El clima parecía ser un reflejo de los ánimos de la nación.

A pesar de que el verano había iniciado con fuertes olas de calor, NeoPanem sufría de una semana de fuertes tormentas. Ese domingo en particular encontró a los distritos del sur bajó un manto nublado, mientras que el centro y el norte del país sufrían lluvias fuertes y vientos fastidiosos.

No obstante, el clima no iba a detener las cosechas. Ni siquiera la momentánea alianza con los rebeldes lo había conseguido.

Eran las diez de la mañana cuando las plazas comenzaron a llenarse. Parecía que había una mayor cantidad de aurores que en años anteriores, quizá porque nadie se fiaba de la capacidad que tenían los extranjeros para presentarse con alguna sorpresa. Lo que tomó a la mayoría de improviso fue el hecho de que los dementores también se encontraban patrullando alrededor de las plazoletas. Su frío parecía fundirse con la desesperanza del ambiente.

Como todos los años, los Edificios de Justicia de cada distrito se coronaban como el escenario donde se lucía la urna de los tributos. Hijos, sobrinos, nietos, hermanos, amigos… Todos los que estaban allí se relacionaban con quienes le habían dado la espalda a la magia y a NeoPanem. Frente a las escaleras, en la Plaza Principal, se alineaban los chicos y chicas que se preparaban para enfrentarse a su suerte.

Todo parecía haber cambiado en el último año y, no obstante, algunas injusticias nunca los dejarían.