The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Agosto

Prefiero tener mis ojos puestos en el agua inmóvil de la piscina, en su transparencia que me permite vislumbrar el fondo de baldosas claras, a convivir en mi despacho con el murmullo de un recipiente que actúa con la misma persuasión que un canto en sirenio, casi puedo entender la debilidad de ciertas personas a ahogarse en recuerdos y tengo que reemplazar un azul con otro para que los recuerdos que pretendan presentarse no se materialicen por fuera de mi mente. Decido depositarlos en esta agua, no en la otra. El elfo me encuentra en el borde, enteramente vestida con el uniforme del cuerpo de defensa, el que todavía no me he quitado pese a que llevo rato en la mansión y el sol ya ha bajado sobre el muelle de la isla. La visita que me anuncia es la razón por la que debo seguir vistiendo lo que espero sea un mensaje por sí mismo, así nos abstenemos de la parte de recordarle a quien vino a pedirle un favor en primer lugar, uno que todavía debe. Le pido al elfo que lo encamine al despacho así también podemos devolver este asunto al espacio que le corresponde, donde espero verlo de pie en perfecta imitación a la noche en la que vino a pedirme ayuda por su sobrina extraviada y como me toca a mí, hago el mismo camino alrededor del escritorio para sentarme detrás.

Una cena bastó para ver que nada ha cambiado en los Helmuth como familia en estos veinte años— se lo arrojo como insulto, —ni en tu sobrina llevada a la histeria por recriminaciones que también sufría Sigrid, ni en lo impertinente y estirada que era esa muchacha rubia tan parecida a Ingrid—. Me inclino sobre el escritorio con mis manos unidas al mirarlo fijamente, así lo siente como un peso que coloco sobre él. —Ni el desprecio a flor de piel de tu sobrino que tanto me recordó a ti—. Me hice una imagen de esta familia que solo he podido reafirmar tras escuchar los insultos dichos en esa cena, los míos son nimios en comparación. Pero era lo que buscaba, ¿no? Un papel colocado sobre otros como la manzana de la discordia rodando en el banquete de los dioses, estoy satisfecha en cierta medida, no lo suficiente como para perdonarle el favor que me debe. —Tu hijo se parece a ti— digo en un tono más ameno al echarme hacia atrás para descansar en el respaldo de la silla, aun no terminé, —también le gusta fingir que tiene la moral más alta como para decirle a los otros sobre lo que deben sentir vergüenza— creo que puedo dar por mi concluido mi repaso en impresiones sobre todos los Helmuth sentados alrededor de esa mesa.

Me pongo de pie para bordear el escritorio, mis brazos cruzados actúan como protección cuando me acerco. —Dime la verdad, Nicholas. Somos viejos conocidos, nos tenemos confianza para estas cosas— lo aliento con un falso tono de confidencia, —te dio miedo, ¿verdad? Te dio miedo por unos segundos que mi petición ridícula hacia ti para que te presentes como padre de la hija de una paria, se haya vuelto una realidad en tu hijo, ¿no?— pregunto, sabiendo su respuesta aunque no la diga, se sintió en la tensión que cayó sobre esa mesa. —El karma puede ser una perra— susurro. —Ten cuidado con ella— le aconsejo, mis ojos también se lo advierten al sostener el contacto con los suyos. —Así que no la provoques y trata de resolver tus pendientes, uno de los cuales por cierto, me pertenece. ¿Vamos a discutir los términos del pago del favor que te hice o prefieres firmar sobre un cheque en blanco a cobrar a futuro? Porque dudo que realmente quieras dejar abierta la posibilidad de que un día cualquiera te surja con una petición que no viste venir— o quizás sí, porque su ingenuidad le hace creer que podré olvidarlo.
Anonymous
Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
He estado retrasando esta visita todo lo que se me ha permitido, centrarme en el trabajo ha sido mi única manera de tratar de aplacar lo que ha sucedido en las últimas semanas, solo para terminar con una copa de alcohol en la mano, tirado en el sillón de una de las salas de la mansión y sopesando muchas de las cosas que se dijeron, también las que no se dijeron. Soy consciente de que la última llamada que tengo registrada de mi hermana Ingrid es de antes de ese desafortunado evento en esta misma casa, porque al parecer según ella soy yo quién está en falta por mantenerla al margen de un asunto que, si bien fue ella quien nos metió en él en primer lugar, no podría haber manejado por su cuenta. Los tres hermanos Helmuth podemos conocer a Ruehl por la infancia en que compartimos acera, pero solo yo soy capaz de no perder la compostura cuando es lo único que nos mantiene sobre el carril correcto. El desenlace de aquella noche es el ejemplo más claro y reciente de que no se puede meter en una misma habitación a la rubia con la morena si no quieren terminar con los ojos sacados y sin un pelo en la cabeza. Me gustaría poder decir que es mi familia la cuerda y sensata, pero el comportamiento de una de mis hermanas deja mucho que desear y de seguro tiene a nuestros padres lamentándose desde la tumba.

No soy el único que lo pone en evidencia, la propia Rebecca utiliza los pocos segundos que llevo en su despacho para burlarse de la imagen que tanto les ha costado limpiar a la familia, a mí por mantener el nombre digno de los Helmuth, solo para que Ingrid lo tire por la borda por no ser capaz de controlar sus nervios. Nada me sienta peor que el acumular el rencor en la garganta, escuchar sus palabras y saber que no hay nada que pueda decir para intentar remendar el error que cometió mi hermana al golpear el rostro que tengo ahora delante. Hago del mío una máscara de piedra al separar mis labios con intención de rebajar el ego con que se regodea de nosotros. — Ya sabes como es Ingrid, salta a la mínima provocación, algo de lo que no os cortasteis ninguna de las dos en la cena, ni tú ni tu acompañante pudisteis aguantar dos minutos sin saltar con acusaciones a pesar de haberte dicho previamente que no. — si vamos a hablar de faltas esta noche, hablemos también de su descaro al ir contra mi palabra y hacer que dejen en mi despacho una copia de una partida de nacimiento con mi firma falsificada. Se me tuerce la boca en una sonrisa mordaz en lo que me acerco con unos pasos ligeros. — Fue muy amable por tu parte aceptar la invitación a la cena, pero tus intenciones estaban lejos de ser sociales, recibiste lo que buscabas y lo alentaste sin tener ninguna clase de remordimiento. — si cree que va a ser la única en señalar comportamientos, está muy equivocada, yo también tengo mi parte que aclarar antes de que esto se convierta en una conversación de la que ninguno quiera formar parte.

Me gustaría que lo que yo tenga para aclarar con mi hijo se quede dentro de las paredes de mi casa, no me agrada cuando personas ajenas se meten en conversaciones donde no les llaman, pero sí te tengo que reconocer que fue ciertamente miserable saltar con tales declaraciones frente a él. Pero claro, supongo que fue mi error fiarme de que no fueras a aprovecharte de su ignorancia para clavar un par de astillas, ¿no es así? — puede acomodarse como quiera, yo prefiero la distancia que me aporta el encontrarme a unos metros, de pie, sin apenas pestañear para no perderme detalle de sus movimientos. — Creo que no es a mí a quién tienes que aconsejar sobre el karma, hablará por sí sola en cuestión de tiempo — puede tomarlo como una advertencia, como puede no hacerlo, el sillón desde el que se sienta ahora mismo le dirá si prefiere amoldarse a su nueva situación o estar prevenida de lo que puede pasarle si falla. Me río con una dejadez falsa, llevando la mirada a la esquina para reparar en el objeto que no había llamado mi atención hasta adentrarme en el despacho, pero no hago ninguna acotación sobre él cuando tomo aire. — Vaya, vaya, así que vas contra mi palabra, dejas un papel falsificado bajo mi nombre, ¿y todavía pretendes que nuestro acuerdo siga en pie? Creo que te tomaste todas las libertades ese día enviando lo que te dije no formaría parte del trato, como para todavía reclamarlo — ¿de verdad es tan ingenua? ¿creerá que voy a dejar pasar esa falta como si nada? — Cuando decías que no te olvidabas de nada, no tenía ni idea de que fuera algo tan literal — esta vez sí hablo sobre el objeto ignorado por ambos, lo señalo con mi barbilla al alzar la misma en su dirección.
Nicholas E. Helmuth
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Invitado
Invitado
¿Por mi acompañante debo entender que te refieres a Maeve?— pregunto, me veo en la necesidad de hacerlo por la elección de esa palabra. —Porque tal como se ha visto, es más acompañante de tu hijo que mía—. Esta charla la tuvimos anteriormente, que no me haga volver sobre ella, porque esa pantomima montada en el comedor de su casa me ha dado mucho para hablar si tenemos que hacerlo, y sí, puede que mi voz denote una intención de pelea, la que me señala que también estuvo en esa reunión que congregó a más Helmuth de los que esperaba ver y estar en lo que fue menos de una hora. Ruedo los ojos dejándole en claro lo poco que me importa su crítica a mi comportamiento, bien podría quedar en ese gesto infantil, pero tengo la edad como para hacerme cargo de lo que provoqué, también cuando no es otra cosa que un capricho infantil para sacar a su hermana de quicio. —Así es— contesto, —eso fue lo que buscaba y nadie demostró que pudiera estar por encima a la provocación, así que por sí mismos me han dado con qué llenarme la boca al hacer un repaso de tu familia— se lo digo, podemos hablar con franqueza entre nosotros, si todo lo bueno, lo malo y lo feo ha quedado expuesto.

Hundo mis dientes en mi labio para no reírme con una carcajada sonora por las recriminaciones que hace a mis actos vinculados a su hijo. —No lo llamaría error— digo, los errores son algo distinto, hechos, decisiones, momentos que pueden precisarse en el tiempo, —fue ingenuo esperar que me sentara en una misma mesa con tu familia y creer que guardaría las formas, como si algo en mí les hubiera hecho creer que no soy la misma persona que despreciaban antes, solo he reafirmado los motivos por lo que siempre lo han hecho— apunto, tan claro como la fecha que marca este día o los titulares que han salido en los periódicos de esta mañana. No es nada a lo que pueda cerrarse los ojos, me paro en el medio del despacho para que así pueda verlo. —Es naturaleza, Nicholas. Es el ecosistema en el que siempre hemos funcionado los Helmuth y Anne Ruehl, soy la criatura que les oscurece el cuadro familiar como una sombra pequeña que cobra tamaño cuando ustedes la agigantan — susurro, porque todas las evocaciones deben ser hechas en susurros, así como el pensadero en una esquina tampoco hace un ruido que exija atención, lo consigue desde sus susurros mudos.

Sí me río cuando menciona el certificado, una vacía y solitaria carcajada. —Un papel que basta con que lo rompas en dos y lo tires a un tacho de basura. Es eso,— solo una provocación, —solo un papel— la manzana de la discordia rodando sobre la mesa de los dioses, encolerizando a nuestra señora del hogar y las tradiciones. —¿Por qué? ¿Lo has recuperado y guardado?— inquiero con un arqueo de mi ceja. —Fue una falsificación hecha para ti, que cualquier registro rechazaría por lo evidente de su engaño. No le pagaría a quien sé qué hará un trabajo más prolijo y preciso por un papel que en nuestra última conversación fuiste rotundo al negarte y creo que la cena ha zanjado definitivamente esa cuestión. Puedes descartar ese papel a la basura, ha cumplido su propósito, también espero que te sirva para entender que no dejaré en el olvido lo de haberte hecho un favor— expreso con una calma acompañada de un filo de advertencia en mis ojos, lo que vuelve abrir una discusión pendiente entre nosotros sobre cómo resolveremos esa deuda con su nombre. El suyo, no el de su hermana, ni mucho menos su sobrina. El suyo, es lo que pasa cuando te arrastras de rodillas a hacer peticiones, cuesta levantarse de esa posición en la que se ha caído, la otra persona no lo deja.

No es mío— respondo, sin necesidad de posar mi mirada en el pensadero, —era de una mujer que lo usaba de refugio. Puede que mis maneras sean discutibles, pero la privo de donde esconderse para que haga frente a lo que tiene el carácter para enfrentar— espero, con la barbilla en alto, a que me diga lo reprobable y cruel que es eso. —¿Por qué? ¿Quieres un paseo por los recuerdos? — solo otra provocación. —No para todos es un refugio, un pensadero también puede ser una ciudad de monstruos— lo digo con la indiferencia que se merece un sitio que no pretendo visitar, y para poner mi distancia con ese pensadero voy hacia el estante donde se encuentran las botellas en orden, cargo una medida mínima en el fondo de una de las copas y me lo bebo sin invitarlo, no pretendo que crea que volveré a mostrar una postura amigable en nuestras charlas. —Sabes como soy, qué esperar de mí, ¿por qué viniste a pedirme ayuda para luego hacerte el desentendido y creer que lo dejaré pasar?
Anonymous
Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
¿Te acompañaba alguien más? — replico, solo por la satisfacción de hacerlo, no porque vaya a dejarme en una mejor posición, que tampoco creo que sea posible. De las cosas que podrían interesarme en el presente, quedar bien delante de Ruehl ha dejado de estar entre mi lista de pendientes. Por mucho que me irrite, las acciones dicen más que las palabras, y aunque de estas últimas tampoco nos cortamos cuando se presenta la oportunidad, las primeras han sabido hacerse un lugar en el trato que nos tenemos el uno hacia el otro. — Supongo que no — respondo. Quizá sí fue ingenuo el creer que guardaría las formas, pero no creo que fuera la razón por la que la invité a ella y a Maeve a una cena en mi casa, sino porque, nuevamente, mi hermana estuvo en falta al pensar que podría atacarla de esa manera y salir impune de ello. — No es algo que hubiera esperado, tienes razón, tampoco es el motivo por el que estuviste sentada en nuestra mesa, espero que sepas reconocer que no eres amiga, y que solo fue un gesto que tenía que hacerse. Independientemente de lo que ocurriera esa noche, la educación siempre ha estado por encima de los Helmuth, es lo menos que podría haber hecho después de... bueno, el desarrollo de los acontecimientos — es decir, de mi hermana presentándose en su cara y golpeándole en el rostro.

A diferencia de ella, mantengo una expresión seria cuando pasa a reírse por el mismo papel que no hace tanto nos tuvo en esta misma sala discutiendo. Meto mis manos en los bolsillos de mi pantalón y, cuando termina de hablar, soy yo el que se permite sonreír con sorna. — Admiro que tengas tanto tiempo libre como para dedicarlo a molestar a tus vecinos con nimiedades como estas, ¿tan poco trabajo te dan en tu puesto que puedes permitírtelo como diversión? — chasco la lengua con reprobación, ladeando la cabeza con el gesto — Es un poco triste, pero está bien, aunque si no te importa, preferiría guardarlo, no soy quién desecha algo que puede servirle en el futuro, y siendo que tu firma sí viene inscrita en la carta que mandaste como remitente, no me tomarás por alguien que descarte algo tan valioso a la ligera — hace un par de años me hubiera reído si alguien me dijera que la firma de Ruehl valiera algo, por mínimo que fuera, pero no cometeré el error de tirar lo que podría servirme en el futuro, aun no sé para qué, solo por resentimientos del pasado. Rebecca puede creer que es la única que sabe jugar bien sus cartas en esta habitación, apuesto a que lo hizo más de una vez en alguna taberna apestosa del norte, pero los que lucimos de pincel también sabemos una cosa u otra de estas tiradas.

Ella escoge las botellas en las vitrinas al otro lado de la pared, yo en su lugar me tomo la libertad de moverme hacia donde está el objeto, cruzándome de brazos en mi recorrido. — Qué... considerado por tu parte — no es más que una ironía que tiro sobre el agua llamativa que cruzo con dos de mis dedos, solo para recargarlos en mi pecho nuevamente segundos después. — Pero si tiene el carácter para enfrentar lo que sea, ¿no lo tiene entonces también para decidir sobre lo que hacer? — repruebo su actitud no mucho después hacia esta mujer, dándole la espalda al pensadero para poder fijarme en su figura — ¿Por qué debe sorprenderme que decidas sobre las vidas ajenas como si fueran tuyas? — no lo hace en realidad, es solo una nueva burla o, más bien, provocación hacia su persona. A la suya solo respondo tirando de mis mejillas hacia arriba para curvar mis labios en una sonrisa que tiene poco de amigable — ¿Lo quieres tú? ¿O vas a decirme que no te tienta el tener un pensadero al alcance de tu mano? ¿De tus recuerdos? — no me giro hacia la fuente, pero hay algo en ella que llama mi atención incluso cuando mis ojos no están posados sobre el líquido cristalino, por eso observo su figura en su lugar. — No esperaba que lo dejaras pasar, pero sí que comprendieras que estar en una posición como la nuestra conlleva unos riesgos, unos que no hubiera esperado te importaran tan poco como para pedirme semejante cosa — ya no es la sangre de los Helmuth de lo que estamos hablando, hablamos de que la sangre es lo que define a día de hoy a un mago, y yo no pretendo tirar todo eso por la borda solo por un capricho suyo. — Así que lo repetiré una segunda vez, ¿es eso realmente lo único que quieres de mí? Porque si es así ya tienes una respuesta y podemos seguir con esta conversación una y otra vez hasta que alguno de los dos dé el brazo a torcer — lo cual, hablando de nosotros, suena bastante imposible.
Nicholas E. Helmuth
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Invitado
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¿Desarrollo de los acontecimientos es cómo vamos a llamar al hecho de que Ingrid haya venido a mi casa a golpearme?— pregunto con una nota alta que es claramente de acusación hacia su hermana, ¿por qué esto pareciera ser algo que ya fue dicho por nosotros hace tantos años que no lo recordaba hasta que queda puesto en mis labios? Decir que fue Ingrid la que empezó, la que me provocó primero con sus insultos y la manera siempre odiosa que ha tenido de arrugar su nariz, claro que también yo encontraba maneras de adelantarme al insulto que ya sabía que vendría, dándole razones para que lo hiciera, tal como en este presente en el que basta que deje un papel a la vista. Lo que me molesta de todo esto es hablar de mí como si fuera la víctima, porque entonces sí me reconozco en la persona que fui alguna vez y que no olvidé como creía. Recuperar el contacto con los Helmuth, por molesto que sea para ambas partes, hace que vuelva a recuerdos muchos anteriores a lo que era mi memoria del pasado y que no sabía que conservaba. —No iba a despedir a tu hermana, ¿está claro?— se lo digo para volver a dar a mi voz una dureza que me caracteriza en estos días. —No pensé en ningún momento sacarla del escuadrón, cualquier cosa que pueda decir o hacer tu hermana no me afecta como pueden llegar a creer—. Con mis dedos rozo la mejilla que tuve que sanar de los arañazos de Ingrid, porque no era nada que mereciera verdadera trascendencia como para dejarlo visible en mi piel. —No hago de Ingrid mi enemiga, tengo otros y peores—, razón por la que estoy ocupando este despacho.

Hago eco de su propia carcajada por hacerme notar mi falta de dedicación a un trabajo que me tiene de lunes a lunes dando vueltas por la base, por creer que molestarlos es algo en lo que me entretengo pensando por las noches. —¿Para qué crees que te podría ser de utilidad la firma de Rebecca Hasselbach? ¿O qué significado se le podría dar al nombre de Anne Ruehl en ese certificado?— le pregunto, —¿Para te serviría evocar fantasmas? Son nombres hechos de humo—. No así el apellido Helmuth, que tiene historia, linaje y presencia. —Me tomé el trabajo de hacerlo no por diversión, sino para darte un mensaje concreto, sobre el que sigues dando vueltas para no reconocer que el que está en falta en el acuerdo que asumiste conmigo, eres tú. Y lo sabes, si me dices que no es así, solo me das un punto a mí— mi tono se está elevando sin que me dé cuenta, —que siempre dije que vas con tu conducta correcta por delante y es solo fachada de lo poco que te importa pasar de los otros. Porque el favor que recibiste lo consideras parte de tus privilegios de nacimiento, ¿no? Por ser un Helmuth, se te tiene que dar lo que pides y necesitas, que ruegues no significa nada para ti. Luego solo te levantas y sacudes el polvo de tus rodillas. Pues no, conmigo no es así, porque yo fui repudiada y me cago en los privilegios que crees tener— consigo decirlo sin gritar, pero agradezco la bebida que cae luego en mi garganta para limpiarla de la aspereza que dejaron mis palabras.

No necesito de ningún maldito pensadero para que el rencor corra mezclado en mi sangre al evocar los contrastes de mi vida con las de otras personas, aligerado apenas por el lugar en el que estoy ahora, sino fuera porque por culpa de la paranoia que me aseguró mi supervivencia en otro tiempo, estas paredes tampoco me brindan ninguna seguridad. El pensadero, su presencia, esta mansión, es el montaje que las circunstancias me han presentado y extremo mis reparos al moverme en este. —Porque soy yo sobre las vidas de otros, para que no sean otros sobre mi vida, es la ley del más fuerte que dudo que conozcas desde el lujo de tu mansión— esa es la respuesta que se merece el tono en el que me hace su pregunta. —Y no, no me tienta, ¿por qué querría volver a mis recuerdos en el norte donde vivía como una miserable?— se lo pregunto con ferocidad, su sugerencia se merece una mordida en la mano que le saque sangre. —Bastante tengo con evocarlo, como para querer revivirlo con la posibilidad de fijarme en los detalles— lo explico para que lo entienda, porque haber pasado toda su vida del lado luminoso de la cerca blanca no creo que le permita ver más allá. Dejo la copa sobre el estante para acercarme al pensadero cuando retoma el punto por el que le pedí que viniera y me cruzo de brazos dejando que termine de hablar. —Quien debe el favor no debería estar en condiciones de decir que no, ni presentar reparos, y es todo lo que haces con cada cosa que te pido. Te negaste a colaborar con un antídoto para los licántropos, te niegas a firmar un certificado que le asegura a mi hija que nunca será molestada por su sangre, ¡¿qué demonios puedo necesitar de ti?!— grito, solo para bajar mi voz a un susurro mordaz. —No necesito nada de ti, no necesito nada de nadie, pero tienes una parte del trato que cumplir. ¿O acaso tengo que dejarte las formas y los términos a ti?— pregunto con sincera curiosidad, por si esa es su intención al dar tantas vueltas, que la resignación me lleve a dejar que sea quien decida cómo concluirá este acuerdo. —¿Qué crees que necesito de ti con lo que daría por terminado esto?— inquiero, poniéndolo a prueba. —Y no te atrevas a ofrecerme ningún trato condescendiente que llega treinta años tarde, tu caridad no la necesito ahora cuando en su momento tú y toda tu familia decidieron que no merecía que miraran por mi suerte.
Anonymous
Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
La mirada que le dedico contesta por sí sola a su pregunta, con un breve movimiento de mis labios dejo en evidencia la mueca molesta que no necesita de acompañamiento alguno para expresar una respuesta, pues no voy a volver a poner en palabras que es precisamente a ese evento al que me refiero. Suficiente tengo con lidiar con mis propios problemas, el primero empezando por lo que me ata a este lugar, a este viejo rostro conocido, como para querer añadirle también el remordimiento que debería estar sintiendo mi hermana menor. ¿Soy honesto? No creo que lo haga, Ingrid no se arrepiente de haberla golpeado, y tampoco soy quién para colocarle ciertos puntos en orden, cuando no creo ni que su marido pueda ponerlos, pero sí hubiera esperado cierta actitud diferente o, por lo menos, más parecida a la educación que recibimos los Helmuth. Con esto solamente ha demostrado que no es muy fácil rebajarnos a su nivel, cuando nos ha costado sudor, sangre y lágrimas el mantenernos en esta posición, incluso con un gobierno como el de los Black, como para que lo tire por la borda por una rabieta infantil. Hubiera esperado más de Ingrid, si hay alguien que se encuentre decepcionado, ese soy yo. — ¿Yo sí soy tu enemigo, Rebecca? ¿Haces de mí alguien con quien quieres competir? — dejo enterrado el asunto de mi hermana, con esa aseguración que no sabía que necesitaba de que no va a despedirla, para centrarme en la otra parte de la conversación que me interesa. Antes de que pueda responder a mi pregunta, ya estoy analizándola con la mirada para tratar de identificar una posible pista.

Me encojo de hombros, de esa manera desinteresada que hace del gesto un movimiento mucho más inocente de lo que en realidad supone, que en el momento no se me ocurre algo concreto, pero sé de sobra que esta no será la última vez que esté en la misma sala que Anne Ruehl o Rebecca Hasselbach, el tiempo se ha hecho responsable de que sea así. — No cometeré el mismo error que antaño de creer que entonces sería la última vez que escucharía de Anne Ruehl, la chica expulsada de su hogar por traicionar a la pobre familia que le daba un lugar de acogida — soy venenoso con mis palabras, lo hago en defensa de las que ella me lanza a mí sin tener en consideración ninguno de mis sentimientos, así como yo tampoco la tengo con los suyos por un pago que debe ser mutuo. — Siempre has culpado a mi familia de hacerte sentir una paria, una repudiada incluso cuando vivías a un palmo de nuestro hogar, pero lo cierto es que no haces más que engañarte a ti misma al creer que fuimos nosotros, y no tú misma quien hizo que te ganaras la reputación que te dieron. ¿No lo pensaste? — lejos de las disputas que pudieran tener los Helmuth y los Ruehl, en aquella época no dejábamos de ser unos jóvenes que seguían la corriente de los más adultos, aprendimos lo que aprendimos en base a lo que otros dijeron, lo mismo con mi familia. La reputación de uno se gana individualmente, quizá debería empezar a replantearse eso antes de venir a acusar con el dedo — No subestimes lo que se puede hacer con un nombre — esperaría de ella al estar donde está ahora que habría aprendido esa parte, pero no tengo problema en hacerle un recordatorio de lo mismo.

Meto mis manos en los bolsillos de mi pantalón al alejarme apenas unos pasos del pensadero, riéndome entre dientes con una dejadez que demuestra mis pocas ganas de volver a discutir sobre esto. — ¿Por qué tienes que hacer de todo una cosa más grande de lo que es? Fue un maldito favor, Rebecca, no una demostración de mis privilegios. Mi sobrina se encontraba en peligro, su madre estaba preocupada y mi único objetivo esa noche era regresarla de nuevo a su casa. Eres tú la que haces de cada gesto una oportunidad para remarcar nuestras diferencias, en vez de verlo como lo que es. — que no me malinterprete, tenemos nuestras diferencias y esas siempre van a estar ahí, pero lo que yo veo como un punto y aparte en nuestra relación, ella parece verlo como un punto y coma que le dé pie a poder escribir lo que a ella más le plazca para recordar por siempre que le hizo un favor a un Helmuth. — Ahora sí, ¿quieres el favor de vuelta? Ya te divertiste suficiente con el certificado falsificado, si ya podemos dejar estas tonterías a un lado y volver a lo serio — pido, un poco exasperado de siempre volver a lo mismo. Lo que me hace doble gracia es que se excuse de esa manera tan pobre con respecto a su actitud para con la mujer de quien consiguió el objeto de la esquina, que ni me molesto en disimular la curvatura de mis cejas al alzarse. — Eres tú sobre las vidas de otros, ¿en esa frase qué es exactamente lo que te diferencia de mi familia? — pregunto en un tono ingenuo antes de proseguir — Todo este tiempo nos has maldecido y te has quejado de que nos comportamos de manera superior por sobre encima del resto, que pisoteamos a aquel que haga falta, cuando tú estás haciendo, y has hecho, lo mismo con quién has podido para mantenerte sobre tus dos pies. ¿Que tú te hayas comportado de la misma forma te otorga mayor moral solo porque lo hiciste en el norte? No, Rebecca, no puedes acusar a alguien de patear a los más débiles cuando el que estés ahí donde estás ahora es un ejemplo claro de que llegaste por los mismos métodos. ¿Te vas a excusar con la supervivencia? Todos tenemos distintos niveles de supervivencia, el tuyo no te hace mejor persona, así que no lo utilices para que tus razones sean más válidas que las del resto.

Como un espejo de otros encuentros, mi actitud calma contrasta con la suya al perder la tranquilidad con que nunca empieza una charla entre ambos, por mucho que nuestras voces no rocen lo que se consideraría un rango alto. El haberme separado previamente del pensadero me da el espacio para observarla acercarse, con mis ojos clavados en su figura al repasar cada una de sus facciones, esas que van cambiando de tonalidad con cada segundo que pasa y se puede apreciar en sus mejillas sonrojadas por el enfado que acumula debajo de la piel. A sus acusaciones solo puedo que responder con un apretón de mis labios, dividido entre dos acciones que pueden terminar de dos maneras muy distintas. El suspiro que suelto a continuación me da los segundos necesarios para meditar entre mis opciones, pudiendo escoger la que sería la salida más fácil, me decanto por la que sin duda va a tomarme más tiempo. — Te advertí una vez de que no criticaras lo que, en tu afán por tacharnos como escoria, no pudiste ver cegada por esos mismos prejuicios — no diré que yo estuve libre de esos pensamientos, porque no sería mentirle solo a ella, sino a mí mismo también. Así que en su lugar vuelvo a acercarme con pasos premeditados. — No seguiré malgastando saliva siendo que ninguno de los dos va a ceder en sus caprichos, así que simplemente te lo mostraré — saco mi varita para rozar mi sien con la punta, de ella sale un hilo transparente, casi como una fibra corta de ADN enredada sobre sí misma, que contiene un recuerdo que no sé si ella guardará en mente. Yo lo considero uno de los momentos más frágiles de mi juventud, cuando todo mi ser estaba en duda y lo que soy hoy no es un reflejo de las decisiones que pude haber tomado de escoger un camino diferente. Con la varita guío el hilo hasta posarlo sobre el agua cristalina del pensadero, esa misma que succiona el recuerdo hasta evaporarlo y con un gesto de mi mano invito a la mujer de la sala a que se acerque. Si lo que quería de mí era un favor, recibe con esto mucho más de lo que he ofrecido a otros, yo que me considero un hombre de mente bastante cerrada, abrírsela a alguien que no está entre mis allegados por voluntad propia puede decirse que es un gesto más que arriesgado, pero que por alguna razón estoy dispuesto a tomar.
Nicholas E. Helmuth
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Invitado
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Tengo la tentación de rodar mis ojos, quitarle peso a su pregunta con ese gesto que lo reduce a un sin sentido, ridiculizar su duda con una carcajada, para hacerle ver que ese no es un puesto que considere para él, ni es uno que le otorgue cuando tengo que hacer un repaso de mis enemigos reales, en este momento son otras las personas en esa posición, identificadas en carteles de criminales. Si lo suyo es un interrogante privado para entender mi ensañamiento con los Helmuth, este no pasa de ser un rencor añejado con los años, las enemistades tienen sentimientos más arraigados de odio y razones para sentirlo. Mis ojos siguen fijos en él, nada tiembla en mis facciones serias, cuando respondo: —Claro que no, ¿por qué te haría mi enemigo?—. Es una pregunta válida que me autoriza a darme el gusto de entornar la mirada. —¿Por qué haría mi enemigo a un hombre tan correcto? Es frustrante pelear contigo—. No uso la palabra competir, yo no compito con nadie, lo que hago es pelear y si bien pareciera que nuestras conversaciones siempre llevan a eso, no es la misma pelea que dedico a mis enemigos y en las que traspaso los límites que se me imponen para despedazar a mi rival, con él mantengo una distancia de respeto que se acentúa más que extinguirse.  

Piso en el borde de un humor peligroso cuando me río del modo en que elige referirse a los Ruehl como una «pobre familia», cuando al retirarnos los más jóvenes, la mesa donde habíamos compartido la cena se convertía en el espacio de reunión para que discutieran sus negocios que incluían uno que otro nombre de alguien que no respondía con la obediencia que se esperaba o que debía hacerse a un lado para que dejara de obstaculizar. —Esa es tu versión desde tu lado de la calle— mascullo, no llego a gritarle para hacerle saber la mía, porque si eso es lo que veía desde su sitio, se corresponde a la imagen que yo también me he hecho y sostenido por décadas de los Helmuth, nunca pudieron verme a mí como alguien a quien quizás podrían haber brindado ayuda y me asquea pensarlo siquiera así. Mi expresión se vuelve más severa con todo lo que dice a continuación, culpabilizándome a mí de la idea que se hicieron en base a sus prejuicios, y en parte, volviendo sobre la responsabilidad que asumo de que en ese entonces no hice demasiado para que ciertas impresiones cambiaran. —Nunca les interesó saber qué había detrás de la chica que era y de la manera en que me mostraba. El que alguien elija quedarse con una impresión o una reputación habla de su propia incapacidad para ver más allá de sí misma y el amor que siente a tener la razón como para querer descubrir que podría estar equivocado— replico. Trataba a cada persona de la manera en que lo hacían conmigo, pero a los que me demostraron amabilidad también apartaba, como a Sigrid que jamás la hubiera dejado entrar a mi casa por mucho que me siguiera a lo largo de la acera, para que no viera lo que había dentro. —Tú no le des más importancia de la que tienen, muchos nombres dejan de ser aquellos a los que respondemos cuando nos llaman y así pasan a ser nada.

Hago oídos sordos cuando sus acusaciones toman otras aristas, queriendo él hacer algo pequeño de lo que fue un hecho grave que puso a toda su familia de cabeza y lo trajo a este mismo despacho a rebajarse en nombre de todos ellos, para que le brindara una ayuda que hubiera sido un simple trámite si otros fueran los términos de nuestra relación como colegas, se sobredimensionó debido a las rispideces que no olvidamos de un breve pasado en común. Muevo mi cabeza en una negación suave y a la vez firme respecto a su discurso a conveniencia por el cual pretende hacer de un favor que él mismo rogó, una nimiedad que puede aventar a un tacho de basura. Todo lo que dice sobre que no soy tan diferente a lo que critico en su familia se lo contesto con mis ojos enseñando lo filosos que pueden ser. —No, lo que digo nunca es que alguien sea mejor que otro, que haya una justificación más válida que otra para ser una mierda de persona—  lo contradigo, por si no me ha escuchado bien en ocasiones anteriores. —Lo que detesto son todas aquellas personas que se frotan las manos como si las tuvieran impolutas o que incluso sucias, pretenden mostrar una altura de nobleza que los excuse—. Franqueza es lo que quiero, prefiero la franqueza que me muestre las caras feas de una persona, a tener que tolerar a una cara afable que es pura apariencia y sus actos son una trampa. —Detesto la hipocresía de tu familia, su soberbia— repito, pero bajo mi tono con lo siguiente, como un susurro entre dientes, —y el que se hayan mantenido al margen, que hicieran sus juicios desde ahí, es lo que sigues haciendo. Te convences de que está bien lo que haces, porque dentro de tu cuadrante, es lo que está bien.  
   
Nos veo como dos sordos gritándose en una sala, ninguno puede entender la posición del otro y hace que olvidemos el motivo por el que le pedí que viniera, para seguir desenterrando discusiones sobre las que ya está todo dicho. Esto acabará de la manera que conocemos, él llevándose la razón por no ceder, yo rabiosa por insistir en un punto que nadie más puede ver, ordenándole que se vaya. No me espero una demostración de nada, sus palabras no me dejan saber cómo podría permitirme comprender lo que propone y antes de que pueda reírme con sorna de él, lo veo acercarse al pensadero con una voluntad irrefrenable a la que hago espejo dando unos pasos hacia atrás para alejarme yo. Si algo hace posible que vuelva a acercarme al borde de la fuente donde un retazo de pensamiento se diluye en el agua, es que se trata de un recuerdo que le pertenece a él, no a mí. —Espero que no sea un juego, Nicholas. No dudaré en darte un puñetazo si lo es— lo amenazo. Mis dedos se retuercen por el miedo irracional que se siento en la boca de mi estómago y tengo que guardarlos en puños para disimularlo al inclinarme sobre el pensadero, mientras mi respiración es un eco ansioso en mis oídos. Ese eco es lo único que percibo cuando las formas del agua van alzándose como siluetas que se materializan en fachadas de casas residenciales, cercos por donde trepan enredaderas, árboles levantando con sus raíces las baldosas de la acera y nosotros de regreso a la calle donde crecimos, cada uno en su lado de la vereda.

* * *

Todo lo que estás haciendo es remarcar diferencias al traerme a mirar tu casa y la mía— murmuro, inmóvil delante de la construcción de dos pisos con un pórtico por cuya puerta espero verme salir, la fachada se ve más oscura que las casas vecinas, las cortinas están echadas detrás del vidrio de las ventanas, no hay espacio por el que se puede echar un vistazo al interior, salvo una de las ventanas del segundo piso donde a veces se sienta una chica en el alfeizar para descorrer la tela unos centímetros. Mi mirada se topa con esa ventana también infranqueable a la curiosidad de los vecinos, en esta ocasión la nuestra. Por inercia, mis ojos al apartarse de mi casa, buscan la residencia que está un poco más arriba en la calle, en diagonal a la vista que tenía desde la ventana de mi habitación de adolescente. Es un daño a mi vista comprobar que la casa de los Helmuth no es tan distinta a cómo la recordaba, si acaso el blanco de sus paredes destaca aún más. Este recuerdo es similar a cientos de evocaciones que podemos hacer del barrio del distrito dos en el que crecimos, como para poder saber qué tiene este de particular y no es hasta que doy unos pocos pasos por la acera para alejarme de la casa de mi infancia, que veo la calle estrecha que entre muros de arbustos abre un pasaje entre las residencias que solía servirnos de atajo. Mis ojos tropiezan con las figuras de dos jóvenes que alcanzo a reconocer una fracción de segundo antes de que su discusión se interrumpa por un beso impensado. No hace falta que le recuerde mi amenaza de darle un puñetazo por traerme a este recuerdo, porque es Annie quien marca con su mano una bofetada en la mejilla de aquel Nicholas. —¿Qué demonios haces?—. Me giro hacia el hombre mucho mayor a aquel muchacho con mi ceja arqueada y mis brazos cruzándose por delante de mi pecho. —¿Te divierte jugar de esta manera conmigo, Nicholas?— mi voz se superpone a las mismas palabras dichas por Annie, a quien no hace falta que mire para saber que en su ofuscación echa hacia atrás los mechones que le caen sobre la cara, solo para que vuelvan a caer cuando da un paso hacia adelante y su enojo le hace alzar el rostro. Mi tono calmo choca con su voz rabiosa. —Porque no pienso ser parte de tu juego …de purista consentido que se entretiene con lo que luego tirará como basura— esas palabras que siguen a las mías son dichas por Annie, cuando todavía se creía capaz de protegerse si se apartaba de todos los sitios y pasajes peligrosos, si estaba atenta a las trampas, si no confiaba en nadie y ojalá se hubiera mantenido así.
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Muestro mis dientes al reírme por debajo de sus palabras, como si esto se tratara de una pelea de niños que pronto pasará, cuando los dos sabemos que si se hace tan frustrante mantener una discusión entre ambos, es porque conocemos los puntos precisos donde hay que golpear para aplacar a la otra persona. No hace falta ser amigo de alguien para conocerlo, a veces basta con estos encuentros fortuitos para recordar cómo fue la infancia que compartimos como algo más que vecinos corrientes. — Algunas personas tampoco te permiten llegar a romper con esa reputación, se colocan su armadura de hierro y no dejan que te acerques ni para estrechar una mano — hablo desde la visión que conozco, la que me ofrecía la ventana de mi dormitorio en el distrito dos, que casualmente daba para la calle principal del vecindario. Desde allí podía observarse cualquier figura que pasara, escuchar conversación ajena que se excediera un poco de tono, analizar el movimiento vecinal con apenas subir un poco la cortina del cristal. A través de él es de donde podía ver a la misma mujer que tengo ahora en frente, no se ve muy distinta que en aquella época, siempre en una postura defensiva, preparada para golpearte si es necesario. — Pero todos sabemos que hay mucho más debajo de todo ese caparazón — declaro, alzando un poco la barbilla para dejar reflejado mi punto y a lo que me refiero, que es un problema de cobardía y temor a mostrar su verdadero ser, y es la primera vez que me encuentro admitiendo que Rebecca Hasselbach es mucho más de lo que deja ver a diario, no necesariamente para bien, tampoco para mal.

Ya, ya, detestas a mi familia y lo que significa nuestro apellido, se está empezando a volver aburrido que siempre aceches con las mismas acusaciones, como si algo de lo que digas vaya a afectar a la manera que tenemos de pensar las cosas — contesto en un tono exasperado, resoplando de seguido al llevarme una mano para pellizcarme el lugar entre mis cejas y dejo caer el brazo con todo el peso a un lado de mi cuerpo, observándola. — No es hipocresía, no es mantenerse al margen cuando el otro impone la distancia desde fuera. Te crees con la autoridad de criticar a mi familia cuando tú nunca estuviste dispuesta a ver más allá tampoco, te quedaste con lo que conocías y te salió mal, no culpes a los míos de las decisiones que tomaste tu sola, porque pobre o no, paria o no, las elecciones siempre fueron tuyas, hazte responsable de ellas como lo hacemos otros de las nuestras — digo tajante, tan firme que nada en mi voz tiembla al remarcarle la determinación que la llevó a perderlo todo por alguien que ni siquiera merecía la pena. No tuvo ojos para verlo, allá donde dice que yo solo soy capaz de ver mi versión, ella tampoco parece estar haciendo mucho esfuerzo por diferenciar de la suya. Eso es todo lo que le estoy ofreciendo cuando he estirado mi mano para que se acerque, claro que lo tiene que hacer de nuevo una lucha entre ambos, para luego culparme a mí de tener esta actitud contra ella, esto es lo que ha hecho siempre. — No es ninguna trampa, ni ningún juego, solo observa. — para esto no va a necesitar más que su par de ojos y orejas, que yo seré el encargado de sumergirla a mis recuerdos como lo que espero sea pago saldado.

* * *

Me ahorro el suspiro porque estoy tratando de hacer algo que no he hecho nunca, no quiero arrepentirme tan pronto de darle paso a una persona como ella, una mujer encargada de mancillar recuerdos y momentos, a los que son más preciados para mí. No es que este lo sea, si bien sí creo que marcó un final y un inicio en mi juventud, al toparme con la más honesta de las reacciones que podría tener alguien como Rebecca. Desde la visión de adulto que tengo ahora puedo verlo como un capricho de una adolescencia tardía, ya que en mi veintena seguía siendo el joven serio y actitud reservada, el mayor de los hijos de los Helmuth que posaba la mirada sobre sus hermanas en silencio. Todos tenemos pequeños descarrilamientos alguna vez en la vida, incluso Ingrid, quién de ojos para fuera puede parecer como la más perfecta de las impresiones, también tiene un pasado con errores a destacar si no fuera porque se mantienen en el fondo del armario más profundo de su casa. Puedo considerar este recuerdo como uno de esos momentos en los que estuve a punto de errar en mi brillante currículum, no solo académico, sino también personal al no relacionarme más que con la élite que pensaban mis padres era adecuada para un muchacho como lo era el Nicholas que veo con sus manos en los bolsillos de su pantalón, tan calmo mientras la figura morena de normalmente rostro pálido llena sus mejillas de un color rosado al discutir a plena voz.

No estoy jugando, son recuerdos que tú misma posees, no podría jugar con eso ni aunque quisiera, solo quiero que presencies la otra versión de este momento en concreto, para que dejes de pensar que todo lo que te pasó, todas las miradas y críticas que creías iban hacia a ti, en verdad fueron etiquetas que agrandaste por tu cuenta porque eras incapaz de mirar fuera de tus propios prejuicios y tu calle — no se trata de un insulto, a pesar de que no necesito que reaccione para saber que se lo va a tomar como tal, tal y como hace su yo del pasado al golpearle el rostro a ese Nick de hace más de veinte años, el mismo que se lleva una mano a la mejilla que ha sido golpeada para marcar con sus dedos la quemazón que puedo sentir yo mismo, incluso cuando hace tiempo que el gesto dejó de quemar. El problema principal de Anne Ruehl, aquí como la ven de combativa y agresiva, deja mucho que desear de la persona que parecía ser por dentro, el Nicholas de entonces lo veía, tanto como para atreverse a besarla sin consentimiento, conociendo las consecuencias mucho antes de inclinarse hacia ella — ¿Por qué siempre tienes que ser tan recelosa conmigo, Ruehl?— escucho lo que dice como eco en mi cabeza al ser un recuerdo que a día de hoy es bastante vívido en mi memoria, da unos pasos hacia atrás para alejarse de ella apenas unos centímetros y quedar apoyado en la pared del atajo, observándola. — ¿Por qué das por hecho que voy a tratarte como basura? ¿No es eso lo que hace contigo ese tipejo y aun así a él sí le dejas que te bese? — no me siento muy orgulloso de las palabras de esta versión mía, se pueden percibir los celos desde mi postura a pesar de que no es un sentimiento que reciba Ruehl en ese entonces, demasiado enfrascada en su odio y repugnancia hacia el chico que tiene en frente como para darse cuenta. — No esperaba que tuviera que ser yo quien te dijera que te mereces algo mejor que ese asqueroso — me aseguro de remarcar eso último para que no se perciban todavía la envidia que me picaba por verla con ese, a lo que respondo con una sonrisa que me haga parecer estar por encima de ellos, solo para apaciguar el sentimiento doloroso de que lo escogiera a él cuando tenía otros lugares mucho mejores donde mirar. — Cuando te dije aquella vez que te responsabilizaras de tus decisiones, que fueron estas las que te llevaron donde acabaste, fue porque de verdad no te paraste a mirar calle arriba — esta vez soy yo en el presente quien le habla a Rebecca, apenas dirigiéndole una mirada antes de volver a posarla sobre los chicos del callejón — Hubiera hecho lo que me hubieras pedido, cualquier cosa, solo tenías que pedírmelo, pero nunca lo hiciste, tan solo alzaste la barbilla para mirar en otra dirección, y yo hice lo mismo con la mía — por orgullo pateado, sí, eso que me cuesta admitir incluso cuando no hace falta más que observar la expresión de mi rostro para reconocerlo.
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Mi mirada es una amenaza fría, se clava en él con su filo azul, y es el único gesto que tengo para advertirle que no siga por ese lado, en vez de darle un golpe que lo haga retroceder y desistir en ese intento de insinuar que puede haber algo por debajo de cualquier caparazón, se asoma al borde de una profunda decepción cuando descubra que no hay nada. Está cometiendo el mismo error que otros, espera ver algo porque supone que bastará con creer que lo encontrará, cuando ese algo que busca lo he robado yo misma y no tengo intención de devolverlo. —No lo hay, Nicholas— mi réplica es también un desafío, una continuación de esta disputa en la que ninguno pretende dar terreno y todo lo que dice sobre su cansancio a escucharme maldecir sobre su familia como si fuera la culpable de mis males, me indica el punto de exaltación al que llegó cuando él mismo se niega a demostrar que hay un poco de sentimiento debajo de su máscara de impasibilidad, la que se resquebraja luego de golpear tantas veces en el mismo punto susceptible que es su familia, pero no experimento la misma satisfacción que al ver a Ingrid perdiendo los estribos, es una bebida amarga que forzamos al otro a tragar, tan necesaria para la memoria del espíritu sobre todas las cosas que hicimos mal.

* * *

Estaría mintiéndole en la cara si le dijera que olvidé este momento, estaría mintiéndome a mí si creyera que le lastimaría de alguna manera que le dijera que no guardo recuerdo de esto. Es una visión que cobra intensidad como algo real, algo que ocurrió, cuando me apropio de la familiaridad de este atajo que tomé tantas veces para volver a mi casa, cuando me reconozco en los gestos furiosos de Annie por sentirse menospreciada a causa de lo que toma como un avasallamiento, cuando el rostro joven de Nicholas se impone al recuerdo de otros rostros. En el dolor de aferrarme tanto a ciertas memorias las convertí en mi pasado oficial, que momentos como este quedaron relegados y nunca volví sobre ellos. —¿Estás tratando de convencerme que había algo de cierto en todas las mierdas que dijiste?— gruño, tan escéptica como la adolescente que contiene en sus puños las ganas de golpearlo, se ha dicho que no lo hará, que no será el peligro que otros le adjudican por vivir en la casa en la que vive. Pero la veo ir hacia él para darle un primer empujón que lo desestabilice, un segundo empujón con fuerza al golpear su pecho con las palmas de sus manos extendidas. —¡¿Es eso?! ¡¿Porque supones que alguien juega conmigo crees que también puedes aprovecharte tú?!—. Me sorprende verla dándole un tercer empujón de pura rabia, hubiera deseado que demostrara ese carácter ante otras personas, en el presente puedo verlo como un derroche de enojo en el juego banal de un muchacho. No, lo veo como un derroche de enojo en la persona que no iba a ser quien la lastimara, me duele oírla defender al imbécil de la manera en que lo hace. —¿Y quién se supone que es mejor? ¿Tú? No eres más que un imbécil, Helmuth—. Hubiera reservado ese insulto para quien se lo terminaría mereciendo, si lo habré gritado muchas veces al verme abandonada, tantos insultos y reproches atorados en mi garganta por no haber vuelto a ver su cara, teniendo que tragarlos y diciéndome a mí lo imbécil que había sido, por confiar en algo que no permitiré que casi treinta años después, Nicholas Helmuth quiera convencerme que pudo haber sido la diferente, si hubiera mirado hacia la persona que lo hubiera hecho todo distinto.

Me paro delante de él para enfrentarlo, mi mirada tiembla por tantas emociones reprimidas que podría descargar en puños sobre él, pero quiero creer que puedo estar a altura de su actitud fría respecto a la situación que se desarrolla bajo sus ojos y no responder del mismo modo que lo hace Annie. —No, no te atrevas, ni por un momento, a decir que pudo haber sido distinto. No te mientas a ti mismo diciéndote que habría sido diferente si creía en ti, si te hubiera elegido a ti— todo lo que digo va con tanta aflicción, que no llega a ser un reproche al regodeo que podría provocarle ver cómo acabó ese rechazó que le habrá herido el ego, porque no lo veo regodeándose. Me trae a este recuerdo por mí, no por él, esclareció para mí lo que no había percibido en el pasado, así que me toca ser quien eche luz sobre lo que me han dejado todos los años desde entonces. —Nada hubiera sido distinto—, esa es mi verdad. —El amor nunca ha cambiado a nadie, ni su suerte. ¿Me habrías dado todo lo que te hubiera pedido?— pregunto. —Ese es el amor que la gente da, palabras vacías, palabras con un supuesto sentimiento de promesas demasiado grandes para ser cumplidas. No me hubieras dado nada distinto a lo que he recibido de todas las personas que ponen esas palabras tan fácilmente en sus labios y he escuchado muy buenas mentiras en todos estos años. Me hubieras convertido también en un jarrón de tu repisa, en el último cuadro del pasillo, eso es el amor. Es decirle a alguien que se quede para estar ausente. Así que puedes sacarme de esta maldita demostración de que todo hubiera podido ser distinto, porque no lo hubiera sido—. Sacudo mi barbilla hacia los chicos del pasaje para retirar mi mirada y parpadear, así puedo limpiarla del gesto dolido que se ve como grietas en el azul. —Tendrías que agradecerme por haberte golpeado ese día— mascullo.
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Nicholas E. Helmuth
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¿Por qué te traería aquí si no fuera para mostrarte lo que te negaste a ver en su momento? Eres tan consciente como yo de estos recuerdos, no tendría por qué meterte en mi mente cuando los dos hemos estado aquí parados. No estoy tratando de convencerte de nada, ya no— porque en su día puede que intentara convencerla, de manera muy sutil y casi se puede decir que ineficazmente, de que la decisión que estaba tomando al escoger a aquel chico era la errónea. No lo hice bien, al parecer, tampoco pienso que me esforzara lo suficiente al tener que mantener la posición que se esperaba de mí, frente a mis padres, mis hermanas, a toda mi familia en realidad. Nunca jamás se hubiera permitido que tal cosa como yo llevando a casa a una Ruehl ocurriera mientras un Helmuth siguiera vivo, así que ahí donde le señalo la equivocación que cometió, yo también tuve mis faltas. Aun así, no he mentido al decirle que hubiera hecho cualquier cosa, que la hubiera presentado frente a mi familia, si hubiera mostrado un mínimo interés, en vez de golpearme el rostro, el cuerpo de esa forma que hace al Nicholas del recuerdo dar pasos hacia atrás con cada sacudida. —¿Quién dijo nada de aprovecharse? ¿Por qué tienes que actuar de esta manera como si te hubiera escupido en la cara? Sí que te tienen que haber tratado mal en la vida si tomas un beso como un gesto despectivo— escucho que respondo, haciendo caso omiso de sus golpes. Supe en el momento, al igual que puedo hacerlo ahora, que no es un comentario que fuera a apreciar, pero tal y como ella me había hecho daño a mí con su rechazo y actitud desdeñosa, quería hacerle sentir lo mismo.

La escucho lamentarse a pesar de que en sus palabras jamás aparece un arrepentimiento, es tan orgullosa como para no reconocer ni en el día de hoy que erró en esta ocasión, que lo haría también en otras futuras, que terminaría cayendo en una espiral de equivocaciones, las cuales la arrastrarían hasta quedarse de pie parada frente a mí como lo hace ahora, pero sabiendo que siempre estará un paso por debajo de mí, incluso cuando nuestros ojos quedan casi a la misma altura pese a la diferencia en nuestras estaturas. No tiene nada que ver con que pueda mirarla desde arriba el que me sienta en este lugar desde donde puedo observarla sin apenas pestañear, tiene que ver con que yo sí me tragué el orgullo de verla marchar y caer con ese hombre, mientras ella sigue masticándolo para no admitir nunca que todo hubiera sido diferente si sus ojos hubieran ido a parar a otro sitio. —Eres tú aferrándote a la idea de que no podía haber sido diferente, cuando lo cierto es que nunca lo sabrás con certeza porque escogiste mal, aunque no quieras admitirlo, aunque te agarres con uñas y dientes a tu orgullo con el que te sostienes en el presente, jamás sabremos si hubiera sido diferente porque no le diste una oportunidad a que ocurriera. Eso es lo que somos, lo que queda de nosotros, oportunidades que tomamos, las que perdemos, las que escogemos y dejamos ir— respondo a su enfado, en la misma postura que siempre me ha dejado por encima, que no tiene nada que ver con la diferencia de clases, tampoco de especies, sino de lo que somos, lo que gritamos y lo que nos callamos, cómo lo decimos y a quién se lo decimos. No puede decir que eso es algo que dejáramos de ser.

Dejo que siga hablando, escupiendo palabras hirientes y acusaciones sacadas de su herida soberbia por no verse en la razón, mientras que yo permito que mi cabeza libre por otros recuerdos para deshacer el panorama que se nos presenta. Nuestras sombras desaparecen en una nube de polvo negra, así como lo hace el vecindario a nuestro alrededor para dar paso a una iluminada habitación de paredes blancas, mis pies pisan sobre la madera limpia del suelo que reconozco como mi dormitorio, y sentado al frente, en un escritorio colocado junto a la ventana, se encuentra el mismo Nicholas de antes apenas unos cuantos meses después. Afuera en el pasillo se pueden escuchar las voces agudas de las muchachas que conviven a los otros lados de la pared, como no era de extrañar en la casa se encuentran discutiendo y perturbando el silencio que normalmente envolvía esta habitación, de puerta para dentro era el único lugar donde podía sentir que sus pensamientos eran suyos. —Puedes pensar lo que quieras, al fin y al cabo solo nosotros sabemos lo que se esconde detrás de nuestras mentes, nuestros pensamientos acostumbran a ser lo único que nos pertenecen— digo, dando unos pasos para acercarme al joven que observa a través del cristal justo en el momento en el que una chica morena cruza la calle, acompañada unos metros detrás por otro muchacho que lleva un paso algo menos acelerado, hasta que pega una carrera para colocarse cariñosamente a su lado. —Pero mi verdad es esta, no puedes asumir algo que nunca dejaste que tuviera lugar, porque entonces estarías cayendo tú misma en lo que antes no has tenido problema en criticar. ¿Puedes tacharme a mí y a mi familia de tener prejuicios hacia los demás, pero cuando es tu turno sí puedes juzgar como te corresponde?— ladeo la cabeza, chascando la lengua en evidencia de que las cosas no funcionan así. —¡Sigrid!— me veo interrumpido por las acciones de mi recuerdo al levantarse para abrir la puerta exasperado por las discusiones que ya le molestan, topándose con las figuras de sus hermanas menores a quienes puedo analizar detrás del marco de la puerta al abrirse. Ignoro la conversación que tiene lugar para centrarme en la mujer morena que no cuadra con la estampa rubia de la casa, tuerzo los labios al abrirlos antes de hablar. —¿Lo agradezco yo o lo agradeces tú? ¿Realmente lo haces?— la reto a que conteste con honestidad, como sé que no hará porque antes irá de frente con el orgullo, pero solo quizás...
Nicholas E. Helmuth
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Si lo busco, quizás al encontrarlo este recuerdo difiera en tan pocos detalles, si lo hiciera podría escuchar todas las veces que me hicieran falta, lo que había olvidado que dijo ese día. ¿Qué tan mal nos han tratado para que un gesto así se vuelva una amenaza? Esos días en los que había dedicado toda mi confianza en exclusividad a una persona, seguía viendo el acercamiento de otros como un peligro sobre la inestable fortaleza de mi carácter, ¿alguna vez deje de estar a la defensiva? Puedo decir, con una honestidad real, que en esos días lo hice, había puesto mi corazón en una mano para dársela a una persona que me dijo que me quería y le creí. ¿Por qué le creí? Porque así como Nicholas trata de demostrarme que era sincero, sé que esa persona también lo fue, y al sostener su mirada para reafirmarme en una postura, de la que nunca debería haberme salido, toda la mierda que arrojo sobre una palabra que me asquea en mis labios, a lo único que se refiere es que ese sentimiento se acaba. Se acabó en esa persona, se acabó en mí, también se acabó en Nicholas. El invierno que imponemos hacia el otro con el rechazo y un olvido hiriente, acaba por extinguir cualquier fuego que queda sepultado bajo el frío trato que se da y se recibe.

Todos nos creemos incondicionales a un sentimiento que nos embarga enteros porque no imaginamos qué será de nosotros cuando nos encontremos vacíos de este, simplemente ese lugar lo ocupa algo distinto, sentimientos hacia otras personas, angustias hacia uno mismo. —No, no somos oportunidades— susurro, es una réplica desprovista de rabia, son palabras huecas que resuenan con otra voz en mi mente. —Estás hablando de recuerdos, lo que somos son recuerdos— de lo que tomamos, de lo perdimos, de lo que escogimos y de lo que dejamos ir. Pero no son oportunidades, porque esa palabra está cargada de cosas que podrían pasar, si es para hablar de nuestro pasado, lo que somos y lo que en este momento habitamos, son recuerdos. Él y yo, con los años que tenemos, no somos más que recuerdos. —Todo lo que pasó, ya pasó— digo, con una rotundidad que no me da permiso para idealizar una vida paralela a la que tuve, ¿por qué me lastimaría de esa forma? Para desear una vida distinta, ya tuve episodios de desasosiego en que deseé acabar con la tenía. Nunca estuve invitada a las comodidades de su mundo que tal vez lo hubieran hecho todo más llevadero, la ironía es verme a esta edad entre paredes internas de aquella casa blanca que destacaba sobre la calle, una fachada que no me cansaba de ver desde mi ventana, sin saber que desde esta había alguien más, que no era ni Sigrid con su curiosidad, ni Ingrid con su lengua venenosa, mirando a mi casa.

En vez de sacarme del recuerdo del atajo, me trae a este como si fuera una segunda caja más pequeña dentro de otra más grande, y el enfurecimiento anterior con el que pedía que me liberara por la sensación de estar atrapada en algo que me negaba a ver con sus ojos, se desvanece en este espacio personal de su mente. Bajo mis párpados al inspirar el aire que suelto a través de mis labios, ¿su pregunta en verdad espera una contestación de mi parte? —Sabes por qué lo hago, por qué lo hacemos, es la manera en que ha funcionado siempre el mundo para nosotros—musito, desganada. Mis ojos al entreabrirse siguen al muchacho que se enfrenta a sus hermanas menores, rubias cabezas que se me hacen tan familiares, como si esas adolescentes nunca  hubieran cambiando a las adultas que son al día de hoy y siguieran viviendo en un universo en el que quedamos capturados, en una eterna juventud de primeros errores. Me demoro en responder, las voces de la discusión que transcurre en la puerta son un ruido sordo que hace al ambiente, y entonces separo los labios para modular mi verdad. —Yo sí lo agradezco, agradezco haberte empujado ese día, te salvé de poner todo esto que nos rodea en crisis. Eres quien eres, conseguiste todo lo que tienes, porque ningún error te arrastró fuera de estas paredes y puedes disfrutar de una vida en la que te mantuviste por el camino correcto— digo, no es una recriminación como otras veces, sino una exposición de todo por lo que debe sentirse satisfecho.

»Tu lugar era este, mi lugar era ese, jamás hubiera sido este, cada quien obtuvo lo que le correspondía  — insisto. Suelto un suspiro cansado al continuar: —Todo el tiempo te acuso de que tus acciones de ayuda hacia los demás son falsas, pero creer que podrías haber hecho algo por mí y quizás mi vida, supera a todas tus otras buenas intenciones de samaritano—. Cruzo la poca distancia para estirar mi brazo y que mi mano rodee su codo en un apretón suave que no pretende lastimarlo, le dejo saber que mi cercanía está libre de mi amenaza al mirarlo con mis ojos limpios de emociones turbulentas. —No me hubieras salvado sacándome de un lugar para colocarme en otro distinto, llegar a mí requiere de cruzar ciertos infiernos y entender que nunca los abandonaré del todo, no es algo que vaya a esperar, a exigir de nadie y menos de personas como tú— meneo mi cabeza para que no se apresure en volver a nuestros prejuicios, —no hablo de tu clase, hablo de tu carácter. No te mereces tratar con ninguna persona que a la larga te obligará a pisar esos lugares— susurro, demoro el agarre de mis dedos, hasta que dejo caer mi mano a un lado de mi cuerpo. —Sí creo que eras y eres mejor que esa persona, que ese chico y del hombre que pueda ser ahora, pero de haberte elegido, también hubiera sido una decisión equivocada, para ambos. Así que no vuelvas sobre esto, fue lo que tuvo que ser.
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Nicholas E. Helmuth
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Mi silencio le sirve como razón al corregirme, le doy ese reconocimiento al estar presente en uno de esos recuerdos que marcaron, que siguen marcando, nos hacen quiénes somos hoy y lo seguirán haciendo por el tiempo que podamos recordarlos. Ignoro este mismo al despegar la mirada de mis hermanas en la puerta para centrarme en lo que sale de sus labios, sigue siendo en pasado, pero puedo asegurar que lo dice de la misma forma en que lo haría en el presente, capaz todavía con más fuerza, probablemente salida de que en este momento no hay nada que pueda decir que se considere un error, basta que lo sepa ella como lo hago yo para que al instante de regresar no haga falta volver a remarcarlo. — No me arrepiento de haber tomado las decisiones que tomé, como dices me llevaron a conseguir lo que poseo hoy, y no tiraría nada de eso por la borda— aclaro, por muy en desacuerdo que pueda estar con las formas de mi familia, siguen siendo las personas por las que daría todo lo tengo también para no verlas sufrir. —Pero sí me hubiera gustado, en su día, haber compartido todo eso contigo, si me hubieras dejado.— como soy consciente de cómo tiene que haber sonado eso, no transcurre tiempo que le permita hablar antes que yo lo haga de nuevo —No es un reproche, no pretendo hacerte sentir mal, por sorprendente que vaya a parecerte, es solo mi forma de decirte que no todas las visiones que tenías eran las correctas, probablemente yo tampoco las tuviera.— sigo, suena casi como una disculpa sin llegar a serlo, en ese tono calmo que me caracteriza, pero por una vez mis palabras hacia ella no son venenosas, no pienso que lo fueran nunca si dejo de lado el rencor con que la he tratado en estos últimos meses.

Si pudiera explicar la expresión tras mis ojos al escucharla hablar tan seriamente sobre lo que fuimos, sobre lo que teníamos que ser, creo que no encontraría palabras para ello. No es culpa lo que siento porque me dije a mí mismo que no tendría que sentirme responsable por las decisiones que toman otras personas con sus vidas, pero sí puedo decir que se trata de un sentimiento parecido al despegar mis labios para luego no salir nada de ellos. Me quedo con ese gesto que no llega a tomarme por sorpresa a pesar de que no he recibido ningún trato semejante de ella en nuestros últimos encuentros, quizá nunca. No me atrevo a tocarla de vuelta, tan solo me dedico a mirarla cuando se aparta y paso una de mis manos por  encima de mis labios al apartar la vista para dejarla posada sobre la ventana. El joven Nicholas poco tarda de relevarme de esa tarea al cerrar la puerta para dejar los murmullos de sus hermanas al otro lado de la pared, vuelve a tomar asiento en la silla para volver a analizar tras el cristal, ignorando por completo el libro abierto con el que debería estar concentrándose, en lugar de las figuras que vuelven a aparecer calle abajo. Es entonces cuando regreso mis ojos claros hacia los de ella. — Puede que yo no fuera la persona con la que escogiste estar, no seguiré juzgando tus razones como lo hice entonces, estoy seguro de que las tenías, como las tienes ahora para decir que no exigirías de nadie el cruzar los infiernos para llegar a ti. Pero el que no lo exijas no quiere decir que nadie estaría dispuesto a atravesarlos, y si lo hace, si hay alguien que de verdad muestre interés por hacerlo, creo que deberías permitírselo— musito con cautela, por temor a que pueda malinterpretar mis palabras. —Un error no te condena, y aunque estoy segura de que vas a decirme que fueron más de uno, a la larga son páginas que vas a tener que pasar y no volver a ellas, es de la única forma que podrás seguir adelante.— no lo digo en mis palabras, pero creo que queda implícito el que se merece hacerlo.

No creo que haga falta decir más, cuando ha quedado dicho todo lo que no se dijo en más de veinte años. No que vaya a hacer una diferencia en nuestras vidas, como bien se dijo estas no pueden cambiar ahora, pero sí pueden hacerlo nuestras opiniones, las mismas se han visto magulladas con estos minutos que deshago al llevarnos de nuevo al despacho de su vivienda. De algún modo, siento la ligera presión con que me hundí en el pensadero desaparecer al poner los pies sobre una tierra de la que probablemente no me haya despegado. Tengo que pasar mis manos por el rostro para desprenderme de algunas gotas de agua que se han adherido a mi piel, para después posar mis manos sobre mi cintura, por dentro de mi chaqueta, con la mirada sobre el suelo y el sentimiento de que estoy por hacer algo que ni en mi sano juicio. —Solo lo usarás en caso de extrema necesidad, no quiero saber nada de ello hasta que se de el momento de que tengas que recurrir a ello, si es que se da— mi voz sale de la nada, ni siquiera acongojada a pesar de lo que estoy a punto de hacer —Y mi familia se mantendrá al margen de todo, yo trataré con mis hermanas y estarán al tanto de lo que ocurre, es lo único que voy a pedir de todo esto, además de la confidencialidad— repito, no creo ni que ella se lo crea cuando estiro la mano para recibir el bendito papel por el que hemos llegado a esto para empezar.
Nicholas E. Helmuth
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No me escucha, ignora todas mis peticiones de no plantear lo que podría haber sido, me ignora al decir palabras como esas de que podría haber compartido lo que tenía conmigo, no es consuelo, está dándome algo que de tomarlo me hará daño. —De todo lo que has dicho me quedaré con eso último— susurro con cierta lejanía en mi voz, —estás tratando de reescribir sobre mi pasado, dejaré que lo hagas sobre lo que ocurrió, si quieres que me lo cuente a mí misma de una manera distinta de ahora en adelante. Pero no reescribiré sobre mi pasado con lo que no pudo ser…— mi voz decae a su tono más bajo. Puede, si quiere, superponer una página con otra, plasmar su versión con tinta imborrable y manchar sobre relatos que me conté muchas veces, pero hay mucho escrito, no podrá hacerlo sobre todo. Este es solo un recuerdo entre muchos otros que se arremolinan en nuestras mentes, en la mía como tornados que me han azotado toda la vida en la isla solitaria en la que busqué refugio. Esta habitación, donde un meditabundo Nicholas recupera su posición tras una ventana para mirar a la calle, dentro de una pulcra casa donde la conversación entre dos muchachas es el único quebranto, en nada se compara a recuerdos míos, sus paredes están hechas de una calma de la que no gozó mi mente.

Me saca de mis propios recuerdos, de la violencia en estos que uso para justificar la mía, y me atrapa en este, que tal vez pueda ser el espacio más privado que tenemos para hablar de todos en los que nos hemos cruzado antes. No dejaría que otra persona me acorralara de esta manera, que eligiera la conveniencia de este momento, para decirme lo que oficialmente lo hace mi voz de la consciencia. Mi mirada no se aparta de su rostro, pero mis uñas en vez de buscar lastimarlo como respuesta instintiva a su acercamiento, arañan mi propia palma. Maldigo el que esté tratando y consiguiendo llegar a mí, así que me queda el escudo del escepticismo. —La única persona que podría querer darle ese permiso, es la única que ha decidido ir en dirección contraria a donde me encuentre— así le robo valor a su buen consejo, no hay nadie más que me interese, no hay tal permiso que dar. Me escondo en el silencio por lo que dice a continuación, mis ojos deben mostrarle una expresión vacía, es la práctica de conservar una calma fría que no delate sentimientos enterrados, esos que asesiné, no debía tenerlos si quería sobrevivir en el norte y lo hice, lo conseguí, a costa de ellos. «Seguir adelante», lo miro esperando que me devuelva el gesto y ambos nos enfrentemos a la duda de si eso podría ser posible.

* * *

Rozo la piel de mi rostro con una caricia vaga de las puntas de mis dedos, para retirar las gotas que han quedado prendidas en esta, mientras mis ojos siguen puestos en el agua quieta del pensadero que es indiferente a las emociones que se experimentan allí. Parpadeo para que mi mirada se familiarice con el escenario al cual regresamos, en el que ambos volvemos a ser quienes somos, él no se ve distinto a quien era hace un rato, salvo por su postura que lo muestra en una contradicción interna que termina por expresar con sus palabras. Miro con extrañeza la mano que me tiende, como si no comprendiera lo que sugiere, ladeo mi rostro al alzar mi vista hacia él para tener la confirmación de que se refiere al certificado de paternidad. Una sonrisa va deslizándose por mis labios en el momento que coloco mi mano sobre la suya en vez de entregarle un papel y la estrecho para concluir nuestro acuerdo. —Será el salvoconducto para mi hija solo si alguna vez la identidad de su padre biológico se vuelve un riesgo para ella, te lo prometo— digo, puede estar seguro de que hablo en serio, no pretendo abusar más allá de lo que es una precaución.

Pero retengo su mano al ensanchar mi sonrisa en un gesto socarrón. —Nicholas, Nicholas, Nicholas…— canturreo su nombre, —¿también eres prisionero de tu ego? ¿Todo lo que tenía que hacer era decirte que eres mejor hombre que otros? De haberlo sabido, lo habría dicho antes — bromeo a su costa, retiro mi mano al dar un paso hacia atrás que me acerque a la bebida de la que vuelvo a servirme un vaso, lo repito con otro. —No es mentira— aclaro, para que no malinterprete mi broma. —Neopanem no es lo que se diría una tierra de hombres virtuosos y es un mérito el que seas… un buen hombre— es una apreciación honesta de mi parte. Cargo con ambos vasos en mis manos al acercarme y le ofrezco uno de estos, es mi tregua de paz así como el aliciente al pedido que haré. —Como lo eres, ¿me ayudarías si algún día quiero dejar mis errores atrás?— pregunto, pese a todos los halagos, estoy poniendo a prueba si es realmente bueno, mejor que otros. —Si una vez deseaste en verdad hacer algo por mí que me diera una vida distinta a la que tuve, ¿lo harías también ahora?— pregunto, curvo mi sonrisa hacia un lado al arrimar el vaso a mis labios. —No estoy apelando a tus sentimientos de ese entonces. Eso que decías que te hubiera gustado compartir conmigo, era algo que estaba hecho para ser compartido con alguien más, alguien que quizás también lo necesitaba, ¿no lo crees? Es como dice esa canción… eres de los pocos afortunados, la mayoría de nosotros coleccionamos nombres de amantes equivocados— digo, la sonrisa en mi rostro, cuando no hay nada de lo que preciarse en ello. —Creo que te debo el nombre del padre de mi hija. Si vas a prestar tu firma, deberías saber qué nombre es al que pretendo no dar espacio.
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Nicholas E. Helmuth
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Envuelvo mis dedos en los suyos como reemplazo a lo que esperaba que fuera un papel, encontrarme con la sorpresa de que a diferencia de lo que se mostró en el recuerdo, su mano siendo igual de afilada que los bordes de una hoja al chocar contra mi rostro, la tez de su mano es mucho más suave y fina de lo que hubiera esperado, sigue pareciéndose a la textura de un folio en blanco, de todas formas. Y, sin embargo, de todo lo que podría decir de ella, nunca la describiría como un libro en blanco. —Te creo— musito. No es algo que hubiera dicho unos meses atrás, años siquiera, no me creería a mí mismo capaz de creer las palabras de un Ruehl, fuera ella o cualquier miembro de su familia, pero puedo decir ahora que mis resentimientos hacia Rebecca poco tenían que ver con nuestros vecinos, y más con quién era ella como figura en esa vida. Lo tomé como algo personal, tal y como hicieron mis padres con esa familia cuando se declararon enemigos sin que hiciera falta ninguna formalidad de por medio, para mí si fueron necesarias algunas para saber en qué lugar colocarme con respecto a la chica morena del barrio.

Esa manera que tiene de canturrear mi nombre hace que replique su sonrisa, pretende seguir con su broma con ese gesto vago que termina al desprender mi mano de la suya y puedo pasarme la misma por el rostro hasta culminar en el inicio de mi cabello sobre la frente. —No, no soy prisionero de mi ego,— vuelvo a cruzar una sonrisa fugaz con ella —pero está bien que hayamos podido ser honestos el uno con el otro, no de la forma en que lo fuimos antes— porque sinceros fuimos, pero la intención con ello siempre fue dañar al otro, no creo que esa haya sido la finalidad con esto, por lo menos en lo que a mi persona se refiere —Siento que... como que necesitábamos cerrar ese capítulo, incluso cuando no formáramos parte de las mismas páginas— puede decirse que nuestra historia es como uno de esos libros narrados desde dos puntos de vista diferentes, solo necesitábamos llegar a un punto de encuentro para dejar las cosas claras por fin. Creo que por eso puedo tomar sus palabras como un halago en sí mismo, es la primera vez que la escucho decir algo parecido, aquí en el presente, así que no me creo estúpido por querer aprovechar el momento que dure. Ella tampoco parece querer desaprovecharlo, por la forma que tiene de pedir antes de que siquiera hayamos tenido la oportunidad de ponernos de acuerdo con todo el asunto que revuelve alrededor de su hija. — Lo haría teniendo la certeza de que usarás esa oportunidad para dejarlo todo atrás como se debe, no para cometer los mismos errores— puede sonar como una respuesta condicionante, lo es si se piensa de la manera en que lo veo, y no tiene por qué ser malo, en todo caso la beneficiada será ella —Así que sí, lo haría, lo haré cuando decidas que estás dispuesta a hacerlo, no antes, está en tu mano escoger el momento— me abstengo de decir que cuando llegue ese momento, escoja bien.

Y como no espero lo último que dice, creo que lo dejo claro al regresar a mirarla con las cejas alzadas, dejo que sea mi propio silencio el que dé paso a lo que sea que quiera decirme. Si es el nombre del padre de su hija bien, si es cualquier otra cosa también estará bien, porque no hubiera esperado, incluso cuando voy a poner mi firma en un documento del que no he exigido hacer cuentas de nada, conocer de ella el dato que bien podría ser el secreto mejor guardado de su vida, tan deliberadamente. Me cruzo de brazos, rozando mi barbilla con el dorso de mi mano, al concentrarme en nada más que en su figura a la espera de una respuesta.
Nicholas E. Helmuth
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Mi sonrisa decae al oír esas dos palabras que en otra ocasión hubiera sido una estupidez en su boca, ¿qué lo haría confiar en una promesa mía? Es una sonrisa que se va de mis labios por lo grave de saber que estamos siendo honestos, las mentiras puestas una sobre otra a la larga se vuelven cómodas en el trato con otros, las verdades siempre exponen de nosotros más de lo que nos gustaría mostrar, más de lo que somos conscientes de estar mostrando, así que le muestro mi espalda al servir los vasos para que el momento pase sin mayor trascendencia de la que me conviene darle, cuando acabamos de concluir un acuerdo que nos ha llevado tiempo y sí que tendrá su repercusión en más vidas que las nuestras, en caso de que se presente la necesidad de aclarar que mi hija no tiene ningún tipo de relación con el peor enemigo de Magnar Aminoff en estos momentos. Y digo el peor, porque Kendrick Black y sus seguidores no son más que idealistas que se visten de sufridos mártires, en cambio Hermann Richter no lo hace, él no se pone el hábito de hombre idealista o al menos yo conozco lo suficiente como para saber que no lo es. Black, su gente, gritan con toda la fuerza de sus gargantas que lo suyo es una guerra justa, siempre justificando cada ataque que hacen mencionando sus propias víctimas. Hermann nunca podría proclamar nobleza  sin que la garganta se le rompa por la mentira, no es bueno, nunca lo ha sido. Ni yo lo he sido.

Es raro, algo a destacar, encontrar una persona que lo es y en vez de seguir dando vueltas a su alrededor tratando de revelar lo que a mis ojos no puede ser más que hipocresía, tomo su nombre para colocarlo en un lugar que me aporta cierta paz sobre mis errores. La ironía de que celebre nuestra honestidad sobre esta gran mentira, una que propongo y ejecuto para reescribir también sobre la vida y el pasado de mi hija. —Una manera distinta de honestidad— murmuro, tratando de que esto se acomode con todo lo que está encontrando un nuevo orden desde que abandonamos el pensadero y me asusta, no tiene sentido negarlo, que no solo mi percepción sobre ciertas cosas han cambiado como para mostrarle cierta amabilidad, sino que también haya podido cambiar en algo la suya como para que se muestre amable conmigo. Siempre asustará más recibir ese trato que darlo, así que dejo la copa en su mano para ir a hacia uno de los sillones colocados frente al escritorio para las visitas y lo hago girar para sentarme allí, mi mirada puesta en él. —Hecho— contesto, —lo haré cuando crea que es el momento de hacer las cosas bien y solo si las haré de esa manera, no para recomenzar otra racha de malas decisiones. Pero…— esa palabra, la que inevitablemente pronuncio antes de dar un trago corto a mi bebida, que antecede a las que vienen después, dichas con mis ojos puestos en el líquido. —¿Puedes mirar a una persona que trata de hacer las cosas bien sin preguntarte en qué momento caerá en un nuevo error? ¿Puedes mirarla sin ver en esa persona todos los errores que ya cometió?

Impongo esa pregunta antes de dar el nombre del padre de mi hija, a mi consideración es un interrogante mucho más importante que la identidad de ese hombre, no siento que nada de lo que viví con Hermann me obligue a respetar su paternidad y, de hecho, conociéndonos de la manera en que lo hicimos, esto es un acto egoísta incluso esperado. Él tomó muchas de esas decisiones en su vida, yo hago lo mismo. —Es Hermann Richter— digo, sostengo mi copa sobre el apoyabrazos acolchado del sillón y retengo su mirada para no perderme el detalle de lo que dicen sus ojos. —No tengo ninguna intención que mi hija sea vinculada a los Powell— modulo con el mismo desprecio que dediqué al apellido Helmuth en otras ocasiones. —Son una familia maldita, todos han sido víctimas de Hermann. No lo será mi hija— lo dejo dicho, con la misma determinación que he mostrado en el ascenso que me ha traído hasta esta isla, esta mansión, este encuentro que nos ha vuelto a colocar cara a cara luego de tantas décadas. —Ahora eres mi amigo, Nicholas— alzo mi vaso hacia él como un falso brindis, con una sonrisa forzada. —Tristemente mi amistad tiene pocos privilegios, por el contrario hace que ponga muchas expectativas en ti. No traiciones mi confianza, no me traiciones— mantengo la sonrisa mientras lo amenazo con mis ojos, —si lo haces te mataré y quiero que sepas que si pretendo hacer miserable a una persona, lo hago de muchas otras maneras, pero estoy brindándote algo a lo que si fallas, responderé de ese único modo.
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Nicholas E. Helmuth
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Todo lo que sigue a un pero anula casi por inmediatez la frase anterior, así que pese haber aceptado sin miramientos mi condición, mantengo el aliento dentro de mis pulmones a la espera de la suya. No me cuesta deducir que lo que sea que responda lo va a usar como crítica hacia mí, no creo que por haber compartido recuerdos insólitos de mi vida con ella vaya a mantenerse imparcial con sus comentarios, lo que me hace tener que pensarme durante unos segundos más de la cuenta la respuesta. Para ello deshago el cruce de brazos sobre mi pecho y tomo el vaso que me tiende para usarlo como excusa ocupando un tiempo extenso del silencio al llevarme el mismo a los labios. —Podría, sí— no cualquiera lo reconocería como una contestación honesta, no en el mundo en que vivimos dónde a todos se nos juzga por nuestros errores y rara vez estos se perdonan, también son diferentes las decisiones que nos vemos obligados a tomar desde nuestros cargos, no necesariamente nos hacen malas personas, pero sí es frecuente el recurrir a ello para tachar a cualquiera de errado. No tiene nada que ver con lo que estamos tratando aquí, no me pregunta por lo que pueda hacer en su día a día como ministra de defensa, no quiere recibir una crítica por las medidas que pueda tomar, alega a esos errores profundos que la envuelven a ella como quién es como persona, no aquellos que la vuelven ministra. Puedo decir entonces que sí estoy siendo sincero sin temor a que me tache como mentiroso. —Creo en que una persona puede redimirse, aunque no es algo que dependa exclusivamente de ella, sí pienso que mientras no se quiera ser salvado, es muy difícil que los que están alrededor puedan hacer algo al respecto.— estoy seguro de que no es la primera vez que escucha algo parecido, por muy acostumbrados que estemos a que oír que sin el apoyo del resto no vamos hacia ninguna parte. Estoy de acuerdo, pero también creo en el valor propio y, sin llegar a decirlo en voz alta, se me ocurre que está un poco faltante de este último. —Opino que mucho antes de exigir el perdón de los demás, el primero que tiene que estar en paz con su pasado es uno mismo.— no lo hago una cosa de ella, sino general, porque de hacerlo creo que se lo tomaría como un ataque y no dudaría en saltar en su defensa.

Ella se ha acomodado en el sofá, yo me limito a dar los pasos que me faltan para poder apoyarme con delicadeza sobre la mesada de la estantería de madera, cruzando mis brazos sobre mi pecho de manera que puedo apoyar ligeramente el vaso contra uno de mis codos. Se hace necesario el que me mantenga sujeto a algo, cuando el nombre que menos hubiera esperado salir de sus labios para algo como esto resuena en la habitación y tengo que hacer un gran esfuerzo por sostener la expresión de mi rostro y no parecer que me acaban de golpear con una sartén en toda la cara, por dentro se siente como eso definitivamente. También hago uso de la bebida para pasarla con dificultad por mi garganta, nada explica mi reacción, pero bien puedo decir que sería la de cualquiera de escuchar lo que acabo de presenciar. —¿Quién lo sabe?— de todas las preguntas que podría hacerle, me decanto por esa tras demasiado tiempo en silencio. No sé si se da cuenta de la magnitud de las relaciones que abarcan a los Powell, Eloise mismamente está vinculado a ese apellido, a su favor tengo que decir que mantener a su hija fuera de esos lazos me parece lo más sensato. Lo que dice a continuación es mi baza para poder tragar el resto de mi bebida, aunque no con mejor sabor de boca, consigo sonreír un poco con sorna. —¿Amenazas con matar a todos los que consideras tus amigos?— veo necesario hacer esa nota, quizás no me lo tomo tan en serio como debería viniendo de ella. —Estoy por firmar un registro de paternidad, dudo que revelar el verdadero nombre del padre vaya a beneficiarme en lo absoluto, así que no tienes que preocuparte, tu secreto está a salvo conmigo— puede decirse que aprecio mi vida lo suficiente como para querer llevármelo a la tumba, que la considero bien capaz de arrastrarme a ella antes de lo previsto si abro la boca.
Nicholas E. Helmuth
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Peso la copa en mi mano, así como su respuesta, al tener los ojos puestos en lo poco que queda del licor. —Mientes— murmuro, por mucho que le desencante mi comentario. —No lo sabes aún, pero mientes— le advierto, si incluso algún día acudo a él con la sincera intención de no continuar con mis errores, habrá otro día en el que la sombra de algún error pasado se proyectará sobre acciones que juzgará a la ligera y los recuerdos volverán a él. —¿Lo que acaba de pasar en el pensadero no te ha demostrado lo imposible que se hace separar una persona de todos los sentimientos que guarda la memoria?— pregunto. Los sentimientos a diferencia de los recuerdos son espontáneos e inoportunos, uno no los evoca, nunca están ausentes como poder evocarlos, se mantienen latentes y basta ver un rostro para que la emoción se imponga, sea esa misma emoción la que propicie la memoria de todos y cada uno de los recuerdos que tienen a ese rostro como protagonista. Y en algún momento, la nitidez de esos recuerdos se pierde, no así las emociones su impulsividad. Nunca podrá desprenderse enteramente de todo lo que ve, cuando me ve, pese a su voto de fe en mi redención, palabra que me hace mostrarle una sonrisa arrogante. Nunca lo hará. Seguirá siendo una cuestión mía, que no guarda una relación real con otros.

Hubo momentos de mi vida, no digo que este no sea, en el que el deseo de cambiar se debía a alguien más, pero tratar de mirarme a través de los ojos de otros nunca me ha hecho bien. Pero una vez hice eso que dijiste, salvarme corrió a mi propia cuenta, dependió de mí y de nadie más, lo hice a solas, por mí. Es cierto, así es como debe ser…— le doy parcialmente la razón, —me convertí en esto. Digas lo que digas, eso también fue salvarme— pienso en voz alta, tomando con recaudo sus consejos de cómo proceder para conseguir lo que a futuro dejo como una posibilidad de ser y hacer. Eso que dice sobre que otros no pueden salvarnos en la medida que no sea un deseo personal, es pura ingenuidad de su parte. ¿Qué le hace creer que hubo quienes quisieron eso para mí? Cada quien está en lucha con su propio destino, como para derrochar esfuerzas en salvación ajena. Ayuda, eso es lo que suele dar la gente, salvación es una palabra demasiado grande para cualquiera que quiera abarcarla.

Requiere de mucho esfuerzo poder ver lo que expresa el semblante en todo momento inquebrantable de Nicholas, si la pregunta anterior le supuso una vacilación que trató de disimular, espero con ansías a poder ver cómo obliga a su rostro a que no demuestre la sorpresa que debe ser enterarse que la única hija que traje a este mundo, tiene a un hombre como Hermann Richter como su padre. Es tan admirable su esfuerzo colosal de poder articular una pregunta sin caer en comentarios que revelen su asombro en el mejor de los casos, que lo impulsen a nuevas críticas y recriminaciones en el peor de estos, que no me atajo en hacer lo que trato que sea una broma, aunque carece de razones para reír. —El Nicholas que eras en ese entonces se sentiría aún más decepcionado de mí, ¿no crees? Pero tenía razón en lo que dijo, ¿qué tan mal nos han tratado para tomar el afecto como amenaza? ¿Y para ir en busca de lo que nos daña y aferrarnos a eso?— susurro, es lamentable cuando todos mis errores son colocados uno al lado del otro en una misma tarde y se puede apreciar el patrón recurrente de mis decisiones retorcidas. —La única que lo sabe es mi hija— digo, su propia existencia fue un secreto, la identidad de su padre no es algo que vayan a sacar de mis labios en una conversación banal. —Y si alguna vez hace falta enseñar el certificado de paternidad, simplemente le diré que mentí— lo desafío con mis ojos a que me diga que no debo hacer eso, —si alguna vez hace falta…— repito, para que sepa que no será una mentira caprichosa de mi parte, sino una necesaria cuando quiera protegerla de los dedos que la señalarán. Termino mi copa en lo que dejo que asimile la amenaza que pende sobre él unida a mi confianza, dejo que transcurra un poco más de tiempo antes de hablarle con franqueza. —No me refería a que guardaras el secreto, sino a que no me falles, a mí— le aclaro, escrutando su figura contra el aparador y notando que no cree que vaya a cumplir con algo así, yo tampoco lo creo, no cuando todo lo que se respira en este despacho es la calma tras la tormenta. Pero estas vuelven, en medio de estas, todo cambia. —He vivido tanto que no podría tolerar que alguien en quien deposité mi confianza tras tantos recaudos vuelva a fallarme, a la larga eso se vuelve algo peor que todos los agravios que puedan cometer nuestros enemigos— le explico y reviso el fondo de mi copa vacía. —Se te hace tarde, deberías volver con tu familia, Nicholas.
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