Al nacer, fue enviado a un orfanato y pasó algunos meses sin un verdadero nombre. Fue adoptado por una pareja de muggles del distrito dos y pasó a ser parte de la familia Aminoff, bautizado como Magnar. Sus nuevos padres eran incapaces de concebir hijos, así que no pasó mucho tiempo a que tuviese un hermano adoptivo y, así, creció en el mundo gobernado principalmente por la familia de James Black. A sus propios ojos, se crió como un niño normal, hijo de un agente de la paz que le recordaba dónde se encontraban las normas de la sociedad y de una mujer que trabajaba en el departamento de vigilancia de los Juegos Mágicos. Oyó historias sobre los magos, fascinado por su verdadera naturaleza, hasta que a los seis años dio su primera muestra de magia. En un arrebato de enojo, su hámster fue asfixiado sin siquiera tocarlo y sus padres supieron de inmediato lo que había sucedido, tomando esa muestra como un síntoma a temer.

Jamás es buena idea hacer que un mago contenga sus poderes, menos cuando se encuentra en pleno desarrollo infantil y la magia busca salir por los poros. Obligado a mantener un perfil bajo, los accidentes se volvieron moneda corriente. Las cosas explotaban, las mascotas morían, su propio hermano lo veía como un monstruo, los niños de la escuela lo rehuían por su comportamiento errático y tics nerviosos. El problema con las bombas de tiempo es que llega un momento donde explotan y, ante la caída del gobierno de los Black, vio la oportunidad. Los aurores no alcanzaron a apresar a los Aminoff, porque su propio hijo se encargó de ellos en una explosión de magia; para su desgracia, su hermano pudo escapar. Contaba con veinte años cuando hizo lo posible para demostrar que era un mago, ganándose un lugar en la nueva sociedad. Le llevó un tiempo el querer descubrir de dónde provenía, negado a poseer sangre muggle en sus venas. Tardó en conseguir los datos de adopción y descubrir así quienes eran sus verdaderos padres, pero aún así, decidió callarlo.

Sus años de juventud se consumieron en actos delictivos que lo barrieron al norte, donde se encuentran los desesperados. Ladrón, mentiroso y encantador, tuvo el cerebro suficiente como para convencer a otros que roben por él, que mientan por él, que encanten por él. Hizo tratos y entregó aurores a cambio de protección y, con el correr de los años, plantó su pequeña mafia traficante en el distrito doce. Maneja una buena parte de la mercancía del mercado negro y tiene ojos en los rincones más recónditos, aunque pocos saben su nombre o cómo luce. Cree que el mundo es de los magos, pero no aprueba el modo de accionar del gobierno de los Niniadis. Los llama débiles, insensatos, piensa que no tienen una verdadera técnica militar. Y sin embargo, sabe conversar con rebeldes, silencioso como una serpiente, a sabiendas de que está donde le conviene estar.

Fue gracias a su red mafiosa en el norte que Hans Powell le pidió ayuda para rastrear a un anónimo heredero Black y, tras ello, Riorden Weynart le otorgó el trabajo de Jefe de Aurores a mitad del año 68. Tan solo tres meses de aquel evento, se presentó en la casa de Jamie Niniadis una temprana mañana y se rebeló frente a su madre como aquel niño que ella supo abandonar. Lo que sucedió aquel día es un completo misterio, ya que solo Magnar, su madre y sus hermanos se encontraban en la habitación cuando se produjo un duelo de varitas. ¿El resultado? Jamie Niniadis muerta, Hero y Seth fugitivos, acusados de asesinar a su madre.

¿Y Magnar?

Le tomó unos días el asumir el manto que su madre había dejado. Se adjudicó el puesto de Presidente, título que se había abandonado hacía años e inició una nueva doctrina dentro de la nación, buscando unificar la sangre mágica en contra de los muggles. Sus métodos quizá son dudosos pero, no obstante, muchos coinciden en una cosa: cuando se trató de cambiar las reglas del juego, él fue el primero en mover las fichas.