The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Little boy x Sage
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Mayo

Creo que tenía catorce años cuando me di cuenta que no puedes ayudar a una persona si no quieren ser ayudada. Si recuerdo con precisión la edad que tenía, es porque ese aprendizaje se desprende de un recuerdo puntual, de un nombre que no olvido, de alguien que pasó y me dejó esa marca. Así que cuelgo mi cartera al hombro y abrazo uno de mis códigos de leyes contra mi pecho, para poner distancia de la escena que se desarrolla entre un grupo de mis compañeros, procuro disimular mi enfado pero mis pasos suenan fuertes mientras me alejo. No es la primera vez que escucho a esta chica discutir con su novio, y una vez tuvimos una charla sobre esto, sobre lo inapropiado que es que representen esas escenas en público. Supongo que ella solo lo tomo por el lado de las apariencias. Yo quería llegar al punto en que no merece ser tratada así. Pero, bien, no voy a hacer de su abogada, porque somos quienes terminamos con el mote de ser los malos de la historia.

Paso mis dedos por el pelo que me cae sobre el rostro al salir al exterior, por el cambio rotundo entre un ambiente de luz artificial y otro de luz natural. Tengo que repetir el gesto cuando sopla una brisa, me lo quito de mala manera porque todo me irrita a este punto. Cuando estoy cerca del portón, rodeada de estudiantes de todas las edades, mi mal humor disminuye porque este es el momento que suelo esperar cada día. Todo lo que pasó en las horas anteriores pierde su importancia, lo olvido completamente. Entre el montón de estudiantes que se despiden entre sí para volver a casa, doy unos pasos cortos. Actúo como si estuviera esperando a alguien, en verdad lo hago.

Me coloco en el margen del grupo que se va disolviendo, buscando en la marea de niños de primer curso una cara que creo que podré reconocer cuando la vea. Tal vez tenga el cabello también rubio, los ojos claros. Suelo hablar con el retrato de mi abuela paterna y puedo decir que somos parecidas, no estoy segura de sí heredé o aprendí de ella algunos gestos. Ella tenía el cabello más corto que yo, muy por encima de la nuca. Quiero creer que mi hermano se parece a mí entonces lo siento más cercano, el problema es que ni siquiera sé quién es. Soy una espectadora solitaria hasta que me fijo en el chico que está parado a mi lado. Mi descaro como acosadora no me sorprende a este punto, por buscar información de cualquier persona. —¿Uno de esos niños es tuyo?—. ¿Quién sabe? Podría ser que espera al mismo niño que yo, a alguien que lo conoce.
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Sage A. Noble
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Últimamente me hallaba más agotado que de costumbre. Hero todavía no había bajado la cantidad de tareas que me había mandado a hacer luego del incidente que no se debía mencionar, y pese a que los primeros días lo había manejado con total naturalidad, a la larga se podía sentir el peso extra de las cosas cobre mis hombros. No eran tareas precisamente difíciles, pero si habían aumentado en cantidad y tenía que hacer malabares con el tiempo que tenía para poder cumplirlas todas sin falta alguna. Por ejemplo, en este mismo momento estaba parado en la puerta del Royal para entregarle una bolsa con cosas que había solicitado cuando bien podría habérselas traído un elfo en cuestión de segundos mientras yo me encargaba de otras cosas. Pero bueno, no sería un castigo si todo funcionase bien para mí, ¿o sí?

Aunque tenía que admitir que estar parado frente a una institución de este tipo me dejaba casi que con la boca abierta de par en par. ¿Qué se sentiría el poder recibir una educación como la que estos niños gozaban día a día? Había aprendido a no sentir envidia de los magos bajo ningún aspecto posible como mecanismo de defensa, pero no podía evitar tener un poco de celos de esto. Y pensar que idiotas como Patrick podían acceder a las instalaciones sin contar con una sola neurona adentro de la cabeza…

- ¿Eh? No, más bien al revés. - Me cuesta entender que la rubia que tengo al lado se está dirigiendo a mí, pero siendo que no hay nadie más cerca, no había muchas posibilidades. No estaba acostumbrado a que magos por fuera de la familia Niniadis reconocieran siquiera mi existencia. - Lo siento, contesté sin pensar. Me refiero a que sí, uno de ellos es mi dueño. - Me apresuro a aclarar que soy un esclavo, porque no sería correcto el hacerle creer otra cosa. No quería meterme en problemas por hacerle creer a una muchacha que tenía un estatus social que no poseía. Tampoco le devuelvo la pregunta, pese a que tengo curiosidad ya que no parece tener la edad suficiente como para ser madre todavía. Aunque pensándolo bien, ¿acaso yo aparentaba tener la edad suficiente para ser padre? No es que en algún momento me hubiese preocupado por mi edad particularmente, pero todavía no cumplía lo dieciocho siquiera. Tendría que afeitarme más seguido...
Sage A. Noble
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Si él está sorprendido con mi pregunta, a mí me descoloca totalmente que sea él quien pertenece a uno de esos niños. ¿Qué demonios hace un esclavo en la puerta del Royal? ¿Qué hago hablando con uno como si nada en medio del patio de la escuela? Claro que él no me hubiera hablando, si yo no empeza. Él no tiene derecho a dirigirnos la palabra si no le damos permiso, y si su amo le prohíbe hablar con otros, debe acatarlo. Estos pensamientos no me corresponden, los traigo por crianza. Por un segundo de pánico me preocupa lo que puedan pensar mis compañeros si me ven, y al siguiente no me importa, me giro hacia el chico y actúo con naturalidad. Mantener la compostura es la máxima que rige mi vida, que no se note lo que me perturba, me asombra o me debilita. Puedo improvisar sobre la marcha.

¿Cuántos años tiene tu niño?—. «Maldición, Synnove. ¿En serio persistirás en tu acecho? », la voz de mi conciencia se queja por mi comportamiento inapropiado. No pierdo nada con intentarlo, es solo un esclavo y no creo que vaya a contarle a su amo que una rubia del Royal comenzó a hacer preguntas inadecuadas, se meterá en un lio que puede ahorrarse si simplemente olvida el episodio. Además, mis preguntas no dicen nada, pueden aparentar que son pura curiosidad y no dudo en poder inventar una excusa para justificar mi interés.

Recorro mis ojos por la cara del chico, si lo hubiera mirado dos veces antes de hablarle me habría dado cuenta que nunca lo vi en el colegio. Lo que a veces me choca de todo esto es que entre las caras que veo todos los días, sean magos o sean humanos, haya chicos de mi edad que asienten a lo que le dicen y agachan la cabeza, cuando a mí mis padres me enseñaron colocando un dedo bajo mi barbilla que desde esa altura tengo que mirar a los demás si no quiero que me menosprecien. Y el consuelo de muchos magos que están en lo más bajo de la jerarquía de poder en esta sociedad, es que siempre habrá alguien más abajo, un esclavo. —¿Cuántos años tiene tú?— le preguntó, con auténtica curiosidad, pero en una octava mucho más baja porque no quiero que nadie me escuche hablándole de esta manera.
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Sage A. Noble
Fugitivo
La rubia… o bueno, ¿se podía llamar rubio a su color de cabello? Era demasiado demasiado claro como para ser rubio, pero no lo suficiente como para confundirlo con el blanco. No estaba seguro de haber visto antes a nadie con su color de cabello e inevitablemente, me llama la atención. De haber estado en el mercado de esclavos, probablemente hubiese llevado una mano a su melena, tratando de descifrar si ese era un color natural o si se había obtenido por medio de tintes, o magia. Sin embargo, estando en mi posición a duras penas y podía mirarla por más de unos pocos segundos.

- Eh… casi catorce. - Y no estoy seguro que sea correcto contestar, pero el cumpleaños de Hero era de conocimiento público. Claro que de ahí a que la muchacha me asociase con la hija de la ministra había un largo trecho, pero lo prefería. No quería que pensaran que daba información sensible de mis amos a cualquier extraño que pasara por ahí. Aunque si estaba en el Royal… ¿Sería un familiar? ¿una alumna? ¿una esclava como yo?

Me moría de ganas por consultarle qué diablos era, pero me vuelve a inquirir y hago una mueca antes de responder. - Tengo diecisiete, creo… - un año más, un año menos. La verdad es que la edad no hacía mucha diferencia en mi caso. No tenía idea de cuántos años tenía en realidad, pero no es una información que me fuese a servir de algo, así que nunca me había molestado demasiado en tratar de averiguarla. Tampoco es que hubiese logrado encontrar algo más que varias frustraciones si es que me ponía eso como meta. - Disculpe que le pregunte, ¿pero por qué me está hablando? - aprovecho a consultar con rapidez antes de que pueda seguir cuestionándome. - No quiero faltarte el respeto, es solo que no se si necesita algo o solo está matando el tiempo. - ¿Qué otra cosa podría estar haciendo con un esclavo como yo?
Sage A. Noble
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«Catorce años». Esa edad sobrepasa por poco el margen que estoy manejando, tengo que descatarlo porque no hay manera de que sea el niño que estoy buscando. No cuando un número alto de niños en el Royal sí están en el rango que busco. Estoy perdiendo el tiempo, esta charla se volvió innecesaria para dar con la identidad de mi hermano o mi hermana, y es que… ¿Cómo pude creer que las casualidades harían que coincidiera con este niño? En cambio, me tienen hablando con un esclavo. Lo que sí puede que sea un patrón erróneo en mi vida que insisto en tener. Tendría que acabar con la charla y poner distancia, la que corresponde de acuerdo a nuestros estatus y al hecho de que estamos en el patio de la escuela.

Sin embargo, me choca un poco saber cuántos años tiene. Somos cercanos en edad y cuesta imaginar que podamos tener vidas tan distintas. Esos diecisiete años bien podrían ser los de un hermano menor si mis padres hubieran querido tener otro, y pese a que me cuesta imaginar el día a día con otra persona que invade mis espacios, usa mis cosas y me molesta en el almuerzo, también hay mucha soledad en haber crecido sola en una casa casi vacía. Claro que mis penas son pura niebla si las comparo a un adolescente que creció en un mercado de esclavo y tiene que servir a otro adolescente. Esa empatía extraña es molesta, muy molesta.

Pretendo adoptar una pose más altiva cuando me interroga sobre mis intenciones de esta charla, porque su pregunta es válida y me han enseñado que debo demostrar seguridad ante los esclavos. — Estoy buscando a un niño— respondo. No es correcto solo charlar con un sirviente para “matar el tiempo”, pero me atraganto antes de hacer un comentario mordaz con eso, porque algo me detiene a ser despectiva con una persona de mi misma edad. Y claro que puedo serlo, con quienes se lo merecen, con quienes fueron tan cretinos como para merecerlo. Pero, ¿este chico? Me digo que es compasión. Si describo así a mis sentimientos, todavía rescato para mí un poco de la superioridad pedante de los magos. — Es un niño o una niña, con poco menos de doce años. Su madre lo cría sola— comienzo a mentir, porque supongo que mi hermanito lleva el apellido de su madre. —Somos parientes, lejanos. Me da curiosidad conocerlo—. ¿Por qué soy tan estúpidamente honesta? Porque no sé qué puedo obtener de esto, tal vez algo. — ¿Tu amo puede molestarse si te ve hablando con alguien?— consulto. — ¿Es alguien con quien podría tener problemas?— sonrío un poco, porque quien sea esa persona, es menor que yo y suelo conservar la autoridad por encima de los más pequeños.
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Sage A. Noble
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Bien, no era una esclava, eso me daba una leve sensación de seguridad ya que no me era difícil adoptar la postura cordial y complaciente que debía mostrar ante otros magos. Claro que no podía pasar a confundirme con la pared como siempre trataba de hacer, pero al menos me era más sencillo el saber como tratarla. O lo más cercano a eso si consideraba que no tenía idea de por qué me estaba dando a mí información de algún tipo. ¿Y qué podía saber yo acerca de un niño? A menos de que fuera el idiota de Patrick, su amigo que no me parecía tan insoportable, o el otro con anteojos que parecía temerle a su sombra.

- Un segundo… ¿Quiere encontrar a alguien sin saber su sexo, edad o siquiera su nombre? - ¿Está demente? Además, no entendía cual era su plan exactamente. ¿Venir todos los días a la puerta del colegio e interrogar a todos los que pasaran con esas características? - Si ese es el caso, en el departamento de Asistencia Social pueden ayudarla un poco más… Aunque no conozca a nadie con esa descripción, tampoco podría decirlo sin autorización de mis dueños. - Aunque estaba convencido de que, si Hero escuchaba la historia de la rubia, posiblemente se pusiera en campaña para tratar de ayudarla. No por interés en sí, sino porque le gustaban las historias que tenían algún tipo de drama familiar, o algún desengaño amoroso.

Como si estuviese leyendo mi mente, me pregunta por mi dueña y me descoloca unos segundos. ¿Se molestaría? Sí, Hero es alguien con el que cualquiera, si ponía el empeño suficiente, podía tener problemas. La niña tenía a casi todo Neopanem agarrado en su dedo meñique solo con mencionar su apellido, pero como había pensado antes, lo máximo que podría hacer, es interesarse por la historia de la rubia. - No sé si problemas es la palabra adecuada. Y tampoco creo que se moleste siendo que usted se refirió primero a mí. ¿No la estoy importunando yo?, ¿verdad? - Consulto con curiosidad, ya que, de estar siendo un incordio, me retiraría al otro lado de la puerta para esperar a la pelirroja. No había forma que ella se ganase algún problema al estar hablando con un esclavo, generalmente las situaciones de este tipo eran al revés: los esclavos éramos los que nos ganábamos los problemas.
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Así como lo plantea suena un poco descabellado. ¿Solo un poco? No hay escalas mínimas para esto, es absolutamente descabellado estar preguntando por un niño que desconozco a la primera persona que me hace conversación en el patio de la escuela, por más que la seguridad de que no irá nada porque es un esclavo mantenga mi curiosidad inaudita fuera de los oídos de mis directores. ¿Asistencia Social? ¿Está bromeando conmigo? Resoplo y por nerviosismo reacomodo el ruedo de mi blusa, con la mirada revoloteando entre la multitud con tal de no mirarlo de frente.

Me siento avergonzada, y lo peor, es que me siento así delante de un esclavo. No por todas las normas un tanto estúpidas que me enseñó mi madre sobre la adecuada y correcta relación entre magos y humanos, sino porque este chico jamás me juzgaría de palabra porque no puede hacerlo. De todas maneras, logró hacerme sentir un tanto idiota. ¡A mí! Que tengo un excelente expediente en el Royal y otros méritos parecidos. La merecida vergüenza que recibo por actuar como acechadora debe bastarme una única vez, no necesito repetir la experiencia para ver que hay grandes fallas en esta táctica. Si quiero que mi inteligencia empiece a ser respetada, debo buscar otra manera de abordar lo que mueve mi curiosidad. — De acuerdo, de acuerdo— hago callar al chico. — Puedes olvidar lo que acabo de decirte, no se lo menciones a nadie, no fue nada.

Con suerte yo también olvidaré el episodio en unos días, creo en eso de que la memoria entierra el bochorno que nos provocan algunas situaciones para que podamos salir al día siguiente de nuestra cara, enseñando la cara limpia. Compruebo por encima del hombro del chico que nadie esté mirando en nuestra dirección, sin testigos también es más sencillo fingir que algo nunca ocurrió. — No, no me estás importunando— bufo, porque no quiero que lo plantee así cuando soy yo quien vengo con mis preguntas extrañas. La asimetría de rangos me permite proseguir con la conversación para saldar una curiosidad diferente. — ¿Desde hace cuánto tiempo eres esclavo? Tienes muy buenos modales para ser tan joven—. Echo una mirada reprobada a un grupo de chicos que están haciendo la especialización conmigo. —Y verás, es que estoy acostumbrada modales más burdos por parte de todos los que están por debajo de los veinte— suelto un suspiro hacia ninguna dirección. — Adolescentes— me quejo, como si yo fuera una anciana usurpando este cuerpo.
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Sage A. Noble
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Pese a que trato de no pasar demasiado tiempo observándola, me encuentro mirándola de reojo más veces de las que me gustaría, demasiado curioso por su dilema, y sin entender del todo sus reacciones. No estaba siendo impertinente, ni en exceso condescendiente, ni nada que pudiese ganarme el resoplido que suelta. Pero no todos eran Hero, y había magos que podían ser más sensibles o quisquillosos, y eso no era bueno para mí. No quería arriesgarme a un castigo por culpa de una rubia temperamental sin indicaciones claras.

- ¿Qué? - La cara de idiota se me queda plasmada de golpe, pero no entendía el cambio de actitud en cuestión de segundos.- Uhm… de acuerdo. - No estaba seguro de que tan verdad era lo que acaba de decir porque, mal que mal, no veía qué es lo que tenía que ocultar de un asunto. No es como si me hubiese dado algún tipo de información peligrosa, ¡ni siquiera sabía su nombre! y mucho menos conocía al niño que parecía estar buscando. Dudaba que fuese a callarme el encuentro, no en las cocinas al menos. Teníamos pocas distracciones y cualquier novedad era siempre bienvenida.

Al menos me asegura que no me considera un incordio, lo cual me relaja y por poco me hace soltar un suspiro de alivio. Mejor para mí. - ¿Oficialmente? Cerca de quince años… un poco más o un poco menos. - Me era difícil hacer las cuentas cuando no tenía información certera de las cosas. Ya no quedaba nadie que pudiese informarme correctamente sobre las fechas de cuándo llegué al mercado y bueno, me había resignado. - Teniendo dueño van tres, casi cuatro años. Pero los buenos modales son casi que un requerimiento. - La edad no era excusa. Yo podría decirle que había visto muchos adultos sin modales, pero eso era desde mi punto de vista, y para ellos no era necesario el tener buenos modales con los de nuestra clase así que. - Aunque debo decir que ciertamente parece una persona joven. ¿Tiene más de veinte? - Y no me atrevo a decir más, porque ya suficiente me he pasado al preguntar abiertamente cuando no me lo pidió.
Sage A. Noble
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Mis ojos se demoran unos segundos más sobre los muchos rostros que llenan el patio del colegio, dando por perdida esta causa sobre la que no espero prontas certezas. No insistiré con el chico, que acepta mi renuncia al tema con la obediencia que se espera de alguien que no puede cuestionar nada. Me abuso de eso en esta ocasión, porque otra persona no me permitiría salir de esta conversación sin que responda a un par de interrogantes debido a mi extraño comportamiento. Son los modales prudentes del chico los que me intrigan porque fui hija única donde no podía cambiar nada de lugar si no quería que eso diera un síncope a mi madre, fue en la escuela cuando me di cuenta que por lo general, los otros niños no responden con una sumisión predecible a que se queden quietos en un sitio.

«Quince años», repito mentalmente. El cálculo es fácil de hacer, tenía dos años cuando le dieron la etiqueta de esclavo en un mercado. Miro las puntas de mis botas cortas en lo que dura un segundo demasiado largo, como si estuviera meditando profundamente en algo que no llega a tener un sentido claro para mí. Si tiene un amo desde hace tan poco, toda su infancia y casi adolescencia la pasó en el mercado. —¿Creciste en el mercado? — inquiero, para tener su confirmación.  Echo un vistazo a la fachada del Royal y el contraste entre ambas instituciones es tal, que cuesta actuar natural en esta suerte de coincidencia. Nuestro colegio es elegante, mucho más que el Prince, si bien es una percepción basada en el aire que envuelve a sus estudiantes y no en el edificio y el mobiliario. Es un bonito lugar para que todos los niños protegidos por los Niniadis florezcamos como magos y brujas mejores que nuestros antecesores, porque tenemos muchos más derechos que ellos. Y esta es la cuestión de los derechos… los conquistamos quitándoselos a otros. Estudio leyes, pero no memorizo los códigos. Como me gusta en verdad, pienso mucho sobre todo.

Voy a cumplir veinte dentro de poco— el tono que uso es como si quisiera reafirmarme con seriedad, falta que levante un poco más la barbilla y enderece mi espalda para ganar unos centímetros de más. — Dentro de diez meses— agrego, en una octava más baja, luego de hacer la resta mental. Hubiese sido más correcto decir que tengo diecinueve desde hace dos meses, los cumplí en marzo. No encuentro inadecuada su pregunta, la asumo con naturalidad, y eso que todavía no pierdo de vista de que este chico al fin y al cabo es un esclavo. Es solo que… los esclavos no son invisibles para mí, no importa que serlo esté dentro de los “requerimientos”. Puede que sea porque gran parte de mi vida la única persona que tuve para hablar en mi casa era un esclavo, lo siento normal. Si bien a esa persona terminé expulsando de mi vida. Me quedo callada, mis ojos están puestos en el rostro del chico y al final pregunto: —¿Cómo te llamas?—. Pienso ponerle un nombre a esta cara, por más que no vuelva a verlo, si acaso lo veo otra vez en este patio y no hay razón para hablarle. Es como si estuviera viendo a través de un espejo y sé que esa sensación persistirá unos días.
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Sage A. Noble
Fugitivo
Asiento con la cabeza ante su pregunta, mirando distraído a la multitud de rostros que se apiñan en el patio, tratando de divisar la conocida mata de cabello pelirrojo de mi dueña. - No tengo magia, así que no había muchas opciones para mí. - De haber nacido dentro del régimen actual, probablemente hubiese nacido en la casa de algún mago, siendo esclavo de una familia desde nacimiento. Al no haber sido ese el caso, mi padre fue comprado por separado ya que ¿quién compraría a un padre junto a un hijo que no tenía la edad para ser de alguna utilidad? - Me criaron los esclavos de allí, eran ellos los que me enseñaban el cómo comportarme, y bueno… todo en realidad. Nosotros no tenemos instituciones como estas en las cuáles podamos formarnos. - Me arrepiento de mis palabras ni bien salen de mi boca, pero ya es tarde. Era obvio que la única cosa que de verdad envidiaba a los de su clase, terminaría escapándose en algún momento de mis labios. Al menos el comentario es más bien inofensivo, y menos crítico de lo que podría haber sido.

Cuando me dice mi edad me siento inevitablemente estúpido por haberla tratado de usted todo este tiempo, cuando solo es dos años más grande que yo; aunque supongo que, si no me corrigió con antelación, tan errado no debía estar en mis tratos. - Gracias por responder. - Me limito a contestarle, solo porque no quiero que se me vuelva a escapar el tema de la persona que está buscando. Con diecinueve dudo que algún hijo suyo pueda estar en la institución, así que mi apuesta más fuerte corresponde a algún primo o hermano. Que sigue sin ser una pista que aporte a nada. Ni siquiera podía guiarme con la genética si consideraba que una de las esclavas del mercado había parido un hijo albino siendo ella casi del color del chocolate.

Titubeo un poco cuando me pregunta por mi nombre, tratando de sopesar si me podía afectar en algo que la rubia tuviese esa información. - Sage… Me llamo Sage Alexander Noble. - Contesto al haber decidido que no había nada que pudiese pasarme solo de compartir ese dato. Además, llevaba tiempo sin introducirme a otra persona y en cierta forma lo extrañaba. En mis épocas en el mercado me encantaba conocer gente nueva (aunque muchos no se mostrasen amigables) y nada me gustaba más que introducirme con mi nombre completo. - ¿Y usted? ¿Cómo se llama? - Es una pregunta más bien cordial, y ni siquiera hace falta que la aclare que no tiene que sentirse obligada a contestar.
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Pues, que no tenga magia es una obviedad entre nosotros que me hace sentir mal por pensarlo de esa manera. Claro que no lo digo, no estoy dentro del grupo de magos a los que les gusta señalar a los esclavos de qué carecen ellos y qué tenemos nosotros, en todo caso me gusta señalarle a otros magos y brujas de que carecen ellos, en especial compañeros de mi especialización a los que les sobra galeones y les falta neuronas. La naturaleza da y quita con más justicia de la que nosotros nunca podremos alcanzar. Como hice la pregunta y obtengo una respuesta de su parte, más no sea por la obediencia que rige la conducta de los esclavos con todos los mágicos, me encuentro interesada en lo que cuenta sobre una realidad que desconozco por completo, de la que jamás me habla mi padre pese a ser su trabajo y en la que me parece inadecuado profundizar porque apenas si es la primera vez que hablo con este chico.

Vuelvo a echar un vistazo al Royal cuando acaba su explicación y me convenzo de la vida afortunada que tengo con todas las comodidades y algunos lujos caros. —Fueron algo así como… ¿una familia?— pregunto. Dice que lo criaron desde los dos años, a esa edad apenas si sabemos llamar a nuestra mamá o a nuestro papá, somos incapaces de hacer casi todo pero dados al peligro de querer experimentar todo. Habrá sido difícil para esos esclavos criar a un niño tan pequeño… y mantenerlo vivo. Para un destino también como esclavo. En casa, en cambio, nunca tuve más familia que papá y mamá, y a veces ni siquiera los tuve. Supongo que a mí también la naturaleza me dio en algunos aspectos y me quito en otros. Y pensarlo, decírselo quizás a un esclavo, es casi una falta de respeto hacia él. Es imposible mentirse cuando los tienes enfrente, una infancia en el Capitolio jamás sonará triste si la compara con una en el mercado. —Sí… bueno…— cambio mi peso de un pie al otro por la incomodidad de recibir su agradecimiento. —No es un secreto de Estado.

Y presentarme con alguien, sonsacarle sus datos más básicos, no tendría que ser un episodio tan raro. No me hace raro compartir los míos. Salvo que lo haga para luego poder denunciarme con sus amos por preguntar como una acechadora por un niño y tenga mi identidad para que ellos inicien una demanda. ¿Y si el padre de su amo es alguien del departamento de Seguridad? —Solo si prometes no decirle a nadie que anduve haciendo preguntas extrañas... Me llamo Synnove Amalie Lackberg— respondo al final de cuentas con la misma solemnidad que él al decir cada nombre. Decido no escuchar a mi paranoia estúpida. —Tienes un nombre muy particular— opino. —¿Sabes qué significa Alexandre?— inquiero, esperando a que me diga qué sabe al respecto antes de compartirle lo que yo sé.
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Sage A. Noble
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¿Qué extraña obsesión tenía la gente con las familias? Eran algo de lo más común, pero cuando se encontraban a alguien que no cumplía con la estructura que se habían auto impuesto, se revolucionaban de alguna manera, y terminaban tratando el tema como si fuese algo de lo más delicado. - Algo así… - Una familia muy grande, que hablaba en idiomas que en ocasiones no conocía, y a los que raramente volvía a ver. - Eran más bien… como el tío borracho de las fiestas. - No que hubiese tenido mucha experiencia con ellos, pero me gustaba la expresión y la idea que representaban esos personajes. Además, no es que la cosa distara mucho de lo que había dicho. La mayoría del tiempo el hambre los mantenía en un estado de ebriedad constante, si no era por el alcohol barato que algunos podían conseguir al cobrar un par de favores.

- No lo decía por la respuesta en sí. Más bien era por el hecho de contestar. - De contestarME. Una acción sencilla que no solía obtener de nadie más que de mi dueña, o de los que estaban a la par mía. Una acción simple, pero que debía agradecer porque de alguna manera, que un mago se dignase a contestar la pregunta de un esclavo, se consideraba un gesto amable. Aunque bueno, la verdad es que estaba rodeado de magos importantes, y se que hay algunos que consideraban que cualquiera (sea mago o no) debía agradecer que se les dedicase una gota del tiempo que poseían. Las desventajas de servir a la familia más importante de Neopanem, era que estaban rodeados de gente que, cuanto más dinero, más desagradables podían ser.

- ¿Preguntas extrañas? Yo no he escuchado ninguna. - Trato de asegurarle con toda la gracia que puedo en esos segundos. Creo que su apellido me suena de algo, lo cual no significaba mucho si consideraba a cuántas personas conocía, pero no me preocupa demasiado. Si no me vino a la mente en seguida, probablemente no sea nada. - Una vieja esclava del mercado tenía ascendencia griega. Me dijo que era “protector de los hombres” o algo así. Mi nombre entero tiene más pomposidad y significado que el que yo tengo en mi meñique. - Y no es chiste. ¿Sabio, noble, protector de los hombres? Tal vez mis padres creían que tendría un excelente futuro antes de… bueno, antes de todo.


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La fantasía de lo que conocemos como familia se disuelve entre nosotros. Mis labios se tuercen en una sonrisa que trato de contener por su manera de describir a las personas que lo criaron, tengo que apartar mi mirada de su rostro para suspirar lo que no puede ser una carcajada. Su comparación es un detalle más bien pintoresco dentro de lo que deben ser altos muros grises. Acomodo un mechón de cabello detrás de mi oreja que vuelve a caer contra mi pómulo mientras me recompongo, permitiendo que el tiempo pase tras sus palabras sin contestar nada. Una crianza en el mercado de esclavos será para mí algo impreciso de abarcar con mi imaginación, por mucho que la haya nutrido en estos años. Lo que pueda decir será desacertado en cada ocasión, y me han enseñado que llamarme al silencio puede ser una muestra más fehaciente de inteligente que hablar por hablar.

Fallo a esta máxima que me inculcaron cuando insisto en conversar con un esclavo más allá de los intercambios necesarios de un encuentro. —Puede ser que hablo un poco más de la cuenta— me explico, aunque nunca me había visto a mí misma como una charlatana. Paso más horas a solas y en silencio, en el colegio o en mi casa, que no se puede decir de mí que hable hasta los codos. Tengo que admitir por dentro, en el recoveco más oscuro de mi mente, que tiendo a simpatizar con los esclavos, porque si este chico fuera un mago nuestra conversación hubiera virado en otras direcciones y no creo que hubiera durado más que dos minutos en un presencia, una vez obtenida la respuesta inicial que buscaba. Me agrada, en verdad, que diga que no sabe a qué preguntas me refiero y esta vez sí sonrío mirándole de frente.

Al decirle que su nombre se me hacía particular, es por su significado y por lo impensado que resulta en un esclavo. A los elfos domésticos se les pone apodos que podrían ser usados en kneazles u otro tipo de mascotas, con los esclavos humanos sucede que una gran mayoría traen sus nombres con pasado y si alguien decide creerlo, también con una estrella de destino. Eso es más una cuestión personal, me intriga pero no creo que determine nada. —Eso mismo, es el defensor de los hombres. Hubo muchos hombres con ese nombre famosos en la historia y también mujeres. Y una ciudad, conocida por su maravillosa biblioteca, que fue destruida y quemada— esto se lo cuento casi un susurro. Hay fragmentos de la historia que están prohibidos de seguir siendo difundidos, y como su educación corrió a cuenta de esclavos no sé qué tanta cultura tiene de su propia ascendencia. —Y sí, puede que sea cierto. Eres muy agradable para ser un Alexandre— y correcto para ser un esclavo. Prefiero decir que es agradable, a referirme a él como obediente, porque no tiene por qué mostrarme sumisión. Me quedo con la duda de saber qué significa Sage para no ser tan invasiva.
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No estaba seguro de que la rubia pecara de charlatana, aunque claro, mi opinión era completamente subjetiva. Llevaba tres años trabajado para Hero y estaba seguro que jamás en la vida conocería a alguien que hablase tanto como ella; al menos con el tiempo sus charlas se volvían menos tediosas y narcisistas, todavía la recordaba con once años y esa había sido una experiencia que no deseaba repetir bajo ningún aspecto. No hago ningún comentario y me limito a encogerme de hombros de la manera más respetuosa que puedo para que no parezca un gesto vulgar o desentendido. Es difícil todavía el definir del todo como debía comportarme frente a los extraños que no tenían un rango determinado.  

- Alejandría, lo sé. La misma vieja griega me contó sobre ella, y sobre Alejandro Magno. - No digo mucho más por miedo a estar hablando de algo que no corresponde. No sabría si ese tipo había sido mago o no, pero era conocido en el mundo de los muggles como nosotros, y eso era suficiente como para que un auror lo considerara una actitud indebida. Más aún en frente del colegio más reconocido de todo Neopanem.

- Gracias, supongo. - ¿Se supone que debía ser un cumplido? No conocía otro Alexander más que el conquistador aquel de hace miles de años, y no estaba seguro de que me cayera del todo bien tampoco. - ¿Tu nombre significa algo en particular? - No es uno que hubiese escuchado nunca antes, así que suponía que debía tener un significado más interesante que el de mi nombre.
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Quisiera preguntarle cuánto sabe de Alejandro Magno, que seguramente es más de lo que yo sé, y si no lo hago es porque esta charla se siente incorrecta de algún modo, como si estuviéramos tocando un tabú. Aprieto mis labios en una línea que no deja pasar palabra, me callo mi intriga. Estamos en el patio de mi colegio y no se mencionan muggles en este sitio para proteger los oídos tan sensibles de los niños que podrían interesarse por una cuestión indebida, y el problema es ese, la curiosidad puede llevarnos por lugares que nunca deberíamos visitar y de los que luego no podemos regresar.

Me excuso ante mí misma diciendo que no hay nada de malo en hablar sobre nombres. —Significa «regalo del sol»— le cuento. En un gesto involuntario alzo mis ojos al cielo sobre nuestras cabezas buscando el resplandor del sol entre el campo de nubes. —Lo eligió mi madre sin saberlo, me enteré hace unos pocos años de su significado— explico. Sujeto un mechón blanco de mi cabello entre los dedos, es de un rubio tan pálido que parece cubierto de nieve. No veo la intensidad del sol en ninguno de mis rasgos. Lo suelto y sigo hablando en un tono muy bajo:—Es un nombre noruego. Es de donde provenimos los Lackberg.

No conozco el país que nombro, no hay fotografías guardadas por mi padre y tampoco ha tenido el gesto de compartir anécdotas, ni siquiera cuando era niña y parecía un poco más dedicado a mí. Hablar de Noruega es tan remoto como hablar de Grecia. La anciana que educó a Sage mantiene una memoria vida de su origen, pero la mía está limitada por las fronteras de los distritos y mi nostalgia es real, pero vaga. —¿Cuántos años tenía la mujer griega?— pregunto. Me apeno por adelantado de esa anciana en la miseria del mercado y dudo de que la haya tomado algún amo, que siempre los prefieren más jóvenes para los trabajos. Existe una probabilidad alta de que haya muerto en ese lugar y vacilo antes de expresar mi duda. —¿Seguía allí cuando te fuiste?
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Era una pena que su madre no se haya percatado del significado del nombre de su hija ya que parecía algo bastante bonito de pensar. Siendo que mi nombre era una de las pocas conexiones que de verdad tenía con mis padres, me gustaba creer que las cosas las habían hecho por una razón, o tan siquiera por alguien en particular en lugar de creer que había sido cosa el azar. De chico me gustaba inventarme familiares al azar, tíos que no existían, abuelos que jamás conocí, nombres y personalidades que probablemente no se acercaran ni remotamente a nada ni a nadie que pudiese haber formado parte de mi familia, pero que me ayudaban a sentir que pertenecía a algún lado. Claro que luego crecí y mi interés por las personas que me rodeaban superó al que tenía por los personajes de mi mente, y terminé por olvidar el pequeño hábito de inventar gente dentro de mi propia soledad.

- Nunca he salido del país, y si tengo que ser sincero, salvo por cosas que me contaban de Grecia, Italia o Egipto, tampoco conozco mucho de Europa, lo siento. - Creía que Noruega se hallaba en ese pequeño continente, pero no estaba seguro y no iba a fingir solo por mostrarme como alguien interesante, o por mero aburrimiento. - ¿Tienes muchos familiares? - Es una pregunta válida si cuento en dónde había estado mi interés en estos últimos minutos.

Nunca imaginé estar hablando sobre mi vida, mi nombre, y las costumbres del mercado con una completa desconocida frente a las puertas del Royal, pero a su vez me sentía extrañamente fastidiado de que toda la situación me resultase sorpresiva. - ¿Noventa? ¿noventa y cinco? No estoy seguro, la vieja Alethea nunca quiso decir su edad. Solo decía que era tan griega como el baklava. Y no sé si lo probaste, pero lo último que piensas al comer baklava es en una anciana de noventa años a la que apenas le quedan los dientes. - Había cocinado la receta del libro de postres de Hero, y había tenido que probarlo para ver que estuviese bien, claro. - No no, a ella la compraron hace cinco o seis años. Decían que era muy buena cocinando, así que la compraron pese a todo.
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Tampoco he salido del país— contesto haciendo un eco de sus palabras, —ni me han hablado mucho de lo que hay por fuera de NeoPanem, a excepción de lo poco que comparten en la escuela— echo una mirada al impresionante edificio que nos cubre con su sombra. Nos han contado la historia oficial, nos formaron con ese relato, que al hablarme de Grecia, Italia y Egipto puedo imaginarlas como tierras imprecisas. Noruega es un punto en un mapa de mi mente al que fantaseo con llegar a veces, sabiendo de esa imposibilidad. —Así que lo siento, yo también— y no le estoy pidiendo disculpas, sino lamentándome de estos lugares ahora sean fantasmas en nuestra conversación. Meneo la cabeza de un lado al otro, conteniendo un suspiro, y se me da natural responderle. —No, solo mis padres. Y tal vez…— se me hace fácil continuar:—un hermano.

Al saber la edad de la anciana griega que lo instruía en el significado de su nombre, mi sorpresa es mayúscula y hay una auténtica admiración en el hecho de que esté tan cerca de alcanzar el siglo de vida. Sus ojos habrán visto tanta historia, pienso en lo mucho que me gustaría dibujar un rostro así, la emoción me provoca cosquillas en las palmas de mi mano. —Me gustaría tanto poder conocerla…— balbuceo, con un anhelo personal, más para mí que para los oídos de Sage. —Nunca he probado el baklava— sonrío y no me detengo a pensar en lo que sale de mis labios: —Le pediré a Sami que lo prepare, sabe cocinar casi cualquier cosa en el mundo—. Tengo un momento de turbación al mencionar a mi esclavo a otro esclavo, quizá porque no estaba cómoda con tener uno, hasta que conocí mejor a Sami y su presencia en casa se volvió una compañía real. Mis facciones se suavizan por el alivio al saber que Athenea fue comprada, que no murió en el mercado, que alguien la eligió porque vio un talento en ella y quizás pueda perdurar en la memoria con esa imagen. Para siempre una anciana de casi cien años, cocinando y tan parecida al baklava. —Espero que esté en un buen lugar— lo digo con honestidad, se me nota en la voz. Cambio mi peso de un pie al otro. —A todo esto, ¿también te dijo que significa Sage?— pregunto al final de todo.
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No me sorprende que en su entorno se callen sobre cosas que suceden, o sucedieron en el exterior. No era muy normal escuchar relatos de antaño en las calles, y el mercado era una excepción en sí misma. Todos los que estaban allí querían tener un sentido de pertenencia y se aferraban a todo lo que les diese algún tipo de identidad al haber sido despojados de su libertad. Mi caso era uno particular, no tenía casi ningún tipo de recuerdo fuera de los que compartía con la gente del mercado, o más tarde en la casa de los Niniadis. Era de chico cuando me gustaba imaginar escenarios imposibles, ahora tenía los pies sobre la tierra y me limitaba a actuar de modo en el que no tuviese problemas.

- ¿Tal vez? - La pregunta se me escapa sin que pueda detenerla, pero luego de pasar los últimos minutos charlando con ella no me preocupo tanto como lo habría hecho al inicio. Si no quería responderme no lo haría y ya, dudaba que me acusara de comportamiento inadecuado por una pregunta así de inocente. Pese a todo, suelto un leve “lo siento” solo por si acaso.

¿Conocerla? ¿Quería conocer a una esclava? - No tengo idea sobre qué fue de ella, pero si la llegas a conocer en algún momento te recomiendo hablarle a más de veinte centímetros de distancia. - La falta de incisivos hacía que su saliva saltara al momento de hablar, y cuando eras un niño pequeño que apenas y pasaba el metro veinte… no era una conversación del todo agradable. - Es un buen talento a tener, yo solamente me guío por un libro de recetas, pero creo que tan mal no se me da. Aunque si quieres seguir por lo internacional, el tiramisú es uno de mis favoritos. - Los postres eran un terreno neutral que desde hace ya unos meses formaban parte de mi día a día y me entretenían más de lo que hubiese podido pensar. - No, pero es inglés. Quiere decir “sabio” o algo así. Como dije, muy pomposo…
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Puesto que hace unos pocos minutos le había preguntado por un niño que ninguno de los dos conoce, explicarle que ese mismo era el «tal vez un hermano» al que me refería, solo haría que cada cosa terminara por encajar en su sitio y él lo comprendería. Pero ni el lugar ni el momento se prestaba para explayarme en las circunstancias que atravesaban a mí familia, si tenía que resumirle acabaría por decir que mi padre tenía una vida paralela a que llevaba conmigo y con mi madre, ¿y en serio quería decir eso a las puertas del Royal? Nunca me habría planteado decírselo a una compañera de clase, la única amiga que tuve con esa confianza se fue hace unos años, y jamás admitiría las fallas de mi vida ante ninguno de estos chicos criados en la cuna de oro que eran los distritos más ricos de NeoPanem. Sí dude en decírselo al chico que tenía a mi lado, pensé en hacerlo, al final sólo me encogí de hombros. —No lo conozco aún— y esa última palabra que acompaña a las anteriores es una esperanza.

Como encontrar a la esclava griega de la que me habla Sage, guardo el dato por si me resulta de utilidad algún día, no lo sé. Puede que visitando casas de compañeros coincida con la mujer, lo que me exigiría ser un poco más sociable, porque mis tardes después del colegio me las pasado encerrada en mi pieza dibujando sino es en el instituto, haciendo lo mismo. —Con todas esas referencias espero poder reconocerla cuando la vea— decirlo, formularlo como una posibilidad, lo vuelve un tanto real. Ahora me temo que entre los rostros de mujeres que veo en la calle, en los paseos, fuera de las tiendas, estaré buscando incansablemente un rostro que tal vez nunca vea y al que no todos los demás no puedan compararse. Hasta ahora nunca me aventuré en hacer un retrato a partir de lo que alguien me cuenta, pero podría intentarlo esta vez. Y quizás si vuelvo a ver a Sage, mostrárselo para que pueda juzgar el parecido. Lo miro de reojo, no le digo nada al respecto.

A mí se me da fatal— comparto. ¿Qué tan extraño es que esté hablando de mi falta de habilidades culinarias en esta situación? —No sé seguir instrucciones simples. Una vez en primer curso, un compañero me dijo que era inteligente para la escuela, pero una tonta para las cosas sencillas—. Lo había dicho porque aprender a volar me costó un par de clases y caídas, y por supuesto, lo hechicé para demostrarle que en encantamientos era excelente. Estos detalles me ahorro. Fue de las pocas excepciones en que usé mi varita para defenderme. Sobre inteligentes, tontos y sabios, la simplicidad del significado del nombre de Sage me sorprende. —¿Sólo eso? ¿Es su traducción literal? ¿Nada de que en un país con un nombre impronunciable signifique «ojo de halcón» o «el último sabio que bajará de la montaña»?— pregunto, incrédula. Y me río por lo bajo de mi propia expectativa. —Sigue siendo un buen nombre, uno muy bueno— añado.
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Sage A. Noble
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- Lo lamento. - Respondo cuando menciona que aún no conoce a su hermano. Cualquier otro tipo de explicación probablemente solo se hubiese ganado un asentimiento de cabeza, o un leve encogimiento de hombros, sin embargo, con eso de no conocer familiares me podía identificar. Al menos ella tenía un tal vez, yo llevaba años sin uno siquiera, y puede que sea por eso por lo que mi sentimiento era realmente verdadero. Lamentaba que aún no hubiese podido conocer a su hermano sea por las razones que sea.

Dudo que pueda encontrar alguna vez a la vieja, pero no se lo digo para no matar sus ilusiones. - Si la llegas a encontrar mándale saludos de mi parte. Dudo que se acuerde de mí, de todas formas. - Con casi un siglo de vida, la admiraría de ser ese el caso. No muchos podían jactarse de tener lucidez a esa edad. No muchos podían jactarse de tener lucidez, punto.

- Quien sea que te haya dicho que la cocina es sencilla no sabe de lo que habla. Dos personas pueden seguir la misma receta tal cuál está escrita, y aún así obtener dos comidas diferentes. - Y lo decía por experiencia, cocinaba teniendo a Celestine al lado en muchas ocasiones y su talento era realmente envidiable. Seguía cada uno de los pasos que me dictaba y aún así nunca llegaba a igualar algunos de sus postres. - ¿El último sabio que bajará de las montañas? ¿Hay nombres que tengan un significado tan específico?- Es una duda sincera, pero que no creo que pueda ser resuelta en estos momentos porque creo notar a la distancia una cabellera peligrosa apareciendo ante las puertas del edificio. - Lo siento, pero tengo que… cumplir mi deber.
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