The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Katerina L. Romanov
Si mi madre se creía que iba a ganar con esto de enviarme a un instituto los fines de semana y de acompañarme a la puerta del colegio durante la semana al empezar el curso, estaba muy equivocada. La pobre no sabe con lo que se va a encontrar la mañana de que empiecen las clases, se mete en la cama con papá con la tranquilidad de que todo está funcionando bajo su dictamen, ni se preocupa porque esté aguardando bajo las sábanas hasta que ni los elfos domésticos estén despiertos limpiando la cocina en el piso inferior. Si acaso el único que se sorprende de que me levante en medio de la madrugada es Milo, a quien permito subirse a la cama pese a las indignaciones de mamá de luego encontrarla llena de pelos, y cuando tiro de un extremo de la fina manta de verano para poner mis pies sobre el suelo, alza sus orejas y me sigue como perro fiel por la habitación hasta uno de los cajones de mi armario. En el fondo encuentro el bote de pintura que compré en un supermercado un día que salimos con Gin exclusivamente para eso, que ella dijo que sabía cual utilizar puesto que asegura que su madre también lo usa para teñirse el pelo cuando nadie la ve.

Así que con la más cautelosa de las precauciones, tiro de la puerta para bajar por las escaleras de puntillas con el temor de despertar a alguien recorriéndome la columna, hasta que puedo encerrarme en uno de los baños más alejados y poner el pestillo a pesar de que no creo que se escuche nada desde ahí. Es el lugar donde empiezo con la tarea de teñirme el cabello del tono negro más oscuro que pude encontrar, color azabache que, en contraste con mi piel clara, hace destacar más mis ojos verdes cuando me miro en el espejo con la toalla sobre mis hombros y mi pelo empapado teñido de oscuro. Me parezco a mi amiga con él así, dato que no había tenido en cuenta porque lo único que buscaba era enloquecer un poquito a mi madre con este inicio del colegio, pero ahora que lo pienso dos veces al cepillarme el cabello mojado, de seguro va a culparla de tener semejante idea.

No es algo que me quite el sueño, de todas formas, cuando al día siguiente me suena la alarma y, a diferencia de otros años, salto del colchón con una excitación inexplicable. Asumo que mamá se ha levantado porque escucho pasos fuera de la puerta, conozco tan bien los andares de cada miembros de esta casa que por un momento creo que va a entrar a asegurarse de que me he despertado, pero lo que me aguanto la respiración es lo mismo que tarda ella en bajar por las escaleras. No me presento en la cocina hasta que estoy preparada de arriba a abajo, con mi cabello negro alisado que cae sobre mi espalda por encima de la chaqueta vaquera que me he puesto sobre la blazer del uniforme para darle un toque más personal, y mi falda uniformada también que he atado con un imperdible a mi cintura para que me quede más corta en lugar del largo sacado de un hábito de monja. — Buenos días — digo para hacer notar mi presencia en lo que me acerco a la nevera y la abro para sacar el zumo de naranja, a ver cuanto tarda.
Katerina L. Romanov
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Por muchas dudas que pudiera haber al respecto, nunca dudé que Katerina fuera hija mía y de Kostya. Nunca hubo un comentario sobre que su carácter distaba de ser como el mío, así que deberían de habernos cambiado de bebé en el ala de nacidos de la clínica. Nunca permití ese tipo de chistes en esta casa, porque el nacimiento de Luka era un tema susceptible, como para hacer bromas sobre la menor que había venido años más tarde, cuando con Kostya nos encontrábamos en una edad en la que nos dispusimos transitar la paternidad de otra manera, tratando de estar más presente y aprendiendo de nuestros primeros errores, que habían sido nuestros por novatos, si tanto Alexa como Luka fueron ejemplos de comportamiento. Nunca hasta el día de hoy, me pregunté dónde está mi hija de verdad y quién era esta extraña que entraba a la cocina de manera tan campante, ocupando un lugar que no le corresponde, con el descaro de actuar como Katerina Romanov cuando ni un pelo en ella es el de mi hija. Y el problema aquí es, claramente, su pelo. —¡¿QUÉ COSA HORRIBLE LE HAS HECHO A TU CABELLO?!— grito en el momento en que mi taza resbala de mis dedos entumecidos por la impresión y se hace trizas en las baldosas, el marrón del café sobre el blanco, porque nada en esta casa puede conservar su tono natural al parecer.

Esto no se compara al mechón rosa que Sigrid lucía de adolescente, ni al mechón azul, ni a los mechones violetas, ni a todo el arcoíris que se le ocurrió colocar en su cabeza a lo largo de esa terrible etapa de nuestras vidas en que tuve que caminar a la par de ella en el colegio con mi pulcro cabello rubio sobre mis hombros, con un corte recto, mi atuendo siempre a juego falda y chaqueta, y ella con sus pantalones rotosos o ropa holgada, ¡ay, Siggy! Pero era mi hermana, nunca la hubiera abandonado a las burlas que pudiera recibir. Lo de Katerina es más que capricho rebelde, lo suyo es una abierta declaración de guerra al no dejarse ni un cabello de por sí castaño, ni siquiera totalmente rubio, libre del castigo de ese moreno que la hace ver pálida y enferma. —¿Quién se supone que eres? ¿La prima norteña de Ginevra?— también le hago un repaso de arriba abajo para que se sienta evaluada y desaprobada. —Yo no di a luz a una niña morena, así de mi casa no saldrá una niña morena con esas fachas de pobre. No sé qué hechizo usaste, pero lo deshaces ahora mismo. Eres Katerina Romanov, espero ver a Katerina Romanov, no a una extraña en mi cocina que parece enferma de viruela de dragón, ¡¿has visto lo pálida que te deja ese color?! No sé en qué reviste viste que el moreno se haya puesto de moda, quiero de vuelta tu castaño en los próximos cinco minutos y a esa campera en el tacho de basura— le ordeno, sacando yo mi varita para recoger las piezas rotas de mi taza.
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Katerina L. Romanov
Escucho el sonido de la taza romper contra el suelo mucho antes que el grito de mi madre, no sé cual de las dos cosas hace que gire mi cuello para analizar el desastre del café sobre las baldosas, antes de subir la barbilla para fijarme en el rostro de mi madre. — ¿¿Cóooomo?? — pregunto, posando el brick de zumo sobre la encimera más cercana para llevarme la mano al pecho y poner mi mejor cara de inocente palomita — ¿Que no te gusta el color? — quiero añadir si tampoco le agrada cómo me queda, pero creo que por su reacción puedo deducir la respuesta y además tengo que preocuparme de que no se me escuche reír entre dientes cuando me acerco de nuevo a la nevera para sacar la mermelada que planeo poner sobre mis tostadas, esas mismas que saco de la bolsa de pan de un armario y coloco sobre el tostador, que me enseñaron a prepararme el desayuno por las mañanas en vez de andar detrás del pobre elfo doméstico al cual mi madre le saca las ganas de cambiar de familia si pudiera. ¡Debería ofrecerle una prenda para escapar si así lo quiere!

Te interesará saber que Gin no tiene ningún familiar norteño, lo sé porque el año pasado hicimos una tarea sobre árboles genealógicos, creo que ya te conté aquella vez... — sí, aquella vez que le pregunté discretamente, no tan discretamente, si Luka era de verdad mi hermano o solo una invención que le había contado a papá para que no se enterara de que había estado con otro hombre. Sigo sin creerme esa parte, ¡mi madre la perfecta! ¡Yéndose con otros hombres y pegándole a la gente porque sí! ¿Y es este el ejemplo modelo que se supone que debo seguir? ¡¡No, gracias!! — No utilicé ningún hechizo, en realidad es un tinte que compré en el supermercado, uno de larga duración, creo que... puede llegar a durar un trimestre entero, ¿y sabes qué es lo mejor? ¡Es efecto anti-lavado! Lo cual quiere decir que no se va con el agua de la ducha, y tampoco sirven los hechizos, ¿no es genial? Eso me librará de tener que teñirme todos los meses — le cuento mis planes de futuro tal y como ella hizo con el instituto antes de contar con mi palabra, ignorando todo su semblante y discurso de indignación. Puede que cuele alguna mentira por ahí, que en realidad no es un tinte tinte, sino más bien un baño de color que se irá en unas semanas, pero estoy empezando a adaptarme a este nueve color, ¡quizá pruebe ese tinte que vimos con Gin!

Tomo las tostadas cuando saltan del tostador y las coloco en un plato tras servirme también del zumo de naranja, me llevo todo a la mesa para sentarme y empezar a untar con toda la tranquilidad del mundo uno de los panes con mermelada. — Sí, he visto que realza mucho más mis ojos verdes, y es así como prefiero que se vea mi piel a partir de ahora, llama mucho más la atención — suelto sin preocupación, pegándole un mordisco a la esquina de la tostada y mastico antes de tragar. — ¿Qué le ocurre a mi chaqueta? Forma parte del nuevo movimiento que estamos organizando con las chicas, como símbolo de que tenemos derecho a expresar nuestra individualidad en vez de sentirnos como ovejas de ganado — determino e inserto mis dientes de nuevo para remarcar mi postura con firmeza.
Katerina L. Romanov
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No— contesto, modulándolo enfáticamente con mis labios, —no me gusta— con eso espero que comprenda que al no considerar mis gustos, también ha cometido una falta a las normas de esta familia, en la que sigo siendo la voz de lo que es aceptable e indecente, y el ala de cuervo que parece su cabello, es tan grosero como el sombrero con el cuervo disecado que la tía Monika lleva en el retrato que inmortalizó el rasgo funesto de su carácter. ¿A ella quiere que me refiera para compararla a partir del día de hoy? ¡Kitty es la nueva tía Monika! ¡Lo que me faltaba! ¡Mañana se pondrá a coleccionar esqueletos de pajaritos y a jugar con runas antiguas! Morgana, ¿qué hice para que mi hija siempre elija los camino más desviados! Pero si desde un principio lo hizo, imponiéndose a su padre y a mí como una circunstancia que no habíamos previsto, a la que tratamos de acoplarnos con las conveniencias de la edad que teníamos entonces y ella siguió sorprendiéndonos con salidas inesperadas al curso normal de los acontecimientos. ¡Si hasta el hecho de que se prepara las tostadas lo es! ¡De eso se puede encargar el elfo, por todos los cielos!

No volveré a charlas sobre árboles genealógicos con ella, me niego. Ignoro ese comentario con toda deliberación al mover las piezas rotas de la porcelana de la taza para descargarlas en el tacho de la basura, mostrándole mi espalda así tampoco puede echar un vistazo a mi semblante para comprobar si en algo me afecta lo que insinúa. Recupero mi postura de enfrentarla con una mirada reprobadora cuando me explica las maravillas de este recurso que encontró para ponerme de los nervios tan temprano en la mañana, rompiendo su propio record. Dentro de unos años estaremos contando cuantos infartos es capaz de provocarme por semana, cuando la edad sea menos misericordiosa conmigo. —Pues así como compraste ese tinte, espero que consigas otro del tono exacto de tu cabello o yo misma pediré que lo fabriquen. Y no esperaré a que pase el trimestre, ni tres días. Hoy, a la salida de la escuela, te pasaré a buscar para que vayamos a arreglar esta… catástrofe en la que te has convertido— suelto, todo mi rostro contraído en una mueca juzgadora. No sé quién le anda metiendo en la cabeza que parecer enferma la hará más llamativa, si hasta la creo capaz de inventárselo solo para tomar el pelo a otros. ¡Ay, Katerina! Si atención es lo que quiere, puedo hacerle ver qué tipo de atención recibirá. —¿Dices que ir vestidas iguales con tus amigas es su manera de protestar para que se le respete su individualidad?— le hago ver lo contradictorio y estúpido de esto. —¿Y desde cuando ir con las fachas de los repudiados del norte te hace única? Hay cientos de chicos en esos distritos con…— me acerco a ella para sujetar con las puntas de mis dedos el cuello de su chaqueta, inspeccionando el material, — estos harapos. Si quieres destacar te vistes con lo exclusivo. Te pasaré a buscar a ti y a Karina a la salida del Royal, necesitas un par de consejos de tu prima sobre cómo vestirte— y que agradezca que hablo de Karina que es cercana a ella en edad, en vez de encomendar a mí o a Lex la tarea de renovar su guardarropa, así quemamos lo que es inaceptable.
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Katerina L. Romanov
Una pena… — respondo falsamente compungida, soltando un suspiro dramático para acompañar a mi actuación. De pena poca, la verdad, que en mi parte más interna que solo puedo permitirme expresar dentro de las paredes de mi habitación, estoy riéndome por dentro. — Con esto de que le tiraras de los pelos a la vecina, se me hizo a la idea de que te gustaban sus mechones negros y de ahí que le tuvieras envidia… Equivocación mía — me disculpo, demasiado preocupada por hundir el cuchillo en el bote de mermelada para untarme otra tostada y llevármela a la boca mientras le dedico una mirada de refilón, atenta a su reacción. Quiero que sepa que si ella puede picarme, tomando decisiones por mí y enviándome a sitios donde pasar mis fines de semana, yo también puedo molestar. — Creía que ya habíamos acordado con papá que no hacía falta que fueras a recogerme a la escuela — en realidad no lo sé, es una afirmación que me saco de la galera a ver si cuela, que no sea por no intentarlo. — ¡No puedo echarme otro tinte ahora! Destrozaría mi cabello, ¿acaso no entendiste cuando te dije que es de único uso? Se supone que tiene que durar todo un trimestre, echarle algo encima arruinaría todo el efecto, y quién sabe si llego a terminar calva por eso — ¿quiere que vaya calva a la escuela? ¿¿quiere?? Lo dudo, si ya está armando todo un drama por unos míseros mechones oscuros. Pero luego me llaman a mí la melodramática de la casa.

Tomo mi vaso de naranja para beber un sorbo, tragando rápidamente al verme con que ni siquiera tengo que pensar una respuesta a sus intentos de réplica. — No dije que fuéramos a ir iguales — aclaro — Quinn llevará su camiseta de campaña sobre acciones contra el abuso de hipogrifos, y Ginevra se pondrá pantalones para luchar contra el estándar social de que las chicas debemos vestir con falda — sí, esa misma por la que me tomaron medidas la vez que fuimos a visitar el instituto Ehrenreich, ya puede ir haciéndose a la idea de cómo terminará eso — Anna aun estaba decidiendo anoche qué posición tomar… — le explico la situación con pelos y señales, convencida de que, una vez dentro de la escuela, no podrá hacer nada por controlar lo que hago o dejo de hacer con mis amigas, así no pierde el tiempo ordenando cosas que luego van a entrarme por un oído y salir por otro. — De verdad, mamá, a veces no entiendo de lo que te quejas conmigo, pudiendo tener una hija que a esta edad fume cualquier hierba que encuentre por el suelo o beba alcohol hasta terminar inconsciente — chasco la lengua, esta vez soy yo quien toma una actitud reprobadora, esa que pasa a transformarse en una mueca de indignación tan pronto escucho el nombre de Karina salir en conversación. — ¿Poco tuviste con compararme con mis hermanos, que ahora también incluyes a la prima Karina en el catálogo de modelos a seguir? ¡PRFF! — hago rebotar mis labios uno contra otro de manera exagerada — Prefiero seguir el consejo de Maeve, la novia de Oli, que vestir como lo hace Karina, tienen que ser extremadamente incómodas esas faldas que se pone… — de seguro lleva corsé con los vestidos también.
Katerina L. Romanov
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Mis miradas sobre Kitty suelen ser severas, nunca asesinas como la que le dedico en el momento en que se atreve a decir que YO siento envidia de Anne Ruehl. —¡Ja! ¡¿Yo?! ¿Qué podría yo envidiarle a esa mujer? ¡Menos aún sus mechas!— digo, atorándome con mis respiraciones por lo violento que se me hace que mi hija me provoque de esta manera, tengo que tomar aire por la boca para calmarme y que esto no se convierta en una discusión histérica como las que solía tener con Sigrid cuando teníamos casi su misma edad, entonces también mi hermana menor tenía la cara para preguntar si mi ensañamiento con la vecina no se debía a una cierta envidia. No había nada que pudiera envidiarle en esa época, ¿ahora? Quizás solo su puesto de ministra, lo que no llega a ser envidia, sino indignación en toda regla de esa injusticia impuesta. —Tu padre sabrá entender que es una urgencia— contesto, mi voz pisando la suya para que deje fuera esa réplica. —Si te quedas calva, te colocas un pañuelo en la cabeza, quizás sea lo mejor, así te vuelve a crecer el cabello con tu color natural y nos dejamos de tantos tintes—, claro que no lo estoy diciendo en serio, ¡de todo tiene que hacer una exageración! Ella fue la primera en echar ese tinte en el pelo para estropearlo, ¡que no venga ahora a decirme que podría ponerse peor! Lo hubiera pensado de entrada, ¡esta niña, por favor! Tan imprudente.

Esas amigas que tiene tampoco son una ayuda para su carácter, una más irreverente que la otra, saber los planes de cada una para este primer día de clases me hace poner los ojos en blanco. —¿Quinn sabe que una camiseta no hace la diferencia, verdad? No es como si alguien del control de animales mágicos fuera a cruzarse con ella y leer su camiseta como para hacer algo al respecto. Y, ¿¿qué tiene Ginevra contra las faldas?? ¡Por favor! ¡¿Por qué ese atentado al estilo?!— bufo, yo que me preciaba de lucir las mías, libres de arrugas, cuando iba al colegio. —El estándar social que se nos impone pasa poco por la ropa que nos ponemos y más por otras cuestiones profundas, que dudo que chicas de su edad puedan entender— mascullo, porque lo siguiente que me dirán será que el exhibicionismo es válido como manifestación contra los cánones que se nos imponen, conozco de esas corrientes que hay, ¡y el pudor, por todos los cielos! ¡El respeto! Hacia una misma, hacia los demás. Me muerdo la lengua para preguntarle si esas dos cosas que me echa en cara no se incluyen en sus planes próximos, porque la creo muy capaz con la única intención de desquiciarme. —También podría tener una hija de cabello castaño, ¡pero no! ¡Se le ocurrió bajar morena esta mañana!— se lo recrimino. —¡Ay, por todos los cielos…!— suelto como una exclamación que me surge desde lo más profundo, —¡también tienes que hacer de Karina alguien con quien dices que te comparo! ¡Qué manía la tuya! Ya no podré decir que el perro me parece educado, porque creerás que es una manera de señalar tu falta de modales. ¡Y ni si te ocurra! ¡Ni se te ocurra, ¿me escuchas?! ¡Decir que vas a tomar a esa chica como ejemplo de nada! Después de la vergüenza que nos hizo pasar a todos en esa cena…— ¡si su padre debe estar avergonzando hasta el alma de que su hija ande haciendo esas escenas! —Olvida toda esta tontería, Katerina. Llamaré al Royal para decir que no vas porque estás enferma, solucionaremos lo de tu cabello hoy. No esperaré ni un día, lo haremos hoy — decido, buscando con los ojos donde ha quedado mi teléfono para marcar al número del colegio.
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Katerina L. Romanov
¿Entonces por qué le pegaste si no fue por envidia? — aprovecho la oportunidad, no importa que hayan pasado semanas del incidente, quizás no tanto a pesar de que agosto y septiembre parecen meses tan lejanos, pero dado que nadie me cuenta nada en esta casa y la única forma que parece que sirve para que se vayan de la lengua es provocar, pues así seguiremos. Si quiere llamarme caprichosa por querer saber lo que ocurre dentro de esta familia, esa que por la que tanto se esfuerza en aparentar, pues que lo haga, pero no me gusta que me mantengan a un lado de todo solo por ser la menor de la casa. — Nadie lleva pañuelos en esta época, mamá, eso se quedó en los años en los que hasta la abuela Agatha era bebé — bufo por sus ocurrencias, las suyas sí que son escandalosas y no las mías por las que pone esas caras que parece que le falta oxígeno. No le digo que cuando me crezca el pelo probaré otro color porque seguro que se desmaya ante la idea, aunque no sé si dejarlo como sorpresa va a ayudar a su caso, ¡dejaré que el tiempo decida! ¿Pañuelos en la cabeza? ¡Ni hablar!

Remuevo mi bol de cereales con la cuchara, con la mirada centrada en los mismos sin preocupación alguna ante sus replicas. — No se trata de eso mamá, se trata de concienciar a la gente, que se pongan a pensar en ello y también a hablarlo, igual que estoy haciendo yo ahora contigo, lo harán mis compañeros de clase, ¿y quién sabe si alguno de ellos tiene un padre, madre u otro pariente que trabaje en el departamento de animales mágicos? — expongo mi caso, que parece que tengo que ser yo quien le explique cómo funciona el mundo con las opiniones cuando ella es auror, papá es político. — ¡Y no es atentar contra el estilo! ¡Es atentar contra las reglas sociales que dicen que las niñas tienen que vestir con falda y los niños con pantalón! ¿Por qué no puedo ir yo al colegio con pantalones? ¿Es acaso eso un delito tan grave? — golpeo mi puño contra la mesa al mostrarme indignada porque no puede entender mi punto, todo lo reduce a las apariencias y al ser bonita para los demás. — Lo que tú digas, siempre estás con lo mismo — ruedo los ojos. Que no puedo entender, que soy demasiado joven para comprender, me parece que aquí es ella quien está demasiado vieja como para entender de qué va todo esto.

Como si no te fuera a gustar tener a Karina por hija… — mascullo por lo bajo, apenas creo que me escuche al camuflar lo que digo llevándome una cucharada hasta arriba de cereales para no tener que ocultar mi molestia. — ¿Mifaltademodalesqué? — consigo balbucear tras mi boca llena — Yo soy muy educada, — consigo decir tras tragar — lástima que tú no seas capaz a verlo — me excuso rápidamente — No lo sé, mamá, Luka me dijo que tú tampoco diste una muy buena impresión de ti misma esa noche, y desde arriba Brian y yo podíamos escuchar los gritos — cuento campante, levantándome de la silla para recoger mi plato vacío y vaso y depositarlos sobre la encimera. — ¡Es el primer día de escuela! ¡No puedo faltar al primer día de clase! ¿Y no se supone que me enseñaste que no se deben decir mentiras? Me encuentro perfectamente, y mi pelo va a quedarse así todo el tiempo que haga falta, así que vas a tener que aguantarte. — sentencio, con un gesto de cabeza para reafirmar mi terquedad.
Katerina L. Romanov
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Porque esa mujer no hace más que avergonzar a mi familia, por eso le di una bofetada— digo, mi mano golpeando la mesada para dar el tema por zanjado, así no sigue insistiendo en conocer los pormenores de mi enemistad con esa mujer que tiene a mis hermanos apañándola mientras a mí me someten al escrutinio de mis actos, ¡como si no se me tuviera permitido enojarme! ¡Claro! ¡Yo no puedo! Pero mi hermana sí que puede hacer chistes fuera de lugar, Jenna puede emborracharse en vez de estar en clases, Oliver puede andar de manitas con esa chica tan desagradable, ¡mi hijo puede traerme una veela a la casa! ¡La misma por la que pelearon Percy y Alexa! ¡Kitty tiñéndose el pelo! ¡Todos! ¡Todos pueden hacer de su vida un desastre y es a mí a quien juzgan por darle una merecida bofetada a esa mujer! Si para esto he vivido luego de estar enferma, solo para verlos a todos cayendo en desgracia. ¡Yo soy la que necesita conseguirse un pañuelo para los ojos! Así me libro de esta lamentable fotografía familiar, ¡dónde han quedado nuestras buenas épocas!

Bufo con la poca paciencia que me resta al escucharla en su postura de querer cambiar el mundo usando pantalón y camisetas en defensa de los hipogrifos, con la guirnalda de margaritas en la frente podré decir que he terminado por convivir con una hippie bajo mi techo. —No sé si lo tuyo va en serio con tanta protesta, estoy entre que lo haces porque te gusta gritar negro cuando alguien dice blanco y porque te gusta quebrantarme tan temprano en la mañana— suelto, escéptica a que con su grupo de amigas crean en verdad en lo que me dice o solo están repitiendo lo que han oído por ahí para llamar la atención. Camisetas, pantalones, todo me hace pensar que no quieren más que eso, qué sabrán ellas con catorce años. Ni quiero mencionar la bendita palabra «alquimia», aunque sea para mofarme de que siempre le va a los intereses más extraños. Esa palabra es invocar al diablo que vive dentro de mi hija y bastante tengo con sus reproches celosos a su prima. —Pues la quiero tanto como una hija, hizo mérito para conseguir ese cariño— enfatizo la palabra «mérito» al echarle una mirada.

Y sigue sumando puntos negativos al echarme en cara que es a mí a quien le falta modales. Puesto que no hay más castigos que pueda imponerle, porque todos fueron agotados, solo me queda esa cuenta mental. —Katerina Romanov, espero, en mi honor y por memoria, que algún día cuando una mujer aparezca en la puerta de la casa de tu familia y pretenda humillarlos, tengas el mismo temple que yo para pararte delante y no dejarle pasar. ¿Me escuchas? En vez de ir tomando como ejemplo a muchachas que contribuyen a nuestra vergüenza, ojalá te viera defendiendo y dejando el alto el estatus de nuestra sangre— le encomiendo, más no sea para que mis palabras pesen sobre ella luego de que me muera, ¡como pasará un día de estos por tanto quebranto! —Y no es del todo una mentira que estás enferma, ¡para que se te ocurra teñirte así el pelo! ¡Seguro tuviste una fiebre delirante anoche! No se diga más, llamaré diciendo que tienes gripe—  decido. —Puedes irte a cambiar... ¡y tira esa chaqueta!
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Katerina L. Romanov
El día que mi madre deje de preocuparse por la opinión del resto sobre nuestra familia, y también el momento en que no golpeé los muebles de la casa a cada tanto, será el mismo día que se caiga el cielo y nos invadan los extraterrestres, porque juro que no hay hora en el día que no mencione el honor bajo el que debemos actuar los Helmuth para no avergonzar el apellido familiar. De verdad que sería mucho más fácil si no se tomara las amenazas de la abuela tan en serio, que en paz descanse, pero ya está bien enterrada como para que pueda hacer algo desde el inframundo. — ¿Quebrantarte a ti por qué? Si eso ya lo haces tú sola... — contesto por lo bajo, en ese tono que indica que no tengo la menor idea de si me he pasado de la raya o no, pero que pronto camuflo al seguir con la charleta. — ¡Y alguien tiene que hacerlo, mamá! Porque no puede ser que en el siglo en el que estemos todavía existan estos estereotipos tan tradicionalistas que asustan a cualquiera que tenga una mentalidad un poco más moderna que el resto — sigo con mi discurso, puede que sí sea demasiado pronto en la mañana para atarear a mi madre con estas cosas, conociéndola como la conozco, salvo que no creo que fuera a creer en serio que pretendo ponérselo fácil cuando ella misma ya ha hecho la demostración de que a mí no va a hacérmelo más que difícil el poder tener una opinión propia. Primero el verano de clausura, ahora el Instituto este, ¿y luego qué, eh? ¿¡luego qué!?

Gruño en un gesto que podría considerarse poco humano y más parecido a las respuestas que tiene Milo cuando descubre que vamos a llevarlo al veterinario, tras escuchar cómo alaba a Karina. —¿Oh, sí? Cuando quieras hacemos el cambio — bufo, aunque sin mucha más intención que la de hacer un reclamo. Y aquí empezamos de nuevo... — ¿No te aburres de decir todo el rato lo mismo, mamá? Si dejaras de hablar sobre el alto estatus de los Helmuth por un rato, te darías cuenta de que hay poca gente hoy en día a la cual le interesan verdaderamente esos detalles — no puede decirme que no, cuando el ministro Powell la tiene un poco complicada con ese padre que sale en las noticias a cada tanto, los Weynart ya ni siquiera tienen un puesto en el ministerio y poco a poco las familias puristas están perdiendo su relevancia porque hay cosas más importantes que el aparentar ser mejor que el resto. ¿Y de quién aprendí yo todo esto? Tienen que ser esas páginas en internet que pasa Ginevra... — Yo voy a ir a la escuela, mamá, tú haz lo que quieras, pero no voy a perderme el primer día de clase solo porque a ti no te da la gana el dejarme marchar con un look diferente ¡que quien sabe! ¡capaz le agrade a más gente de la que te piensas! Si solo dejaras tus prejuicios a un lado... — esto último lo digo pasando por delante de ella, decidida al recolocarme la chaqueta tomándola con ambas manos. Tomo mi mochila que dejé en las escaleras que dan al amplio hall de la entrada y me la cargo al hombro, me despido con un gesto de mi mano que va desde la cabeza al aire a modo de general al girarme hacia mi madre y parto antes de que le dé tiempo a esposarme a la cama si no es a las propias rejas de la ventana.
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¿Qué soy de otro siglo? Esas palabras de mi hija me han hecho sentir como un patético cuadro colgado en nuestra tan mencionada sala de los cuadros, que desde la altura en la que ha sido colocado se dedica a gritar el protocolo memorizado de los modales en nuestra familia, ¿esa es la imagen que doy al querer que se preserve el estatus que nos heredaron? ¿Soy otra vez la única que se pone a gritar para defender los privilegios que todos gozamos? Esas tradiciones a las que se rebelan, esas normas que tan descaradamente rompen, son parte de la vida que están disfrutando. No les deseo a ninguno de mis sobrinos, mucho menos a mis hijos, que alguna vez se vean desprovistos de los beneficios del apellido Helmuth, pero en ocasiones siento que no le dan el valor que se merece y les da lo mismo, siendo caprichosos y descuidados en hacer lo que les gusta sin considerar el riesgo real de perder lo bueno, al insistir en ir en busca de lo malo.

Me aparezco delante del Royal minutos antes de la salida de Katerina para asegurarme que no se pierda en su camino a la casa, pese a contar con trasladores en la escuela, la conozco capaz de ir por su cuenta y que eso le lleve cinco horas antes de poner un pie en el recibidor de la casa. Busco con mis ojos detrás de gafas oscuras el rostro de Kitty entre los muchos que se amontonan en la salida y espero con los brazos cruzados sobre mi traje blanco a que se digne a venir a mí en vez de ir en la dirección contraria, si es que me ve antes que yo a ella. Lo bueno es que la camiseta de Quinn es tan llamativa que logro divisarla a ella y a su lado a mi hija menor, así que me encamino hacia ellas pisando fuerte sobre mis zapatos, haciendo que los chicos que rebosan la acera me abran paso para ir hacia la ahora cabellera azabache de Kitty. ¡Ni Ginevra lo tiene tan oscuro! Paradas una al lado de la otra, se nota lo oscuro de sus mechones. —¡Tú! ¡La delincuente del pelo teñido y la chaqueta vaquera!—  la llamo a Katerina para avergonzarla delante de las amigas y los compañeros. —Vine a buscarte para que vayamos a revisarte los piojos— que vergüenza, tener que decir algo semejante sobre alguien que viene de familias como los Romanov y los Helmuth, pero espero que ella siente más vergüenza que yo.
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Katerina L. Romanov
Nunca me desagradó la escuela, si tengo que ser honesta, así que no puedo decir que me haya costado mucho salir de la cama esta mañana. Es agradable poder volver a estar con mis amigas en un entorno en el que no tenemos los ojos de algún padre pegados en la espalda, los profesores tienen suficiente con vigilar a los de mi primer año como para prestarnos atención a nosotras, aunque no somos un grupito que pueda pasar demasiado desapercibido, eso lo tengo que agregar también. Porque bien, si acaso mi primo Brian es el único con aspecto deseable —me sorprende que mi tía no se haya percatado de esto, lo que me ha llevado a preguntarle si es que se ha arreglado para alguien en el primer día de colegio—, y Gin puede camuflar su camiseta que mamá denominaría comunista debajo de su blazer, Quinn no hace un buen ejemplo de inadvertencia cuando veo que se trajo hasta las pancartas en la mochila, ¡pancartas! Puedo ver a Anna detrás de ella tratando de que no se le caigan al cerrar su cremallera con fuerza. No sorprende a nadie que dos horas después del inicio de las clases, a Ginevra le hayan llamado la atención por su camiseta, a Quinny le han puesto una amonestación por incitar a las masas con su discurso sobre la explotación de hipogrifos en el recreo, y a mí me han dado una nota por uso inapropiado del uniforme escolar, la cual tengo que entregar mañana firmada por uno de mis padres. En defensa de Brian y Anna he de decir que fueron arrastrados por complicidad de equipo, pero a la segunda no le molesta demasiado y dudo que a mi primo vayan a echarle la bronca, así que nadie más que nosotros tiene por qué saber que nos llamaron al despacho del profesor Thornfield el primer día de colegio.

Planeaba guardármelo como secreto, Anna juró saber un hechizo para camuflar la nota y pretender que fuera un escrito de actividad escolar, pero como si la experiencia no me hubiera iluminado en ocasiones anteriores, termino un poco decepcionada cuando en lugar de arreglar el papel, un llama aparece sobre la esquina y tengo que sacudirla contra la ropa antes de que se vuelva peor. Ni hablemos de que a Ginevra se le ocurrió la brillante idea de hacernos tatuajes conjuntos, dice que lo aprendió en internet en verano y después de que Quinn se negara a ello en los baños del tercer piso, me ofrecí porque... bueno, ¿porque por qué no? De seguro me va a costar una inflamación durante días, después de enseñarme el suyo en el hombro de un unicornio con cruces por ojos y una corona sobre la cabeza, con el cuerno en medio, decidí que quería algo más clásico. Claro que la definición de «clásico» de mi amiga se sale un poco de lo habitual, razón por la que mi cara es una completa amenaza al ver el número seis triplicado en mi muñeca. Si mi madre no iba a matarme por la nota, de seguro lo hará por esto.

Me duele un poco la muñeca, froto la misma con mi otra mano en lo que Brian asegura que vio una crema en la botica de mi tía que rebaja la hinchazón en menos de veinticuatro horas, así que le pido que me la consiga tan rápido como suena el timbre de la última clase y lo veo salir escopetado hacia el traslador cuando mis amigas y yo aún estamos tan solo saliendo por la puerta principal. Le digo a las chicas que tiren hacia la izquierda, cuando veo la figura de mi madre con un vestido blanco de refilón, así parece que no la he visto y puedo fingir ignorancia por el resto del camino a casa, si no fuera porque ella no desaprovecha la oportunidad de avergonzarme delante de toda la clase. —¡Mamá! ¿Se puede saber que...?— la fulmino con la mirada, antes de girarme hacia mis compañeros —Mi madre todavía me tiene rencor por mi cabello, te alegrará saber que a todos en mi clase les gusta— esto último se lo digo a ella, despidiéndome de mis amigas con tan solo una mirada, en lo que tiro del brazo de mi madre para alejarnos rápido —¿¡Es que tienes que ser siempre tan abusona!?— se lo echo en cara, no pierdo tiempo al sacar el papel que tiene que firmar del bolsillo de mi chaqueta —Ten, tienes que firmarme esto para mañana— no le explico que es porque tengo prisa por llevarme la mano al bolsillo antes de que la tela de la prenda se estire y deje mi muñeca al aire.
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Me limito a arquear una ceja para mostrar mi escepticismo a que su cabello, así teñido con brea, pueda ser del gusto de alguien que tenga un mínimo sentido de estilo. Recuerdo bien los comentarios burlones que suelen hacerse en el colegio, lo recuerdo porque varios salieron de mi boca para divertir a mis amigas y debe ser el karma el que ahora me hace sufrir en carne, que mi hija pueda volverse blanco de chistes que hice alguna vez, si mi hija menor parece haber nacido para que toda mi vida se me eche en cara. Si hasta lo dice, que soy una abusona. —¿Yo? La que se ve como si fuera a reñirse en peleas callejeras es otra que anda con el pelo como si fuera una ex convicta— la repaso con mis ojos, para luego compararla conmigo que visto impecable como la dama que siempre he sido, quien diga que la imagen no define los calificativos, miente. Cómo nos vemos dice mucho sobre quiénes somos, y no soy una abusona, soy una dama correcta de la que Agatha Helmuth debería enorgullecerse si me está viendo.

Y, francamente, espero que no esté viendo nada, porque al posar mis ojos en la muñeca de Kitty el grito agudo que sale de mi garganta consigue que más de una cabeza se gire a ver. Cubro mi boca con una mano para reprimir ese sonido que me avergüenza, tantas cosas he visto en mi trabajo como auror que pocas me impresionan a estas alturas, pero eso que se insinúa sobre la piel de mi hija, oculto bajo la manga de su chaqueta logra lo imposible. Clavo mis uñas sobre la tela vaquera para retener su brazo y debe agradecer el obstáculo de la tela que impedirá que le queden marcas en la piel, ¡como si importara! Cuando tironeo de su muñeca para bajar su manga y descubrir los números inscriptos en su piel, ¿hay algo peor que esto? — ¡KATERINA LYOVA ROMANOV! ¡¿QUÉ ES ESTO?!— grito en plena escalinata, hay quienes se apresuran en irse, los chismosos se quedan quietos o avanzan con pasos más lentos para no perderse el espectáculo. —¡Tu cuerpo no es el de una muñeca para que juegues así! ¡Primero tu pelo! ¡Ahora tu piel!— le reclamo, —¡tu cuerpo es un templo! ¡Tienes que tratarlo con respeto!—. Sí, lo acabo de decir, la frase solemne de mi madre puesta en mi boca de que nuestro cuerpo es nuestro templo y hay que tratarlo con respeto, que en algún momento a mí también me dijo por una razón muy distinta a la de Kitty que solo me pone de los nervios. —¡¿Y de donde se te ha ocurrido tatuarte estos números?! Bien merecidas las rejas en tu ventana, si no haces más que esforzarte en parecer una criminal.
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Katerina L. Romanov
¿En serio, mamá? ¿Y qué ocurre con aquellos que son morenos de nacimiento? ¿También vas a llamarlos ex convictos?— le hago saber que su lógica no tiene ningún sentido, que entonces toda la familia de Ginevra, o entre ella su hermana y su madre, serían también catalogadas como criminales bajo los ojos de mi madre, y esto tengo que decirlo, pero la mamá de mi amiga no me resulta para nada del tipo que pueda andar con uniforme de presa. —Si vas a criticar, que sea en base a prejuicios un poco más actualizados y no por el color de pelo de la gente— le recrimino, bufando con gran molestia, no veo a mi madre como la clase de persona que pueda entender algo como esto, si aquí ha venido a buscarme para poder criticar con libertad a mis amigas, con el fin de ponerme de avergonzarme, ¡y no por mi actitud, sino la de ella! —La próxima vez que vengas... no, no habrá una próxima vez, soy bien capaz de regresar al traslador yo sola, y no haces más que avergonzarme cuando apareces— parece que catorce años no han sido suficientes para demostrarle con claridad que soy un espíritu libre de sus coacciones, por mucho que ella se esfuerce en aparentar lo contrario.

Intento mostrarme relajada cuando todo en su semblante indica que está a punto de que le explote la cabeza, y no lo digo solo por ese gritito agudo, sino por la manera de modular su voz al gritarme. —Mamá, vas a gastarme el nombre de tanto gritarlo— no es que esté en condiciones de reprocharle nada, pero no voy a perder la oportunidad de hacer una broma al respecto, cuando parece ser lo único a mi disposición para zafarme de esta. Tiro de mi brazo para liberarme de su agarre, masajeando la propia muñeca con mis dedos antes de devolverla al bolsillo de la chaqueta. Es cierto, pica bastante, debe de ser la tinta de la pluma con la que marcó los números en mi piel, aunque algo me dice que Ginevra le robó el instrumento del despacho a su madre y no es estrictamente utilizado para hacer tatuajes. —Y pues claro que lo estoy tratando con respeto, pero es mi cuerpo, puedo hacer lo que me dé la gana con él— ¿por qué no me sorprende que mi madre sea de esas? Si me descuido un poco, también estará en contra del aborto —Si te sirve de consuelo, no fue idea mía, esta vez...— esto último lo digo muy bajo, casi que camuflando mis palabras bajo el cuello de la chaqueta. —Se le ocurrió a Ginevra de tener tatuajes compartidos entre todas— explico, la razón de por qué escogió este en concreto la desconozco, más que para meterme en problemas o porque, esta opción me parece más probable viniendo de mi amiga, le pareció guay. —¿Podemos irnos más deprisa?— la apremio tirando de su brazo, así pasamos de largo a las cabezas curiosas que nos observan sin apenas cortarse un pelo.
Katerina L. Romanov
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¿En verdad tendré que ponerme a discutir con mi hija la diferencia entre nacer con el cabello oscuro de Ginevra a teñírtelo y que luego las raíces rubias le hagan parecer que se ha colocado un plumero en la cabeza? Aprieto mis labios hasta volverlos una línea hermética de la que no saldrá palabra, todos en mi familia no hacen más que señalarme mis prejuicios sobre todo, esos que ellos también tienen, el problema con mis hijos y mis sobrinos es que están tomando una posición a la que pudieron acceder por esos mismos privilegios que han naturalizado tanto, que olvidaron que alguna vez, padres y abuelos tuvieron que sostener estos pensamientos que ella acusa de prejuicios, para que nuestra familia pudiera acomodarse en comparación a otras. Quieren demostrar que tienen ideas distintas, yo no veo otra cosa que el ridículo que hacen por esforzarse en parecer lo que son, basta con ver a Kitty, que esta mañana se despertó con toda la intención de parecer la rebelde del barrio, ¿rebelde a qué? Si tiene mesada a fin de mes. ¡Es que no lo entiendo! —¡Y tú me avergüenzas a mí!— se lo hago ver, con esta rencilla montada en la escalinata del Royal, si ya puedo ver que esto ameritará una charla con Kostya en la noche, para señalar mis faltas más que las de mi hija.

Yo te lo puse, así que puedo usarlo todo lo que quiera— es la respuesta rápida que le doy, sin pensarla demasiado, me sale de la manera más espontanea posible, por la costumbre de que todo con Katerina sea un tirar y recibir de comentarios para molestar a la otra. —Tienes catorce años, tu cuerpo sigue siendo una cuestión sobre la que tus padres tienen la última palabra— le informo, ¡no sea que ahora me salga con el interés por el sexo y un buen día me cuenten que han visto salir a mi hija del consultorio de un sanador luego de practicarse un aborto! Así, como quien va a hacer un trámite, porque su cuerpo es suyo y hace lo que quiere, tatuajes, drogas, sexo, alcohol, ¡tantas cosas! —Y puesto que mi óvulo fue necesario para que tengas el cuerpo que tienes, exijo seguir teniendo la posibilidad de una opinión para cada cosa descabellada que se te ocurre hacer en tu piel… ¡¿y por qué no me sorprende que esto sea cosa de Ginevra?!— resoplo, —Se habrá divertido mucho a tu costa al estamparte estos números y sabiendo de la bronca que se te vendría encima, mira que dejarte jugar como una muñeca por tu amiga…— mastico mi rabia entre dientes. —Y nos vamos a lo de tu tía Sigrid, eso es lo que haremos. Ella sabrá qué hacer con todo este desastre que tienes a cuestas— ya que ella también lo pasó, lo vivió, este es solo un deja vú de mis padecimientos de adolescente. Esto me pasa por criticar tanto, tanto a Siggy… ¡si mi hija me salió igualita!
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Katerina L. Romanov
Fulmino a mi madre con la mirada en una clara señal de que no pienso seguir discutiendo estas cosas con ella, que ha quedado claro para las dos que nunca vamos a llegar a ponernos de acuerdo, ni aunque sea en la más mínima cosa cómo el decidir qué se hace para cenar, por eso son los elfos los que se encargan de los menús semanales, así se evitan de escucharnos discutir por algo tan mísero como unos palitos de pescado. —¡De verdad es que eres insoportable! ¡Todo el día con la misma historia! Óvulo por aquí, óvulo por allá, si ni siquiera decidiste plantar semilla con papá, ¡crees que no lo sé! ¡Pues me lo dijo papá!— hablo así, en palabras clave como quién dice que los bebés vienen de la cigueña, porque nunca llegará el día en que yo me ponga a hablar de sexo con mi madre, ¡jamás! —Mi cuerpo es mi cuerpo, y soy una persona independiente como para decidir por mi cuenta lo que hacer con él, y si quiero hacerme un tatuaje o teñirme el cabello, ¡estoy en todo mi derecho de hacerlo! Puedes tener opinión, pero eso no significa que vaya a tenerla en cuenta— le aclaro, colocando las cintas de mi mochila sobre mis hombros al dar unos cuantos pasos con firmeza y barbilla en alto, esperando que me siga el ritmo.

¿Qué estás queriendo decir?— le dirijo una mirada analizadora cuando responde así ante el comentario de Ginevra, alzando una ceja —No me dejo jugar como una muñeca, yo accedí a hacerme el tatuaje, no fue ningún acto de coacción, ni nada por el estilo. ¿Es que no tengo derecho a expresarme como quiero? Tienes una imagen muy errada de cómo soy, mamá— le apunto, pasando la vista de mi madre hacia el frente en una actitud más que digna, porque eso sí puede decirse que lo heredé de ella, el orgullo, si no fuera porque tenemos puntos de vista tan dispares… — A la tía Sigrid también le encantará mi nuevo look, ¿es que no eres su hermana como para saber que ella se puso mechas rosas de adolescente?— pregunto, aunque sea solo para rabiarla un tanto, sabiendo que no voy a librarme de una visita a la casa de mi tía, pues al menos quiero divertirme mientras me dure el momento.
Katerina L. Romanov
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¡Eso es algo de lo que tenemos que hablar entre los tres!— grito, indignándome de que hayan hablado de semillas sin mi presencia, ¿qué es esto? Mi hermana queriendo montar cátedra de educación sexual en la cocina de su casa, mientras Kostya lo habla en secreto con Kitty. Estoy sintiendo muy fuertemente cómo me dejan de lado, para todo. No se me consulta nada, no se me deja tener opiniones de nada sobre cabello, uniforme, ¡ahora también tatuajes! ¿Qué soy? ¿Una madre o una planta verde del rincón? Todo lo que quiero es que Kitty hable conmigo, ¡y no hace más que gritarme! —¡Soy tu madre! ¡Mi opinión debería valerte dos veces más que la… del presidente incluso! Y cien veces más que las de tu amiga, porque soy quien te tuvo, te cambió los pañales, te alimentó con papilla y  la primera en traerte a esta escuela de la mano— se lo recuerdo, que no quiero ponerme a echarle en cara todo lo que hice por ella, no es como si me lo debiera y estuviera haciendo cuentas al margen de una hoja. —Lo que se de ti— digo, cuando me señala que al parecer no la conozco ya que tengo una imagen errada de ella, —¡es que eres tan terca como esas piedras que coleccionas!— es mi manera más contundente para acabar esta nueva discusión sobre sus derechos esenciales.

¡Y si vamos a comenzar por los propios desméritos de mi hermana…! No iremos de aquí hasta entrada la medianoche, así que la atrapo por la muñeca para poder desaparecernos de una buena vez, sin necesidad de usar uno de los trasladores disponibles. —Por eso te digo, tu madrina sabrá bien qué hacer en este caso de urgencia, ¡Morgana! ¡Que mi hermana termina la adolescencia por fin para que tú comiences con la tuya! No tengo paz en esta vida— me quejo, con lo que a Sigrid le costó madurar. Diría que tener hijos le ayudó a sentar cabeza, no estoy tan segura porque hay sábados a la tarde que al llegar a su casa todavía la encuentro en pijamas con Brian. Tira de la manga de la campera de mi hija para cubrir esa abominable marca de tres números diabólicos y con un último suspiro que reúne todas las emociones posibles, nos desaparezco.
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