Wish I'd never grown up
Could still be little
Could still be little
No hay nada en Hazel Vanderbilt que a ojos de los demás diga que no es una niña común y corriente. La hija única de la nueva flamante Ministra de Salud, proveniente de una familia trabajadora y respetable. Un rostro joven que saluda a las cámaras curiosas con una sonrisa de perlas. Una imagen blanca para los cotilleos ministeriales.
Se crió en la zona más tranquila y estable del distrito cuatro. Su piel fácil de tostar siempre la dejó en evidencia. Sus abuelos se dedicaban al comercio, su madre era una medimaga honorable.
Nunca hablaba de su padre. Era un tema prohibido, pero ella recuerda.
A sus ojos era natural. Pasó su infancia temprana entre su hogar en el cuatro y oscuras habitaciones en el norte. Recuerda que había momentos donde sus padres hablaban en susurros, donde mamá se veía angustiada y papá arrugaba el entrecejo. Había otros donde salían a pasear por el bosque. Papá le enseñaba a pescar, a seleccionar frutos salvajes y a seguir huellas. Ella lo adoraba y estaba segura de que su madre también lo hacía. A ojos de Hazel, su padre era el hombre más maravilloso, valiente e inteligente del universo. Si hablamos desde su punto de vista, podemos decir que eran felices.
Nada dura para siempre, pero eso no lo sabía.
Las memorias empezaron a ser más oscuras cuando tuvo que esconderse bajo una tableta suelta del suelo. Sabía que papá escondía gente ahí de tanto en tanto, pero nunca había hecho preguntas. En esa ocasión se quedó sola y prometió no hacer ningún ruido. Los aurores entraron a la fuerza.
Papá fue arrestado. Mamá fue asesinada. El maleficio no dejó sangre, pero oyó el golpe seco en el piso de madera.
Hazel tenía siete.
Pasó dos días en ese agujero negro. Lloró debajo de la capa hasta cansarse. Se dormía y, al despertar, volvía a sucumbir al miedo. Tenía hambre, pero no ansiaba salir. Si lo hacía se enfrentaría a la verdad y no había nada más terrorífico que un mundo donde estuviera sola.
Pero mamá volvió. Le costó entender por qué su madre fue quien se levantó y corrió las maderas para sacarla de ahí. Pasó tiempo hasta que supiera lo que significaba ser una veela, pero no le importaba. No si su madre estaba ahí para consolarla.
Su padre no fue tan afortunado. Todo el mundo supo que Sebastian Johnson fue enviado a declarar frente al Wizengamot. Todo el mundo supo que fue ejecutado por Jamie Niniadis en un juicio público y televisado. Jamás pudieron despedirse. Nunca le dieron un entierro digno. Hazel siempre supo que fue lanzado a una fosa común y que se llevó con él todas las historias que no alcanzó a contarle. Que los lugares que le prometió mostrarle se habían vuelto inalcanzables.
Su madre jamás fue identificada como la mujer que murió en la oscuridad de esa disputa. La habían dado por muerta y las ratas del norte no eran importantes. Hazel nunca supo qué excusa dieron como accidente para explicar el nuevo estado de su madre, pero sí vio cómo algunas caras empezaron a darse la vuelta. Las veelas no eran bien vistas. Entre las familias estables del cuatro, ellas se volvieron una paria.
Pero entonces llegó él.
Magnar Aminoff asumió la presidencia y se opuso a la discriminación entre las razas mágicas. Le dio un lugar a las personas como su madre y empujó a quienes se atrevían a mirar mal a quienes eran diferentes. Permitió que la carrera de la mujer volviera a crecer y, aunque algunas personas no cambiaban, Hazel se dio cuenta de que ya no la señalaban en la calle por ser hija de un monstruo.
Pasó los últimos años viendo las noticias desde un salón que se veía cada vez más pulcro. No hacía preguntas, solo asentía con la cabeza. Le habían dicho que siempre tenía que mantenerse callada y sonreír cuando se lo pidieran. Ingresó a Ilvermorny. La guerra se volvía incontrolable. Su madre fue nombrada Ministra de Salud. Hazel tuvo que abandonar su hogar y mudarse a la Isla Ministerial.
Se siente una princesa atrapada en una torre de cristal. Sabe que del otro lado del vidrio ve el norte. Hay cosas que simplemente se llevan en la sangre.