Trató de mantener la vista al frente a medida que uno por uno el resto de tributos desaparecían tras las puertas del lugar en el que habían de realizarse las pruebas. Pruebas. Numeración. Quién era peligroso, quién no. Los ojos de Hyperion volaron del rostro de Dianthe al del resto de chicos y chicas que esperaban junto a ellos a la muerte día tras día, intentaba verlos como enemigos, gente que, llegado el momento, no dudaría en atacarlos a ambos con la intención de sobrevivir. Sin embargo, no podía culparlos, después de todo, ninguno de los allí presentes estaba por gusto y, querer sobrevivir no los convertía en asesinos por mucho que eso le hubiese gustado a él.

Habría sido una forma de facilitar su trabajo.

Esperó pacientemente en silencio mientras la sala iba vaciándose.

Y entonces, le tocó a él.

Erguido entró en la sala con el mismo rostro de pocos amigos que lo había acompañado desde el principio de todo, desde la Cosecha, durante el desfile y los entrenamientos.

— Buenos días —saludó de cara al puesto de los Vigilantes con cierta ironía antes de darse media vuelta y encaminarse hacia las armas pesadas.

Contempló la posibilidad de explicar qué iba a hacer pero, dado que no era especialmente hablador y su público tampoco le parecía agradable, descartó la idea yendo directamente a la práctica. Había evitado usar el hacha durante los entrenamientos para no levantar alarmas frente al resto de tributos pero, allí, en la privacidad de la sala, pensó que sería lo más adecuado para él, después de todo, había cortado madera desde que tenía uso de razón y su estatura y complexión hacían que una de aquellas armas pesadas en sus manos pareciese mucho más peligrosa. Tras balancearlas en busca de la que se amoldase a la perfección a su peso, se encaminó hacia la sala de hologramas preparado para comenzar con la prueba.

Respiró hondo una, dos, hasta tres veces en el interior de la cabina de hologramas. Había visto al resto de tributos emplearla así que no tenía por qué ponerse nervioso, cortar un tronco no debía ser demasiado diferente a deslizar un filo a través de un millar de píxeles... o de un cuerpo real.

Un respingo.

No eran personas, al menos no en aquel instante. Tendría que aplicarse el consejo que le había dado a Dianthe para sí mismo, hacer las cosas paso a paso le había ido bien hasta el momento, solo tenía que seguir así, pensando lo justo, manteniéndose en el presente y tratando de superar los obstáculos uno por uno. Iba a morir de todos modos, ¿no? No habría tiempo ni lugar para los arrepentimientos si, con sus actos, era capaz de salvar a su... ¿amiga? ¿Compañera?

La primera figura se lanzó sobre él con otra hacha en la mano, como si pudiese herirlo, se movía rápido pero Hyperion ya conocía aquel tipo de movimientos y sentía su propia arma como una extensión de su brazo, la giró con un fluido movimiento de muñeca y, tras propinar una patada a la figura para alejarla, le seccionó la cabeza en un solo golpe. Se giró dispuesto a enfrentarse a la siguiente, concentrado, contando sus propias respiraciones para mantener la cabeza fría y en su sitio.

Cualquier ápice de serenidad que hubiese podido alcanzar se desvaneció junto a su seguridad por un instante cuando la siguiente figura echó a correr hacia él con la gracilidad de una gacela, ¿cómo no reconocer aquel cuerpo esbelto?

Se parecía demasiado a Dianthe.

Titubeó por un instante con la mano en el hacha repentinamente floja, casi inerte, por un momento se vio a sí mismo alzándola contra aquella figura, contra ella, y la simple idea de poder herirla hizo que su brazo no respondiese a la orden que su cerebro tendría que haber mandado de forma automática. No, no acertó, siquiera se movió cuando la figura lo atravesó y se desvaneció sin un solo corte de su hacha.

Sacudió la cabeza.

Era un juego, solo un juego, en la realidad, jamás haría daño a su compañera, igual que en aquel momento, se dejaría apuñalar por ella si llegase el momento en que tuviese que hacerlo. Quería que sobreviviese.

Solo lo lograría si conseguía impresionar a los Vigilantes y sobreponerse a la culpabilidad y el miedo.

Resopló como un toro bravo, preparado para el siguiente ataque.

Un nuevo golpe certero.

Había logrado sobreponerse al shock inicial, su confianza comenzaba a restaurarse, el hacha volvía a formar parte de su cuerpo, el mango, pesado, se sentía mucho más familiar en la palma áspera, callosa, de su mano que las estilizadas varitas que tanto le gustaba observar en manos de Dianthe mientras, con esmero, las tallaba. En su mente no veía las figuras, el cuerpo virtual que, una vez más, como hizo con el primero, seccionó sin pensarlo demasiado por la mitad, no, para llevar a cabo aquel ejercicio y todos los que estaban por venir necesitaba calma.

Necesitaba ver aquel rostro amoroso, los achocolatados ojos que, con una inocencia y una adoración infinitas, se centraban en las ramas perfectas y las convertían en pequeñas obras de arte destinadas a canalizar la energía más pura del universo.

Magia.

Dianthe, siendo squib, contenía más magia en su interior, en sus manos, que cualquier otro mago o bruja que hubiese conocido.

Volvió a alzar el hacha.

Tenía que salvarla.

Otra figura femenina, esta vez algo más alta y fornida, saltó de la plataforma superior de la cabina con un arco en mano pero, esta vez, no lo pilló con la guardia baja y, gracias a los recuerdos que iban pasando por su mente uno por uno, tampoco alterado.

"No te precipites", había dicho ella la primera vez que talló una varita y, frustrado, hizo que se quebrase entre sus dedos largos y demasiado acostumbrados al trabajo duro como para ser delicados.

No precipitarse, esa era la clave.

Observó la trayectoria de sus manos, el disparo y la curvatura de la flecha y, con un nuevo giro de muñeca, interpuso el filo del hacha entre la punta y su pecho. Una vez esquivado el potencial peligro unió sus manos en el mango y, como si de un bate se tratase, saltó sobre la figura antes de que volviese a cargar y, de un golpe, la hizo destruirse en cientos de pequeños hologramas anaranjados que se desvanecieron al contacto con el suelo. Preparó el siguiente golpe observando cada rincón, preparado para lo que pudiese llegar.

Pese a la atención que puso en su entorno, no llegó a ver a la nueva figura que, midiendo apenas un metro cincuenta, se lanzó sobre él desde detrás y, por la sorpresa, lo hizo trastabillar.

El hacha resonó contra el suelo con fuerza.

Pero no dejó que eso lo desanimase, se agachó sin mostrar rastros de decepción o temor en sus rasgos duros y, de nuevo, volvió a blandirla con seguridad. Un giro de hombro y el mango rotó junto al filo creando un círculo perfecto, un golpe no lo asustaría ni lo echaría atrás, estaba seguro de que en la arena se llevaría más de uno y, en alguna ocasión, probablemente fuese mortal. Debía prepararse, estaba mentalizado, golpeasen lo que golpeasen, cayese las veces que cayese, continuaría levantándose y recuperando lo que fuera que pudiese usar como arma hasta que no le quedase un mísero suspiro de vida en los pulmones.

— Vamos, vamos —siseó con evidente mal humor.

No importaba su determinación, uno de los peores riesgos del hacha era su tamaño y peso, se trataba de un arma mortal, sí, pero también de un objeto que no solo ralentizaba al que lo portaba sino que, para atacar, se volvía menos liviano y aerodinámico que, por ejemplo, un minúsculo cuchillo o una certera flecha.

No logró acertar en el siguiente ataque pero, aun así, se mantuvo firme.

Tal vez no estuviese haciendo su mejor demostración pero, lo importante, era lo que sucediese en la Arena y tenía claro que allí, que su vida y la de Dianthe serían el premio a perder, su cuerpo respondería de una forma mucho más brutal, salvaje y determinada. La adrenalina le daría el nervio que necesitaba y que allí, en la prueba, no tenía porque se sentía como un mero monigote, una marioneta bailando delante de sus titiriteros.

Un nuevo resoplido, alzó de nuevo el hacha, incansable, inabatible.

Su siguiente acierto no fue tan limpio como le habría gustado pero, por lo menos, fue lo suficientemente certero como para hacer explotar aquella familiar figura que también portaba un hacha y se había abalanzado sobre él sin temor alguno. Naranja, naranja y más naranja, comenzaban a dolerle los ojos por culpa de la concentración y el desagradecido tono demasiado brillante de los hologramas que se movían a su alrededor sin cesar. Las manos habían comenzado a sudarle y el esfuerzo empezaba a notarse en los músculos de sus hombros, demasiado tensos.

Tendría que bajar la intensidad si no quería lesionarse antes de su "gran" día.

Esos cabrones de los Vigilantes lo lanzarían a la arena pudiese defenderse o no.

Se acuclilló esperando el siguiente muñeco, cada uno con un arma, una estatura, una complexión y una forma de moverse diferentes, era una buena práctica, sin duda, tal vez de haberla hecho más se sentiría más preparado para enfrentarse al resto de tributos.

No quedaba demasiado para el final de la prueba y, aunque creía que lo estaba haciendo bastante bien, comenzó a preguntarse cómo lo habrían hecho el resto de sus compañeros. ¿Qué habilidades habrían mostrado los niños del Distrito 4? Parecían demasiado pequeños como para ser letales... ¿y los tributos del 1 y el 2? Imaginó sus rostros uno tras otro y recordó lo poco que había interactuado con ellos en los entrenamientos... exceptuando a Ash y Dianthe. Hacer amigos no había sido una opción, no quería encariñarse, siquiera con los más pequeños porque, a la hora de la verdad, él solo iba a proteger a una persona y, si tenía que herirlos...

Lo haría sin contemplaciones.

Desde su posición acuclillado vio la siguiente figura con el rabillo del ojo e, impulsándose, saltó atravesando lo que habría sido su cintura de estar realmente viva, seccionándola en dos y haciéndola estallar ante sus ojos una vez más.

Solo debía seguir así, sin pensar en que lo próximo que atravesaría no sería un holograma.

Sino carne real.

Saltó poniéndose en pie y de una fuerte patada en el pecho volvió a deshacerse de la animación.

Su respiración comenzaba a pesar y los músculos de su cuerpo se tensaron bajo el traje de entrenamiento revelando parte de sus fibras en el caso de la piel expuesta de los brazos y el cuello, preparados, fuertes, el corazón, latiendo desbocado, hacía correr la sangre por unas venas que, frenéticas, la expandían por toda su anatomía alimentándola, dándole fuerza para seguir. No había adrenalina, porque el peligro no era real, pero si la sensación de ser observado, podía percibir los ojos de los Vigilantes clavados en su nuca, ¿diversión? Se preguntó si se sentirían bien en aquel momento, viendo desfilar a más de una docena de niños y adolescentes que mostraban sus capacidades "mortales" listos para matarse unos a otros por banalidades tales como mostrarse contrarios a un gobierno que los apaleaba sin piedad.

¿Los verían como amenazas realmente? ¿O se apenarían?

¿Sentirían piedad?

No, claro que no.

Apretó los dientes con tanta fuerza que su mandíbula crujió.

De haber podido, sin duda los atravesaría a ellos y, dejando a un lado el pesar que sentía por sus compañeros, estaba seguro de que no sentiría culpabilidad alguna al separar la cabeza del cuerpo a aquella sarta de desgraciados asesinos y esclavistas.

Sus nudillos se blanquearon por la fuerza que les transmitió al reafirmar su agarre sobre el hacha.