OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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El olor del tequila me mantiene más despierto que adormecido, el alcohol en mis venas ha dejado de poseer un efecto fuerte desde la cantidad que he consumido en mis años más jóvenes, en especial cuando te acostumbras a beber un montón de mierda que vaya a saber de dónde ha salido hasta que eres capaz de comprar botellas de mejor etiqueta. El calor se ha quedado fuera, no tengo la menor idea de qué hora es ni cómo debe lucir el cielo entre la cantidad de luces que van estallando a mi alrededor en lo que me muevo por mi espacio privado. Desde las alturas, puedo ver el movimiento inagotable de un casino cargado de millonarios y ni tan millonarios, personas que vienen aquí a jugar con el azar para creer que la suerte puede estar de su parte a pesar de la bazofia que consumen todos los días. Nadie actúa acorde a la realidad. Ellos se olvidan de lo que ha pasado hace tan solo dos semanas, unos meses, unos años. No ven lo que puede pasar si miramos hacia delante. Beben, comen, apuestan, vomitan, cagan, follan, siguen apostando. La vida de los que jamás han tenido que sufrir en piel, que no ven el mundo como yo lo veo. Un montón de cenizas que te carcomen los poros y que tienes que aprender a apagar su fuego, para alzarte sobre ellas antes de que te barran también. Tomar la mierda y volverla oro. Ese es mi talento.
Una voz fastidiosa que reconozco como uno de los elfos me indica que mi visita ha llegado. Vacío el pequeño cristal de un trago seco, me alejo de aquella baranda que me sirve para espiar la vida de las miserables criaturas que están derrochando sus galeones y apoyo el vaso sobre la mesa en lo que indico que le permitan el paso. Siempre me ha parecido muy curiosa la manera que tiene el universo de trabajar con nosotros. Quiero decir, recuerdo a Rebecca Hasselbach como una alma pobre del norte en tiempos menos felices y aquí estamos, como dos de las personas más poderosas dentro de un país por el cual los ancestros de todos los magos han estado tironeando cual pedazo de carne. Pero existen las plagas y nosotros debemos ser los fumigadores — ¡Rebecca! — es un saludo casi que entusiasta. Me apresuro a acomodar los vasos sobre la mesa, creando una pequeña hilera — ¿Puedo tentarte con algo? ¿Vino, whiskey de fuego? ¿Vodka, tequila? Ya sabes, para celebrar por los futuros triunfos — así de cruda es la confianza. Le enseño una sonrisa ancha, de esas que me arrugan el contorno de los ojos a pesar de apenas parpadear — Tenemos mucho de qué hablar y tengo intenciones de que no se te haga tedioso. ¿Un juego de póker? Debo advertirte que tengo fama de buen jugador, aunque me sentiría muy decepcionado si tú no puedes vencerme.
Una voz fastidiosa que reconozco como uno de los elfos me indica que mi visita ha llegado. Vacío el pequeño cristal de un trago seco, me alejo de aquella baranda que me sirve para espiar la vida de las miserables criaturas que están derrochando sus galeones y apoyo el vaso sobre la mesa en lo que indico que le permitan el paso. Siempre me ha parecido muy curiosa la manera que tiene el universo de trabajar con nosotros. Quiero decir, recuerdo a Rebecca Hasselbach como una alma pobre del norte en tiempos menos felices y aquí estamos, como dos de las personas más poderosas dentro de un país por el cual los ancestros de todos los magos han estado tironeando cual pedazo de carne. Pero existen las plagas y nosotros debemos ser los fumigadores — ¡Rebecca! — es un saludo casi que entusiasta. Me apresuro a acomodar los vasos sobre la mesa, creando una pequeña hilera — ¿Puedo tentarte con algo? ¿Vino, whiskey de fuego? ¿Vodka, tequila? Ya sabes, para celebrar por los futuros triunfos — así de cruda es la confianza. Le enseño una sonrisa ancha, de esas que me arrugan el contorno de los ojos a pesar de apenas parpadear — Tenemos mucho de qué hablar y tengo intenciones de que no se te haga tedioso. ¿Un juego de póker? Debo advertirte que tengo fama de buen jugador, aunque me sentiría muy decepcionado si tú no puedes vencerme.
Es el mismo camino conocido a través del pandemónium, mis oídos son sordos al alboroto de las máquinas y al enardecimiento de las voces por emociones que van desde el júbilo hasta la desesperación por la pérdida del último de sus galeones, el único susurro en el que me concentro cuando rodeo mesas es el de las cartas al ser barajadas, distribuidas como proyectiles precisos al alcance de los dedos nerviosos de los apostadores. Las luces son destellos donde los rostros se esconden para que nadie diga luego que los ha visto por aquí, mis ojos se cruzan con la figura del hombre que espera sobre el barandal y conduzco mis pasos hacia ese espacio reservado del casino. Mi nariz se llena del humo que flota en el aire, la excitación por el juego también da su toque, se desprende de los cuerpos ansiosos inclinados sobre las mesas o las máquinas, tristes presas fáciles que vacían sus bolsillos con total abandono de su voluntad. Mis ojos pasan por cada persona de la seguridad del casino, apostada en su sitio ejerciendo un control de las manos de sus mismos compañeros para prevenir las trampas y los robos.
Mi nombre siendo dicho por Magnar Aminoff se corresponde muy bien a un sitio como este. Por el rabillo del ojo tengo un vistazo del amplio paisaje del casino que puede observarse desde este apartado privado, no me acerco a la baranda sino que busco el sillón donde pueda sentarme con la comodidad de cruzar mis piernas y rodear el respaldo con mi brazo. —Whisky— contesto, hablándole al elfo que aguarda en la penumbra de la esquina, no a Magnar. No celebro victorias, ni por anticipado, ni después, pero por respeto al lugar en el que me encuentro pido un trago necesario de alcohol y de la mesa recojo una cajilla de cigarrillos para servirme de uno que enciendo con mi varita. —Tendré que declinar la partida de póker— murmuro con una sonrisa firme en mis labios, trato con el gesto de que mi negativa no siente mal. —No me metería contigo en un juego cuyo objetivo para ambos sea ganar— explico, mi sonrisa acentuándose en una curva capciosa al acercar el cigarrillo a mi boca, —por inocente que sea— digo al alzar mis cejas, nada en realidad lo es. Recibo del elfo el vaso cargado de whisky de fuego, aprovecho para reacomodarme, mi espalda en el respaldo mullido del sillón y con la mano con la que sostengo la bebida, le indico que puede hablar sin temor a aburrirme del tedio. —La noche es larga, pero no eterna, te escucho.
Mi nombre siendo dicho por Magnar Aminoff se corresponde muy bien a un sitio como este. Por el rabillo del ojo tengo un vistazo del amplio paisaje del casino que puede observarse desde este apartado privado, no me acerco a la baranda sino que busco el sillón donde pueda sentarme con la comodidad de cruzar mis piernas y rodear el respaldo con mi brazo. —Whisky— contesto, hablándole al elfo que aguarda en la penumbra de la esquina, no a Magnar. No celebro victorias, ni por anticipado, ni después, pero por respeto al lugar en el que me encuentro pido un trago necesario de alcohol y de la mesa recojo una cajilla de cigarrillos para servirme de uno que enciendo con mi varita. —Tendré que declinar la partida de póker— murmuro con una sonrisa firme en mis labios, trato con el gesto de que mi negativa no siente mal. —No me metería contigo en un juego cuyo objetivo para ambos sea ganar— explico, mi sonrisa acentuándose en una curva capciosa al acercar el cigarrillo a mi boca, —por inocente que sea— digo al alzar mis cejas, nada en realidad lo es. Recibo del elfo el vaso cargado de whisky de fuego, aprovecho para reacomodarme, mi espalda en el respaldo mullido del sillón y con la mano con la que sostengo la bebida, le indico que puede hablar sin temor a aburrirme del tedio. —La noche es larga, pero no eterna, te escucho.
La sonrisa que va tiñendo mis labios es un reflejo de la suya, me dejo caer en uno de los sofás individuales que decoran la habitación y que me permite mirarla de frente, justo por debajo de los dedos que uno entre sí para juguetear como la persona relajada que se supone que soy — Es una sabia decisión — le concedo — Aunque alguna vez tendrás que concederme el capricho. Ya sabes, por los viejos tiempos — que nadie se libra de los juegos de cartas, no en el norte, no en la basura donde nos movimos durante tantos años. La mierda de ese entonces me pertenecía, ahora puedo jactarme de poseer mierda un poco más bonita y le da un toque nuevo a las apuestas. Chasqueo los dedos para que el elfo se apresure y, ya que estamos, le señalo mi vaso para que lo llene en el procedimiento de servir a nuestra invitada. Si no voy a jugar, al menos planeo seguir bebiendo.
— Siempre me ha agradado eso de ti. La determinación y la falta de vueltas — confieso sin darle mucha importancia. En cuanto mis dedos se cierran alrededor del whiskey frío, el sonido de los pequeños hielos chocando entre sí me arrulla en lo que me lo llevo a los labios. Doy un ligero trago, repitiendo dentro de mi cabeza por dónde es que quiero comenzar — He estado pensando en esta reunión desde las revueltas en el Coliseo. Lamentable, muy lamentable… — hago un par de chasquidos con la lengua en el tono que utilizaría un anciano para desaprobar lo descarriadas que se encuentran las vidas de los jóvenes, lo cual tampoco se aleja demasiado de la realidad — No quiero ser un tirano, Rebecca, de verdad que no. Pero estas personas… Los civiles no hacen más que provocar destrozos y, cuando uno quiere controlarlos para poder reducir los riesgos, acaba siendo el malo de la historia. Por estas cosas jamás me he interesado en ser padre… — conducir Neopanem es cómo lidiar con miles de adolescentes hormonales e incoherentes todos los días — Si les quitamos más libertades, sería mucho más fácil poner a todo el país en cuarentena. He pensado en que deberíamos restringir los viajes entre distritos. Mantener el tren solo para asuntos de importación y exportación, registras trasladores, entradas y salidas… Esos revoltosos estaban dentro del trece, no puedo echarle la culpa nadie más que a nosotros en este caso ni aunque tuviera otra filmación de Hermann Richter para hacer el trabajo sucio — con un suspiro dramático, apoyo el codo en el borde del sofá y aprovecho la postura para presionar mis sienes con los dedos, hasta llegar a mis párpados — Estoy hasta las bolas de los fanáticos revolucionarios, Rebecca. Si no fuera por que no quiero cometer los mismos errores que mi madre, las ganas de hacer explotar el nueve y el norte no me faltan.
— Siempre me ha agradado eso de ti. La determinación y la falta de vueltas — confieso sin darle mucha importancia. En cuanto mis dedos se cierran alrededor del whiskey frío, el sonido de los pequeños hielos chocando entre sí me arrulla en lo que me lo llevo a los labios. Doy un ligero trago, repitiendo dentro de mi cabeza por dónde es que quiero comenzar — He estado pensando en esta reunión desde las revueltas en el Coliseo. Lamentable, muy lamentable… — hago un par de chasquidos con la lengua en el tono que utilizaría un anciano para desaprobar lo descarriadas que se encuentran las vidas de los jóvenes, lo cual tampoco se aleja demasiado de la realidad — No quiero ser un tirano, Rebecca, de verdad que no. Pero estas personas… Los civiles no hacen más que provocar destrozos y, cuando uno quiere controlarlos para poder reducir los riesgos, acaba siendo el malo de la historia. Por estas cosas jamás me he interesado en ser padre… — conducir Neopanem es cómo lidiar con miles de adolescentes hormonales e incoherentes todos los días — Si les quitamos más libertades, sería mucho más fácil poner a todo el país en cuarentena. He pensado en que deberíamos restringir los viajes entre distritos. Mantener el tren solo para asuntos de importación y exportación, registras trasladores, entradas y salidas… Esos revoltosos estaban dentro del trece, no puedo echarle la culpa nadie más que a nosotros en este caso ni aunque tuviera otra filmación de Hermann Richter para hacer el trabajo sucio — con un suspiro dramático, apoyo el codo en el borde del sofá y aprovecho la postura para presionar mis sienes con los dedos, hasta llegar a mis párpados — Estoy hasta las bolas de los fanáticos revolucionarios, Rebecca. Si no fuera por que no quiero cometer los mismos errores que mi madre, las ganas de hacer explotar el nueve y el norte no me faltan.
—Algún día— prometo. Será el día que llegue después de todos los días que aún nos faltan por transitar, en lo largo que se hace esta disputa entre distritos, entre razas y entre clases, a través de la cual que trato de avanzar con un paso constante, pisando ceniza y polvo, con una determinación que me merece un halago por parte del hombre que me habla y que no necesito para seguir haciendo mi trabajo, así que en vez de contestar suelto de entre mis labios el humo que se pierde en el aire. El que digan que no doy vueltas debe ser porque tiendo a ceder la palabra a quienes les gusta explayarse y aguardo mi turno para hacer las preguntas puntuales, como lo hago en este momento en el que bajo un par de centímetros al contenido de mi vaso mientras lo escucho. No pretendo meterme en la mente de las personas que gozan del poder político y se debaten en qué imagen quieren dar, mi posición al lado de Magnar es más que buena propaganda, si me dijera que quiere ser un tirano, lo obedecería, si quiere que el miedo sea una sensación pero no acción, también me limitaría a quedarme parada a su lado. Si Hades tenía al cancerbero, puedo quedarme como centinela en su puerta si cierra todos los caminos que llevan a los otros distritos.
Mareo al licor cuando hago girar mi muñeca para buscar la nada en el fondo de la copa al oír la mención a Hermann Richter, no me provoca ninguna reacción evidente esa combinación de nombres, he interiorizado tanto esa presencia en mi vida que, como toda persona que se acostumbra a vivir con sus demonios, ya no me sobresalta, mucho menos me espanta y no será hasta que vuelva a tenerlo en frente, que mis ojos mostraran otra cosa que apatía cuando se invoca su existencia. Permito que desahogue su rabia en un exabrupto final con otra calada del cigarrillo y cuando creo que ha terminado, comienzo con mis interrogantes. —¿Los asesinamos? ¿Uno a uno?— me habla de fanáticos que conocemos bien, sus caras, sus nombres, la rabia está puesta en ellos, no en distritos. —¿Por qué alguien sería gobernante de un país quemado? No hace falta arrasar ningún distrito hasta hacerlo infértil, ni tener que cavar fosas comunes para arrojar un montón de cadáveres, se puede asesinar uno a uno, limpiamente, a cada líder. Toda masa de seguidores tiene un líder que le dice a donde ir, sin este, no va a ningún lado— digo, aunque si esa fuera su orden, me la hubiera dado. Me inclino hacia adelante con los brazos sobre mis rodillas, las manos alrededor de la copa casi vacía y el cigarrillo sujeto entre mis dedos. —¿Qué quieres que se haga desde Defensa?— se lo pregunto abiertamente. —Se está reestructurando el departamento, todos parecen tener una opinión sobre lo que está mal y en lo que es deficiente, desde mucho antes que cualquiera de los dos haya puesto un pie en el ministerio, así que dime cómo necesitas que se reestructure para seguir dando pelea y lo resolvemos aquí entre los dos, lo formal lo trabajaremos con otros.
Mareo al licor cuando hago girar mi muñeca para buscar la nada en el fondo de la copa al oír la mención a Hermann Richter, no me provoca ninguna reacción evidente esa combinación de nombres, he interiorizado tanto esa presencia en mi vida que, como toda persona que se acostumbra a vivir con sus demonios, ya no me sobresalta, mucho menos me espanta y no será hasta que vuelva a tenerlo en frente, que mis ojos mostraran otra cosa que apatía cuando se invoca su existencia. Permito que desahogue su rabia en un exabrupto final con otra calada del cigarrillo y cuando creo que ha terminado, comienzo con mis interrogantes. —¿Los asesinamos? ¿Uno a uno?— me habla de fanáticos que conocemos bien, sus caras, sus nombres, la rabia está puesta en ellos, no en distritos. —¿Por qué alguien sería gobernante de un país quemado? No hace falta arrasar ningún distrito hasta hacerlo infértil, ni tener que cavar fosas comunes para arrojar un montón de cadáveres, se puede asesinar uno a uno, limpiamente, a cada líder. Toda masa de seguidores tiene un líder que le dice a donde ir, sin este, no va a ningún lado— digo, aunque si esa fuera su orden, me la hubiera dado. Me inclino hacia adelante con los brazos sobre mis rodillas, las manos alrededor de la copa casi vacía y el cigarrillo sujeto entre mis dedos. —¿Qué quieres que se haga desde Defensa?— se lo pregunto abiertamente. —Se está reestructurando el departamento, todos parecen tener una opinión sobre lo que está mal y en lo que es deficiente, desde mucho antes que cualquiera de los dos haya puesto un pie en el ministerio, así que dime cómo necesitas que se reestructure para seguir dando pelea y lo resolvemos aquí entre los dos, lo formal lo trabajaremos con otros.
He pensado muchas veces en lo que ella está diciendo. En quitarme de encima a todos esos rostros y nombres que me sonríen con burla desde las fotografías de sus documentos, esas que utilizamos para pintar Neopanem con una lista negra que los marca como personajes indeseables de nuestra sociedad y que, de todos modos, siguen bailando sus propios pasos y respirando el aire que nos pertenece por encima de sus miserables vidas. He fantaseado con cortar algunos cuellos, con oír quejidos y ruegos, con poder transformar a esos gigantes de la guerra en las cucarachas patéticas que son y que disimulan en la seguridad de un distrito robado, en escondites norteños y egocentrismo fundado sobre cenizas, que ninguno de ellos tiene los medios para creer que son más que nosotros y aún así, se pavonean, fastidian como una mosca de verano — Cuando los líderes mueren se transforman en mártires — murmuro con suma calma — Tan sólo mira a los Black. Solo los ricos y acomodados apoyaban su política y hoy le cantan al nombre solo porque le da la espalda a otra idea que tampoco les convence del todo. Pero… ¿Quién en verdad les respetaba cuando respiraban? ¿El Capitolio? ¿Los distritos pudientes, tal vez? Podemos matar a sus líderes, pero matar una idea… Eso es mucho más complicado. Y aún así… No hago más que desear el colgar sus cabezas en la plaza principal para recordarles cuál es el lugar que la historia les ha dado después de todos estos años — nosotros los vimos reinar por siglos, ahora es nuestro turno.
Asiento, vacío mi copa y me acomodo para apoyarla sobre la mesa de vidrio, baja y delicada, que se coloca entre nosotros. Aprovecho para encorvar mi torso hacia delante, de modo que puedo ver mejor su rostro bajo las luces cálidas de este lugar, que se siente más cómodo que mi propia mansión — Creo que mi madre y Weynart les han servido en bandeja los motivos para quejarse, les dieron palmadas en la espalda y se detuvieron a mirar cómo es que el norte se volvía un criadero de rebeldes inconformes — no soy idiota, sé que es imposible mantener feliz a todo el mundo dentro de un territorio tan extenso como Neopanem, pero Jamie estaba ciega — Quiero una ejecución pública de todos aquellos que hayan participado en las revueltas y una reducción de libre entrada y salida a los distritos. Quiero que selecciones a tus mejores soldados y coloquemos espías dentro del distrito nueve. Quiero que tomemos un muggle o dos y les demos su libertad a cambio de que se infiltren en las filas de Richter para poder saber sus siguientes movimientos. Y quiero que la próxima vez que tengas a Kendrick Black delante, me lo traigas a mí. Y yo mismo le voy a cortar la cabeza. Ya hemos pasado la etapa en la cual nos podíamos dar el lujo de perder el tiempo con negociaciones. Es momento de fumigar.
Asiento, vacío mi copa y me acomodo para apoyarla sobre la mesa de vidrio, baja y delicada, que se coloca entre nosotros. Aprovecho para encorvar mi torso hacia delante, de modo que puedo ver mejor su rostro bajo las luces cálidas de este lugar, que se siente más cómodo que mi propia mansión — Creo que mi madre y Weynart les han servido en bandeja los motivos para quejarse, les dieron palmadas en la espalda y se detuvieron a mirar cómo es que el norte se volvía un criadero de rebeldes inconformes — no soy idiota, sé que es imposible mantener feliz a todo el mundo dentro de un territorio tan extenso como Neopanem, pero Jamie estaba ciega — Quiero una ejecución pública de todos aquellos que hayan participado en las revueltas y una reducción de libre entrada y salida a los distritos. Quiero que selecciones a tus mejores soldados y coloquemos espías dentro del distrito nueve. Quiero que tomemos un muggle o dos y les demos su libertad a cambio de que se infiltren en las filas de Richter para poder saber sus siguientes movimientos. Y quiero que la próxima vez que tengas a Kendrick Black delante, me lo traigas a mí. Y yo mismo le voy a cortar la cabeza. Ya hemos pasado la etapa en la cual nos podíamos dar el lujo de perder el tiempo con negociaciones. Es momento de fumigar.
Escucho lo que me dice en silencio, doy espacio a su descargo de odio hacia los líderes rebeldes. Si las existencias de esas personas no le molestaran en la posición que ocupa, si fueran para él poco más que pelusas en el aire que se hacen a un lado de un manotazo, lo tildaría de estúpido, cosa que me ha dejado más de una vez en claro que no es. Están los que creen que una guerra se define en un campo de batalla, en el que se paran con sus armas y sus aliados, luego están otros que entienden que alrededor de este campo se tejen los hilos y se puede ser un soldado coronado con laureles que se desangra en el campo por su victoria o se puede ser un jugador inteligente. Supongo, aunque no me arriesgaría a decir que conozco a Magnar Aminoff, de que siempre ha estado entre los segundos. —El espectáculo los hace mártires, las plazas públicas— opino, —las desapariciones y las muertes sin cadáveres solo se olvidan— musito en voz baja, pero no estoy aquí como una sicario que respondió a su llamado.
Más allá del ambiente en el que nos encontramos, en el que se escucha el escándalo de las máquinas como si fuéramos parte del júbilo colectivo, esta no deja de ser una reunión en la que se definen los movimientos que espera del departamento de seguridad y doy una calada honda cuando pide por los soldados expertos que tenemos en nuestras filas. Espero a que termine de desarrollar la estrategia que coloca a cada pieza en los lugares a su conveniencia y me mantengo ajena a ese sentimiento que vuelve a colocar a Kendrick Black como el blanco a matar, es solo un blanco, un punto, un nombre, una cara a la que disparar. Solo en pelea, la sangre puede cegarme lo suficiente como para que pierda mi indiferencia, reconozco para mí que mi estancia en estos distritos del sur ha apaciguado el hambre que me mantenía en la caza constante, pero no olvido lo que se espera de mí. —Te lo traeré— es lo me corresponde decir y hacer. —¿Me equivoco al suponer que los muggles infiltrados serán elegidos entre los tributos al Coliseo o las mismas ganadoras?— pregunto, así ese es un punto menos que atender, queda el otro. —Guerrero, Donnadieu, Romanov y Lancaster— deliberadamente este apellido como el último, lo disimulo así como muchos de mis otros pensamientos con otro trago de mi bebida. —¿A quiénes quieres enviar al distrito nueve?— pregunto.
Más allá del ambiente en el que nos encontramos, en el que se escucha el escándalo de las máquinas como si fuéramos parte del júbilo colectivo, esta no deja de ser una reunión en la que se definen los movimientos que espera del departamento de seguridad y doy una calada honda cuando pide por los soldados expertos que tenemos en nuestras filas. Espero a que termine de desarrollar la estrategia que coloca a cada pieza en los lugares a su conveniencia y me mantengo ajena a ese sentimiento que vuelve a colocar a Kendrick Black como el blanco a matar, es solo un blanco, un punto, un nombre, una cara a la que disparar. Solo en pelea, la sangre puede cegarme lo suficiente como para que pierda mi indiferencia, reconozco para mí que mi estancia en estos distritos del sur ha apaciguado el hambre que me mantenía en la caza constante, pero no olvido lo que se espera de mí. —Te lo traeré— es lo me corresponde decir y hacer. —¿Me equivoco al suponer que los muggles infiltrados serán elegidos entre los tributos al Coliseo o las mismas ganadoras?— pregunto, así ese es un punto menos que atender, queda el otro. —Guerrero, Donnadieu, Romanov y Lancaster— deliberadamente este apellido como el último, lo disimulo así como muchos de mis otros pensamientos con otro trago de mi bebida. —¿A quiénes quieres enviar al distrito nueve?— pregunto.
— No espero menos — no es mentira, he estado aguardando los movimientos de nuestra jefa de guerra desde el día en el cual la coloqué en el sofá que le pertenece a su cargo, en espera de que no sea otra decepción en la larga lista de personas que acabaron valiendo un cuarto de lo que ellos aseguraban valer — Las ganadoras son personas públicas y muchos de aquellos que hemos capturado ya han sido anunciados como personas que han caído en nuestras garras. Dudo mucho que Richter se chupe el dedo y acepte como si nada a una persona que han capturado sin sospechar absolutamente nada — lo explico como si no fuera en verdad importante cuando estoy seguro de que ella debería haberlo deducido por su propia cuenta — No, quiero muggles anónimos, personas que ellos no puedan rastrear ni encontrar motivos para sospechar. Quizá podamos engañar sus mentes para que ni ellos mismos sepan lo que están haciendo y así evitar una declaración otorgada gracias a una pócima de la verdad. Solo busca en el mercado de esclavos, hay gente enloquecida por salir de allí — tan sencillo como ir a comprar verduras.
Intento recordar esos nombres, pero he visto tantos aurores desde que he asumido el cargo que me cuesta un poco el darles un rostro. Mis nudillos acarician mi mentón en silencio, hasta que el chasquido de mi lengua evidencia que los he recordado — Tú pasas horas a su lado durante tu horario de trabajo, Rebecca. ¿A quiénes seleccionarías? Al fin y al cabo, son tus soldados — chasqueo los dedos en espera de que el elfo reaccione y se digne a servir una nueva copa, cosa que no tarda en hacer de un modo algo atropellado — No te quedes sin los mejores guerreros, es mi mejor consejo. Lo que necesitamos ahí dentro son personas que sepan usar el cerebro, que encuentren el modo de ser parte de sus filas y se zafen del maleficio que lanzan sobre cualquier persona que abra la boca. Llevará mucho tiempo el averiguar cómo hacerlo pero si ya esperamos hasta ahora... — ¿Qué le hace una mancha más al tigre?
El sabor del alcohol se me hace similar a un sedante. Mis dedos se acomodan fácilmente alrededor de la copa en lo que mis ojos se pierden en la distancia, observando el techo que cubre a las personas que se mueven entre el éxtasis y el deseo de la ambición. Adoro los casinos, apestan a desesperación y falsas esperanzas — Dime una cosa, Rebecca — murmuro casi por sorpresa — Si pudieras tener aquello que más deseas en la Tierra… ¿Qué sería?
Intento recordar esos nombres, pero he visto tantos aurores desde que he asumido el cargo que me cuesta un poco el darles un rostro. Mis nudillos acarician mi mentón en silencio, hasta que el chasquido de mi lengua evidencia que los he recordado — Tú pasas horas a su lado durante tu horario de trabajo, Rebecca. ¿A quiénes seleccionarías? Al fin y al cabo, son tus soldados — chasqueo los dedos en espera de que el elfo reaccione y se digne a servir una nueva copa, cosa que no tarda en hacer de un modo algo atropellado — No te quedes sin los mejores guerreros, es mi mejor consejo. Lo que necesitamos ahí dentro son personas que sepan usar el cerebro, que encuentren el modo de ser parte de sus filas y se zafen del maleficio que lanzan sobre cualquier persona que abra la boca. Llevará mucho tiempo el averiguar cómo hacerlo pero si ya esperamos hasta ahora... — ¿Qué le hace una mancha más al tigre?
El sabor del alcohol se me hace similar a un sedante. Mis dedos se acomodan fácilmente alrededor de la copa en lo que mis ojos se pierden en la distancia, observando el techo que cubre a las personas que se mueven entre el éxtasis y el deseo de la ambición. Adoro los casinos, apestan a desesperación y falsas esperanzas — Dime una cosa, Rebecca — murmuro casi por sorpresa — Si pudieras tener aquello que más deseas en la Tierra… ¿Qué sería?
Asiento con mi barbilla cuando me encomienda una visita al mercado de esclavos para buscar allí a las personas que puedan mezclarse entre los seguidores de Richter, no hago comentarios ni pongo réplicas a lo que tomo como una nueva orden por cumplir, es lo que hago, me dedico a ejecutar lo que dictamina, más allá de las opiniones o suposiciones que puedo hacer. Coloco mi copa vacía sobre la mesa al acabar con las gotas del fondo y entre mis dedos sostengo lo último del cigarrillo, que se consume tras un par de caladas más, mientras me abstengo de dar cualquier indicio en palabras de que puedo llegar a conocer el carácter de Hermann como para saber en qué creerá o en qué no. No creo haber conocido nunca a ese hombre, como mucho habré vislumbrado en él una de sus facetas, no voy a engañarme diciendo que entiendo cómo funciona su mente, porque no lo hago.
Tampoco pretendo comprender la mente del hombre que tengo enfrente, así que no hago más que mirarlo a los ojos cuando me deja a mí la decisión de a qué aurores postular para ese trabajo que requerirá de una lealtad segura, lo que a mi parecer en estos momentos es lo que define a los buenos aurores, de los que no. Magnar contempla los requerimientos estratégicos en la elección de estas personas, mientras yo lo hago desde su carácter y el instinto. Mi momento de vacilación se extingue tan pronto como se presenta, coloco en mis labios los dos apellidos que cuentan con mi aprobación para una tarea como esta. —Romanov y Lancaster— digo. —Alexa Romanov, no su hermano— aclaro, ese chico es un crío apenas salido de la academia y a esa edad todavía se encuentran volubles a seguir a donde va su pene. En cambio, esas dos muchachas han demostrado tener un carácter más firme y necesitamos de eso, de personas con firmeza, que no sea tan fácil hacer cambiar de opinión, para no arriesgarnos a que los infiltrados tomen el ejemplo de Weynart. Los hombres, en general, no gozan de mi confianza en cuanto a que puedan resistirse a la distracción que le supone una mujer y tengo entendido que ese distrito hay un par de veelas y semiveelas.
—Esas son las dos personas en las que yo confiaría plenamente para mandar como infiltradas al distrito y saber que harán bien su trabajo— murmuro, para mi sorpresa me encuentro pensando en que espero que Alexa Romanov no defraude mi voto de confianza, pero nada me hace dudar de Alecto, cuando su nombre es el que más me resistía a dar y una vez dicho, queda dicho. Me limito a limpiar mis dedos sobre el cenicero cuando asumo que con las especificaciones dadas, no queda demasiado por decir. Por mucho que se especule sobre las razones que me han puesto en el lugar que me encuentro, mi accionar se reduce a esta obediencia de pocas palabras. Hacer gala de mi carácter es algo de lo que excluyo a Magnar entre todas las personas. Lo conoce por mi trato hacia otros, no hacía él, a ambos nos conviene que me mantenga silenciosa a su lado, es mi manera también de seguir viendo esto como un trabajo de los que alguna vez realicé con la misma frialdad en el norte. Puesto que hay mucho de mis pensamientos que no le comparto, me hace sonreír esa pregunta que pretende indagar entre los más hondos. Me escudo detrás de la respuesta honesta de muchos años. —Lo que deseo no se encuentra en este mundo— es así de simple, si se refiere al deseo que perdura en las entrañas, de lo perdido y que nunca podrá ser. —¿Con qué intención va esa pregunta? ¿Es mi turno de preguntar qué es aquello que más deseas en la Tierra?— consulto con calma, echándome hacia atrás en el sillón para descansar mi brazo sobre su respaldo.
Tampoco pretendo comprender la mente del hombre que tengo enfrente, así que no hago más que mirarlo a los ojos cuando me deja a mí la decisión de a qué aurores postular para ese trabajo que requerirá de una lealtad segura, lo que a mi parecer en estos momentos es lo que define a los buenos aurores, de los que no. Magnar contempla los requerimientos estratégicos en la elección de estas personas, mientras yo lo hago desde su carácter y el instinto. Mi momento de vacilación se extingue tan pronto como se presenta, coloco en mis labios los dos apellidos que cuentan con mi aprobación para una tarea como esta. —Romanov y Lancaster— digo. —Alexa Romanov, no su hermano— aclaro, ese chico es un crío apenas salido de la academia y a esa edad todavía se encuentran volubles a seguir a donde va su pene. En cambio, esas dos muchachas han demostrado tener un carácter más firme y necesitamos de eso, de personas con firmeza, que no sea tan fácil hacer cambiar de opinión, para no arriesgarnos a que los infiltrados tomen el ejemplo de Weynart. Los hombres, en general, no gozan de mi confianza en cuanto a que puedan resistirse a la distracción que le supone una mujer y tengo entendido que ese distrito hay un par de veelas y semiveelas.
—Esas son las dos personas en las que yo confiaría plenamente para mandar como infiltradas al distrito y saber que harán bien su trabajo— murmuro, para mi sorpresa me encuentro pensando en que espero que Alexa Romanov no defraude mi voto de confianza, pero nada me hace dudar de Alecto, cuando su nombre es el que más me resistía a dar y una vez dicho, queda dicho. Me limito a limpiar mis dedos sobre el cenicero cuando asumo que con las especificaciones dadas, no queda demasiado por decir. Por mucho que se especule sobre las razones que me han puesto en el lugar que me encuentro, mi accionar se reduce a esta obediencia de pocas palabras. Hacer gala de mi carácter es algo de lo que excluyo a Magnar entre todas las personas. Lo conoce por mi trato hacia otros, no hacía él, a ambos nos conviene que me mantenga silenciosa a su lado, es mi manera también de seguir viendo esto como un trabajo de los que alguna vez realicé con la misma frialdad en el norte. Puesto que hay mucho de mis pensamientos que no le comparto, me hace sonreír esa pregunta que pretende indagar entre los más hondos. Me escudo detrás de la respuesta honesta de muchos años. —Lo que deseo no se encuentra en este mundo— es así de simple, si se refiere al deseo que perdura en las entrañas, de lo perdido y que nunca podrá ser. —¿Con qué intención va esa pregunta? ¿Es mi turno de preguntar qué es aquello que más deseas en la Tierra?— consulto con calma, echándome hacia atrás en el sillón para descansar mi brazo sobre su respaldo.
— ¿Y confías en que ellas tienen la entereza y la capacidad de ganarse la confianza de las personas dentro de ese distrito? Parecen un puñado de hippies unidos por la causa y no cualquiera tiene el carisma para volverse uno más de ellos… — no estoy cuestionando su elección, sino más bien estoy apuntando a aquello que debe considerar al momento de dar la orden final. Al meter personas dentro de sus límites, los estamos poniendo en un riesgo y, aunque yo sé que es un sacrificio que estoy dispuesto a aceptar, si se nos mueren por incapaces solamente nos van a retrasar y complicar la tarea — Fuera de mis ideas, tú eres la persona que está a cargo de nuestro ejército y confío en que sabes hacia dónde quieres mover las aguas. ¿Posees algún proyecto para mostrarme, Rebecca? ¿Alguna idea que haya nacido dentro de esa cabecita que pueda ayudarnos a pisar a las cucarachas que tenemos como enemigos? Porque no te puse en un asiento bonito y un uniforme más limpio solo para que aceptes todo lo que te digo, sino porque confío en que puedes sorprenderme. No me decepciones — que las personas que lo hacen no suelen terminar bien paradas.
Jugueteo con el tacto de la superficie de mi bebida contra los labios, hasta que los curvo en una sonrisa que es puramente para ella. Me muestro incluso divertido, sería mentira decir que no me esperaba una respuesta por el estilo — Oh… ¿Y qué es eso tan maravilloso que no podemos conseguirlo en nuestro triste y vacío plano terrenal? — la duda que sale de mi boca es sincera a pesar de la diversión con la cual muevo mi copa, fijándome en el modo en el cual el líquido se remueve en su interior — Con ninguna intención, en verdad. Solo estoy tratando de entenderte mejor a pesar de todos los años en los cuales nos hemos conocido. Ya sabes, reconocer un rostro en la oscuridad no te hace un experto en lo que va cruzando dentro de su cabeza y a ti siempre se me ha hecho un poco más difícil el leerte. Eres una criatura interesante — con un vago movimiento de hombros, vuelvo a beber.
— Pocas personas pueden comprender de dónde venimos, en especial dentro del Ministerio de Magia. Nuestros colegas son magos de dinero, no saben lo que es venir desde lo más bajo ni comprenden las necesidades que estamos tratando de cubrir cuando luchamos por el bien común de la sangre mágica. De todos mis ministros, eres la única con la cual puedo identificarme en algún punto y eso nos crea un vínculo más especial. ¿No crees? — sus compañeros le chuparon el culo a mi madre hasta conseguir posicionarse dentro de la isla ministerial, pero ese no es mi método — ¿Me crees si te digo que no confío en ninguno de ellos, Rebecca? Intento darles su voto, dejar que actúen como a los civiles les ha gustado por años y, mientras hagan su trabajo y sean útiles, no seré un tirano que les arrebatará sus empleos. Pero ellos… Ellos no nos entienden, Rebecca. En lo absoluto. Jamás tendrán nuestra misma hambre.
Jugueteo con el tacto de la superficie de mi bebida contra los labios, hasta que los curvo en una sonrisa que es puramente para ella. Me muestro incluso divertido, sería mentira decir que no me esperaba una respuesta por el estilo — Oh… ¿Y qué es eso tan maravilloso que no podemos conseguirlo en nuestro triste y vacío plano terrenal? — la duda que sale de mi boca es sincera a pesar de la diversión con la cual muevo mi copa, fijándome en el modo en el cual el líquido se remueve en su interior — Con ninguna intención, en verdad. Solo estoy tratando de entenderte mejor a pesar de todos los años en los cuales nos hemos conocido. Ya sabes, reconocer un rostro en la oscuridad no te hace un experto en lo que va cruzando dentro de su cabeza y a ti siempre se me ha hecho un poco más difícil el leerte. Eres una criatura interesante — con un vago movimiento de hombros, vuelvo a beber.
— Pocas personas pueden comprender de dónde venimos, en especial dentro del Ministerio de Magia. Nuestros colegas son magos de dinero, no saben lo que es venir desde lo más bajo ni comprenden las necesidades que estamos tratando de cubrir cuando luchamos por el bien común de la sangre mágica. De todos mis ministros, eres la única con la cual puedo identificarme en algún punto y eso nos crea un vínculo más especial. ¿No crees? — sus compañeros le chuparon el culo a mi madre hasta conseguir posicionarse dentro de la isla ministerial, pero ese no es mi método — ¿Me crees si te digo que no confío en ninguno de ellos, Rebecca? Intento darles su voto, dejar que actúen como a los civiles les ha gustado por años y, mientras hagan su trabajo y sean útiles, no seré un tirano que les arrebatará sus empleos. Pero ellos… Ellos no nos entienden, Rebecca. En lo absoluto. Jamás tendrán nuestra misma hambre.
—No hay mucho de lo que elegir— esa es mi respuesta franca, —así que sí, considero que ellas son de lo mejor que tenemos para mandar al distrito nueve y estar seguros de que harán su trabajo sin distracciones— contesto, reservándome los detalles de mis otros recelos sobre encomendar el trabajo a aurores masculinos en tierra de veelas, así como la influencia que podría llegar a tener ese «carisma hippie» sobre algunos. Es poco lo que hablo porque al ser él quien está acomodado en el sillón principal, es a quien le corresponde primero la palabra para exponer sus expectativas y los mandatos que se deben seguir, el resto acomodará sus acciones a lo que determine, aunque no creo ser la única de las personas que se sientan en la mesa de ministros que se guarda uno o dos secretos. Sostengo su mirada cuando me habla y dice esperar cosas de mí, estiro mi boca en una sonrisa que es una mueca vieja, mostrada tantas otras veces, a tantas personas. —Te seré franca— digo, echándome hacia atrás, así me encuentro cómoda al darle la respuesta que me pide. —Trabajo para ti, eres mi jefe. Haré lo que digas, pelearé con quien me digas y asesinaré a quien me pidas. Me paro a tu lado, te obedezco a ti— son esas pautas que está bien pasarlas en limpio cada tanto. —Pero no he vivido más de cuarenta años y trabajé para tanta gente como para no conocer los límites de quien obedece. Esos límites dicen que también hablaré, cuando me digas que hable, porque a ningún jefe le gusta un empleado que actúa como jefe. No me importa lo que digas o digas creer— clavo mis codos en las rodillas al inclinarme hacia delante, —se cortan los cuellos de las cabezas que pretenden sobresalir y celo bastante de mi propia garganta como para exponerla, por decir lo que pienso solo por el afán de decirlo— esta es la sinceridad que puedo ofrecerle y la única que le debo. —Haré lo que deba y pueda hacer en el sillón que me diste, pero yo no te diré cómo levantar un ministerio que tiene tantos pilares débiles y a punto de romperse en dos, solo por el afán de llenarme la boca de palabras como lo hacen la mayoría de jefes y ministros.
Pero no creo que pueda decirle tampoco lo que compete estrictamente a lo laboral, si no pongo el cierre necesario en las incursiones personales que pretende hacer por mi mente y que me hacen seguir mostrándole una sonrisa, más suave, la que dedico a los que creen que basta con poner un pie por encima de la línea que trazo para cruzarla y no saben que de apoyarlo en la tierra, esta los devorará. Me incorporo de mi asiento para pararme delante de él y contengo en mi pecho el suspiro cansado por saberme de memoria cada movimiento que me hace sentarme en el apoyabrazos de su sillón, cruzar el respaldo con mi brazo y mirarlo desde la altura que me permite esta posición, es lo que corresponde a las palabras que escucho de su boca, que al ser repetidas tantas veces, por tantas bocas, me recuerdan que esto es solo un montaje y recuerdo cuál es mi papel al inclinarme un poco. —¿Por qué te confiaría algo tan íntimo como mi mayor deseo? ¿Por qué te daría la posibilidad de entenderme?— pero nunca como otras veces, esta vez estoy hablando francamente a quien, sabiendo lo peligroso que puede ser, no le daría acceso a entrar en mi mente así como yo no tengo ninguna intención de meterme en la suya. Hemos conocido muchos lugares oscuros que a esta edad podemos darnos el gusto -y también por simple respeto a las enseñanzas de nuestras experiencias-, de elegir qué lugares negros no visitar.
—Venimos del mismo sitio— susurro al darle la razón en ese punto, el resto solo lo escucho. Coloco mi mano en su hombro cuando habla de un vínculo especial, pero no lo interrumpo, sigo escuchando lo que dice y hago una suave presión con mis dedos sobre su hombro al terminar, es mi único gesto de comprensión hacia él. —No es cierto— contesto, me tomo el trabajo de sacar a la gente de errores que puedan confundir sus actos. —No me mires creyéndote verte, ni te mires creyendo que soy un reflejo tuyo. No soy especial. No eres el único que cree tener un vínculo especial conmigo porque vinimos del mismo lugar, porque compartimos experiencias, como si el pasado pudiera dar sentido de pertenencia y posesión— o al menos, ya no, ya ni siquiera lo tiene mi deseo más íntimo, porque ese mismo deseo ya murió. —Los vínculos son en tiempo presente— doy una palmada en su hombro al levantarme para volver a mi sillón, —eres mi jefe y esto es lo que tengo para decirte sobre el cuerpo de defensa— retomo el motivo de esta conversación. —Tienes aurores, cazadores y licántropos que no saben cuál es el trabajo que se espera de cada uno. Lo fácil sería decir que se cierre el cuerpo de cazadores, están haciendo un trabajo inútil en esta guerra, pero tenemos veelas y hemos tenido licántropos también del lado de los rebeldes. Los aurores necesitan coordinación con los licántropos. Te pediré dos cosas— digo, cruzo mis piernas al plantear lo que bien puede rechazar o aceptar, —un incentivo para los jóvenes del departamento y los que se incorporarán al Royal en una especialidad que deberá unificarse, con servicio desde los 17 años. Estamos en guerra, en sí, todos los que alcancen esa edad deben cumplir con el entrenamiento y los hijos y parientes de los ministros deberían dar el ejemplo con servicio voluntario en defensa, aunque sean otras las especialidades elegidas, pueden incorporarse a tecnología o medicina aplicada a la guerra. Y lo otro que te pido es poder llevarlos a la frontera, al escuadrón licántropo y a los jóvenes para asustar a los humanos que sabemos que se esconden por ahí. Si queremos verlos trabajar, hay que darles trabajo.
Pero no creo que pueda decirle tampoco lo que compete estrictamente a lo laboral, si no pongo el cierre necesario en las incursiones personales que pretende hacer por mi mente y que me hacen seguir mostrándole una sonrisa, más suave, la que dedico a los que creen que basta con poner un pie por encima de la línea que trazo para cruzarla y no saben que de apoyarlo en la tierra, esta los devorará. Me incorporo de mi asiento para pararme delante de él y contengo en mi pecho el suspiro cansado por saberme de memoria cada movimiento que me hace sentarme en el apoyabrazos de su sillón, cruzar el respaldo con mi brazo y mirarlo desde la altura que me permite esta posición, es lo que corresponde a las palabras que escucho de su boca, que al ser repetidas tantas veces, por tantas bocas, me recuerdan que esto es solo un montaje y recuerdo cuál es mi papel al inclinarme un poco. —¿Por qué te confiaría algo tan íntimo como mi mayor deseo? ¿Por qué te daría la posibilidad de entenderme?— pero nunca como otras veces, esta vez estoy hablando francamente a quien, sabiendo lo peligroso que puede ser, no le daría acceso a entrar en mi mente así como yo no tengo ninguna intención de meterme en la suya. Hemos conocido muchos lugares oscuros que a esta edad podemos darnos el gusto -y también por simple respeto a las enseñanzas de nuestras experiencias-, de elegir qué lugares negros no visitar.
—Venimos del mismo sitio— susurro al darle la razón en ese punto, el resto solo lo escucho. Coloco mi mano en su hombro cuando habla de un vínculo especial, pero no lo interrumpo, sigo escuchando lo que dice y hago una suave presión con mis dedos sobre su hombro al terminar, es mi único gesto de comprensión hacia él. —No es cierto— contesto, me tomo el trabajo de sacar a la gente de errores que puedan confundir sus actos. —No me mires creyéndote verte, ni te mires creyendo que soy un reflejo tuyo. No soy especial. No eres el único que cree tener un vínculo especial conmigo porque vinimos del mismo lugar, porque compartimos experiencias, como si el pasado pudiera dar sentido de pertenencia y posesión— o al menos, ya no, ya ni siquiera lo tiene mi deseo más íntimo, porque ese mismo deseo ya murió. —Los vínculos son en tiempo presente— doy una palmada en su hombro al levantarme para volver a mi sillón, —eres mi jefe y esto es lo que tengo para decirte sobre el cuerpo de defensa— retomo el motivo de esta conversación. —Tienes aurores, cazadores y licántropos que no saben cuál es el trabajo que se espera de cada uno. Lo fácil sería decir que se cierre el cuerpo de cazadores, están haciendo un trabajo inútil en esta guerra, pero tenemos veelas y hemos tenido licántropos también del lado de los rebeldes. Los aurores necesitan coordinación con los licántropos. Te pediré dos cosas— digo, cruzo mis piernas al plantear lo que bien puede rechazar o aceptar, —un incentivo para los jóvenes del departamento y los que se incorporarán al Royal en una especialidad que deberá unificarse, con servicio desde los 17 años. Estamos en guerra, en sí, todos los que alcancen esa edad deben cumplir con el entrenamiento y los hijos y parientes de los ministros deberían dar el ejemplo con servicio voluntario en defensa, aunque sean otras las especialidades elegidas, pueden incorporarse a tecnología o medicina aplicada a la guerra. Y lo otro que te pido es poder llevarlos a la frontera, al escuadrón licántropo y a los jóvenes para asustar a los humanos que sabemos que se esconden por ahí. Si queremos verlos trabajar, hay que darles trabajo.
— Un país no es una empresa, Rebecca. Si solo quisiera empleados, no tendría ministros — no hay fastidio en mis palabras, tampoco hay una frustración palpable, solo una transparente sinceridad que se refleja en mis ojos calmos — No te estoy pidiendo que te lances a un sinfín de misiones suicidas sin mi permiso, pero sí que cada tanto me presentes ideas o proyectos sobre el escritorio. La guerra será tu terreno y tú no eres una soldado cualquiera. Te quiero despierta. Estoy seguro de que eres lo suficientemente inteligente como para saber lo que un Jefe de Guerra debe hacer y que podremos trabajar juntos, a la par, como el equipo que tenemos que ser en un momento tan delicado como este. Si quisiera a alguien que solo asintiera con la cabeza, hubiese pagado por una prostituta amaestrada en lugar de buscar una mujer con todas las letras. No me gustan los lamebotas, son extremadamente aburridos y predecibles. Ya he tenido demasiado de ello.
No me esperaba pero tampoco me sorprende el que se acomode a mi la do, en una cercanía que no solemos tener en lo absoluto y que me mantiene firme en el asiento, con los dedos cerrados firmemente alrededor de mi copa. Ladeo la cabeza, busco con la mirada sus ojos en lo que la sonrisa que se ensancha en mis labios puede ser hasta inocente — Porque soy tu jefe — está claro que solo le estoy tomando el pelo, mis cejas se arquean como si no quisiera hacerme cargo de mis palabras en lo que bebo un trago corto — Porque si queremos que esto funcione, que podamos comprendernos cuando llegue el momento… Debemos empezar a tener confianza el uno con el otro. ¿Y la confianza no incluye secretos? — está claro que no le estoy pidiendo que nos pintemos las uñas y hablemos de nuestras intimidades, esto va mucho más allá de esas nimiedades. Asumo que me comprende cuando siento el peso de su mano contra mi hombro, me mantengo en mi sitio imperturbable, no puedo hacer otra cosa que teñir de sarcasmo mis facciones en lo que ella se pone de pie — No coincido, puesto que no miramos el mundo desde el mismo lugar que personas como Eloise Leblanc, Nicholas Helmuth o Hans Powell. Algún día me darás la razón, ya lo verás — cuando el planeta entero te pone en perspectiva, las similitudes quedan en evidencia. Las parias de Neopanem tenemos todas el mismo olor, solo buscamos maneras diferentes de encubrirlo.
La copa queda completamente vacía de un último tirón en lo que me acomodo en el asiento con obvio y renovado entusiasmo, que parece que voy a tener ideas ajenas y originales de una vez por todas — ¿Servicio militar obligatorio? Si consideramos el riesgo al cual estamos enfrentándonos todos los días, no lo veo una locura. Habría que mover algunas leyes y vaya a saber si nuestros ministros quieren ensuciar a sus niños de oro… — No veo a Oliver Helmuth o a Meerah Powell peleando más allá de una riña escolar sin riesgo, pero ya qué — Los nuevos reclutas son de utilidad cuando se trata de rastreo. No tienen mucha experiencia, pero nuestros enemigos no los conocen y eso los hace invisibles — sin intenciones de seguir bebiendo, apoyo la copa sobre la mesa y me inclino hacia delante. Esto me permite el frotar las manos entre sí en lo que puedo tratar de divisar cada una de sus facciones a pesar de la iluminación — Te propongo lo siguiente — me relamo antes de continuar, como si estuviera saboreando mis propias palabras — Planifica un nuevo programa de entrenamiento y la base de movimientos norteños y, cuando tengas cada uno de los detalles pulidos, nos juntaremos en mi oficina a debatirlo para poder llevarlo a cabo. Esto es de lo que te hablaba antes… — con un parpadeo, mis cejas se arquean — Intimidad, Rebecca. Intimidad y confianza.
No me esperaba pero tampoco me sorprende el que se acomode a mi la do, en una cercanía que no solemos tener en lo absoluto y que me mantiene firme en el asiento, con los dedos cerrados firmemente alrededor de mi copa. Ladeo la cabeza, busco con la mirada sus ojos en lo que la sonrisa que se ensancha en mis labios puede ser hasta inocente — Porque soy tu jefe — está claro que solo le estoy tomando el pelo, mis cejas se arquean como si no quisiera hacerme cargo de mis palabras en lo que bebo un trago corto — Porque si queremos que esto funcione, que podamos comprendernos cuando llegue el momento… Debemos empezar a tener confianza el uno con el otro. ¿Y la confianza no incluye secretos? — está claro que no le estoy pidiendo que nos pintemos las uñas y hablemos de nuestras intimidades, esto va mucho más allá de esas nimiedades. Asumo que me comprende cuando siento el peso de su mano contra mi hombro, me mantengo en mi sitio imperturbable, no puedo hacer otra cosa que teñir de sarcasmo mis facciones en lo que ella se pone de pie — No coincido, puesto que no miramos el mundo desde el mismo lugar que personas como Eloise Leblanc, Nicholas Helmuth o Hans Powell. Algún día me darás la razón, ya lo verás — cuando el planeta entero te pone en perspectiva, las similitudes quedan en evidencia. Las parias de Neopanem tenemos todas el mismo olor, solo buscamos maneras diferentes de encubrirlo.
La copa queda completamente vacía de un último tirón en lo que me acomodo en el asiento con obvio y renovado entusiasmo, que parece que voy a tener ideas ajenas y originales de una vez por todas — ¿Servicio militar obligatorio? Si consideramos el riesgo al cual estamos enfrentándonos todos los días, no lo veo una locura. Habría que mover algunas leyes y vaya a saber si nuestros ministros quieren ensuciar a sus niños de oro… — No veo a Oliver Helmuth o a Meerah Powell peleando más allá de una riña escolar sin riesgo, pero ya qué — Los nuevos reclutas son de utilidad cuando se trata de rastreo. No tienen mucha experiencia, pero nuestros enemigos no los conocen y eso los hace invisibles — sin intenciones de seguir bebiendo, apoyo la copa sobre la mesa y me inclino hacia delante. Esto me permite el frotar las manos entre sí en lo que puedo tratar de divisar cada una de sus facciones a pesar de la iluminación — Te propongo lo siguiente — me relamo antes de continuar, como si estuviera saboreando mis propias palabras — Planifica un nuevo programa de entrenamiento y la base de movimientos norteños y, cuando tengas cada uno de los detalles pulidos, nos juntaremos en mi oficina a debatirlo para poder llevarlo a cabo. Esto es de lo que te hablaba antes… — con un parpadeo, mis cejas se arquean — Intimidad, Rebecca. Intimidad y confianza.
—Está bien, te las presentaré cada vez que me des un espacio en tu agenda— contesto, si lo que quiere es oír ideas y proyectos de mí, puede tenerlos. —La próxima vez trata de no demorar tanto en encontrar un hueco para tratar conmigo. Soy tu Jefa de Guerra a fin de cuentas, ¿no?— pregunto, con un dejo que pone a prueba qué tanta franqueza podrá tolerar de mi parte sin que se le arrugue el ceño. —Esta no se ha detenido en ningún momento— le recuerdo, si bien nuestro ejército parece paralizado porque siendo jefa o no de las tropas, necesito que quien tiene la palabra final me diga en qué dirección vamos y no chasquee simplemente los dedos como si yo supiera interpretar la orden tácita, no usaré legeremancia en conocer lo que se espera que haga, cuando esas órdenes deben ser expresadas en voz alta La confianza a la que apela no es válida para mí, bien podría recomendarle que aprendiera él también legeremancia si quiere alguna especie de entendimiento conmigo que no necesite de palabras verbales, si es que ya no la sabe y aun si así fuera, también me resistiría a esa invasión. —Créeme cuando te digo que los secretos son los que muchas veces ayudan a sostener una relación entre dos personas, cuando todo lo que se espera de la otra es que realice un trabajo— digo mirándolo de soslayo.
Y sonrío a la mención de nombres, Eloise LeBlanc quien, por lo que pude enterarme y al verla con un bebé rubio, se desentendió de sus hijos por décadas lo que no la hace muy distinta a mí, Hans Powell que en sí mismo tiene la mitad de su genética igual a la de mi hija y Nicholas Helmuth, si quiere hablar de quienes vienen del mismo lugar, solo había una calle de distancia con los Helmuth… —No la miro de la misma manera que ellos, pero no te engañes creyendo que de la tuya sí— lo corrijo con un susurro calmo que no pretende contradecirlo, solo sacarlo de ese pensamiento erróneo que insiste sostener. Puedo dar la cara a esta guerra desde una posición que me hace mirar en la misma dirección que él, pero no es más que el oficio de soldado, por el cual me aceptó como líder de los licántropos y quiero creer que también como ministra. Por eso asiento cuando parece tomar mis palabras, más rápido de lo que pudo haberse decidido en la mesa con otros ministros, y su recomendación final hace que me ponga de pie, entendiendo que la conversación llegó a su fin. —Como tu Jefa de Guerra puedo ofrecerte profesionalidad y eficiencia— digo, mis manos en el interior de los bolsillos de mi casaca, —como tal también te aconsejo que confianza no sea nunca una palabra que pongas en tu boca porque no tiene cabida en esta guerra y para intimidad que busques una prostituta amaestrada, que sabrá darte un tipo de intimidad más satisfactoria que aquella que me pides y mi reserva no me permite— se lo dejo en claro. —Hablaremos en tu oficina cuando tenga la planificación— me despido, asiento con mi barbilla una última vez al mostrarle mi sonrisa y puesto que mis próximas acciones ya las tengo delineadas, mi tiempo aquí se acabó.
Y sonrío a la mención de nombres, Eloise LeBlanc quien, por lo que pude enterarme y al verla con un bebé rubio, se desentendió de sus hijos por décadas lo que no la hace muy distinta a mí, Hans Powell que en sí mismo tiene la mitad de su genética igual a la de mi hija y Nicholas Helmuth, si quiere hablar de quienes vienen del mismo lugar, solo había una calle de distancia con los Helmuth… —No la miro de la misma manera que ellos, pero no te engañes creyendo que de la tuya sí— lo corrijo con un susurro calmo que no pretende contradecirlo, solo sacarlo de ese pensamiento erróneo que insiste sostener. Puedo dar la cara a esta guerra desde una posición que me hace mirar en la misma dirección que él, pero no es más que el oficio de soldado, por el cual me aceptó como líder de los licántropos y quiero creer que también como ministra. Por eso asiento cuando parece tomar mis palabras, más rápido de lo que pudo haberse decidido en la mesa con otros ministros, y su recomendación final hace que me ponga de pie, entendiendo que la conversación llegó a su fin. —Como tu Jefa de Guerra puedo ofrecerte profesionalidad y eficiencia— digo, mis manos en el interior de los bolsillos de mi casaca, —como tal también te aconsejo que confianza no sea nunca una palabra que pongas en tu boca porque no tiene cabida en esta guerra y para intimidad que busques una prostituta amaestrada, que sabrá darte un tipo de intimidad más satisfactoria que aquella que me pides y mi reserva no me permite— se lo dejo en claro. —Hablaremos en tu oficina cuando tenga la planificación— me despido, asiento con mi barbilla una última vez al mostrarle mi sonrisa y puesto que mis próximas acciones ya las tengo delineadas, mi tiempo aquí se acabó.
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