La mañana de verano apenas se podía apreciar desde el interior del Centro de Entrenamientos. Afuera hacía un calor insoportable, pero dentro se mantenían frescos a los aires acondicionados que aumentaban la sensación helada. Los tributos fueron obligados a esperar en una habitación cerrada, en la cual el silencio se movía sobre sus cabezas frente al temor de lo que sucedería a continuación. La idea estaba clara: debían entrar y demostrar, en el menor tiempo posible, lo que eran capaces de hacer. Su puntaje en la tabla de posiciones y las posibilidades de conseguir patrocinadores dependía de ello. Al fin y al cabo, estaban allí para demostrar que merecían el perdón del pueblo y la chance de vivir.

Los fueron llamando uno a uno. Primero a los chicos, luego a las chicas, hasta dejar la sala completamente vacía. Los tributos se encontrarían con la Zona de Entrenamientos dispuesta solo para ellos. Arriba, sobre un palco protegido por una fina capa de hechizos, se encontraban los vigilantes. Magos y brujas expertos en tecnología, dispuestos a evaluar el rendimiento de los tributos que pondrían un pie sobre la arena. A causa de las últimas experiencias con los rebeldes, incluso el ministro Isaac Williams estaba presente. Estaban rodeados de miembros de seguridad, tal y como si estuvieran esperando que algo pudiera salir mal.

Tenían tan solo unos minutos. Era mejor comenzar cuanto antes.

Impresionar gente era mi trabajo, pero estaba por completo de los nervios. Una cosa era saber manipular a un público que conocía a la perfección, porque ya sabía las razones por las que me amaban y lo que les gustaba de mí; y otra a un grupo de adultos mojigatos random que probablemente pensara que era demasiado gay o femenino para ser un chico y usaran eso como excusa para menospreciarme. Ese tipo de comentarios nunca me importaron fuera de aquí, pero ahora, sentía que me habían atado con las manos atadas a la espalda, y no tenía mucha idea de qué hacer al respecto.

Cuando llegó mi turno, aspiré una cantidad desconsiderada de aire, lo mantuve dentro y lo solté bruscamente. Yo era del distrito ocho. Catorce tributos ya habían pasado por delante, habrían hecho sus presentaciones, y seguramente los habrán hastiado hasta más no poder. Lo primero que hice al cruzar la puerta fue evaluar el estado de ánimo del público. Eso iba a darme una idea clara de que tan mal iban las cosas. No estaban ni mirando en mi dirección cuando me detuve frente al cristal que nos separaba, y aclaré mi garganta para llamar su atención delicadamente. En cuanto gané suficiente atención, me presente. — Elliot Turner. Distrito ocho. — Fijé mi vista en uno de ellos, ladeé la cabeza, y sonreí. Sabía muchas cosas sobre mí y también qué tipo de sonrisa necesitas para enfrentarte a personas cuyo único objetivo es acabar contigo lo más rápido posible. No los culpaba. Para ellos solo era un delincuente más de una larga lista. Incluso si pensaba que era injusto que hubiera acabado en esa situación, las únicas personas a las que verdaderamente despreciaba eran las que me habían dado la vida. Ellos sí tenían la culpa, porque eran sus acciones las que me habían llevado a esta situación.

No dije nada más. Podría dedicarme a presumir de cuantas veces mi cara habría estado en las calles del capitolio, promocionando productos que ellos mismos usaron; o divagando sobre si tendrían hijos con posters míos en sus habitaciones o haciendo promesas acerca de que me casaría con cualquiera de sus hijas si me dejaban vivir. Pero la experiencia me había enseñado (y no en carne propia) que más de la mitad de las veces, el ego estaba mejor si lo mantenías escondido. Y no quería sonar absolutamente desesperado, hasta convertirme en solo un recuerdo molesto de alguien rogando por su vida de forma tan patética que estaba dispuesto a venderse a sí mismo. Y lo estaba, pero no quería que ellos supieran eso.  

Caminé hasta la mesa de las armas. La había divisado nada más entrar y evaluar a mi alrededor las cosas que tenía disponibles. Había practicado el arco y la ballesta toda la semana, y aunque por un momento me planté seriamente usar la segunda para asegurar mi puntería al máximo, finalmente elegí el arco. Necesitaba una técnica más específica, pero visualmente, era mucho más llamativo. Si algo podía hacer especialmente bien desde que era un crío, era manejar mi cuerpo para hacer parecer a las cosas simples, realmente grandiosas; por eso había decidido aprovechar algo elegante como el arco, que podía combinar con otra cosa que se me daba de lujo, que estaba arraigado en mi ser desde la primera vez que me había parado en un escenario.

Cargué varias flechas en carcaj, y me puse en posición antes de que el programa de entrenamiento se activara directamente con objetivos móviles. Luego, cargué el arco y respiré profundamente. "No falles, por favor, no falles" rogué mentalmente, y disparé.

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Sentí la emoción de haber acertado pero no la manifesté, porque entonces parecería que estaba sorprendido de haberlo hecho. Y sí, lo estaba, pero ellos no podían saberlo. El punto es que tenía que aprovechar el poco tiempo que tenía para impresionarlos, para demostrarles que apostar por mi era una buena decisión, y si parecía sorprendido cada vez que le atinaba a algo, iba a perder credibilidad por completo.

También tuve que reprimir las ganas de echar un vistazo a ver si me estaban prestando atención. Si no lo hubieran estado haciendo, iba a ponerme de los nervios. Cuando la gente mira hacia otra parte y yo estoy delante, no me gusta. Y aunque últimamente no sonaba como si me importara, aún lo hacía. Había cuidado mi imagen durante muchos años, física, mental y personal; nunca decía groserías, nunca comía demasiado, nunca me ensuciaba, nunca atacaba a otras personas, nunca había dejado que me envolvieran en un escándalo hasta lo de mis padres biológicos; me privé de un montón de cosas para mantener una imagen de perfección, que pensaba destrozar por completo si eso me dejaba volver a casa; pero no hoy. Hoy, solo tenía que demostrarles que podía ser lo bastante letal para ganar.

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El entrenamiento estaba configurado para ir cada vez más rápido, así que a pesar de los aciertos que habían dado de lleno en la cabeza de los objetivos y de aquel sentimiento de satisfacción que inundaba mi pecho cada vez que uno de ellos estallaba en pedazos, no podía relajarme. La velocidad se incrementable muy rápidamente y solo podía agudizar mis sentidos y sincronizarme por completo mi cuerpo y mi mente, porque si perdía el ritmo con alguno, se iban a complicar las cosas.

Me había movido por el lugar, en lo que parecían movimientos ensayados como si de una coreografía se tratara. Cada gesto estaba meticulosamente medido y planeado y ejecutado con toda la gracia de la que disponía. Tal vez, el arco no fuera mi punto fuerte, pero deslizarme como si no fuera la gran cosa, por cualquier escenario, era algo que llevaba en la sangre y que intentaba aprovechar para convertirme en alguien difícil de olvidar. Ahí estaba la diferencia cuando lo hacías bien. Muchas gente podía hacerlo bien, pero también, podía ser fácil de olvidar. Éramos 24. No podía dejar que me convirtieran en uno más.

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La velocidad me jugó una mala pasada, y ocurrió exactamente lo que no quería. Mis ojos veían el objetivo pero mi cuerpo no iba lo bastante rápido. La flecha pasó cerca de la cara de aquella cosa, pero no le dio. Atravesó la estancia y se clavó contra la pared, quedándose estancada allí. Rápidamente tomé otra flecha e intenté compensar todo de nuevo. No estaba seguro de poder. Los nervios me habían acelerado el corazón y tomaba ese fallo como un fracaso; como la prueba que ellos tenían ahora de que solo era una cara bonita con suerte. Varios pensamientos intrusivos aparecieron en mi cabeza de repente y sin control, invadiendo gradualmente mi cerebro.

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Tal vez fuera por obstinado, pero no quería dejar marchar ese objetivo. Corría como si fuera un humano real. Atravesaba la estancia en dirección contraria a la que iba la segunda flecha, que también falló. A pesar de que en otro momento habría podido reprimir esto, chasqué la lengua con fastidio. "No puedes ser tan inútil". La voz de mi cabeza cobraba fuerza y no me dejaba pensar, pero mi cuerpo se movía por pura necesidad. Aunque estuviera intentando minar mi propia confianza, había otra parte de mi, más profunda y primitiva, que era lo que hacía que no me detuviera. Que cargara otra flecha, sin importar las veces que fallara; que lo intentara otra vez; que lo hiciera mejor; que exigía con rabia que lo arreglara como fuera.

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Si las imágenes conseguían llegar al otro lado de la sala, desaparecerían. Eso sí sería una verdadera derrota. A pesar de los fallos, continuaba moviéndome. A pesar de los insultos que venían hacia mi, de mi propio cerebro, procuraba solo patearlos lo más lejos posible, para evitar que me afectaran tanto que acabaran cegándome por completo. Seguía luchando porque mientras esa figura no desapareciera del todo de la habitación, aún podía atraparla.

Corrí cuando se fue demasiado lejos, e intenté reducir la distancia al tiempo que cargaba la flecha en el arco. Habían varios objetos de por medio que tuve que esquivar. Una mesa larga con armas sobre la que salté y me detuve, sintiendo mi pie firme a pesar de un cuchillo contra el que había acabado parado. No le presté atención a eso, solo tenía en mente el objetivo al que disparé y por fin di de lleno a escasos centímetros de la pared que marcaba el final del trayecto. Acto seguido cargué otra flecha con el tiempo justo apenas para disparar contra el cuerpo de otro objetivo que me adelantaba, ignorando la mesa como si no estuviera, y que se desintegró cuando le atravesé la nuca.

Me hervía la sangre de rabia contra mi mismo, y el garrafal error que probablemente pagaría con mi vida.

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A esas alturas los objetivos ya iban demasiado rápido para tener tiempo de pensar las cosas demasiado. Pateé las armas de la mesa para tener una postura más estable al mismo tiempo que lanzaba otra flecha contra un objetivo que recorría la sala por el extremo. Pensé que fallaría porque mi cerebro no estaba por completo en la acción, pero le dio de lleno el pecho. Fue una molestia porque siempre apuntaba a la cabeza, sin embargo, podía darme por servido que hubiera acertado tan limpiamente dadas las circunstancias. La velocidad de los objetivos había acelerado también mi corazón, y lo sentía retumbar con tanta fuerza dentro del pecho, que juraría que podía escucharlo a pesar de mi propia respiración.

Disparé hasta que las flechas se acabaron y fue entonces cuando la práctica se detuvo. Jadeaba violentamente y sentía el sudor en mis sienes, resbalando por la piel, y también en mi nuca. Desde mi postura, parado sobre la mesa todavía, alcé la vista hacia los vigilantes. Estaba completamente decepcionado conmigo mismo, y también convencido de que nadie podría haberlo hecho peor que yo. Salté de la mesa, puse el arco donde estaba, agachándome para recoger también el par de cuchillos que habían salido volando con mi patada. Los puse en su lugar y me posicioné. — Gracias por su tiempo — Aún respiraba de forma algo agitada cuando hablé. Y me pasé la mano por el cabello.

— Soy Elliot Turner. Cometí un crimen que no pude evitar y fue nacer de las personas equivocadas. No los conocía y no comparto lo que piensan. Nadie en su sano juicio debería hacerlo. — Expliqué. — Espero poder tener la oportunidad de regresar a casa y demostrar que la sangre solo es un accidente biológico para mí; que las personas que me adoptaron, son maravillosas, me criaron bien, me educaron con amor y me enseñaron respeto; y por supuesto, que soy un ciudadano digno de una segunda oportunidad. — Puse mi mano en el estómago y me incliné. Una reverencia completa a un público al que no estaba seguro de haber calado por completo y que definitivamente no creía haber impresionado en absoluto. Había hecho esto mil veces antes para despedirme de la gente que me amaba, con un sentimiento completamente diferente y se sintió muy extraño tener esos nervios a flor de piel y la decepción pesando tanto. Otras veces, aquella reverencia había sido una muestra de cariño hacia los que me seguían; hoy, solo era una muestra de respeto y agradecimiento hacia las personas que tenían mi vida en sus manos, puede que incluso una disculpa por mi patético espectáculo.

De nuevo, otra sonrisa, esta vez a modo de despedida, antes de dirigirme hacia la puerta y volver a mi habitación.

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