El primer día de entrenamientos y siento que no soy gran cosa como para demostrar algo. Me siento demasiado pequeño a comparación de los demás tributos, al menos por lo que vi ayer a la noche en los desfiles. Hay chicos de otros distritos que su pierna es mi cuerpo entero. Si acabo en un combate cuerpo a cuerpo contra uno de ellos, está más que claro quién va a perder. Nos dan unas cuantas instrucciones de lo que vamos a hacer durante la semana, y que al final de ésta nos evaluarán los vigilantes.

Mi mirada se alza hacia el palco que se encuentra a pocos metros del suelo, en el que se encuentran todas esas personas importantes que determinarán qué eficaz soy en las diferentes disciplinas. Creo que les voy a resultar demasiado complicado. Lo único que sé es nadar muy bien, gracias por el hecho de vivir en el cuatro, y a moverme con agilidad. Sin embargo, no sé usar ningún tipo de arma.

Cuando nos dejan tiempo para nosotros mismos, me despido de Mara para indicarle que me voy a acercar al rocódromo para escalar un poco. Puede que entre en calor de esa manera y pueda demostrar mi agilidad delante de todo el mundo. El rocódromo tiene un aspecto raro, de hecho es como si fuesen árboles. Me parece bastante gracioso. Un esclavo me pone el arnés de seguridad, supongo que no quieren que nadie se lesione durante los entrenamientos para poder llegar a la arena lo más intactos posible, y después se va.

Comienzo a subir el rocódromo y al principio me siento bastante ligero. De hecho, llego mucho más arriba de lo que me esperaba. Giro la cabeza un poco y puedo observar a todo el mundo entrenar. Pero ese despiste me cuesta caro, ya que me resbalo y caigo hacia el suelo. Suelto un grito ahogado, ya que me entra aire por la boca, pero esto debe tener un mecanismo automático, haciendo que me quede a algunos centímetros del suelo. Parezco un chorizo colgado ahora mismo. No sé si alguien se habrá fijado en la escena, puede que los vigilantes y haya quedado mal... pero me da igual.

Miro a mi al rededor y veo a la tributo del distrito once cerca. — Perdona... ¿te importaría ayudarme a bajar? Creo que me he quedado atascado y mis piernas no llegan al suelo... — Las balanceo para que se percate de que no estoy mintiendo ni nada. Si fuese un poco más alto no tendría problema en llegar al suelo, pero mi altura ahora mismo no me ayuda demasiado. Espero que sea una chica amable, aunque tiene una expresión un tanto ruda. — Me llamo Marco, del distrito cuatro. — Me presento, con una tímida sonrisa en mi rostro. ¿Se pueden hacer  amigos aquí dentro, cuando nos estamos jugando nuestra propia vida?

Concuerdo con lo que dice Anya respecto a la marca, a mi tampoco es que me guste mucho. Muchas niñas de clase llevan estuches, lapiceros, agendas e incluso pegatinas con cosas que siento que son pura pijería. "Hoy que madrugue otro" o "huelo el éxito, lo huelo!" ¿A qué tipo de personas le puede gustar ese tipo de tonterías? — Estoy seguro de que a muchas personas se le abrirían los ojos con esa idea, Anya. La realidad es una caca y marcas como esas sólo intentan ocultar lo que realmente vivimos. — Pero no puedo evitar reír por su idea ya que me parece tremenda, sobre todo cuando menciona la caca de pájaro. — A mi me parece una idea perfecta. Deberías haberla puesto en práctica. — Antes de entrar aquí, pero claro, prefiero no mencionar nada al respecto.

Mis ojos se abren de par en par cuando el cuchillo de goma le da a Anya en el pecho. No puedo evitar soltar un pequeño salto de alegría. — ¡Por fin! ¡Lo he hecho! — Comento emocionado, al igual que ella. Está siendo una chica majísima conmigo, no puedo esperar a contarle a Mara que hay gente súper maja aquí. — Todo gracias a todo lo que me has animado, sin eso creo que no podría haberlo conseguido en la vida. — Y puede que sea cierto, porque no confiaba en mis capacidades para hacerlo. Ahora, creo que voy a ser más capaz. — Venga, va. — Comento a su sugerencia de intentarlo otra vez. Cojo el cuchillo que me lanza por los aires y me pongo en la misma posición de antes, imitando los pasos para poder dar a Anya en el pecho de nuevo.

— ¡Habría tardado una eternidad! — Sacudo mis manos de manera exagerada y dejando éstas en mi cintura. Y no estoy siendo desorbitado con mis palabras. Si me ha costado unos cuantos tiros el hecho de darle a mi objetivo con los ánimos de Anya, sin ella todo habría sido un espectáculo. Seguro que los demás tributos se me habrían quedado mirando con pena y no habría cosa que me hubiese dado más rabia. Pero agradezco mucho cuando me dice que tengo madera. — Aprendo de una buena instructora. Estoy seguro que si otra persona se habría puesto en tu lugar, no habría tenido la misma paciencia.— Le digo con una media sonrisa.

Lo mejor de todo es que le vuelvo a dar y parece que le he cogido el truco a esto de lanzar cuchillos de goma. ¿Quién lo habría dicho con el principio tan catastrófico que he tenido? — Tú también tienes que volver a lanzarme alguno que otro, ¿eh? No vamos a centrar todo este entrenamiento en mi... — Me sentiría muy mal, la verdad. Agarro el cuchillo que me ofrece de nuevo y suspiro al ver cómo se mueve de un lado hacia otro. — ¡Eso es imposible! Si he tardado una eternidad en darte cuando estabas quieta, ¡como para hacerlo cuando te mueves! — Pero realmente tiene razón, porque en la arena, si alguien viene a por mi, no va a estar quieto esperando a que le lance un cuchillo de verdad.

Así que, pensándolo mejor, me pongo en la misma posición de antes e intento concentrarme en los movimientos que hace Anya. Agarro el cuchillo y me fijo en los movimientos que hace, intentando apuntar hacia el medio cuando pasa por allí.

No me creo mucho sus palabras respecto a su paciencia. — Pues por ahora has demostrado tener más paciencia de la que crees. — Le comento entre risas. Puede que ella tampoco se dé cuenta de lo que está haciendo, pero está siendo muy paciente, teniendo en cuenta todos los fallos que estoy haciendo. Este entrenamiento podría haber sido mucho más dinámico en cuanto a darnos el uno al otro, pero puede que ésta sea la gracia de todo; que acabemos aprendiendo de nuestros puntos débiles y mejorarlos.

El cuchillo de goma de Anya vuelve a darme, cosa que no dudaba por el buen manejo que tiene la chica con estas armas. — Puede ser buena idea, pero aquí no tengo un sitio donde poder subirme y lanzarte el cuchillo. — Comento, mirando a mi al rededor. Sin embargo, no voy a dejar que ese me detenga. Me posiciono de la mejor manera que puedo, cojo el cuchillo de la manera que Anya me ha indicado con anterioridad y con un firme movimiento, lanzo el arma hacia ella.

Puede que los vigilantes nos echen la bronca por estar moviéndonos de un lado a otro, pero tampoco es que estemos transportando armas de verdad. — ¿Qué nos van a hacer? ¿Castigarnos? — ¿Más de lo que están haciéndolo ya? No creo que nos digan nada. — Puede que incluso les guste que nos movamos de un lado a otro y lo valoren de manera positiva. No sé cómo piensan, pero bueno, por intentarlo tampoco pasa nada. — Menciono.

Mi cuchillo falla de nuevo, aunque es verdad que pasa un poquito más cerca de ella. Bueno, poco a poco, tampoco pretendo acertar ahora todos mis cuchillos cuando he tenido una pequeña buena racha. — Venga va, ahora me voy a concentrar más. — Entrecierro los ojos como si de esa manera visualizase mejor a Anya que la tengo a escasos metros de mi. Agarro el cuchillo fuerte y lo lanzo un poco más suave que la anterior vez, puede que si lo hago muy fuerte lo desvíe con mi propio gesto.

Me sorprende que Anya esté acostumbrada a no comer en el orfanato. — ¡Ala! Pero qué mala. Seguro que lo hace de manera super injusta. —No sé en qué líos se podrá meter Anya en el once como para que la dejen sin cenar. Yo no estoy acostumbrado a eso, aunque es verdad que cuando vivía en el mercado de esclavos, sí que pasaba mucha hambre. Pero todos esos problemas desaparecieron cuando me adoptaron los Barbrow. Todavía me acuerdo de la comilona que me hicieron cuando fui por primera vez a su casa.

Puede que mi último cuchillo no haya dado en el objetivo que tenía en mente, pero al menos he sido capaz de acercarlo a ella tanto como la última vez. Incluso como para que ella misma sea la que lo pueda agarrar con sus propias manos. — Eres muy ágil para agarrar el cuchillo con la mano. Yo estoy seguro que me acabaría dando en la cabeza o algo. — Puede que para coger objetos en el aire sea un poco patoso, aunque antes lo haya hecho. Pero eso creo que ha sido pura suerte. Me llevo la mano a mi mentón y lo rasco con suavidad. — ¿Qué propones que usemos? — Espero que no diga de usar nada de verdad, espero que por ahora sigamos con las armas de goma.

Intento lanzar el cuchillo de nuevo hacia Anya, pero esta vez un poco más bajito, intentando compensar la fuerza de antes, teniendo en cuenta que el anterior lo ha cogido con la mano. Espero que esta lógica sirva de algo.