Su familia siempre estuvo sustentada sobre secretos. Una pila de estos yacía a sus pies, construyendo los sólidos pilares que conseguían que se mantuvieran en su posición: estables, estoicos, con la cabeza alta, como si cuando cerraban las puertas, tras las paredes de aquella casa, los hilos que tejían el destino de los Hayes no se enredaron cada vez más.

Las posiciones de Astrid y Draven Hayes en una de las empresas tecnológicas más importantes del país facilitaron que sus hijos tuvieran una infancia fácil, normal, ajena a todos sus planes. El distrito tres fue su hogar mientras sus padres llevaban a cabo una lista de delitos que morirían enterrados junto a ellos.

Pero la infancia de Rowan fue fácil. Sentía que, si su madre siguiera vida, sería algo que le recalcaría una y otra vez: “Os dimos todo lo que pudimos cuando erais pequeños”. Y ahí acabaría todo; porque, cuando crecieron, no pudieron darle nada más.

Rowan tenía trece años cuando todo terminó. O empezó. Le carcome la cabeza pensar en esa fecha, en el hecho de que todos jugaron un papel fundamental en lo que consiguió que su vida se viniera abajo.

Su hermano, Victor, siempre fue mucho más curioso que él. Recientemente, se había vuelto miembro honorario de un foro ilegal en el que los usuarios, sin desvelar demasiado, comentaban sobre todas aquellas incongruencias que se llevaban a cabo en el gobierno. Encontró algo: una información poco fiable que, si acababa siendo lo contrario, podría destapar miles de secretos de estado. Victor se lo contó a Rowan, y él a sus padres. Más que alimentar su interés, lo que quería era acusar a su hermano de estar metiéndose donde no debía. Pero consiguió todo lo contrario.

Aquel soplo, aquel rumor, cayó en las peores manos. Junto a sus contactos, sus padres unieron fuerzas para hacer una ataque cibernético a los servidores del gobierno. Antes de que pudieran superar las primeras barreras de seguridad, las alarmas saltaron y los aurores derribaron la puerta de entrada.

Destrozaron todo. La casa, sus muebles, sus cosas. Sus padres fueron ejecutados, igual que todos los que tuvieron algo que ver. Los interrogatorios a Rowan y Victor duraron toda la noche y, cuando entendieron que no sabían nada, los separaron y los llevaron a cada uno con un hermano de su madre.

Sus nombres entraron en las urnas justo el mismo año que los Juegos Mágicos volvieron a ser una realidad. Su realidad durante los tres siguientes años en los que, cosecha tras cosecha, esquivaban el destino al que estaban condenados.