Se podría decir que el matrimonio Fisher era del tipo con el que todos soñaban cuando pensaban en su futuro, en la persona con la que compartir una vida, a la que amar y nunca separarse. Porque así eran. Las cosas no fueron fáciles en ningún momento, ambos pertenecían a familiar bien situadas económicamente, pero siempre quisieron ser independientes, no tener que rendir cuentas a nadie, ni siquiera a sus familias. Y, por ello, las cosas fueron complicadas al inicio. Trabajos variados, mudanzas y dificultades hasta que ambos consiguieron un trabajo, hasta que el mismo se convirtió en algo estable, hasta que el señor Fisher consiguió ser el encargado de su sección y la señora Fisher abrir su propia clínica en el distrito.

Entonces, y solo entonces, decidieron permitirse ampliar la familia. Quizá debieron hacerlo antes pero, ¿quién sabía lo que ocurriría aquel año? ¿Quién sabía que, tras tantos años de gobierno Black, todo el sistema caería de golpe? Y no solo cayó, sino que los destrozó. No era más que finales de abril del año 2452 cuando todo acabó por cambiar por completo. La persecución se volvió del revés: entonces eran los humanos los perseguidos, los esclavizados, los vendidos como mercancía. Y el señor Fisher sería uno de ellos. Nunca llegó a saber que su mujer estaba embarazada.


Las rupturas siempre son algo complicado, pero mucho más cuando te ves obligado a la misma. Cuando ni siquiera te dejaron comprar a tu marido para traerlo de vuelta a casa; mucho menos cuando sabes que acabó en manos de una familia purista y ni siquiera te dijeron a qué distrito.

El embarazo fue complicado por muchas razones: la soledad, la tristeza, que fueran dos criaturas y no una, el retraso del parto. Parecía que todo quería ir mal. Salvo cuando el par de mellizos nacieron; porque, entonces, tanto sus rostros como si presencia se convirtieron en el vértice de la señora Fisher.


La vida pasó con calma, con tranquilidad y armonía. Los mellizos no solo se trataban como hermanos, sino como mejores amigos, siendo Vega la que más apegada se encontraba a su hermano menor. Clases, amistades, trabajos temporales, estudios superiores. Las decisiones iban y venían de un lado para otro, la vida continuaba para los jóvenes que, ajenos a los sentimientos de su madre, no entendían la razón por la que la mujer seguía, tras tanto años, sumida en tal sufrimiento. Nunca conocieron a su padre, nunca tuvieron trato con el señor Fisher, por lo que nunca podrían entender realmente los sentimientos que aprisionaban el corazón de su madre.

Las revueltas en el Norte, los cercanos movimientos rebeldes, fueron todo lo que la mujer necesitó para formar parte de los mismos. Quizá no le importaban realmente el resto de humanos, la igualdad o el trato a estos, pero el rencor y la tristeza eran sentimientos demasiado fuertes y arraigados en el corazón de la mujer. Fue en las últimas revueltas en las que la mujer tuvo más repercusión, siendo una de las atacantes a un grupo de aurores y siendo sus manos las que terminaron con la vida de un joven auror que se encontraba de prácticas. Habían cámaras, grabaciones y testigos. Todo apuntaba a ella como la causante del incidente y, por ello, no tardaron en llamar a su puerta para apresarla.


No hacían falta explicaciones, tampoco muchas más palabras de las que ya habían escuchado en infinidad de ocasiones. Tanto Vega como su hermano acabaron yendo a vivir junto a sus abuelos maternos, viviendo en una pequeña burbuja durante algún tiempo. Vega dejó de asistir a clases, abandonó sus estudios en el Royal y comenzó a hacer su vida exclusivamente entre las cuatros paredes de su habitación, se aisló por completo de todo y todos lo que la rodeaban. Ni siquiera prestó atención al anuncio de una nueva edición de juegos, una enfocada a castigar a aquellos que se hubieron rebelado, una en la que encajaba demasiado bien, pero, otros muchos también lo hacían, ¿no?