OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Primeros días de septiembre
Para que mi madre no diga luego que me he inventado la boda, le traje pruebas impresas como fotografías para que puedas colocarlas en el álbum donde están los rostros de toda nuestra familia, muchas en las que aparece mi padre, porque nos hemos quedado con esa imagen de él y no de la verdad que nos enteramos después. Mathilda está sentada en la cama de su abuela, con sus piernas estiradas, babeando el sobre con las fotografías, mientras yo busco entre las cajas del armario donde han quedado los álbumes. Debajo de una donde se guardan telas bien enrolladas que nos habrá heredado la abuela, encuentro otra con libros de tapas más viejas de las que recordaba, ninguna tiene el encuadernado azul que yo recuerde. Tienen roídas las puntas por los años, cuando abro uno al medio, veo fotografías que se han tomado con alguna cámara de hace décadas y en todas abundan los rostros de la familia Khan con sus trajes típicos, celebrando bodas como la tradición manda, públicas y abiertas a los parientes, no como lo hacen las descarriadas del presente que se van y se casan a escondidas.
Devuelvo el álbum a la caja y de las últimas hojas cae un sobre similar al que Mathilda tiene entre sus dedos regordetes, pero en su interior no hay nada que haya visto antes. La muchacha de la fotografía habrá sido alguna de las hermanas de Mohini, el parecido es inconfundible, la misma nariz, el arco de las cejas y la forma de la boca, si no supiera que mi madre nunca tuvo otro novio que no fuera mi padre, creería que este pelirrojo con el que está abrazada a la muchacha de la imagen lo fue. No es la única fotografía, también hay otro de la muchacha con el vientre más redondeando que la anterior, ¡ja! ¡ya me pareció que estaba embarazada! — Mo, ¿qué prima es esta que tanto se parece a ti? Pensé que habías tenido puros hermanos varones ¿o llegaste a tener alguna hermana?— pregunto cuando escucho los pasos inconfundibles de mi madre al entrar al dormitorio, seguramente por la demora de andar rebuscando desde hace media hora entre sus cosas. —Que no te ofenda la pregunta, ya sabemos cómo son los líos familiares y este país no es tan grande como parece, las generaciones anteriores a la nuestra no fueron tan recatadas como nos han hecho creer y siempre algún primo perdido que nos encontramos en el norte— parloteo porque me lo estoy tomando a chiste, crecí escuchando historias de ambos lados de mi familia, de tíos, tías abuelas y primas que se fugaban con algún novio, que si pregunto es de curiosa. Levanto la fotografía desde donde estoy sentada, con las piernas cruzadas, delante del armario, para que pueda ver a quién me refiero. —En serio, Mo, las Khan nos parecemos demasiado. Si estuviera borracha y viendo confuso, juraría que eres tú.
Mira que traerme unas míseras fotografías. Con toda la tecnología que hay hoy en día, ¡me traen unas imágenes que apenas y se mueven gracias a la época en la que vivimos! ¿Tanto costaba hacer un videito para los no presentes en la boda? Si no fuera porque sostengo alguna de las fotos en mis dedos, estaría por jurar que todo fue una trola y en realidad lo de los anillos no fue nada más que patraña para mantenerme tranquila un rato. Pero no, se supone que debo fiarme de que mi hija estuviera vestida de blanco por cómo se muestra en los retratos que voy colocando uno por uno en el álbum indicado para ello. Tengo una enorme colección de estos en una sala de la casa, cada uno señalado por una fecha y evento oportuno, en los que se ven como los años nos van pasando factura a todos, hasta el punto en el que tengo que rellenar uno donde diga "Boda de Lara", con la fecha incluida. Lo triste es ver que solo hay fotos de ella y de Hans, que no le perdonaré en la vida el feo que me hicieron al no invitarme a la boda de mi única hija. ¿Pueden creerse el descaro?
Por el momento parece que tengo que conformarme con los álbumes, así que ya he ido a rebuscar entre los estantes para depositarlos en la cama de mi habitación, donde andamos haciendo un repaso extenso por las fotografías de la familia. Se puede apreciar en qué momento sucedió el cambio de gobierno por las figuras tiesas que decoran los distintos escenarios por los que pasamos hasta aquellas en las que el movimiento forma parte de la imagen con una naturalidad inexistente en las otras. — ¿De qué fotografías hablas, tesoro? — interrumpo en medio del dormitorio con un par de cuadernos sobre los brazos, los mismos que dejo caer sobre la cama a un lado de donde se encuentra Mathilda, sin que lleguen apenas a rozarla. — Qué tonterías dices, sabes de sobra que yo solo tuve hermanos, esos tíos tuyos... ¿crees que hubiera tenido este carácter de no haber convivido toda la vida con varones? — bufo, la guerra que dieron a toda la familia es suficiente para no olvidar que tuve que forjar mi temperamento en base a una crianza realzada por hombres.
— Con la cantidad de problemas que hay hoy en día, y tú quieres traer a colación a primos imaginarios y perdidos por el norte... — chasqueo la lengua, meneando la cabeza en lo que me hago a un lado para rodear el extremo de la cama y sentarme a su lado — A ver, dame eso — pido tras aposentarme sobre el colchón, sacudiendo mis manos del polvo acumulado en las tapas de los álbumes en mis piernas y después tomo la fotografía que me indica. — Oh... — no puedo frenarme, la exclamación de sorpresa al verme reflejada en la imagen, mucho más joven que ahora y con una sonrisa de oreja a oreja, agarrada al cuerpo de una cabellera pelirroja demasiado reconocible como para haberla olvidado. No podría, de todas formas, esta debe de ser una de las pocas fotografías que tengo junto a él, después de lo que pasó mis padres, tan tradicionales como eran, decidieron por mí que jamás volvería a acercarme a este mismo hombre que nos sonríe de vuelta. — ¿De dónde sacaste estas fotos? Estamos tan jóvenes... — parte de la nostalgia que me producen estos recuerdos salen a relucir con esa pregunta, mucho antes de que pueda percatarme de un detalle importante que no le había mencionado antes a mi hija, nunca. — No es ninguna hermana mía, ni prima lejana, soy yo — declaro, levantando la mirada hacia ella para poder medir su reacción de cerca.
Por el momento parece que tengo que conformarme con los álbumes, así que ya he ido a rebuscar entre los estantes para depositarlos en la cama de mi habitación, donde andamos haciendo un repaso extenso por las fotografías de la familia. Se puede apreciar en qué momento sucedió el cambio de gobierno por las figuras tiesas que decoran los distintos escenarios por los que pasamos hasta aquellas en las que el movimiento forma parte de la imagen con una naturalidad inexistente en las otras. — ¿De qué fotografías hablas, tesoro? — interrumpo en medio del dormitorio con un par de cuadernos sobre los brazos, los mismos que dejo caer sobre la cama a un lado de donde se encuentra Mathilda, sin que lleguen apenas a rozarla. — Qué tonterías dices, sabes de sobra que yo solo tuve hermanos, esos tíos tuyos... ¿crees que hubiera tenido este carácter de no haber convivido toda la vida con varones? — bufo, la guerra que dieron a toda la familia es suficiente para no olvidar que tuve que forjar mi temperamento en base a una crianza realzada por hombres.
— Con la cantidad de problemas que hay hoy en día, y tú quieres traer a colación a primos imaginarios y perdidos por el norte... — chasqueo la lengua, meneando la cabeza en lo que me hago a un lado para rodear el extremo de la cama y sentarme a su lado — A ver, dame eso — pido tras aposentarme sobre el colchón, sacudiendo mis manos del polvo acumulado en las tapas de los álbumes en mis piernas y después tomo la fotografía que me indica. — Oh... — no puedo frenarme, la exclamación de sorpresa al verme reflejada en la imagen, mucho más joven que ahora y con una sonrisa de oreja a oreja, agarrada al cuerpo de una cabellera pelirroja demasiado reconocible como para haberla olvidado. No podría, de todas formas, esta debe de ser una de las pocas fotografías que tengo junto a él, después de lo que pasó mis padres, tan tradicionales como eran, decidieron por mí que jamás volvería a acercarme a este mismo hombre que nos sonríe de vuelta. — ¿De dónde sacaste estas fotos? Estamos tan jóvenes... — parte de la nostalgia que me producen estos recuerdos salen a relucir con esa pregunta, mucho antes de que pueda percatarme de un detalle importante que no le había mencionado antes a mi hija, nunca. — No es ninguna hermana mía, ni prima lejana, soy yo — declaro, levantando la mirada hacia ella para poder medir su reacción de cerca.
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—Solo lo estoy mencionando— contesto para que no me eche el regaño por parientes imaginarios que evoco, durante quince años no hemos sido más que ella y yo, quizás algunas amistades mías en esta casa, como para desear parientes que vengan a ocupar sillas en nuestras cenas. Es un poco tarde para eso, ni siquiera a los hermanos de mi madre soy apegada, como mucho si sabré sus nombres. Nunca he sabido bien que tienen todos los Khan atragantado en la garganta para que, salvo en los cumpleaños obligatorios de los abuelos que ya fallecieron, no crucen palabra entre ellos. Y siendo justas con la verdad, ni mi madre, ni yo tampoco, tenemos carácter para escuchar a hombres criados en una familia tan tradicionalista. —No pienso invitar a nadie en Navidad— le aseguro, pero si esta es una prima descarriada, podría pensármelo. Me estoy tomando todo esto a broma, que la sorpresa en mi madre es una de las primeras confirmaciones que tengo de lo que trato de ignorar haciendo tantos chistes, mi conocido mecanismo de defensa para todo lo que no puedo asimilar, como que el rostro de esta prima ficticia es el de la madre a la que estoy mirando.
Escucho que Mathilda balbucea algo a mi espalda, en esos diálogos consigo misma que tiene desde que sus balbuceos van teniendo la forma de monosílabos, es el murmullo que puede oírse en el silencio que queda entre Mohini y yo. Nunca hasta el día de hoy habría creído que fuera posible sentirse traicionada por una fotografía, por un rostro que jamás he visto y puedo estar segura de que mi madre también llevará décadas sin verlo, una cara que no significa nada en el presente que vivimos y que es una única imagen, entre las muchas otras fotografías que conservamos de mi padre. Esta es una única imagen también de un vientre redondo que no puede disimularse, entre todas las que me muestran a mí en mis primeros días, primeros años, toda la vida que transcurrí bajo los ojos de mi madre. —No seré tan idiota como para preguntar si era un amigo— susurro, ni para sugerir que quizás es mi verdadero padre, pues no conozco otro embarazo de Mohini que no sea el mío, un drama ridículo muy típico de mi carácter infantil que todavía no pierdo del todo y espero que lo haga antes de que mi propia hija me brinde ejemplos de madurez. —No sé por qué siempre creí que papá era el único hombre que habías amado— triste, sueno como una niña de seis años a la que le rompen una ilusión al clavar mis ojos en los rasgos del pelirrojo. —De que todo había comenzado con nosotros…— no sé de qué otra expresarlo, —lo de ser una familia.
He sido hija única toda mi vida, esta es la primera herida real a mi narcisismo, ese que me colocaba en un podio exclusivo en el cariño que me mostraban mis padres, el que también me llevó a cometer errores y creer que siempre serían perdonados, incluso los que no me animé a confesar por esa misma razón, porque conocía del aprecio incondicional de Mohini. Mis ojos no se apartan de su vientre en la fotografía. —¿Murió?— es lo único que se me ocurre, un hecho que podría explicar cómo una persona logra recomenzar su vida sin que haga falta mencionar este hecho de su pasado, que a cualquiera le atravesaría de por vida. Yo misma lo he experimentado con Tilly, a quien busco por encima de mi hombro al sentir que me arden los ojos.
Escucho que Mathilda balbucea algo a mi espalda, en esos diálogos consigo misma que tiene desde que sus balbuceos van teniendo la forma de monosílabos, es el murmullo que puede oírse en el silencio que queda entre Mohini y yo. Nunca hasta el día de hoy habría creído que fuera posible sentirse traicionada por una fotografía, por un rostro que jamás he visto y puedo estar segura de que mi madre también llevará décadas sin verlo, una cara que no significa nada en el presente que vivimos y que es una única imagen, entre las muchas otras fotografías que conservamos de mi padre. Esta es una única imagen también de un vientre redondo que no puede disimularse, entre todas las que me muestran a mí en mis primeros días, primeros años, toda la vida que transcurrí bajo los ojos de mi madre. —No seré tan idiota como para preguntar si era un amigo— susurro, ni para sugerir que quizás es mi verdadero padre, pues no conozco otro embarazo de Mohini que no sea el mío, un drama ridículo muy típico de mi carácter infantil que todavía no pierdo del todo y espero que lo haga antes de que mi propia hija me brinde ejemplos de madurez. —No sé por qué siempre creí que papá era el único hombre que habías amado— triste, sueno como una niña de seis años a la que le rompen una ilusión al clavar mis ojos en los rasgos del pelirrojo. —De que todo había comenzado con nosotros…— no sé de qué otra expresarlo, —lo de ser una familia.
He sido hija única toda mi vida, esta es la primera herida real a mi narcisismo, ese que me colocaba en un podio exclusivo en el cariño que me mostraban mis padres, el que también me llevó a cometer errores y creer que siempre serían perdonados, incluso los que no me animé a confesar por esa misma razón, porque conocía del aprecio incondicional de Mohini. Mis ojos no se apartan de su vientre en la fotografía. —¿Murió?— es lo único que se me ocurre, un hecho que podría explicar cómo una persona logra recomenzar su vida sin que haga falta mencionar este hecho de su pasado, que a cualquiera le atravesaría de por vida. Yo misma lo he experimentado con Tilly, a quien busco por encima de mi hombro al sentir que me arden los ojos.
— Era un amigo — respondo en su lugar, aunque la sonrisa que se me aparece después por el rostro es más lastimera que otra cosa, no precede a ninguna broma que pueda venir a continuación, porque el suspiro que lanzo enseguida para liberar mis pulmones de aire, así como mis hombros de la repentina tensión, se encargan de llenar el aire de un tinte nostálgico. Supongo que en parte es el único papel que podemos adoptar, siendo que llevamos horas dedicándonos a abrir cajones llenos de fotografías, sacarle el polvo a esos viejos recuerdos que nada tienen que ver con la situación que estamos viviendo actualmente y que, aun así, nos han llevado a este punto. — Era un muy buen amigo mío de la infancia, no hace falta que te explique que a veces esas relaciones vienen dadas de la mano con alguna confianza extra, y éramos muy cercanos en el instituto — explico, después de eso mis padres hubieron definido al vínculo que teníamos como demasiado cercano, incluso cuando en ningún momento hubo una etiqueta que nos definiera como algo serio, simplemente se dio. — También éramos jóvenes y descontrolados, no siempre fui la Mohini que conoces, aunque sí que arrastro la cabezonería desde hace tiempo — esto último lo digo golpeándole un poco el costado con mi codo, para que no se convierte en una charla tan densa, y me creo su compañera y amiga al hacer ese gesto, en lugar de ejercer como la madre que siempre he sido para ella.
Puedo ver en su mirada que algo cambia al murmurar esas palabras, y si no son sus ojos el tono de su voz me lo confirma en lo que yo siento un pequeño pinchazo en el pecho. — Aquello fue distinto... — tomo la fotografía entre mis dedos para rozar con los mismos mi rostro sonriente de embarazada — Fueron formas distintas de amar, a tu padre lo amé y lo sigo amando como una persona que sabe reconocer los sacrificios que conlleva el amar a alguien, aceptarlos y querer seguir adelante de todas maneras, hacerle frente a los miedos que supone madurar de la mano de otra persona. Esto fue... fue diferente. Quise mucho a este hombre que ves en la fotografía, pero éramos inmaduros e inexpertos, no teníamos ni idea de lo que podía ofrecernos el mundo, nos hubiera quedado excesivamente grande — con dieciséis años me costó comprenderlo, porque a esa edad crees tener la razón en todo lo que gira en torno a tu vida, piensas que tienes la visión adecuada acerca de cómo quieres manejar tus decisiones, pero lo cierto es que no lo sabemos todo, no siempre salen las cosas como queremos. — En ese momento no lo entendí, pero fue para mejor, me dio la oportunidad de conocer a Lawrence, de enamorarme de una manera distinta — como ella misma debe de saber a estas alturas, son etapas, en cada etapa aprendemos a sentir y ver las cosas de la forma que se requiere en ese momento.
Me doy cuenta cuando hace esa pregunta que me he olvidado de detalles importantes en mi relato, saltando a la parte más obvia y que queda reforzada por esa imagen que muestra un vientre redondo. Niego con la cabeza, un adelanto a lo que pretendo que sea una explicación más concreta de lo que jamás he contado, a Lawrence tampoco, un secreto que me he guardado para mí quizá durante demasiado tiempo. — Tuve al niño, sí, fue un niño. Mis padres no me hubieran permitido quedármelo, te he hablado de los abuelos y sabes cómo eran, demasiado tradicionales, con una mente cerrada para estas cosas, jamás hubieran dejado que lo tuviera y aunque en aquella época luché mucho por que no fuera así, reconozco que solo estaban haciendo lo que era mejor para mí. Así que lo dejé, di a luz y luego unos de mis tíos se lo llevaron para dárselo a otra familia, no volví a saber nada más de él — sin darme cuenta voy bajando la voz, pudiendo sentir como una herida cerrada se abre por encima de la cicatriz que sanó hace tiempo, tanto como para creerla olvidada. Está claro que no son experiencias que te permitan hacerlo. — Jamás lo mencioné porque... fue una etapa difícil en mi vida, pasaron muchos años después hasta que conocí a tu padre, y no... no quise desenterrar esos recuerdos, que no merecían la pena traer de vuelta, porque la persona que de entonces era muy distinta a la que estaba con Lawrence. Se sentían como dos historias completamente ajenas una a la otra, no quería que una importunara a la otra, fue un capítulo que cerré y con el que estoy en paz en el presente, lo estaba también cuando me casé, y decidí entonces que esa parte de mi vida quedaría en el pasado para que pudiera concentrarme en el presente, darle valor al momento que estaba viviendo en lugar de regresar a ello.
Puedo ver en su mirada que algo cambia al murmurar esas palabras, y si no son sus ojos el tono de su voz me lo confirma en lo que yo siento un pequeño pinchazo en el pecho. — Aquello fue distinto... — tomo la fotografía entre mis dedos para rozar con los mismos mi rostro sonriente de embarazada — Fueron formas distintas de amar, a tu padre lo amé y lo sigo amando como una persona que sabe reconocer los sacrificios que conlleva el amar a alguien, aceptarlos y querer seguir adelante de todas maneras, hacerle frente a los miedos que supone madurar de la mano de otra persona. Esto fue... fue diferente. Quise mucho a este hombre que ves en la fotografía, pero éramos inmaduros e inexpertos, no teníamos ni idea de lo que podía ofrecernos el mundo, nos hubiera quedado excesivamente grande — con dieciséis años me costó comprenderlo, porque a esa edad crees tener la razón en todo lo que gira en torno a tu vida, piensas que tienes la visión adecuada acerca de cómo quieres manejar tus decisiones, pero lo cierto es que no lo sabemos todo, no siempre salen las cosas como queremos. — En ese momento no lo entendí, pero fue para mejor, me dio la oportunidad de conocer a Lawrence, de enamorarme de una manera distinta — como ella misma debe de saber a estas alturas, son etapas, en cada etapa aprendemos a sentir y ver las cosas de la forma que se requiere en ese momento.
Me doy cuenta cuando hace esa pregunta que me he olvidado de detalles importantes en mi relato, saltando a la parte más obvia y que queda reforzada por esa imagen que muestra un vientre redondo. Niego con la cabeza, un adelanto a lo que pretendo que sea una explicación más concreta de lo que jamás he contado, a Lawrence tampoco, un secreto que me he guardado para mí quizá durante demasiado tiempo. — Tuve al niño, sí, fue un niño. Mis padres no me hubieran permitido quedármelo, te he hablado de los abuelos y sabes cómo eran, demasiado tradicionales, con una mente cerrada para estas cosas, jamás hubieran dejado que lo tuviera y aunque en aquella época luché mucho por que no fuera así, reconozco que solo estaban haciendo lo que era mejor para mí. Así que lo dejé, di a luz y luego unos de mis tíos se lo llevaron para dárselo a otra familia, no volví a saber nada más de él — sin darme cuenta voy bajando la voz, pudiendo sentir como una herida cerrada se abre por encima de la cicatriz que sanó hace tiempo, tanto como para creerla olvidada. Está claro que no son experiencias que te permitan hacerlo. — Jamás lo mencioné porque... fue una etapa difícil en mi vida, pasaron muchos años después hasta que conocí a tu padre, y no... no quise desenterrar esos recuerdos, que no merecían la pena traer de vuelta, porque la persona que de entonces era muy distinta a la que estaba con Lawrence. Se sentían como dos historias completamente ajenas una a la otra, no quería que una importunara a la otra, fue un capítulo que cerré y con el que estoy en paz en el presente, lo estaba también cuando me casé, y decidí entonces que esa parte de mi vida quedaría en el pasado para que pudiera concentrarme en el presente, darle valor al momento que estaba viviendo en lugar de regresar a ello.
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Tengo una edad en la que podría escuchar decir a mi madre que Santa Claus no existe, sin que eso me suponga un trauma, así que tampoco hace falta que me engañe sobre la naturaleza de su relación con este muchacho de la fotografía por respeto a cualquiera supuesta inocencia infantil. Tomaré el que me diga que fue un amigo como la verdad, la aclaración que hace luego sobre ciertas relaciones que evolución sin títulos específicos, hace que la mire con la extrañeza de no estar segura si estoy hablando con mi madre de los últimos treinta años o con la vecina que anda hablando a través de su boca, cualquier otra mujer que no sea esta a la que ofendí por haberme casado en secreto, dejando de lado todo el formalismo que ha tratado de inculcarme y nunca aprendí. Hay cosas que los padres nunca pueden ser en la vida y eso es, ser distintos a las personas que conocemos, no importa que lo diga, no puedo creer, la cara de shock que le muestro debe ser clara. —Eres esta Mohini desde que te conocí, se me hace muy difícil imaginarte de una manera diferente y aún menos descontrolada— murmuro, si lo hago tan bajo es porque mi voz no encuentra fuerza al salir de mi garganta. ¡Me asusta siquiera insinuar que podría haber sido parecida a mí hace unos años!
El dolor que me atraviesa el pecho no es por la traición que uso como primera palabra para describir este sentimiento molesto en el cuerpo, la distinción que hace entre el amor que pudo haber sentido en cada ocasión me hacen sentir profundamente angustiada por mi madre. Cubrimos con silencio la mentira de mi padre, conservamos lo bueno y lo malo decidimos ignorar, para así poder seguir adelante como lo hicimos desde que nos vimos solas en un mundo que todo el tiempo nos exige bajar la cabeza, cuando nuestro carácter no es uno tan fácil de doblegar, ni siquiera por nuestra voluntad, y sin embargo, lo hacemos. Con esta confesión, puede entender que sus decepciones en la vida se remontan a mucho tiempo antes de mi nacimiento y comprendo mejor esa resignación sana que me ha pedido que demuestre en más de una ocasión, para que querer abarcar el mundo con nuestros brazos como una expectativa desmedida no terminara lastimándome. Me duele que diga que el mundo puede quedarle demasiado grande a alguien, a un par, hace que trague con dificultad y busque el cuerpo de Tilly para traerlo sobre mis rodillas así puedo abrazarla. En los momentos en que las tres estamos en una misma pieza, tengo miedo por nosotras, por el cariño que sentimos hacia personas que están afuera e ignorantes de ese miedo, caminando en ese mundo que no deja de girar ni por un momento y que a veces también se alza como un monstruo para nosotros. La miro con el respeto que siempre ha recibido de mi parte al poder decir que le costó, pero entendió que lo ocurrido fue lo mejor. Es muy difícil asumir eso, sobre todo con el enigma que me deja verla embarazada en la imagen.
Mis dedos se aferran a los dedos pequeños de Tilly cuando me ofrece una respuesta que me desconcierta, y pasado el desconcierto, me indigna. —¿Cómo pudieron hacerte eso?— lo saco fuera de mi pecho. Sabía que los abuelos eran conservadores, no al punto de tomar una decisión tan egoísta, ¡lo digo yo que soy ejemplo de egoísmo! —No, Mo, no… no era lo mejor… sí querías conservarlo, lo mejor no era que te lo quitaran— murmuro. Porque si me dijera que fue una decisión tomada por ella, sería otra mi postura, respetaría su elección al saberla tan joven y con la desaprobación de su familia pesándole sobre la espalda. Pero los abuelos decidieron por ella, impusieron su moral por delante del deseo de Mohini. Presiono mi boca en una línea tensa ante esa separación rotunda que hizo de un pasado en el que no estábamos y el presente que decidió construir para ella. —Pero, ¿nunca necesitaste hablarlo? ¿Nunca…?— dudo, coloco mi mentón sobre el hombro al girarme hacia ella y poder hablarle en susurros. —¿Nunca te preguntaste qué fue de él? ¿No te gustaría saber?— quizás a esas preguntas era a las que no quería enfrentarse y por eso se refugió en el silencio.
El dolor que me atraviesa el pecho no es por la traición que uso como primera palabra para describir este sentimiento molesto en el cuerpo, la distinción que hace entre el amor que pudo haber sentido en cada ocasión me hacen sentir profundamente angustiada por mi madre. Cubrimos con silencio la mentira de mi padre, conservamos lo bueno y lo malo decidimos ignorar, para así poder seguir adelante como lo hicimos desde que nos vimos solas en un mundo que todo el tiempo nos exige bajar la cabeza, cuando nuestro carácter no es uno tan fácil de doblegar, ni siquiera por nuestra voluntad, y sin embargo, lo hacemos. Con esta confesión, puede entender que sus decepciones en la vida se remontan a mucho tiempo antes de mi nacimiento y comprendo mejor esa resignación sana que me ha pedido que demuestre en más de una ocasión, para que querer abarcar el mundo con nuestros brazos como una expectativa desmedida no terminara lastimándome. Me duele que diga que el mundo puede quedarle demasiado grande a alguien, a un par, hace que trague con dificultad y busque el cuerpo de Tilly para traerlo sobre mis rodillas así puedo abrazarla. En los momentos en que las tres estamos en una misma pieza, tengo miedo por nosotras, por el cariño que sentimos hacia personas que están afuera e ignorantes de ese miedo, caminando en ese mundo que no deja de girar ni por un momento y que a veces también se alza como un monstruo para nosotros. La miro con el respeto que siempre ha recibido de mi parte al poder decir que le costó, pero entendió que lo ocurrido fue lo mejor. Es muy difícil asumir eso, sobre todo con el enigma que me deja verla embarazada en la imagen.
Mis dedos se aferran a los dedos pequeños de Tilly cuando me ofrece una respuesta que me desconcierta, y pasado el desconcierto, me indigna. —¿Cómo pudieron hacerte eso?— lo saco fuera de mi pecho. Sabía que los abuelos eran conservadores, no al punto de tomar una decisión tan egoísta, ¡lo digo yo que soy ejemplo de egoísmo! —No, Mo, no… no era lo mejor… sí querías conservarlo, lo mejor no era que te lo quitaran— murmuro. Porque si me dijera que fue una decisión tomada por ella, sería otra mi postura, respetaría su elección al saberla tan joven y con la desaprobación de su familia pesándole sobre la espalda. Pero los abuelos decidieron por ella, impusieron su moral por delante del deseo de Mohini. Presiono mi boca en una línea tensa ante esa separación rotunda que hizo de un pasado en el que no estábamos y el presente que decidió construir para ella. —Pero, ¿nunca necesitaste hablarlo? ¿Nunca…?— dudo, coloco mi mentón sobre el hombro al girarme hacia ella y poder hablarle en susurros. —¿Nunca te preguntaste qué fue de él? ¿No te gustaría saber?— quizás a esas preguntas era a las que no quería enfrentarse y por eso se refugió en el silencio.
Levanto mi mano para poder posar la palma sobre su mejilla, recargando su rostro en ella con mi cabeza ladeada, como si estuviera meditando lo mucho que cambió mi hija en tan poco tiempo, en el fondo lo hago, todo el tiempo, cada vez que poso mi mirada sobre ella y descubro que cada día que pasa es una nueva oportunidad a descubrir algo diferente. Le sonrío de esa manera que indica que estoy pensando más de lo que digo, pero como cualquier madre haría, me reservo de decirle lo que no quiere escuchar, sino lo que espera de mí. — Ese es el punto, solo conoces de mí lo que tuviste tiempo de experimentar, lo demás... puede decirse que siempre permanecerá al margen. Soy quien soy ahora porque yo he decidido serlo, nadie me lo ha impuesto como hicieron con otras cosas, y eso es en verdad lo que importa en este momento, el resto no es asunto que podamos remediar, no ahora, no merece la pena lamentarse por aquello que no podemos cambiar, hacemos lo que se puede con ello y seguimos adelante, como familia — como ocurrió con ella. Quién iba a decirme que mi hija terminaría haciendo las mismas cosas que yo, quizás con más cabeza que la Mohini de entonces, que supo quedarse embarazada sin haber cumplido siquiera la mayoría de edad. De Lara puedo decir que se consiguió un trabajo estable antes de tener un bebé, lo que me hace pensar que no va a juzgarme al haberle contado que no tuve el valor de criar a un hijo nacido de las mismas circunstancias, que esperé a poder formar una familia con su padre para tenerla a ella, hacer las cosas bien. — Y para ti soy y seguiré siendo la misma Mohini de siempre — aclaro, desprendiéndola de mi agarre al señalar al aire con el dedo índice y después pasar a posar la mano de nuevo sobre mi regazo.
Sigo con la mirada los movimientos de mi nieta cuando su madre se aferra a ella para hacerle frente a una historia que no la tiene de protagonista, a lo que suele estar acostumbrada cuando en nuestras conversaciones recurrimos a recuerdos familiares. Puedo entender el shock que debe estar sintiendo al enterarse de esta manera que su madre no es solo una fraude a sus memorias, sino que además lo ha estado ocultando por mucho tiempo. Agradezco que su postura sea la de estar de mi lado, no es lo que hubiera esperado de cualquiera, de no ser porque ella como hija mía sí me creo el haberla criado como corresponde, como para ser consciente de cuándo se deben tratar situaciones con delicadeza. Esta es una de ellas, a la cual acompaño con un leve movimiento de cabeza en negativa — Es... Fueron momentos complicados. Así como los juzgué en su momento, no puedo culparlos ahora por querer hacer lo que es mejor para un hijo. No sé si puedes entenderlo todavía... Hubiera sido muy difícil, criar a un hijo con mi edad, lo hubieran terminado criando mis padres y eso no... no es algo que yo hubiera deseado tampoco, ¿entiendes? A veces los padres hacemos cosas por nuestros hijos para protegerlos que en el momento no se entienden, pero la intención está lejos de ser mala— incluso cuando duele, incluso cuando muchas veces de esa protección llegan sentimientos peores, así de taciturnos y tradicionales que eran, no creo que en el día de hoy pueda condenarlos por tomar esa decisión por mí.
— Pues claro que lo hice,— respondo enseguida a sus dudas, sin tiempo para pensarlo demasiado — lo sigo haciendo en ocasiones, eso es inevitable. Siempre encuentras un momento en el día, en la semana, en el mes, en el que te replanteas tus decisiones, piensas en cómo hubieran sido las cosas si hubieras tomado una dirección diferente. Claro que pienso en ese bebé, en dónde estará, si tendrá un buena familia que cuide de él— tal y como yo cuido de ella. El pensamiento me lleva a agachar la cabeza, casi que avergonzada por decir tales palabras, sintiéndome culpable por querer ponerlas en voz alta cuando es evidente que siguen teniendo un efecto en mí —Siempre viene a ti el sentimiento de que lo abandonaste a su suerte, incluso cuando sabes que en el fondo estaba mejor sin ti, no puedes quitarte esa sensación del cuerpo y no es algo que planea irse en algún tiempo cercano— se lo confieso, no por ninguna razón en especial, solo porque creo que merece saberlo. Mis labios se curvan en una sonrisa, pero está lejos de ser alegre.
Sigo con la mirada los movimientos de mi nieta cuando su madre se aferra a ella para hacerle frente a una historia que no la tiene de protagonista, a lo que suele estar acostumbrada cuando en nuestras conversaciones recurrimos a recuerdos familiares. Puedo entender el shock que debe estar sintiendo al enterarse de esta manera que su madre no es solo una fraude a sus memorias, sino que además lo ha estado ocultando por mucho tiempo. Agradezco que su postura sea la de estar de mi lado, no es lo que hubiera esperado de cualquiera, de no ser porque ella como hija mía sí me creo el haberla criado como corresponde, como para ser consciente de cuándo se deben tratar situaciones con delicadeza. Esta es una de ellas, a la cual acompaño con un leve movimiento de cabeza en negativa — Es... Fueron momentos complicados. Así como los juzgué en su momento, no puedo culparlos ahora por querer hacer lo que es mejor para un hijo. No sé si puedes entenderlo todavía... Hubiera sido muy difícil, criar a un hijo con mi edad, lo hubieran terminado criando mis padres y eso no... no es algo que yo hubiera deseado tampoco, ¿entiendes? A veces los padres hacemos cosas por nuestros hijos para protegerlos que en el momento no se entienden, pero la intención está lejos de ser mala— incluso cuando duele, incluso cuando muchas veces de esa protección llegan sentimientos peores, así de taciturnos y tradicionales que eran, no creo que en el día de hoy pueda condenarlos por tomar esa decisión por mí.
— Pues claro que lo hice,— respondo enseguida a sus dudas, sin tiempo para pensarlo demasiado — lo sigo haciendo en ocasiones, eso es inevitable. Siempre encuentras un momento en el día, en la semana, en el mes, en el que te replanteas tus decisiones, piensas en cómo hubieran sido las cosas si hubieras tomado una dirección diferente. Claro que pienso en ese bebé, en dónde estará, si tendrá un buena familia que cuide de él— tal y como yo cuido de ella. El pensamiento me lleva a agachar la cabeza, casi que avergonzada por decir tales palabras, sintiéndome culpable por querer ponerlas en voz alta cuando es evidente que siguen teniendo un efecto en mí —Siempre viene a ti el sentimiento de que lo abandonaste a su suerte, incluso cuando sabes que en el fondo estaba mejor sin ti, no puedes quitarte esa sensación del cuerpo y no es algo que planea irse en algún tiempo cercano— se lo confieso, no por ninguna razón en especial, solo porque creo que merece saberlo. Mis labios se curvan en una sonrisa, pero está lejos de ser alegre.
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Me llevó tiempo darme cuenta que este carácter mío de seguir adelante pese a las circunstancias, es algo que heredé de Mohini. Me llevó tiempo porque solía hacerlo de una manera impulsiva, no pensaba en las razones que me sostenían y era más un afán de ir a por todo, chocando vallas, dando puños a ciertas paredes. Se necesitó tiempo para que pudiera ir puliendo ese temperamento, es el nuevo el reconocimiento que hago de mi misma en el espejo y no creer que esa mujer que me mira es una extraña que usurpó mi cuerpo. Supongo que así también fue para ella, se fue convirtiendo en la persona que es hoy. Y en nuestro empeño por avanzar, sobreponiéndonos lo más a prisa que nuestros espíritus nos permiten a las circunstancias que pretenden abatirnos, es cuando escucho su voz tan decidida a continuar que me hunde en el borde de su casa todo el peso de las cargas invisibles en nuestros hombros, que no serán menores ni mayores en comparación a las que cargan otros, pero son nuestras, personales, parte de nuestra historia como familia. Pasan tantas cosas en el mundo que hay poco espacio para las penas más íntimas, pero el hombro de Mohini sigue siendo el lugar donde puedo buscar consuelo para estas y deseo poder brindarle lo mismo, así que paso mi brazo sobre sus hombros, atrayéndola al abrazo que compartimos con Tilly.
—Puedo entenderlo, Mo— murmuro, quizás puedo hacerlo como no podría haberlo hecho hace dos años, mucho menos hace quince años. —No te juzgo a ti, entiendo que…— los padres no son héroes de altar como por tanto tiempo creí que lo fue mi padre, son tan humanos como todos, con sus limitaciones y errores. —Eras tan joven, Mo. Tan joven…— digo, balbuceando lo que son pensamientos errantes, no llego a unir los hilos de esta historia y no creo que sea algo que ella también pueda. —Pero los abuelos fueron tan… decidieron por ti, fueron déspotas, mezquinos— expreso mi frustración con torpeza, maldiciendo sobre ese matrimonio rígido en sus tradiciones que creyó que la vida de su hija y de su nieta eran propiedad sobre la que podían imponer su voluntad. —Estoy segura de que también hubieras sigo una buena madre para ese bebé— musito, con el nudo en la garganta formado de todas las palabras que en nada van a cambiar lo que pasó, porque esta también es la persona que soy ahora, una que comprende que al pasado se le debe respeto y resignación, así como al futuro no se le hace tantas preguntas. Estamos atrapados entre los paréntesis de este momento presente, nos movemos entre estos y es lo que importa.
Tengo que limpiarme una lágrima de las pestañas al oírla, lo que dice no es distinto a lo que he pensado en tantas ocasiones, sobre el repaso que haremos algún día de todas las decisiones que hemos tomado y me angustia el saber que los remordimientos son reales, que siempre habrá alguna decisión que nos haga volver a preguntarnos qué hubiera pasado si se hacía algo distinto, y quizás, quizás el presente por muy bueno que sea, quizás también es dejado de lado por unos segundos que permitan imaginar otra vida posible. —Lo siento, Mo— susurro, pese a la propia herida de saberme que no soy hija única, a que todas y cada una de las paredes de cartón de mi infancia terminan por desmoronarse para dejarme ver a las personas que me criaron tal cual son, con su historia al descubierto. Siento las manitos de Tilly contra mi vientre y su queja baja al encontrarse entre el cuerpo de su abuela y el mío, cuando rodeo con mis brazos a la mujer, antes que a la madre, que tuvo que renunciar a una parte de sí, entregándolo y luego guardándolo en el silencio. —Lo siento tanto— lo digo con más rabia que tristeza, indignación sería la manera más correcta de llamar a este sentimiento, porque haya situaciones en que no hay manera de resistir a las decisiones de otros sobre la propia voluntad… y era tan joven. —Y lamento haber sido una mala hija por treinta años cuando no te lo merecías. Te mereces seis hijos que te sirvan y te den muchos nietos, no una hija que actúa como una criminal para algo tan simple como casarse— hablo contra su cabello mientras mi mano acaricia su espalda, guardándome el que no fue el único de mis delitos, pero no es mi intención tampoco amargarla con tantas faltas de mi parte.
—Puedo entenderlo, Mo— murmuro, quizás puedo hacerlo como no podría haberlo hecho hace dos años, mucho menos hace quince años. —No te juzgo a ti, entiendo que…— los padres no son héroes de altar como por tanto tiempo creí que lo fue mi padre, son tan humanos como todos, con sus limitaciones y errores. —Eras tan joven, Mo. Tan joven…— digo, balbuceando lo que son pensamientos errantes, no llego a unir los hilos de esta historia y no creo que sea algo que ella también pueda. —Pero los abuelos fueron tan… decidieron por ti, fueron déspotas, mezquinos— expreso mi frustración con torpeza, maldiciendo sobre ese matrimonio rígido en sus tradiciones que creyó que la vida de su hija y de su nieta eran propiedad sobre la que podían imponer su voluntad. —Estoy segura de que también hubieras sigo una buena madre para ese bebé— musito, con el nudo en la garganta formado de todas las palabras que en nada van a cambiar lo que pasó, porque esta también es la persona que soy ahora, una que comprende que al pasado se le debe respeto y resignación, así como al futuro no se le hace tantas preguntas. Estamos atrapados entre los paréntesis de este momento presente, nos movemos entre estos y es lo que importa.
Tengo que limpiarme una lágrima de las pestañas al oírla, lo que dice no es distinto a lo que he pensado en tantas ocasiones, sobre el repaso que haremos algún día de todas las decisiones que hemos tomado y me angustia el saber que los remordimientos son reales, que siempre habrá alguna decisión que nos haga volver a preguntarnos qué hubiera pasado si se hacía algo distinto, y quizás, quizás el presente por muy bueno que sea, quizás también es dejado de lado por unos segundos que permitan imaginar otra vida posible. —Lo siento, Mo— susurro, pese a la propia herida de saberme que no soy hija única, a que todas y cada una de las paredes de cartón de mi infancia terminan por desmoronarse para dejarme ver a las personas que me criaron tal cual son, con su historia al descubierto. Siento las manitos de Tilly contra mi vientre y su queja baja al encontrarse entre el cuerpo de su abuela y el mío, cuando rodeo con mis brazos a la mujer, antes que a la madre, que tuvo que renunciar a una parte de sí, entregándolo y luego guardándolo en el silencio. —Lo siento tanto— lo digo con más rabia que tristeza, indignación sería la manera más correcta de llamar a este sentimiento, porque haya situaciones en que no hay manera de resistir a las decisiones de otros sobre la propia voluntad… y era tan joven. —Y lamento haber sido una mala hija por treinta años cuando no te lo merecías. Te mereces seis hijos que te sirvan y te den muchos nietos, no una hija que actúa como una criminal para algo tan simple como casarse— hablo contra su cabello mientras mi mano acaricia su espalda, guardándome el que no fue el único de mis delitos, pero no es mi intención tampoco amargarla con tantas faltas de mi parte.
Hay algo reconfortante en el abrazo del que me hacen formar parte, que nada tiene que ver con los sentimientos de nostalgia que nos han llevado a adoptar esta posición, sino al mismo hecho de poder sostener entre mis brazos a dos generaciones de mujeres en mi familia, una que no pensé que fuera a extenderse, mucho menos cuando las pérdidas siempre han sido muy adyacentes a nuestro estilo de vida, como para creer que estaría en el día de hoy sujetando algo tan preciado, algo que solo quiero ver prosperar, y es por eso que no interrumpí ese proceso para contar sobre historias que ya tuvieron su momento de protagonismo. Es en el ahora que siento que es mi tarea el pasarle ese protagonismo a otras personas, que tienen también que escribir su propia historia, una en la que no haya hueco para lamentarse sobre lo que pudieron haber sido o no decisiones pasadas. —Sí, era muy joven, nada me hubiera asegurado el darle a ese niño lo que necesitaba de una madre, no de la forma que me hubiera gustado, de todas formas, puedo verlo ahora, en ti, y no me equivoco al decir que no podría haberle enseñado ni la mitad de lo que traté de inculcarte a ti— no fue problema de maternidad sin experiencia, todas las madres primerizas son inexpertas, es imposible no serlo, pero hay una diferencia entre ser una persona adulta y madura, y ser adolescente. —Sí hubiera intentado hacerlo lo mejor posible, pero no tiene sentido regresar a eso ahora— sigo firme en mi postura, aunque es cierto que lo digo con una nueva parsimonia de la que no está acostumbrada a escuchar en mis respuestas.
Finalmente solo le sonrío, pasando una mano por su cabello hasta culminar en su hombro, mi otra mano hace su recorrido hasta la mejilla redonda de mi nieta y la acaricio con mi pulgar con cariño. La sonrisa se me borra poco a poco del rostro, no obstante, cuando la percibo tan compungida por una acción que ni siquiera la tenía a ella en imagen, como para que ande pidiendo disculpas por decisiones que tomé en momentos muy anteriores a su nacimiento. —¿Pero qué dices, tesoro...?— susurro, incapaz de comprender qué debe de pasarle por la cabeza para hacerse sentir culpable por ello —No tienes que disculparte por nada de eso, mucho menos decir que has sido una mala hija por los treinta años que llevas viviendo, ¿has perdido la cabeza en estos últimos minutos? Eres todo lo que una madre podría desear tener, si bien un poco cabezona y temeraria...— repito el gesto de posar mi mano sobre su mejilla, esta vez la de mi hija, al sonreír —Pero lo primero lo sacas de tu madre, y lo segundo de tu padre, ¿cómo crees que puedo culparte por eso?— me siento un poco más como yo misma al regresar con estas charlas que me caracterizan más, ella lo sabe bien por haber tenido que escucharlas durante toda su adolescencia, también juventud por ser así de cabezota y terca como lo es. Al comentario de la boda solo puedo que reírme en el acto, la carcajada rompe con toda tensión que pudo haber traído el tema anterior, de manera que agradezco hasta que se haya fugado para casarse. —¿Piensas que hubiera esperado de ti algo menos que eso, querida? Para nada, para nada... Hubiera terminado por denunciar a Hans Powell si decidías en serio tomar la ruta de lo tradicional, por secuestro de identidad— bromeo con respecto a su ahora marido, la risa entre dientes, que necesito de un poco de eso de vez en cuando.
Finalmente solo le sonrío, pasando una mano por su cabello hasta culminar en su hombro, mi otra mano hace su recorrido hasta la mejilla redonda de mi nieta y la acaricio con mi pulgar con cariño. La sonrisa se me borra poco a poco del rostro, no obstante, cuando la percibo tan compungida por una acción que ni siquiera la tenía a ella en imagen, como para que ande pidiendo disculpas por decisiones que tomé en momentos muy anteriores a su nacimiento. —¿Pero qué dices, tesoro...?— susurro, incapaz de comprender qué debe de pasarle por la cabeza para hacerse sentir culpable por ello —No tienes que disculparte por nada de eso, mucho menos decir que has sido una mala hija por los treinta años que llevas viviendo, ¿has perdido la cabeza en estos últimos minutos? Eres todo lo que una madre podría desear tener, si bien un poco cabezona y temeraria...— repito el gesto de posar mi mano sobre su mejilla, esta vez la de mi hija, al sonreír —Pero lo primero lo sacas de tu madre, y lo segundo de tu padre, ¿cómo crees que puedo culparte por eso?— me siento un poco más como yo misma al regresar con estas charlas que me caracterizan más, ella lo sabe bien por haber tenido que escucharlas durante toda su adolescencia, también juventud por ser así de cabezota y terca como lo es. Al comentario de la boda solo puedo que reírme en el acto, la carcajada rompe con toda tensión que pudo haber traído el tema anterior, de manera que agradezco hasta que se haya fugado para casarse. —¿Piensas que hubiera esperado de ti algo menos que eso, querida? Para nada, para nada... Hubiera terminado por denunciar a Hans Powell si decidías en serio tomar la ruta de lo tradicional, por secuestro de identidad— bromeo con respecto a su ahora marido, la risa entre dientes, que necesito de un poco de eso de vez en cuando.
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En otro momento hubiera insistido en quedarme en este hecho que mi madre propone que simplemente lo aceptemos como fue, hablaría de la posibilidad de regresar como una alternativa real, cuentos en los que creía sobre el tiempo y que este respondería al capricho de mis dedos si lograba crear un artefacto que lo consiguiera. Pero los días que paso en salas de misterios me han serenado la impaciencia por tantas cosas, no creo que todos los vivan de la misma manera, ya que esos misterios también son experiencias y atraviesa a cada uno de acuerdo a lo que está dispuesto o no a dejar que lo atraviese, en mi caso me ha hecho echar llave sobre ciertos cajones y apreciar algo tan terrenal como el abrazo de mi madre, en medio la hija que surgió de mí, la más pequeña de dos que quiero como tales. Espero que aquel hermano al que no conocí, ni creo que llegue a conocer, también encuentre un abrazo como este en alguna persona que pueda dárselo. Dejo de lado mi mezquindad de hija única para dar espacio a este deseo, con cierta reticencia que mi yo adulto se encarga de apaciguar, ese yo que descubrí hace poco. —Has hecho un buen trabajo conmigo, Mo— murmuro sobre su hombro, —soy yo la que no supo hacer un buen trabajo consigo misma por mucho tiempo…— se me quiebra la voz al comenzar con esta retahíla de culpas sin nombres, no puedo darlas porque es un secreto, uno que queda atrapado en mi garganta como un nudo que me va asfixiando y me hace lagrimear cuando sigue hablando.
Sostengo su mano que se posa sobre mi hombro con la mía, bajo mi mirada para encontrarme con la de Tilly que tiene sus ojos negros puestos en nosotras, extraña a este confuso momento de verse rodeada del calor de ambas y todavía tiene energía en su menudo cuerpo como para aprovecharlo para echarse una siesta en brazos de su abuela como suele buscar a veces, así que la tomo con mis manos bajo sus brazos para hacer que pise el suelo y sea libre del abrazo. Coloco mi mano sobre la rodilla de Mohini para tener su atención al entreabrir mis labios, mi voz queda atrapada dentro de mi garganta por la repartición de rasgos que hace entre ella y mi padre, me siento embargada por un cariño que nunca le supo hacer justicia a su esfuerzo como madre y al final me río con una carcajada que me llena los ojos de lágrimas por su broma, que es solo otra prueba de lo mucho que me conoce, sin conocerlo todo, mejor yo misma. —No es cierto lo que dijimos sobre cómo nos conocimos Hans y yo, Mohini— le confieso, si bien fue un secreto guardado en todo momento para no apenarla innecesariamente, y si lo digo es por la necesidad de ser franca con ella. —El taller de papá se estaba usando para el tráfico con rebeldes a Niniadis, cuando pedí que se me aceptara por ser su hija, también me hicieron parte de lo que él ya venía haciendo. Interceptaron uno de los intercambios, allanaron el taller, a mí también me llevaron. Te mentí cuando te dije que solo los más viejos del taller estaban metidos en eso— y de ahí que unos pocos quedáramos para remontarlo, convocando a nuevos mecánicos, solicitando la ayuda financiera de Abbey Road por estar en bancarrota, que ella a la larga se quedara con el taller. —Hans se ofreció a ayudarme si trabajaba para él y acepté. Era un imbécil para mí, se comportaba como un imbécil y por años lo detesté, porque le debía ese favor— susurro. —Te debía esta verdad.
Sostengo su mano que se posa sobre mi hombro con la mía, bajo mi mirada para encontrarme con la de Tilly que tiene sus ojos negros puestos en nosotras, extraña a este confuso momento de verse rodeada del calor de ambas y todavía tiene energía en su menudo cuerpo como para aprovecharlo para echarse una siesta en brazos de su abuela como suele buscar a veces, así que la tomo con mis manos bajo sus brazos para hacer que pise el suelo y sea libre del abrazo. Coloco mi mano sobre la rodilla de Mohini para tener su atención al entreabrir mis labios, mi voz queda atrapada dentro de mi garganta por la repartición de rasgos que hace entre ella y mi padre, me siento embargada por un cariño que nunca le supo hacer justicia a su esfuerzo como madre y al final me río con una carcajada que me llena los ojos de lágrimas por su broma, que es solo otra prueba de lo mucho que me conoce, sin conocerlo todo, mejor yo misma. —No es cierto lo que dijimos sobre cómo nos conocimos Hans y yo, Mohini— le confieso, si bien fue un secreto guardado en todo momento para no apenarla innecesariamente, y si lo digo es por la necesidad de ser franca con ella. —El taller de papá se estaba usando para el tráfico con rebeldes a Niniadis, cuando pedí que se me aceptara por ser su hija, también me hicieron parte de lo que él ya venía haciendo. Interceptaron uno de los intercambios, allanaron el taller, a mí también me llevaron. Te mentí cuando te dije que solo los más viejos del taller estaban metidos en eso— y de ahí que unos pocos quedáramos para remontarlo, convocando a nuevos mecánicos, solicitando la ayuda financiera de Abbey Road por estar en bancarrota, que ella a la larga se quedara con el taller. —Hans se ofreció a ayudarme si trabajaba para él y acepté. Era un imbécil para mí, se comportaba como un imbécil y por años lo detesté, porque le debía ese favor— susurro. —Te debía esta verdad.
—¿Pero qué tonterías dices?— pongo en voz mi reclamo ante el poco aprecio que parece tenerse sobre sí misma en este momento, cuando si hubiera hecho tan bien mi trabajo, no habría momento en el que dichas palabras salieran de su boca. Me llena de angustia por dentro que no pueda verse como la veo yo, incluso cuando fui yo misma la que en muchas situaciones le recriminé el que no siguiera las reglas que estaban estipuladas que siguiera, siempre en búsqueda de una seguridad que para ella venía pareciéndole pequeña. Con el tiempo eso me enseñó que no podía imponer los caminos que me hubieran gustado para ella, los que me hubieran gustado tener a mí en lugar de caer en errores que el tiempo no resuelve, Lara hizo un buen trabajo por su cuenta en escoger lo que a la larga le haría bien, se rodea de personas maravillosas cada día y esto es algo que siempre puedo decir con certeza, que mi hija no elegiría compañías que pudieran perjudicarla a ella o a su familia. Se ve que después de todo no hizo falta que la enfundara en ropa segura, lo que hice por muchos años cuando ni ella misma sabía ponerse los zapatos en el pie correcto, se viste de sus propias prendas cada día y no puedo expresar con palabras lo mucho que me enorgullezco de mi pequeña por eso.
Sigo con la mirada a mi nieta cuando su madre la posa sobre el suelo y es libre de moverse por la habitación a su antojo, si nos pilla desprevenidas puede que la encontremos arrasando los cajones bajos de la cocina, así que cuando tengo sus ojos oscuros puestos sobre mi figura me señalo los ojos con dos de mis dedos y los apunto hacia ella después, previniéndola de que estaré vigilándola todo este tiempo. También le pellizco uno de los costados cuando pasa torpemente por mi lado, me contagia su risa que traslado hacia el rostro de su madre, a la espera de que ella también se esté riendo y me encuentro con la desafortunada sorpresa de que no es así. Su actitud puede que me tome por sorpresa, pero no lo hace su confesión si tenemos en cuenta que Lara pasaba mucho tiempo en el taller de su padre como para asumir toda la vida que se trataba exclusivamente de interés académico. Si mi hija quería aprender sobre mecánica, solo tenía que acudir a mí, y dejarse de los trapicheos que hicieron de su padre una figura rebelde y en quien buscó un referencia.
Suelto el aire por mi boca en un suspiro para deshacer el tapón que siento crecer en mis pulmones, pero no es decepción lo que siento, está lejos de ser ese sentimiento. —Lara, tesoro... Creo que ha llegado ese punto en nuestras vidas en las que no puedo recriminarte nada, tampoco soy quién para hacerlo después de lo que te he contado, los errores son parte de nuestro crecimiento como personas, si nos caemos nos volvemos a levantar y aprendemos de ellos, con una visión más amplia de lo que pueden afectarnos, para quizás, si hay una siguiente vez, saber cómo solucionarlo.— intento sonar comprensiva, en parte porque así como ella dice deberme esta verdad, yo también le debo esto —Que te hayas casado con el mismo hombre que te salvó de un destino mucho peor me hace pensar que sí has aprendido tu lección, porque no es más que tuya y de nadie más, que te hayas reservado de contármelo es una prueba de eso, todos tenemos derecho a guardarnos algún secreto— le sonrío, es una sonrisa algo triste, aun así. Bajo la mirada hacia su mano en mi rodilla, la tomo para acariciar su dorso con mis dedos, su piel mucho más suave que la mía, símbolo de que todavía le queda mucho por hacer frente —Solo...— puede que se me corte un poco la voz y solo puedo solucionarlo pasando saliva —Nunca me dejes atrás en tu vida si es algo que puedes evitar, solo te pido eso— no soy capaz de mirarla a los ojos porque los míos se encuentran al borde de llenarse de lágrimas, de pensar que podría haberle ocurrido algo aquella vez y me mantuvo ausente a sus consecuencias por temor a mi reacción. Me gusta pensar que mi hija me tiene en mente como la primera persona a quién recurrir cuando tiene un problema, esto es una prueba de que no es así, y me duele por sobre todas las cosas, después de decir que hice un buen trabajo como madre y ella anduvo guardándose esto.
Sigo con la mirada a mi nieta cuando su madre la posa sobre el suelo y es libre de moverse por la habitación a su antojo, si nos pilla desprevenidas puede que la encontremos arrasando los cajones bajos de la cocina, así que cuando tengo sus ojos oscuros puestos sobre mi figura me señalo los ojos con dos de mis dedos y los apunto hacia ella después, previniéndola de que estaré vigilándola todo este tiempo. También le pellizco uno de los costados cuando pasa torpemente por mi lado, me contagia su risa que traslado hacia el rostro de su madre, a la espera de que ella también se esté riendo y me encuentro con la desafortunada sorpresa de que no es así. Su actitud puede que me tome por sorpresa, pero no lo hace su confesión si tenemos en cuenta que Lara pasaba mucho tiempo en el taller de su padre como para asumir toda la vida que se trataba exclusivamente de interés académico. Si mi hija quería aprender sobre mecánica, solo tenía que acudir a mí, y dejarse de los trapicheos que hicieron de su padre una figura rebelde y en quien buscó un referencia.
Suelto el aire por mi boca en un suspiro para deshacer el tapón que siento crecer en mis pulmones, pero no es decepción lo que siento, está lejos de ser ese sentimiento. —Lara, tesoro... Creo que ha llegado ese punto en nuestras vidas en las que no puedo recriminarte nada, tampoco soy quién para hacerlo después de lo que te he contado, los errores son parte de nuestro crecimiento como personas, si nos caemos nos volvemos a levantar y aprendemos de ellos, con una visión más amplia de lo que pueden afectarnos, para quizás, si hay una siguiente vez, saber cómo solucionarlo.— intento sonar comprensiva, en parte porque así como ella dice deberme esta verdad, yo también le debo esto —Que te hayas casado con el mismo hombre que te salvó de un destino mucho peor me hace pensar que sí has aprendido tu lección, porque no es más que tuya y de nadie más, que te hayas reservado de contármelo es una prueba de eso, todos tenemos derecho a guardarnos algún secreto— le sonrío, es una sonrisa algo triste, aun así. Bajo la mirada hacia su mano en mi rodilla, la tomo para acariciar su dorso con mis dedos, su piel mucho más suave que la mía, símbolo de que todavía le queda mucho por hacer frente —Solo...— puede que se me corte un poco la voz y solo puedo solucionarlo pasando saliva —Nunca me dejes atrás en tu vida si es algo que puedes evitar, solo te pido eso— no soy capaz de mirarla a los ojos porque los míos se encuentran al borde de llenarse de lágrimas, de pensar que podría haberle ocurrido algo aquella vez y me mantuvo ausente a sus consecuencias por temor a mi reacción. Me gusta pensar que mi hija me tiene en mente como la primera persona a quién recurrir cuando tiene un problema, esto es una prueba de que no es así, y me duele por sobre todas las cosas, después de decir que hice un buen trabajo como madre y ella anduvo guardándose esto.
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Debido a mi tendencia a los errores, creía saber mucho sobre estos, en parte comparto la idea que expresa mi madre y también detecto dónde estaba mi falta de una comprensión real sobre las experiencias que nos brindan los errores. Había creído que errores llevan a nuevos errores, que el ejercicio de caer y levantarnos se llevaba a un ritmo constante, como si fuéramos muñecos prisioneros de un juguete mecánico del que un niño no se cansa de darle cuerda, me vi así por mucho tiempo, solo como una figurilla metálica, todo ese sonido de latas causando estruendo con cada caída, evidenciando lo vacía de emociones que estaba por dentro. Y el juego se acabó, no diría que por un hecho puntual, ni por una persona puntual, pese a la atención que me sigue exigiendo Tilly por ser tan pequeña y su complejo de ser el centro de nuestro mundo. No había manera de que siguiera viendo la vida del modo en que lo hacía, al rodearme de personas que me exigían salirme de esa perspectiva tan cerrada. —Se siente como si hubiera llegado al final de una carrera, en la que fui a prisa, pero la meta va a cámara lenta… y luego vendrán otras carreras, claro…— murmuro, usando estas comparaciones que van tan acordes a mi carácter que peco de irrefrenable en más de una ocasión, ocasiones que parecen haber quedado tan lejanos en el tiempo.
—Pero lo que tenía dentro de mí, eso que se había roto y se tenía que arreglar, logró encontrar las piezas que encajan— sigo, mis ojos puestos en mis manos sobre las rodillas, tiendo una hacia mi madre para sujetarla y que mi pulgar recorra los pliegues del dorso de su mano. —No sé qué se viene a esto, quizás tenía que llegar a este punto para enfrentar todo lo que se falta— musito, —aprender realmente de los errores, poder salvar esos errores, ser otra persona— la miro de soslayo, porque lo soy, por mucho que me haya costado a mí misma reconocerme en el espejo estos meses frenéticos. El temperamento sigue siendo el mismo, los instintos laten igual, el carácter sigue teniendo los mismos defectos, pero lo que diferencia a una muñeca metálica vacía como una lata de una persona, es que las personas cambian, deben cambiar. Me satisface a mí poder mirar a la niña Lara que fui, que hacía de su padre su adoración, y a la joven Lara que lloraba por su padre, darme cuenta que han crecido. —Y esta persona que soy se queda aquí contigo, Mo— se lo prometo, entrelazando sus dedos con los míos. —No te dejaré atrás, nunca— levanto su mano para colocarla contra mi mejilla al tiempo que me siento al borde del llanto, ese que reprimo y solo alcanza a dar brillo a mis pupilas. —No dejaré a mi madre, no dejaré a mis hijas y no dejaré a mi esposo. Te lo prometo— murmuro, —no me dejes tú, por favor. Sigue estando a mi lado cada vez que necesite agarrarme a tu mano, Mo.
—Pero lo que tenía dentro de mí, eso que se había roto y se tenía que arreglar, logró encontrar las piezas que encajan— sigo, mis ojos puestos en mis manos sobre las rodillas, tiendo una hacia mi madre para sujetarla y que mi pulgar recorra los pliegues del dorso de su mano. —No sé qué se viene a esto, quizás tenía que llegar a este punto para enfrentar todo lo que se falta— musito, —aprender realmente de los errores, poder salvar esos errores, ser otra persona— la miro de soslayo, porque lo soy, por mucho que me haya costado a mí misma reconocerme en el espejo estos meses frenéticos. El temperamento sigue siendo el mismo, los instintos laten igual, el carácter sigue teniendo los mismos defectos, pero lo que diferencia a una muñeca metálica vacía como una lata de una persona, es que las personas cambian, deben cambiar. Me satisface a mí poder mirar a la niña Lara que fui, que hacía de su padre su adoración, y a la joven Lara que lloraba por su padre, darme cuenta que han crecido. —Y esta persona que soy se queda aquí contigo, Mo— se lo prometo, entrelazando sus dedos con los míos. —No te dejaré atrás, nunca— levanto su mano para colocarla contra mi mejilla al tiempo que me siento al borde del llanto, ese que reprimo y solo alcanza a dar brillo a mis pupilas. —No dejaré a mi madre, no dejaré a mis hijas y no dejaré a mi esposo. Te lo prometo— murmuro, —no me dejes tú, por favor. Sigue estando a mi lado cada vez que necesite agarrarme a tu mano, Mo.
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