it's like
I can feel
time moving.
time moving.
Sadie Brooke era la única hija de Norman Brooke, mago, auror, y Elizabeth Glastonbury, maga, sanadora especializada en heridas provocadas por hechizos.
Ambos acabaron bien posicionados cuando cayeron los Black y terminó su era, y terminaron comprando una agradable casa en el distrito 13 y allí tuvieron una única hija, a la que llamaron Sadie.
Sadie se crió como lo haría cualquier otra niña de su distrito. Sin incomodidades. Rodeada de la magia de su familia y de la propia, que salió bastante tarde, cuando ella recién cumplía los once años y su padre estaba a punto de asumir que había tenido a una squib. Pero no era squib y su padre no tuvo que hacer el esfuerzo extra de esconder la decepción. Era una maga… Y qué maga.
Torbellino en potencia, actividad incansable. Sus profesores se quejaban de que no paraba quieta, de que le gustaba más correr que prestar atención en clase. No les faltaba razón. Pero llegó la preadolescencia, y con ella toda la actividad física que Sadie mostraba en su infancia pasó a ser exceso de actividad mental.
Siempre había sido una niña lista, pero que focalizaba sus esfuerzos únicamente en aquello que le gustaba. ¿Por qué iba a invertir alguien esfuerzo mental en algo que le resultaba aburrido? Sadie era incapaz de entenderlo. El caso es que esa inteligencia pasó a convertirse en astucia y pillería, porque la labia que demostró desde pequeña y su don de gentes selectivo la ayudaron a salirse con la suya en más de una ocasión.
Inquieta como nadie, a Sadie le carcomía por dentro una duda clara: ¿qué haría de mayor? Todo el mundo a su alrededor parecía tenerlo claro desde edades muy tempranas y ella no tenía ni idea. ¿Seguridad, como su padre? ¿Medicina, como su madre? ¿Deporte, como en su infancia? ¿Qué podía hacer?
La inauguración de Ilvermorny suposo, para ella, la oportunidad de encontrar un nuevo inicio que la ayudara a entender más qué le gustaba realmente. Qué quería hacer. Sería un comienzo satisfactorio. Con nuevos profesores, nuevas asignaturas, nuevas áreas a explorar.
Claro que lo que no esperaba Sadie, era tener que explorar nuevas áreas tan temprano en su experiencia escolar.
Una tarde, su padre llegó a casa y dijo que esa noche tendría que salir. Se estaba haciendo un llamamiento de voluntarios y voluntarias para defender NeoPanem y el Gobierno. La madre de Sadie no dudó en decir que le acompañaría: al fin y al cabo, tenía sentido que ella estuviera ahí. Era sanadora, y habría heridas ocasionadas por hechizos que tratar en el campo de batalla.
Entonces ambos adultos miraron a su hija, como esperando que la joven diera un paso adelante y, con orgullo patriótico, se uniera a sus progenitores para proteger la nación. No fue así, claro. Sadie tenía deberes y le apetecía estudiar. “Os veo mañana”, dijo, porque en su cabeza no cabía la posibilidad de que lo que fueran a hacer sus padres saliera mal.
Pero nunca regresaron. Se le notificó a los dos días que sus padres habían fallecido en el Distrito 9. Él durante la batalla, defendiendo con honor al gobierno. Ella durante la retirada, tras horas curando heridos, con el cráneo aplastado por el arma de un semi gigante.
La noticia no pilló por sorpresa a Sadie. Sus padres habían pasado muchas horas sin comunicarse con ella, y parecía demasiado sospechoso. Algo en su interior, una suerte de instinto, ya podía predecir que eso no tendría un buen desenlace.
Huérfana, pero con un techo bajo el que sobrevivir, una herencia con la que comer y un curso que terminar, Sadie se propuso salir adelante. Si lo haría sola o encontraría a alguien, eso ya sería cosa del futuro.