twinkle,
                twinkle
                                         little
                                s t a r


    how i wonder what you are

No es necesario describir cómo eran sus abuelos, sobre todo si tenemos en cuenta cómo se tomaron que su hija menor, Daphne, apareciera embarazada y se negara a dar el nombre del padre. Pensaron que era un muggle, y eso les pareció despreciable, también una traición. Fue así como lanzaron a Daphne a los brazos de otro hombre, y Earnest, un brujo de clase media y sangre mestiza, aceptó porque también vio la oportunidad: una de relacionarse con uno de los apellidos más prestigiosos, de subir en la pirámide social.

Siempre que le contaban el comienzo de la historia, Callie atendía con los ojos abiertos. En algunos momentos le parecía cruel que tiraran a su madre a los brazos de un desconocido para conservar su reputación, para no hundir un apellido. En otras ocasiones, le parecía un sacrificio necesario. Sacrificios. Se preguntaba si ella también tendría que hacer alguno por su familia.

Gaïa nació cuando el matrimonio ya estaba consolidado, motivo de alivio para sus abuelos. Respiraron, se mostraron orgullosos y presentaron y acogieron a su nieta con la sonrisa más grande que alguien pudiera imaginar.



Calliope no llegó al mundo hasta que pasaron dos años más. No solía tener pesadillas todavía. Era una niña callada y apasionada, una que sonreía constantemente y que siempre sabía dónde estaba su lugar. Desde el principio le inculcaron los ideales propios de su condición: lo mucho que importaba la sangre y conservar la reputación ligada a su apellido. Hargreeves significaba poder, estatus y grandeza, y ellas no podían ser menos.

Siempre vio a Earnest como su padre, al menos hasta que se enteró de que no lo era. Era pequeña para comprenderlo todo, para entender por qué habían decidido casar a su madre con un hombre con el que no hacía más que discutir. Aquella fue la primera vez que descubrió que habría cosas que siempre escaparían de su entendimiento y que el mundo iba mucho más allá de lo que representaban sus libros favoritos: había luchas de intereses, también reputaciones en juego. Y, cómo no, sacrificios.

La magia, desde el principio, fue parte de su día a día, por lo que podría resultar difícil recordar cuál fue su primera muestra. Sin embargo, recuerda con exactitud el día en el que le regalaron el cuaderno que aún conserva. Era de cuero de color morado, rematado con detalles dorados en los bordes y esquinas. En el centro, también en dorado, estaba grabada la impresión de un pájaro huyendo de su jaula. Por supuesto, era una objeto mágico: un cuaderno al que jamás se le acababan las páginas. La primera vez que su madre la castigó por querer saber más sobre su padre real, lo tiró al suelo con tanta fuerza que bien podría haberse roto; sin embargo, en vez de eso, las hojas se convirtieron en pequeños pajarillos de papel, que revolotearon alrededor de su cuarto.

Era en las clases de etiqueta y modales donde más escuchaba su apellido dicho con respeto. Seguía preguntando sobre su padre siempre que tenía ocasión. Cada vez que lo hacía, su madre cambiaba la versión; hasta el momento, su padre biológico podía ser el señor de un castillo, un aventurero que había dejado atrás a su familia para vivir en un barco que surcaba los mares. También un poderoso mago, tan poderoso que no podía desvelar su nombre. Calliope lo apuntaba todo; historia tras historia, esperando que hubiera pistas reales escondidas tras ellas. Siempre había sido así de organizada: el tipo de persona que hacía listas y planes con anterioridad, que apuntaba absolutamente todo. En el fondo, sabía que algún día lo querría encontrar.



La maldición que parecía ir adherida a su apellido siempre conseguía acabar con su temple. Sabía que existía en la sangre de su familia; pero, aun así, no había más información sobre ella. Habían buscado en diarios antiguos, preguntado a especialistas y, sin embargo, seguía sin haber una definición concreta sobre esta ni ningún tipo de explicación certera sobre a quién afectaría. Al principio, trataba de darle poca importancia. Luego, su tía murió y empezaron las pesadillas.

Soñaba con manchas negras, con las venas de su brazo, poco a poco, volviéndose oscuras. Esa oscuridad subía por su codo, le rodeaba el hombro, abrazaba su cuello. Bajaba por su cuerpo pálido, estirando sus dedos imaginarios, sus hebras negras, intentando alcanzar su corazón. Antes de que llegaran, siempre se despertaba. Era como si una parte de ella supiera que iba a ser la siguiente.

No fue hasta las últimas Navidades que la palabra maldición empezó hacer eco en su cabeza. Se despertaba con moretones inexplicables, perdía el apetito y se desvelaba todas las noches. Podría haber sido por cualquier otro motivo, pero ella sabía el verdadero y su familia también.


Un apellido siempre ligado al respeto, empezaba a ser pronunciado también con miedo.