OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
Cierre de Temas
The Mighty Fall
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Erik Haywood
It's a matter of blood [0.4]
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Phoenix D. Langdon
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Phoenix D. Langdon
Family with no name — 0-4
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Syver A. Nygaard
Williams, Ezra Avery
The Mighty Fall
Gallagher, Cillian Brennan
The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Recuerdo del primer mensaje :
Mayo
Creo que tenía catorce años cuando me di cuenta que no puedes ayudar a una persona si no quieren ser ayudada. Si recuerdo con precisión la edad que tenía, es porque ese aprendizaje se desprende de un recuerdo puntual, de un nombre que no olvido, de alguien que pasó y me dejó esa marca. Así que cuelgo mi cartera al hombro y abrazo uno de mis códigos de leyes contra mi pecho, para poner distancia de la escena que se desarrolla entre un grupo de mis compañeros, procuro disimular mi enfado pero mis pasos suenan fuertes mientras me alejo. No es la primera vez que escucho a esta chica discutir con su novio, y una vez tuvimos una charla sobre esto, sobre lo inapropiado que es que representen esas escenas en público. Supongo que ella solo lo tomo por el lado de las apariencias. Yo quería llegar al punto en que no merece ser tratada así. Pero, bien, no voy a hacer de su abogada, porque somos quienes terminamos con el mote de ser los malos de la historia.
Paso mis dedos por el pelo que me cae sobre el rostro al salir al exterior, por el cambio rotundo entre un ambiente de luz artificial y otro de luz natural. Tengo que repetir el gesto cuando sopla una brisa, me lo quito de mala manera porque todo me irrita a este punto. Cuando estoy cerca del portón, rodeada de estudiantes de todas las edades, mi mal humor disminuye porque este es el momento que suelo esperar cada día. Todo lo que pasó en las horas anteriores pierde su importancia, lo olvido completamente. Entre el montón de estudiantes que se despiden entre sí para volver a casa, doy unos pasos cortos. Actúo como si estuviera esperando a alguien, en verdad lo hago.
Me coloco en el margen del grupo que se va disolviendo, buscando en la marea de niños de primer curso una cara que creo que podré reconocer cuando la vea. Tal vez tenga el cabello también rubio, los ojos claros. Suelo hablar con el retrato de mi abuela paterna y puedo decir que somos parecidas, no estoy segura de sí heredé o aprendí de ella algunos gestos. Ella tenía el cabello más corto que yo, muy por encima de la nuca. Quiero creer que mi hermano se parece a mí entonces lo siento más cercano, el problema es que ni siquiera sé quién es. Soy una espectadora solitaria hasta que me fijo en el chico que está parado a mi lado. Mi descaro como acosadora no me sorprende a este punto, por buscar información de cualquier persona. —¿Uno de esos niños es tuyo?—. ¿Quién sabe? Podría ser que espera al mismo niño que yo, a alguien que lo conoce.
Mayo
Creo que tenía catorce años cuando me di cuenta que no puedes ayudar a una persona si no quieren ser ayudada. Si recuerdo con precisión la edad que tenía, es porque ese aprendizaje se desprende de un recuerdo puntual, de un nombre que no olvido, de alguien que pasó y me dejó esa marca. Así que cuelgo mi cartera al hombro y abrazo uno de mis códigos de leyes contra mi pecho, para poner distancia de la escena que se desarrolla entre un grupo de mis compañeros, procuro disimular mi enfado pero mis pasos suenan fuertes mientras me alejo. No es la primera vez que escucho a esta chica discutir con su novio, y una vez tuvimos una charla sobre esto, sobre lo inapropiado que es que representen esas escenas en público. Supongo que ella solo lo tomo por el lado de las apariencias. Yo quería llegar al punto en que no merece ser tratada así. Pero, bien, no voy a hacer de su abogada, porque somos quienes terminamos con el mote de ser los malos de la historia.
Paso mis dedos por el pelo que me cae sobre el rostro al salir al exterior, por el cambio rotundo entre un ambiente de luz artificial y otro de luz natural. Tengo que repetir el gesto cuando sopla una brisa, me lo quito de mala manera porque todo me irrita a este punto. Cuando estoy cerca del portón, rodeada de estudiantes de todas las edades, mi mal humor disminuye porque este es el momento que suelo esperar cada día. Todo lo que pasó en las horas anteriores pierde su importancia, lo olvido completamente. Entre el montón de estudiantes que se despiden entre sí para volver a casa, doy unos pasos cortos. Actúo como si estuviera esperando a alguien, en verdad lo hago.
Me coloco en el margen del grupo que se va disolviendo, buscando en la marea de niños de primer curso una cara que creo que podré reconocer cuando la vea. Tal vez tenga el cabello también rubio, los ojos claros. Suelo hablar con el retrato de mi abuela paterna y puedo decir que somos parecidas, no estoy segura de sí heredé o aprendí de ella algunos gestos. Ella tenía el cabello más corto que yo, muy por encima de la nuca. Quiero creer que mi hermano se parece a mí entonces lo siento más cercano, el problema es que ni siquiera sé quién es. Soy una espectadora solitaria hasta que me fijo en el chico que está parado a mi lado. Mi descaro como acosadora no me sorprende a este punto, por buscar información de cualquier persona. —¿Uno de esos niños es tuyo?—. ¿Quién sabe? Podría ser que espera al mismo niño que yo, a alguien que lo conoce.
Sí, yo también lamento no poder conocer a mi hermano, de que sea una presencia casi irreal en mi vida, basada en puras idealizaciones. Así como lamento que una persona real de su vida sea un recuerdo que posiblemente no lo recuerde a él. Si algún día encuentro a esta mujer griega tendré que asegurarme luego de volver a ver al chico y contárselo, con la posibilidad abierta de que no logre evocar esta conversación. Pueden pasar años para que eso suceda, si no es muy tarde teniendo en cuenta la edad avanzada de la anciana. Lo importante para mí es que una nueva búsqueda comienza para mí, es como la bocanada que necesito para respirar y una emoción que se inquieta en mi interior, tendré mi mente entretenida en otras fantasías de gente que no conozco y a los que voy dando forma en mi imaginación.
—Gracias— murmuro, le devuelvo una sonrisa auténtica. —Por querer hacerme sentir mejor— acoto. Es amable de su parte querer que pueda ver mis habilidades en la cocina, como una leve diferencia con las de otras personas, aunque yo hablaría más bien de carencias. Y es que siguiendo una misma receta, una persona obtiene una cena decente y yo un plato quemado. Por suerte tengo a Sami… y alguien más tiene a Sage. Pongo un paso de distancia entre los dos cuando me avisa que debe volver a sus responsabilidades. —Hay quienes creen que los nombres son profecías de vida— es lo último que comento. En un ademan nervioso, muevo hacia atrás el mechón de cabello rubio que siempre cae contra mi mejilla. —No te disculpes— lo despido. —Fue agradable conversar contigo, Sage—. Mi sonrisa dura un segundo de más y luego giro sobre mis pies para alejarme en zancadas largas, evadir un encuentro con su dueño y una situación incómoda, evitarle una reprimenda si su amo no aprueba que le dirija la palabra a una bruja y también para volver a mi vieja zona segura.
—Gracias— murmuro, le devuelvo una sonrisa auténtica. —Por querer hacerme sentir mejor— acoto. Es amable de su parte querer que pueda ver mis habilidades en la cocina, como una leve diferencia con las de otras personas, aunque yo hablaría más bien de carencias. Y es que siguiendo una misma receta, una persona obtiene una cena decente y yo un plato quemado. Por suerte tengo a Sami… y alguien más tiene a Sage. Pongo un paso de distancia entre los dos cuando me avisa que debe volver a sus responsabilidades. —Hay quienes creen que los nombres son profecías de vida— es lo último que comento. En un ademan nervioso, muevo hacia atrás el mechón de cabello rubio que siempre cae contra mi mejilla. —No te disculpes— lo despido. —Fue agradable conversar contigo, Sage—. Mi sonrisa dura un segundo de más y luego giro sobre mis pies para alejarme en zancadas largas, evadir un encuentro con su dueño y una situación incómoda, evitarle una reprimenda si su amo no aprueba que le dirija la palabra a una bruja y también para volver a mi vieja zona segura.
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