OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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3 participantes
COSECHAS
Sábado 3 de Agosto, 2472.
La amplia extensión de NeoPanem evitaba que el amanecer llegara al mismo tiempo para todos sus habitantes. Sin embargo, la mayoría de ellos poseían la misma sensación amarga en sus palabras. Para algunos, los más adeptos a las leyes del gobierno, lo creían justo y necesario.
El ritual, no obstante, se repitió en cada una de las ciudades. Los distritos centrales sufrieron una pequeña llovizna de verano, pero todo el mundo sabía que eso no era motivo para faltar a la Cosecha.
Las cámaras de televisión rodeaban cada una de las plazas principales. Los aurores rodeaban el perímetro mientras los niños y niñas se acomodaban en hileras divididas por edad y género. La mayoría de ellos vestían ropas presentables, un ejemplo de cómo mostrarse frente al castigo impuesto por un Ministerio justo y responsable sobre las acciones de quienes se atrevieron a desafiarlo.
Todos podían ver las urnas cargadas de papeletas delante de las puertas del Edificio de Justicia. En algunos distritos, especialmente los norteños, estaban más llenas que en otros. No todo el mundo tenía el valor de ser un criminal; siempre estuvo en claro que el precio era demasiado alto.
A las diez en punto de la mañana, un representante del gobierno salió del Edificio de Justicia. Hizo retumbar sus pasos hasta el micrófono colocado entre ambas urnas y, con una sonrisa radiante, les dio la bienvenida.
— ¡Bienvenidos a nuestros segundos Juegos Mágicos! — Exclamó; su voz, proyectada por la magia del micrófono, se extendió por toda la plaza —. Hoy es el día en el cual dos de ustedes demostrarán su valor ante el Ministerio de Magia. Hoy, por sobre todas las cosas, están cumpliendo con su deber al aceptar ser el pago por los horribles crímenes que otros han cometido en su nombre. Hoy demostramos que estamos más cerca del orden, que la paz es posible y lamentamos la pérdida de aquellos que sufrieron de la injusta mano de los represores de la magia. ¡Hoy festejamos que NeoPanem puede ser una nación unida, pacífica y mágica!
El ritual, no obstante, se repitió en cada una de las ciudades. Los distritos centrales sufrieron una pequeña llovizna de verano, pero todo el mundo sabía que eso no era motivo para faltar a la Cosecha.
Las cámaras de televisión rodeaban cada una de las plazas principales. Los aurores rodeaban el perímetro mientras los niños y niñas se acomodaban en hileras divididas por edad y género. La mayoría de ellos vestían ropas presentables, un ejemplo de cómo mostrarse frente al castigo impuesto por un Ministerio justo y responsable sobre las acciones de quienes se atrevieron a desafiarlo.
Todos podían ver las urnas cargadas de papeletas delante de las puertas del Edificio de Justicia. En algunos distritos, especialmente los norteños, estaban más llenas que en otros. No todo el mundo tenía el valor de ser un criminal; siempre estuvo en claro que el precio era demasiado alto.
A las diez en punto de la mañana, un representante del gobierno salió del Edificio de Justicia. Hizo retumbar sus pasos hasta el micrófono colocado entre ambas urnas y, con una sonrisa radiante, les dio la bienvenida.
— ¡Bienvenidos a nuestros segundos Juegos Mágicos! — Exclamó; su voz, proyectada por la magia del micrófono, se extendió por toda la plaza —. Hoy es el día en el cual dos de ustedes demostrarán su valor ante el Ministerio de Magia. Hoy, por sobre todas las cosas, están cumpliendo con su deber al aceptar ser el pago por los horribles crímenes que otros han cometido en su nombre. Hoy demostramos que estamos más cerca del orden, que la paz es posible y lamentamos la pérdida de aquellos que sufrieron de la injusta mano de los represores de la magia. ¡Hoy festejamos que NeoPanem puede ser una nación unida, pacífica y mágica!
Instrucciones
— Este es un turno de ingreso. Los personajes podrán relatar su llegada y cualquiera que tenga excusa para estar en el evento, puede hacerlo.
— El anuncio de la tributo femenina se dará esta misma tarde/noche de Latinoamérica, posible noche/madrugada en España. El anuncio del tributo masculino será en 24 horas.
— Si un tributo no se pasa por la Cosecha, se considerará inactivo y no podrá participar en los juegos. En caso de algún problema, pueden comunicarse con la administración.
— No hay orden de posteo. Pedimos nomás que eviten el metarol.
— La creación de nuevos tributos es válida hasta el turno del anuncio del tributo femenino. A partir de ese momento, los cupos vacíos se tomarán como PNJs.
— Les pedimos que se utilice el siguiente post de rol:
- Código:
<div class="mdfondo mdf60"><div class="mdcuerpo"><div class="mdlinea"></div><div class="mdtitulo">COSECHA</div><div class="mdsubtit">Sábado 3 de Agosto, 2472.</div>
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AQUÍ EL TEXTO DEL POST
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COSECHAS
Sábado 3 de Agosto, 2472.
El silencio previo al primer anuncio fue sepulcral. Apenas se oían las respiraciones a pesar de la cantidad de almas reunidas en el evento. El representante del Capitolio, sin mostrar ninguna clase de remordimiento, hizo revolotear los dedos sobre las papeletas de su izquierda.
— En primer lugar, las señoritas.
Sus dedos parecieron escandalosos mientras revolvía los papeles. Luego de segundos eternos, se hizo con uno de ellos. Regresó al micrófono, carraspeó un poco y anunció a viva voz:
— La tributo femenina del distrito cinco es… ¡Rebecca Mason!
— En primer lugar, las señoritas.
Sus dedos parecieron escandalosos mientras revolvía los papeles. Luego de segundos eternos, se hizo con uno de ellos. Regresó al micrófono, carraspeó un poco y anunció a viva voz:
— La tributo femenina del distrito cinco es… ¡Rebecca Mason!
Instrucciones
— A partir de este momento, no se aceptan nuevos tributos dentro de los juegos.
— Este es el turno para los personajes femeninos para postear. Quienes no lo hagan, se tomará como que no han "ingresado al juego" y perderán su lugar.
— Los tributos masculinos serán anunciados cumplidas las 24 horas del post de inicio.
— No hay orden de posteo. Pedimos nomás que eviten el metarol.
— Les pedimos que se utilice el siguiente post de rol:
- Código:
<div class="mdfondo mdf60"><div class="mdcuerpo"><div class="mdlinea"></div><div class="mdtitulo">COSECHA</div><div class="mdsubtit">Sábado 3 de Agosto, 2472.</div>
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AQUÍ EL TEXTO DEL POST
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COSECHA
Sábado 3 de Agosto, 2472.
Mamá se había ido, y sí, contaba los días desde entonces. Revisaba constantemente el viejo calendario de la nevera (casi vacía) diariamente y marcaba una X. Luego contaba de nuevo todos los días. Mordía mi labio. ¿Cuánto más íbamos a aguantar así? El lunes había venido la asistenta social otra vez a molestar, a preguntar por mi madre, y ya no sabía que contestar. Estaba supuestamente preocupada por mis antecedentes delictivos (porque sí, robar un estúpido pan parece que era ahora igual que provocar un genocidio) y quería hablar con ella para saber si yo estaba bien atendida. Y una mierda. — Mi mamá no tiene tiempo para algo que no sea trabajar — Le contesté irritada, y parece que eso lo empeoró.
Su volveré no me tenía tranquila.
Kevin fue el primero en levantarse, y arrastraba una de las manos de los trillizos mientras el resto iba cogido al hermano de delante. JH, JK y JJ penas sabían por donde iban. Con tres años, incluso despiertos, apenas sabían donde estaban. — He hecho tortitas — Mentí, porque la realidad era que hacía diez minutos, la vecina de enfrente las había traído hechas diciendo que había hecho demasiadas para sus hijos. La caridad en otro momento me habría molestado, pero ahora, estaba desesperada. Tres semanas desde que mamá se había ido y por mucho que intentara mostrarme madura y tratar de convencerlos a todos de que podía protegerlos, 12 años no eran bastante.
Después del desayuno venía toda la parsimonia habitual de la mañana. Bañar entre dos a 4 niños. Vestirlos. Perder un zapato por el camino. Gritarles que no comieran nada del piso. — ¡Suelta eso JK! ¡No muerdas a Richie! ¡Kevin apúrate! — Perdía los nervios con facilidad en una rutina que me sobrepasaba, pero realmente los amaba. Hacía esto porque no soportaría la idea de que creceríamos en casas diferentes, de que los más pequeños de tan solo tres años, se olvidaran por completo de mi como mamá había hecho.
Kevin y yo siempre íbamos al extremo mientras los cuatro más pequeños se tomaban de las manos en el medio. Richie estaba en esa edad en la que quería independencia y de vez en cuando se soltaba. Era imposible que los Mason llegaramos al edificio de justicia sin hacer ningún ruido. Era de mandatorio cumplimiento unirse a aquel evento, y así era como había convencido a mis hermanos de venir, sin haberles dicho que mi nombre estaría en la urna de este año. — Quédate con ellos, ahora vengo. — Entre el coro de "¿A dónde vas?" incluso secundado por el segundo mayor al que siempre le aterraba quedarse solo con los más pequeños, solté la excusa de haber visto a una amiga y me perdí hacia el registro de tributos. Les había dejado lo más lejos posible de donde tenía que estar parada porque no creía que tuvieran que sufrir con esto de forma innecesaria. Lo que no se esperaba, era que gritaran su nombre.
La confusión de que nadie se moviera creo varios murmullos. Estaba completamente en shock en su lugar. Fueron los gritos de mis tres hermanos más pequeños los que me hicieron reaccionar. Me llamaban desesperados. No era así como se suponía que tenían que haberse enterado.
Quise echarme a llorar pero me tragué las lágrimas, solo por ellos. Alcé a JK y a JH a la vez y Kevin vino corriendo por JJ. La misma vecina que esa misma mañana nos había hecho el desayuno, abrazaba a Kevin en la distancia, probablemente lo hubiera conseguido atrapar antes de que se acercara. — Llévatelos. — Le ordené.
— ¿Qué hiciste, Becky?
— Protegernos. ¡Llévatelos! — Se me quebró un poco la voz en aquella última orden. Otros adultos vinieron a ayudar cuando mi subida al estrado se retrasó por culpa de mis hermanos, y aunque me hubiera encantado poder escapar de allí con todos ellos, sin mirar atrás, lo único que pude fue abrazar a dos de los más pequeños antes de que me los quitaran de los brazos.
Sola y temblando, incluso si pretendía no estarlo haciendo, subí a ocupar mi lugar, sin ser capaz de mirar al fondo donde aún podía escuchar las escandalosas voces de mis hermanos pequeños incapaces de calmar su llanto.
Su volveré no me tenía tranquila.
Kevin fue el primero en levantarse, y arrastraba una de las manos de los trillizos mientras el resto iba cogido al hermano de delante. JH, JK y JJ penas sabían por donde iban. Con tres años, incluso despiertos, apenas sabían donde estaban. — He hecho tortitas — Mentí, porque la realidad era que hacía diez minutos, la vecina de enfrente las había traído hechas diciendo que había hecho demasiadas para sus hijos. La caridad en otro momento me habría molestado, pero ahora, estaba desesperada. Tres semanas desde que mamá se había ido y por mucho que intentara mostrarme madura y tratar de convencerlos a todos de que podía protegerlos, 12 años no eran bastante.
Después del desayuno venía toda la parsimonia habitual de la mañana. Bañar entre dos a 4 niños. Vestirlos. Perder un zapato por el camino. Gritarles que no comieran nada del piso. — ¡Suelta eso JK! ¡No muerdas a Richie! ¡Kevin apúrate! — Perdía los nervios con facilidad en una rutina que me sobrepasaba, pero realmente los amaba. Hacía esto porque no soportaría la idea de que creceríamos en casas diferentes, de que los más pequeños de tan solo tres años, se olvidaran por completo de mi como mamá había hecho.
Kevin y yo siempre íbamos al extremo mientras los cuatro más pequeños se tomaban de las manos en el medio. Richie estaba en esa edad en la que quería independencia y de vez en cuando se soltaba. Era imposible que los Mason llegaramos al edificio de justicia sin hacer ningún ruido. Era de mandatorio cumplimiento unirse a aquel evento, y así era como había convencido a mis hermanos de venir, sin haberles dicho que mi nombre estaría en la urna de este año. — Quédate con ellos, ahora vengo. — Entre el coro de "¿A dónde vas?" incluso secundado por el segundo mayor al que siempre le aterraba quedarse solo con los más pequeños, solté la excusa de haber visto a una amiga y me perdí hacia el registro de tributos. Les había dejado lo más lejos posible de donde tenía que estar parada porque no creía que tuvieran que sufrir con esto de forma innecesaria. Lo que no se esperaba, era que gritaran su nombre.
La confusión de que nadie se moviera creo varios murmullos. Estaba completamente en shock en su lugar. Fueron los gritos de mis tres hermanos más pequeños los que me hicieron reaccionar. Me llamaban desesperados. No era así como se suponía que tenían que haberse enterado.
Quise echarme a llorar pero me tragué las lágrimas, solo por ellos. Alcé a JK y a JH a la vez y Kevin vino corriendo por JJ. La misma vecina que esa misma mañana nos había hecho el desayuno, abrazaba a Kevin en la distancia, probablemente lo hubiera conseguido atrapar antes de que se acercara. — Llévatelos. — Le ordené.
— ¿Qué hiciste, Becky?
— Protegernos. ¡Llévatelos! — Se me quebró un poco la voz en aquella última orden. Otros adultos vinieron a ayudar cuando mi subida al estrado se retrasó por culpa de mis hermanos, y aunque me hubiera encantado poder escapar de allí con todos ellos, sin mirar atrás, lo único que pude fue abrazar a dos de los más pequeños antes de que me los quitaran de los brazos.
Sola y temblando, incluso si pretendía no estarlo haciendo, subí a ocupar mi lugar, sin ser capaz de mirar al fondo donde aún podía escuchar las escandalosas voces de mis hermanos pequeños incapaces de calmar su llanto.
COSECHA
Sábado 3 de Agosto, 2472.
El índice golpea reiteradamente el muslo derecho, ahí dónde el pantalón —de un color añil tan desgastado que genera un degradado a celeste—, es empujado. Insistentemente toquetea Bram a la espera de que el momento de inhalación de aire dé paso a la exhalación, a la mano inocente —o no tan inocente— introduciendo con brusquedad sus dedos manchados de sangre, de sufrimiento, de llanto para recoger dos nombres más con los que endulzar el paladar del Ministerio de Magia y demostrar, a todo rebelde que se atreva a alzar la cabeza y el puño, que toda acción tiene su consecuencia. Y el precio, en este caso, corre a cargo de sus hijos tan esperados como deseados.
En el Capitolio proliferan los excesos sin que una mano se extienda para dejar en claro que todo aquel malgasto de recursos podría emplearse para llevar a sus vecinos, los distritos, a enriquecerse poco a poco. Ser un perro que come las sobras de la mesa del amo no es una postura que a Bram llegue a agradarle del todo pero, entre comer y morirse de hambre, escoge comer.
Aquella mañana su madre le ha revuelto el cabello con una sonrisa en el semblante. En medio de ese ambiente tenso como esperanzador. Su último año. La última vez que Bram se presenta a la cosecha con un montón de nombres más que pueden salir antes que el suyo. Es una probabilidad entre mil. Y la esperanza, aunque sucia y temblorosa, se ha pegado a su piel como garrapata. Una hora. Media. Unos instantes de tensión. Eso le queda entre ser enviado a un campo de matanza para el divertimento de la posición acaudalada o no.
—Doge dice que va a salir Garga. Así que no te preocupes. —Recuerda que le ha dicho. Para que no se preocupase, de manera que Bram solo tuviese que preocuparse de sí mismo—. Yo no soy como papá. —La broma le ha salido amarga y el rostro de su madre se ha quedado desencajado.
En el ahora, su cabeza se gira, buscándola entre la multitud, queriéndole ofrecer una sonrisa que desvanezca ese instante amargo de una cita que no debiera haber hecho. Porque la ausencia de su padre sigue pensando en el corazón de su madre. Incluso en un momento como en el de hoy.
Pero sus ojos se encuentran con la figura menuda que acaba de ser llamada a ocupar el estrado. El tributo femenino que forma parte de la familia de los Mason, tan inexperta que solo puede dar el espectáculo de su muerte en una pantalla plana. Bram no la envidia ni un poco. Un nombre menos que esperar.
Así que eleva su diestra y se mete el pulgar en la boca, tirando poco a poco de la uña atrapada con los dientes. Un nombre y es libre. Libre para morir cómo le apetezca, cuando le apetezca.
En el Capitolio proliferan los excesos sin que una mano se extienda para dejar en claro que todo aquel malgasto de recursos podría emplearse para llevar a sus vecinos, los distritos, a enriquecerse poco a poco. Ser un perro que come las sobras de la mesa del amo no es una postura que a Bram llegue a agradarle del todo pero, entre comer y morirse de hambre, escoge comer.
Aquella mañana su madre le ha revuelto el cabello con una sonrisa en el semblante. En medio de ese ambiente tenso como esperanzador. Su último año. La última vez que Bram se presenta a la cosecha con un montón de nombres más que pueden salir antes que el suyo. Es una probabilidad entre mil. Y la esperanza, aunque sucia y temblorosa, se ha pegado a su piel como garrapata. Una hora. Media. Unos instantes de tensión. Eso le queda entre ser enviado a un campo de matanza para el divertimento de la posición acaudalada o no.
—Doge dice que va a salir Garga. Así que no te preocupes. —Recuerda que le ha dicho. Para que no se preocupase, de manera que Bram solo tuviese que preocuparse de sí mismo—. Yo no soy como papá. —La broma le ha salido amarga y el rostro de su madre se ha quedado desencajado.
En el ahora, su cabeza se gira, buscándola entre la multitud, queriéndole ofrecer una sonrisa que desvanezca ese instante amargo de una cita que no debiera haber hecho. Porque la ausencia de su padre sigue pensando en el corazón de su madre. Incluso en un momento como en el de hoy.
Pero sus ojos se encuentran con la figura menuda que acaba de ser llamada a ocupar el estrado. El tributo femenino que forma parte de la familia de los Mason, tan inexperta que solo puede dar el espectáculo de su muerte en una pantalla plana. Bram no la envidia ni un poco. Un nombre menos que esperar.
Así que eleva su diestra y se mete el pulgar en la boca, tirando poco a poco de la uña atrapada con los dientes. Un nombre y es libre. Libre para morir cómo le apetezca, cuando le apetezca.
COSECHAS
Sábado 3 de Agosto, 2472.
El pequeño escándalo de los niños hizo que el representante mire de reojo a los aurores. No obstante, la tributo pareció llegar a las escaleras antes de que fuera necesario aplicar alguna medida. El tiempo era oro.
— Bueno, ya tenemos a nuestra participante femenina — la sonrisa del representante fue amplia y brillante —. ¡Vamos ahora con nuestros caballeros!
Sus pasos le llevaron hacia su derecha. Buscó generar tensión al mover un poco más lento la mano y acabó hundiéndola entre los papeles. Para cuando escogió uno, el silencio se había vuelto a instalar en la plaza.
Regresó al micrófono y estiró la papeleta. Volvió a acercar la boca para que todos pudieran escuchar.
— Y el tributo masculino del distrito cinco es… ¡Bram Telsior!
— Bueno, ya tenemos a nuestra participante femenina — la sonrisa del representante fue amplia y brillante —. ¡Vamos ahora con nuestros caballeros!
Sus pasos le llevaron hacia su derecha. Buscó generar tensión al mover un poco más lento la mano y acabó hundiéndola entre los papeles. Para cuando escogió uno, el silencio se había vuelto a instalar en la plaza.
Regresó al micrófono y estiró la papeleta. Volvió a acercar la boca para que todos pudieran escuchar.
— Y el tributo masculino del distrito cinco es… ¡Bram Telsior!
Instrucciones
— A partir de este momento, los tributos femeninos no pueden hacer su ingreso.
— Los tributos masculinos deberán postear su ingreso. Tal como en el turno anterior, se tomará su participación en este tema como su entrada oficial al juego y, de no pasarse, se los tomará como inactivos y no podrán participar.
— La próxima actualización será esta noche: 21 hs México, 23 hs Argentina y en la madrugada de España. La misma será un turno de salida y todos podrán participar en reacción.
— Las cosechas serán cerradas en 24 horas a partir de este post. A partir de ese entonces, los tributos y mentores podrán postear en el centro de entrenamientos.
— No hay orden de posteo. Pedimos nomás que eviten el metarol.
— Les pedimos que se utilice el siguiente post de rol:
- Código:
<div class="mdfondo mdf60"><div class="mdcuerpo"><div class="mdlinea"></div><div class="mdtitulo">COSECHA</div><div class="mdsubtit">Sábado 3 de Agosto, 2472.</div>
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AQUÍ EL TEXTO DEL POST
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COSECHA
Sábado 3 de Agosto, 2472.
Estira y estira de la uña, paliando la inquietud que desborda su cuerpo invisible en esa camisa blanca que le va exageradamente grande. La camisa de su padre posee innumerables arrugas por ser de lino y manifiesta los problemas del distrito. Esa falta de nutrición que en sus calles y en sus hogares se vive. Allí dónde los retortijones en la tripa no son de la digestión o de flatulencias, sino un aviso de que la falta de alimento se vuelve severa y el cuerpo está tomando la decisión de comerse a sí mismo. Porque el cerebro necesita azúcares, azúcares para pensar, enviar órdenes y vivir.
En un instante de inquietud Bram toma impulso y acaba con el trozo de uña en la boca y, al siguiente, no siente el sabor en las papilas gustativas, no encuentra sentido en la mano izada así que la baja y su mirar no se clava en ningún rostro del público, sino que baja hacia el suelo, como si su cerebro intentase todavía asimilar el nombre que acaba de escuchar. El nombre que se impone a ese pitido tácito en sus oídos que impide advertir el movimiento de las cabezas y los comentarios de Garga y Doge, cercanos a su posición.
Un nombre y es libre. Pero la libertad que le acaban de entregar tiene barrotes y sangre. Una esperanza de entre veinte de salir como superviviente. Como vencedor de una arena retransmitida a un público borracho de violencia y rebosante de las traiciones efectuadas a diestro y a siniestro. Los gritos…
—¿Quieres hacer el favor de moverte? —Se escucha tras él. Y Bram solo nota el empujón, el impulso para encadenar el cúmulo de pasos mientras su estómago comienza a envenarse y a doler como si se muriera de hambre. Los caminos entre el gentío están sellados, los aurores preparados.
La posibilidad de la escena es cortada por una simple y escueta razón: su cuerpo no responde a los impulsos bruscos ejecutados por su cerebro. La uña no sabe en boca, los escalones se sienten como un abismo, camina hacia la matanza mientras la crudeza de la escena que no reconoce en la pantalla le sabe a recordatorio.
Él no puede bajar los brazos. No debe bajar los brazos. El escenario no es el mismo pero se le parece. Bram huele a cadáver, sabe a cadáver, se siente frío como un cadáver. La lengua encuentra movimiento en su boca, los dientes se cierran, mandíbulas superiores contra inferiores. Tsk.
Maldita sea. Estúpida libertad. Estúpido concepto desdibujado que hunde el dedo acusador en su pecho.
Porque Bram acaba de convertirse en su padre.
Va a ser llevado con los aurores, como su padre.
Va a volver en una caja, como su padre.
A menos… A menos que la suerte —estúpida y caprichosa suerte—: lo acompañe.
El puño en su diestra es compuesto e izado hasta que encuentra su pectoral izquierdo. Allí dónde va el corazón, ahí pone Bram el puño. Irreflexivo mira al gentío, decidido. Porque solo hay un camino.
¿Qué haces cuando todo se reduce a una única salida? La tomas o mueres. Y Bram no quiere morir.
En un instante de inquietud Bram toma impulso y acaba con el trozo de uña en la boca y, al siguiente, no siente el sabor en las papilas gustativas, no encuentra sentido en la mano izada así que la baja y su mirar no se clava en ningún rostro del público, sino que baja hacia el suelo, como si su cerebro intentase todavía asimilar el nombre que acaba de escuchar. El nombre que se impone a ese pitido tácito en sus oídos que impide advertir el movimiento de las cabezas y los comentarios de Garga y Doge, cercanos a su posición.
Un nombre y es libre. Pero la libertad que le acaban de entregar tiene barrotes y sangre. Una esperanza de entre veinte de salir como superviviente. Como vencedor de una arena retransmitida a un público borracho de violencia y rebosante de las traiciones efectuadas a diestro y a siniestro. Los gritos…
—¿Quieres hacer el favor de moverte? —Se escucha tras él. Y Bram solo nota el empujón, el impulso para encadenar el cúmulo de pasos mientras su estómago comienza a envenarse y a doler como si se muriera de hambre. Los caminos entre el gentío están sellados, los aurores preparados.
La posibilidad de la escena es cortada por una simple y escueta razón: su cuerpo no responde a los impulsos bruscos ejecutados por su cerebro. La uña no sabe en boca, los escalones se sienten como un abismo, camina hacia la matanza mientras la crudeza de la escena que no reconoce en la pantalla le sabe a recordatorio.
Él no puede bajar los brazos. No debe bajar los brazos. El escenario no es el mismo pero se le parece. Bram huele a cadáver, sabe a cadáver, se siente frío como un cadáver. La lengua encuentra movimiento en su boca, los dientes se cierran, mandíbulas superiores contra inferiores. Tsk.
Maldita sea. Estúpida libertad. Estúpido concepto desdibujado que hunde el dedo acusador en su pecho.
Porque Bram acaba de convertirse en su padre.
Va a ser llevado con los aurores, como su padre.
Va a volver en una caja, como su padre.
A menos… A menos que la suerte —estúpida y caprichosa suerte—: lo acompañe.
El puño en su diestra es compuesto e izado hasta que encuentra su pectoral izquierdo. Allí dónde va el corazón, ahí pone Bram el puño. Irreflexivo mira al gentío, decidido. Porque solo hay un camino.
¿Qué haces cuando todo se reduce a una única salida? La tomas o mueres. Y Bram no quiere morir.
COSECHAS
Sábado 3 de Agosto, 2472.
— ¡Muy bien, muy bien! — El representante ministerial se encargó de llamar la atención del público una vez más. El espectáculo debía continuar y eso lo tenía bien claro —. ¡Aquí tenemos a los nuevos tributos del distrito cinco! ¡Estrechénse la mano, jovencitos! Y que la suerte esté siempre de su parte.
Las cámaras se encargaron de filmar hasta que los tributos fueron guiados dentro del Edificio de Justicia. Las puertas se cerraron detrás de ellos y la Plaza Principal, poco a poco, comenzó a vaciarse. Divididos en dos habitaciones, los tributos tuvieron cinco minutos para despedirse de sus familiares antes de volver a ser reunidos en el vestíbulo.
Para las once de la mañana, un traslador en forma de corona los llevó a todos con una sacudida al Capitolio.
Los tributos, mentores, representantes y guardias se encontraban en el luminoso vestíbulo del Centro de Entrenamientos, cuyas glamorosas paredes con amplios cristales les permitían ver a la multitud de reporteros del otro lado.
Estaba claro que sus vidas estaban a punto de cambiar por completo. Y de acabar, también.
Instrucciones
— A partir de este momento, los tributos y mentores pueden abrir temas en el Centro de Entrenamientos. Los mismos serán cerrados en cuanto la Arena dé comienzo.
— Si desean rolear la despedida con algún amigo o familiar, pueden hacerlo en este tema o abrir un rol nuevo en el Edificio de Justicia. También pueden rolear algún post de salida aquí mismo. Tomen en cuenta que este tema será cerrado a las 14 hs México, 16 hs Argentina y 21 hs España del día de mañana.
— Pronto se abrirán los entrenamientos. Les recordamos que los personajes entrarán a la Arena con los inventarios vacíos, por lo que recomendamos no gastar sus galeones en otra cosa que no sean stats. Siempre pueden guardárselos y pasárselos a otro personaje propio en caso de que el tributo muera.
— Este año no habrá desfile de tributos en consideración a la pérdida del distrito uno a manos de los rebeldes. Se considera un evento demasiado glamoroso para los tributos que están tratando de castigar. Al mismo tiempo, el Ministerio de Magia ha invertido fondos económicos en tratar de ayudar a los refugiados de dicha toma.
— Les recordamos que el calendario de los Juegos a nivel Off Rol será el siguiente:
Centro de Entrenamientos: Se abre el Sábado 27 y permanece abierto hasta la apertura de la arena.
Entrenamientos: Abiertos el sábado 27 hasta el viernes 2 de septiembre.
Prueba de los Vigilantes: Abiertas el Sábado 3 de septiembre y cierran el Lunes 5 de septiembre.
Entrevistas: Abren el Viernes 9 de septiembre y duran hasta el Lunes 12 de Septiembre.
Apertura de la Arena: Viernes 16 de Septiembre.
— Les recordamos que On Rol los personajes estarán en el centro poco más de una semana, iniciando el sábado 03 de Agosto del 2472. Serán enviados a la Arena el Lunes 12 de Agosto. Sus roles dentro del centro deberán ser durante esas fechas.
— El sábado 03 y el domingo 04 de Agosto se supone que son los únicos días en que los tributos tienen libres, por lo que serán limpiados y preparados por sus equipos.
Las Pruebas de los Vigilantes estarán ubicadas el Sábado 10 de Agosto. La entrevista con Zirconia On Rol será el Domingo 11 de Agosto.
— Les pedimos que se utilice el siguiente post de rol:
- Código:
<div class="mdfondo mdf60"><div class="mdcuerpo"><div class="mdlinea"></div><div class="mdtitulo">COSECHA</div><div class="mdsubtit">Sábado 3 de Agosto, 2472.</div>
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AQUÍ EL TEXTO DEL POST
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COSECHA
Sábado 3 de Agosto, 2472.
Ya no presto atención al segundo nombre, mi vista está fija en mis hermanos, a quienes veo a trozos en el fondo entre la multitud. ¿También les harán pagar a ellos mi error? no había pensado en eso. Muchos de los nombres que había hoy en la urna estaban ahí porque alguien en su familia había metido la pata. Retorcí mis manos. La persona junto a mi por fin captó mi atención cuando estuvo a mi lado y el puño contra su corazón me hizo temblar. No importaba si ambos éramos del mismo distrito. No importaba si antes de esto hubiéramos sido amigos, primos, hermanos. En este juego de porquería nada importaba porque solo uno volvería. Y estaba claro que no iba a ser yo.
A su lado me sentía pequeña. Rodeada de pura gente menor, tirando de una familia que se hundiría sin mi, había olvidado que lo era.
Me encogí, lo que solo aumentó la sensación de ser un insecto en una maquinaria de la que no podía escapar, y arrastré mis pies dentro del edificio de justicia. Mis hermanos no tardaron en llegar. Cinco minutos. Últimos cinco minutos. — Kev, tienes que llamar a la asistenta social. No puedes hacer esto solo. — Le dije. Tenía que organizar toda su vida antes de irme, y solo tenía cinco minutos para eso. Estaba tirada en el suelo, con tres bebés moqueándome encima, Richie haciendo un berrinche aferrado a mi espalda, y ninguno de ellos queriendo dejarme ni un segundo para abrazar a la única mano derecha que había tenido las últimas semanas. — Dile que quieres que todos permanezcan juntos, que esa es tu condición. Que no pueden separarlos, no al menos hasta que los trillizos sean lo bastante mayores para recordarles a todos. No dejes que te olviden, ni a Richie. — No me mencioné, porque a mi debían olvidarme. No quería ser el recuerdo doloroso en sus memorias que siempre tiraría de ellos hacia el pasado. — No aceptes si no te lo promete. Huye. Escóndete. Donde sea. No dejes que se los lleven si no te lo promete. — Hablaba demasiado rápido. Kevin intentó interrumpirme varias veces, pero no lo dejé. Solo levantaba más y más la voz.
No sé cuantos consejos le di, sobre cosas que sabía de la vida. Que la señora Carter siempre llevaba el desayuno a la casa y tenía que estar despierto antes de las 7 de la mañana. Que los Donovan tenía un gato por el que a veces te pagaban algo de dinero si le hacías regresar a casa. Que cuidar gatos se estaba poniendo de moda en el barrio de los ricos (personas de clase media, pero ricos para nosotros) y que el comedor social no trabajaba ni los sábados ni los domingos.
El tiempo se terminó antes de que pudiera decir todo lo que tenía para decir, e intenté arrancar algunos minutos extra, hablando más de prisa, mientras era incapaz de separarme de mis hermanos más pequeños.
Los aurores entraron y los arrancaron de mi por la fuerza. No me dejaron darle un abrazo a Kevin, y el dolor en sus ojos fue lo último que vi. Quería llorar, pero no iba a hacerlo. Ahora, grabarían cada cosa que hiciera y no iba a dejar que me recordaran llorando.
Mientras el auror me arrastraba fastidiado hacia el traslador, vi a la asistente social en la puerta del edificio de justicia. — No los separe, por favor. ¡PROMÉTAMELO! ¡PROMÉTAME QUE LOS VA A MANTENER A TODOS JUNTOS! — Le grité. Me resistí intentando llegar a ella, intentando conseguir lo que tan desesperadamente había estado luchando desde que mamá nos había abandonado. Fue entonces cuando me quebré, cuando las ganas de llorar que estaba reprimiendo por dignidad amenazaron con estallar y comerme por completo. Ella asintió. Fue muy sutil, y lo vi desde la distancia. Quizá no fue nada; pero me aferré a eso. Ese simple gesto fue lo que me recompuso. Esa simple promesa de que, aunque fuera sin mi, mis hermanos se tendrían los unos a los otros el resto de su existencia.
Cuando llegué al traslador, ya estaba en completa calma. No sé si lista para morir, pero desde luego, lista para pensar en algo que no fuera el dolor del pecho que se había amortiguado bastante ante la idea de haber salvado al menos a mis hermanos, aunque hubiera sido a costa de mi vida.
A su lado me sentía pequeña. Rodeada de pura gente menor, tirando de una familia que se hundiría sin mi, había olvidado que lo era.
Me encogí, lo que solo aumentó la sensación de ser un insecto en una maquinaria de la que no podía escapar, y arrastré mis pies dentro del edificio de justicia. Mis hermanos no tardaron en llegar. Cinco minutos. Últimos cinco minutos. — Kev, tienes que llamar a la asistenta social. No puedes hacer esto solo. — Le dije. Tenía que organizar toda su vida antes de irme, y solo tenía cinco minutos para eso. Estaba tirada en el suelo, con tres bebés moqueándome encima, Richie haciendo un berrinche aferrado a mi espalda, y ninguno de ellos queriendo dejarme ni un segundo para abrazar a la única mano derecha que había tenido las últimas semanas. — Dile que quieres que todos permanezcan juntos, que esa es tu condición. Que no pueden separarlos, no al menos hasta que los trillizos sean lo bastante mayores para recordarles a todos. No dejes que te olviden, ni a Richie. — No me mencioné, porque a mi debían olvidarme. No quería ser el recuerdo doloroso en sus memorias que siempre tiraría de ellos hacia el pasado. — No aceptes si no te lo promete. Huye. Escóndete. Donde sea. No dejes que se los lleven si no te lo promete. — Hablaba demasiado rápido. Kevin intentó interrumpirme varias veces, pero no lo dejé. Solo levantaba más y más la voz.
No sé cuantos consejos le di, sobre cosas que sabía de la vida. Que la señora Carter siempre llevaba el desayuno a la casa y tenía que estar despierto antes de las 7 de la mañana. Que los Donovan tenía un gato por el que a veces te pagaban algo de dinero si le hacías regresar a casa. Que cuidar gatos se estaba poniendo de moda en el barrio de los ricos (personas de clase media, pero ricos para nosotros) y que el comedor social no trabajaba ni los sábados ni los domingos.
El tiempo se terminó antes de que pudiera decir todo lo que tenía para decir, e intenté arrancar algunos minutos extra, hablando más de prisa, mientras era incapaz de separarme de mis hermanos más pequeños.
Los aurores entraron y los arrancaron de mi por la fuerza. No me dejaron darle un abrazo a Kevin, y el dolor en sus ojos fue lo último que vi. Quería llorar, pero no iba a hacerlo. Ahora, grabarían cada cosa que hiciera y no iba a dejar que me recordaran llorando.
Mientras el auror me arrastraba fastidiado hacia el traslador, vi a la asistente social en la puerta del edificio de justicia. — No los separe, por favor. ¡PROMÉTAMELO! ¡PROMÉTAME QUE LOS VA A MANTENER A TODOS JUNTOS! — Le grité. Me resistí intentando llegar a ella, intentando conseguir lo que tan desesperadamente había estado luchando desde que mamá nos había abandonado. Fue entonces cuando me quebré, cuando las ganas de llorar que estaba reprimiendo por dignidad amenazaron con estallar y comerme por completo. Ella asintió. Fue muy sutil, y lo vi desde la distancia. Quizá no fue nada; pero me aferré a eso. Ese simple gesto fue lo que me recompuso. Esa simple promesa de que, aunque fuera sin mi, mis hermanos se tendrían los unos a los otros el resto de su existencia.
Cuando llegué al traslador, ya estaba en completa calma. No sé si lista para morir, pero desde luego, lista para pensar en algo que no fuera el dolor del pecho que se había amortiguado bastante ante la idea de haber salvado al menos a mis hermanos, aunque hubiera sido a costa de mi vida.
COSECHA
Sábado 3 de Agosto, 2472.
La mano callosa de Bram se cierne sobre la menuda de la tributo en un apretón que no pretende emular cosa alguna más que sana participación. Como si la posibilidad de una tranquilidad aplastante en la que todos los tributos se dieran de la mano en un círculo perfecto, evitando la violencia de unos sobre otros, fuera posible. El idilio perfecto dónde el adversario no es un niño observado a diario en el colegio o en las calles desvastadas del distrito, sino que es el gobierno opresor que aprieta y aprieta la garganta del trabajador como de la descendencia de éste.
La sensación del hambre es atenuada por esa babosa doliente y cruda que, en lugar de baba, secreta miedo. Se siente como una revuelta que empieza por el costado derecho, sacudiendo posteriormente los riñones y finalizando en el estómago, dejando a éste en pausa. Ralentizando la absorción de nutrientes de un caldo aguado de hojas de un repollo pasado.
Poco tarda Bram en adentrarse en el Palacio de Justicia y advertir la entrada de su madre en la habitación. Las palabras se cortan por la premura de unos brazos que se acercan y lo aprietan firmemente contra el hombro de su madre. De una madre que solloza sin parangón y lo deja a él congelado, a medias entre la estupefacción y el miedo, con la exigencia de ser el adulto de los dos.
—No… No puedo… —La coraza de su madre se resquebraja nuevamente, se deshacen las máscaras y se atisba tras el maquillaje el trauma y la incapacidad propia de razonar, de decir, de serenarse—. Tú no… Tú no… Puedes… No… —No le deja opción a decir cosa alguna y Bram rodea la figura temblorosa en la que se ha convertido su madre mientras su cerebro busca y se esmera en encontrar las palabras correctas.
Pero no hay palabras correctas. Solo palabras.
En cuánto tiene opción, Bram aleja su cabeza y sujeta las mejillas húmedas del rostro desconsolado de su madre.
—Mamá. —¿Cómo hablar cuando ella sigue llorando? ¿Cómo hacerlo cuando esos ojos brumosos incitan a los propios a perseguir esa bruma impuesta por las lágrimas—. Mamá, joder. —No tienen tiempo para eso. El tiempo cae incólume y desapasionado, grano tras grano de arena se escurre del reloj para no volver a la superfície de dónde cayeron, generando una montaña de granos en el suelo—. ¡Basta! —Las manos de Bram golpean las mejillas de su madre, en una demanda de reacción mientras los pasos de los aurores sentencian el final próximo de esos cinco minutos de pura misericordia—. Tienes que olvidarte de mí…
—No…
—Me importa una mierda, lo haces. Y sigues con tu vida o te ahorcas en medio de la plaza, me da igual. —La personificación de los aurores rompe las amarras que son los brazos de su madre, aquellos que se retuercen en el agarre de los aurores y vuelven a ofrecerle a Bram un recordatorio de lo que es perder a un progenitor a altas horas de la noche.
—Encuentra… —Pero ella ya se ha ido y Bram está hablándole a la puerta—… un jodido propósito. —El hilo que es su voz se difumina paulatinamente hasta extinguirse.
La vuelta es extraña, irreal e incompleta.
No hay adónde mirar y la corona porta una grotesca ironía.
Rey de los gusanos, coronado. Rey de asesinos, coronado. Rey sin reino, sin poder, sin saber dónde caerse muerto. Uno de ellos será Bram. ¿Cuál? Eso está por verse.
Sus pasos se tropiezan con la misma nada y los aurores lo atrapan, tomándolo de las axilas. La estampa, a ojos el público que vuelve a darle la bienvenida tras las cámaras, contiene significados distintos. Pero Bram no tiene tiempo para aprovecharlo. Le han colocado la mano encima de uno de tantos extremos, que sobresalen por encima, puntiagudos y triangulares. Y la corona ha empezado ha girar hasta que todo se ha desvanecido.
El vestíbulo es demasiado opulento, voluminoso, silente. Tanto aire para respirar y Bram se marea. Las cámaras no ayudan y los brillos aumentan la desconexión, la confusión, la desorientación. De su estómago nace el acceso, que escala rápido por su garganta y sale en forma de líquido traslúcido de su boca tras una arcada.
Pobres reporteros, viendo el vómito en primera fila.
O no. Porque más de uno se ha puesto a aplaudir como si esperase ese catastrófico desenlace.
Bienvenido al Capitolio, Bram. Lugar dónde se aplaude al vómito.
La sensación del hambre es atenuada por esa babosa doliente y cruda que, en lugar de baba, secreta miedo. Se siente como una revuelta que empieza por el costado derecho, sacudiendo posteriormente los riñones y finalizando en el estómago, dejando a éste en pausa. Ralentizando la absorción de nutrientes de un caldo aguado de hojas de un repollo pasado.
Poco tarda Bram en adentrarse en el Palacio de Justicia y advertir la entrada de su madre en la habitación. Las palabras se cortan por la premura de unos brazos que se acercan y lo aprietan firmemente contra el hombro de su madre. De una madre que solloza sin parangón y lo deja a él congelado, a medias entre la estupefacción y el miedo, con la exigencia de ser el adulto de los dos.
—No… No puedo… —La coraza de su madre se resquebraja nuevamente, se deshacen las máscaras y se atisba tras el maquillaje el trauma y la incapacidad propia de razonar, de decir, de serenarse—. Tú no… Tú no… Puedes… No… —No le deja opción a decir cosa alguna y Bram rodea la figura temblorosa en la que se ha convertido su madre mientras su cerebro busca y se esmera en encontrar las palabras correctas.
Pero no hay palabras correctas. Solo palabras.
En cuánto tiene opción, Bram aleja su cabeza y sujeta las mejillas húmedas del rostro desconsolado de su madre.
—Mamá. —¿Cómo hablar cuando ella sigue llorando? ¿Cómo hacerlo cuando esos ojos brumosos incitan a los propios a perseguir esa bruma impuesta por las lágrimas—. Mamá, joder. —No tienen tiempo para eso. El tiempo cae incólume y desapasionado, grano tras grano de arena se escurre del reloj para no volver a la superfície de dónde cayeron, generando una montaña de granos en el suelo—. ¡Basta! —Las manos de Bram golpean las mejillas de su madre, en una demanda de reacción mientras los pasos de los aurores sentencian el final próximo de esos cinco minutos de pura misericordia—. Tienes que olvidarte de mí…
—No…
—Me importa una mierda, lo haces. Y sigues con tu vida o te ahorcas en medio de la plaza, me da igual. —La personificación de los aurores rompe las amarras que son los brazos de su madre, aquellos que se retuercen en el agarre de los aurores y vuelven a ofrecerle a Bram un recordatorio de lo que es perder a un progenitor a altas horas de la noche.
—Encuentra… —Pero ella ya se ha ido y Bram está hablándole a la puerta—… un jodido propósito. —El hilo que es su voz se difumina paulatinamente hasta extinguirse.
La vuelta es extraña, irreal e incompleta.
No hay adónde mirar y la corona porta una grotesca ironía.
Rey de los gusanos, coronado. Rey de asesinos, coronado. Rey sin reino, sin poder, sin saber dónde caerse muerto. Uno de ellos será Bram. ¿Cuál? Eso está por verse.
Sus pasos se tropiezan con la misma nada y los aurores lo atrapan, tomándolo de las axilas. La estampa, a ojos el público que vuelve a darle la bienvenida tras las cámaras, contiene significados distintos. Pero Bram no tiene tiempo para aprovecharlo. Le han colocado la mano encima de uno de tantos extremos, que sobresalen por encima, puntiagudos y triangulares. Y la corona ha empezado ha girar hasta que todo se ha desvanecido.
El vestíbulo es demasiado opulento, voluminoso, silente. Tanto aire para respirar y Bram se marea. Las cámaras no ayudan y los brillos aumentan la desconexión, la confusión, la desorientación. De su estómago nace el acceso, que escala rápido por su garganta y sale en forma de líquido traslúcido de su boca tras una arcada.
Pobres reporteros, viendo el vómito en primera fila.
O no. Porque más de uno se ha puesto a aplaudir como si esperase ese catastrófico desenlace.
Bienvenido al Capitolio, Bram. Lugar dónde se aplaude al vómito.
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