio de vidrio que me deja entrever su figura. Es bonita, no voy a negarlo, pero tiene tres cosas que me hacen dudar de su fiabilidad como trabajadora: las botas cortas con plataforma me dicen que es alguien inseguro; su camisa rayada, con botones prácticamente inservibles por su tamaño y posición, que no es nada práctica; y su pollera tiro alto de animal print, pues que tiene mal gusto. - No estoy bromeando si es eso lo que temes. - le aseguro con una sonrisa mientras reparo en el anillo de su mano cuando presiona el botón del comunicador. Interesante…
Esta vez son mis cejas las que se levantan cuando escucho que lo llama por su nombre de pila y trato de no soltar un bufido mientras dejo que mis ojos rueden sobre sus cuencas. Claramente Hans se ha olvidado de nuestro compromiso, pero no lo culpo; no debe ser fácil descubrir que tienes una hija así de la nada y tratar de combinar tu trabajo con la repentina paternidad. Sin embargo, yo no me he olvidado de que tengo un padre así que el siguiente comentario que hago, lo pronuncio convencida de que se lo merece por olvidarse de mí. - ¿Sabe tu prometido que te acuestas con el ministro? - Es una mera suposición, pero la cara de la morena se vuelve un poema por unos segundos y, aunque no tarda en recuperar su compostura y probablemente en descartarme como amenaza, no tardo en darme cuenta que al menos le he generado interés. Por lo visto mi suposición no estaba muy errada, tal vez así pueda volver a insistirle a Hans el que tiene que verme.
No hace falta, la puerta se abre y la apresurada figura de mi padre atraviesa el marco con urgencia. Poniendo mi mejor cara de inocente, lo miro con una sonrisa mientras se acerca hacia donde estoy y da instrucciones a la mujer que todavía no deja de mirarme con intriga. - Si lo hice, pero como no me atendías tuve que subir. - No me justifico mucho más mientras avanzo siendo guiada por él, sin dejar de notar las miraditas del resto de los trabajadores. De nuevo, se lo merece por haberse olvidado de que me había prometido almorzar juntos. - Oh, ¿así que en eso se convierten las niñas que se la pasan chismeando en los recreos? Pensé que lo de no tener una vida propia se esfumaba con el tiempo… - Era lindo saber que había visto el futuro de Nilda y el resto de su séquito, si había algo que no iba extrañar jamás del Prince, era a los pájaros de mal augurio que podían ser esas tres niñatas insoportables.
Le sonrío cuando se disculpa, y decido que le voy a dejar pasar el despiste. Era la primera vez que estaría a solas con él, y no me serviría de nada el hacerme la ofendida cuando realmente entendía que era un hombre ocupado. Mamá no era mucho mejor en esos asuntos, y aunque nunca olvidaba nada, siempre estaba abarrotada de cosas para hacer. - ¿Papas sin aceite? - ¿Acaso eso existía? ¿Quién había inventado la salvación para el algodón y cómo es que no me había enterado? Poder comer papas sin quedarte con los dedos aceitosos al final parecía demasiado bueno para ser verdad, así que espero que no me haya mentido porque terminaré teniendo mi primera decepción con respecto a su persona.
No tardamos en llegar al lugar que está tan solo a pasos de allí, y tengo que admitir que es un local bastante bonito. No tiene el típico olor a frituras de los locales de comidas del Ocho, y voy a tener que terminar creyendo en su palabra. Iba a preguntarle en dónde quería que nos sentemos, cuando siento un pequeño empujón que me hace retroceder un paso sin entender muy bien la situación. ¿Pero qué…? - ¡Lara! - Me sorprende verla allí, pero en cierta forma me alegra. Mamá no solía tener muchas amigas, o al menos no solía traerlas a casa, pero Lara había sido una de las pocas excepciones y todas las veces en que la había visto, me había tratado de excelente manera. ¿Tan difícil era para el resto del mundo el no agudizar la voz como idiotas cuando veían a una muchacha con vincha? La “amiga” de mamá no era así, y aunque sabía que su relación era o había sido algo más que una amistad, no me molestaba. - ¿Se conocen? - Consulto al recordar el tono con el que le había hablado mi padre.
Chequeo una vez más el celular que me ha dado mamá para poder estar comunicada desde que nos hemos mudado y no, mi padre todavía no me devuelve las llamadas y con sinceridad, ya me había cansado de esperarlo en la recepción. Es por eso por lo que cuando las puertas del ascensor hacen un *ding* y se abren, no dudo en salir del mismo y seguir los carteles que me indican el camino hasta dar con el escritorio de la recepcionista. - Buenas tardes, tengo una cita programada con el ministro Powell para la hora de almuerzo, ¿podrías informarle? - Gracias al cielo no soy tan enana, pero eso no impide que la mujer me mire con la incredulidad pintada en la cara, acentuada por la elevación de sus cejas. No me intimida y termino evaluándola de arriba abajo gracias al escritorio de vidrio que me deja entrever su figura. Es bonita, no voy a negarlo, pero tiene tres cosas que me hacen dudar de su fiabilidad como trabajadora: las botas cortas con plataforma me dicen que es alguien inseguro; su camisa rayada, con botones prácticamente inservibles por su tamaño y posición, que no es nada práctica; y su pollera tiro alto de animal print, pues que tiene mal gusto. - No estoy bromeando si es eso lo que temes. - le aseguro con una sonrisa mientras reparo en el anillo de su mano cuando presiona el botón del comunicador. Interesante…
Esta vez son mis cejas las que se levantan cuando escucho que lo llama por su nombre de pila y trato de no soltar un bufido mientras dejo que mis ojos rueden sobre sus cuencas. Claramente Hans se ha olvidado de nuestro compromiso, pero no lo culpo; no debe ser fácil descubrir que tienes una hija así de la nada y tratar de combinar tu trabajo con la repentina paternidad. Sin embargo, yo no me he olvidado de que tengo un padre así que el siguiente comentario que hago, lo pronuncio convencida de que se lo merece por olvidarse de mí. - ¿Sabe tu prometido que te acuestas con el ministro? - Es una mera suposición, pero la cara de la morena se vuelve un poema por unos segundos y, aunque no tarda en recuperar su compostura y probablemente en descartarme como amenaza, no tardo en darme cuenta que al menos le he generado interés. Por lo visto mi suposición no estaba muy errada, tal vez así pueda volver a insistirle a Hans el que tiene que verme.
No hace falta, la puerta se abre y la apresurada figura de mi padre atraviesa el marco con urgencia. Poniendo mi mejor cara de inocente, lo miro con una sonrisa mientras se acerca hacia donde estoy y da instrucciones a la mujer que todavía no deja de mirarme con intriga. - Si lo hice, pero como no me atendías tuve que subir. - No me justifico mucho más mientras avanzo siendo guiada por él, sin dejar de notar las miraditas del resto de los trabajadores. De nuevo, se lo merece por haberse olvidado de que me había prometido almorzar juntos. - Oh, ¿así que en eso se convierten las niñas que se la pasan chismeando en los recreos? Pensé que lo de no tener una vida propia se esfumaba con el tiempo… - Era lindo saber que había visto el futuro de Nilda y el resto de su séquito, si había algo que no iba extrañar jamás del Prince, era a los pájaros de mal augurio que podían ser esas tres niñatas insoportables.
Le sonrío cuando se disculpa, y decido que le voy a dejar pasar el despiste. Era la primera vez que estaría a solas con él, y no me serviría de nada el hacerme la ofendida cuando realmente entendía que era un hombre ocupado. Mamá no era mucho mejor en esos asuntos, y aunque nunca olvidaba nada, siempre estaba abarrotada de cosas para hacer. - ¿Papas sin aceite? - ¿Acaso eso existía? ¿Quién había inventado la salvación para el algodón y cómo es que no me había enterado? Poder comer papas sin quedarte con los dedos aceitosos al final parecía demasiado bueno para ser verdad, así que espero que no me haya mentido porque terminaré teniendo mi primera decepción con respecto a su persona.
No tardamos en llegar al lugar que está tan solo a pasos de allí, y tengo que admitir que es un local bastante bonito. No tiene el típico olor a frituras de los locales de comidas del Ocho, y voy a tener que terminar creyendo en su palabra. Iba a preguntarle en dónde quería que nos sentemos, cuando siento un pequeño empujón que me hace retroceder un paso sin entender muy bien la situación. ¿Pero qué…? - ¡Lara! - Me sorprende verla allí, pero en cierta forma me alegra. Mamá no solía tener muchas amigas, o al menos no solía traerlas a casa, pero Lara había sido una de las pocas excepciones y todas las veces en que la había visto, me había tratado de excelente manera. ¿Tan difícil era para el resto del mundo el no agudizar la voz como idiotas cuando veían a una muchacha con vincha? La “amiga” de mamá no era así, y aunque sabía que su relación era o había sido algo más que una amistad, no me molestaba. - ¿Se conocen? - Consulto al recordar el tono con el que le había hablado mi padre.
Como tenía que estar en el ministerio a la mañana siguiente a primera hora para incorporarme a un proyecto en el que se me requirió, estuve hasta tarde en el taller del distrito ultimando unos detalles para que todo siguiera su curso durante mi ausencia en el día. Mamá solía decir que cuando estaba involucrada con una tarea, podía olvidarme de comer y el sueño se desvanecía. Las horas fueran pasando y los quince minutos de más que me concedía extendían su prórroga en cada minuto que pasaba. Tuve tres horas de sueño hasta que una alarma sonó cerca de mi cabeza. El resplandor del amanecer se fue filtrando por los tragaluces y maldije muy fuerte, porque era momento de encaminarme al ministerio. Crucé el impresionante galpón que ocupaban los mecánicos con piezas que ocupaban grandes espacios y algunas movían sus extremidades metálicas como si fueran monstruos vivientes. Guardé el bolso donde cargaba mudas de ropa dentro de un casillero y fui directo a los baños a revisar en el espejo mi rostro que delataba la falta de sueño con unas orejas marcadas y una mirada más apagada. Necesitaba café, negro, amargo, combinado con pócimas revitalizantes si era posible.
A media mañana me había olvidado de mi cansancio y otra vez el entusiasmo me tenía con la cabeza metida dentro de una gran caja de metal para ajustar el entramado de unos finos cables. Me estaba sosteniendo con el café, pero cerca del horario del almuerzo, el estómago pedía algo más que líquido amargo y tardé demasiado en hacerme un tiempo para ir a buscar comida. La cafetería era un caos, demasiadas personas en esa hora pico. La paciencia es una virtud que necesito ejercitar más, lamentablemente no será hoy. Giro sobre mis pies hacia la salida, para buscar alguno de los locales cercanos donde pueda dar un bocado sin tener todo el bullicio del ministerio en mis oídos. Camino hacia la primera opción que distingo entre los otros edificios, un poco contrastante en su fachada con mis vaqueros y la camisa azul arremangada. En unos pocos pasos largos estoy detrás de un hombre que ingresa con una niña al lugar, y en esas asociaciones mentales rápidas que cualquiera hace, los identifico como padre e hija. Hasta que el reconocimiento de sus rostros pone a mi cerebro en shock.
Primero es la expresión sorprendida de Hans, como si acabara de poner un pie en un espacio en el mundo que es de su exclusividad. ¿Perdón? —¿Tal vez almorzar?— replico y no me guardo la acritud en mi tono al dirigirme a él. Y después mi mirada cae, porque no podía ser de otra manera, la niña es demasiado grande para ser escondida detrás de su espalda, y porque el cuerpo siempre reacciona a las presencias conocidas si están en una misma sala. Mi incredulidad es mayúscula cuando veo que se trata de Meerah y, no hay dudas, porque ella me reconoce también. —¡Meerah!—. Me tardo dos minutos en apartar mi mirada de la chica para regresar al rostro del hombre y exigir una explicación desde mi silencio. Pero esta niña sabe darlas por sí misma, hace mucho pasó la edad en que los adultos hablen por ella, así que me vuelvo hacia ella. —¿Qué estás haciendo por aquí?—. Mis palabras son idénticas a las que usó Hans, con la diferencia de que están dichas con una entonación mucho más suave, también estoy sorprendida y no por eso haré que se sienta como si no debiera estar aquí. Nada más que con un ministro, un hecho que parece incomprensible, a menos que Audrey también esté aquí y podré resolver la situación en un minuto.
Y como hice una pregunta, es justo que conteste a la suya. Para hacerlo necesito tener mi mirada puesta en los ojos perspicaces de la niña y evitar el contacto visual con Hans. —Trabajamos en algunos proyectos juntos. Todos en el ministerio nos conocemos por una razón u otra—. Con la mentira dicha tan naturalmente, puedo continuar: —¿Y ustedes cómo se conocen?—. Supongo que al abrirse las relaciones de Meerah con el resto de su familia materna, esto la coloca en nuevas posiciones y la vincula con personalidades que el común de los mortales vemos por televisión. ¿De ahí a que esté en compañía de un ministro? Salvo que la esté acompañando por unos minutos, hasta que alguien de su familia llegue. Con cuidado de que parezca un movimiento natural, alzo mi rostro hacia Hans. —Si Audrey está aquí, aprovecharé para saludarla—. Lo sé antes que ellos me lo digan, no está aquí. Y quiero entender bien la situación porque no voy a dejar a su hija así como así, no porque desconfíe de Hans -o sí-, solo necesito saber que todo está en orden.
A media mañana me había olvidado de mi cansancio y otra vez el entusiasmo me tenía con la cabeza metida dentro de una gran caja de metal para ajustar el entramado de unos finos cables. Me estaba sosteniendo con el café, pero cerca del horario del almuerzo, el estómago pedía algo más que líquido amargo y tardé demasiado en hacerme un tiempo para ir a buscar comida. La cafetería era un caos, demasiadas personas en esa hora pico. La paciencia es una virtud que necesito ejercitar más, lamentablemente no será hoy. Giro sobre mis pies hacia la salida, para buscar alguno de los locales cercanos donde pueda dar un bocado sin tener todo el bullicio del ministerio en mis oídos. Camino hacia la primera opción que distingo entre los otros edificios, un poco contrastante en su fachada con mis vaqueros y la camisa azul arremangada. En unos pocos pasos largos estoy detrás de un hombre que ingresa con una niña al lugar, y en esas asociaciones mentales rápidas que cualquiera hace, los identifico como padre e hija. Hasta que el reconocimiento de sus rostros pone a mi cerebro en shock.
Primero es la expresión sorprendida de Hans, como si acabara de poner un pie en un espacio en el mundo que es de su exclusividad. ¿Perdón? —¿Tal vez almorzar?— replico y no me guardo la acritud en mi tono al dirigirme a él. Y después mi mirada cae, porque no podía ser de otra manera, la niña es demasiado grande para ser escondida detrás de su espalda, y porque el cuerpo siempre reacciona a las presencias conocidas si están en una misma sala. Mi incredulidad es mayúscula cuando veo que se trata de Meerah y, no hay dudas, porque ella me reconoce también. —¡Meerah!—. Me tardo dos minutos en apartar mi mirada de la chica para regresar al rostro del hombre y exigir una explicación desde mi silencio. Pero esta niña sabe darlas por sí misma, hace mucho pasó la edad en que los adultos hablen por ella, así que me vuelvo hacia ella. —¿Qué estás haciendo por aquí?—. Mis palabras son idénticas a las que usó Hans, con la diferencia de que están dichas con una entonación mucho más suave, también estoy sorprendida y no por eso haré que se sienta como si no debiera estar aquí. Nada más que con un ministro, un hecho que parece incomprensible, a menos que Audrey también esté aquí y podré resolver la situación en un minuto.
Y como hice una pregunta, es justo que conteste a la suya. Para hacerlo necesito tener mi mirada puesta en los ojos perspicaces de la niña y evitar el contacto visual con Hans. —Trabajamos en algunos proyectos juntos. Todos en el ministerio nos conocemos por una razón u otra—. Con la mentira dicha tan naturalmente, puedo continuar: —¿Y ustedes cómo se conocen?—. Supongo que al abrirse las relaciones de Meerah con el resto de su familia materna, esto la coloca en nuevas posiciones y la vincula con personalidades que el común de los mortales vemos por televisión. ¿De ahí a que esté en compañía de un ministro? Salvo que la esté acompañando por unos minutos, hasta que alguien de su familia llegue. Con cuidado de que parezca un movimiento natural, alzo mi rostro hacia Hans. —Si Audrey está aquí, aprovecharé para saludarla—. Lo sé antes que ellos me lo digan, no está aquí. Y quiero entender bien la situación porque no voy a dejar a su hija así como así, no porque desconfíe de Hans -o sí-, solo necesito saber que todo está en orden.
— Estaba ocupado — le gruño, porque sé que no tiene ni idea de cuánto. No puedo explicarle que no pude atender el teléfono porque mi carrera y gran parte de los problemas de NeoPanem dependen de que solucione las incógnitas que están escondidas en mi escritorio, así que lo mantengo simple. En lo que a ella concierne, solo soy un adulto con una agenda muy apretada — Los chismes jamás terminan, en especial si trabajas en una oficina llena de gente que se aburre con el correr de las horas. Ya sabes, como si no tuvieran nada más importante que hacer — y ahí va de nuevo, mi eterna ansia de querer despedir a unos cuantos empleados. Creo que el único motivo por el cual no lo hago es porque me quedaría con una enorme reducción de personal y no tengo tiempo para eso.
Me encantaría poder explicar con calma cómo es que la magia sirve para quitarle todo el aceite a las papas fritas, pero creo que no voy a tener la oportunidad de tener cinco minutos de paz. No, no he visto a Scott desde la otra noche y, no sé por qué, esperaba no tener que verla en mucho tiempo, lo cual es ridículo si consideramos lo pequeño que es el ministerio. Tengo la suerte de no haber pensado en ella, pero ahora que la tengo delante, me doy cuenta de lo incierto que ha quedado todo luego de que sucedió lo que fingimos que jamás tuvo lugar. Lo clásico es tomarlo con naturalidad, pero es la primera vez que una situación como esta me sucede en presencia de, para colmo, mi hija… la cual parece conocerla.
¿Por qué, qué, cómo, cuándo, dónde?
No puedo responderle a Lara más que con una mueca desdeñosa ante tal obvia respuesta, porque la conversación lleva mis ojos de una a la otra en un intento de comprender lo que está sucediendo. Al menos, hasta que Scott miente por los dos y mi mentón se alza en dirección a Meerah, moviendo la cabeza en señal afirmativa sin intenciones de agregar absolutamente nada. Compañeros de trabajo, nada más; en cierto modo, no es falso. Ella trabaja para mí, cuando se me da la bendita gana. Lo terrible viene después, cuando me doy cuenta de que abro la boca para responder la duda de la morena y soy incapaz de hacerlo. Creo que mi incomodidad es palpable. Meto las manos en los bolsillos del pantalón y pronto las saco de nuevo al cruzarme de brazos sobre el pecho en una actitud hasta que defensiva, mientras que de mi boca sale el poco interesante sonido de un “ehhh” dudoso. Me relamo, cavilando mis opciones con rapidez. No puedo mentir delante de la niña con quien estoy tratando de crear un vínculo, sería negarla y simplemente sé que es incorrecto. Pero tampoco deseo que Scott maneje un dato tan importante en mi vida privada, del cual solo sabe un puñado de personas en las cuales confío. Es darle un pequeño pase a mi mundo personal, pero no puedo evitar preguntarme: ¿Me importa más Meerah o el mantener alejada a Scott? Me odio, de verdad, cuando puedo responder eso con suma rapidez.
— Audrey no está aquí — “por suerte”, pienso para mis adentros. Lo último que deseo es hacer que esta situación sea incluso más incómoda — Ella… yo… — me señalo, señalo a Meerah, vuelvo a cruzarme de brazos y aprieto mis labios en una actitud nada digna de mí. Al final, me atrevo a alzar los ojos en dirección a Scott, entornándolos un poco como si estuviese midiendo la confianza que siento en ella — Soy su… bueno, es mi hija — bajo un poco la voz para que solo ellas puedan oírme, pero es inconsciente el modo que tengo de pasar mi brazo alrededor de la niña hasta presionar suavemente uno de sus hombros al acercarla a mí. Casi como si fuese un reconocimiento. Y sé que es mucho más fácil haber dicho que es mi hija, porque siento que de haber escogido las palabras “soy su padre” me hubiese enroscado la lengua.
Sé que en cierto modo observo a Scott como si la estuviese retando a burlarse o hacer un comentario ofensivo, pero en gran parte admito que es mi paranoia. Paso saliva y desvío la mirada con la excusa de chequear el local, pero parece que nadie se fija en nosotros y eso es, ciertamente, un alivio. Entonces, reparo en un detalle — Momento, momento — bajo los ojos a la niña y luego vuelvo a la adulta, sacudiendo la cabeza y frunciendo el gesto como cualquier persona que se acaba de dar cuenta de algo — ¿Y ustedes cómo es que se conocen? ¿Cómo es que tú conoces a Audrey? — no sé mucho de la vida privada de mi ex en la actualidad, así que nada de esto tiene sentido. Ya lo dijimos, el ministerio es muy pequeño, pero no quería imaginar que tanto.
Me encantaría poder explicar con calma cómo es que la magia sirve para quitarle todo el aceite a las papas fritas, pero creo que no voy a tener la oportunidad de tener cinco minutos de paz. No, no he visto a Scott desde la otra noche y, no sé por qué, esperaba no tener que verla en mucho tiempo, lo cual es ridículo si consideramos lo pequeño que es el ministerio. Tengo la suerte de no haber pensado en ella, pero ahora que la tengo delante, me doy cuenta de lo incierto que ha quedado todo luego de que sucedió lo que fingimos que jamás tuvo lugar. Lo clásico es tomarlo con naturalidad, pero es la primera vez que una situación como esta me sucede en presencia de, para colmo, mi hija… la cual parece conocerla.
¿Por qué, qué, cómo, cuándo, dónde?
No puedo responderle a Lara más que con una mueca desdeñosa ante tal obvia respuesta, porque la conversación lleva mis ojos de una a la otra en un intento de comprender lo que está sucediendo. Al menos, hasta que Scott miente por los dos y mi mentón se alza en dirección a Meerah, moviendo la cabeza en señal afirmativa sin intenciones de agregar absolutamente nada. Compañeros de trabajo, nada más; en cierto modo, no es falso. Ella trabaja para mí, cuando se me da la bendita gana. Lo terrible viene después, cuando me doy cuenta de que abro la boca para responder la duda de la morena y soy incapaz de hacerlo. Creo que mi incomodidad es palpable. Meto las manos en los bolsillos del pantalón y pronto las saco de nuevo al cruzarme de brazos sobre el pecho en una actitud hasta que defensiva, mientras que de mi boca sale el poco interesante sonido de un “ehhh” dudoso. Me relamo, cavilando mis opciones con rapidez. No puedo mentir delante de la niña con quien estoy tratando de crear un vínculo, sería negarla y simplemente sé que es incorrecto. Pero tampoco deseo que Scott maneje un dato tan importante en mi vida privada, del cual solo sabe un puñado de personas en las cuales confío. Es darle un pequeño pase a mi mundo personal, pero no puedo evitar preguntarme: ¿Me importa más Meerah o el mantener alejada a Scott? Me odio, de verdad, cuando puedo responder eso con suma rapidez.
— Audrey no está aquí — “por suerte”, pienso para mis adentros. Lo último que deseo es hacer que esta situación sea incluso más incómoda — Ella… yo… — me señalo, señalo a Meerah, vuelvo a cruzarme de brazos y aprieto mis labios en una actitud nada digna de mí. Al final, me atrevo a alzar los ojos en dirección a Scott, entornándolos un poco como si estuviese midiendo la confianza que siento en ella — Soy su… bueno, es mi hija — bajo un poco la voz para que solo ellas puedan oírme, pero es inconsciente el modo que tengo de pasar mi brazo alrededor de la niña hasta presionar suavemente uno de sus hombros al acercarla a mí. Casi como si fuese un reconocimiento. Y sé que es mucho más fácil haber dicho que es mi hija, porque siento que de haber escogido las palabras “soy su padre” me hubiese enroscado la lengua.
Sé que en cierto modo observo a Scott como si la estuviese retando a burlarse o hacer un comentario ofensivo, pero en gran parte admito que es mi paranoia. Paso saliva y desvío la mirada con la excusa de chequear el local, pero parece que nadie se fija en nosotros y eso es, ciertamente, un alivio. Entonces, reparo en un detalle — Momento, momento — bajo los ojos a la niña y luego vuelvo a la adulta, sacudiendo la cabeza y frunciendo el gesto como cualquier persona que se acaba de dar cuenta de algo — ¿Y ustedes cómo es que se conocen? ¿Cómo es que tú conoces a Audrey? — no sé mucho de la vida privada de mi ex en la actualidad, así que nada de esto tiene sentido. Ya lo dijimos, el ministerio es muy pequeño, pero no quería imaginar que tanto.
Me encojo de hombros en un gesto casi descuidado cuando habla de sus empleados y me muerdo la punta de la lengua. La gente grande no suele apreciar cuando los más chicos damos nuestros puntos de vista sobre estas cosas; aunque sea su hija, dudaba mucho que al Ministro de Justicia le agradase que le dijera que los pusiera a trabajar a todos o los echase. Nunca entendería por qué los adultos se esperaban en conseguir trabajos que no disfrutaran hacer.
- Tal vez… ¿almorzar? - Mi tono es entre sarcástico y burlón, pero es que no puedo evitarlo. ¿Qué otra cosa podría hacer en este lugar? Si quisiera usar el baño no me pararía en medio del pasillo a conversar. Aunque… ¿mamá le habría dicho que nos mudamos? Tal vez estaba sorprendida de verme en el Capitolio siendo que siempre la veía en la casa que teníamos en el Ocho. - Oh, Lara es grandiosa. Inventó una rueda para que Argie genere energía al usarla. ¡Llevo meses sin conectar mi máquina de coser! - Miro a Hans para ver si concuerda conmigo, pero hay algo en su porte que no logro identificar, como si no quisiera estar aquí… ¡Oh!
Bueno, tenía sentido. Nadie se había enterado todavía (salvo James, pero el no cuenta) de que Hans Powell es padre, y mucho menos de que tiene una hija ya crecida con Audrey Niniadis. Y sí, ya había entendido lo que significaba pertenecer a esos Niniadis como para entender que probablemente no fuese bueno manchar su reputación con un posible abandono parental. Que no lo había sido, pero por lo que había visto en estas semanas, la prensa no era precisamente bondadosa.
Estoy por decirle que mi madre no está aquí y que vine a comer con un conocido de la familia o algo así, cuando Hans se adelanta y comienza a tartamudear. ¿Qué? No me esperaba eso. Asiento con la cabeza para que Lara no crea que es un loco que trata de secuestrarme o algo así, y los miro todo lo atenta que puedo, alejándome un poco del agarre de mi padre para poder tener un enfoque diferente de sus rostros. - Lara fue mi madrastra por un tiempo. ¿O no? - No, la verdad no, pero habíamos jugado con la idea en alguna ocasión solo para terminar riéndonos, en especial al recordar como pintaban a las mujeres en ese rol en los cuentos antiguos. - Oh, perdón. No quería decir cosas de más, pero bueno… ¿al menos tienen gustos en común? - Que no quería pensar que compartían el interés por Audrey por el solo hecho de que es mi madre, pero a la vez me es imposible no tratar de aligerar el ambiente que se siente tan tenso como para cortarlo con un cuchillo
- Tal vez… ¿almorzar? - Mi tono es entre sarcástico y burlón, pero es que no puedo evitarlo. ¿Qué otra cosa podría hacer en este lugar? Si quisiera usar el baño no me pararía en medio del pasillo a conversar. Aunque… ¿mamá le habría dicho que nos mudamos? Tal vez estaba sorprendida de verme en el Capitolio siendo que siempre la veía en la casa que teníamos en el Ocho. - Oh, Lara es grandiosa. Inventó una rueda para que Argie genere energía al usarla. ¡Llevo meses sin conectar mi máquina de coser! - Miro a Hans para ver si concuerda conmigo, pero hay algo en su porte que no logro identificar, como si no quisiera estar aquí… ¡Oh!
Bueno, tenía sentido. Nadie se había enterado todavía (salvo James, pero el no cuenta) de que Hans Powell es padre, y mucho menos de que tiene una hija ya crecida con Audrey Niniadis. Y sí, ya había entendido lo que significaba pertenecer a esos Niniadis como para entender que probablemente no fuese bueno manchar su reputación con un posible abandono parental. Que no lo había sido, pero por lo que había visto en estas semanas, la prensa no era precisamente bondadosa.
Estoy por decirle que mi madre no está aquí y que vine a comer con un conocido de la familia o algo así, cuando Hans se adelanta y comienza a tartamudear. ¿Qué? No me esperaba eso. Asiento con la cabeza para que Lara no crea que es un loco que trata de secuestrarme o algo así, y los miro todo lo atenta que puedo, alejándome un poco del agarre de mi padre para poder tener un enfoque diferente de sus rostros. - Lara fue mi madrastra por un tiempo. ¿O no? - No, la verdad no, pero habíamos jugado con la idea en alguna ocasión solo para terminar riéndonos, en especial al recordar como pintaban a las mujeres en ese rol en los cuentos antiguos. - Oh, perdón. No quería decir cosas de más, pero bueno… ¿al menos tienen gustos en común? - Que no quería pensar que compartían el interés por Audrey por el solo hecho de que es mi madre, pero a la vez me es imposible no tratar de aligerar el ambiente que se siente tan tenso como para cortarlo con un cuchillo
—Tu hija…— repito. Mi capacidad de asombro fue disminuyendo con los años, los ojos se acostumbran a ver que lo improbable se hace real y el mundo es un sitio tan extraño que no gasto neuronas en pensar cómo es posible que Meerah sea la hija de Hans. ¿Sí estoy sorprendida? Sí, acaban de poner todo el maldito tablero de cabeza. Este es un giro que vuelve a reacomodar a todas las piezas. La confesión seguida de la confirmación de Meerah con un gesto, tienen su impacto en mi rostro y debo inspirar hondo para pensar en una respuesta adecuada que no sea incredulidad. No será elegante armar una escena en la entrada y Hans admitió tan bajo que la chica era su hija, que entiendo que esto sigue siendo un secreto. Uno que Audrey supo guardar muy bien.
Y nunca fue importante para mí conocer la identidad del padre de Meerah. Cada persona tiene su historia y respeto que no puedan compartirlo todo. Yo no lo hago. Daba por hecho, quizá no de manera consciente, que nunca lo conocería porque no creía que volviera a ser alguien real después de tantos años siendo un fantasma al que nadie menciona. El silencio y el olvido matan personas, también. Y aquí está, es real, es Hans. Creo que la sorpresa se debe más al hecho de que se trata de él, a quien miro como si tratara de entender el secreto mágico del número áureo. Podría haber sido cualquiera y nadie a la vez. Un desconocido, algún otro ministro, alguien fuera de los distritos. Y entonces no miraría de soslayo buscando su reacción cuando Meerah explica nuestra relación a su peculiar manera, presentándome como su ex madrastra.
De todos los modos en que se podría describir mi relación con Audrey -y me alarmé por un minuto en cómo hacerlo-, su hija encuentra una con la que puedo sonreírme. —Algo así, conozco a Audrey hace un par de años y, claro, también a Meerah— digo y paso mi mirada del rostro de la niña, al semblante de Hans, con la pregunta sobre gustos en común en el aire. Soy mala adivinando y a pesar de esto procuro saber lo que pasa por su mente, si también está pensando en lo raro que se siente esta coincidencia. Tocará jugar malabarismos hasta que descubramos qué sitio le corresponde a cada cosa. —Este es un día extraño— murmuro a la nada y me fijo en la niña: —¿Meerah pidiendo disculpas por algo que dijo? Pediré un deseo antes que pase— hablo en broma. Esta chica es tan refrescantemente frontal que podría conversar con ella todo lo que no hablaría con otros adultos, y por eso, tomo su pregunta para aligerar el clima.— Y… ahora mismo no se me ocurren gustos en común con tu padre— llamarlo así me sale tan natural, que no me doy cuenta hasta que lo hago. Es cierto eso de que no se me viene ninguno a la cabeza. —¿Alguno que se te ocurra, Hans? — lo invito a intentarlo.
»Salvo este lugar— echo una mirada apreciativa al decorado. —Tienen un recibidor muy bonito para conversar y la comida también debe ser buena—. No olvido la razón por la que estoy aquí y parte de mi recelo se desvaneció al saber que Hans es el padre de la niña, no todo, porque todavía no hago a un lado lo que todos sabemos y es que se tomó su tiempo para tener un almuerzo con ella.
Y nunca fue importante para mí conocer la identidad del padre de Meerah. Cada persona tiene su historia y respeto que no puedan compartirlo todo. Yo no lo hago. Daba por hecho, quizá no de manera consciente, que nunca lo conocería porque no creía que volviera a ser alguien real después de tantos años siendo un fantasma al que nadie menciona. El silencio y el olvido matan personas, también. Y aquí está, es real, es Hans. Creo que la sorpresa se debe más al hecho de que se trata de él, a quien miro como si tratara de entender el secreto mágico del número áureo. Podría haber sido cualquiera y nadie a la vez. Un desconocido, algún otro ministro, alguien fuera de los distritos. Y entonces no miraría de soslayo buscando su reacción cuando Meerah explica nuestra relación a su peculiar manera, presentándome como su ex madrastra.
De todos los modos en que se podría describir mi relación con Audrey -y me alarmé por un minuto en cómo hacerlo-, su hija encuentra una con la que puedo sonreírme. —Algo así, conozco a Audrey hace un par de años y, claro, también a Meerah— digo y paso mi mirada del rostro de la niña, al semblante de Hans, con la pregunta sobre gustos en común en el aire. Soy mala adivinando y a pesar de esto procuro saber lo que pasa por su mente, si también está pensando en lo raro que se siente esta coincidencia. Tocará jugar malabarismos hasta que descubramos qué sitio le corresponde a cada cosa. —Este es un día extraño— murmuro a la nada y me fijo en la niña: —¿Meerah pidiendo disculpas por algo que dijo? Pediré un deseo antes que pase— hablo en broma. Esta chica es tan refrescantemente frontal que podría conversar con ella todo lo que no hablaría con otros adultos, y por eso, tomo su pregunta para aligerar el clima.— Y… ahora mismo no se me ocurren gustos en común con tu padre— llamarlo así me sale tan natural, que no me doy cuenta hasta que lo hago. Es cierto eso de que no se me viene ninguno a la cabeza. —¿Alguno que se te ocurra, Hans? — lo invito a intentarlo.
»Salvo este lugar— echo una mirada apreciativa al decorado. —Tienen un recibidor muy bonito para conversar y la comida también debe ser buena—. No olvido la razón por la que estoy aquí y parte de mi recelo se desvaneció al saber que Hans es el padre de la niña, no todo, porque todavía no hago a un lado lo que todos sabemos y es que se tomó su tiempo para tener un almuerzo con ella.
— No me digas… — no me sorprende en lo absoluto el escuchar sobre las habilidades mecánicas de Scott, pero no puedo evitar escupir esa frase al encontrarme con que esta mujer en particular forma parte de la vida de mi hija, quizá mucho más que yo mismo. Sí, creo que es normal el pensar que cualquiera podría haberlo hecho mejor que yo si tomamos en cuenta todo lo que ha pasado, pero nunca hubiera creído que mi vida personal chocase tanto con un acuerdo que debería ser casi que secreto. Es una pequeña invasión a mi burbuja, cada vez un poco más, como si lo que pasó en la oficina hubiese sido el abrir la puerta a una presencia que no deseaba en lo absoluto. Y sé que ella parece tan desconcertada como yo, porque todo esto es sumamente irreal… y Meerah lo empeora cuando suelta algo que me descoloca por completo.
— ¿Madrastra? Pero si no… — Mi primer pensamiento es que se ha enterado, de alguna manera, lo que sucedió entre nosotros y tengo el impulso de hacer una pregunta seguida de una negación, aludiendo que una noche no equivale a un título de esa índole. Bastan dos segundos después para que comprenda lo que está sucediendo. Mi rostro se gira violentamente en dirección a Scott, mirándola de pies a cabeza en un intento de asegurarme de que la niña no está mintiendo, pero ella no niega nada; incluso, sus comentarios me lo confirman — Que me lleve el diablo — mascullo, perdido en la fina línea de la incredulidad y la sorpresa. De entre todas las mujeres con las cuales podría haberme acostado, tenía que ser la ex de mi ex. No hablemos del trasfondo de la situación. No puedo contener la risa casi histérica que me brota, obligándome a cubrirme la boca con el dorso del brazo para fingir una tos en cuanto una familia pasa por nuestro lado, obligándonos a movernos un poco para dejarles el paso. Increíble, simplemente increíble.
— Oh, bueno, se me vienen a la mente un par… — la respuesta me sale entre bromista y retozona, alzando una de mis cejas vagamente por culpa del estado alterado en el cual mi cerebro ha quedado por culpa de toda la perorata. Tengo que recordarme con un clic que Meerah está presente, así que opto por alzar un hombro con completa naturalidad — Ya sabes. Algunos tragos, discutir hasta tener la última palabra ...— podría seguir enumerando algunos que aprendí la última vez que nos vimos, pero no es el momento ni el lugar. Me acomodo el cuello de la camisa en un gesto inconsciente y aprovecho el comentario de Scott para asentir, dando un suave empujoncito a mi hija — Pero van a echarnos de aquí si seguimos tapando la entrada — además de que no se me da por llamar la atención al encontrarnos de pie. Mis ojos buscan con desespero una mesa libre y alejada de las miradas curiosas, hasta que encuentro una alejada, en una esquina cercana a algunas plantas de decoración — Meerah, ¿Qué te parece el ir a sentarte allí? — otro pequeño empujón para animarla a tomar asiento, aprovechando la ventaja que toma para girarme brevemente a Scott mientras finjo el chequear que tengo la billetera conmigo — Así que… ¿Audrey y tú? — Hablo en tono suave, asegurándome que solo ella me oiga. Mis cejas se arquean rápidamente en un gesto divertido que es acompañado por mis labios prensados, hasta que chasqueo la lengua con una risita entre dientes — Eres una caja de sorpresas, Scott. No pensé que tuviésemos tanto en común — me siento un poco más como yo mismo al pellizcarle burlonamente uno de los pómulos en un gesto que deja bien en claro que voy a tomarme el lujo de tratarla de esa manera porque tengo el poder y el derecho de hacerlo. Al meterme la mano en el bolsillo, voy detrás de Meerah, alcanzándola en pocas zancadas — ¿Una bandeja enorme de papas fritas? — sugiero para compartir, sentándome en uno de los bancos de fina madera y tomando el menú con la excusa de esconderme detrás de éste.
— ¿Madrastra? Pero si no… — Mi primer pensamiento es que se ha enterado, de alguna manera, lo que sucedió entre nosotros y tengo el impulso de hacer una pregunta seguida de una negación, aludiendo que una noche no equivale a un título de esa índole. Bastan dos segundos después para que comprenda lo que está sucediendo. Mi rostro se gira violentamente en dirección a Scott, mirándola de pies a cabeza en un intento de asegurarme de que la niña no está mintiendo, pero ella no niega nada; incluso, sus comentarios me lo confirman — Que me lleve el diablo — mascullo, perdido en la fina línea de la incredulidad y la sorpresa. De entre todas las mujeres con las cuales podría haberme acostado, tenía que ser la ex de mi ex. No hablemos del trasfondo de la situación. No puedo contener la risa casi histérica que me brota, obligándome a cubrirme la boca con el dorso del brazo para fingir una tos en cuanto una familia pasa por nuestro lado, obligándonos a movernos un poco para dejarles el paso. Increíble, simplemente increíble.
— Oh, bueno, se me vienen a la mente un par… — la respuesta me sale entre bromista y retozona, alzando una de mis cejas vagamente por culpa del estado alterado en el cual mi cerebro ha quedado por culpa de toda la perorata. Tengo que recordarme con un clic que Meerah está presente, así que opto por alzar un hombro con completa naturalidad — Ya sabes. Algunos tragos, discutir hasta tener la última palabra ...— podría seguir enumerando algunos que aprendí la última vez que nos vimos, pero no es el momento ni el lugar. Me acomodo el cuello de la camisa en un gesto inconsciente y aprovecho el comentario de Scott para asentir, dando un suave empujoncito a mi hija — Pero van a echarnos de aquí si seguimos tapando la entrada — además de que no se me da por llamar la atención al encontrarnos de pie. Mis ojos buscan con desespero una mesa libre y alejada de las miradas curiosas, hasta que encuentro una alejada, en una esquina cercana a algunas plantas de decoración — Meerah, ¿Qué te parece el ir a sentarte allí? — otro pequeño empujón para animarla a tomar asiento, aprovechando la ventaja que toma para girarme brevemente a Scott mientras finjo el chequear que tengo la billetera conmigo — Así que… ¿Audrey y tú? — Hablo en tono suave, asegurándome que solo ella me oiga. Mis cejas se arquean rápidamente en un gesto divertido que es acompañado por mis labios prensados, hasta que chasqueo la lengua con una risita entre dientes — Eres una caja de sorpresas, Scott. No pensé que tuviésemos tanto en común — me siento un poco más como yo mismo al pellizcarle burlonamente uno de los pómulos en un gesto que deja bien en claro que voy a tomarme el lujo de tratarla de esa manera porque tengo el poder y el derecho de hacerlo. Al meterme la mano en el bolsillo, voy detrás de Meerah, alcanzándola en pocas zancadas — ¿Una bandeja enorme de papas fritas? — sugiero para compartir, sentándome en uno de los bancos de fina madera y tomando el menú con la excusa de esconderme detrás de éste.
La risa de Hans me toma completamente por sorpresa y no puedo evitar que mis ojos se abran como platos al notarlo. Sobre todo si considero que no recuerdo el haberlo escuchado reír con anterioridad. Tiene una risa bonita y contagiosa, y termino teniendo que hacer un esfuerzo para que no se me escapen unas risitas aniñadas a mí también. - ¿Qué es lo que te divierte tanto? - me genera curiosidad ya que, a menos que no supiera que a mamá también le gustan las chicas, no logro entender qué es lo que pudo haberle causado tanta gracia.
¿Sabría que a mi mamá le gustaban las chicas? Yo no veía nada malo con eso, pero en el colegio no era una de las opiniones más populares entre las niñas. Aunque por suerte mamá era terriblemente discreta con respecto a sus relaciones, y si no fuese porque yo era en extremo curiosa, probablemente no me hubiese enterado ni de la mitad. No era mi culpa que trajera gente a casa cuando creía que estaba dormida.
Hago un pequeño mohín cuando Lara me acusa, y elevo el mentón todo lo que puedo como si eso mágicamente eso me dejase a su altura. - Sé reconocer perfectamente cuando debo disculparme, que no deba hacerlo normalmente, se debe a que suelo tener la razón. - Aseguro. Podía ser algo vanidosa, pero tenía modales y sabía que no me correspondía a mí el revelar cosas personales de otras personas. Y menos de personas que no estaban presentes, como mi madre. Ya vería que cara ponía cuando me preguntase por el almuerzo. Dudaba que "compartí papas con tus dos ex" fuese una bonita forma de arrancar un relato.
Los observo hablar como si fueran dos viejos amigos, y por unos segundos no termino de entender la actitud que tuvieron tan solo unos minutos antes. Al menos no la de Hans, que parecía pro demás incómodo con toda la situación. - Pero si a Lara no le gusta discutir... - Aventuro. Las charlas que habíamos tenido habían sido eso, charlas y bromas de vez en cuando. Ni siquiera la había visto discutir con mamá, y mamá sí era una persona que generaba el querer discutir… Me encojo de hombros al no comprender, y hago caso a Hans cuando me señala un lugar en el que podemos tomar asiento. - ¿Crees qué…? - Me doy vuelta para hacerle una pregunta, y me encuentro con un cuadro que no esperaba ver, cuando noto que mi padre ha decidido pellizcar la mejilla de la castaña. ¿Pero qué? Es la primera vez que lo veía en tanta confianza con alguien y de nuevo, no terminaba de entender toda esta extraña situación. - ¿Eh? Ah, sí… - Estoy por imitarlo y agarrar el menú cuando recuerdo la pregunta que estaba por hacerlo. - ¿Crees que Lara pueda acompañarnos en este almuerzo? - Yo más que nadie quería almorzar a solas con mi padre y conocer más sobre él, pero tenía demasiada intriga por la relación de los otros dos como para dejar pasar esta oportunidad. - ¿Recomiendas algo más además de las papas?
¿Sabría que a mi mamá le gustaban las chicas? Yo no veía nada malo con eso, pero en el colegio no era una de las opiniones más populares entre las niñas. Aunque por suerte mamá era terriblemente discreta con respecto a sus relaciones, y si no fuese porque yo era en extremo curiosa, probablemente no me hubiese enterado ni de la mitad. No era mi culpa que trajera gente a casa cuando creía que estaba dormida.
Hago un pequeño mohín cuando Lara me acusa, y elevo el mentón todo lo que puedo como si eso mágicamente eso me dejase a su altura. - Sé reconocer perfectamente cuando debo disculparme, que no deba hacerlo normalmente, se debe a que suelo tener la razón. - Aseguro. Podía ser algo vanidosa, pero tenía modales y sabía que no me correspondía a mí el revelar cosas personales de otras personas. Y menos de personas que no estaban presentes, como mi madre. Ya vería que cara ponía cuando me preguntase por el almuerzo. Dudaba que "compartí papas con tus dos ex" fuese una bonita forma de arrancar un relato.
Los observo hablar como si fueran dos viejos amigos, y por unos segundos no termino de entender la actitud que tuvieron tan solo unos minutos antes. Al menos no la de Hans, que parecía pro demás incómodo con toda la situación. - Pero si a Lara no le gusta discutir... - Aventuro. Las charlas que habíamos tenido habían sido eso, charlas y bromas de vez en cuando. Ni siquiera la había visto discutir con mamá, y mamá sí era una persona que generaba el querer discutir… Me encojo de hombros al no comprender, y hago caso a Hans cuando me señala un lugar en el que podemos tomar asiento. - ¿Crees qué…? - Me doy vuelta para hacerle una pregunta, y me encuentro con un cuadro que no esperaba ver, cuando noto que mi padre ha decidido pellizcar la mejilla de la castaña. ¿Pero qué? Es la primera vez que lo veía en tanta confianza con alguien y de nuevo, no terminaba de entender toda esta extraña situación. - ¿Eh? Ah, sí… - Estoy por imitarlo y agarrar el menú cuando recuerdo la pregunta que estaba por hacerlo. - ¿Crees que Lara pueda acompañarnos en este almuerzo? - Yo más que nadie quería almorzar a solas con mi padre y conocer más sobre él, pero tenía demasiada intriga por la relación de los otros dos como para dejar pasar esta oportunidad. - ¿Recomiendas algo más además de las papas?
«Ni una palabra más o eres hombre muerto, Powell», espero que la telepatía furiosa funcione para que no complete la frase. Lo de madrastra es algo que lo pensamos con Meerah y lo que él pueda decir será un malentendido, espero que la aclaración de que el título que me concede la niña es debido a mi relación con Audrey ataje cualquier otro comentario. Estoy tratando de actuar lo más natural que se puede dentro de lo insólita que es la escena, pero alguien no estudió su guión y Hans se gana una pregunta bien merecida por parte de su hija. — Respira lento, inhala, exhala — me mofo de él con esas indicaciones para recupere la compostura. —Contrólate, que esto no te provoque una de tus crisis, que ya sabemos que tienes nervios sensibles—. Si es él quien no puede moderar sus reacciones, se me hace más fácil actuar como si estuviera por encima de esto, como si fuera más sencillo para mí atar los cabos y asimilar que relaciones que creía paralelas se cruzan para propiciar un choque y el caos. Me sostengo en el pensamiento de que todos los involucrados somos adultos y con cierta libertad, salvo Meerah que no tendría por qué enterarse de nada de esto y conociendo lo inteligente que es, podrá sospechar con poco.
Y reconociéndole sus méritos, le sonrío. —Coincido con eso. El mundo necesita un poco más de franqueza y viene bien que lo haga una chica de doce años. Me da esperanzas—. Sí, soy el tipo de adulta que incita a los niños a robar el poder a otros adultos. —Eso sí, aceptaré tu disculpa esta vez porque a veces las personas prefieren guardarse qué tipo de relación tienen cuando es privada. Es una cuestión que solo las involucra a ellas y no quieren comentarla abiertamente. Ya te sucederá, si es que no te ha sucedido, que hay cosas que solo te atañen a ti y a alguien más, y no puedes compartirlo con cualquiera. ¿Entiendes lo que te quiero decir? —. Me gusta hablarle a Meerah como si ya no fuera una niña, porque dejó de serlo hace tiempo para mí. Tengo que buscar esta explicación rebuscada para no sentirme mal por mentirle a la cara a Meerah después de alabar su honestidad. Porque me gustaría ser tan directa como ella, si bien no me callo cuando mi temperamento aflora, no siempre son verdades. En muchas ocasiones son provocaciones. Dirijo mi mirada hacia su padre. Con los años, nos volvemos mentirosos crónicos.
Soy de lo peor cuando, sin pestañear, secundo a Meerah: —No sé de donde sacas que me gusta discutir y quedarme con la última palabra—. Pueden ser padre e hija, tener rasgos semejantes de carácter ahora que lo pienso, pero hay un mundo de diferencia entre lo que me inspira el uno y el otro y eso determina mi trato con ellos. No voy a pelearme por la última palabra con una chica que sabe lo que quiere y lo que dice. El mundo será para ella, para que lo domine con su dedo meñique. Su padre… ¡ese es otro cuento! Muevo mi mano a modo de despedida hacia Meerah cuando la empuja hacia una mesa para que la ocupe mientras se toma un minuto más de su tiempo con la intención de picar mi mal genio. Como sé que su hija nos seguirá mirando, estampo una sonrisa apática en mi rostro cuando busca una nueva confirmación de mi relación con Audrey. —¿Quieres que nos pasemos un pergamino con nombres de ex amantes y comprobemos que tan pequeño es el mundo? Suena un poco canalla incluso para nosotros—. Muevo la cabeza de un lado al otro, niego –y me niego- a que las cosas sigan ese curso. —Estás completando la lista equivocada, Hans. Tenemos demasiadas cosas en contra— le recuerdo. Y es lo que necesito decirme a mí misma para dar un paso hacia atrás y ver como se aleja en dirección a Meerah. Antes de que se siente me he dado la vuelta para buscar un extremo con vistas a la calle, con tal de tener mi mirada puesta en lo que sea, con tal de no caer en la tentación de echar un vistazo al almuerzo de padre e hija.
Y reconociéndole sus méritos, le sonrío. —Coincido con eso. El mundo necesita un poco más de franqueza y viene bien que lo haga una chica de doce años. Me da esperanzas—. Sí, soy el tipo de adulta que incita a los niños a robar el poder a otros adultos. —Eso sí, aceptaré tu disculpa esta vez porque a veces las personas prefieren guardarse qué tipo de relación tienen cuando es privada. Es una cuestión que solo las involucra a ellas y no quieren comentarla abiertamente. Ya te sucederá, si es que no te ha sucedido, que hay cosas que solo te atañen a ti y a alguien más, y no puedes compartirlo con cualquiera. ¿Entiendes lo que te quiero decir? —. Me gusta hablarle a Meerah como si ya no fuera una niña, porque dejó de serlo hace tiempo para mí. Tengo que buscar esta explicación rebuscada para no sentirme mal por mentirle a la cara a Meerah después de alabar su honestidad. Porque me gustaría ser tan directa como ella, si bien no me callo cuando mi temperamento aflora, no siempre son verdades. En muchas ocasiones son provocaciones. Dirijo mi mirada hacia su padre. Con los años, nos volvemos mentirosos crónicos.
Soy de lo peor cuando, sin pestañear, secundo a Meerah: —No sé de donde sacas que me gusta discutir y quedarme con la última palabra—. Pueden ser padre e hija, tener rasgos semejantes de carácter ahora que lo pienso, pero hay un mundo de diferencia entre lo que me inspira el uno y el otro y eso determina mi trato con ellos. No voy a pelearme por la última palabra con una chica que sabe lo que quiere y lo que dice. El mundo será para ella, para que lo domine con su dedo meñique. Su padre… ¡ese es otro cuento! Muevo mi mano a modo de despedida hacia Meerah cuando la empuja hacia una mesa para que la ocupe mientras se toma un minuto más de su tiempo con la intención de picar mi mal genio. Como sé que su hija nos seguirá mirando, estampo una sonrisa apática en mi rostro cuando busca una nueva confirmación de mi relación con Audrey. —¿Quieres que nos pasemos un pergamino con nombres de ex amantes y comprobemos que tan pequeño es el mundo? Suena un poco canalla incluso para nosotros—. Muevo la cabeza de un lado al otro, niego –y me niego- a que las cosas sigan ese curso. —Estás completando la lista equivocada, Hans. Tenemos demasiadas cosas en contra— le recuerdo. Y es lo que necesito decirme a mí misma para dar un paso hacia atrás y ver como se aleja en dirección a Meerah. Antes de que se siente me he dado la vuelta para buscar un extremo con vistas a la calle, con tal de tener mi mirada puesta en lo que sea, con tal de no caer en la tentación de echar un vistazo al almuerzo de padre e hija.
Le respondo a Meerah con una sacudida de la mano como si la explicación no fuese ni importante ni interesante, aunque mi rostro se torna algo retador ante las palabras de Scott. Por suerte, sé que puedo mantener la sonrisa, aunque un poco más tirante — Me pregunto cómo es que afloran los nervios sensibles — me mofo de ella en un tono que pretende ser amistoso, tal y como si fuéramos simples amigos y colegas de trabajo. Algo de lo que estoy orgulloso es de mi capacidad de mantenerme con el temple calmo en situaciones que lo ameritan, pero creo que no puedo negar que descubrimos la facilidad que tiene la morena para cargarme de ansiedad. Pero esos no son temas para hablar en público, mucho menos delante de mi hija de doce años que, por muy inteligente que sea, no tiene por qué saber ciertas cosas.
Blah, blah, blah. Me mantengo falsamente interesado en los pequeños cuadros de la decoración a pesar de oír las palabras de Scott a la niña, permitiendo una lección de vida que, posiblemente, yo jamás podría darle porque creo que soy el menos indicado para pretender que sé como se cría a un infante. Mi padre fue un pésimo ejemplo, mi madre es un recuerdo demasiado doloroso y mi contacto con los niños siempre fue nulo, especialmente porque jamás tuve intención de acercarme a ellos. Siempre supe que no soy material paterno, que mi decisión de abandonar a Audrey fue un error pero que me hacía tener esperanzas de que ningún bebé sería parte de mí y acá he terminado, tratando de aprender el rubro con los ojos cerrados. Es por eso que las dejo hablar, hasta que la falsa inocencia de Scott me hace parpadear con cinismo — Estoy seguro de que podría refrescarte la memoria en cuanto volvamos al ministerio — le refuto entre dientes, más parecido a un desafío que a una invitación — Ya sabes, esos proyectos laborales… — agrego, revoleando los ojos como quien recuerda un chiste íntimo de todos los días. ¿Nervios sensibles, los llamó ella?
Son los breves segundos medianamente a solas los que me dejan respirar un poco de paz, sin ocultar el grado de diversión que su respuesta me genera. No me interesa con quien se ha acostado y sé que a ella tampoco le importa mi pasado, así que me conformo con una mueca que deja bien en claro que no necesito completar lista alguna con ella, bajo ningún aspecto — ¿Demasiadas? Deberías hacerme una lista para saber cuales son — contesto con simpleza. Siempre asumí que nuestras “cosas en contra” se reducían a quienes somos, cómo pensamos, cómo actuamos. El resto es solo un decorado, porque yo no sé quien es Lara Scott a pesar de haberme leído todo su informe y ella no sabe quien es Hans Powell fuera de la figura política que todos conocen. Habernos desnudado el uno frente al otro no ha cambiado eso.
La pregunta de Meerah me hace chirriar los dientes y mirarla por encima del menú, asomando mis ojos entre éste y el flequillo para desviarlos en dirección a la mecánica — Si quieres acompañar con papas, te recomiendo el pollo frito, el lomo o la carne con salsa… o una hamburguesa, son caseras — me atajo de su duda final para no responder de inmediato. ¿Así que esto soy yo cuando intento ser un buen padre? ¿La clase de hombre que intenta complacer a la hija? En algún lado de mi cabeza, todo esto no me sorprende. No nos conocemos y todo esto es para acercarme a ella, no para rechazar sus propuestas. Suspiro de mala gana, dejo el menú y chisto en dirección a Scott, empujando la silla que tengo a mi lado para separarla de la mesa e indicarle que se siente — ¿Quieres comer con nosotros? Idea de Meerah, ya sabes — aclaro por si las dudas. No obstante, cuando estiro mis piernas para recargarme en el asiento, creo que adopto la postura más parecida a la que tiendo a tomar en mi oficina, retándola a que se niegue — Prometo no sacar temas laborales en la mesa ni hacerte una lista de tus berrinches. Meerah no necesita saber lo infantil y terca que puedes ser al momento de llevar a cabo un proyecto — no puedo no hacerlo. Le sonrío bromista casi como si fuese una señal de paz y estiro el menú hacia mi hija para señalarle con el dedo uno de mis platillos favoritos como simple recomendación. Porque todo esto es de lo más normal.
Blah, blah, blah. Me mantengo falsamente interesado en los pequeños cuadros de la decoración a pesar de oír las palabras de Scott a la niña, permitiendo una lección de vida que, posiblemente, yo jamás podría darle porque creo que soy el menos indicado para pretender que sé como se cría a un infante. Mi padre fue un pésimo ejemplo, mi madre es un recuerdo demasiado doloroso y mi contacto con los niños siempre fue nulo, especialmente porque jamás tuve intención de acercarme a ellos. Siempre supe que no soy material paterno, que mi decisión de abandonar a Audrey fue un error pero que me hacía tener esperanzas de que ningún bebé sería parte de mí y acá he terminado, tratando de aprender el rubro con los ojos cerrados. Es por eso que las dejo hablar, hasta que la falsa inocencia de Scott me hace parpadear con cinismo — Estoy seguro de que podría refrescarte la memoria en cuanto volvamos al ministerio — le refuto entre dientes, más parecido a un desafío que a una invitación — Ya sabes, esos proyectos laborales… — agrego, revoleando los ojos como quien recuerda un chiste íntimo de todos los días. ¿Nervios sensibles, los llamó ella?
Son los breves segundos medianamente a solas los que me dejan respirar un poco de paz, sin ocultar el grado de diversión que su respuesta me genera. No me interesa con quien se ha acostado y sé que a ella tampoco le importa mi pasado, así que me conformo con una mueca que deja bien en claro que no necesito completar lista alguna con ella, bajo ningún aspecto — ¿Demasiadas? Deberías hacerme una lista para saber cuales son — contesto con simpleza. Siempre asumí que nuestras “cosas en contra” se reducían a quienes somos, cómo pensamos, cómo actuamos. El resto es solo un decorado, porque yo no sé quien es Lara Scott a pesar de haberme leído todo su informe y ella no sabe quien es Hans Powell fuera de la figura política que todos conocen. Habernos desnudado el uno frente al otro no ha cambiado eso.
La pregunta de Meerah me hace chirriar los dientes y mirarla por encima del menú, asomando mis ojos entre éste y el flequillo para desviarlos en dirección a la mecánica — Si quieres acompañar con papas, te recomiendo el pollo frito, el lomo o la carne con salsa… o una hamburguesa, son caseras — me atajo de su duda final para no responder de inmediato. ¿Así que esto soy yo cuando intento ser un buen padre? ¿La clase de hombre que intenta complacer a la hija? En algún lado de mi cabeza, todo esto no me sorprende. No nos conocemos y todo esto es para acercarme a ella, no para rechazar sus propuestas. Suspiro de mala gana, dejo el menú y chisto en dirección a Scott, empujando la silla que tengo a mi lado para separarla de la mesa e indicarle que se siente — ¿Quieres comer con nosotros? Idea de Meerah, ya sabes — aclaro por si las dudas. No obstante, cuando estiro mis piernas para recargarme en el asiento, creo que adopto la postura más parecida a la que tiendo a tomar en mi oficina, retándola a que se niegue — Prometo no sacar temas laborales en la mesa ni hacerte una lista de tus berrinches. Meerah no necesita saber lo infantil y terca que puedes ser al momento de llevar a cabo un proyecto — no puedo no hacerlo. Le sonrío bromista casi como si fuese una señal de paz y estiro el menú hacia mi hija para señalarle con el dedo uno de mis platillos favoritos como simple recomendación. Porque todo esto es de lo más normal.
¿Nervios sensibles? ¿Acaso había escuchado bien? Jamás en todos mis doce cortos años de vida, hubiese imaginado que Hans Powell, el mismísimo Ministro de Justicia, aquel que había logrado realizar una sentencia en diez minutos (bueno, once minutos con treinta y tres segundos), pudiese tener nervios sensibles. No era posible, me negaba a creer que podía ser verdad. - Debes estar bromeando. ¿Viste sus juicios televisados? No hay forma de que Hans sufra de nervios sensibles. - Aseguro mirándola de una forma que solo se podría interpretar como desafiante. Podría no conocer del todo a mi padre, pero ¿nervios sensibles? ¿de verdad? Antes creería que es tímido frente a las cámaras o algo así… A ese punto de imposible me parecía.
- Claro que lo entiendo, pero su relación no la mantuvieron solamente entre ustedes. Al conocerte me vi involucrada y, aunque no me atañe qué es lo que pase o deje de pasar entre las dos, sí fue una parte de mi vida que creí conveniente compartir con mi progenitor. - Y no sonrío con suficiencia, pero bueno… no por nada había sido una de las mejores alumnas de Lengua e Historia de la Magia en el Prince. - De haberme dicho que era algo secreto, no lo habría divulgado. Así que gracias por aceptar mis disculpas de todas formas. - Y esta vez sí sonrío, pero es una sonrisa que pide tregua y no que incita a seguir un debate que, de alguna forma u otra, me aseguraré de ganar. No me molestaba usar mi edad, mi terquedad o incluso el cansancio como una excusa para lograr lo que me proponía.
Y luego Hans hace algo que odio y que me hace rodar los ojos con fastidio. - Si no tienes un ejemplo que puedas usar ahora, tendré que darle la razón a Lara. No tiene gracia si esperas a qué no esté para decírselo. - Y es que, de verdad, de verdad odiaba cuando la gente evitaba hablar de algunos temas cuando estaba presente. Sería una niña sí, pero era una niña inteligente a la que no le gustaba ser desestimada. Si querían hablar de otras cosas más adelantes, por mí excelente, solo esperaba que no me lo refrieguen en la cara. Se sentía casi como una burla.
Tomo asiento con cuidado de no arrugar mi falda en el mientras tanto y lo miro con una ceja elevada cuando ignora mi pequeña sugerencia. ¿De verdad creía que me iba a distraer con comida? Bueno, si no quería que Lara almorzase con nosotros, bien; pero al menos podría decir… oh, bueno. Bajo la ceja y le regalo una sonrisa que es tan amplia que podría fraccionar mi cara en dos. No estaba feliz por la posibilidad de que la castaña almorzase con nosotras, estaba contenta porque Hans me hubiese prestado atención y básicamente, hubiese cedido ante un capricho que no tenía obligación de cumplir. No podía negarlo, me gustaba que me mimaran y esto se sentía casi que hasta mejor que la tarjeta que me había regalado para usar en la librería. Y decía casi porque había unos cuantos libros que ahora adornaban mis estantes que me habían entretenido por tardes enteras. - Oh no, no hables por mí. ¡Claro que lo necesito! No creo que tengas nervios sensibles lo mismo que me cuesta creer que Lara haga berrinches. ¿Es eso cierto? - La diversión esta clavada en mi mirada, e inevitablemente, termino moviendo mis pies colgantes hacia atrás y hacia adelante por la pura emoción que siento.
- Claro que lo entiendo, pero su relación no la mantuvieron solamente entre ustedes. Al conocerte me vi involucrada y, aunque no me atañe qué es lo que pase o deje de pasar entre las dos, sí fue una parte de mi vida que creí conveniente compartir con mi progenitor. - Y no sonrío con suficiencia, pero bueno… no por nada había sido una de las mejores alumnas de Lengua e Historia de la Magia en el Prince. - De haberme dicho que era algo secreto, no lo habría divulgado. Así que gracias por aceptar mis disculpas de todas formas. - Y esta vez sí sonrío, pero es una sonrisa que pide tregua y no que incita a seguir un debate que, de alguna forma u otra, me aseguraré de ganar. No me molestaba usar mi edad, mi terquedad o incluso el cansancio como una excusa para lograr lo que me proponía.
Y luego Hans hace algo que odio y que me hace rodar los ojos con fastidio. - Si no tienes un ejemplo que puedas usar ahora, tendré que darle la razón a Lara. No tiene gracia si esperas a qué no esté para decírselo. - Y es que, de verdad, de verdad odiaba cuando la gente evitaba hablar de algunos temas cuando estaba presente. Sería una niña sí, pero era una niña inteligente a la que no le gustaba ser desestimada. Si querían hablar de otras cosas más adelantes, por mí excelente, solo esperaba que no me lo refrieguen en la cara. Se sentía casi como una burla.
Tomo asiento con cuidado de no arrugar mi falda en el mientras tanto y lo miro con una ceja elevada cuando ignora mi pequeña sugerencia. ¿De verdad creía que me iba a distraer con comida? Bueno, si no quería que Lara almorzase con nosotros, bien; pero al menos podría decir… oh, bueno. Bajo la ceja y le regalo una sonrisa que es tan amplia que podría fraccionar mi cara en dos. No estaba feliz por la posibilidad de que la castaña almorzase con nosotras, estaba contenta porque Hans me hubiese prestado atención y básicamente, hubiese cedido ante un capricho que no tenía obligación de cumplir. No podía negarlo, me gustaba que me mimaran y esto se sentía casi que hasta mejor que la tarjeta que me había regalado para usar en la librería. Y decía casi porque había unos cuantos libros que ahora adornaban mis estantes que me habían entretenido por tardes enteras. - Oh no, no hables por mí. ¡Claro que lo necesito! No creo que tengas nervios sensibles lo mismo que me cuesta creer que Lara haga berrinches. ¿Es eso cierto? - La diversión esta clavada en mi mirada, e inevitablemente, termino moviendo mis pies colgantes hacia atrás y hacia adelante por la pura emoción que siento.
No tengo que olvidar que Meerah lo está escuchando todo y hace pasar cada cosa que decimos por una inspección minuciosa, que terminamos enfrentados a lo que nuestros labios murmuran. Estamos teniendo una conversación paralela que es de mal gusto en muchos sentidos, no solo porque la estamos excluyendo sino porque el significado real de nuestras insinuaciones no es algo que queremos que ella sepa. Pretendo tratarla como si estuviéramos a una misma altura, tiene edad y madurez como para entender ciertas cuestiones, y es cuando cedes ese poder a los chicos, que ellos lo usan para darnos un rapapolvo. —Tienes razón, Meerah. Y fue amable de tu parte pedir disculpas por si te habías sobrepasado— concedo. Si creo que conmigo no dio cabida a que pueda refutarle algo porque expuso todo limpiamente, con Hans fue severa en su sentencia. El recordatorio es válido para medir nuestros comentarios. Me cuido de no cruzar una mirada con Hans para prevenirlo, porque el gesto sería percibido por la chica y podría agravarse su reacción. Tengo la ilusa intención de terminar esta conversación con al menos la mitad de mis asuntos privados con esta familia queden sin ser mencionados, la mitad que corresponde a Hans.
El breve paréntesis que tenemos para hablar a solas lo desperdiciamos en pelear y puedo imaginar miles de interpretaciones posibles desde alguien que nos ve de afuera, que nos ve hablar, sonreírnos con sorna y él molestándome con un roce de sus dedos en mi rostro. Sí, claro. Solo personas que se conocen en el ministerio, porque es lo normal que todos nos conozcamos. Meerah no se va a creer que somos solo conocidos y la tengo presente en todo momento, susurro en voz baja mis respuestas para que ella no pueda oírlas a pesar del tono rabioso de mi voz. —De acuerdo, pasaré a dejártela con tu secretaria cuando acabe mi almuerzo, si es que me alcanza el tiempo para la lista infinita—. Tengo algo en lo que ocupar mi mente en lo que tarde en llegar mi comida y acabarla, dedicando toda mi indiferencia al par. Doy la espalda a toda la situación, a todo lo que acaba de pasar, porque soy buena en eso.
Tengo una negativa rotunda en mis labios cuando me ofrecen que me sume a su mesa, más precisamente, lo hace Hans por pedido de Meerah. Y si tengo que ser más específica, lo que tengo es un «Demonios, no» a punto de ser arrojado a viva voz en el lugar. Porque las pautas que pone me enervan, requiere de toda una serenidad que no sabía que tenía caminar hasta la mesa de ellos. Apoyo mis manos sobre el mantel y por respeto a la chica, lo hago con suavidad para que no se escuche como un golpe. — Proyectos para armar tus juguetes, si vamos al caso. Pero no hablemos de ellos, ni de lo caprichoso y lo egocéntrico que puedes ser—. Me siento con una total falta de delicadeza que jamás se verá en Meerah y que es tan adecuada a mi humor enfurruñado. Para serenarme, presiono el puente de mi nariz con mis dedos y suspiro al darme cuenta que acabo de colocar calificativos sobre el padre que la niña está conociendo. —Meerah, yo…—. Intento disculparme por lo que dije, pero ¡él también me los señala! —Como verás, es tu padre el que hace berrinche y a mí a quien pone de los nervios. Porque... ¿en serio? — me volteo hacía él para atravesarlo con mi mirada acusadora. — ¿Esa es la manera que tienes de invitar a alguien a almorzar? Tus modales dejan mucho que desear y me sorprende que esta sea la táctica que te funciona— bufo soltando el aire de mi pecho. — Si estoy aquí sentada es por Meerah— aclaro.
El breve paréntesis que tenemos para hablar a solas lo desperdiciamos en pelear y puedo imaginar miles de interpretaciones posibles desde alguien que nos ve de afuera, que nos ve hablar, sonreírnos con sorna y él molestándome con un roce de sus dedos en mi rostro. Sí, claro. Solo personas que se conocen en el ministerio, porque es lo normal que todos nos conozcamos. Meerah no se va a creer que somos solo conocidos y la tengo presente en todo momento, susurro en voz baja mis respuestas para que ella no pueda oírlas a pesar del tono rabioso de mi voz. —De acuerdo, pasaré a dejártela con tu secretaria cuando acabe mi almuerzo, si es que me alcanza el tiempo para la lista infinita—. Tengo algo en lo que ocupar mi mente en lo que tarde en llegar mi comida y acabarla, dedicando toda mi indiferencia al par. Doy la espalda a toda la situación, a todo lo que acaba de pasar, porque soy buena en eso.
Tengo una negativa rotunda en mis labios cuando me ofrecen que me sume a su mesa, más precisamente, lo hace Hans por pedido de Meerah. Y si tengo que ser más específica, lo que tengo es un «Demonios, no» a punto de ser arrojado a viva voz en el lugar. Porque las pautas que pone me enervan, requiere de toda una serenidad que no sabía que tenía caminar hasta la mesa de ellos. Apoyo mis manos sobre el mantel y por respeto a la chica, lo hago con suavidad para que no se escuche como un golpe. — Proyectos para armar tus juguetes, si vamos al caso. Pero no hablemos de ellos, ni de lo caprichoso y lo egocéntrico que puedes ser—. Me siento con una total falta de delicadeza que jamás se verá en Meerah y que es tan adecuada a mi humor enfurruñado. Para serenarme, presiono el puente de mi nariz con mis dedos y suspiro al darme cuenta que acabo de colocar calificativos sobre el padre que la niña está conociendo. —Meerah, yo…—. Intento disculparme por lo que dije, pero ¡él también me los señala! —Como verás, es tu padre el que hace berrinche y a mí a quien pone de los nervios. Porque... ¿en serio? — me volteo hacía él para atravesarlo con mi mirada acusadora. — ¿Esa es la manera que tienes de invitar a alguien a almorzar? Tus modales dejan mucho que desear y me sorprende que esta sea la táctica que te funciona— bufo soltando el aire de mi pecho. — Si estoy aquí sentada es por Meerah— aclaro.
Creo que es la primera vez que, probablemente, me parezco a mi padre. Todavía hoy recuerdo la cara que me ponía cuando era niño e interrumpía sus charlas de negocios o, simplemente, me tomaba el atrevimiento de abrir la boca en medio de las “conversaciones de adultos”. Tensaba la mandíbula y abría los ojos de tal manera que sabía que, después de eso, tendría una charla severa en mi casa. Hasta donde puedo reconocer, me volteo hacia Meerah con exactamente la misma expresión cuando se atreve a reclamarme que no le estoy presentando el panorama completo — No voy a compartir absolutamente todo contigo, Meerah, y espero que lo vayas entendiendo desde ahora — mascullo en tono tajante — Así que voy a decirle lo que yo quiera a quien yo quiera cuando yo quiera. ¿Está claro? — sé que estoy tratando de no sonar tan brusco porque, vamos, es nuestra primera salida como para que se vaya con un reto. Pero… ¿Es que su madre no le enseñó que los niños se callan cuando los adultos hablan de temas que no les incumben? Pero como sea.
— Josephine estará encantada — bromeo con simpleza ante la supuesta lista que, apuesto, no se tomará la molestia de hacer. Tampoco es que mi vida dependa de ello, aunque lo que sí parece caer en un juego delicado es mi paciencia. Es bueno ver la sonrisa de Meerah, para variar, dejándome saber que he hecho algo bien por ella. Lo que me descoloca es lo que viene después, borrando poco a poco la sonrisa que había pintado — Bueno, ¿me has visto? — es mi automática respuesta en cuanto Scott me acusa de egocéntrico, pero como ella está hablando, creo que no me oye; que intente sobrevivir en mi mundo sin tener una pizca de confianza en sí misma. Si no me mostrase seguro, nadie creería en mí y no obtendría ni la mitad de los favores que consigo. Además, he de admitir que soy jodidamente bueno en ello. Pero ella sigue hablando, hundiéndose a sí misma mientras yo solo la miro con expresión sobradora, aún con el dedo sobre el menú como si solamente pudiese esperar a que guarde silencio. Y lo hace, tras una declaración que, sorprendentemente, me hace reír.
— Por Meerah, claro — no sé de dónde me sale el burlarme de ella, pero el tono sarcástico flota como una burbuja que se toma sus propias libertades. Le tiendo un menú a la morena en afirmación de su presencia en esta mesa y me apoyo con un codo en el borde del mueble, así puedo torcer mi torso en su dirección para verla mejor — Primero que nada, hace mucho tiempo no me insultaban así. Tienes que ampliar tu vocabulario, porque no fue muy creativo — la manera en la que mi lengua toca mis dientes delanteros delata mi grado de diversión, hasta que sacudo la cabeza en un gesto indefinido — Y segundo, yo no he hecho ningún berrinche. ¿O me viste pataleando y gritando, Meerah? — es una pregunta casual en dirección a mi hija, a quien le regalo un gesto de encogerme de hombros porque no sé bien de dónde ha salido todo el espectáculo. Ya, que sí lo sé, pero bien podría haberse evitado — La cuestión es, Scott, que estaba simplemente bromeando. A veces, la gente como yo también hace bromas. Creí que lo sabías. Pero si prefieres mantener el estado de guerra… — tuerzo mi boca para hacer un veloz puchero en su dirección, hasta sonreírle en un quiebre absoluto de expresión — Vamos, que sé que te mueres por unas papas. ¿Alguna vez oíste esa expresión de compartir el pan y tener cinco minutos de tregua? — Aunque esté haciendo esto para ganar la discusión y, de paso, serle irritable, no puedo evitar pensar en lo bizarro que es todo esto. Compartir una comida con Scott y mi hija no era precisamente un escenario factible dentro de mi lógica cabeza.
Sin ir más lejos, hago un gesto a la camarera para que se acerque a nosotros y, en lo que ella tarda en venir, me acomodo en mi asiento y recargo mi torso contra la mesa — Lamento todo esto, Meerah. A veces, Lara y yo no coincidimos en todo — eso es quedarse corto, pero como no puedo dar los verdaderos detalles, opto por la explicación más sencilla. Además, el uso de su nombre de pila debería bastar para suavizar mis palabras — Pero coincido en que es una maravillosa mecánica. Por cierto, el guante masajeador funciona a las mil maravillas — agrego, echándole una rápida mirada a la adulta que tengo a mi lado. Se me escapa una rápida sonrisa de lado, lo que me hace agradecer la llegada de la camarera para efectuar un rápido pedido. Cuanto más pronto comamos, todo esto podrá terminar en un parpadeo.
— Josephine estará encantada — bromeo con simpleza ante la supuesta lista que, apuesto, no se tomará la molestia de hacer. Tampoco es que mi vida dependa de ello, aunque lo que sí parece caer en un juego delicado es mi paciencia. Es bueno ver la sonrisa de Meerah, para variar, dejándome saber que he hecho algo bien por ella. Lo que me descoloca es lo que viene después, borrando poco a poco la sonrisa que había pintado — Bueno, ¿me has visto? — es mi automática respuesta en cuanto Scott me acusa de egocéntrico, pero como ella está hablando, creo que no me oye; que intente sobrevivir en mi mundo sin tener una pizca de confianza en sí misma. Si no me mostrase seguro, nadie creería en mí y no obtendría ni la mitad de los favores que consigo. Además, he de admitir que soy jodidamente bueno en ello. Pero ella sigue hablando, hundiéndose a sí misma mientras yo solo la miro con expresión sobradora, aún con el dedo sobre el menú como si solamente pudiese esperar a que guarde silencio. Y lo hace, tras una declaración que, sorprendentemente, me hace reír.
— Por Meerah, claro — no sé de dónde me sale el burlarme de ella, pero el tono sarcástico flota como una burbuja que se toma sus propias libertades. Le tiendo un menú a la morena en afirmación de su presencia en esta mesa y me apoyo con un codo en el borde del mueble, así puedo torcer mi torso en su dirección para verla mejor — Primero que nada, hace mucho tiempo no me insultaban así. Tienes que ampliar tu vocabulario, porque no fue muy creativo — la manera en la que mi lengua toca mis dientes delanteros delata mi grado de diversión, hasta que sacudo la cabeza en un gesto indefinido — Y segundo, yo no he hecho ningún berrinche. ¿O me viste pataleando y gritando, Meerah? — es una pregunta casual en dirección a mi hija, a quien le regalo un gesto de encogerme de hombros porque no sé bien de dónde ha salido todo el espectáculo. Ya, que sí lo sé, pero bien podría haberse evitado — La cuestión es, Scott, que estaba simplemente bromeando. A veces, la gente como yo también hace bromas. Creí que lo sabías. Pero si prefieres mantener el estado de guerra… — tuerzo mi boca para hacer un veloz puchero en su dirección, hasta sonreírle en un quiebre absoluto de expresión — Vamos, que sé que te mueres por unas papas. ¿Alguna vez oíste esa expresión de compartir el pan y tener cinco minutos de tregua? — Aunque esté haciendo esto para ganar la discusión y, de paso, serle irritable, no puedo evitar pensar en lo bizarro que es todo esto. Compartir una comida con Scott y mi hija no era precisamente un escenario factible dentro de mi lógica cabeza.
Sin ir más lejos, hago un gesto a la camarera para que se acerque a nosotros y, en lo que ella tarda en venir, me acomodo en mi asiento y recargo mi torso contra la mesa — Lamento todo esto, Meerah. A veces, Lara y yo no coincidimos en todo — eso es quedarse corto, pero como no puedo dar los verdaderos detalles, opto por la explicación más sencilla. Además, el uso de su nombre de pila debería bastar para suavizar mis palabras — Pero coincido en que es una maravillosa mecánica. Por cierto, el guante masajeador funciona a las mil maravillas — agrego, echándole una rápida mirada a la adulta que tengo a mi lado. Se me escapa una rápida sonrisa de lado, lo que me hace agradecer la llegada de la camarera para efectuar un rápido pedido. Cuanto más pronto comamos, todo esto podrá terminar en un parpadeo.
Mi labio se tuerce naturalmente hacia el costado cuando Lara me da la razón, en un gesto que nunca pude terminar de controlar. Es una sonrisa de suficiencia que me delataba más veces de las que hubiese querido, pero siempre se me escapaba cuando me sentía particularmente orgullosa por algo y, que me den la razón es un aliente que rara vez suele fallar. Mi ego y mi vanidad eran defectos tanto como virtudes. Claro que el haber apelado a mi aparente humildad también era un buen incentivo, pero eso no me generaba orgullo necesariamente. - Y fue amable de tu parte el no haberte molestado por mi indiscreción. Gracias. - Y sí, puede que esa acotación la hiciera solamente por tener la última palabra, pero no por eso dejaba de ser verdad.
Tenía que admitir que no me esperaba el pequeño sermón de Hans y, pese a que seguía estando molesta, internamente hacía todo lo posible para calmarme y no terminar haciendo un berrinche que arruinase la tarde. Podía no tener experiencia como padre, pero el talento natural a ser completamente irritable en ocasiones estaba latente. - Quedo claro. - Aseguro con toda la calma y serenidad que me sorprendo en haber adquirido. - Pero en ningún momento esperaba que compartieses todo conmigo. No dejo de ser una niña ¿no? Sólo espero que entiendas que no puedo evitar molestarme cuando me aclaran que me van a dejar afuera de una conversación de manera explícita. - No costaba mucho disimular, o esperar hasta que no estuviese presente y así poder charlar de otros temas sin que me enterase. En este caso, no pido perdón por mi discrepancia y simplemente espero que se contente con qué le he dado la razón… o algo así.
Mi mirada se desvía de uno al otro a medida que intercambian palabras y, pese a que en ocasiones se dirigen a mí, no respondo en lo que trato de seguir el ping pong de oraciones, queriendo entender el rompecabezas que parecen ser los dos adultos que tengo frente a mí. - No sé por qué, la frase “pelean como un viejo matrimonio” se me viene a la cabeza cuando los escucho. - la confesión se me escapa casi sin querer, pero no me retracto de mis palabras. - Es que, por segundos parecen buenos amigos, y en seguida parece que no se soportan. - y no suena a una pregunta, pero espero obtener una respuesta a eso. No estaba acostumbrada a ver muchas interacciones entre adultos, y la de ellos era tan particular que no terminaba de decidir qué cosa eran. Y no es como que pudiese preguntarle a mamá más tarde. Mi opción más viable era obtener una explicación de ellos que tratar de descifrarlos más tarde.
Y se suponía que este almuerzo era una oportunidad para afianzar lazos con mi padre, conocernos mejor, descubrir cosas en común y todas esas cosas que suponía que debían ayudar a construir una relación que, de no ser por la sangre, era prácticamente inexistente. No sabía casi nada del hombre que tenía sentado en frente mío, y pese a que a Lara la conocía desde hace más tiempo, tampoco sabía demasiado de su vida. Me generaban curiosidad, y estaba segura de que habría más momentos de seguir entablando una relación con Hans; de volverlos a encontrar a ellos dos juntos, de eso sí que no estaba tan segura. - Puedo preguntar ¿cómo se conocieron? No imaginaba que el departamento de justicia y el de ciencia tuviesen demasiado que ver. - Suponía que habría cosas legales en el medio, pero eso no es lo que habían implicado ellos segundos antes. - ¿Fabricas muchas cosas nuevas, Lara?
Tenía que admitir que no me esperaba el pequeño sermón de Hans y, pese a que seguía estando molesta, internamente hacía todo lo posible para calmarme y no terminar haciendo un berrinche que arruinase la tarde. Podía no tener experiencia como padre, pero el talento natural a ser completamente irritable en ocasiones estaba latente. - Quedo claro. - Aseguro con toda la calma y serenidad que me sorprendo en haber adquirido. - Pero en ningún momento esperaba que compartieses todo conmigo. No dejo de ser una niña ¿no? Sólo espero que entiendas que no puedo evitar molestarme cuando me aclaran que me van a dejar afuera de una conversación de manera explícita. - No costaba mucho disimular, o esperar hasta que no estuviese presente y así poder charlar de otros temas sin que me enterase. En este caso, no pido perdón por mi discrepancia y simplemente espero que se contente con qué le he dado la razón… o algo así.
Mi mirada se desvía de uno al otro a medida que intercambian palabras y, pese a que en ocasiones se dirigen a mí, no respondo en lo que trato de seguir el ping pong de oraciones, queriendo entender el rompecabezas que parecen ser los dos adultos que tengo frente a mí. - No sé por qué, la frase “pelean como un viejo matrimonio” se me viene a la cabeza cuando los escucho. - la confesión se me escapa casi sin querer, pero no me retracto de mis palabras. - Es que, por segundos parecen buenos amigos, y en seguida parece que no se soportan. - y no suena a una pregunta, pero espero obtener una respuesta a eso. No estaba acostumbrada a ver muchas interacciones entre adultos, y la de ellos era tan particular que no terminaba de decidir qué cosa eran. Y no es como que pudiese preguntarle a mamá más tarde. Mi opción más viable era obtener una explicación de ellos que tratar de descifrarlos más tarde.
Y se suponía que este almuerzo era una oportunidad para afianzar lazos con mi padre, conocernos mejor, descubrir cosas en común y todas esas cosas que suponía que debían ayudar a construir una relación que, de no ser por la sangre, era prácticamente inexistente. No sabía casi nada del hombre que tenía sentado en frente mío, y pese a que a Lara la conocía desde hace más tiempo, tampoco sabía demasiado de su vida. Me generaban curiosidad, y estaba segura de que habría más momentos de seguir entablando una relación con Hans; de volverlos a encontrar a ellos dos juntos, de eso sí que no estaba tan segura. - Puedo preguntar ¿cómo se conocieron? No imaginaba que el departamento de justicia y el de ciencia tuviesen demasiado que ver. - Suponía que habría cosas legales en el medio, pero eso no es lo que habían implicado ellos segundos antes. - ¿Fabricas muchas cosas nuevas, Lara?
Hay maneras rápidas y efectivas para acabar con una discusión y una es el despotismo para quienes pueden ejercerlo. Puedo decir que Meerah es de esas niñas que tendrían al mundo girando como una peonza en la palma de su mano si pudieran, y confirmo que en su padre encontró alguien que no va a marear con sus argumentos, por mucho que tenga que compensar esa ausencia extendida en su vida. Por mi parte, mis asuntos con ella están resueltos con una conclusión amable en la que no me importa cederle la última palabra. No gano, ni pierdo nada. El intercambio con su padre me mantiene al margen, es de esas situaciones en que se miden fuerzas. Recién se están conociendo, así que Hans debe estar poniendo sus reglas necesarias como padre, y aquí si hay autoridad que si es cedida, difícilmente será recuperada. Puede que en esta ocasión sea yo a quien puede decirle lo que quiera cuando quiera, pero salvo una mirada un tanto alarmada a Meerah para contemplar su reacción, no hago ni digo nada más, porque no me incumbe. Estoy un paso por fuera de esta charla y creo que en el espacio de su almuerzo podrán seguir marcando que tanto territorio le pertenece a cada uno.
Qué manía que tienen padre e hija de quedarse con el punto final de cada frase, lo que alabo en una, me resulta exasperante con el otro. Respiro con fuerza al acabar nuestra supuesta conversación privada con Hans. Lo último que me importa es que su secretaria esté encantada o no por una lista de mierdas. Me importa muy poco. Tengo una tarea por hacer que me servirá de catarsis y no he llegado a pensar ni en la primera de esas cosas, cuando giro sobre mis pies y cruzo la distancia hacia ellos. Me enervo lo suficiente como para contestarle del mismo modo, y a su comentario al aire también respondo: —Sí, créeme. Te tengo bien visto—. Puede tomarlo como quiera. Se lo que digo, por eso tengo mi réplica para cada una de las cosas que expone y la carta queda apretada por los lados entre mis dedos. —Me habías dicho que era Meerah la que me invitaba, ¿no? Es a ella a quien digo que sí—. Y busco los ojos de la chica para la confirmación. No quiero que quede en medio de esto, así que a todo lo demás me enfrento con la mirada puesta en Hans. — Fuiste quien me llamó infantil para empezar. ¿Es en serio? Dices que soy yo quien busca discutir, pero recibes lo que das. Si querías bromear conmigo o tener una comida tranquila, la simple pregunta de “¿Quieres almorzar con nosotros?” hubiera bastado. ¿Tenías que adornarlo con todo lo demás?—. Estoy tratando de razonar y dar una clase para principiantes sobre modales a un sujeto que me sonríe con el conocimiento de lo que ha hecho, enojarme con toda la intención.
No disimulo el resoplido que escapa de mis labios y acompaña a su apreciación de que no siempre coincidimos en todo. Me digo que es un acto delante de Meerah. Con usar mi nombre de pila no me apacigua, menos con el cumplido. Aún menos con la mención de algo que me lleva a pensar en nuestro último encuentro y en lo incómodo que podría ser estar con su hija almorzando, sino fuera porque me repito que fue cosa de una vez y lo podemos dejar pasar, olvidarlo. Me escucho un poco más calmada al preguntar: —¿Estás tratando de arreglarlo?—. La camarera está cerca así que me apresuro. —Todavía me escuece lo de infantil, así que si quieres hacerlo mejor, puedes pedir doble ración de papas para mí —. Expuesta mi condición muy acorde al adjetivo que me concedió, coloco la carta sobre la mesa. Yo también dije algo sobre que era caprichoso y egocéntrico que podría intentar remediar, pero no me sale tan fácil como él provocar con pullas y luego dar halagos. No tengo que darle muchas vueltas a cómo lograr un cambio de aire entre nosotros, porque Meerah invoca al mismo diablo y el susto vale para dar un vuelco a todo. «Matrimonio», me tienta decirle que no se permiten malas palabras en la mesa. Pero el punto no es ese. Busco de inmediato el contacto visual con Hans, y mientras respondo a la chica, lo hago mirándole a él. —No somos amigos—. Escapo de ese contacto para buscar otro punto donde enfocar mis ojos y lo encuentro en el rostro de la niña. —Y sí nos soportamos. Nos contradecimos todo el tiempo, pero no por eso estoy planeando cómo apuñalarlo con mis papas fritas— echo una mirada de soslayo al hombre y alzo una ceja, de pronto sonriendo. — O tal vez sí… pero no lo haré —. Cruzo los brazos sobre la mesa y pienso una mejor respuesta para la duda de Meerah. —No sé por qué somos así, pero nos vemos regularmente y… debe ser eso— me encojo de hombros.
Por el tipo de acuerdo que tenemos nos vemos las caras una y otra vez, podemos pelear y la costumbre persiste, pero estamos en esto de lo que no podemos salir, yo no puedo salir. Y esto de ninguna manera, bajo ningún concepto, se parece a un matrimonio de viejos. Siento el principio de pánico, pero me sereno para poder contestar a Meerah antes de que lo haga Hans. —Hace unos años tu padre abogó por mí— explico tan sencillamente, siendo vaga al dar una fecha. Podría haber dejado que supusiera que fue una cuestión de patentes, contribuir a la mentira ya que era ella quien me ofrecía una opción factible. El problema es que quiero ser todo lo honesta que puedo, y la mayoría de las veces, es mínima la franqueza que comparto. —Tuvimos unos problemas con otros mecánicos y tu padre me ayudó. Y ya sabes, es excelente en su trabajo, tuve al mejor de mi lado — aprovecho para mi compensación.— Se lo agradezco hasta el día de hoy y arreglo cosas para él, como hago con todos. Así nos conocimos, ¿verdad, Hans? — doy unas rápidas palmaditas amistosas a su mano y le sonrío. Es un tanto gracioso si planteamos este interrogatorio en otro escenario posible.
Qué manía que tienen padre e hija de quedarse con el punto final de cada frase, lo que alabo en una, me resulta exasperante con el otro. Respiro con fuerza al acabar nuestra supuesta conversación privada con Hans. Lo último que me importa es que su secretaria esté encantada o no por una lista de mierdas. Me importa muy poco. Tengo una tarea por hacer que me servirá de catarsis y no he llegado a pensar ni en la primera de esas cosas, cuando giro sobre mis pies y cruzo la distancia hacia ellos. Me enervo lo suficiente como para contestarle del mismo modo, y a su comentario al aire también respondo: —Sí, créeme. Te tengo bien visto—. Puede tomarlo como quiera. Se lo que digo, por eso tengo mi réplica para cada una de las cosas que expone y la carta queda apretada por los lados entre mis dedos. —Me habías dicho que era Meerah la que me invitaba, ¿no? Es a ella a quien digo que sí—. Y busco los ojos de la chica para la confirmación. No quiero que quede en medio de esto, así que a todo lo demás me enfrento con la mirada puesta en Hans. — Fuiste quien me llamó infantil para empezar. ¿Es en serio? Dices que soy yo quien busca discutir, pero recibes lo que das. Si querías bromear conmigo o tener una comida tranquila, la simple pregunta de “¿Quieres almorzar con nosotros?” hubiera bastado. ¿Tenías que adornarlo con todo lo demás?—. Estoy tratando de razonar y dar una clase para principiantes sobre modales a un sujeto que me sonríe con el conocimiento de lo que ha hecho, enojarme con toda la intención.
No disimulo el resoplido que escapa de mis labios y acompaña a su apreciación de que no siempre coincidimos en todo. Me digo que es un acto delante de Meerah. Con usar mi nombre de pila no me apacigua, menos con el cumplido. Aún menos con la mención de algo que me lleva a pensar en nuestro último encuentro y en lo incómodo que podría ser estar con su hija almorzando, sino fuera porque me repito que fue cosa de una vez y lo podemos dejar pasar, olvidarlo. Me escucho un poco más calmada al preguntar: —¿Estás tratando de arreglarlo?—. La camarera está cerca así que me apresuro. —Todavía me escuece lo de infantil, así que si quieres hacerlo mejor, puedes pedir doble ración de papas para mí —. Expuesta mi condición muy acorde al adjetivo que me concedió, coloco la carta sobre la mesa. Yo también dije algo sobre que era caprichoso y egocéntrico que podría intentar remediar, pero no me sale tan fácil como él provocar con pullas y luego dar halagos. No tengo que darle muchas vueltas a cómo lograr un cambio de aire entre nosotros, porque Meerah invoca al mismo diablo y el susto vale para dar un vuelco a todo. «Matrimonio», me tienta decirle que no se permiten malas palabras en la mesa. Pero el punto no es ese. Busco de inmediato el contacto visual con Hans, y mientras respondo a la chica, lo hago mirándole a él. —No somos amigos—. Escapo de ese contacto para buscar otro punto donde enfocar mis ojos y lo encuentro en el rostro de la niña. —Y sí nos soportamos. Nos contradecimos todo el tiempo, pero no por eso estoy planeando cómo apuñalarlo con mis papas fritas— echo una mirada de soslayo al hombre y alzo una ceja, de pronto sonriendo. — O tal vez sí… pero no lo haré —. Cruzo los brazos sobre la mesa y pienso una mejor respuesta para la duda de Meerah. —No sé por qué somos así, pero nos vemos regularmente y… debe ser eso— me encojo de hombros.
Por el tipo de acuerdo que tenemos nos vemos las caras una y otra vez, podemos pelear y la costumbre persiste, pero estamos en esto de lo que no podemos salir, yo no puedo salir. Y esto de ninguna manera, bajo ningún concepto, se parece a un matrimonio de viejos. Siento el principio de pánico, pero me sereno para poder contestar a Meerah antes de que lo haga Hans. —Hace unos años tu padre abogó por mí— explico tan sencillamente, siendo vaga al dar una fecha. Podría haber dejado que supusiera que fue una cuestión de patentes, contribuir a la mentira ya que era ella quien me ofrecía una opción factible. El problema es que quiero ser todo lo honesta que puedo, y la mayoría de las veces, es mínima la franqueza que comparto. —Tuvimos unos problemas con otros mecánicos y tu padre me ayudó. Y ya sabes, es excelente en su trabajo, tuve al mejor de mi lado — aprovecho para mi compensación.— Se lo agradezco hasta el día de hoy y arreglo cosas para él, como hago con todos. Así nos conocimos, ¿verdad, Hans? — doy unas rápidas palmaditas amistosas a su mano y le sonrío. Es un tanto gracioso si planteamos este interrogatorio en otro escenario posible.
— Ciertas conversaciones son un derecho que uno se gana con los años — lo lanzo como si fuera simplemente un hecho, pero creo que queda bien en claro que es todo lo que voy a decir sobre el tema. Sé lo irritante que es el no poder participar de toda una charla a sabiendas de que te están dejando afuera delante de tus narices, e incluso tuve que aprender a morderme la lengua cuando eso pasaba hace algunos años, cuando todavía tenía que ganarme el derecho de piso al ser un simple secretario o cuando recién empezaba como abogado. Los jefes pueden ser peores que los padres, esa es una triste verdad.
Me recuerdo internamente que Meerah está presente ante esa respuesta mordaz porque, sí, tengo el infantil impulso de decirle que ya sé que me ha visto bien; creo que se me nota por el modo en el cual me muerdo la lengua y tuerzo la boca, obviamente masticando las palabras que me divierten internamente y que no puedo decir sin arruinar nuestra pequeña fachada. A decir verdad, no sé bien si estamos tratando de engañar a la niña o a nosotros mismos. No nos hemos vuelto a ver, no hemos conversado de lo que pasó y estoy seguro de que jamás lo haremos. Es algo que no tuvo que suceder en primer lugar, así que es más fácil fingir y decir mentiras en voz alta con la excusa de un tercero que, simplemente, dejarlo pasar como siempre. Para mí ya es una costumbre y supongo que para ella también, es algo que pareció quedar implícito entre los dos la otra noche — Sí, sí tenía qué — le contesto con simpleza, regresando los ojos a ella con la misma calma que cualquier persona adopta cuando sabe que tiene la razón — ¿Nunca has bromeado con colegas? Además, tú tampoco me llamaste “bonito” — ¿De verdad estamos teniendo esta conversación? Acabo bufando, echando un poco los hombros hacia abajo — No seas tan amargada, o tendrás el cabello completamente gris para los treinta y cinco.
Obvio que me acusa de querer arreglarlo, así que ruedo los ojos de tal forma que creo que me pongo bizco por dos segundos — ¿Puedes aceptar un cumplido sin dudar de mi palabra? — intento sonar irritado, pero sé que se me escapa la risa en el tono de voz, el cual flaquea por su culpa. Acabo dejándola salir debido a la petición extra de las papas fritas, haciéndolo por lo bajo a la vez que remarco la idea con un murmullo nada disimulado que suena a un “pst, infantil”. En desgracia, toda risa se evapora en una fracción de segundo en respuesta al comentario de mi hija, a quien observo con el rostro transformado en una mueca de espanto y respondo de la manera más madura y sincera posible ante la mención de algo de tal magnitud como un matrimonio: — Diuj — no sé cómo, pero consigo no estremecerme. Lo bueno es que Scott es quien toma las riendas de la situación y opta por responder por mí, así que me conformo con sostenerle la mirada, asentir un par de veces y abrir la boca con intenciones de decir algo que secunde a su historia, pero el repentino tono bromista me detiene, pintándome una ligera sonrisa — Me gustaría verte intentarlo — queda en un simple desafío, porque creo que los dos sabemos que no podría hacerlo. Me gusta pensar que no podría, mejor dicho. Me aclaro la garganta y golpeteo la mesa con la diestra, chequeando de soslayo el avance de la camarera, quien se ha detenido en una mesa antes que la nuestra, cuyo ocupante la detuvo a medio camino — Ella se muere por ser mi amiga, solo que no lo dice en voz alta — añado a la explicación como quien no quiere la cosa. Por sí las dudas, me muevo un poco para alejar mi torso del campo de posibles golpes, inclinándome hacia el lado opuesto a mi acompañante. Por lo visto, la situación no está para bromas.
Ya, se acabó la hora de los chistes, por mucho que ayuden a quitarle seriedad a una situación que, de ser algo normal, no tendría que tenerla. Mordisqueo el interior de mi mejilla porque la duda de Meerah es esperable, pero una vez más, no alcanzo a responder por mi cuenta. Me limito a darle la razón en mi silencio, recargándome en el asiento para tener una mejor visión de su perfil, el cual admiro por primera vez ante el agradecimiento de que no sea una idiota de pensamiento corto y lento. El halago no me tomaría por sorpresa si no fuese porque se trata de ella, pero en lugar de mostrarme asombrado me limito a responder esas palmaditas moviendo mis dedos y apretando los suyos en un gesto amistoso, regresándole una sonrisa que oscila entre la gracia y la incredulidad — No fue un caso difícil — técnicamente, no estoy mintiendo. Las pruebas estaban allí, solo que no es exactamente lo mismo que Scott acaba de narrar por mí — Es bueno tener a gente como Lara a tu disposición. Hasta ahora, jamás me ha fallado en una entrega — y ya, creo que se acaba lo de lanzarlos flores, porque la camarera por fin aparece dando una disculpa y yo suelto la mano de Scott como si fuese a darme una patada eléctrica, cambiando mi postura por completo al acercarme a la mesa, apoyar un codo y sostenerme de ese modo el mentón. Por las malas, he aprendido que no debes tener gestos tan simples como tomar a alguien de la mano en público, ni siquiera en broma.
Como no me han dicho que diablos quieren, miro a una, miro a la otra y suspiro con pesadez para efectuar el pedido más simple de la vida: tres hamburguesas, sus refrescos y las benditas papas. Vamos a la honestidad, también asumo que es lo más rápido para las personas que tenemos que volver al trabajo y que nadie va a quejarse. Cuando por fin la camarera se marcha, me distraigo chequeando su andar dos segundos antes de regresar toda mi atención a Meerah — Y… ¿Cómo te fue hoy en la escuela? — ¿De verdad estoy haciendo este tipo de preguntas? Creo que es el modo más sencillo de girar la atención en su dirección, saliendo del terreno peligroso — Me imagino que sabes que Meerah es una excelente diseñadora — es un comentario casual pero orgulloso, dirigido a la mujer de mi derecha, pero sin siquiera lanzarle una mirada — La primera vez que nos vimos, me regaló una corbata hecha por ella. Fiona Miller la halagó la semana pasada — ni siquiera sé si sabe que estoy hablando de una de las recepcionistas del vestíbulo, pero tampoco me importa mucho; simplemente lo asumo — ¿Le has mostrado tus diseños? — no quiero que quede muy alevoso, pero en verdad me interesa saber la respuesta, más no por averiguar sobre ellas sino porque creo que la gente que tiene talento, no debe ocultarlo. Y si ese talento nos mantiene lejos de hacer preguntas que no podemos contestar, es un bonus extra.
Me recuerdo internamente que Meerah está presente ante esa respuesta mordaz porque, sí, tengo el infantil impulso de decirle que ya sé que me ha visto bien; creo que se me nota por el modo en el cual me muerdo la lengua y tuerzo la boca, obviamente masticando las palabras que me divierten internamente y que no puedo decir sin arruinar nuestra pequeña fachada. A decir verdad, no sé bien si estamos tratando de engañar a la niña o a nosotros mismos. No nos hemos vuelto a ver, no hemos conversado de lo que pasó y estoy seguro de que jamás lo haremos. Es algo que no tuvo que suceder en primer lugar, así que es más fácil fingir y decir mentiras en voz alta con la excusa de un tercero que, simplemente, dejarlo pasar como siempre. Para mí ya es una costumbre y supongo que para ella también, es algo que pareció quedar implícito entre los dos la otra noche — Sí, sí tenía qué — le contesto con simpleza, regresando los ojos a ella con la misma calma que cualquier persona adopta cuando sabe que tiene la razón — ¿Nunca has bromeado con colegas? Además, tú tampoco me llamaste “bonito” — ¿De verdad estamos teniendo esta conversación? Acabo bufando, echando un poco los hombros hacia abajo — No seas tan amargada, o tendrás el cabello completamente gris para los treinta y cinco.
Obvio que me acusa de querer arreglarlo, así que ruedo los ojos de tal forma que creo que me pongo bizco por dos segundos — ¿Puedes aceptar un cumplido sin dudar de mi palabra? — intento sonar irritado, pero sé que se me escapa la risa en el tono de voz, el cual flaquea por su culpa. Acabo dejándola salir debido a la petición extra de las papas fritas, haciéndolo por lo bajo a la vez que remarco la idea con un murmullo nada disimulado que suena a un “pst, infantil”. En desgracia, toda risa se evapora en una fracción de segundo en respuesta al comentario de mi hija, a quien observo con el rostro transformado en una mueca de espanto y respondo de la manera más madura y sincera posible ante la mención de algo de tal magnitud como un matrimonio: — Diuj — no sé cómo, pero consigo no estremecerme. Lo bueno es que Scott es quien toma las riendas de la situación y opta por responder por mí, así que me conformo con sostenerle la mirada, asentir un par de veces y abrir la boca con intenciones de decir algo que secunde a su historia, pero el repentino tono bromista me detiene, pintándome una ligera sonrisa — Me gustaría verte intentarlo — queda en un simple desafío, porque creo que los dos sabemos que no podría hacerlo. Me gusta pensar que no podría, mejor dicho. Me aclaro la garganta y golpeteo la mesa con la diestra, chequeando de soslayo el avance de la camarera, quien se ha detenido en una mesa antes que la nuestra, cuyo ocupante la detuvo a medio camino — Ella se muere por ser mi amiga, solo que no lo dice en voz alta — añado a la explicación como quien no quiere la cosa. Por sí las dudas, me muevo un poco para alejar mi torso del campo de posibles golpes, inclinándome hacia el lado opuesto a mi acompañante. Por lo visto, la situación no está para bromas.
Ya, se acabó la hora de los chistes, por mucho que ayuden a quitarle seriedad a una situación que, de ser algo normal, no tendría que tenerla. Mordisqueo el interior de mi mejilla porque la duda de Meerah es esperable, pero una vez más, no alcanzo a responder por mi cuenta. Me limito a darle la razón en mi silencio, recargándome en el asiento para tener una mejor visión de su perfil, el cual admiro por primera vez ante el agradecimiento de que no sea una idiota de pensamiento corto y lento. El halago no me tomaría por sorpresa si no fuese porque se trata de ella, pero en lugar de mostrarme asombrado me limito a responder esas palmaditas moviendo mis dedos y apretando los suyos en un gesto amistoso, regresándole una sonrisa que oscila entre la gracia y la incredulidad — No fue un caso difícil — técnicamente, no estoy mintiendo. Las pruebas estaban allí, solo que no es exactamente lo mismo que Scott acaba de narrar por mí — Es bueno tener a gente como Lara a tu disposición. Hasta ahora, jamás me ha fallado en una entrega — y ya, creo que se acaba lo de lanzarlos flores, porque la camarera por fin aparece dando una disculpa y yo suelto la mano de Scott como si fuese a darme una patada eléctrica, cambiando mi postura por completo al acercarme a la mesa, apoyar un codo y sostenerme de ese modo el mentón. Por las malas, he aprendido que no debes tener gestos tan simples como tomar a alguien de la mano en público, ni siquiera en broma.
Como no me han dicho que diablos quieren, miro a una, miro a la otra y suspiro con pesadez para efectuar el pedido más simple de la vida: tres hamburguesas, sus refrescos y las benditas papas. Vamos a la honestidad, también asumo que es lo más rápido para las personas que tenemos que volver al trabajo y que nadie va a quejarse. Cuando por fin la camarera se marcha, me distraigo chequeando su andar dos segundos antes de regresar toda mi atención a Meerah — Y… ¿Cómo te fue hoy en la escuela? — ¿De verdad estoy haciendo este tipo de preguntas? Creo que es el modo más sencillo de girar la atención en su dirección, saliendo del terreno peligroso — Me imagino que sabes que Meerah es una excelente diseñadora — es un comentario casual pero orgulloso, dirigido a la mujer de mi derecha, pero sin siquiera lanzarle una mirada — La primera vez que nos vimos, me regaló una corbata hecha por ella. Fiona Miller la halagó la semana pasada — ni siquiera sé si sabe que estoy hablando de una de las recepcionistas del vestíbulo, pero tampoco me importa mucho; simplemente lo asumo — ¿Le has mostrado tus diseños? — no quiero que quede muy alevoso, pero en verdad me interesa saber la respuesta, más no por averiguar sobre ellas sino porque creo que la gente que tiene talento, no debe ocultarlo. Y si ese talento nos mantiene lejos de hacer preguntas que no podemos contestar, es un bonus extra.
No me sorprende que Hans sea uno de esos adultos que no termina de entender mi punto y, si bien en otro momento probablemente hubiese seguido con esta discusión hasta el cansancio, esta vez elijo dejarlo morir ahí. El creía que entendía mi “capricho”, yo estaba segura de que no lo hacía y probablemente nunca lo fuese a hacer. Si todos los adultos tuvieran la memoria eidética de mamá, probablemente no nos tratarían a los más chicos de la manera que lo hacían, solo por recordar la mitad de las injusticias a las que nos vemos sometidos cuando no pasamos el metro sesenta de altura.
- Nop - Respondo a su mirada inquisidora, haciendo estallar la “p” final contra mis labios sonrientes. - Osea… sí le sugerí que almorzaras con nosotros, pero técnicamente la invitación fue de él. - Y sí, puede que eso haya sonado demasiado como mi madre, pero llevaba doce años conviviendo con esa mujer, había cosas que por más que quisiera no podía negar que las había sacado de ella. Otras, como la sonrisa amplia que le regalo después, son puramente mías y me enorgullecía mucho de ellas.
Luego vuelvo a perder el hilo de la conversación, más fascinada en observar sus interacciones que en escuchar lo que decían en sí. Aunque tenía que admitir, Lara se daba cuenta de que sonaba como una novia haciendo reclamos, ¿no? Porque podía no entender demasiado de la situación, pero el leve tono de reproche que adornaba su voz era bastante explicativo por sí mismo. Hans dice algo acerca de canas, por unos segundos mis ojos se desvían a su cabello, como si quisiera buscar algún pelo blanco sobresaliendo entre la mata castaña. Ninguno de mis padres tenía la edad suficiente como para tener el cabello canoso, pero no podía dejar de pensar si mi padre sería de esos hombres que se tiñen el pelo para no parecer tan viejos. Mamá no tendría problemas jamás, con su metamorfomagia simplemente podía cambiar su cabello a voluntad, aunque no lo hiciese muy seguido.
La acotación corta pero concisa de Hans me obliga a levantar las cejas en un gesto de sorpresa algo divertido, pero es la respuesta de Lara la que se lleva mi atención ¿No son amigos? ¿Entonces?... - Eso no es excusa, compartía salón con Nilda todos los días de la semana, y no por eso le dirigía la palabra o bromeaba con ella. - Acuso al no creerme su excusa barata. Si solamente se soportaban, bien podían limitarse a un saludo cordial al pasar por un pasillo, y no a un ping pong verbal en la puerta de un local de comida rápida. - Es una niña inteligente, y nos ha tocado hacer grupo más veces de las que hubiésemos querido, pero fuera de eso creo que he cruzado menos de una decena de palabras con ella. - Y sí, no tenía sentido que quisiera justamente yo el ejemplificar como debían actuar, pero no podía creer que la castaña estaba siendo completamente honesta conmigo. - ¿Y tú no te mueres por ser su amigo? Es bonita, inteligente y talentosa, no muchos pueden jactarse de tener esas cualidades, somos un grupo selecto de gente. - Y sí, estoy bromeando en gran parte, pero en gran parte no. Con el somos me refería a todos los que estábamos en esta mesa, no eran cualidades que muchos tuviesen en conjunto.
- ¡¿Ven?! - Estiro ambos braazos y los señalo a los dos como si fueran lo más obvio del planeta. ¿No lo veían? - Parece que no se soportan y luego están haciéndose cumplidos y mostrando que se respetan. Viejo matrimonio, ya lo dije. - Y guardo mis brazos hasta que quedan cruzados por encima de mi pecho, alternando mi mirada entre sus rostros y sus manos unidas, esperando a que me contradigan. – Es eso o son exes o algo así. - Finalizo al azar… aunque si me lo ponía a pensar sí tendría sentido que se llevasen mal por eso. ¿no?
Suelto una risita ciertamente infantil cuando Hans suelta la mano de Lara al momento en que llega la mesera, y no se si lo hace por su reputación o porque simplemente se acaba de dar cuenta del gesto. Mascullo un gracias cuando realiza el pedido por todos y sigo la vista de Hans más por inercia que por verdadera curiosidad. - Bastante bien, aunque todavía no le encuentro demasiado sentido a la clase de adivinación si es que soy sincera. ¿Sabes que la profesora se llama Powell? - Es una mujer bonita y sus clases siempre son interesantes, pero no le veía la utilidad a una materia tan inexacta. - ¿La usaste? - Me sorprendo y me emociono a la vez, no solo porque haya usado mi regalo, sino que también porque lo está presumiendo ante Lara. - Sí lo sabe, le regalé un pañuelo una de las últimas veces que nos vimos en el ocho. - Y bueno, podía ser que le hubiese hecho una recorrida por mi vestidor, pero eso no importaba. - ¿En serio han elogiado mi corbata? Se lo diré a Hero la próxima vez que la vea. Me propuso montar un emprendimiento y debo admitir que cada vez lo estoy considerando con mayor seriedad.
- Nop - Respondo a su mirada inquisidora, haciendo estallar la “p” final contra mis labios sonrientes. - Osea… sí le sugerí que almorzaras con nosotros, pero técnicamente la invitación fue de él. - Y sí, puede que eso haya sonado demasiado como mi madre, pero llevaba doce años conviviendo con esa mujer, había cosas que por más que quisiera no podía negar que las había sacado de ella. Otras, como la sonrisa amplia que le regalo después, son puramente mías y me enorgullecía mucho de ellas.
Luego vuelvo a perder el hilo de la conversación, más fascinada en observar sus interacciones que en escuchar lo que decían en sí. Aunque tenía que admitir, Lara se daba cuenta de que sonaba como una novia haciendo reclamos, ¿no? Porque podía no entender demasiado de la situación, pero el leve tono de reproche que adornaba su voz era bastante explicativo por sí mismo. Hans dice algo acerca de canas, por unos segundos mis ojos se desvían a su cabello, como si quisiera buscar algún pelo blanco sobresaliendo entre la mata castaña. Ninguno de mis padres tenía la edad suficiente como para tener el cabello canoso, pero no podía dejar de pensar si mi padre sería de esos hombres que se tiñen el pelo para no parecer tan viejos. Mamá no tendría problemas jamás, con su metamorfomagia simplemente podía cambiar su cabello a voluntad, aunque no lo hiciese muy seguido.
La acotación corta pero concisa de Hans me obliga a levantar las cejas en un gesto de sorpresa algo divertido, pero es la respuesta de Lara la que se lleva mi atención ¿No son amigos? ¿Entonces?... - Eso no es excusa, compartía salón con Nilda todos los días de la semana, y no por eso le dirigía la palabra o bromeaba con ella. - Acuso al no creerme su excusa barata. Si solamente se soportaban, bien podían limitarse a un saludo cordial al pasar por un pasillo, y no a un ping pong verbal en la puerta de un local de comida rápida. - Es una niña inteligente, y nos ha tocado hacer grupo más veces de las que hubiésemos querido, pero fuera de eso creo que he cruzado menos de una decena de palabras con ella. - Y sí, no tenía sentido que quisiera justamente yo el ejemplificar como debían actuar, pero no podía creer que la castaña estaba siendo completamente honesta conmigo. - ¿Y tú no te mueres por ser su amigo? Es bonita, inteligente y talentosa, no muchos pueden jactarse de tener esas cualidades, somos un grupo selecto de gente. - Y sí, estoy bromeando en gran parte, pero en gran parte no. Con el somos me refería a todos los que estábamos en esta mesa, no eran cualidades que muchos tuviesen en conjunto.
- ¡¿Ven?! - Estiro ambos braazos y los señalo a los dos como si fueran lo más obvio del planeta. ¿No lo veían? - Parece que no se soportan y luego están haciéndose cumplidos y mostrando que se respetan. Viejo matrimonio, ya lo dije. - Y guardo mis brazos hasta que quedan cruzados por encima de mi pecho, alternando mi mirada entre sus rostros y sus manos unidas, esperando a que me contradigan. – Es eso o son exes o algo así. - Finalizo al azar… aunque si me lo ponía a pensar sí tendría sentido que se llevasen mal por eso. ¿no?
Suelto una risita ciertamente infantil cuando Hans suelta la mano de Lara al momento en que llega la mesera, y no se si lo hace por su reputación o porque simplemente se acaba de dar cuenta del gesto. Mascullo un gracias cuando realiza el pedido por todos y sigo la vista de Hans más por inercia que por verdadera curiosidad. - Bastante bien, aunque todavía no le encuentro demasiado sentido a la clase de adivinación si es que soy sincera. ¿Sabes que la profesora se llama Powell? - Es una mujer bonita y sus clases siempre son interesantes, pero no le veía la utilidad a una materia tan inexacta. - ¿La usaste? - Me sorprendo y me emociono a la vez, no solo porque haya usado mi regalo, sino que también porque lo está presumiendo ante Lara. - Sí lo sabe, le regalé un pañuelo una de las últimas veces que nos vimos en el ocho. - Y bueno, podía ser que le hubiese hecho una recorrida por mi vestidor, pero eso no importaba. - ¿En serio han elogiado mi corbata? Se lo diré a Hero la próxima vez que la vea. Me propuso montar un emprendimiento y debo admitir que cada vez lo estoy considerando con mayor seriedad.
Meerah logra que todo se reacomode con la intervención de un comentario, y las aclaraciones de que hacemos posible este almuerzo por ella, se vuelven débiles. Presiento que quien debe contestar a ese "técnicamente", es el único hombre sentado a la mesa y esta vez espero con una ceja en alto su réplica sobre el hecho de que la invitación lleve su nombre. Si es que puede improvisar algo más que la contestación escueta y arbitraria que me da. Lo hace porque puede, lo remedo en mi mente. ¿Por qué? Es lo que quiero preguntarle, pero se cruza por delante algo que permite alargar nuestro intercambio de pullas. -¿Tienes seis años para que te diga que eres "bonito" y te pellizque la mejilla? - me burlo, y en un pestañeo como si acabara de resolver una adivinanza, recargo mis brazos sobre la mesa y me inclino hacia él. - Espera, ¿eso es lo que pretendes con este compartimiento? -. Y no hace falta que diga cuál, "infantil" es el ejemplo que le estamos dando a Meerah. Por más que Hans me pronostique canas prematuras y por más que Meerah insista con lo de ser un matrimonio de viejos. Mi madre solía decir que si mencionas al diablo tres veces, aparece, y ya vamos dos, estoy a punto de tocar la madera de la mesa y eso que no me considero supersticiosa.
-Dudo siempre de los cumplidos, de las palabras. Son las acciones las que cuentan- refuto. Es en lo que creo y acabo de reconocer que eso abre un abanico para nosotros, porque si nos guiamos por las acciones... La mejor respuesta que le puedo dar a Meerah es el absoluto desconocimiento de por qué somos así, y Hans no colabora con nada de su propia percepción de las cosas. Muy inteligente, deja que muera sola por mi propia boca. Lo que dije sobre vernos seguido da pie a la chica para tomar su propia experiencia con Nilda como ilustración de que "verse seguido" no explica nada. Eso es cierto, me veo seguido con Riley, con mi madre lo que puedo, salvo los ratos en que me encierro como ermitaña estoy en contacto diario con los mismos colegas de siempre. Con todos llegué a un entendimiento, impuse mi carácter y lo aceptaron a la larga, resignados o no. -Creo que es algo de su personalidad y de la mía, y el factor de vernos seguido-. Estoy procurando ser razonable para dar la explicación que mejor nos funcione, cuando Hans se gana una mirada incendiaria de mi parte por su acotación. Maldita vanidad. Meerah me salva de devolverle la burla al usar todas las palabras más elegantes que jamás saldrían de mi boca. Puedo recostarme en mi silla y cruzarme de brazos, en una pose de toda grandeza, porque soy linda, inteligente y talentosa, como lo es Meerah. -¿Te mueres porque sea tu amiga, Hans? Si es el deseo de un moribundo no puedo negarme- que me condenen por sonreírme como lo hago.
Y no somos siquiera amigos con todo el honor de esa palabra, que Meerah insiste en su opinión de actuamos como un matrimonio anciano, porque cedemos un poco con nuestra charla inmadura y apelamos a una verdad parcial que siga dándole información sobre qué tipo de relación tenemos. El veredicto de Meerah no cambia y entorno los ojos. Vuelvo mi mirada hacia Hans y contesto con cierta apatía: -Tampoco somos exes, ni algo así-. Hay un cierto dejo de humor en mi tono. -Básicamente nuestra relación es laboral, solo laboral. ¿No es así?-. No vamos a cambiar los rótulos por una única vez, ¿verdad? Es entonces cuando noto que la camarera está sobre nosotros y Hans se alejó tan repentinamente que no puedo contener una carcajada. Todo lo que pueda decirle me lo trago porque estamos acompañados de Meerah. Si tocarse los dedos es un acto inapropiado para el público, ojalá nunca se filtren los videos de filmación del departamento de Justicia. Y no es por mí, me preocupo por Josephine.
A Merlín gracias de que el hombre encuentre en su instinto de padre la pregunta que puede salvarnos de seguir siendo el foco de atención de Meerah, para girarlo hacia ella. Como soy de las que se interesan por lo que la niña cuenta de la escuela, su pasatiempo o su vida en sí, pongo toda mi atención ella. Tengo un par de opiniones sobre Adivinación como materia, pero aguardo silenciosa a que Hans revele la coincidencia de apellidos con esa profesora. La suposición más rápida es que se trata de un pariente y doy espacio con mi mutismo a que resuelva el interrogante. Sonrío ampliamente con un orgullo que no me es propio, al hacer mención de los diseños de Meerah. Me agradan las personas que tienen una pasión en la vida y ella siendo tan joven la tiene, y me entusiasma mucho más saber que planea un emprendimiento. Estoy un poco más cerca, con mis ojos puestos en ella, para apabullarla con mi entusiasmo -¡Eso es genial! Funcione o no, te servirá de experiencia. En especial si es para montar tu propio negocio. Porque, ¿te ves trabajando como diseñadora de otras marcas? - arrugo mi nariz, yo no la veo. - He visto tu trabajo, jamás se lo des a otra persona para su propia fama, tienes todo para destacar por tu talento. ¿Han trabajado en un plan?
-Dudo siempre de los cumplidos, de las palabras. Son las acciones las que cuentan- refuto. Es en lo que creo y acabo de reconocer que eso abre un abanico para nosotros, porque si nos guiamos por las acciones... La mejor respuesta que le puedo dar a Meerah es el absoluto desconocimiento de por qué somos así, y Hans no colabora con nada de su propia percepción de las cosas. Muy inteligente, deja que muera sola por mi propia boca. Lo que dije sobre vernos seguido da pie a la chica para tomar su propia experiencia con Nilda como ilustración de que "verse seguido" no explica nada. Eso es cierto, me veo seguido con Riley, con mi madre lo que puedo, salvo los ratos en que me encierro como ermitaña estoy en contacto diario con los mismos colegas de siempre. Con todos llegué a un entendimiento, impuse mi carácter y lo aceptaron a la larga, resignados o no. -Creo que es algo de su personalidad y de la mía, y el factor de vernos seguido-. Estoy procurando ser razonable para dar la explicación que mejor nos funcione, cuando Hans se gana una mirada incendiaria de mi parte por su acotación. Maldita vanidad. Meerah me salva de devolverle la burla al usar todas las palabras más elegantes que jamás saldrían de mi boca. Puedo recostarme en mi silla y cruzarme de brazos, en una pose de toda grandeza, porque soy linda, inteligente y talentosa, como lo es Meerah. -¿Te mueres porque sea tu amiga, Hans? Si es el deseo de un moribundo no puedo negarme- que me condenen por sonreírme como lo hago.
Y no somos siquiera amigos con todo el honor de esa palabra, que Meerah insiste en su opinión de actuamos como un matrimonio anciano, porque cedemos un poco con nuestra charla inmadura y apelamos a una verdad parcial que siga dándole información sobre qué tipo de relación tenemos. El veredicto de Meerah no cambia y entorno los ojos. Vuelvo mi mirada hacia Hans y contesto con cierta apatía: -Tampoco somos exes, ni algo así-. Hay un cierto dejo de humor en mi tono. -Básicamente nuestra relación es laboral, solo laboral. ¿No es así?-. No vamos a cambiar los rótulos por una única vez, ¿verdad? Es entonces cuando noto que la camarera está sobre nosotros y Hans se alejó tan repentinamente que no puedo contener una carcajada. Todo lo que pueda decirle me lo trago porque estamos acompañados de Meerah. Si tocarse los dedos es un acto inapropiado para el público, ojalá nunca se filtren los videos de filmación del departamento de Justicia. Y no es por mí, me preocupo por Josephine.
A Merlín gracias de que el hombre encuentre en su instinto de padre la pregunta que puede salvarnos de seguir siendo el foco de atención de Meerah, para girarlo hacia ella. Como soy de las que se interesan por lo que la niña cuenta de la escuela, su pasatiempo o su vida en sí, pongo toda mi atención ella. Tengo un par de opiniones sobre Adivinación como materia, pero aguardo silenciosa a que Hans revele la coincidencia de apellidos con esa profesora. La suposición más rápida es que se trata de un pariente y doy espacio con mi mutismo a que resuelva el interrogante. Sonrío ampliamente con un orgullo que no me es propio, al hacer mención de los diseños de Meerah. Me agradan las personas que tienen una pasión en la vida y ella siendo tan joven la tiene, y me entusiasma mucho más saber que planea un emprendimiento. Estoy un poco más cerca, con mis ojos puestos en ella, para apabullarla con mi entusiasmo -¡Eso es genial! Funcione o no, te servirá de experiencia. En especial si es para montar tu propio negocio. Porque, ¿te ves trabajando como diseñadora de otras marcas? - arrugo mi nariz, yo no la veo. - He visto tu trabajo, jamás se lo des a otra persona para su propia fama, tienes todo para destacar por tu talento. ¿Han trabajado en un plan?
Me encojo de hombros porque, sí, puede ser que la invitación haya sido mía, pero fue en nombre de la petición de mi hija. No me voy a poner a retrucar los hechos, porque sé que terminaré envuelto en algo que posiblemente se torne en mi contra — Me desvivo por tus elogios, Scott. No tienes idea — me llevo una mano al pecho con un dramático tono de falso romanticismo desvivido. Al final, no aguanto mi genio y aprovecho que se ha inclinado en mi dirección para ponerle un divertido dedo en la frente y empujarla hacia atrás. Y ella sigue, obvio que lo hace porque, aunque lo niegue, es tan terca como yo. Me limito a responder lo de las acciones con un resoplido de caballo, a sabiendas de que cualquier ejemplo que pueda ponerle, no será lo suficiente como para que deje de discutir. Su carácter y el mío, claro. Decido aferrarme al silencio, hasta que entre las dos me dejan un poco fuera de juego. Mujeres. Cuando se alían, son la cosa más peligrosa con la cual podría lidiar y eso que trabajo en uno de los departamentos más complicados del Ministerio de Magia — No tanto como tú te mueres porque yo me muera por serlo, pero puedo concederte tu deseo. Iremos al cine el próximo sábado y luego te jugaré una partida de videojuegos — satirizo. Amigos mis pelotas. Creo que, entre todos los términos que podría elegir para definirnos, ese sería el último.
La exclamación de Meerah me obliga a mirarla con ojos casi urgentes, como si quisiera traspasarle mediante telepatía la orden de que debería callarse la boca. ¿Qué tiene esta niña? ¿Es una de esas que busca emparejar a la gente solo por diversión o qué? Regreso la mirada que Scott apunta en mi dirección, arrugando brevemente la nariz en un gesto indiferente — Así es. No te encontrarás una lista de exes en mi historial — es una información tal vez demasiado honesta para una niña, pero prefiero que lo sepa de entrada y que no ande haciendo preguntas desubicadas con el correr del tiempo — Ya sabes, tu madre fue la única novia formal que tuve. Quise pedirle que nos mudemos juntos antes de que todo se terminara y todo eso. Hasta ahí llega mi conocimiento en el área — Y creo que ahí se murió el romanticismo en mi vida. Luego vino el Capitolio, la vida movida y las relaciones pasajeras. Las mujeres que buscaban dinero fueron descartadas después de unas pocas citas y la casada, algo mayor, fue un capricho que duró tres meses, pero jamás fue una relación. En base, tengo menos experiencia amorosa que un niño de quince años y, al contrario de lo que muchos me han dicho, no es precisamente una vida solitaria. Jamás voy a arrepentirme de huir constantemente de la monogamia.
Intento poner en mute las risas de las dos por mi infantil reacción y creo que hasta las miro en modo de reproche, hasta que al menos Meerah decide contestar mi pregunta, lanzando otra que me hunde en el asiento con un leve sentimiento de culpa — Lamento no haberlo dicho antes, lo olvidé — confieso en un murmullo que delata mi incomodidad. No puedo evitarlo e incluso me froto la nuca, tratando de aclararme un poco — Phoebe es mi hermana menor. Tendría que habértelo dicho, espero que me disculpes — simplemente no tuve oportunidad o excusa como para dejarlo caer y, además, todo esto me ha tenido un poco fuera de mi foco. Es un poco incómodo hablar tanto de mi vida privada frente a una persona con quien no tengo un trato profundo, así que acomodo el pequeño servilletero de la mesa como para mantener mi vista ocupada — Pero tengo entendido que es una talentosa profesora, así que espero que lo aproveches mientras dure — Por los cielos, acabo de sonar como mi padre, que asco.
Suerte para mí, su entusiasmo me hace, sorprendentemente, alzar la vista en su dirección y sonreír con genuina amabilidad — Claro que la usé. ¿Por qué la tendría oculta, si vale la pena el mostrarla? — replico con orgullo, enderezando un poco la postura. Lo que me toma por sorpresa es que Scott se entusiasme casi tanto como ella, iniciando una charla que me hace arquear una ceja momentáneamente en dirección a la morena — ¿Hero Niniadis? — pregunto al pasar, porque asumo que está hablando de ella; tiene sentido, considerando su relación familiar. Además, es la única niña que conozco que hablaría de un emprendimiento con tanta seguridad. Apoyo mis codos en la mesa para estar un poco más cerca e, increíblemente, asiento para secundar las palabras de Scott — Si quieres, puedo pagarte algún taller de diseño en el Capitolio para después de clases. Digo, si planeas hacerlo tu carrera… — me encojo de hombros, porque creo que es lo más lógico — Al menos ya sabemos que Fiona Miller irá a tu negocio.
No me sorprende que las bebidas sean lo primero en llegar, pero ni siquiera miro a la mesera cuando le doy las gracias porque estoy más centrado en agarrar mi vaso y darle un sorbo. No sé que hice para merecer estar en esta bizarra situación, pero creo que puedo sobrevivirla como un campeón — Tú dirás, Meerah. Puedes averiguar la escuela que más te guste y podemos conversarlo cuando quieras — por hambriento, le hago caso a mi estómago y giro la cabeza en busca de averiguar cuánto falta para que traigan la comida — Luego puedes usar a Scott de modelo. Sé que le gusta usar faldas — ahí va, tengo que morderme la lengua para no reírme. Por suerte, las papas hacen su aparición y me llevo una rápidamente a la boca, incapaz de disimular la sonrisita. Voy a arder en el inframundo por mi estúpido sentido del humor.
La exclamación de Meerah me obliga a mirarla con ojos casi urgentes, como si quisiera traspasarle mediante telepatía la orden de que debería callarse la boca. ¿Qué tiene esta niña? ¿Es una de esas que busca emparejar a la gente solo por diversión o qué? Regreso la mirada que Scott apunta en mi dirección, arrugando brevemente la nariz en un gesto indiferente — Así es. No te encontrarás una lista de exes en mi historial — es una información tal vez demasiado honesta para una niña, pero prefiero que lo sepa de entrada y que no ande haciendo preguntas desubicadas con el correr del tiempo — Ya sabes, tu madre fue la única novia formal que tuve. Quise pedirle que nos mudemos juntos antes de que todo se terminara y todo eso. Hasta ahí llega mi conocimiento en el área — Y creo que ahí se murió el romanticismo en mi vida. Luego vino el Capitolio, la vida movida y las relaciones pasajeras. Las mujeres que buscaban dinero fueron descartadas después de unas pocas citas y la casada, algo mayor, fue un capricho que duró tres meses, pero jamás fue una relación. En base, tengo menos experiencia amorosa que un niño de quince años y, al contrario de lo que muchos me han dicho, no es precisamente una vida solitaria. Jamás voy a arrepentirme de huir constantemente de la monogamia.
Intento poner en mute las risas de las dos por mi infantil reacción y creo que hasta las miro en modo de reproche, hasta que al menos Meerah decide contestar mi pregunta, lanzando otra que me hunde en el asiento con un leve sentimiento de culpa — Lamento no haberlo dicho antes, lo olvidé — confieso en un murmullo que delata mi incomodidad. No puedo evitarlo e incluso me froto la nuca, tratando de aclararme un poco — Phoebe es mi hermana menor. Tendría que habértelo dicho, espero que me disculpes — simplemente no tuve oportunidad o excusa como para dejarlo caer y, además, todo esto me ha tenido un poco fuera de mi foco. Es un poco incómodo hablar tanto de mi vida privada frente a una persona con quien no tengo un trato profundo, así que acomodo el pequeño servilletero de la mesa como para mantener mi vista ocupada — Pero tengo entendido que es una talentosa profesora, así que espero que lo aproveches mientras dure — Por los cielos, acabo de sonar como mi padre, que asco.
Suerte para mí, su entusiasmo me hace, sorprendentemente, alzar la vista en su dirección y sonreír con genuina amabilidad — Claro que la usé. ¿Por qué la tendría oculta, si vale la pena el mostrarla? — replico con orgullo, enderezando un poco la postura. Lo que me toma por sorpresa es que Scott se entusiasme casi tanto como ella, iniciando una charla que me hace arquear una ceja momentáneamente en dirección a la morena — ¿Hero Niniadis? — pregunto al pasar, porque asumo que está hablando de ella; tiene sentido, considerando su relación familiar. Además, es la única niña que conozco que hablaría de un emprendimiento con tanta seguridad. Apoyo mis codos en la mesa para estar un poco más cerca e, increíblemente, asiento para secundar las palabras de Scott — Si quieres, puedo pagarte algún taller de diseño en el Capitolio para después de clases. Digo, si planeas hacerlo tu carrera… — me encojo de hombros, porque creo que es lo más lógico — Al menos ya sabemos que Fiona Miller irá a tu negocio.
No me sorprende que las bebidas sean lo primero en llegar, pero ni siquiera miro a la mesera cuando le doy las gracias porque estoy más centrado en agarrar mi vaso y darle un sorbo. No sé que hice para merecer estar en esta bizarra situación, pero creo que puedo sobrevivirla como un campeón — Tú dirás, Meerah. Puedes averiguar la escuela que más te guste y podemos conversarlo cuando quieras — por hambriento, le hago caso a mi estómago y giro la cabeza en busca de averiguar cuánto falta para que traigan la comida — Luego puedes usar a Scott de modelo. Sé que le gusta usar faldas — ahí va, tengo que morderme la lengua para no reírme. Por suerte, las papas hacen su aparición y me llevo una rápidamente a la boca, incapaz de disimular la sonrisita. Voy a arder en el inframundo por mi estúpido sentido del humor.
Agradezco estar sentada en frente de ellos y no al lado, o bueno, más bien mi cuello lo agradece; como el ping pong de respuestas continúe, mis ojos terminarán por salir de sus cuencas de tanto que los muevo para un lado y para el otro. - ¿Te das cuenta que básicamente la invitaste a una cita, no? - Y sé que no es así, pero su propuesta era demasiado divertida como para dejar morir allí el comentario, y cada vez que los nombraba en un ámbito de pareja terminaban por saltar con cosas aún más interesantes.
Miro a Lara con las cejas en alto cuando enfatiza lo “laboral” de su relación, y ahora sí empiezo a dudar el que algo haya pasado entre ellos. Yo lo hacía por diversión, pero estaban muy evasivos en sus respuestas como para no imaginar que hubiesen tenido algo en un pasado. Claro que Hans me termina de distraer cuando nombra algo que no me espero, y que sinceramente no sabía como tomar. - No, no lo sabía. Mamá no es la persona más comunicativa de Neopanem así que no imaginaba lo serio de su relación… o que fuera tu única ex. ¿De verdad? ¿Nadie? - Al menos eso me aseguraba que mis sospechas eran ciertas y su secretaria estaba prometida a otra persona, me negaba a tener a una madrastra con tan poco gusto para vestir… o con tan pocas ambiciones en la vida, no me interesaba el romance. pero si hay algo que sí sabía, es que jamás terminaría casada con algún futuro jefe.
Como al parecer no podía pasar un almuerzo sin descubrir otro familiar perdido, termino por enterarme que el Powell del apellido de mi profesora es por “ese” Powell, y así como así me gano una tercera tía antes de terminar el año. Cómo no estoy segura de qué responderle a Hans, me voy a lo familiar y termino por enfrentar a Lara. - Voy a tener unas palabras muy serias con tu ex y sus métodos de crianza. - Con su forma de vivir en sí, si me lo ponía a pensar. Su padre era el consejero de la mismísima ministra de la Magia quien, vaya y sea de paso, era su madrastra. Su ex era el ministro de Justicia y su excuñada, una profesora de la mejor institución de Neopanem. ¿Y qué había decidido? Criarme en el distrito ocho con la tía Eunice, bajo la premisa de que no tenía más familiares. - No hay problema, es solo que… mí circulo familiar estaba compuesto por dos personas antes. Todavía no me acostumbro a esto de seguir descubriendo… No tengo ningún medio hermano del que deba enterarme, ¿no? - El pensamiento me asalta de golpe y temo por la respuesta que pueda darme. Podía soportar tías, abuelas y abuelastras, no sabía si podía soportar el no ser hija única.
La afirmación de Hans y el entusiasmo de Lara hacen maravillas con mi ego, y lo que parecía ser un proyecto en pañales, de pronto cobra más forma de la que habría pensado. - ¡Claro que no! - Me horrorizo cuando propone que trabaja para alguien más, porque no. Podían ofrecerme un internado en la mismísima Morgana’s, pero jamás dejaría que mis diseños queden a nombre de alguien más. - Diseñar no es mi único plan en la vida, planeo seguir la especialidad económico legal cuando llegue a tercer curso, y estudiar abogacía o administración como carrera paralela. Pero incluso aunque lo fuera, no regalaría mi trabajo jamás. - Por mucho talento que tuviese, no iba a confiarme en una sola cosa. Claro que tampoco esperaba que mi padre saliese con un ofrecimiento que era demasiado bueno para ser verdad, y termino por apoyar los pies en la barra que tiene la silla, incorporándome mientras dejo que mi peso se sostenga sobre mis brazos que se aferran a la mesa. - ¿Lo dices en serio? - Claro que quería ir a una escuela de diseño, pero pensaba que eso no sucedería hasta que fuese mayor de edad y pudiese pagarme yo mi educación.
- ¿Averiguar? “The Fairy Godmather” es mi institución de ensueño. Tiene un programa de emprendimiento empresarial que incluso haría que la gente de tu departamento quisiera asistir. - La sola idea de pensar que mis proyectos futuros podían pasar con mucha más antelación de la que creía me hace querer hacer un pirouette por más de que llevase años sin practicar siquiera un paso de danza. - Y claro que Lara puede ser mi modelo, tú también. Inauguraría una sección ministerial como primera colección si esa es la condición.
Miro a Lara con las cejas en alto cuando enfatiza lo “laboral” de su relación, y ahora sí empiezo a dudar el que algo haya pasado entre ellos. Yo lo hacía por diversión, pero estaban muy evasivos en sus respuestas como para no imaginar que hubiesen tenido algo en un pasado. Claro que Hans me termina de distraer cuando nombra algo que no me espero, y que sinceramente no sabía como tomar. - No, no lo sabía. Mamá no es la persona más comunicativa de Neopanem así que no imaginaba lo serio de su relación… o que fuera tu única ex. ¿De verdad? ¿Nadie? - Al menos eso me aseguraba que mis sospechas eran ciertas y su secretaria estaba prometida a otra persona, me negaba a tener a una madrastra con tan poco gusto para vestir… o con tan pocas ambiciones en la vida, no me interesaba el romance. pero si hay algo que sí sabía, es que jamás terminaría casada con algún futuro jefe.
Como al parecer no podía pasar un almuerzo sin descubrir otro familiar perdido, termino por enterarme que el Powell del apellido de mi profesora es por “ese” Powell, y así como así me gano una tercera tía antes de terminar el año. Cómo no estoy segura de qué responderle a Hans, me voy a lo familiar y termino por enfrentar a Lara. - Voy a tener unas palabras muy serias con tu ex y sus métodos de crianza. - Con su forma de vivir en sí, si me lo ponía a pensar. Su padre era el consejero de la mismísima ministra de la Magia quien, vaya y sea de paso, era su madrastra. Su ex era el ministro de Justicia y su excuñada, una profesora de la mejor institución de Neopanem. ¿Y qué había decidido? Criarme en el distrito ocho con la tía Eunice, bajo la premisa de que no tenía más familiares. - No hay problema, es solo que… mí circulo familiar estaba compuesto por dos personas antes. Todavía no me acostumbro a esto de seguir descubriendo… No tengo ningún medio hermano del que deba enterarme, ¿no? - El pensamiento me asalta de golpe y temo por la respuesta que pueda darme. Podía soportar tías, abuelas y abuelastras, no sabía si podía soportar el no ser hija única.
La afirmación de Hans y el entusiasmo de Lara hacen maravillas con mi ego, y lo que parecía ser un proyecto en pañales, de pronto cobra más forma de la que habría pensado. - ¡Claro que no! - Me horrorizo cuando propone que trabaja para alguien más, porque no. Podían ofrecerme un internado en la mismísima Morgana’s, pero jamás dejaría que mis diseños queden a nombre de alguien más. - Diseñar no es mi único plan en la vida, planeo seguir la especialidad económico legal cuando llegue a tercer curso, y estudiar abogacía o administración como carrera paralela. Pero incluso aunque lo fuera, no regalaría mi trabajo jamás. - Por mucho talento que tuviese, no iba a confiarme en una sola cosa. Claro que tampoco esperaba que mi padre saliese con un ofrecimiento que era demasiado bueno para ser verdad, y termino por apoyar los pies en la barra que tiene la silla, incorporándome mientras dejo que mi peso se sostenga sobre mis brazos que se aferran a la mesa. - ¿Lo dices en serio? - Claro que quería ir a una escuela de diseño, pero pensaba que eso no sucedería hasta que fuese mayor de edad y pudiese pagarme yo mi educación.
- ¿Averiguar? “The Fairy Godmather” es mi institución de ensueño. Tiene un programa de emprendimiento empresarial que incluso haría que la gente de tu departamento quisiera asistir. - La sola idea de pensar que mis proyectos futuros podían pasar con mucha más antelación de la que creía me hace querer hacer un pirouette por más de que llevase años sin practicar siquiera un paso de danza. - Y claro que Lara puede ser mi modelo, tú también. Inauguraría una sección ministerial como primera colección si esa es la condición.
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