OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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She was running
Últimos días de agosto
Lo bueno de estar dando vueltas por los alrededores del mercado negro es que tengo a alguien de seguridad que podrá cuidarme las espaldas. ¿Lo malo? Que trabaja para la seguridad del otro bando. ¿Lo peor? Que todavía no llega, lo que me está impacientando, haciendo que camine sobre mis pies en el peldaño donde llevo parada como un poste inquieto desde hace media hora, con la capa de invisibilidad cubriéndome hasta las pestañas y avistando cada tanto al final de la calle para ver si Maeve se aparece. Mala idea sugerir que nos encontremos cuando le tocaba hacer su ronda por estos lares, ¿y si hubo disturbios por algún lado de los que tuvo que ocuparse? Supongo que me quedará hacer la compra sola, saliendo de la capa justo lo necesario para regatear la receta auténtica de una poción multijugos, así dejo de probar esos brebajes que saben peor que tilo calentado con medias sucias en una misma taza.
Con cada paso que doy, conquisto una confianza que un par de metros atrás no tenía, comienzo a creer que podré hacer esto sin quedar expuesta a ningún peligro y cuando llego al puesto donde los filtros están dispuestos con el mismo orden que aquel que vende licores en la acera, estoy segura que mi cabello castaño oscuro logrará darme un rostro muy distinto al que se ve en los carteles, así que me entretengo hablando un poco de más con el hombre que a su vez me presenta a su esposa y me muestran la receta por la que piden mis buenos ahorros, dentro de su oferta me “regalan” un frasco con un poco de poción multijugos para que lo pruebe. No sé si se considera regalo luego de todo lo que me cobraron con la poción. El de los licores es el primero en dar la alerta y cerrar sus cajas de madera para esconder las botellas, colocando arriba un par de macetas inofensivas. Dice algo sobre que vienen agentes a hacer un rastrillaje de la calle, se me cae el alma al piso, por suerte la capa la sigo teniendo doblada sobre mi brazo. Podría ponérmela sobre los hombros si no fuera porque la mujer tiene mi dinero en una mano y sigue teniendo la receta en la otra, así que tengo que pedirle con prisas que me entregue el papel así como el frasco de prueba, mientras ellos mismos se encargan de dejar a la vista solo las pócimas permitidas.
Me meto en el primer hueco en la pared que encuentro para guardar el papel en el bolsillo y en el nerviosismo de estar manipulando un trozo de tela, con cuidado que no se me caiga el frasco, el papel se escapa de mis dedos para terminar en medio de la calle. Esto no estaría pasando si las recetas de internet fueran confiables, ¡que no lo son! Saco medio cuerpo a la vista cuando ya distingo las primeras figuras de agentes pidiendo identificaciones a comerciantes y clientes, así como de personas que se dispersan en la calle por interrumpir sus compras, me sorprende ver a Olivia entre esos rostros y al verla pasar cerca le chisto con fuerza. —¡Ivy! ¡Por aquí!— le chisto desde el umbral que me da un espacio de veinte centímetros, con la espalda pegada a la pared, para quedar escondida. —Ivy, Ivy, ayúdame— ruego en susurros, —déjame quedarme contigo—. Me coloco la capa dejando mi cabeza fuera para mostrarle que lo único que le pido es que me deje estar parada, invisible, a su lado. ¿Por qué? Porque estoy jodida del miedo, solo por eso.
Últimos días de agosto
Lo bueno de estar dando vueltas por los alrededores del mercado negro es que tengo a alguien de seguridad que podrá cuidarme las espaldas. ¿Lo malo? Que trabaja para la seguridad del otro bando. ¿Lo peor? Que todavía no llega, lo que me está impacientando, haciendo que camine sobre mis pies en el peldaño donde llevo parada como un poste inquieto desde hace media hora, con la capa de invisibilidad cubriéndome hasta las pestañas y avistando cada tanto al final de la calle para ver si Maeve se aparece. Mala idea sugerir que nos encontremos cuando le tocaba hacer su ronda por estos lares, ¿y si hubo disturbios por algún lado de los que tuvo que ocuparse? Supongo que me quedará hacer la compra sola, saliendo de la capa justo lo necesario para regatear la receta auténtica de una poción multijugos, así dejo de probar esos brebajes que saben peor que tilo calentado con medias sucias en una misma taza.
Con cada paso que doy, conquisto una confianza que un par de metros atrás no tenía, comienzo a creer que podré hacer esto sin quedar expuesta a ningún peligro y cuando llego al puesto donde los filtros están dispuestos con el mismo orden que aquel que vende licores en la acera, estoy segura que mi cabello castaño oscuro logrará darme un rostro muy distinto al que se ve en los carteles, así que me entretengo hablando un poco de más con el hombre que a su vez me presenta a su esposa y me muestran la receta por la que piden mis buenos ahorros, dentro de su oferta me “regalan” un frasco con un poco de poción multijugos para que lo pruebe. No sé si se considera regalo luego de todo lo que me cobraron con la poción. El de los licores es el primero en dar la alerta y cerrar sus cajas de madera para esconder las botellas, colocando arriba un par de macetas inofensivas. Dice algo sobre que vienen agentes a hacer un rastrillaje de la calle, se me cae el alma al piso, por suerte la capa la sigo teniendo doblada sobre mi brazo. Podría ponérmela sobre los hombros si no fuera porque la mujer tiene mi dinero en una mano y sigue teniendo la receta en la otra, así que tengo que pedirle con prisas que me entregue el papel así como el frasco de prueba, mientras ellos mismos se encargan de dejar a la vista solo las pócimas permitidas.
Me meto en el primer hueco en la pared que encuentro para guardar el papel en el bolsillo y en el nerviosismo de estar manipulando un trozo de tela, con cuidado que no se me caiga el frasco, el papel se escapa de mis dedos para terminar en medio de la calle. Esto no estaría pasando si las recetas de internet fueran confiables, ¡que no lo son! Saco medio cuerpo a la vista cuando ya distingo las primeras figuras de agentes pidiendo identificaciones a comerciantes y clientes, así como de personas que se dispersan en la calle por interrumpir sus compras, me sorprende ver a Olivia entre esos rostros y al verla pasar cerca le chisto con fuerza. —¡Ivy! ¡Por aquí!— le chisto desde el umbral que me da un espacio de veinte centímetros, con la espalda pegada a la pared, para quedar escondida. —Ivy, Ivy, ayúdame— ruego en susurros, —déjame quedarme contigo—. Me coloco la capa dejando mi cabeza fuera para mostrarle que lo único que le pido es que me deje estar parada, invisible, a su lado. ¿Por qué? Porque estoy jodida del miedo, solo por eso.
— ¡Earl, cuánto tiempo! — exclamo cuando me topo con el rostro envejecido de un hombre al que conozco desde hace tiempo, en medio del mercado a rebosar de gente y que es lo que me impide el haber dado marcha atrás al ver al mismo, porque digamos que la última vez que nos vimos no terminamos en muy buenos términos. Digamos también que le debo un favor, así como uno bien grande que nunca devolví y por el que no debería estar sonriéndole tan ampliamente, mucho menos golpear su hombro de esa manera amistosa con una de mis manos, porque es obvio por la expresión en su cara que no me recuerda especialmente bien. — ¿Todo bien con el... negocio? ¿Sí? ¿Qué tal la mujer? — murmuro un tropel de preguntas mientras doy unos pasos hacia atrás, viendo como el avanza sobre mí al gruñirme como si se tratara de un perro. Ah, no, el que gruñe es el perro que lleva consigo atado con una cuerda en no muy buen estado, de seguro lo tiene entrenado para perseguir a personas como yo. — Bueeeen chucho... — digo lentamente, dándome todavía más hacia atrás.
Por cosas como estas odio volver a este mercado. Aprovecho que queda un hueco entre el puesto que vende telas y el de frutas sin madurar para colarme entre ellos y emprender mi escapada tan pronto como se me permite, con un poco de suerte seguirme le costará unos cuantos segundos de reacción y, para cuando lo hace porque le veo por el rabillo del ojo, ya estoy en otra esquina completamente alejada de su ojo avizor como para que pueda avistar a donde he ido. Suspiro de alivio en mi pensamiento de que ha faltado poco para que eso se volviera una situación incómoda, probablemente turbia también, solo para meterme en otra cuando estiro el cuello y veo las capas de unos aurores aparecer por la entrada del mercado. ¿Qué más podría salir mal hoy? Con suerte llevo en mi bolsillo unas cuantas identificaciones que pueden servirme, que llevo utilizando desde mis inicios en las andanzas por los distritos del norte, así que con la suerte un poco de mi lado, no tendré problema en escabullirme con facilidad.
La naturalidad siempre gana a la sospecha, por lo que decido salir de mi escondite para caminar sin ninguna preocupación en la vida por la calle, escondiendo las manos en los bolsillos de mi chaqueta con aire desprevenido, apenas me fijo en que hay alguien que susurra mi nombre excesivamente alto. Mis cejas fruncidas es lo que primero delatan mi confusión cuando me giro hacia la esquina de la que proviene el sonido, aunque esa expresión no tarda mucho en cambiar por una sonrisa socarrona al distinguir la cabeza morena, que no suele ser morena, de Synnove Lackberg. — ¿Qué haces aquí? — ¿soy yo realmente la persona indicada para preguntar eso? — Estás muy lejos de casa, palomita — porque eso es lo que parece, una palomilla asustada — ¿No te han advertido de lo peligroso de que andes por aquí? Vamos, anda, bajo la capa, bajo la capa — la aliento con el movimiento de una de mis manos a meterse debajo de ella, que la defensa tiene ojos por todas partes y bien podrían estar observándonos. — Te agradecería que no me llamaras Ivy por aquí, no a muchos les agrada escuchar ese nombre por estas calles.
Por cosas como estas odio volver a este mercado. Aprovecho que queda un hueco entre el puesto que vende telas y el de frutas sin madurar para colarme entre ellos y emprender mi escapada tan pronto como se me permite, con un poco de suerte seguirme le costará unos cuantos segundos de reacción y, para cuando lo hace porque le veo por el rabillo del ojo, ya estoy en otra esquina completamente alejada de su ojo avizor como para que pueda avistar a donde he ido. Suspiro de alivio en mi pensamiento de que ha faltado poco para que eso se volviera una situación incómoda, probablemente turbia también, solo para meterme en otra cuando estiro el cuello y veo las capas de unos aurores aparecer por la entrada del mercado. ¿Qué más podría salir mal hoy? Con suerte llevo en mi bolsillo unas cuantas identificaciones que pueden servirme, que llevo utilizando desde mis inicios en las andanzas por los distritos del norte, así que con la suerte un poco de mi lado, no tendré problema en escabullirme con facilidad.
La naturalidad siempre gana a la sospecha, por lo que decido salir de mi escondite para caminar sin ninguna preocupación en la vida por la calle, escondiendo las manos en los bolsillos de mi chaqueta con aire desprevenido, apenas me fijo en que hay alguien que susurra mi nombre excesivamente alto. Mis cejas fruncidas es lo que primero delatan mi confusión cuando me giro hacia la esquina de la que proviene el sonido, aunque esa expresión no tarda mucho en cambiar por una sonrisa socarrona al distinguir la cabeza morena, que no suele ser morena, de Synnove Lackberg. — ¿Qué haces aquí? — ¿soy yo realmente la persona indicada para preguntar eso? — Estás muy lejos de casa, palomita — porque eso es lo que parece, una palomilla asustada — ¿No te han advertido de lo peligroso de que andes por aquí? Vamos, anda, bajo la capa, bajo la capa — la aliento con el movimiento de una de mis manos a meterse debajo de ella, que la defensa tiene ojos por todas partes y bien podrían estar observándonos. — Te agradecería que no me llamaras Ivy por aquí, no a muchos les agrada escuchar ese nombre por estas calles.
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—¿En serio quieres que responda esa pregunta ahora?— mi voz me sale estrangulada al murmurar esas palabras, cubriéndome las orejas con la capa y aun dejando mi rostro a la vista. Ser una charlatana que se desvía del tema en más de ocasión podría ser el defecto que me condene en este momento si es que tengo que poner a explicarle la razón de mi visita al mercado, a ver, ¿por dónde empiezo Ivy…? Resulta que hace un tiempo, me aparecí en la chimenea equivocada, en una casa del distrito cuatro… Si comienzo por ahí, que es donde considero correcto empezar, el rastrillaje de aurores habrá terminado y yo seguiré contando de cómo fuimos con Maeve a nadar en el mar. Y en serio, ella no quiere saber todo eso, así como yo tampoco preguntaré que hace aquí. Porque, ¡vamos! ¡Está claro que aquí es donde consigue sus pócimas embellecedoras! ¿Vieron su piel? No tiene ni un poro, no, no, su rostro no debe ser cosa de la naturaleza, porque la naturaleza a todos nos castiga con acné y las marcas que quedan luego, pero en Olivia no veo más que piel de seda. Las máscaras de huevo no bastan para tener una piel así, ¡yo lo sé!
Cubro toda mi cabeza con la capa y sigo hablándole en susurros. —¿Entonces cómo te llamo?— preguntó, por si las dudas, en mi estado invisible podría dejarme atrás y cómo haría entonces para volver con ella, necesito la compañía de alguien para que no me tiemblen las rodillas al tener a los aurores rondando tan cerca, ¡por Merlín! ¿Qué el mercado negro no era territorio de criminales y comerciantes ilegales? ¿Qué hacen aquí? Me ofenda como si fuera un avasallamiento de su parte, cuando en otro momento, fiel a mi educación de leyes en el Royal, hubiera dicho que este mercado era el que no debía estar instalado en pleno distrito. —Y espera, ¿¿por qué no quieren saber de ti?? ¿¿Qué hiciste??— cuchicheo cerca de su oído, mi cuerpo casi encima del suyo para que algunos transeúntes con la prisa del escape no me lleven por delante. Uno parece querer desaparecerse a unos pocos metros, sin conseguirlo, pues claro que no se iba a poder una vez que los aurores deciden cercar un área. —¿Robaste algo? ¿¿Mataste a alguien??— sí, culpa de los nervios que me muerden el estómago el que me ponga a parlotear.
Cubro toda mi cabeza con la capa y sigo hablándole en susurros. —¿Entonces cómo te llamo?— preguntó, por si las dudas, en mi estado invisible podría dejarme atrás y cómo haría entonces para volver con ella, necesito la compañía de alguien para que no me tiemblen las rodillas al tener a los aurores rondando tan cerca, ¡por Merlín! ¿Qué el mercado negro no era territorio de criminales y comerciantes ilegales? ¿Qué hacen aquí? Me ofenda como si fuera un avasallamiento de su parte, cuando en otro momento, fiel a mi educación de leyes en el Royal, hubiera dicho que este mercado era el que no debía estar instalado en pleno distrito. —Y espera, ¿¿por qué no quieren saber de ti?? ¿¿Qué hiciste??— cuchicheo cerca de su oído, mi cuerpo casi encima del suyo para que algunos transeúntes con la prisa del escape no me lleven por delante. Uno parece querer desaparecerse a unos pocos metros, sin conseguirlo, pues claro que no se iba a poder una vez que los aurores deciden cercar un área. —¿Robaste algo? ¿¿Mataste a alguien??— sí, culpa de los nervios que me muerden el estómago el que me ponga a parlotear.
— O cuando prefieras, palomita, si prisa no tengo, ¿tú sí? — alzo una ceja, sonriéndole de manera bravucona al ser ella quien ha pedido de mi ayuda y no del revés, cuando responde así a mi pregunta curiosa. Que no tiene por qué responderme, no soy exactamente la persona indicada para preguntarle a la gente qué hace con su tiempo libre, cuando yo no uso el mío de la manera más honesta posible, si tengo que ser sincera. Pero siendo que se encuentra en un aprieto por los aurores que se han aparecido en la esquina, y como no estamos como para invitarlos a tomar un té en el puesto de la vieja Phoenix que vaya a saber lo que les echa para dejarte colocado, creo que no se encuentra en una verdadera posición para reclamar. — Dudo que tengas una identificación falsa en el bolsillo, y las que tengo yo no te van a valer, así que mejor te quedas resguardadita bajo la capa y te quedas pegada a mí mientras encuentro un lugar por donde salir sin que seamos demasiado obvias — hubo una vez en que me acostumbré a hablar en susurros, así que volver a ponerlo en práctica no es algo que me cueste demasiado para cuando siseo en su dirección con intención de que solo ella pueda escucharme.
Tengo que camuflar el estar hablando con quién asume ser invisible con una sonrisa que tira de mis mejillas, saludando con la cabeza a las personas que pasan con un aspecto que no me haga parecer una loca, pero a este paso creo que el hablar solo sería considerado menos patológico en este lugar que el hecho de sonreír tan extrañamente. — Puedes llamarme... Willa, sí, Willa está bien — conocí a una mujer llamada así que no me caía demasiado bien, no me molestaría en lo absoluto que su nombre cayera en los oídos equivocados. — Creo que con que sepas que hay cierta gente a la que le debo favores es suficiente para que puedas hacerte una idea de por qué no soy bienvenida en algunos lugares — explico brevemente sin mucho interés en explayarme. Tomo un cambio de sentido hacia la izquierda cuando veo en el callejón la oportunidad de apartarnos de la muchedumbre, cosa que me permite hablarle con algo más de naturalidad y menos temor a ser vistas por alguien de alto rango. — ¡Pero mujer, mujer! Pasas de decir que soy una ladrona a una sicaria o asesina en serie, ¿no hay ningún punto en el medio? — intento bromear, pero la risa me sale más nerviosa de lo que me gustaría porque... — Bueno, sí, robé un par de cosas en su día, pero no es como si nadie no lo hubiera hecho ninguna vez, ¿o vas a decirme que viniste hasta aquí con una capa de invisibilidad porque tus intenciones eran nobles? — obviemos la parte de que su cara sale en carteles, nadie usa una capa de invisibilidad para hacer cosas buenas, creía que eso era un hecho. — Si por algo no quieres contarme qué viniste a hacer... — sí, soy cotilla, lo reconozco, pero luego no dirán que me pierdo de una y hasta donde yo sé, toda información es valiosa, no importa de quien venga.
Tengo que camuflar el estar hablando con quién asume ser invisible con una sonrisa que tira de mis mejillas, saludando con la cabeza a las personas que pasan con un aspecto que no me haga parecer una loca, pero a este paso creo que el hablar solo sería considerado menos patológico en este lugar que el hecho de sonreír tan extrañamente. — Puedes llamarme... Willa, sí, Willa está bien — conocí a una mujer llamada así que no me caía demasiado bien, no me molestaría en lo absoluto que su nombre cayera en los oídos equivocados. — Creo que con que sepas que hay cierta gente a la que le debo favores es suficiente para que puedas hacerte una idea de por qué no soy bienvenida en algunos lugares — explico brevemente sin mucho interés en explayarme. Tomo un cambio de sentido hacia la izquierda cuando veo en el callejón la oportunidad de apartarnos de la muchedumbre, cosa que me permite hablarle con algo más de naturalidad y menos temor a ser vistas por alguien de alto rango. — ¡Pero mujer, mujer! Pasas de decir que soy una ladrona a una sicaria o asesina en serie, ¿no hay ningún punto en el medio? — intento bromear, pero la risa me sale más nerviosa de lo que me gustaría porque... — Bueno, sí, robé un par de cosas en su día, pero no es como si nadie no lo hubiera hecho ninguna vez, ¿o vas a decirme que viniste hasta aquí con una capa de invisibilidad porque tus intenciones eran nobles? — obviemos la parte de que su cara sale en carteles, nadie usa una capa de invisibilidad para hacer cosas buenas, creía que eso era un hecho. — Si por algo no quieres contarme qué viniste a hacer... — sí, soy cotilla, lo reconozco, pero luego no dirán que me pierdo de una y hasta donde yo sé, toda información es valiosa, no importa de quien venga.
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—La verdad es que yo si tengo bastante prisa— a este punto no vale negarlo, reafirmarlo tampoco hará que mis pies vayan más rápido de lo que puede empujándole suavemente con mi mano en su espalda, mi brazo invisible gracias a la capa así que parecerá que es el viento lo que está alentándole a avanzar. —No tengo ninguna identificación porque no esperaba tener que usar ninguna— contesto, era un llegar, estar e irme del mercado sin llamar demasiado la atención, tener mi cabello más oscuro tendría que bastar para que no se me asocie al rostro pálido de los carteles, y entre el montón, esperaba perderme. La confianza hace falta para tomar riesgos como este, creer que todo saldrá bien, aunque todo se vaya al garete después, como no podía ser de otra forma. ¿Por qué cuando estoy con otras personas los problemas siempre pasan silbándonos, pero cuando estoy sola se vuelve un enredo del que no puedo salir? Literal, no puedo salir, las calles son un entrecruce de aurores, desearía ser un insecto más que invisible para escabullirme por algún hueco.
Si mantengo el silencio así como mi propio nerviosismo a raya, puedo cruzar al otro lado de cualquier cerco humano, mientras siga los pasos de Olivia y sus identificaciones falsas, que a todo esto… ¿por qué tiene identificaciones falsas? —¿Vienes muy seguido al mercado, Willa?— pregunto, sigo sin abordar el tema de lleno, me guardo el interrogante brutal de qué está haciendo aquí, asumo que nadie quiere revelar que su belleza se debe a pócimas, aunque lo de las identificaciones es un punto que no logro atar a este otro. —¿Favores? ¿Dinero?— no, claro que no, favores son favores, dinero son dinero. Ok, esto no tiene nada que ver con pócimas. —El punto medio es que te hayas metido con un capo de la mafia— respondo por tener mis pensamientos en la punta de la lengua, —¿¿te metiste con el capo de una mafia??—. Siento que la Olivia que conocí detrás del escritorio en la oficina de Ken, es una Olivia muy distinta a la que vengo a toparme en el mercado. Robo es algo que puedo dejar pasar con un asentimiento de cabeza, los pocos meses en el distrito cinco me pusieron al tanto de las profesiones vigentes en estas calles y no había nada de pulcros abogados, ni maestros de vocación.
—Solo vine a comprar una poción— apenas lo digo me doy cuenta de la ironía de que pensaba que era su razón. —Todas van y vienen del mercado, no pensé que fuera a pasar algo como esto— que tal vez es nada, algo que podremos dejar atrás con la mayor discreción, pero cuando una sabe que está en falta y que está cataloga como enemigo del gobierno, lo mínimo también implica un riesgo al que tener miedo. Al menos yo, todavía estoy familiarizada con ese sentimiento. —Estos son los momentos en que hubiera deseado nacer con un cuarto más de sangre veela, pero no, claro, la sangre ya se agotó cuando llegó a mí…— refunfuño. —Iv… Willa, creo que ese auror viene hacia aquí…— susurro sobre su oído poniéndome rígida debajo de la carta. —¿Y tú que andas haciendo por aquí, por cierto?— pregunto ya que ella lo hizo.
Si mantengo el silencio así como mi propio nerviosismo a raya, puedo cruzar al otro lado de cualquier cerco humano, mientras siga los pasos de Olivia y sus identificaciones falsas, que a todo esto… ¿por qué tiene identificaciones falsas? —¿Vienes muy seguido al mercado, Willa?— pregunto, sigo sin abordar el tema de lleno, me guardo el interrogante brutal de qué está haciendo aquí, asumo que nadie quiere revelar que su belleza se debe a pócimas, aunque lo de las identificaciones es un punto que no logro atar a este otro. —¿Favores? ¿Dinero?— no, claro que no, favores son favores, dinero son dinero. Ok, esto no tiene nada que ver con pócimas. —El punto medio es que te hayas metido con un capo de la mafia— respondo por tener mis pensamientos en la punta de la lengua, —¿¿te metiste con el capo de una mafia??—. Siento que la Olivia que conocí detrás del escritorio en la oficina de Ken, es una Olivia muy distinta a la que vengo a toparme en el mercado. Robo es algo que puedo dejar pasar con un asentimiento de cabeza, los pocos meses en el distrito cinco me pusieron al tanto de las profesiones vigentes en estas calles y no había nada de pulcros abogados, ni maestros de vocación.
—Solo vine a comprar una poción— apenas lo digo me doy cuenta de la ironía de que pensaba que era su razón. —Todas van y vienen del mercado, no pensé que fuera a pasar algo como esto— que tal vez es nada, algo que podremos dejar atrás con la mayor discreción, pero cuando una sabe que está en falta y que está cataloga como enemigo del gobierno, lo mínimo también implica un riesgo al que tener miedo. Al menos yo, todavía estoy familiarizada con ese sentimiento. —Estos son los momentos en que hubiera deseado nacer con un cuarto más de sangre veela, pero no, claro, la sangre ya se agotó cuando llegó a mí…— refunfuño. —Iv… Willa, creo que ese auror viene hacia aquí…— susurro sobre su oído poniéndome rígida debajo de la carta. —¿Y tú que andas haciendo por aquí, por cierto?— pregunto ya que ella lo hizo.
Echo el aire por la boca en una media sonrisa ladeada al suspirar, que puedo deducir por qué tiene tanta prisa y no es algo que me lleve demasiado trabajo neuronal, si uno se fija detenidamente en los ojos claros grabados en uno de los carteles por los que pasamos al cruzar un callejón, se daría cuenta de que estos no mienten al posarlos sobre los de la chica antes de resguardarse bajo la capa invisible. Merodear por estas callejuelas me hace parecer menos psicópata al hablarle a la propia pared, no es raro encontrarse con personas mal de la cabeza, desquiciadas por el hambre y la enfermedad, lo que hace de este distrito un lugar poco apropiado para una chiquita como ella. — Buen punto, aquí a nadie le interesan demasiado los nombres, solo lo que puedas tener entre tus bolsillos y si puedes darle algo a cambio de un poco de bazofia. Por eso te diría que no te fíes mucho de lo que encuentres en el mercado, la mitad de productos vienen de gente que solo se preocupa de colarte una buena historia para que lo compres, no dejes que te engañen tan fácilmente, esto es territorio de mentirosos y más que reconocer una buena mentira, te sería más útil buscar una verdad — me incluyo entre ellos, el ejemplo más claro lo tengo en que no estaría donde estoy si no fuera por esas habilidades aprendidas en estas mismas calles.
Alzo una ceja en su dirección, a pesar de no poder analizar la expresión de su rostro al hacer esa pregunta, el tono que utiliza en su voz me es suficiente para adivinar lo que quiere saber sin necesidad de preguntarlo directamente. — No, pero no todos los que estamos ahora en el nueve procedemos de la capital o distritos ricos, algunos venimos de la zona menos agraciada del país y todavía tenemos cuentas pendientes con la parte que quedó de nosotros aquí — no lo hago algo personal, incluso cuando estoy hablando desde mi propia experiencia, sé a ciencia cierta que no soy la única residente del distrito nueve y tres cuartos que no la ha tenido tan fácil como esta chica de mejillas rosadas y piel blanca como la nieve, el puro retrato de una joven criada entre paños de seda. Aunque no soy crítica al adjudicarle estos prejuicios, en su lugar le doy mérito por encontrarse en este lugar, y no salir espantada de él a la primera oportunidad. — Tampoco me metí con el capo de una mafia. Las personas que vienen de fuera tienen esa tendencia a asumir que todo lo que se hace aquí son cosas que tienen que ver con delitos y faltas a la ley, pero muchos solo tratamos de sobrevivir durante nuestra estadía en el norte. No es un lugar bonito donde vivir, no quieres pasar más tiempo del necesario entre estas calles, terminas haciendo lo que tienes que hacer para llegar al día siguiente y muchas veces eso no tiene nada de agradable — digo, saliéndome un poco de mi actitud habitual al hablar de forma más seria.
Me río por esa visión ingenua que tiene acerca de las personas que vienen aquí, lo que me hace reír entre dientes como si estuviera tratando con un niño inocente que todavía no tiene ningún panorama sobre cómo es de verdad el mundo. — Las personas que van y vienen del mercado, suelen conocer muy bien el mercado — no sé si me he explicado con eso, pero la sonrisa que le dedico asume que sí — Saben por donde moverse y cuándo es momento de desaparecer, no necesariamente bajo una capa de invisibilidad, la mayoría aprendió hace mucho tiempo a hacerse invisible sin tener que hacer uso de una — algunas personas, es una tarea que hacen demasiado bien. — Mantente cerca y no hables — corto en medio de mi discurso para tratar de moverla hacia un lado de la pared, sin chocarme con sus pies invisibles mientras nos alejo del auror que aparece en la otra punta y al final del pasadizo. — Segunda regla del norte: no le digas a nadie lo que viniste a hacer el norte, tus asuntos son tus asuntos, y no necesitas a nadie metiendo el morro en lo que no les compete — advierto, corrigiéndola sobre su error anterior al delatar sus intenciones con la simpleza de haber visto una cara conocida como lo es la mía.
Alzo una ceja en su dirección, a pesar de no poder analizar la expresión de su rostro al hacer esa pregunta, el tono que utiliza en su voz me es suficiente para adivinar lo que quiere saber sin necesidad de preguntarlo directamente. — No, pero no todos los que estamos ahora en el nueve procedemos de la capital o distritos ricos, algunos venimos de la zona menos agraciada del país y todavía tenemos cuentas pendientes con la parte que quedó de nosotros aquí — no lo hago algo personal, incluso cuando estoy hablando desde mi propia experiencia, sé a ciencia cierta que no soy la única residente del distrito nueve y tres cuartos que no la ha tenido tan fácil como esta chica de mejillas rosadas y piel blanca como la nieve, el puro retrato de una joven criada entre paños de seda. Aunque no soy crítica al adjudicarle estos prejuicios, en su lugar le doy mérito por encontrarse en este lugar, y no salir espantada de él a la primera oportunidad. — Tampoco me metí con el capo de una mafia. Las personas que vienen de fuera tienen esa tendencia a asumir que todo lo que se hace aquí son cosas que tienen que ver con delitos y faltas a la ley, pero muchos solo tratamos de sobrevivir durante nuestra estadía en el norte. No es un lugar bonito donde vivir, no quieres pasar más tiempo del necesario entre estas calles, terminas haciendo lo que tienes que hacer para llegar al día siguiente y muchas veces eso no tiene nada de agradable — digo, saliéndome un poco de mi actitud habitual al hablar de forma más seria.
Me río por esa visión ingenua que tiene acerca de las personas que vienen aquí, lo que me hace reír entre dientes como si estuviera tratando con un niño inocente que todavía no tiene ningún panorama sobre cómo es de verdad el mundo. — Las personas que van y vienen del mercado, suelen conocer muy bien el mercado — no sé si me he explicado con eso, pero la sonrisa que le dedico asume que sí — Saben por donde moverse y cuándo es momento de desaparecer, no necesariamente bajo una capa de invisibilidad, la mayoría aprendió hace mucho tiempo a hacerse invisible sin tener que hacer uso de una — algunas personas, es una tarea que hacen demasiado bien. — Mantente cerca y no hables — corto en medio de mi discurso para tratar de moverla hacia un lado de la pared, sin chocarme con sus pies invisibles mientras nos alejo del auror que aparece en la otra punta y al final del pasadizo. — Segunda regla del norte: no le digas a nadie lo que viniste a hacer el norte, tus asuntos son tus asuntos, y no necesitas a nadie metiendo el morro en lo que no les compete — advierto, corrigiéndola sobre su error anterior al delatar sus intenciones con la simpleza de haber visto una cara conocida como lo es la mía.
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Puedo reconocer este momento por lo que es, la aparición repentina de alguien con más camino hecho por estos lares, como para explicarme las reglas con las que se maneja esta gente y me hace sentir una crédula. Yo desconfiando de lo que podría encontrar en internet sobre pociones multijugos, pagándole con gusto a un matrimonio por una receta, que quizás ni siquiera son un matrimonio, ¡vaya a saberse! El norte me hará sentir toda la vida que no pertenezco a estos lugares, mucho menos comprenderlo, así como no creo que se me haga fácil volver al Capitolio algún día, no tengo marcado ese día en mi calendario si tengo que ser honesta. —¿En serio no se puede confiar en nadie?— puesta aquí mi pregunta más infantil, —¿por qué la gente tiene que estar todo el tiempo embaucando a otros?— bufo, que actitud de mierda. Es el clásico del vecino llevando a su perro a echar su mierda en el jardín aledaño, pero trasladada esa situación a todas las facetas de la vida. Me colma la paciencia en ocasiones, que de todo se haga una oportunidad para cagarse en el otro.
Olivia no lo dice con esa intención, lo suyo es solo un comentario para marcar diferencias entre distritos, y aquí es cuando lo tomo como el rapapolvo necesario a mis pensamientos, los cuáles son sacudidos de manera que cuando vuelven a acomodarse en donde estaban, la sonrisa que trato de mostrar es la misma mueca de alguien que se comió un sapo, pero lo disimula, y siento que por dentro ese sapo está creciendo. Yo había pensado que había dejado atrás esos discursos que Kendrick me había advertido que no se puede aplicar sobre todo y todos, Mimi no es tan explícita al decírmelo, pero ella también ve el mundo de una manera muy distinta y quizás hasta opuesta a como lo veo yo. —Si eres bruja, y hasta donde yo sé, no eres una criatura mágica. ¿Por qué vivías en el norte?—. ¡Ya sé! ¡Ya sé! ¡No es momento para ponernos al tanto de la vida de la otra! No cuando soy una voz susurrada en el aire por la capa que me cubre entera, invisible en todo el sentido literal de esta palabra, desconozco que otros modos conoce Ivy para conseguir el mismo efecto.
Aprieto mi boca para no decir palabra cuando pide que me calle, pero ella misma es tan o más charlata que yo, se me hace difícil escucharla sin querer contestarle, en tanto continúa instruyéndome sobre las maneras de moverse por el mercado y evadir el control de los aurores. Se me escapa un suspiro de alivio cuando veo que el auror pasa de nosotras o de Ivy, quizás no la ha visto como alguien a quien molestar, y estoy retirando los bordes de la capucha sobre mi rostro para hablarle, cuando la figura que aparece en el extremo final del callejón hace que me quede paralizada. Su perfil la muestra mirando hacia el frente, ruego por dentro que siga caminando, y mis dioses deberán andar en un juego de generala, que ninguno está pendiente hoy, porque la veo detenerse, ¡allí! —¿Esa no es la licántropo del ministerio?— pregunto con mi voz agónica. Y ni siquiera respiro cuando la veo girar su rostro hacia nosotras.
Olivia no lo dice con esa intención, lo suyo es solo un comentario para marcar diferencias entre distritos, y aquí es cuando lo tomo como el rapapolvo necesario a mis pensamientos, los cuáles son sacudidos de manera que cuando vuelven a acomodarse en donde estaban, la sonrisa que trato de mostrar es la misma mueca de alguien que se comió un sapo, pero lo disimula, y siento que por dentro ese sapo está creciendo. Yo había pensado que había dejado atrás esos discursos que Kendrick me había advertido que no se puede aplicar sobre todo y todos, Mimi no es tan explícita al decírmelo, pero ella también ve el mundo de una manera muy distinta y quizás hasta opuesta a como lo veo yo. —Si eres bruja, y hasta donde yo sé, no eres una criatura mágica. ¿Por qué vivías en el norte?—. ¡Ya sé! ¡Ya sé! ¡No es momento para ponernos al tanto de la vida de la otra! No cuando soy una voz susurrada en el aire por la capa que me cubre entera, invisible en todo el sentido literal de esta palabra, desconozco que otros modos conoce Ivy para conseguir el mismo efecto.
Aprieto mi boca para no decir palabra cuando pide que me calle, pero ella misma es tan o más charlata que yo, se me hace difícil escucharla sin querer contestarle, en tanto continúa instruyéndome sobre las maneras de moverse por el mercado y evadir el control de los aurores. Se me escapa un suspiro de alivio cuando veo que el auror pasa de nosotras o de Ivy, quizás no la ha visto como alguien a quien molestar, y estoy retirando los bordes de la capucha sobre mi rostro para hablarle, cuando la figura que aparece en el extremo final del callejón hace que me quede paralizada. Su perfil la muestra mirando hacia el frente, ruego por dentro que siga caminando, y mis dioses deberán andar en un juego de generala, que ninguno está pendiente hoy, porque la veo detenerse, ¡allí! —¿Esa no es la licántropo del ministerio?— pregunto con mi voz agónica. Y ni siquiera respiro cuando la veo girar su rostro hacia nosotras.
Su reflexión me lleva a deshacerme del aire en mis pulmones con un suspiro profundo, ese mismo que le deja comprender lo inocente que está siendo al pensar de esa manera —Tienes mucho que aprender sobre el mundo todavía, palomita, en especial si planeas moverte por estos terrenos con frecuencia. Es mejor que no pongas expectativas tan altas en las personas, en su mayoría no harán otra cosa que decepcionarte— le aconsejo, de nuevo, es mi forma de ver el mundo desde la perspectiva de alguien que no ha recibido demasiado desde que tiene uso de razón. Mi familia nunca tuvo mucho dinero, y el que tenía ni siquiera se podía considerar limpio, con un padre que se dedicaba a robar monedas antes de utilizarlas para comprar alimento que poner en la mesa. Lo que le estoy diciendo en realidad, sin llegar a hacerlo de manera indiscreta, es que se cuide de personas como yo, solo así se ahorrará muchas frustraciones y engaños, tal y como de acabar en un callejón sin salida que no la lleve a ninguna parte y con más de una deuda pendiente en el bolsillo. Solo Dios sabe que así es como terminan todos los Holenstein, en proceso estoy de que me ocurra lo mismo si no soy más lista que mi padre o que mi propio hermano.
La risa se repite entre mis labios cuando vuelve a hacer una suposición tan abierta, reduciendo la población del norte a muggles y criaturas, como si fueran los únicos que habitan entre estas calles. —El norte no es exclusivo de humanos y bestias, te sorprenderías de conocer el tipo de personas que terminan vagando por aquí, son mucho más que simples repudiados o criminales, también los hay que tuvieron la mala suerte de acabar en este lugar no por elección, sino porque otros los arrastraron hasta aquí.— se me borra la sonrisa que me produjo su interpretación al decirlo, hasta podría decirse que se me ensombrece un poco la mirada a causa de la explicación que me hace rememorar momentos específicos. —Pero mi razón de estar en el norte es lejos de ser una equivocación, es el lugar donde nací, muchos dicen que siempre terminamos volviendo a los sitios en donde crecimos— musito, no muy segura de hacerlo con nostalgia, pero el comentario queda.
Más concentrada en la charleta que en el camino en sí, conozco de este pasadizo como para saber que no suelen atravesarlo aurores de pacotilla que han enviado directamente del Capitolio, quienes solo por no manchar sus botas no se meterían por un terreno como este, no espero que asome la cabeza morena de una persona que conozco, pero no necesariamente por sus recientes apariciones en televisión, sino de otros tiempos. —Ah, carajo, bajo la capa, ¡ya!— exclamo, no lo suficientemente alto como para que desde la otra punta me escuche la morena, pero sí como aviso a mi acompañante de que esto no es ninguna tontería. Como ya no podemos dar marcha atrás, lo único que puedo hacer es seguir caminando hacia delante, así que no demoro mis pasos al rezar porque no haya visto una sombra de más moverse cerca de mí. —Vaya, vaya, dichosos los ojos, Rebecca, ¿qué haces tú por aquí? Creía que tu actual puesto como ministra te habría relevado de tener que poner pie en este lugar— formulo en el falso tono de amistad que se lleva en el norte. No somos enemigas, pero tampoco amigas, como bien le dije una vez, podemos dejarlo en conocidas con intereses comunes, o al menos hasta hacía un tanto.
La risa se repite entre mis labios cuando vuelve a hacer una suposición tan abierta, reduciendo la población del norte a muggles y criaturas, como si fueran los únicos que habitan entre estas calles. —El norte no es exclusivo de humanos y bestias, te sorprenderías de conocer el tipo de personas que terminan vagando por aquí, son mucho más que simples repudiados o criminales, también los hay que tuvieron la mala suerte de acabar en este lugar no por elección, sino porque otros los arrastraron hasta aquí.— se me borra la sonrisa que me produjo su interpretación al decirlo, hasta podría decirse que se me ensombrece un poco la mirada a causa de la explicación que me hace rememorar momentos específicos. —Pero mi razón de estar en el norte es lejos de ser una equivocación, es el lugar donde nací, muchos dicen que siempre terminamos volviendo a los sitios en donde crecimos— musito, no muy segura de hacerlo con nostalgia, pero el comentario queda.
Más concentrada en la charleta que en el camino en sí, conozco de este pasadizo como para saber que no suelen atravesarlo aurores de pacotilla que han enviado directamente del Capitolio, quienes solo por no manchar sus botas no se meterían por un terreno como este, no espero que asome la cabeza morena de una persona que conozco, pero no necesariamente por sus recientes apariciones en televisión, sino de otros tiempos. —Ah, carajo, bajo la capa, ¡ya!— exclamo, no lo suficientemente alto como para que desde la otra punta me escuche la morena, pero sí como aviso a mi acompañante de que esto no es ninguna tontería. Como ya no podemos dar marcha atrás, lo único que puedo hacer es seguir caminando hacia delante, así que no demoro mis pasos al rezar porque no haya visto una sombra de más moverse cerca de mí. —Vaya, vaya, dichosos los ojos, Rebecca, ¿qué haces tú por aquí? Creía que tu actual puesto como ministra te habría relevado de tener que poner pie en este lugar— formulo en el falso tono de amistad que se lleva en el norte. No somos enemigas, pero tampoco amigas, como bien le dije una vez, podemos dejarlo en conocidas con intereses comunes, o al menos hasta hacía un tanto.
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El fastidio que surge de mis entrañas trato de ignorarlo, en años he aprendido que mis emociones no deben tomar las decisiones que salen de mi boca y que mucho en la vida pasa por retirar la mirada de lo que está bajo nuestros ojos, incluso si retienen tu barbilla para que lo mires, provocándote, debes mentir diciendo que no has visto nada. Podría pasar de largo a los aurores que veo haciendo un control holgazán del distrito doce, una cosa es que ellos también tengan en claro la norma anterior, otra es que sean cómplices alevosos por tomarse el trabajo como un par de horas de rascarse la barriga y arruguen con indiferencia su uniforme, de por sí ya muy criticado. La razón de que mis pies se hayan puesto en este distrito no es algo que vaya a compartir con cualquiera, y por supuesto, que ese par de aurores no serán ni los primeros, ni los últimos en decir que es sorpresa verme por ahí. También lo dicen los dos o tres aurores más que convocamos para hacer un control en forma de lo que se está vendiendo en estos recovecos sucios del mercado, dejo que sean ellos quienes se distribuyan las calles y yo tomo la que convenientemente me lleva al umbral derruido de un viejo contacto.
Pocas veces creo en la suerte, el que me cruce Olivia Holenstein en mi camino podría ser tomado como tal, la cuestión con la suerte es que puede ser buena o mala en sí misma, ambas a la vez. La repaso de pies a cabeza para comprobar su estado, nunca se la vio mal en el norte porque sabía conseguirse el sustento, pero de cara se la ve en mejor condición que nunca. —La sorpresa es mía de verte por estos lados, luego de que me dijeran que tenías domicilio en el rebelde distrito nueve— la saludo al andar hacia ella con pasos lentos, —consulté por ti hace un tiempo y me dijeron que también seguiste el sueño de la fiebre de oro como sucedió con otros norteños. ¿Encontraste tu granito de oro, Ivy?— pregunto con una sonrisa tirante, que no la juzga, ni la condena, como mucho se extraña de esa actitud de ella por tomar ¿el camino decente hacia una vida mejor? Es una niña que aprendió pronto las reglas de estos distritos, me llama la atención que pueda vivir por fuera de un ecosistema que es en el que respira. —¿Qué me dices, Ivy? ¿Nuestras actuales posiciones nos impiden tener una conversación de viejas conocidas?— musito en voz baja cuando mi cuerpo se acerca al suyo para inclinarme sobre su oído. —¿También le rezas a Black o solo estás ahí para servirte de algunas monedas que le dejan al mártir en su altar?— pregunto para saber si es posible que una chica como ella se haya purificado por dentro y colocado sobre sus hombros ese manto de oveja que a los del distrito nueve les gusta enseñar para ocultar sus manchas.
Pocas veces creo en la suerte, el que me cruce Olivia Holenstein en mi camino podría ser tomado como tal, la cuestión con la suerte es que puede ser buena o mala en sí misma, ambas a la vez. La repaso de pies a cabeza para comprobar su estado, nunca se la vio mal en el norte porque sabía conseguirse el sustento, pero de cara se la ve en mejor condición que nunca. —La sorpresa es mía de verte por estos lados, luego de que me dijeran que tenías domicilio en el rebelde distrito nueve— la saludo al andar hacia ella con pasos lentos, —consulté por ti hace un tiempo y me dijeron que también seguiste el sueño de la fiebre de oro como sucedió con otros norteños. ¿Encontraste tu granito de oro, Ivy?— pregunto con una sonrisa tirante, que no la juzga, ni la condena, como mucho se extraña de esa actitud de ella por tomar ¿el camino decente hacia una vida mejor? Es una niña que aprendió pronto las reglas de estos distritos, me llama la atención que pueda vivir por fuera de un ecosistema que es en el que respira. —¿Qué me dices, Ivy? ¿Nuestras actuales posiciones nos impiden tener una conversación de viejas conocidas?— musito en voz baja cuando mi cuerpo se acerca al suyo para inclinarme sobre su oído. —¿También le rezas a Black o solo estás ahí para servirte de algunas monedas que le dejan al mártir en su altar?— pregunto para saber si es posible que una chica como ella se haya purificado por dentro y colocado sobre sus hombros ese manto de oveja que a los del distrito nueve les gusta enseñar para ocultar sus manchas.
Sienta sus palabras como un golpe en la boca del estómago, sé algo sobre expectativas altas, era la regla con la que solía medirme mi madre mientras crecía, y a mi manera, también desarrollé expectativas hacia ella que me llevaron a una frustración rotunda. Ivy no miente sobre el peligro de poner expectativas en algo, es casi inconsciente esperar cosas de los demás, y aún más inconsciente el no vernos nunca satisfechos, en lo más simple. Deseo de cosas imposibles, todo el tiempo, un rasgo que se me acentúa cuando a mi alrededor hay personas que me inspiran confianza y el lugar que habito da lugar a la esperanza, al menos en el Capitolio, el vértigo de esa vida aséptica y de anónimos, me imponía pensar con una mentalidad más fría, anulando muchas de los anhelos que al día de hoy tengo a flor de piel. Y una buena zurra, como la que me da Ivy con sus dichos, me devuelve el sentido de la realidad. Da ganas de soltar un «auch», que guardo detrás de mis labios apretados.
El norte ha sido destino de exilio para muchos, coincido con ella en que excede a humanos y bestias, pero mi caso no goza de comparación alguna con la de muchas otras personas que nunca hubieran venido a estos distritos por elección. Estoy tan acostumbrada a escuchar que todos alguna vez vivieron en otro lugar, que esta fue una parada obligada entre lo que fue su hogar y fronteras que permanecen cerradas, que me sorprende escuchar que alguien de la edad de Ivy haya nacido aquí. Mis preguntas sobre su vida quedarán para después, me trago mi voz cuando tenemos a la ministra de Defensa a pasos de nosotras, creo que la he perdido para siempre cuando escucho el saludo de Ivy. He perdido la voz, la vida, el alma. No hay manera de que pueda respirar cerca de una licántropo y que no sé de cuenta de mi presencia, por muy invisible que me haga esta capa. Estoy helada en mi lugar, incapaz de mover siquiera las pestañas, y es cuando la veo arrimarse a Ivy que tomo una decisión: escapar. Su cuerpo queda tan cerca del mío, que puedo notar el tono de sus ojos, y tomo una segunda decisión suicida: tiro de un cabello negro que queda flotando detrás de su oreja al dar el primer paso que me aleje de ellas. Tiro de ese pelo con la punta de mis dedos y toda la delicadeza que puedo tener, y echo a correr para poner distancia, dejándolas en esa charla de la que no me interesa ser parte porque me interesa más huir, será cosa de mi instinto de conejo ante el lobo.
El norte ha sido destino de exilio para muchos, coincido con ella en que excede a humanos y bestias, pero mi caso no goza de comparación alguna con la de muchas otras personas que nunca hubieran venido a estos distritos por elección. Estoy tan acostumbrada a escuchar que todos alguna vez vivieron en otro lugar, que esta fue una parada obligada entre lo que fue su hogar y fronteras que permanecen cerradas, que me sorprende escuchar que alguien de la edad de Ivy haya nacido aquí. Mis preguntas sobre su vida quedarán para después, me trago mi voz cuando tenemos a la ministra de Defensa a pasos de nosotras, creo que la he perdido para siempre cuando escucho el saludo de Ivy. He perdido la voz, la vida, el alma. No hay manera de que pueda respirar cerca de una licántropo y que no sé de cuenta de mi presencia, por muy invisible que me haga esta capa. Estoy helada en mi lugar, incapaz de mover siquiera las pestañas, y es cuando la veo arrimarse a Ivy que tomo una decisión: escapar. Su cuerpo queda tan cerca del mío, que puedo notar el tono de sus ojos, y tomo una segunda decisión suicida: tiro de un cabello negro que queda flotando detrás de su oreja al dar el primer paso que me aleje de ellas. Tiro de ese pelo con la punta de mis dedos y toda la delicadeza que puedo tener, y echo a correr para poner distancia, dejándolas en esa charla de la que no me interesa ser parte porque me interesa más huir, será cosa de mi instinto de conejo ante el lobo.
Todo lo que pido en este momento es que la palomita sepa mantener la boca cerrada, no solo eso, que hasta su respiración se vuelva inexistente por los minutos que le tome buscar una salida de este callejón mientras se me releva a mí la tarea de mantener a nuestra acompañante ocupada. Nunca vi a Rebecca como una persona de charlas, más bien de acciones, así que no dudo que tome la oportunidad para lanzar alguna que otra pulla que haga de esto algo más ameno para ella. —¿Oh, de veras? ¿Consultaste por mí?— se me hace inevitable no repetirlo, arqueando mis cejas por la ironía de que alguien que ocupa un puesto como ministra se dedique a preguntar por espíritus extraviados como lo es el mío —¿Debo sentirme halagada por esa muestra de consideración o es solo tu manera de seguir manejando los hilos del norte a pesar de que no te es estrictamente necesario, dada tu posición actual?— sonrío. No importa los lugares a dónde escale, entre ella y yo siempre existirá esta relación de a dos en la que si ella pica, yo lo haré el doble. No he sido ni seré nunca la clase de persona que se doblega a alguien solo porque tenga poder, me hace falta algo más que eso para pronunciar mis respetos, porque ante todo la primera a quien le debo eso es a mí misma, como para permitir que cualquier me pase por encima, con o sin título en el uniforme.
—Podría decir lo mismo de ti, tú también dejaste el norte en búsqueda de algo mejor que las ratas del norte, no necesito preguntarte para saber que sí encontraste más que una mina de oro— señalo con mi barbilla la placa que brilla desde mi posición y gracias a la luz que se cuela por uno de los edificios es que puedo ver el apellido que yo procuré escribir con esmero en unos papeles que a día de hoy sigue usando. —¿La llevas con orgullo o es pura apariencia mediática?— nunca perdimos las apariencias en el norte, siempre éramos quiénes teníamos que ser, en el momento preciso, en el lugar adecuado, dudo mucho que haya dejado esas mañas solo por cambiar de pasillo. Ahora se la ve entre estas calles como una vieja amiga, pero no espero que me diga que cambiaría sus amplios pasillos de mansión para volver aquí. —Al final todos nos aferramos a lo que nos mantenga con vida, ¿no es eso? El instinto de supervivencia del norte nos hace recurrir a toda clase de cambios— digo, sin decir nada en realidad, que no estoy por ponerme a contarle mi vida en prosa y en verso, mucho menos mis motivaciones detrás de instalarme en el distrito nueve y tres cuartos.
Tan pronto la tengo a unos metros de distancia como se mueve cual serpiente para aparecerse cerca de mi oído, sus susurros podrían decirse que me erizan la piel, pero no necesariamente por sus palabras, sino por la manera de formularas, con esa voz siseante. —Pues claro que no, Becca, las dos conocemos bien que por aquí se mueven mucho más que parias y ladrones, como para rechazar la visita de alguien con estatus— en el fondo, sigo regodeándome, en especial cuando lo siguiente me hace soltar una carcajada que se repite en todo el callejón en un eco molesto para otros —El día que yo le rece a algo, Black o no Black, arderá la bandera de Neopanem sobre tu cabeza— no necesariamente la suya, pero es el primer ejemplo que encuentro al ser quien pregunta por mis decisiones tomadas. —Creo que no eres precisamente a quién iría a contarle mis motivos, pero no porque seas la ministra del presidente, para nada... Te dije una vez que no éramos amigas, pero tampoco te considero una enemiga, ¿lo eres ahora que te has pasado al lado de los ricos y favorecidos?— le devuelvo la pregunta, sin apenas apartarme de su lado a pesar de girar la cabeza hacia ella.
—Podría decir lo mismo de ti, tú también dejaste el norte en búsqueda de algo mejor que las ratas del norte, no necesito preguntarte para saber que sí encontraste más que una mina de oro— señalo con mi barbilla la placa que brilla desde mi posición y gracias a la luz que se cuela por uno de los edificios es que puedo ver el apellido que yo procuré escribir con esmero en unos papeles que a día de hoy sigue usando. —¿La llevas con orgullo o es pura apariencia mediática?— nunca perdimos las apariencias en el norte, siempre éramos quiénes teníamos que ser, en el momento preciso, en el lugar adecuado, dudo mucho que haya dejado esas mañas solo por cambiar de pasillo. Ahora se la ve entre estas calles como una vieja amiga, pero no espero que me diga que cambiaría sus amplios pasillos de mansión para volver aquí. —Al final todos nos aferramos a lo que nos mantenga con vida, ¿no es eso? El instinto de supervivencia del norte nos hace recurrir a toda clase de cambios— digo, sin decir nada en realidad, que no estoy por ponerme a contarle mi vida en prosa y en verso, mucho menos mis motivaciones detrás de instalarme en el distrito nueve y tres cuartos.
Tan pronto la tengo a unos metros de distancia como se mueve cual serpiente para aparecerse cerca de mi oído, sus susurros podrían decirse que me erizan la piel, pero no necesariamente por sus palabras, sino por la manera de formularas, con esa voz siseante. —Pues claro que no, Becca, las dos conocemos bien que por aquí se mueven mucho más que parias y ladrones, como para rechazar la visita de alguien con estatus— en el fondo, sigo regodeándome, en especial cuando lo siguiente me hace soltar una carcajada que se repite en todo el callejón en un eco molesto para otros —El día que yo le rece a algo, Black o no Black, arderá la bandera de Neopanem sobre tu cabeza— no necesariamente la suya, pero es el primer ejemplo que encuentro al ser quien pregunta por mis decisiones tomadas. —Creo que no eres precisamente a quién iría a contarle mis motivos, pero no porque seas la ministra del presidente, para nada... Te dije una vez que no éramos amigas, pero tampoco te considero una enemiga, ¿lo eres ahora que te has pasado al lado de los ricos y favorecidos?— le devuelvo la pregunta, sin apenas apartarme de su lado a pesar de girar la cabeza hacia ella.
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Bocona. Olivia Holenstein siempre ha sido una bocona, no del tipo charlatán como su hermano, sino con una boca suelta que responde a los demás como si gozara del puto estatus de princesa del norte, su porte pretende imitar a las niñas más aristocráticas del Capitolio, luego de haber dormido como cualquiera de nosotros en colchones con pulgas. Me habla como si su barbilla pudiera estar a la altura de la mía en cuanto a arrogancia, mi uniforme actual no la hace retraerse, más bien la envalentona para querer demostrar que no se empequeñece ante nada. —¿Por qué me hablas como si esperaras que algo hubiera cambiado en mí? ¿Crees que soy otra persona ahora, Ivy?— pregunto, mordaz. Su cara, así como debe serlo la mía para ella, es el espejo que me recuerda que sigo siendo la misma mujer que puede caminar entre estos callejones a ojos cerrados, porque los he recorrido en mi noches carentes de lucidez y me manché en la sangre que goteó de mis garras al suelo. Este es mi territorio, las palabras con las que pretende morderme son la bienvenida.
Bajo mis ojos a la placa que me señala, al apellido que le robé a mi madre de sus recuerdos, el nombre que elegí para mí y con este poder enterrar a una muchacha que era demasiado débil como para vivir en estos distritos, se lastimaba a sí misma, pero era incapaz de hundir la daga en otra mano. En el norte no dudas, atacas cuando te acorralan, muerdes la mano que intenta atraparte, sacas sangre de quien te golpea. La actitud de Olivia no es diferente a la de muchos otros. —El norte nos ha hecho personas recursivas, tratamos de tomar las decisiones más convenientes en base a lo que poco que tenemos a nuestro alcance y— musito, rodeo mi placa con las puntas de mis dedos así la muevo para que se note su opaco brillo, —he sabido darle un buen uso a este nombre—. Eso que llama cambios, también es la necesidad de adaptarnos para sobrevivir, criaturas que en los ambientes más civilizados seguimos respondiendo a leyes naturales. —Y esa mina de oro que dices que encontré— vuelvo sobre la pregunta que dejé sin contestar, —estuve preguntando por ti porque también pienso darle un buen uso—. Lo que pienso pedir sale caro, muy caro, no es una única cosa, así que es aún más caro, ¿lo bueno? Puedo pagarlo, ese dinero no me sirve de nada si no es para esto, y así es como al final de cuentas, todo en lo que invertiría una fortuna regalada, está en las manos sucias de una marginal del norte.
Me río con ella cuando niega rezarle a un falso ídolo. Pese a lo molesto que puede resultar su carácter en ocasiones, también es fácil reírse con ella, aunque mi sonrisa sigue siendo una mueca peligrosa y no pretendo que esta sea una conversación cargada de chistes. Atrapo su barbilla con mis dedos, la retengo así, pudiendo ver en sus ojos. —Mírame— le pido en un susurro, —mírame bien y dime si ves a otra persona que no sea Rebecca Hasselbach, sigo siendo la persona a la que le diste documentos con ese nombre, aquí en el norte, también en el sur— tenso un poco más la curva en mi boca y la suelto para colocar las manos detrás de mi espalda así puedo caminar alrededor de su figura prepotente. —De hecho te buscaba por ese mismo servicio, esta vez pretendo pagarte mucho más. Si nada cambia el que estés en el distrito nueve, ni que yo esté en la isla ministerial, hagamos nuestros tratos en este callejón y que no salgan de aquí— propongo, tiendo mi brazo hacia ella al colocarme enfrente. —Te pagaré todo el dinero que logre entrar en una bóveda si me haces este favor y con un juramento inquebrantable, prometes nunca revelarlo— espero a que me ofrezca su brazo. —No estoy tratando de embaucarte, te dejaré mi placa como garantía si quieres. Tengo el dinero, yo no lo necesito, a ti podría servirte por diez años… o cinco años, si lo despilfarras.
Bajo mis ojos a la placa que me señala, al apellido que le robé a mi madre de sus recuerdos, el nombre que elegí para mí y con este poder enterrar a una muchacha que era demasiado débil como para vivir en estos distritos, se lastimaba a sí misma, pero era incapaz de hundir la daga en otra mano. En el norte no dudas, atacas cuando te acorralan, muerdes la mano que intenta atraparte, sacas sangre de quien te golpea. La actitud de Olivia no es diferente a la de muchos otros. —El norte nos ha hecho personas recursivas, tratamos de tomar las decisiones más convenientes en base a lo que poco que tenemos a nuestro alcance y— musito, rodeo mi placa con las puntas de mis dedos así la muevo para que se note su opaco brillo, —he sabido darle un buen uso a este nombre—. Eso que llama cambios, también es la necesidad de adaptarnos para sobrevivir, criaturas que en los ambientes más civilizados seguimos respondiendo a leyes naturales. —Y esa mina de oro que dices que encontré— vuelvo sobre la pregunta que dejé sin contestar, —estuve preguntando por ti porque también pienso darle un buen uso—. Lo que pienso pedir sale caro, muy caro, no es una única cosa, así que es aún más caro, ¿lo bueno? Puedo pagarlo, ese dinero no me sirve de nada si no es para esto, y así es como al final de cuentas, todo en lo que invertiría una fortuna regalada, está en las manos sucias de una marginal del norte.
Me río con ella cuando niega rezarle a un falso ídolo. Pese a lo molesto que puede resultar su carácter en ocasiones, también es fácil reírse con ella, aunque mi sonrisa sigue siendo una mueca peligrosa y no pretendo que esta sea una conversación cargada de chistes. Atrapo su barbilla con mis dedos, la retengo así, pudiendo ver en sus ojos. —Mírame— le pido en un susurro, —mírame bien y dime si ves a otra persona que no sea Rebecca Hasselbach, sigo siendo la persona a la que le diste documentos con ese nombre, aquí en el norte, también en el sur— tenso un poco más la curva en mi boca y la suelto para colocar las manos detrás de mi espalda así puedo caminar alrededor de su figura prepotente. —De hecho te buscaba por ese mismo servicio, esta vez pretendo pagarte mucho más. Si nada cambia el que estés en el distrito nueve, ni que yo esté en la isla ministerial, hagamos nuestros tratos en este callejón y que no salgan de aquí— propongo, tiendo mi brazo hacia ella al colocarme enfrente. —Te pagaré todo el dinero que logre entrar en una bóveda si me haces este favor y con un juramento inquebrantable, prometes nunca revelarlo— espero a que me ofrezca su brazo. —No estoy tratando de embaucarte, te dejaré mi placa como garantía si quieres. Tengo el dinero, yo no lo necesito, a ti podría servirte por diez años… o cinco años, si lo despilfarras.
—No, pero tus compañías sí que han cambiado, ¿eso debería preocuparme, Hasselbach?— no omito oportunidad de recordarle que soy con quién no le interesa meterse, por mucho que sus ropas hayan cambiado y en lugar de verse como una fulana cualquiera del norte, luce tan importante como la figura que representa en la sociedad de hoy en día. No es suficiente para amedrentarme, se lo dejo claro en mi manera de repasarla de arriba a abajo en un escrutinio de quién es ahora, por mucho que se esfuerce en decir que no es diferente de lo que solía ser, yo sí que lar veo ligeramente cambiada. —¿No te resulta un poco irónico que tus muchachos ahora son los mismos que persiguen a los que fueron tus compañeros antaño?— tuerzo la boca en una mueca, acompañada de un chasquido de mi lengua al mismo tiempo que ladeo la cabeza en un gesto reprobador. —Las vueltas que da la vida— suspiro dramáticamente, no demasiado preocupada por esos aurores que andan recorriendo estas mismas calles, estar en su compañía me da la seguridad de que no serán ellos los que me lleven a prisión, de querer hacerlo puede llevarlo a cabo la misma Rebecca.
No puedo discutirle eso, no cuando yo misma he tomado oportunidades que me han virado en direcciones que nunca pensé que llegaría a tomar. ¿Esperaba de mí misma terminar siendo la secretaria de uno de los líderes de la revolución de este siglo? No, y no precisamente porque no me creyera capaz, sino porque no es algo que se hubiera pensado de mí. Pero tengo mis salvavidas, estas manos que me han dado, a pesar de ser torpes en vocabulario y ortografía, no lo son en caligrafía, algo que he sabido usar bien a mi favor, favores de los que se han prestado otros también, como la misma Anne Ruehl. — Oh, no esperaba menos de ti, en el norte aprendimos bien a darle uso a las cosas nuevas, pero también a las desgastadas, ¿no es así? — que no crea que su nuevo nombre va a resguardarla de las olas que puedan crearse en la marea donde se ha metido ella sola —Aunque tengo que confesarlo, Rebecca, nunca pensé en ti como alguien que pondría todos sus huevos en la misma cesta— me siento en la obligación de decirlo, cuando en el norte nos hemos visto en esas circunstancias donde uno no puede simplemente depender de una persona, lo hacemos, o lo hicimos al menos, de varias, porque todos formamos parte del mismo bando cuando se trata de tratar con las sabandijas que se esconden en estos rincones. No hubiera pensado de ella que apostaría por lo más alto de la cúspide, sin tener con ella un plan b.
Claro que no me decepciona, a pesar de la molestia de su agarre no fuerzo la barbilla cuando es aprisionada por sus dedos, mantengo la mirada firme sobre sus ojos azules en contraste con la oscuridad de los míos, siempre me parecieron más apropiados para afrontar todo lo que se ve en los barrios norteños, no como los suyos que se ven delicados. Pero si hay algo que me ha demostrado la experiencia, es que Rebecca Hasselbach no es delicada. —¿Qué te hace pensar que sigo buscando de algo tan banal como el dinero?— es mi respuesta a su insinuación, engañosa, claro está. Soy avariciosa, todo el que ha crecido o pasado un tiempo en el norte lo es, no puedes sobrevivir en un lugar como este si no eres codicioso con tu propia vida. —¿Qué clase de trabajo es el que necesita la ministra de defensa, Rebecca Hasselbach, que viene al norte a buscar entre los trapajos sucios para cumplir con ello?— la sigo con la mirada mientras da vueltas sobre mí misma, hasta que se para delante con un brazo extendido que no dudo en analizar con las cejas curvadas por la curiosidad. Me conoce, lo suficiente como para saber que son los secretos los que más me llaman la atención, no el dinero que pueda ganar por ellos. Porque sí, eso es lo que hago, pido monedas a cambio de reservarme el secreto más confinado de una persona, a cambio les doy una nueva vida en la que no tienen que preocuparse de sus errores, de quiénes pueden buscarles, les doy una salida a todo esto. Todo el mundo busca una salida a una nueva oportunidad hoy en día —Responde eso y veré qué es lo que puedo hacer por ti— declaro, sin llegar a extender mi brazo antes de que haya cumplido con su palabra, ella sabe que no cumpliré con mi parte hasta que lo haga.
No puedo discutirle eso, no cuando yo misma he tomado oportunidades que me han virado en direcciones que nunca pensé que llegaría a tomar. ¿Esperaba de mí misma terminar siendo la secretaria de uno de los líderes de la revolución de este siglo? No, y no precisamente porque no me creyera capaz, sino porque no es algo que se hubiera pensado de mí. Pero tengo mis salvavidas, estas manos que me han dado, a pesar de ser torpes en vocabulario y ortografía, no lo son en caligrafía, algo que he sabido usar bien a mi favor, favores de los que se han prestado otros también, como la misma Anne Ruehl. — Oh, no esperaba menos de ti, en el norte aprendimos bien a darle uso a las cosas nuevas, pero también a las desgastadas, ¿no es así? — que no crea que su nuevo nombre va a resguardarla de las olas que puedan crearse en la marea donde se ha metido ella sola —Aunque tengo que confesarlo, Rebecca, nunca pensé en ti como alguien que pondría todos sus huevos en la misma cesta— me siento en la obligación de decirlo, cuando en el norte nos hemos visto en esas circunstancias donde uno no puede simplemente depender de una persona, lo hacemos, o lo hicimos al menos, de varias, porque todos formamos parte del mismo bando cuando se trata de tratar con las sabandijas que se esconden en estos rincones. No hubiera pensado de ella que apostaría por lo más alto de la cúspide, sin tener con ella un plan b.
Claro que no me decepciona, a pesar de la molestia de su agarre no fuerzo la barbilla cuando es aprisionada por sus dedos, mantengo la mirada firme sobre sus ojos azules en contraste con la oscuridad de los míos, siempre me parecieron más apropiados para afrontar todo lo que se ve en los barrios norteños, no como los suyos que se ven delicados. Pero si hay algo que me ha demostrado la experiencia, es que Rebecca Hasselbach no es delicada. —¿Qué te hace pensar que sigo buscando de algo tan banal como el dinero?— es mi respuesta a su insinuación, engañosa, claro está. Soy avariciosa, todo el que ha crecido o pasado un tiempo en el norte lo es, no puedes sobrevivir en un lugar como este si no eres codicioso con tu propia vida. —¿Qué clase de trabajo es el que necesita la ministra de defensa, Rebecca Hasselbach, que viene al norte a buscar entre los trapajos sucios para cumplir con ello?— la sigo con la mirada mientras da vueltas sobre mí misma, hasta que se para delante con un brazo extendido que no dudo en analizar con las cejas curvadas por la curiosidad. Me conoce, lo suficiente como para saber que son los secretos los que más me llaman la atención, no el dinero que pueda ganar por ellos. Porque sí, eso es lo que hago, pido monedas a cambio de reservarme el secreto más confinado de una persona, a cambio les doy una nueva vida en la que no tienen que preocuparse de sus errores, de quiénes pueden buscarles, les doy una salida a todo esto. Todo el mundo busca una salida a una nueva oportunidad hoy en día —Responde eso y veré qué es lo que puedo hacer por ti— declaro, sin llegar a extender mi brazo antes de que haya cumplido con su palabra, ella sabe que no cumpliré con mi parte hasta que lo haga.
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—¿A quién tienes enfrente? ¿A mí o a mis compañías?— le pregunto, así deja de darme el trato prepotente de quien trata de etiquetarme también por la ropa que visto, la placa que llevo, lo que se dice de mí y se olvida de mirarme a los ojos para descubrir en estos con quién está hablando. Si nos pondremos a revisar domicilios, yo tendría que comenzar a indagar sobre sus actividades en el distrito nueve y si acaso deseo contar con sus servicios de falsificadora, no tengo la necesidad de negociar, impongo una razón para detenerla y en una celda aséptica de la base de seguridad puedo conseguir lo que quiero sin gastar un knut. Pero no pretendo hacer gala de un puesto de fachada en el ministerio para arreglar mis tratos con ella, me gustaría que cooperara como antaña al oír el tintineo melodioso de la palabra «galeones». Su pregunta sobre lo de estar peleando a la par de los que antes eran nuestros opresores me saca la misma sonrisa hueca que le dedico a todos los que creen enseñar en esto una incoherencia. —Yo le llamo revancha— murmuro, todos ellos deben acatar la orden de una licántropo. No soy despiadada en mi revancha, eso lo hace aun peor para ellos, simplemente tener que aceptar que esa es la silla que ocupo y que mi nombre es el que deben leer unido al de ministra de Defensa.
Y todo llega a su fin, no piso sin saber que todos los caminos tienen su conclusión. Este largo andar hacia la revancha también acaba en risco, sentada en la cima, en este sillón en el que se sorprende que me haya asentado con una comodidad peligrosa, puedo ver el risco bajo mis pies. No me demoraré en el disfrute de la revancha, una vez conseguida, saborearla apenas es suficiente. El hambre codiciosa que surge de haber tenido menos que nada, esa carencia desesperante, se vuelve tan voraz que al momento de tener en la boca lo que se pretendía, se pierde el gusto por esta y el hambre se cierra. La adrenalina de la caza se acaba una vez que hundimos los colmillos en la carne y brota la sangre, el interés por la presa se pierde una vez que se reduce a cadáver. —No sé qué te lleva a asumir esas cosas de mí, cuando nunca he sido alguien que pone todas sus expectativas en algo o en alguien. Todo lo que soy lo llevo conmigo a todos lados, no dejo nada en ningún lugar— la corrijo, cuando nunca he pretendido ser su amiga, como tampoco creo que ella desee serlo conmigo, mi interés se centra en el trabajo que puede hacer por mí y que conozco tan bien como para volver a confiárselo, dejando absolutamente de lado todo lo que somos para las personas que pueden conocernos en el ministerio o el distrito nueve.
—Sigues oliendo a chiquilla pobre y eso te acompañará toda la vida, el ruido de monedas siempre te picará en los oídos cuando lo escuches, por instinto irás hacia estas— susurro en respuesta, ¿cree que yo cometeré su error de suponer que algo en ella pudo haber cambiado en este tiempo? La naturaleza no cambia, uno se quita y viste nuevas ropas, pero todas las marcas de la infancia quedan bajo la piel y los rasgos de un carácter retorcido como el suyo, son los más difíciles de enmendar. —El trabajo que vengo a pedirte no lo hace ninguna ministra de Defensa, deja fuera eso— ordeno, exijo que me sostenga la mirada al continuar: —El pedido te lo hago como Anne Ruehl, con el dinero que tomaré de la ministra de Defensa que mencionas, vaciaré todo lo que se ha puesto en una cámara a nombre de Rebecca Hasselbach y te lo daré si haces lo que te pido— murmuro, tan bajo que mi voz la obliga a acercarse. —Quiero nuevos documentos como Anne Ruehl, en los que especificarás que es licántropo, residente del distrito doce y pocionista, que he vivido aquí todos estos años. Y que tengo una única hija, de la que también me harás sus documentos, Eva Ruehl. Nacida en el distrito doce, hace veinticuatro años, con mi apellido, pero reconocida por su padre. ¿Lo harás? Si lo harás te daré el nombre que te falta en el rompecabezas— vuelvo a extender mi brazo hacia ella para que acepte el juramento.
Y todo llega a su fin, no piso sin saber que todos los caminos tienen su conclusión. Este largo andar hacia la revancha también acaba en risco, sentada en la cima, en este sillón en el que se sorprende que me haya asentado con una comodidad peligrosa, puedo ver el risco bajo mis pies. No me demoraré en el disfrute de la revancha, una vez conseguida, saborearla apenas es suficiente. El hambre codiciosa que surge de haber tenido menos que nada, esa carencia desesperante, se vuelve tan voraz que al momento de tener en la boca lo que se pretendía, se pierde el gusto por esta y el hambre se cierra. La adrenalina de la caza se acaba una vez que hundimos los colmillos en la carne y brota la sangre, el interés por la presa se pierde una vez que se reduce a cadáver. —No sé qué te lleva a asumir esas cosas de mí, cuando nunca he sido alguien que pone todas sus expectativas en algo o en alguien. Todo lo que soy lo llevo conmigo a todos lados, no dejo nada en ningún lugar— la corrijo, cuando nunca he pretendido ser su amiga, como tampoco creo que ella desee serlo conmigo, mi interés se centra en el trabajo que puede hacer por mí y que conozco tan bien como para volver a confiárselo, dejando absolutamente de lado todo lo que somos para las personas que pueden conocernos en el ministerio o el distrito nueve.
—Sigues oliendo a chiquilla pobre y eso te acompañará toda la vida, el ruido de monedas siempre te picará en los oídos cuando lo escuches, por instinto irás hacia estas— susurro en respuesta, ¿cree que yo cometeré su error de suponer que algo en ella pudo haber cambiado en este tiempo? La naturaleza no cambia, uno se quita y viste nuevas ropas, pero todas las marcas de la infancia quedan bajo la piel y los rasgos de un carácter retorcido como el suyo, son los más difíciles de enmendar. —El trabajo que vengo a pedirte no lo hace ninguna ministra de Defensa, deja fuera eso— ordeno, exijo que me sostenga la mirada al continuar: —El pedido te lo hago como Anne Ruehl, con el dinero que tomaré de la ministra de Defensa que mencionas, vaciaré todo lo que se ha puesto en una cámara a nombre de Rebecca Hasselbach y te lo daré si haces lo que te pido— murmuro, tan bajo que mi voz la obliga a acercarse. —Quiero nuevos documentos como Anne Ruehl, en los que especificarás que es licántropo, residente del distrito doce y pocionista, que he vivido aquí todos estos años. Y que tengo una única hija, de la que también me harás sus documentos, Eva Ruehl. Nacida en el distrito doce, hace veinticuatro años, con mi apellido, pero reconocida por su padre. ¿Lo harás? Si lo harás te daré el nombre que te falta en el rompecabezas— vuelvo a extender mi brazo hacia ella para que acepte el juramento.
—Me suelo cuidar de quién tengo a mis espaldas tanto como de lo que tengo enfrente— respondo, que no creo en que las personas se mantengan fiel a un lugar, probablemente porque yo soy la primera en aprovecharme de una situación si se da la oportunidad, como para confiar en que los aurores que tiene a su cargo no van a apresarme en cuanto quede fuera de su cargo y me acerque a la primera esquina. No planeo ceder mi confianza a nadie más que a mí en esta vida, ya lo hice una vez y con esa experiencia me basta para no querer repetirla, no va a llevarme a ningún lado tampoco, así que tampoco es gran pérdida. Sonrío cuando asegura no haber cambiado en lo absoluto, no tengo duda de ello y no es como que planee echárselo en cara durante mucho más tiempo, pero sí me agrada señalar ciertas cosas de vez en cuando. —Quién sabe, no serías la única que termina cayendo a causa de las tentaciones del Capitolio, no me consideraría libre de esa caída mientras sigas estando en la cima— puede tomarlo como un consejo si quiere, pero si vamos a ser honestos, no suelo ser la persona a la que acuden para tomar consejos, no serían sinceros, de todas formas... Por eso lo hace todavía más especial el que esta vez hable en serio, lo he visto antes y supongo que ella también sabrá verlo para adoptar precauciones en caso de que ocurra.
Trato de no tomarme lo que dice como un insulto, después de todo no es mentira que nací en un distrito pobre, fui pobre toda mi infancia, lo seguí siendo durante mucho tiempo después, conozco del sentimiento de no tener nada que llevarse a la boca una noche de invierno y de que el frío se cuele bajo una sábana no lo suficientemente gruesa como para calmar los temblores, así que si hay algo en mi expresión que me delate en mi paseo por los recuerdos de esa pobreza, no lo dejo atravesarme y en su lugar mantengo la barbilla y nariz bien alta. —Bueno, dicen que el instinto es lo que nos mantiene vivos, así que tengo que agradecer eso después de todo, ¿no? No todos pueden decir lo mismo, desde luego que no lo harán los ricos entre los que vives— me guardo el comentario mal intencionado de preguntar si también se dedica a tomar vino con ellos al terminar su jornada, bebida que bien podría pagarle una cama caliente durante un mes a cualquier desafortunado del norte, nunca entenderé el despilfarro de dinero que tiene lugar en el Capitolio.
Este encuentro se pone de lo más interesante en cuánto empieza a aflojar la lengua, sigo sorprendida de que haya venido hasta aquí en mi búsqueda, cuando bien podría estar en el lugar más recóndito del país, en su lugar me encuentro viviendo en el distrito nueve y tres cuartos, no puede quejarse de suerte al haber decidido barrer hoy el norte y toparse conmigo a la primera de cambio. Quizá más que una sorpresa, lo encuentro algo sospechoso. —No te lo negaré, Ruehl, es una oferta generosa, ¿darías todo lo que posees ahora por unos papeles bajo un nombre que decidiste enterrar hace tanto?— interesante, todo se pone muy interesante, y ella que decía no poner todas sus expectativas en algo... —Pero lo haré, ¿por qué no? Dices que sigo siendo una chiquilla pobre, supongo que tú tampoco has podido aferrarte a tu nueva identidad tanto como te hubiera gustado, ¿no?— no entiendo por qué estaría pidiendo estos favores si no fuera así. Me reservo el preguntar sobre esa hija que no sabía que tenía, uno descubre nuevas cosas cada día con las personas que se relaciona, puede que por eso no me fíe de llevar a un hombre a la cama repetidas veces, como para terminar llamándolo mi marido. Apunto todo lo que me dice mentalmente, la vida en el norte te lleva a agilizar la mente a los pedidos de última hora, y uno no quiere cometer el error de no recordar lo que se pide, cuando bien podría costarte la cena. —¿Y para cuando querría Anne Ruehl estos documentos? ¿O prefiere que los envíe bajo un seudónimo a su nueva residencia?— en el fondo, sigo regodeándome, preciándome de estar en la posición para hacerlo. —Saca tu varita, Hasselbach— ordeno al extender mi brazo para tomar el suyo, con al firmeza de alguien que no es el primer juramento inquebrantable que hace. Espero que no se olvide de que aún tiene pendiente cierto dato faltante en la ecuación.
Trato de no tomarme lo que dice como un insulto, después de todo no es mentira que nací en un distrito pobre, fui pobre toda mi infancia, lo seguí siendo durante mucho tiempo después, conozco del sentimiento de no tener nada que llevarse a la boca una noche de invierno y de que el frío se cuele bajo una sábana no lo suficientemente gruesa como para calmar los temblores, así que si hay algo en mi expresión que me delate en mi paseo por los recuerdos de esa pobreza, no lo dejo atravesarme y en su lugar mantengo la barbilla y nariz bien alta. —Bueno, dicen que el instinto es lo que nos mantiene vivos, así que tengo que agradecer eso después de todo, ¿no? No todos pueden decir lo mismo, desde luego que no lo harán los ricos entre los que vives— me guardo el comentario mal intencionado de preguntar si también se dedica a tomar vino con ellos al terminar su jornada, bebida que bien podría pagarle una cama caliente durante un mes a cualquier desafortunado del norte, nunca entenderé el despilfarro de dinero que tiene lugar en el Capitolio.
Este encuentro se pone de lo más interesante en cuánto empieza a aflojar la lengua, sigo sorprendida de que haya venido hasta aquí en mi búsqueda, cuando bien podría estar en el lugar más recóndito del país, en su lugar me encuentro viviendo en el distrito nueve y tres cuartos, no puede quejarse de suerte al haber decidido barrer hoy el norte y toparse conmigo a la primera de cambio. Quizá más que una sorpresa, lo encuentro algo sospechoso. —No te lo negaré, Ruehl, es una oferta generosa, ¿darías todo lo que posees ahora por unos papeles bajo un nombre que decidiste enterrar hace tanto?— interesante, todo se pone muy interesante, y ella que decía no poner todas sus expectativas en algo... —Pero lo haré, ¿por qué no? Dices que sigo siendo una chiquilla pobre, supongo que tú tampoco has podido aferrarte a tu nueva identidad tanto como te hubiera gustado, ¿no?— no entiendo por qué estaría pidiendo estos favores si no fuera así. Me reservo el preguntar sobre esa hija que no sabía que tenía, uno descubre nuevas cosas cada día con las personas que se relaciona, puede que por eso no me fíe de llevar a un hombre a la cama repetidas veces, como para terminar llamándolo mi marido. Apunto todo lo que me dice mentalmente, la vida en el norte te lleva a agilizar la mente a los pedidos de última hora, y uno no quiere cometer el error de no recordar lo que se pide, cuando bien podría costarte la cena. —¿Y para cuando querría Anne Ruehl estos documentos? ¿O prefiere que los envíe bajo un seudónimo a su nueva residencia?— en el fondo, sigo regodeándome, preciándome de estar en la posición para hacerlo. —Saca tu varita, Hasselbach— ordeno al extender mi brazo para tomar el suyo, con al firmeza de alguien que no es el primer juramento inquebrantable que hace. Espero que no se olvide de que aún tiene pendiente cierto dato faltante en la ecuación.
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Mi carcajada es vacía, esas tentaciones del Capitolio de las que habla pueden serlo para ella o criaturas con un espíritu similar al suyo, que se regodean en la opulencia con entero abandono de sus recaudos. He tenido la confirmación de que soy de las que se sientan a beber a solas una copa de vino en la basta y lujosa mansión que se ha construido como emblema de poder, de superioridad sobre otros, las tentaciones a las que alude las veo tan inútiles como cuencos de decoración y varios cuadros que cuelgan en las paredes con figuras siempre abstractas que no me dicen nada. Tan inútil para mí como aquellos que, por crecer entre paredes de una ostentación parecida, han dejado de impresionarse. Esos ricos que ella menciona, de los que no sabe nada, chiquilla envidiosa de la suerte de los otros, porque la suya siempre le dará un complejo de inferioridad. Tuerzo mi sonrisa hacia ella, riéndome de ella. —Sueña la zorra con las uvas que no puede alcanzar…— susurro, en referencia al cuento que podría ser una transcripción fiel del triste relato de la vida de una Holenstein, pobres y rateros que no hacen otra cosa que hablar de galeones, esos galeones que desbordan sus bocas, pero nunca sus manos.
Salvo que tenga la inteligencia de aceptar mi trato, en el que muestro una generosidad inusitada en mí, única en mi vida y que no tengo intención de repetirla, pues lo que pretendo hacer es aún más trascendental que aquella vez en que tomé prestado el apellido de mi madre biológica para armarme de una nueva identidad que me sirviera de armadura en el norte y así cubrir, tapar de cualquier ojo, las cicatrices que tenía por debajo. —Son precisamente esas cosas las que exigen un costo muy alto a ser pagado y rogamos poder pagar cuando en manos tenemos lo que podría hacerlo posible, sacrificios para recuperar lo que descartamos, de esas ironías está hecha la vida…— musito, cuando es poco lo que puede importarle reflexiones como estas. Olivia estará toda su vida del lado de quienes ven su provecho de lo que piden otros, no la creo capaz de querer y desear tanto para sí otra cosa que no sea una extravagancia cara a su vanidad. Así tampoco tiene por qué importarles las verdaderas razones de mi petición, por lo que callo en vez de sacarla del error de que esto no se trata del agotamiento de un nombre, pues no es así. Es el simple y llano deseo de recuperar el propio. —Pasarás a dejarlo por el mercado de este distrito, te daré el nombre de una mujer que vende hierbas mágicas, se lo darás a ella y recibirás la llave de una cámara que también está en este distrito, con la dirección para que des con esta— especifico las condiciones de su pago así pasamos a lo importante de este acuerdo.
Doblo las mangas de mi casaca para que la piel de mi antebrazo quede expuesta, tal como he venido indicándole desde que iniciamos esta conversación, porque no me fio de la palabra de Olivia Holenstein cuyo valor es menor al de un knut. La necesito tanto como necesito de su reserva, porque la petición de mi viejo nombre no es algo que deba siquiera sospecharse, pronunciarlo podría invocar desgracias como lo ha hecho siempre, y solo conozco una manera de que esto permanezca en el silencio. Tomo su muñeca con mis dedos que la atrapan como si fuera una garra y espero a que imite el gesto, recién entonces en el aire se forman hilos que surgen de mi varita para ir envolviendo nuestras manos, cuerdas que nos atan con una fuerza que hace chocar mis dientes. —Jura nunca revelar este acuerdo por el cual te comprometes a devolverme documentos con el nombre de Anne Ruehl, así como a darme otros con el de Eva Ruehl, nacida el 6 de mayo, hace veinticuatro años, en este distrito, hija mía y de Nicholas Helmuth— miento, una mentira sobre la que ella tiene que jurar silencio. —¿Lo juras?
Salvo que tenga la inteligencia de aceptar mi trato, en el que muestro una generosidad inusitada en mí, única en mi vida y que no tengo intención de repetirla, pues lo que pretendo hacer es aún más trascendental que aquella vez en que tomé prestado el apellido de mi madre biológica para armarme de una nueva identidad que me sirviera de armadura en el norte y así cubrir, tapar de cualquier ojo, las cicatrices que tenía por debajo. —Son precisamente esas cosas las que exigen un costo muy alto a ser pagado y rogamos poder pagar cuando en manos tenemos lo que podría hacerlo posible, sacrificios para recuperar lo que descartamos, de esas ironías está hecha la vida…— musito, cuando es poco lo que puede importarle reflexiones como estas. Olivia estará toda su vida del lado de quienes ven su provecho de lo que piden otros, no la creo capaz de querer y desear tanto para sí otra cosa que no sea una extravagancia cara a su vanidad. Así tampoco tiene por qué importarles las verdaderas razones de mi petición, por lo que callo en vez de sacarla del error de que esto no se trata del agotamiento de un nombre, pues no es así. Es el simple y llano deseo de recuperar el propio. —Pasarás a dejarlo por el mercado de este distrito, te daré el nombre de una mujer que vende hierbas mágicas, se lo darás a ella y recibirás la llave de una cámara que también está en este distrito, con la dirección para que des con esta— especifico las condiciones de su pago así pasamos a lo importante de este acuerdo.
Doblo las mangas de mi casaca para que la piel de mi antebrazo quede expuesta, tal como he venido indicándole desde que iniciamos esta conversación, porque no me fio de la palabra de Olivia Holenstein cuyo valor es menor al de un knut. La necesito tanto como necesito de su reserva, porque la petición de mi viejo nombre no es algo que deba siquiera sospecharse, pronunciarlo podría invocar desgracias como lo ha hecho siempre, y solo conozco una manera de que esto permanezca en el silencio. Tomo su muñeca con mis dedos que la atrapan como si fuera una garra y espero a que imite el gesto, recién entonces en el aire se forman hilos que surgen de mi varita para ir envolviendo nuestras manos, cuerdas que nos atan con una fuerza que hace chocar mis dientes. —Jura nunca revelar este acuerdo por el cual te comprometes a devolverme documentos con el nombre de Anne Ruehl, así como a darme otros con el de Eva Ruehl, nacida el 6 de mayo, hace veinticuatro años, en este distrito, hija mía y de Nicholas Helmuth— miento, una mentira sobre la que ella tiene que jurar silencio. —¿Lo juras?
No creo que la vida en el Capitolio haya hecho de Rebecca una persona de discursos, siempre lo fue pese a encontrarse en los lugares equivocados, cuando bien podría ubicarse entre los mejores juristas del país, por saber siempre utilizar las palabras precisas para hacer de su lengua una mucho más culta de lo que en realidad es, que cualquiera que haya tenido tratos con ella en el norte conoce de sobra donde se encuentran sus prioridades, y no es con nadie más que con sí misma. En eso nos parecemos, desde luego, lo que no hubiera pensado es que existiera otra persona más en la ecuación, esa hija por la que está ofreciendo un dinero que la sacaría a ella de tener que volver a estos callejones llenos de mierda, porque el olor viene de algo peor que esta y es de nosotros mismos, los que merodeamos por aquí junto a las ratas de las alcantarillas. —Muy bien, lo haremos así, lo cual quiere decir que no volveremos a vernos las caras hasta un tiempo— respondo a sus condiciones, que no soy tan ilusa como para creer que nuestros caminos no van a cruzarse de nuevo, cuando su puesto y el mío siempre han ido a la par y nada tienen que ver con que nos encontremos en bandos diferentes en una guerra de la que en el fondo no formamos parte. Nosotras siempre hemos peleado por la supervivencia, hace parecer a todo lo que está ocurriendo una nimiedad si lo comparamos con el sentimiento que conocemos bien de depender de la punta de un hilo.
La sonrisa curva que se aferra a mi rostro también continua cuando mis dedos rodean su muñeca una vez ella ha tomado mi brazo, hay algo en la manera de mostrarse dominante en una situación que te da la seguridad para hacer cualquier cosa, incluso cuando puede que no la sientas, no quieres hacerle ver eso a tu enemigo, tampoco a tus amigos, y puesto que no somos ninguna de esas cosas, lo hace todavía mejor. Estoy tentada a reírme por la confesión que hace al final, dejaría escapar una carcajada seca si no fuera porque el momento pide de unos minutos de seriedad, que no me considero una persona profundamente sensata, pero hasta yo sé reconocer qué momentos precisan de actuar con un poco de propiedad. —Lo juro— he hecho cosas peores que unirme en lazos invisibles a alguien por un juramento, muchos me tratarían como una persona que no sabe mantener la boca cerrada, y puedo darles eso a su favor si así se sienten mejor consigo mismos, pero no los secretos, no… Los secretos me pertenecen tanto como lo pueden hacer los galeones por los que acabo de firmar en voz alta. Si sus dueños no quieren que los comparta, tienen la aseguración que no poseen con cualquier otra petición que puedan hacerme de que seré su guardiana por el tiempo que lo requieran, es la única tarea en la que me considero fiel a la causa, no voy por ahí fingiendo ser honesta con lo demás con otras cosas. ¿No es mejor eso para todos? —Nunca decepcionas— comento, mi sonrisa ensanchándose por no llegar a decir a qué me refiero con eso, creo que basta el nombre del ministro para permitir decirlo. Separo mi mano de su cuerpo al retraerlo para masajear mi palma con los dedos de mi otra mano, aun sosteniéndole la mirada —Siempre es un placer hacer negocios contigo, Rebecca, de verdad. Nos veremos una próxima vez, eso seguro— y porque puedo escuchar pasos al otro lado del pasillo, unos que no pertenecen a la palomilla que espero haya sabido buscar su regreso a casa, yo hago lo mismo desapareciéndome delante de ella tras un gesto con mi cabeza.
La sonrisa curva que se aferra a mi rostro también continua cuando mis dedos rodean su muñeca una vez ella ha tomado mi brazo, hay algo en la manera de mostrarse dominante en una situación que te da la seguridad para hacer cualquier cosa, incluso cuando puede que no la sientas, no quieres hacerle ver eso a tu enemigo, tampoco a tus amigos, y puesto que no somos ninguna de esas cosas, lo hace todavía mejor. Estoy tentada a reírme por la confesión que hace al final, dejaría escapar una carcajada seca si no fuera porque el momento pide de unos minutos de seriedad, que no me considero una persona profundamente sensata, pero hasta yo sé reconocer qué momentos precisan de actuar con un poco de propiedad. —Lo juro— he hecho cosas peores que unirme en lazos invisibles a alguien por un juramento, muchos me tratarían como una persona que no sabe mantener la boca cerrada, y puedo darles eso a su favor si así se sienten mejor consigo mismos, pero no los secretos, no… Los secretos me pertenecen tanto como lo pueden hacer los galeones por los que acabo de firmar en voz alta. Si sus dueños no quieren que los comparta, tienen la aseguración que no poseen con cualquier otra petición que puedan hacerme de que seré su guardiana por el tiempo que lo requieran, es la única tarea en la que me considero fiel a la causa, no voy por ahí fingiendo ser honesta con lo demás con otras cosas. ¿No es mejor eso para todos? —Nunca decepcionas— comento, mi sonrisa ensanchándose por no llegar a decir a qué me refiero con eso, creo que basta el nombre del ministro para permitir decirlo. Separo mi mano de su cuerpo al retraerlo para masajear mi palma con los dedos de mi otra mano, aun sosteniéndole la mirada —Siempre es un placer hacer negocios contigo, Rebecca, de verdad. Nos veremos una próxima vez, eso seguro— y porque puedo escuchar pasos al otro lado del pasillo, unos que no pertenecen a la palomilla que espero haya sabido buscar su regreso a casa, yo hago lo mismo desapareciéndome delante de ella tras un gesto con mi cabeza.
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