The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Jolene W. Yorkey
Mentor
Mis pasos retumban con algo de violencia en los pasillos vacíos del colegio, cuya iluminación evidencia que el silencio se debe a que acaba de finalizar la jornada estudiantil del día de hoy. Llevamos menos de un mes de clases y ya han comenzado los disgustos, esos que me hacen creer que hice mal al no presentar una renuncia formal a Eloise Leblanc al inicio del ciclo escolar. ¿Cómo es posible que de verdad estemos considerando llegar a este punto entre los niños? ¿En qué se diferencian los magos de los Black si están buscando transformar a nuestros estudiantes en pequeñas armas de combate? Sé que es un poco irónico viniendo de mí que, siendo profesora del club de duelo, debería tener en consideración lo que nos están pidiendo. Pero esto es pasarse de la línea.

Ni siquiera saludo al pobre de Ted cuando me lo cruzo al doblar el pasillo y oigo cómo intenta decirme algo que suena a si quiero beber un café, tampoco es como que tenga que repetirle por centésima vez que no me interesa relacionarme con él de esa forma. Mis pies se detienen con algo de fuerza delante de la pesada puerta de madera a la cual golpeo con un llamado de tres, hasta que la voz de nuestro director me da el permiso para abrirla. No diré que conozco demasiado a Edward Jenkis pues sería una terrible mentira, pero sí puedo asegurar que no se parece en nada al niño que me crucé una o dos veces cuando ambos éramos estudiantes en el distrito ocho. Muchas cosas son diferentes a esos años, no solo nosotros. Parece que estamos parados en un mundo opuesto.

¿Es verdad? — cierro con mucho cuidado detrás de mí para así dar algunos pasos hacia su escritorio — Que quieren que enseñemos maleficios imperdonables a los alumnos — antes de que me haga preguntas, levanto mi teléfono celular — Me llegó un comunicado no oficial del Ministerio, ya sabes. Contactos — no es muy difícil de sumar dos más dos, los rumores dentro de las reformas siempre vuelan como la pólvora. Quizá todavía no lanzaron ningún anuncio pero, de ser cierto, no pueden contar conmigo — Edward, no puedes estar de acuerdo con algo así… ¿O sí? — quizá los rebeldes no tienen problemas en utilizar maleficios de esa índole, pero creía que el gobierno estaba tratando de ponerlos como los malos de la historia y no de rebajarse a su altura.
Jolene W. Yorkey
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Edward D. Jenkins
Ministro de Educación
Estoy acostumbrado a quedarme al final de la jornada escolar en el colegio, usualmente trabajando, o haciendo cualquier cosa que retrase mi partida a casa. Tengo un hogar bonito, o al menos eso me gusta creer, pero soy de esas personas a las que les resulta agotador llegar a una casa vacía y silenciosa. Tal vez por ese motivo decidí comprar un perro. No lo sé, pero desde que tengo a Trina me hace tanta compañía que ni un día me he separado de ella. Incluso me he encargado de construirle una casita y una cama donde pueda estar durante el horario escolar, ser director tiene sus privilegios. Así que pasado un buen rato de trabajo después del cual ya no sé ni qué es lo que leo, me permito tomar cinco minutos para intentar de enseñarle trucos y modales. Sí, modales, porque es muy desastrosa. —Vamos Trina, dame la pata una vez y esta galleta será tuya. — Le digo mostrándole una de las galletas para perros sabor pollo que compré el otro día. Claro que ella, sin terminar de entenderme, intenta arrebatármela, logrando su cometido cuando me sobresalto con el sonido de la puerta.

Me acomodo lo más rápido posible la corbata y el cabello y me siento en mi silla como si nunca hubiera dejado de trabajar, indicándole a la persona detrás que puede pasar. Trina se acomoda en su camita y yo estoy a punto de saludar a Jolene cuando sus preguntas me hacen abrir ligeramente la boca y arquear las cejas. Decido guardar silencio hasta termina de hablar y entonces suelto un suspiro. — Jolene, siempre un placer verte. — La saludo primero de forma diplomática. — ¿Puedo ofrecerte algo de beber? ¿Café? ¿Té? ¿Quizás algo más fuerte? — Estiro la varita para acercar dos tazas de la vitrina de mis coleccionables al escritorio. En ambas están plasmados paisajes con movimientos. Con un ademán acerco la cafetera que aún conserva la bebida caliente y me sirvo únicamente a mí, esperando la respuesta de la pelirroja.

Después de un trago largo a mi café decido que tengo la energía suficiente para tratar tan delicado asunto que igual a mí me tiene consternado. — Estoy de acuerdo con que el estudiantado debe aprender a defenderse en estos tiempos críticos. — Una respuesta vacía, bien podría no haber contestado y habría sido lo mismo. Enderezo mi postura sobre la silla, recargándome ligeramente en el respaldo y llevando el dorso de mi mano a mis labios. — Claro que una cosa es aprender a defenderse y otra a aventar maleficios imperdonables. — Mi mirada se vuelve seria. En otra época hubiera estado a favor, pero después de más de 10 años de trato directo con los estudiantes... Simplemente no podría soportar verlos aprender hechizos así, mucho menos a tan corta edad. Pero, ¿Qué puedo hacer yo? Tengo dos años en el puesto, la palabra de los ministros es más que suficiente para silenciar la mía, y si me rehúso y no implemento estas medidas entonces buscarán a alguien más para el puesto que sí lo haga. Prefiero quedarme y hacer esto bajo mis propias reglas a simplemente abandonar todo. — Tengo entendido que primero se solicitará permiso a los padres. — Al menos para los cursos básicos, y estoy seguro de que muchos se negarán. En el Prince puede que no les quede de otra, ¿Pero en el Royal? Somos el colegio de muchos hijos e hijas de familias poderosas. — ¿Los demás profesores saben algo? ¿Los alumnos?
Edward D. Jenkins
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Jolene W. Yorkey
Mentor
Es inevitable que mis ojos se vayan de inmediato a la figura canina de la habitación, esa que me hace creer que su dueño la tiene aquí para aparentar ternura frente a sus estudiantes o para que les muerda los zapatos, no tengo un término medio. Mi ceja se arquea en cuanto siento el impulso de decirle que necesito vodka para poder pasar esta noticia pero me recuerdo que se supone que es mi jefe, así que prefiero no embriagarme en su presencia y terminar, posiblemente, escupiéndole mil cosas en la cara de las cuales me arrepienta luego  — Café, gracias  — menos suave que el té, suficientemente fuerte como para suplir la bebida blanca hasta que llegue a mi casa. Que no sea cosa que me acaben diciendo que soy una dependiente alcohólica encubierta.

Muevo mi mirada por encima del juego de tazas flotantes antes de resignarme y tomar asiento, quizá con demasiada desenvoltura al cruzarme de piernas y brazos como si toda mi postura quisiera gritarle que estoy ofendida con él. Vaya a saber por qué, él no es quien arma las leyes pero tengo que enojarme con alguien y el pobre Jenkis es quien tengo más cerca como representante del poder educacional de este país. Malo para él, el primer comentario que sale de sus labios es el que me hace arquear una de las cejas que acabo relajando ante lo siguiente —  Además… ¿Con quienes van a practicar? ¿Entre ellos? ¿Con esclavos? — La manera en la cual tuerzo los labios deja bien en claro que no me importa lo que digan, la idea en sí misma me parece una brutalidad — Son niños, no guerreros. Si quieren enseñarle a los estudiantes de defensa es una cosa, pero ya esto… Es una locura — no se me ocurre otra manera de ponerlo en palabras y estoy segura de que en el Ministerio me tomarían de blanda.

Qué considerados… —  mascullo con ironía. A las preguntas finales respondo con un encogimiento algo exagerado de hombros en lo que mis ojos se expanden hasta alcanzar todo su potencial de huevo frito — Yo no lo hablé con nadie y supongo que no dirán nada hasta que lo anuncien, así que no lo sé — contesto de forma honesta —  Pero… ¿Qué nos diferencia de los Black metiendo a niños a entrenar para volverse asesinos? Sé que estamos en épocas complicadas, pero tenemos que saber marcar un límite… ¿O estamos pretendiendo mandar a los menores a la guerra? ¡Como si no tuviéramos un ejército preparado para ello! Si los aurores son deficientes, los niños no tienen porqué pagar por ello — quizá me estoy pasando un poco sin tener la confianza, pero mi manera de bufar deja bien en claro que no voy a cambiar de opinión.
Jolene W. Yorkey
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Edward D. Jenkins
Ministro de Educación
Asiento con una leve sonrisa cuando acepta el café, moviendo la varita para verter la bebida en su taza, y acercando entonces un plato pequeño con cubitos de azúcar. Me gusta lo dulce pero el café siempre lo preferiré solo, aunque mantengo el azúcar para las posibles personas que puedan pasarse por mi oficina, uno nunca sabe. Aguardo a que Jolene se siente, pero cuando lo hace no espero obtener tal actitud. No puedo culparla, por supuesto, y lidiar con este tipo de situaciones es parte del trabajo, así que lo mejor que puedo hacer es llevarme la taza de café a los labios. Acepto internamente que mi primer comentario no ha sido el más acertado, y la cara de Jolene me lo deja más que claro, de hecho, resulta ser la chispa que necesitaba para indignarse mas. — Por supuesto que no dejaré que practiquen tales cosas entre ellos. — Respondo con asombro. Con respecto a los esclavos... No es una cosa que quisiera, y mucho menos algo que dejaría pasar sin pelea, pero no creo que sea una opción que no estén considerando.

Entiendo el descontento, profesora Yorkey, yo tampoco quiero que nuestro colegio se convierta en un centro de tortura. — Respondo quizás de forma brusca al decir la última parte, asintiendo con la cabeza lentamente cuando admite no haberlo comento con nadie. Eventualmente todos se enterarán, pero no creo que al ministerio le cause gracia que el rumor se esparza antes de tiempo. Escucho con calma todo lo que viene después de su boca, llevándome ahora ambas manos a la altura del mentón para recargar mi cabeza en ellas. Alzo la mano cuando termina de hablar, mi cara no denota ni enojo ni indignación, porque claro que no me quedan, pero la volteo a ver serio. — En este despacho puedes decirme lo que piensas del colegio y las decisiones que se tomen aquí, Jolene, pero te recomiendo que seas un poco más cuidadosa en el futuro. — No sé si me va el comentario, y no quiero que parezca que intento reprenderla ni sermonearla, ni abusar de ninguna autoridad que pueda venir con el puesto. Pero sé que el descontento que siente puede llevar a una persona a soltar frases mal vistas en el ministerio. Sobre todo ahora, donde la paranoia es algo de todos los días y cualquier persona que pueda oponerse al gobierno termina mal.

No puedo decir que no tengas razón. — Admito, removiéndome un poco en mi asiento. Incluso Trina, que estaba ocupada con su galleta, se ha quedado quieta por el bufido de Jolene. — Al igual que tú, no estoy de acuerdo. — Suelto un suspiro. — ¿Crees que me agrada la idea de permitir que los alumnos aprendan a torturar y matar? — Mascullo. Una cosa es conocer las maldiciones y saber defenderse, otra muy distinta practicarlas semana tras semana para perfeccionar el arte de la agresión. — Y sin embargo no hay mucho que pueda hacer contra la voz de la ministra de Bienestar. — Suena a excusa, lo sé. — No dejaré que mis alumnos se torturen entre sí ni hagan eso con esclavos. — No son máquinas de guerra y eso sólo terminaría por dejarles secuelas psicológicas terribles.  — Y estoy seguro de que el descontento de los padres llegará a ser lo suficientemente grande para menguar esta situación. — O eso me gusta creer. No quiero pensar que será una batalla perdida, en verdad espero que no se llegue a ese extremo, pero de hacerlo, ¿Debo marcharme por no estar de acuerdo? Preferiría quedarme y hacer las cosas a mi manera, aunque tal vez eso venga con consecuencias. — ¿Tú qué propondrías? Si la ministra da la orden y tenemos que seguirla, ¿Entonces qué harías? — Pregunto ahora intrigado, entornando los ojos para verla fijamente.
Edward D. Jenkins
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Jolene W. Yorkey
Mentor
Entre ellos”. Nadie dice que no a torturar muggles, por supuesto, me había olvidado que estamos en el NeoPanem de la hipocresía. Lleno el café de azúcar antes de llevármelo a los labios con la obvia intención de tragarme las palabras que no van a llevarme a nada bueno. Mi silencio frente a lo que tal vez sea una reprimenda me hace parecer un poco más mansa de lo que soy en realidad, que estoy segura de que si he elegido un color de cabello para teñirme el rojo no podía ser más acertado — Siempre soy cuidadosa, profesor Jenkis — si vamos a ponernos en formales yo no me voy a quedar atrás, incluso cuando no sea con la misma seriedad que él está manejando — He aprendido de los mejores el arte de callarme la boca cuando es necesario, pero como acabas de decir… Si no puedo presentar mi descontento en este despacho, ¿Dónde más? — está claro que Leblanc no va a escucharme, jamás lo ha hecho.

No sé muy bien qué es lo que esperaba al venir a este lugar, pero es una agradable sorpresa el encontrarme con que al menos el director del Royal no busca asentir con la cabeza a todo lo que venga del Ministerio cuando éstos se encuentran cometiendo una locura. ¿Quieren que los mayores de edad hagan un servicio militar obligatorio? Pues bien, pero no creo que una escuela debería ser un campo de entrenamiento de batalla cuando se supone que es el sitio donde los estudiantes deberían sentirse seguros. Se me escapa un suspiro pesado que choca dentro de la taza y meneo mi cabeza, para responder tengo que dejar el café a medio beber sobre el escritorio. Mi postura se relaja aunque sea un poco — Si son órdenes directas del ministerio es casi imposible el desobedecerlas, pero siempre podemos buscar alternativas que se encuentren dentro del margen de las lagunas legales — practicar con muñecos y no con humanos, pero vaya a saber qué es lo que anuncian con exactitud — Si no hay manera de evitarlo… No daré más que la teoría y si insisten, no tendré más opción que presentar mi renuncia.

He sonado un poco extremista, lo sé, pero estoy en un momento de mi vida en el cual necesito ser fiel a mis creencias y, sobre todas las cosas, a mi salud mental. Hay ciertas cicatrices que prefiero dejar cubiertas — Me gustaría ser capaz de proteger a los estudiantes de otra manera, no transformándolos en lo que se supone que es lo que ellos deben temer — la mirada que le lanzo es cautelosa, busca descubrir qué es lo que pasa por su cabeza — Jamás he lanzado un maleficio imperdonable y creo que hacer mi feliz estreno en una clase llena de niños es la peor idea — por algo llevan ese nombre, por todos los cielos. Cambio el cruce de mis piernas en lo que acomodo las mangas de mi suéter por inercia — ¿Tú que harás? ¿Aceptarás las nuevas normas sin chistar? — de ser así, al menos debería quedarse a controlar que todo esto no se desmadre. Vaya a saber a qué sádico podrían poner en su lugar si se niega a cumplir caprichos.
Jolene W. Yorkey
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Edward D. Jenkins
Ministro de Educación
Entorno los ojos ante la respuesta de Jolene, pero es todo lo que hago. No hay otro comentario en forma de advertencia por mi parte, con una vez bastaba. Estoy seguro de que ella sabe qué decir y qué no decir, cuándo y delante de que personas. Al menos ante mis ojos es alguien bastante inteligente. — Con mi oficina bastará. — Logro responder pasados unos segundos. — Y por supuesto que me tomaré las inquietudes de mis profesores con mucha seriedad. — Es como lo que acaba de decir, ¿Si no es conmigo entonces con quién? Para algo debe servir la figura del director después de todo.

Mis acciones, y aparentemente comentarios, son opuestos a los de ella. Todo lo que he dicho sólo ha servido para endurecer sus facciones y agravar el tono de su voz. Incluso cuando deja deja la taza de café sobre la mesa, yo tomo la mía, para darle un trago mediano a la bebida aún caliente. Me sabe más amargo que antes, pero creo que dadas las circunstancias no debería ser algo que me sorprenda. La escucho con atención, arqueando las cejas cuando menciona la renuncia. Mi gesto no dura demasiado, pero sí el suspiro que sale después. Si aplican esta reforma debo estar preparado para aceptar renuncias, es una reacción natural aunque algo extrema, ¿No es mejor que seamos nosotros los que cuiden de los alumnos? En contraste con quien sabe que otro profesor que se encuentren dispuesto a tomar otras medidas. — Por supuesto que si se llegase a dar el caso aceptaría tu decisión, Jolene, pero te pido que lo pienses con calma. Aún no es nada oficial, siempre podemos aplicar estas nuevas reglas de la forma que mejor consideremos. Sin que se ataquen entre ellos, y, por supuesto, sin que practiquen en humanos. — Le digo con una calma que no sé de dónde saco. ¿Debería comenzar a buscar maestras y maestros para las posibles vacantes?

La observo con la misma mirada que me dedica antes de desviar los ojos. — Yo sí que las he lanzado, y no es algo por lo que no me gustaría ver pasar a mis alumnos. — Me sincero. Tal vez los cazadores no usan estas maldiciones tanto como los aurores, pero llegan momentos de vida o muerte donde el único recurso que brota del instinto de supervivencia es usarlos. Claro que es una parte de mi pasado en la que no deseo profundizar mucho, así que me aclaro la garganta para continuar. — Sin chistar no, nunca. — Respondo cruzándome de brazos de la misma manera que lo hizo ella. — Un nuevo salón de entrenamiento con muñecos y otros obstáculos estaría bien, aunque veo esto un poco más complicado, pero no imposible. Sugeriría incluso practicar duelos semanales aún más intensivos entre alumnos, sin el uso de estos hechizos, sólo para ver encantamientos defensivos. — Me llevo la taza de nuevo a la boca, sorbiendo lo último que le queda. — Y para mi fortuna la maestra de duelos mágicos está enfrente de mí, así que, ¿Qué opinas Jolene? Puedo incluso ofrecerme como voluntario para una demostración ante ellos. — Y me supongo que ganas no le hacen falta de mandarme a volar con un hechizo, así que no veo el problema. — Si esto no fuera suficiente... Entonces tendría que idearme algo en el momento.
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Jolene W. Yorkey
Mentor
No me gusta creer que soy alguien fundamental dentro del funcionamiento de esta institución. Cuando acepté el empleo que Eloise Leblanc prácticamente me colocó en las manos como una orden, me metí en la cabeza que la única razón por la cual estoy en este lugar es porque tenía una deuda que pagar. NeoPanem necesitaba a alguien que supiera entrenar jóvenes y, vaya sorpresa, el gobierno tenía a una ex vencedora y fugitiva a su disposición. Una persona que había conseguido su libertad y que quedó en deuda con la justicia divina del país para cumplir sus caprichos a diestra y siniestra. En resumen, me han dado una vida similar a la cual yo había renunciado hacía ya muchos años, salvo por la parte en la cual los niños que entrenaba no iban a morir. Ahora, ya no estoy tan segura.

Aún así, la curiosidad hace que mis facciones se ablanden por un momento en lo cual me centro en el hombre que tengo delante. Nadie puede decir que Edward Jenkins no es imponente. Tiene un porte atractivo y es lo suficientemente alto y robusto como para que sea imposible de ignorar dentro de una habitación. No obstante, ahora mismo parece tan desconcertado como el resto de nosotros, lo suficiente como para que su sillón parezca más grande de lo que es — ¿Y qué haríamos si las órdenes son opuestas a nuestras intenciones? — él puede tener todos los buenos deseos del mundo, pero es la figura de autoridad que tiene que poner en práctica las intenciones del gobierno. No puede decirle que no a las órdenes del ministerio, por muy noble que desee ser.

Ladeo la cabeza con un suave arqueamiento de cejas al oír esa confesión. Algo en su manera de esquivar mis ojos me hace creer que no son palabras que suela usar a menudo y el cosquilleo de la incomodidad en mi nuca hace que me remueva en mi asiento. No me gusta mucho la idea de intimar con colegas, mucho menos con aquellos que se supone que tienen que darme órdenes. Y aún así… — Lamento mucho oír eso — soy sincera. Nadie debería ser obligado a cometer actos que atentan contra su humanidad, es algo que me he grabado en el cerebro cuando huí de la toxicidad del Capitolio. Es irónico el haber terminado aquí.

Al menos, él continúa con la conversación que nos compete y no puedo evitarlo, sonrío aunque sea un poco. Me estiro para tomar la copa de café con mucha más calma — Vaya, sí que sabes hacer sentir indispensable a una persona — bromeo con un dejo de ironía en las palabras que oculto detrás de mi taza. Ah, sí, siempre tomándome libertades para hablar con impunidad. Bebo un sorbo — ¿Me estás pidiendo que te use de conejillo de indias para torturarte delante de todo el alumnado? — no puedo evitar sonar entretenida con la idea, esa que me hace menear la cabeza — Creo que lo mejor que podemos hacer es esperar a que lancen un anuncio oficial y, basándonos en ello, presentar un proyecto alternativo. Tal y como dices, continuar con el uso de muñecos o quizá insectos — tal vez eso tampoco me hace gracia y lo demuestro con la manera que tengo de arrugar la nariz — Pero hasta que ellos no hablen, nosotros solo podemos hacer conjeturas. Tienes mi apoyo, Edward — agrego con mucha más calma que en toda la conversación previa — No deseo que este lugar, que se supone que debe ser seguro, se transforme en una base militar. Los niños de NeoPanem se merecen que, alguna vez, un gobierno no los vea como carne de cañón.
Jolene W. Yorkey
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Edward D. Jenkins
Ministro de Educación
Hago una mueca con su nueva pregunta. ¿Qué hacer entonces? Estaríamos muy limitados de opciones, y eso es algo que, asumo, ya sabe, pero que por algún motivo tengo que decir en voz alta. Aunque me resisto por unos segundos a hacerlo. No me gusta la idea de tener las manos atadas mientras hacen uso de mis estudiantes como si de cazadores o aurores se tratara, que para eso tenemos las especializaciones. Tampoco me agrada la idea de mandarlos al mundo sin saber defenderse pero es justo por eso que Jolene les da clase. ¿Entonces qué podemos hacer en ese caso? — Siempre podemos intentar convencer a la ministra Leblanc — Otra mueca se me escapa, solo que esta vez mi gesto es divertido, ambos sabemos que eso sería igual a quedarnos sentados de brazos cruzados. Me obligo a recuperar el gesto serio, pero suave, casi al instante, está bien tener una charla honesta pero tampoco debo permitirme expresar mis pensamientos de esa forma. — Aunque apelo más a la opinión de los padres. — No puedo imaginarme que vayan a estar muy de acuerdo con la reforma. — Al ministerio no le conviene alterar más a las personas, después de las fallas que ha tenido el escuadrón de aurores y toda la situación política en general. — Me encojo de hombros. — No creo que a todas las familias bien acomodadas del Capitolio les cause gracia esta nueva medida. — Repito, los distritos del norte puede que no tengan mucha opción, pero nosotros que estamos en otra zona podemos usar eso a nuestro favor. — Podríamos meter presión de esa forma. — Y esa sería mi última carta.

Su empatía me roba una sonrisa, apenas visible, pero que pretende denotar agradecimiento. No pretendo ahondar más en mi historia personal ni causar lástima entre los aquí presentes, pero aprecio la mirada que me dedica la pelirroja. El gesto no desaparece incluso cuando su ironía choca con mis palabras, pero sí arqueo un poco más los labios. — Bueno, creo que es algo que debería saber hacer como director. — Le respondo. Es cierto que tener carisma es parte de los requisitos para el trabajo, pero no es mi intención señalar eso con mi comentario.

Mi primer intento por mantener las facciones neutrales fracasa en el momento en el que vuelve a hablar. Esta vez me río por un corto intervalo de tiempo, y de forma seca, pero con expresión divertida. — Lejos de eso, pero no sé si ahora deba preocuparme por la oferta que hice. — Comento medio en broma, solo para aclararme la garganta una vez mas y así poder continuar con nuestra conversación inicial. — Creo que puede ser bueno para los alumnos ver un duelo formal. Que observen que pueden defenderse sin recurrir a medidas extremas. — Doy por sentado que ambos entendemos que me refiero a las maldiciones imperdonables. — Suena bastante prudente. — Le otorgo. No podemos adelantarnos a tomar medidas hasta no saber de qué forma van a proceder en el ministerio. Vuelvo a dedicarle una sonrisa y siento como si el aire me regresara a los pulmones, esta conversación pudo haberse ido por un camino completamente diferente pero agradezco bastante que ahora confíe en mí. — Concuerdo contigo. — Nunca conté con un lugar seguro al crecer, el gobierno de Niniadis llegó entrada mi adultez, pero si puedo hacer algo por ayudar a construir algo mejor ahora, entonces ahí estaré. Justo como a Anne le hubiera gustado. — Le prometo, profesora Yorkey, que haré todo lo que esté en mis manos para no dejar que eso suceda. — Mi tono no es serio, aunque la llamo de manera formal, mis ojos se clavan en los de ella, buscando solidificar esa confianza. Espero que el resto de los profesores quieran ayudar también.
Edward D. Jenkins
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Jolene W. Yorkey
Mentor
Suerte con ello… — intento no sonar pesimista, más bien divertida con la idea de tenernos a ambos en el despacho de la ministra. En lo siguiente tengo que darle la razón, no puedo hacer más que asentir con la cabeza de una manera algo efusiva — Los padres del Capitolio no querrán que sus hijos se ensucien las manos. Estamos entre personas que creen que deben tener la mejor educación y protección, no ser soldados. Si no firman los permisos, el ministerio tendrá que conformarse — aunque dudo mucho de que nos lo dejen tan fácil. Es decir… es el Ministerio de Magia y Magnar Aminoff sabe utilizar las palabras. De seguro apunta con el dedo a los enemigos para decirle a todo el mundo que tienen que saber cómo matar a un rebelde si éste se les mete en la casa, punto por punto y sonar convincente en el proceso.

Al menos puedo relajarme, más cuando responde a mi broma poco acorde a nuestro trato de todos los días. Podemos venir del mismo lugar, podremos tener la memoria del otro siendo una pulga en la escuela antes de que la vida se vuelva una completa mierda, pero somos dos extraños. Y aún así, su risa me parece genuina a pesar de su brevedad — Quizá. No te olvides de que fui vencedora de los Juegos Mágicos — mi ceño se frunce como si en verdad quisiera ser amenazante antes de sonreír a modo de indicador de broma. Odio mi pasado, pero he aprendido a reírme de mis desgracias para no caer en la locura — Me parece lo mejor — asiento a su idea, aunque sé que a los estudiantes solo les importará el reírse de sus superiores lanzándose hechizos en público. Jamás pierden la oportunidad para las mofas, pero ya qué. Mejor eso que verlos perder la compostura.

Terminarme el café me toma tan solo dos sorbos más. Apoyo la taza sobre su platillo en lo que acomodo mi torso hacia delante para poder alcanzar el escritorio, muevo la cabeza de manera afirmativa y me relamo el sabor del azúcar de los labios — De verdad lo espero — confieso en lo que mi mirada toma la suya — Están pasando demasiadas locuras y alguien tiene que encontrar el modo de ponerle un freno — al menos, antes de que sea demasiado tarde.

Como sea… — en vista de que mi punto ha sido compartido y ya he terminado mi jornada laboral, descruzo mis piernas con desenvoltura y me pongo de pie — Gracias por el tiempo y el café. Ted Trotter no debería enterarse, he esquivado sus invitaciones a beber una de estas desde que puse un pie en esta escuela e incluso lo ignoré cuando estaba viniendo hacia aquí… — recupero un poco mi yo de todos los días con una broma casual que, por un instante, hace que abra mis ojos de par en par — Solo es una broma, no es como que estoy coqueteando, tú sabes… — con un carraspeo, le tiendo una mano atropellada para que la estreche — Nos veremos luego, Jenkins.
Jolene W. Yorkey
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Edward D. Jenkins
Ministro de Educación
Sonrío levemente con su comentario. Claro que Leblanc no nos haría caso pero eso no quita que la imagen sea graciosa en mi cabeza. Ante lo siguiente que dice sólo me resta asentir con satisfacción. — Precisamente. — Conozco a más de una familia que estará muy inconforme sabiendo qué clase de hechizos se les está enseñando a sus hijos. Si no firman los permisos entonces tendremos una ventana de tiempo mayor para idear algo. Aunque no me suena a que sea tan sencillo como eso pero necesito algo a lo que aferrarme para no verme hundido en una montaña de estrés. Lo malo de ser director es que cuando estas quejas acerca de la reforma empiecen a llegar tendré a muchos padres enojados en mi despacho, como si de mi idea se hubiera tratado. Debo estar preparado para afrontar las consecuencias. — Creo que nuestra mejor oportunidad será la reacción de las familias, entonces tendremos mejores bases para meter cualquier proyecto alternativo.

Su nueva broma no me saca una risa pero sí consigue que arquee ligeramente los labios con las facciones más relajadas que antes. Nunca subestimaría a Jolene. Por lo que tenerla de mi lado en esto representa una ventaja. Ya veremos las reacciones del resto del profesorado después, aunque no me sorprendería que muchos decidieran acatar sin chistar las reglas del ministerio. Hay de todo en el colegio. Asiento con la cabeza regresando a mi gesto serio. Me gustaría ser alguien que pudiera asegurarle a todo el mundo que la situación no se saldrá de control, pero los dos sabemos que eso no sería cierto. Lo único que me resta es esforzarme y tratar de cumplir con mi promesa.

Me levanto al mismo tiempo que ella, para despedirme con propiedad, pero su siguiente frase me mueve un poco el piso. ¿Coqueteando con... ? ¿Con Ted Trotter?... ¿Conmigo?... No creo. Carraspeo al mismo tiempo que ella y estiro mi mano para estrechar la suya, despidiéndome de forma más brusca de lo usual. — Claro, claro, jamás lo pensaría. — Respondo buscando recuperar mi porte usual. No puedo decir que me molesta la idea del primer caso... El pensamiento se desvanece tan pronto como hace su aparición por mi cabeza. — Nos vemos luego, Jolene. — Y sin más, somos Trina, la bolsa de galletas, y yo otra vez.
Edward D. Jenkins
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