The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Verano del 2440

¡Está ocupado!— grito a los nudillos que golpean al otro lado de la puerta, ¿alguien puede estar seguro de que es pura coincidencia de que habiendo tres baños en la casa, Zoey elija justo en el que me encuentro? Escucho su voz susurrada preguntando si me encuentro bien con una inocencia que no le creo, lavo mis manos y me echo un poco en la cara para limpiar mi semblante. No puedo creer que tenga el descaro de abrir la puerta para echar un vistazo dentro y le devuelvo una sonrisa forzada en el espejo cuando insiste en que me escuchó teniendo arcadas, que no parecía sentirme bien. —El catering ha dejado un poco que desear— mi comentario se lo tiene que tragar ella, tan amargo al atreverme a criticar su esmerada fiesta de cumpleaños que ha reunido a unos pocos y, claro, selectos amigos del distrito dos. Se la ha pasado la última hora colocando bandejas de mi nariz y ante mi rechazo sutil, la muy zorra ha puesto en más de una ocasión un vaso de alcohol en mi mano, como si esperara que de una manera u otra, termine por avergonzarme esta noche.

Debe ser que aún no me perdona el que se me haya otorgado la autoridad para ser quien tiene la palabra final en los planes con nuestras amigas, cuando siempre ha sido del tipo que le gusta tener a todos girando a su alrededor, pero si yo digo que vamos a la derecha, vamos a la derecha, puedo luego decir que vamos a la izquierda y es hacia ahí a donde iremos. No es mi culpa que donde a mí me sobra carácter, a ella solo vanidad. Es lo que me repito mentalmente como mantra que invoco cuando paso a su lado al salir del baño y le muestro mi sonrisa al decirle que iré a buscar a Sigrid, se está acercando la hora en la que debíamos volver a casa. No es cierto, habíamos quedado con Nick en que vendría pasada la medianoche, estoy adelantándome dos horas a ese momento. Pretendo hacer oídos sordos a las quejas de mi hermana de tener que volver tan pronto, cuando es de las primeras fiestas a las que nuestra madre le permite acompañarme y aceptó porque se trata de una reunión en casa de Zoey, no somos más de diez personas que Agatha Helmuth conoce por nombre, apellido y los nombres de sus ancestros en tres generaciones anteriores a su nacimiento.

De los aburridos adolescentes que están recostados en los sillones de la sala, el único con un prontuario lamentable está ausente en la habitación y es primo de la homenajeada, debe ser que se está fumando algo en el baño de la planta baja. Pongo mis ojos en blanco al darlo por hecho y al salir al pórtico de la entrada descubro que no estaba tan errada, me fijo en la sombra de Mike en los peldaños, sentado al lado de alguna estúpida que habrá creído que es algo genial pasar el rato conQUÉHACESIGRIDFUMANDOSEUNPORROCONMIKE. No hay manera elegante de bajar unos escalones cuando tienes un vestido blanco tan entallado como el mío, el cual me atrevo a lucir porque en mí se ve mejor que a cualquier maniquí, pero me hace sentir patosa cuando tengo prisa en colocarme delante de mi hermana para sacarle de los dedos lo quePORMORGANANOPUEDOCREERQUEMIHERMANAESTÉDROGÁNDOSECONUNVAGO. —¡¿Se puede saber qué estás haciendo?! ¡Te dejé adentro comiendo canapés!— la miro recordándole con la mirada mi amenaza explícita al salir de la casa de que esta noche dejara de lado sus rarezas y no me avergonzara delante de mis amigos, ¿pero se le puede pedir a Sigrid algo tan natural como respirar?

»¡Y TÚ! ¡Te denunciaré por estar drogando a una menor! ¿Lo sabías? Tiene trece años, imbécil. Te pudrirás en la cárcel por andar metiéndote con mi hermanita, ¡depravado! —, por poco no le cruzo la cara con el teléfono, que todavía tengo en la mano para llamar a Nick y que nos venga a buscar YA, cuando me pide que me calme que me estoy tomando a la tremenda una calada inocente. Tiro de la muñeca de Sigrid para que se ponga de pie y la arrastro conmigo a la vereda donde podremos hablar lejos de los oídos de los demás, mientras yo busco frenéticamente el nombre de Nick entre mis contactos para hacerle sonar el teléfono. —¡Por favor, Siggy! ¿Piensas dedicar tu vida a buscar las maneras de avergonzarme delante de mis amigos?— se lo pregunto con una mano en el pecho, si ya de por sí es molesto tener que cargar con una hermanita, esta ni siquiera sabe ponerse vaqueros que tengan las rodillas intactas. No, tiene que vestirse como si viniera de un hospicio. ¡Qué vergüenza! ¡Y yo con un vestido de Morgana’s! Presiono mi nariz con los dedos al percibir que el olor que ha quedado prendido a su ropa. —¡Y ahora también hueles como una indigente! ¡Qué vergüenza!
Anonymous
Sigrid M. Helmuth
¿Puede ser esta la fiesta más aburrida del planeta? Ni siquiera hubiera venido de no ser porque a nuestra madre, la serenísima Agatha Helmuth, se le ocurrió la brillante idea de que tengo que juntarme más a menudo con las amigas de mi hermana, quiénes aparentan tener mucha mejor reputación que cualquiera de las mías. Pues le diré algo después de haber pasado las últimas horas tirada en el sofá de la sala principal donde se está celebrando la fiesta, las tan buenas amigas de Ingrid no son más que unas arpías que tienen por función el ponerse de pata para abajo las unas a las otras cuando no se están escuchando. De mi hermana mayor no he tenido la oportunidad de escuchar tanto, al parecer porque resulta ser la soberana de todas ellas y ni siquiera me sorprende, si no han dejado de seguirla desde que llegamos, tan puntuales que casi se diría que pertenecemos a la aristocracia británica. Quizás no a la británica, pero sí a una parecida dentro del estado de Neopanem.

Total, que tampoco es que ser la hermana menor de Ingrid me deje en una buena posición, es lo que deduzco tras haber sido ignorada por la mitad de los presentes, a excepción de un chico algo más moreno que yo —sigue siendo rubio pese a ello, como si en esta fiesta solo fueran bienvenidos los rubios arios de ojos claros —, que se ha dedicado a ofrecerme canapés cada dos por tres con intención de que capte algo de mi atención. Creo que soy la única que se los está comiendo, de todas formas, porque he visto a dos chicas contadas acercarse a la mesa con los platos de comida deliciosa, y lo sé porque me pasé la primera mitad de la tarde probando de cada uno. No es como si tuviera otra cosa mejor que hacer, bajo el ojo avizor de Ingrid no he podido acercarme a la fuente de ponche, por alguna razón piensa que puedo dejarla en ridículo, cuando ni siquiera sería la primera vez que tomo alcohol, aunque sí a sus ojos.

No es difícil de comprender, entonces, cómo una invitación a salir fuera de la casa se me haga de lo más apetecible, comprobando que mi hermana no está presente porque la vi encerrarse en el baño, para variar, me escabullo con el que aprendí hace apenas un rato se llama Mike, primo de la festejada. He probado el alcohol con anterioridad, jamás el tabaco, así que para cuando el no tan bonachón como parecía con ese traje, Mike, saca del interior de su chaqueta una cajetilla con cigarrillos fabricados por él mismo, no es sorpresa para nadie que termine cayendo por la curiosidad. Ni me doy cuenta del tiempo que pasa, entre una calada y otra podría jurar que han sido segundos, pero capaz la aguja del reloj en mi muñeca ha pasado por unas cuantas vueltas sin que sea consciente de los minutos que transcurren. Para cuando me quiero percatar de la presencia de mi hermana mayor, es demasiado tarde para fingir hacerme la tonta, no cuando espero una colleja en mi cabeza que no llega porque seguro que quiere reservársela para Agatha.

Sí que me veo desprovista del cigarro en mis dedos y casi que me mato por las escaleras restantes que quedan para llegar a la calle, cuando Ingrid tira de mí como si fuera un perro con correa. —¡Adiós Mike!— ¿qué? En la casa Helmuth nos enseñaron a tener modales, no es mi problema que mi hermana se olvide de tenerlos. —¡Me dejaste adentro comiendo canapés!— repito, exactamente con el mismo tono de indignación que ella, a ver si de ese modo se da cuenta del fallo en sus acciones —¡Estaba más aburrida que un sapo, viendo como tus amigas te lamen el culo! Mike es el único que se ha fijado en mi presencia... ¿para qué me llevaste si ibas a tenerme sentada en el sofá como figurita de cristal?— pronuncio mi réplica con la exageración de mis propios aspavientos, en un intento de liberarme de su agarre —Ni siquiera tendría que avergonzarte si me dejaras respirar un poco, tienes unos amigos de lo más tediosos, ¿lo sabías? No entiendo cómo puedes llevarte con ellas— no es como si fuera algo que no le haya dicho antes, pero ya fue, por una vez más tampoco se me va a gastar la voz.

Levantarme tan de sopetón me sienta mal al estómago, también a la visión que empiezo a tenerla borrosa y solo atino a leer la pantalla de su teléfono muy por encima. —¿En serio tienes que llamar a Nicholas para venir a buscarnos? Tienes dieciocho años, y la casa no está a mucho más de unas manzanas de este barrio— no, no es que tenga problemas con nuestro hermano mayor, es que voy a estar en problemas si aparece de pronto y yo tengo las pupilas como las de un gato en medio de la noche, tan dilatadas que apenas se ve el color azul de mis ojos. Además, Nick tiene esa forma de reaccionar que duele más la decepción en su mirada que los gritos de mamá ante cualquier mínima cosa. Acerco la tela de mi top hacia mi nariz para darme cuenta de que mi hermana tiene razón y huele a tabaco, sino es a otra droga peor. —Ay, Inggy, no le digas a mamá, va a matarme si se entera, creo que estoy empezando a ver triple...— no doble, ¡triple! Tengo que agarrarme de uno de los bazos de mi hermana para no tropezar con mi propio pie.
Sigrid M. Helmuth
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Invitado
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¿Se puede creer el descaro de la niña? ¿Despidiéndose toda fresca de ese fulano? ¡Ay, qué horror! ¡Espero que no le haya dado su número! Si no me veré obligada a tener que arbitrar esas conversaciones por mensajes para que el idiota del primo de Zoey no lleve a mi hermana a otras malas juntas ¡y la indecencia! ¿Qué dirá entonces nuestra madre? ¡Qué descuidé dos minutos a Sigrid y cambió los canapés por unos cigarros malolientes! Todo será mi culpa, seré yo quien se quede sin su mesada, seré yo la que tenga que cargar con la responsabilidad de saber que mi hermana ha tomado el camino sin retorno de la perdición, como esa vecina nuestra. ¡Si la ha tomado de ejemplo! ¡Se busca el mismo destino que esa muchacha! —¿Y te irás siempre con el primer chico que te preste un poco de atención, Siggy?— le reprocho, —ten un poco de amor propio por ti misma y elige bien tus compañías. No vas con el que te presta atención, te plantas en el medio de la sala y recibes atención— se lo dejo bien claro, ¿es que tenerme como hermana no le ha enseñado nada? —¡Hola! ¡Mírame! ¡Mírame a mí, tu hermana! No a los malos ejemplos de la vereda de enfrente— aprovecho para echárselo en cara. —Y no te metas con mis amigas, al menos ellas viven en casas sin tanta mala fama, ¡vaya a saberse por qué!— reconozco para mí que mis amigas no tienen muchas virtudes, lo bueno de que la reprobable amiga de Siggy, es que con decir que Zoey, Felicity y Pippa tienen una casa de la que no se dice que es un antro de negocios ilegales, se colocan muy por encima de la expectativa.

Hago una mueca que arruga mi nariz y frunce mis cejas en una expresión de estupefacción cuando sugiere que vayamos caminando a la casa, ¡caminando! —¿Acaso soy una mendiga para ir caminando por la calle a estas horas?— pregunto en un timbre alto y agudo de mi voz, si es que creo que me falta el aire, ¿en serio soy tan invisible para Siggy? ¿En serio cree que voy a ir andando a la casa con este vestido de Morgana’s y los zapatos de Kimmy Choo? —No daré ni un paso con estos tacones que me saque del perímetro de la casa de Zoey, me quedaré aquí hasta que llegue Nick— impongo mi voluntad, dejemos de lado el hecho de que sigo fallando en mis pruebas de aparición y eso es TAN frustrante. ¡Pippa lo consiguió a la primera! ¡Pippa! ¡Que apenas sabe diferenciar un expelliarmus de un depulso! Espero que mi hermano no se tarde tanto, así mi hermana no tiene tiempo de sacarse ese olor apestoso de la ropa, y ¡ja! ¡ya la quiero ver cuando Agatha acerque la nariz a su top! Trastrabillo sobre mis zapatos cuando voy hacia ella al verla perder el equilibrio y la sujeto con firmeza por los brazos. —¡Que te pase por irresponsable! ¡Y que el sermón de nuestra madre te quite todas las ganas de andar llevándote a la boca la primera mierda que un idiota te ofrece!— le grito, cumplo con hermana en hacer la introducción a ese sermón con mis propias críticas. La llevo conmigo hasta el borde de la acera donde pueda sentarse, ay, qué vergüenza, como una indigente. —Ni siquiera pienses que voy a cubrirte en esta, ¡olvídalo!— me niego, lo que necesita es un buen rapapolvo de nuestros padres. —¡Ay, Siggy! ¿Hacía falta que te pusieras esa falda tan corta!— que incómodo para sentarse en el borde de la vereda.
Anonymous
Sigrid M. Helmuth
Pues si tengo que escoger entre quedarme durante horas sentada en un sofá viendo como la gente a mi alrededor me ignora o irme con el chico amable que ofrece su compañía, ten por seguro que voy a quedarme con la segunda opción— aclaro, que los cigarros no fueron parte de la propuesta inicial de salir a tomar algo de aire, ni siquiera me lo hubiera ofrecido si no fuera porque yo me mostré interesada. Pero una vez más, mi hermana tiene una imagen de mí muy errónea que está, en parte, justificada porque le oculto la mayoría de mis aficiones para que no entre en paro cardíaco, o lo haga nuestra madre. —Me parece que estás proyectando, Inggy— uso ese apodo para que no pierda la paciencia, aludiendo a una infancia compartida que tiene la suficiente fuerza como para poder decir que nos encontramos en el mismo equipo. —Y no me estaba metiendo con tus amigas, solo estaba puntuando su actitud con respecto a ti siempre que estás presente— vamos, que sé de sobra que a mi hermana le encanta la atención que le prestan, tengo que decir que la varonil tampoco parece molestarle a pesar de no acercarse un palmo más de la cuenta. No, no está bien preguntarme si mi hermana ha perdido la virginidad, si la voy a perder yo antes que ella, no sería justo para la pobre Ingrid.

Ruedo los ojos con relativo cansancio, que estoy acostumbrada a sus aires de princesa, tampoco es un comentario que en nuestra casa se anime a dejar si tenemos en cuenta que mi madre todavía se cree que pertenece a la realeza. —Oh, perdona, no sabía que la acción de caminar fuera exclusiva de los mendigos— digo con falsa incredulidad, solo me paro a observar su figura impoluta cuando menciona sus zapatos y es por eso que me permito sonreír con sorna sin apenas ocultarlo. —Estaba claro que era porque te duelen los pies y no porque realmente no quieres caminar, te dije al salir de casa que te ibas a cansar de andar con esos tacones toda la tarde— me permito ser quién la sermonea como lo haría nuestra madre, no pretenderá que sea yo la única que reciba de sus discursos, cuando bien puedo verla mañana quejándose porque le salieron ampollas en los talones y luego tendremos que estar todos en la casa escuchándola en su miseria provocada por sí sola.

¡Yo al menos me llevo cosas a la boca para tragármelas y no para que salgan por el mismo lado y directas al retrete!— reconozco que he dejado que la molestia cargue conmigo con ese comentario, gritándoselo a la cara, pero vamos, que no puedo ser la única en la casa que se haya dado cuenta de que se levanta en todas las comidas para luego regresar dos minutos después del baño, y dudo mucho que mi hermana tenga incontinencia urinaria a su edad. Actúa bien como karma el que sea yo quien tenga ganas de escupirlo todo por la boca cuando me toma del brazo, regresa a mí esa sensación desagradable en mi estómago, acompañado por la falta de visión, o demasiado de ella. —¡Está bien! ¡No necesito que me cubras, pero la próxima vez mamá se preguntará con qué clase de compañías te juntas como para que me ofrezcan cigarrillos a la ligera!— esta vez soy yo quien la amenaza, dándole la vuelta a la tortilla porque si bien fui yo la del cigarro entre los dedos, puedo decir con orgullo que no fueron mis amigos los que lo ofrecieron, sino que un familia de los suyos. Me suelto de su brazo de un tirón, bajándome la falda de la que ella misma habla con mis manos en lo que emprendo unos pasos para ir dejándola atrás —¡Mejor esta falda, que tus zapatos de marquesa!— con una sacudida me coloco la prenda para que no se me vea lo que no debe ser visto —Tú puedes quedarte ahí parada a la espera de nuestro hermano, ¡yo me voy! Regresaré caminando, pueden decirle a mamá que llegaré unos minutos más tarde, necesito algo de aire— si no es para quitarme esta sensación de estar drogada de encima, de que se esfume el olor en mi ropa.
Sigrid M. Helmuth
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Invitado
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¡Lo es si vas por ahí deambulando a estas horas! ¿Qué crees que dirán los vecinos que te vean a través de sus ventanas? ¡Qué eres una mendiga!— insisto, de mí no permitiré que se diga tal cosa, ni por erróneo que sea y la necesidad de regresar a la casa sea urgente. Basta con esperar unos minutos más, entonces vendrá nuestro hermano por nosotras, ¿qué le cuesta a Nicholas? ¡Es parte de sus responsabilidades como hermano por nacimiento! Me niego a forzar a mis pies a hacer las tortuosas cuadras hasta nuestra casa. ¡O algo peor! ¡Que se rompan mis tacones en el camino! La belleza duele, la elegancia aún más. No le doy el gusto a Sigrid de admitir que los zapatos me aprietan, ¡jamás! Si me veo tan digna sobre estos, no lo haré mientras siga en un radio de mis amigas en que puedan oír por casualidad mi queja, no me gusta demostrar flaquezas delante de ellas. Si mi familia tiene que escuchar mis gimoteos a la mañana siguiente, es otro cantar. —¿Crees que pisaré la casa de Zoey con algo distinto a un par de Kimmy Choo? Sigrid, necesito que entiendas algún día que ciertas personas tenemos un estatus que mantener, y para mantenerlo, hace falta estar parada sobre unos buenos zapatos— señalo a mis pies con mi dedo índice que dibuja un circulo en el aire antes de apuntarlos.

Si hay algo que tengo claro es que difícilmente mi hermana pueda entender la mitad de las cosas que trato de inculcarle, lo que me desconcierta es que haga de su grave falta una ocasión para ser tan grosera y demuestre así que no entiende nada de lo que tenga que ver conmigo. —¡Callate! ¡No sabes de lo que hablas!— le grito, histérica, ¡no puede humillarme así gritando algo semejante delante de la casa donde siguen reunidos mis amigos! Y yo como una estúpida preocupándome de que esté tan drogada que tenga la cabeza dada vuelta, me pican los ojos de la humillación que me está haciendo pasar con todo su espectáculo en la vereda para dejar un bonito recuerdo en mis amigos que seguro observan desde el otro lado de la ventana. —¡No! ¡No te atreverías! ¡No! ¡Deja de estropear lo mío! ¿Para eso has aceptado venir conmigo y estar con mis amigos? ¡Solo quieres estropear lo mío!— chillo, sacando fuera toda la molestia que cargo desde que nuestra madre me la impuso como compañía y por tratarse de Agatha Helmuth, tuve que tragarme el gran nudo de enfado. Lo hago una cosa de Sigrid al no poder enojarme con mi madre.

¡Siggy!— grito cuando se va, ¡me está dejando! —¡SIGGY!— grito, mis brazos tiesos a los lados de mi cuerpo cuando lo hago con todas mis fuerzas. —¡SIGRID, VEN AQUÍ!— le ordeno. No parece que vaya a hacerlo, así que me quedo sola en la vereda y juro que por el rabillo del ojo he visto que echaron las cortinas, así que mis tan celebrados amigos deben de estar riéndose a carcajadas dentro. —¡SIGRID, ESPÉRAMEEE!— corro detrás de ella, ¡descalza jamás! Pongo a prueba mis tacones y me traicionan al cabo de unos pocos pasos. —¡AY! ¡SIGRID! ¡PARA! ¡ME LASTIMÉ!— le ruego cuando tengo que acuclillarme dentro de lo que mi vestido me permite para rodear mi tobillo con los dedos y calmar la punzada.
Anonymous
Sigrid M. Helmuth
¿De verdad crees que los vecinos no tienen cosas mejores que hacer que mirar por la ventana a esperar a ver si vuelves a tu casa andando o en coche? Tienes un serio problema, hermana— ni siquiera me sorprende, a pesar de que el ruedo de ojos deja en evidencia que puede que así sea, la determinación de Ingrid por querer ser el centro de atención en cada una de las tareas que hace es algo que no le cae por sorpresa a nadie en la familia, razón por la que tampoco doy a entender mi meneo de cabeza como eso, sino más bien como un gesto de rendición, o exasperación, pueden ser ambas cosas. —Estoy segura de que venden buenos zapatos que no vayan ligados a tener que soportar ampollas al día siguiente, pero si eso es lo que quieres, allá tú, yo no seré quien anden detrás de ti después con baldes de hielo— no, ese será el pobre de Gilliard, uno de los sirvientes a quién mi hermana tiene mareado con sus exigencias que se salen de las que se supone que son sus tareas, servir en las comidas y poco más, no tiene que andar detrás de la princesa caprichosa ¡solo porque ella no fue lo suficientemente inteligente como para ponerse unos buenos zapatos de verdad!

Creo que sí sé de lo que hablo— respondo, ignorando sus gritos histéricos para tratar de mantener un tono neutro en una conversación que desde luego requiere de ese carácter. —Y es un problema grave, ¿lo sabías? No quieres seguir por ese camino, tienes que prometerme que no lo harás, porque si sigues haciéndolo se lo diré a Agatha— amenazo, en el fondo me preocupo por la salud de mi hermana como ella no parece hacerlo, aunque haya utilizado el momento para echárselo en cara, no es algo que hubiera podido mantener adentro por mucho más tiempo. Uno no se creería que fuera yo la voz de la razón, cuando todos en esta familia me tachan como la oveja negra de comentarios comunistas en las cenas solo por decir lo que está en mente de todos y vestimentas inapropiadas. —¿Puedes dejar de ser tan caprichosa todo el tiempo? ¿Por qué iba a querer estropear lo tuyo? ¡¡Yo ni siquiera quería venir a esta estúpida fiesta!!— grito nada más que la verdad, que los intentos de nuestra madre por querer llevarme por la misma vía que mi hermana nunca han funcionado, ni lo van a hacer ahora —Creo que ya es bastante ridículo para mí el tener que andar detrás de ti como si no tuviera amigas propias, como un perrito faldero al que encima todos ignoran— ¡eso sí que es verdadera vergüenza y no por lo que se está quejando!

Ignoro sus llamados, rodeándome la cintura con mis brazos por la suave brisa fresca de verano, algo me dice que va a llover y no quiero ser la que termine empapada bajo el portón de la casa Helmuth, otra oportunidad para mamá de echar la bronca y comenzar desde ya buena madrugada con los sermones que se debe preparar a esa misma hora. —¡¡Quieres hacer el favor de moverte!!— que si no va a esperar en la vereda por Nicholas, que al menos tenga prisa por alcanzarme. No cuento con que eso suponga la escena dramática de mi hermana torciéndose un tobillo como si de verdad fuera princesa de cuento que necesita de rescate, solo que su rescate tengo que ser yo, no la ayuda de ningún príncipe bobalicón. —¡Te dije mil veces que no tendrías que haberte puesto esos tacones! ¡Tíralos a la primera basura que encontremos!— exclamo, volviendo sobre mis pasos para tomarla del brazo como no imaginé que tendría que hacer estando drogada, o sobria, si vamos al caso, que Ingrid ha dejado más que claro siempre que no necesita ayuda de nadie. —¿Y luego dices que soy yo quién trae vergüenza a la familia? Mira el espectáculo que estás montando…— le musito cerca de la oreja al tirar de ella para levantarla, empujando también hacia delante así no se me apalanca en el sitio.
Sigrid M. Helmuth
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Invitado
Invitado
No sé qué parte de toda nuestra crianza se ha perdido Sigrid, ¡que no entiende que siempre habrá ojos juzgando nuestro comportamiento! ¿Es que no escucha a nuestra madre cada vez que nos instruye con «qué dirán de verte vestida así» o «qué dirán de esos zapatos que llevas»? ¿Y lo importante que es mostrar una sonrisa incluso cuando los zapatos te muelen los pies, porque una sonrisa hará que las otras personas te vean bien y te traten bien? Si te ven penando o meditabunda, se aprovechan de ello para creer que te has rendido. No tendría el puesto de líder entre mis amigas si no fuera porque en todo momento me muestro a la altura, ¿cómo explicarle eso a Sigrid a quien le gusta ser la marginada porque eso la hace parecer «genial»? —Ya que no eres quien me andará detrás, podrías guardarte tus comentarios, porque lo único que te buscas es que te los arroje por la frente. ¿Eso es lo que quieres? ¿Entonces también culparás a mis Kimmy Choo de asesinos?— pregunto, porque claramente tiene algo personal con mis zapatos.

Y más allá de mis zapatos, también lo hace un ataque personal contra mí, justo en lo que no debería ser una cuestión de nadie más que mía, ¡mucho menos de nuestra madre! —¡No serías capaz! ¡No puedo creer que estés amenazándome con acusarme! ¿No se te cae la cara de vergüenza cuando tienes tanto en falta que no sé por dónde comenzar a contar?— saco fuera, buscando aire para volver a colmar mi pecho, que de pronto me cuesta respirar, y sí, viro mis preguntas hacia ese lado porque no me pondré a hablar con Sigrid, en plena calle, de que cómo te ven es importante refiriéndome a mucho más que mostrar una buena cara, sino una cara linda, bonita, hermosa. Porque la gente te trata bien si eres hermosa, te dan la razón y toman tus opiniones en cuenta si eres bella, porque ser considerada bonita por los chicos hace que las otras chicas quieran estar contigo, ¡y me esfuerzo mucho por estar en el lugar en el que estoy! ¡Mucho! Pero ella no lo entiende, a ella le divierte más ir a contracorriente, le da lo mismo lo que opinan otros y sí, me gustaría que a mí también dejara de importarme, ¡sorpresa! Solo desearlo no cambia nada, no cambia el hecho de que me siga afectando. —¡Por eso! ¡Por todo eso que dices quieres estropearlo! ¡Estás molesta con todo y quieres estropearlo para que yo tampoco lo disfrute!— grito.

Está enfadada conmigo, eso es lo que pasa, por eso se comporta así, me avergüenza así y me deja tirada en la calle, teniendo que caminar tras ella con pasos fallidos que me provocan una punzada de dolor en el tobillo lastimado. Si en algún momento de la noche conseguimos llegar a la casa, al parecer luego de cruzar medio distrito como desea Sigrid, me tiraré a la cama a llorar hasta que se me sequen los ojos de haber llorado tanto, porque todo esto es tan, tan frustrante. —¡No los voy a tirar a la basura!— chillo enfurecida, —¡basta, Siggy! ¡basta!— le pido al pararme firme en medio de la vereda, mis brazos tiesos a los lados de mi cuerpo cuando me la quito de encima por su ayuda, que no es otra cosa más que una oportunidad para insultarme. —¡Odias mis zapatos porque los envidias! ¡Porque te gustaría que fueran tuyos! Toda tú— digo, dibujando un círculo en el aire con mi dedo que envuelve su figura —estás enfadada conmigo porque  te gustaría ser como yo, porque me envidias, me odias— escupo, mi mano yendo hacia mi nariz al tener que disimular un sollozo que se adelanta a las lágrimas amontonadas en mis ojos. —¿Y crees que me gusta ser así? ¡No! ¡Pero no puedo ser de otra forma! Porque a diferencia de ti, sí me importa lo que puedan decir mamá y papá, sí me gusta que Nick me tenga en cuenta, sí me importa tener amigos y sí quiero que la gente diga que soy… que Ingrid Helmuth es genial.
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Sigrid M. Helmuth
Solo a mi hermana podría ocurrírsele algo como unos Kimmy Choo asesinos, si no fuera porque está hablando de zapatos, me preocuparía seriamente con qué clase de compañías pasa sus tardes, pero siendo que acabo de compartir la velada más aburrida de la historia de la humanidad, lo único que consigo hacer es responder con un ruedo de ojos que pretende dejar morir ahí la conversación. —¿¡Y ahora por qué lo estás haciendo cosa mía!? ¡¡Cuando es claro para todos quién tiene el problema en esta familia!!— exclamo al escucharla arrojar la pelota hacia mi terreno —Y sabes que tengo razón, sino no hubieras tardado tan poco en acusarme con el dedo cuando es evidente que tú también estás en falta— porque puede que yo me emborrache a escondidas y fume cosas con extraños, ¡pero yo no escuché de nadie que muriera por eso! Bueno, sí, los que son alcohólicos, pero no tengo intención de convertirme en una en el tiempo cercano, y la única que me da razones para hacerlo es mi hermana mayor con su comportamiento infantil, ¿es que tengo que empezar a ejercer yo como la persona seria en esta casa? ¡Porque me niego! Resoplo con fuerza, removiéndome todos los cabellos que caen por mi rostro con el gesto, ante la posición que decide adoptar y que me exaspera, de verdad lo hace. —Inggy, por favor, ¿qué me importa a mí que pases tus tardes con gente aburrida tomando té? ¡No estaba estropeando nada para ti, de hecho, fuiste tú la que quiso volver antes a casa! ¡No vuelques tus problemas personales sobre mí cuando no he hecho nada para merecerlo!— me excuso con toda la poca dignidad que me queda, un poco cansada de la actitud caprichosa de mi hermana.

Y claro que tiene que pararse a montar un espectáculo en medio de la calle, mientras yo me quedo a un lado observándola en su berrinche con los brazos cruzados sobre mi pecho. —¿¡Por qué siempre se trata de que te tengo envidia a ti, a tus zapatos, a tus aburridos amigos!? ¡No te tengo envidia, Ingrid, deja de pensar que el mundo gira siempre a tu alrededor!— le reprocho, cuando no recuerdo la última vez que puse en palabras tenerle envidia a mi hermana, si acaso como mucho con seis años, ¿pero quién no le tiene envidia a sus hermanos con esa edad? —¡Y no estoy enfadada contigo! Bueno... ¡sí! ¡Pero porque nunca te pones de mi parte! ¡¡Te encanta ver como mamá se ceba conmigo!!— así, toda digna ella en una esquina con su nariz en alto mientras yo tengo que aguantar la misma cara por parte de nuestra madre, ¿se cree que no la veo en la esquina? Lo que no espero es que se ponga a llorar, aquí, en mitad de la vereda, cuando bien podría asomarse cualquier interesado que nos haya escuchado dar voces en la noche. —Oh, venga... No puedes estar hablando en serio— murmuro, bajando el tono de mi voz para acercarme a mi hermana con una actitud muy diferente a la de hace unos segundos. La tomo por el brazo, tirando de ella para acercarnos al borde de la acerca y sentarnos, no importa que esta falda sí sea tan corta y ajustada que me cuesta doblar mis piernas. —¿Sabes? No a todos le vas a caer bien, Inggy, no puedes esperar gustarle a todo el mundo, no cuando todos somos tan diferentes y tenemos gustos distintos, opiniones...— tomo unos de sus cabellos para apartárselo detrás de la oreja, acariciando su brazo —No puedes vivir así, tratando de complacer a la gente todo el tiempo, terminarás por exasperarte, solo debería importarte a ti misma como te ves, y no lo que los demás crean o esperan de ti.— digo, hablando desde la propia experiencia, si me dejan admitirlo —Si de verdad no puedes caminar, esperaremos a Nick, ya debe de estar al camino— acepto, suspirando por batalla perdida.
Sigrid M. Helmuth
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Pateo al suelo en la mejor expresión de lo infantil que estoy siendo con mis reclamos, ¡y me enfada! ¡Me enfada ser de los tres hermanos quien más fácil monta una rabieta! Ya quisiera yo tener la tranquilidad de Nicholas para cualquier discusión ¡o hasta los comentarios rápidos de Sigrid que te mandan a cerrar la boca! Yo lo único que puedo hacer es patalear, patalear, con zapatos que me están matando los pies, de tantas rabietas acabaré así…. ¡con los pies en pedazos! Y estoy llorando también como la estúpida que soy, cuando me han dicho tantas veces que con los lentes de contacto no lo haga, ahora mismo todo lo que quiero es ponerme mi pijama con la capucha de oso, mis gafas y empezar una de esas películas de acción que siempre me levantan el ánimo, ¡porque eso es lo que hago! ¡No miro tontas películas de chica boba conoce a chico lindo y ambos mueren en un estúpido barco que se hunde! Miro malditas películas donde la protagonista va por ahí dando puñetazos sin que los nudillos se le quiebren, como probablemente me pasaría a mí si quisiera implementarlo con estiradas como Zoey.  

¡No! ¡No puedo dejar de pensar así! ¡Porque es como nos han enseñado a pensar!— grito. Nacimos siendo especiales, privilegiados, nuestra casa y nuestra familia es el centro alrededor del cual gira toda la vía láctea, maldita sea. —¡No me cebo contigo! ¡Me preocupo por ti y tu tendencia a meterte siempre en líos!— no es del todo cierto, me sabe a remedio amargo tener que decirlo, si lo hago con ella y con otras personas, es porque señalar sus faltas ayuda a que las mías pasen desapercibidas. Como que soy una noña, una mandona, una zalamera de los profesores, tengo que maquillar mis defectos y también tengo que ir a vomitar todo lo que me hace sentir que mi cuerpo jamás, por biología, será igual de delgado y a la vez atractivo como mis supuestas mejores amigas, y odio no tener la confianza como para decir que nada de eso me importa, porque siguen doliéndome los comentarios por la espalda y también de que los chicos simplemente pasen de mí, ¡por todo lo anterior!

Me siento en el borde de la acera desecha en un llanto histérico, teniendo a Sigrid conmigo para palmearme la espalda y decirme lo que alguien con buen juicio diría, ¿justo Sigrid? ¿No podría hacer lo correcto de decirme que lo resolvamos drogándonos entonces puedo enojarme con ella otra vez? —¿Y qué si me veo a mi misma fea, nerviosa e insegura? ¿Qué si estoy llena de inseguridades y todo el tiempo me pregunto si dije lo incorrecto, si hice lo incorrecto? ¿Sabes lo que hago cuando me encierro por horas en mi habitación luego de llegar del colegio? Me quedo dándole vueltas a un chiste del que nadie se rió o un comentario que pudo haber desagradado a un profesor. Sí necesito de las opiniones de otros, Siggy. ¡Yo sí! Necesito que me digan que lo hice bien, que soy buena en lo que estoy haciendo. Lo necesito. Porque si dependo de mí… nunca me digo nada bueno, nunca— escupo todo. —No me cebo contigo, Siggy. Yo… solo… — gimoteo, froto con mi nariz de la manera más burda posible, —¡a ti nunca te afecta lo que te dicen! ¡Ni lo que te dice nuestra madre! ¿Por qué no? Yo quisiera que tampoco me afectara, pero lo hace. Así que es mejor contigo, que conmigo, ¿no? A Nick solo le dicen cosas buenas, a ti no te importa que te digan cosas malas. Y yo… solo… me quedo en el medio— sollozo.
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Abro la boca para decir algo, pero la cierro en el momento que se me ocurre que quizá no sea el mejor comentario ahora mismo, mejor prenso mis labios para que no me entren moscas en lo que ella sigue despotricando hacia vaya a saber quién, hace unos segundos hubiera jurado que se trataba de mí, pero ahora mismo no estoy tan segura de a quién es que está atacando. Sí, tiene razón al decir que así es como nos han enseñado a pensar, Agatha Helmuth pondría por delante de cualquier otra cosa la reputación de nuestra familia, cómo tenemos que mantenernos al nivel del apellido familiar como tantas otras generaciones hicieron, preservar los privilegios de los que gozamos por haber nacido donde lo hicimos. Pero yo debo de ser la única de mis hermanos que no piensa en darle tanta importancia a algo como eso, no la que me daría a mí misma, de todas formas. —Pero tus pensamientos son propios, Ingrid, hay algo que siempre le digo a papá cuando mamá no escucha y es que nos dieron las herramientas para poder formar nuestra propia opinión acerca de cómo funcionan las cosas.— digo, no puede esperar a dedicarse toda su vida a repetir las palabras de nuestra madre como si fuera una máquina estropeada, aunque el problema con Ingrid es que creo que piensa exactamente como Agatha.

No puedo evitar ver a mi hermana como una persona que exige tanto de los demás porque no sabe cómo exigir menos de sí misma, piensa que todos debemos estar a su altura, ver que los demás no nos esforzamos por llegar a esos niveles y, peor, que no nos importa tanto como a ella, la frustra en su meta de llegar al perfeccionismo extremo. Me preocupa el modo en que esto pueda resultar en su visión acerca de sí misma, cuando ya de por sí los eventos acontecidos me dan una ligera idea de cómo debe estar sintiéndose. —Pues...— empiezo, para darme cuenta de que no tengo una respuesta que ofrecer para paliar sus inseguridades. —No lo sé, Inggy, lo cierto es que no lo sé... Lo que sí sé es que nunca llegarás a complacerte si lo que buscas constantemente es la aseguración de otros sobre ti. A las personas les caerás bien o les caerás mal, y muchas veces no tendrá nada que ver con lo que tú puedas hacer para gustarles, tampoco será porque les resultas insuficiente o fea, simplemente porque es así.— porque decirle que los seres humanos somos un poco basura no me parece una respuesta fundamentada para ella —No, no sé como hacer que te sientas mejor sobre ti misma, cuando nuestra madre pone tanto esfuerzo a diario por señalarnos nuestras faltas de manera constante, ¿crees que los comentarios de mamá no me afectan? Claro que lo hacen, en ocasiones, o lo hacían al menos, la clave está en fingir que no lo hacen hasta que llegue el día en que te levantes de la cama y de verdad puedas decir que no te importa.— empecé pronto con esa estrategia, sí, pero no quiere decir que no haya tenido mis momentos en los que la presión de mi madre de buscar la perfección haya podido conmigo. Acaricio sus hombros con mis manos, tratando de reconfortarla con esta pobre charla de recién adolescente y asomo una sonrisa débil pero risueña por entre mis labios. —Y si necesitas escuchar todos los días por las mañanas que Ingrid Helmuth es genial, yo te lo diré nada más bajar a desayunar— ¿por qué no?
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Me río de ella con una carcajada amarga cuando cree que los pensamientos que puedan surgir de nosotros, responden a un criterio propio de las cosas, pero hasta los colores alguien nos ha dicho cómo se llaman y juzgamos las cosas en base a ello. Reconozco para mí que hay mentes más débiles que otras para que le definan los límites de cómo pensar, de Nicholas no sabría decir si lo que dice, hace y piensa lo hace por sí, de lo reservado que es, y de Sigrid tengo la suposición de que es solo su carácter que nació para ir a contracorriente, lo que la lleva a refutar todo lo que se dice en la casa. En cuanto a mí, las voces en mi mente nunca han sido del tipo amable, la voz de nuestra madre se impuso y si la mía habla, es maliciosa allí donde Agatha Helmuth no es más que estricta. Soy yo la que se tortura con todo lo que ha hecho mal desde que nací y lloro pensando en eso, cuando mi madre como si nada deja caer un «me decepcionas, Ingrid», por haber obtenido una nota por unas décimas más baja de la excelente, o peor aún, que en el caso de conseguir la más alta calificación, no haya cumplido, si no el recordatorio de que es lo que se espera de mí y no hay razón de festejo por ello. Sigrid puede decir que tengo que entender que no puedo estar esperando un cumplido todo el tiempo, pero es una necesidad desesperante por un poco, solo un poco, de afecto. Muchas veces, al venir de la gente que me rodea, ni siquiera es afecto auténtico.  

Me agarro a mis brazos con las manos, sosteniéndome a mí misma, al tratar de calmar el desenfreno de mi llanto, mientras tengo la voz de Sigrid a mi lado que tranquilizándome. Sorbo los mocos de mi nariz para lograr sacar fuera mi propia voz al preguntar: —¿En serio dejan de importarte o llegas a fingir demasiado bien que no que te lo crees? Porque si toda la vida tengo que fingir, será igual de cansador— murmuro, porque cansancio es lo que siento, es lo que termina por hacer que mis hombros se rompan al peso silencioso que vengo cargando y no le digo a nadie, ya que nos enseñaron a caminar con la espada recta y la barbilla en alto. Paso el dorso de mi mano por mi nariz enrojecida para sacarme esta expresión tan lamentable, no me espero que se ofrezca a ser la primera en el día que me diga que soy genial. —Si lo haces, dejaré de criticar tus botas militares cuando tengamos que ir al colegio y también diré que son geniales, mucho mejores que un par de Kimmy Choo— balbuceo, —después de lo que pueda decir nuestra madre, así lo que ella diga  no dolerá tanto… no, ya sé…—. Me giro hacia ella en la acera, con los difícil que se hace que el bajo del vestido no se me suba hasta la cintura al ser tan estrecho y doblar las rodillas se me hace tan incómodo. —Cada vez que Agatha nos haga una crítica, le diremos a la otra algo bueno, ¡pero tiene que ser algo honesto! No voy a mentirte, ni tú me mentirás. Y no voy a defenderte si te retan por andar drogándote con un vago, porque eso está mal y lo sabes— se lo recuerdo. Alzo mi dedo meñique delante de su nariz para que podamos prometerlo, pero en vez de ser la conocida forma de juramento de meñiques, mis dedos parecen estar sujetando una tacita de café, porque no voy a hacer ningún juramente como la gente normal, necesito que sea una manera que nos distinga y el café es tradición Helmuth.
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Sigrid M. Helmuth
Prenso los labios unos segundos en los cuales medito su pregunta en mi cabeza, que nunca me la llegué a plantear del todo porque... —Pueeees... llega un momento en el que ya no te percatas de si estás fingiendo o si lo sientes de verdad, pero eso es lo que importa, ¿no?— qué sé yo, estoy tratando de convencer a mi hermana de dieciocho años que la vida del que pasa de todo es mucho mejor que la de aquel que se responsabiliza de sus cosas. No sé qué tan bien estoy haciendo llevándola por el mismo camino que yo, lo que sí sé es que el suyo no le está haciendo ningún favor y, a la larga, terminará peor de lo que nunca antes se imaginó. —Ya verás, Inggy, si dejas de concentrarte tanto en los pensamientos negativos, podrás dejarle espacio a los que verdaderamente van a hacerte sentir bien. Solo... no tienes que permitir que los comentarios de mamá te afecten tanto, ya sabes como es, no le dejes tener ese poder— sí, aquí intentando convencer a mi hermana de llevar a cabo una moción de censura a nuestra madre dictadora para no terminar siendo yo sola la oveja negra de la familia. El problema de mi hermana es que busca constantemente la aprobación de Agatha, cuando la única vez que yo vi a esa mujer aprobando algo fue cuando salió el catálogo navideño de una tienda y tenían edición limitada de cafés con aromas.

Le echo un vistazo a mis botas, tratando de ocultar la sonrisa de éxito al haber hecho que mi hermana piense en otra cosa que no sean las críticas de mamá hacia su persona. —¿Qué tienen de malo mis botas?— pregunto con toda la inocencia fingida, que si a ella lo que va hacerle sentir mejor es juzgar mis gustos, pues mi tarea como hermana menor es permitirle que lo haga. Junto mis pies en unos toquecitos que las dejan a la vista, a juego con mis medias negras finas y falda vaquera corta, demasiado para los ojos de Agatha. —Algo honesto, algo honesto... no te voy a mentir, Inggy, me costará, pero porque estoy acostumbrada a decirle a Nick que sus corbatas le quedan bien— bromeo, lo que me hace pensar en este último por tener que estar al llegar con el coche. —Estaaaaaaaaaa bien— acepto con un ruedo de ojos, que no es como si fuera a decirle a mi hermana las cosas que hago a su espalda y en su lugar, me zafo de su dedo imitando la forma del meñique y lo atrapo en un juramento que dura unos segundos. —¿También haces esto con tus amigas cuando ven a un chico guapo y tienen que decidir quién se lo queda?— la pico, asomándose esa sonrisa burlona más típica de mí y le doy un toquecito en el costado con mi codo antes de ponerme de pie.
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No es tan fácil como pedir en voz alta que deje de afectarme— susurro, y quien diga que solo se trata de esmero, de tener una determinación firme, de que todo es una cuestión de carácter y crean que decir algo así es derrotista, me gustaría enseñarles cuánto me esmero porque cada cosa, ese esmero que luego también me critican y otra vez me tiene en un estado similar a este, ahogándome en el patetismo de mi llanto, deseando estar en mi cama y abrazada a mis almohadas. En cambio, mientras esperar a que llegue nuestro hermano, tengo a Sigrid para prestarme su hombro y al contarla como apoyo, dudo de ofrecerle mi honestidad sobre sus botas, no sea que me lo retire. —Digamos que hay otros zapatos que podrían hacerte ver como la mejor versión de ti misma, esas botas militares no estarían ayudando…— digo con cuidado, pero no es mi intención entrar en otra charla de esas en las que trato de inculcarle lo que he leído en revistas y ella termina tiñéndose mechones de los colores que se le place.

Entorno los ojos cuando la honestidad parece ser un tema complicado en nosotras cuando se refiere a decir cosas buenas, porque para hacernos críticas entre nosotras, hemos llegado a ser tan duras como la misma Agatha. No sé qué tanto confiar de la alianza que le ofrezco, pero quiero creer que será posible. —No, tonta. Este es un saludo especial exclusivo de hermanas Helmuth— lo digo con toda la solemnidad que debe ser. Ni soñar con que pueda llegar a hacer un acuerdo con mis amigas y que mañana mismo no te claven un comentario malicioso por la espalda. —No le digas a mamá lo del baño, yo no le diré lo de tu novio drogo de esta noche— aprovecho para un pacto de confidencialidad. —Y creo que haremos eso de volver caminando a la casa porque Nicholas todavía no me contestó— digo, ya que no sentí que mi teléfono vibrara en ningún momento, por si las dudas lo busco y, raro, sigo sin tener un mensaje suyo en respuesta. —Seguro invitó otra vez a ese amigo suyo aprovechando que nuestros padres no están, le avisaré que vamos…— bufo, —como mendigas— y se lo escribo. Pero andar caminando puede ser la tregua de paz para sellar nuestro trato y ceder en que no todo será a mi manera, no nos pasará nada por caminar un par de cuadras, ¿no? También le mando a Nick nuestra ubicación para que pueda seguirla por si nuestros cadáveres terminan en un contenedor.
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