The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Katerina L. Romanov
Con un suspiro más que dramático me dejo caer en el sofá por uno de los extremos del mismo, de esa manera en que mi espalda queda totalmente apoyada sobre los cojines, pero mis pies quedan sostenidos un poco más elevados al caer sobre el reposabrazos. No es la mejor forma de tumbarse en un sillón, lo reconozco, pero aprovecho que mi madre no está en posición de retarme nada porque ella misma no es el mejor ejemplo de cómo uno debe comportarse. Hablando de mamá, está sentada en la esquina de este mismo sofá, leyendo algo que no alcanzo a ver por estar mirándola desde abajo y casi que del revés. — ¿Qué lees? ¿Saliste en el periódico por pegar a la ministra de Defensa? — no me ayuda la risa que se escapa de entre mis dientes por el comentario, que ya pasaron unos cuantos días de su actuación frente a la mansión de Rebecca Hasselbach y se supone que es tema prohibido en esta casa, asunto que nadie menciona si no quieres que alguien, y por alguien me refiero a la mujer que tengo a mi lado, se altere. A la conclusión que se ha llegado en esta casa, es que no queremos que Ingrid Helmuth se altere.

Pero no pienso desaprovechar mi oportunidad, ¡claro que no! Cuando es viernes por la tarde y yo tengo que quedarme en casa porque el castigo se está alargando más que mi propia existencia en este planeta, y teniendo en cuenta que hace poco cumplí los catorce años, no se me antoja el pasarme otros catorce encerrada en esta casa como si fuera princesa de algún cuento bobo. Este mes ha estado lleno de sorpresas, si hablamos sobre el incidente de mamá, mi cumpleaños y que... es un asco, lo de ser mujer es un asco, ¡y un inconveniente! ¡Por si fuera poco escuché a mamá hablar por teléfono con alguien de una academia de señoritas! Espero que sea para ella, que con su actitud de pegar puñetazos a la gente, me sorprende que siga manteniendo su puesto de trabajo. Ah, otro tema que es mejor no tocar, que le han llegado comentarios de que está ya para la pre-jubilación. — Estaba pensando... La mamá de Gin preguntó si podía quedarse en casa a dormir mañana, ¿te parece bien? — me apropio de una voz dulce cuando lo pregunto, que lo de traer amigas a casa está siendo complicado este verano y, técnicamente, no fue la mamá de mi amiga Ginevra quien preguntó si podía quedarse, solamente queríamos pasar una noche de amigas y listo. Claro que si le digo eso a mi madre me dirá un rotundo no, que la conozco bien.
Katerina L. Romanov
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Invitado
Invitado
Cualquiera diría que las rejas en su ventana habrían ayudado también a mantener a raya sus ínfulas, ¡pero hay que verla! ¡Despatarrada en el sillón como si nunca le hubiéramos enseñado en esta casa cómo se sienta la gente normal! Estrujo los bordes del periódico entre mis dedos por estar a punto de darle el reto que se merece, pero no, calma Ingrid, es pura provocación de una muchacha que ha demostrado tener talento para hacerlo a diversión, ¡y luego se encarga de convertirlo en la película del año para risa de toda la familia! Dentro del vientre ya daba esos saltos y patadas que me anticipaban lo que se vendría en los catorce años que tendríamos por delante. —No— contesto con su mismo tono de burla, —estoy leyendo la noticia de una mujer a la que en su cumpleaños ochenta, su madre le levantó el castigo y le sacó las rejas de la ventana— le recuerdo que ella sigue en penitencia.

Así como yo continuo con mi trabajo habitual en el ministerio, más allá de los percances que surgieron en el último mes y me han tenido estas semanas contestándole las llamadas solamente a Sigrid, a Nicholas Edvind Helmuth no pienso volver a dirigirle la palabra hasta que encuentre por sí solo la palabra «disculpa» en su diccionario y la venga a decir a mi puerta, ¡así como se arrastró delante de la fulana pidiéndole «por favor»!  Y basta de que todos me digan que lo hizo por Kitty, que lo hizo por mí, que lo hizo por la familia… si al final de cuentas, el descaro de mi hija menor no solo me queda decir que lo heredó de Sigrid, ¡también de él! Ni Romanov, ni Helmuth, Kitty viene de la rama más torcida de este árbol, todo empezó a salir mal desde la prima segunda de nuestra tía abuela Grace, ¡ahí comenzaron las rebeldías en esta familia! Pero si tengo que hacerlo una vez más, seré quien se encargue de volver a los principios de disciplina. —Me parece bien— acepto a su petición, esa chica… Gin… ¡si yo digo que Kitty es descarriada…! —¿Y si invitas también a Quinn y Anna?— pregunto, doblo el periódico para dejarlo a un lado y echarme hacia atrás en el respaldo del sillón, mi brazo sobre este. —Así están juntas las cuatro cuando vayamos a conocer el Instituto Ehrenreich y ven el lugar donde pasaran los próximos fines de semana. Hable con la madre de Quinn y luego del inconveniente con el jarvey al que estaban dando hogar de tránsito, está convencida de que Quinn también necesita un poco de guía— suspiro, con el agotamiento que nos provocan estas hijas que van por ahí y lo único que nos falta es que se aten a árboles del distrito once como nuevo invento de rebeldía adolescente.
Anonymous
Katerina L. Romanov
Camuflo bien mi sorpresa al encontrarme con que mi madre tiene una reacción distinta a la que suele tener, supongo que las charlas con papá han debido de surtir efecto en ella, porque Ingrid Helmuth no desaprovecharía ni una sola oportunidad de poner a las personas en su lugar, más si llevan su sangre o apellido. Es una situación nueva para mí, el no recibir un reclamo por su parte y que, en su lugar, opta por tomar mi misma iniciativa: la de picar. — ¿Eso no se considera abuso infantil hoy en día? O... secuestro lo menos, yo definitivamente hubiera llamado a los servicios sociales ya a los primeros dos años de castigo — digo, dando una probada de lo que le espera si planea seguir con lo de las rejas en la ventana por mucho más tiempo. Me giro en el sofá de manera que quedo tumbada boca abajo, hundiendo mis codos entre los cojines para poder apoyar mi barbilla entre mis manos y al doblar mis rodillas, es una suerte que no lleve zapatos puestos, porque mis pies quedan en el aire y los balanceo ligeramente en lo que la observo no perder la compostura. — ¿Sabes? Es un poco injusto que yo esté castigada, pero luego tú andas pegándole a la vecina del tío Nick sin recibir ningún escarmiento por ello. ¿Por qué a mí me ponen rejas en la ventana por ir a dar un paseo y que tú le tires de los pelos a alguien no tiene ninguna consecuencia? — para mí tiene toda la lógica, y es aquí que alguien debería hacer la pregunta de: ¿Es este el ejemplo que quieres darle a tus hijos, Ingrid?

Si el que no recurriera a sus métodos hace apenas unos segundos me sorprendió, más lo hace el que acepte tan rápidamente a que Ginevra se quede a dormir en casa, ¡sin ni siquiera decir que va a llamar primero a su madre! Estoy en shock. Que no es como que pudiera pillar a la mamá de Gin al teléfono cada vez que queremos quedarnos juntas a dormir, porque trabaja mucho y está divorciada, lo que quiere decir que la pobre de mi amiga tiene que soportar a su hermana mayor que es tan insoportable como lo puede ser Karina y el papá está tan ausente que cualquiera sabe que no hay que mencionarlo en su casa cuando vamos con las demás. En resumidas cuentas, quedarse a dormir es el plan perfecto para no tener que aguantar todo eso, me da pena, ¡o nos doy pena, más bien! Porque entre toda la atención que recibo yo por parte de mi madre que no me deja tranquila ni un segundo y la poca que recibe ella de la suya, hacemos un buen equipo. ¿Instituto qué? Me quedo a la mitad de mis pensamientos, ignorando en el proceso que propone que vengan Quinn y Anna también, cuando de su boca salen esas palabras que me dejan por un segundo fría en el sitio hasta que consigo sentarme. — ¿Instituto qué? — repito lo que he pensado — ¿Qué hablas de pasar los fines de semana en una institución? ¿¡Me quieres enviar a un correccional!? — ya lo dijo papá, ya lo dije papá, se le ha ido la pinza del todo — ¡Lo del Jarvey fue solo un accidente! ¡Quinn no hubiera esperado que soltaría delante de sus abuelos los insultos que aprendió de Gin esa misma tarde! — digo, lo cual no ayuda mucho a mi caso. — Quinn solo estaba organizando una campaña para darles visibilidad a los pobres Jarveys en la sociedad... ¡son animales a los que se le da muy poco aprecio hoy en día, mamá! — ay, ya casi hablo como Quinn.
Katerina L. Romanov
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Invitado
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No es secuestro si quienes te secuestran son tus padres, en tu casa, donde te dan de comer y se encargan de que sigas yendo a la escuela— explico con la calma que me da saber que tengo la razón y, lo más importante, que sigo siendo quien ostenta la autoridad en esta relación de dos. Pese a todos los berrinches que haga, pese a todas las veces que se fugue -¡y más vale que no sea más de una única vez-, sigo siendo quien manda entre las dos, que eso nunca se le olvide. —Sí, lo sé, las leyes de este país pueden parecerte injustas, pero las siguen redactando personas que tienden a tener hijos, es un modelo establecido por padres, tendrás que aceptarlo— murmuro, ¡lo bueno de que ahora el ministro Powell sea padre de familia así no desacredita mis palabras! Si seguía siendo soltero y andariego como decían los rumores, ¿con qué cara le diría yo esto a Katerina? ¡Ah! Pero no, anda de padre de una muchacha que es incluso mayor que mi hija, la cual dudo que en la vida alcance los niveles de atrevimiento que tiene Katerina Lyova Romanov para decir que merezco un escarmiento. —¡¿Perdooon?!— creo que no la he escuchado bien, ¿mi hija está pidiendo que se me dé un castigo? Boqueo para tomar el aire que me falta a causa de la estupefacción que me provoca su actitud. —Ese es un problema de adultos, que se resuelven entre adultos, no tienes nada que opinar al respecto— mi mano cae sobre el apoyabrazos del sillón con un golpe que marca el fin de esa discusión.

Así es el mundo, mandamos los padres, ¿qué se le va a hacer? Si yo digo que vamos para la derecha, Kitty tiene que ir hacia la derecha, y si yo digo que pasará sus fines de semana recluida en un instituto que le imponga disciplina, irá a un instituto que la discipline. Ella, su pandilla de amigas, ¡Brian si quiere! Pero irá, no hay discusión sobre eso. Le deje una copia de los folletos a su padre en su escritorio así que los revisará cuando tenga tiempo, si es que lo tiene, mientras tanto pagaré la matrícula de Katerina para asegurarme que tenga su lugar en el primer fin de semana de septiembre. —¡No es una correccional, por favor, Katerina! Tendrán que usar falda y tomarás clases de protocolo, ¡eso es todo lo opuesto a una correccional!— me exaspero al rodar los ojos hasta que quedan en blanco, ni siquiera la escucha cuando defiende a Quinn de la semejante falta que cometió. —Quinn era la única que aportaba una cierta esperanza a tu pandilla, parecería tener un carácter más sumiso que esperábamos que ustedes imitaran, pero ese suceso con los jarveys… ¡está decidido! ¡Irán al Instituto Ehrenreich!— anuncio. Me pongo de pie por la necesidad de mostrar mi estatura como rasgo de autoridad, mirándola desde arriba. —No me quedaré sentada viendo que se convierten en delincuentes juveniles, ¡o peor aún! ¡En hippies defendiendo los derechos de los mooncalfs!—  grito. —Eres una Helmuth y a una Romanov a partes iguales, ¡tienes que estar a la altura! A buena hora decidieron abrir este instituto, te ayudará a formar carácter — del correcto, el equivocado y terco lo tiene en demasía.
Anonymous
Katerina L. Romanov
Sería un poco preocupante que con ochenta años todavía estuviera yendo a la escuela… — replico, solo por la satisfacción de ser quien se queda con la última palabra, aunque sea una protesta con la que no consiga nada más que, quizás, me alarguen el castigo hasta mi noventa cumpleaños y así pueda decir en mi tumba que morí encerrada en contra de mi voluntad. ¿Estaré exagerando? — Entonces es un sistema que abusa de su poder y extremadamente autoritario, ¡un estado en contra de la libertad de expresión! — le señalo los puntos con los que no concuerdo en estas reglas de gobierno con las que se defiende, solo para no hacerme pensar que en realidad es ella imponiendo una dictadura en esta casa porque es la única forma que tiene de sentirse sí misma y la reina del control por excelencia. No le digo de dónde me he sacado estas ideas liberales, que no ha sido conversación que haya tenido con Jared por ser quien reside en el nueve, sino que con mis amigas, por muy jóvenes que se piense que seamos, tenemos cerebro y voz propia como para opinar sobre lo que ocurre hoy en día. Ni siquiera me inmuto por ese golpe con su mano, apenas alzando las cejas cuando vuelve a hacerlo una cosa de la que no me incluye. — ¿A todo lo que hagas mal vas a llamarlo “problemas de adultos” solo para no reconocer delante de mí que estuviste en falta con la vecina? — se lo echo en cara así, con toda la educación que soy capaz de sacar al ver que ella no va a poner de su parte en esta discusión porque quiere darla por zanjada.

No trato de ocultar las expresiones que van tomando mis facciones con cada cosa que dice, dejando que estas sean un presagio de la reacción que modulo después con palabras. — ¿Clases de protocolo? ¿Y eso para qué? ¿Para aprender a tomar el té y estirar la espalda caminando con un montón de libros en la cabeza? — no lo sé, lo he visto en las películas, y he de puntualizar que ambientadas en una época muy antigua — ¡Mamá eso es anticuadísimo, por favor! Del siglo dieciocho por lo menos… — para mí eso suena como un correccional, quizás peor. — ¿Qué les ocurre a mis amigas? — pregunto con toda la inocencia que soy capaz de simular con mi tono de voz, que decirlo como pandilla nos hace parecer salidas de una serie de matones que se dedican a montar en motocicleta y llevar chaquetas de cuero con pinchos de metal en las hombreras. ¡Y ya! ¡Ya tiene que montar el drama solo por un pobre animal indefenso! — ¡Delincuentes juveniles! ¡De verdad, mamá! ¿Te estás escuchando? ¡No iré a ningún instituto para aprender modales antes de que vayas tú! ¡Ni hablar! ¡Me esposaré a la cama antes que ir a ese lugar! — ¡lo que me falta! Aquí hay una sola persona que se ha liado a puñetazos con otra, ¡pero soy yo la que tiene que soportar sus nuevas tonterías! ¿Y papá ha aceptado a esto? ¡No me lo creo! — ¡Los mooncalfs tienen derecho a un espacio protegido como el resto de especies! — carajo, tengo que dejar de escuchar a Quinn o cualquier día me presentaré en casa con un cartel en contra de los abusadores de hipogrifos. Ruedo los ojos de manera exagerada cuando vuelve a usar su cartilla de defensa favorita y casi que estoy por sugerir donde me puedo cambiar el apellido, pero creo que eso la encenderá más todavía. Vaya, papá tiene razón cuando dice que mamá y yo somos como el fuego y la gasolina. — ¡Si es así renuncio al apellido! ¡Prefiero no vivir a la altura! — digo en su lugar, como si fuera algo que no haya dicho ya, y aprovecho el momento para levantarme del sofá con intención de ir a mi dormitorio, donde me esposaré a la cama a esperar a que se le pase esta tontería.
Katerina L. Romanov
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Invitado
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Al menos yo, como madre, prefiero tener en la escuela hasta los ochenta años, que andando sin rumbo por la vida— digo, ¿hace falta recordarle que hasta hace nada la encontraron cerca de unos de mis principales distritos rebeldes? Si tengo que asegurarme de tenerla en lugares con muros altos y rejas ya que se le hace fácil perder el camino, así lo haré, la escucha sin realmente oírla cuando me habla en un tono que discute mi autoridad en esta casa, como es berrinche habitual en mi hija menor. ¿Y a esto quieren mis otros hijos que preste oídos? ¿A todas estas quejas sacadas de un panfleto anarquista de los que circulaban en el mercado del doce? —Te escucho expresándote muy bien como para que reclames esa libertad, aunque quienes la tienen deberían ser un poco más responsables con lo que dicen— lo digo sin caer en la costumbre de mandarla a callar, porque trato de poner en práctica lo que me han recomendado mis hijos mayores así como Kostya, lo que me dure la paciencia. —Perder un derecho puede ser castigo para quienes lo usan mal— es mi advertencia firme a su tonito impertinente, ese que está pasándose de la raya y mi paciencia es finita.

Es imposible tratar de tener una conversación con Katerina cuando hace de todo un motivo de provocación, arrebatándome la vara con la cual medimos conductas en esta casa para usarla conmigo. —Como bien recordarás, ya tuvimos una cena donde resolvimos esa cuestión. Una que tú y tu primo quisieron dar un cierre ridículo, ¿qué me recriminas mis actos si bien que lo usaste como motivo de mofa? ¿Quieres que haga lo mismo? ¿Quieres que vaya a la escuela a leer tu carta de despedida cuando te fugaste y a decir que no sé con qué coraje te atreves a vagar por ahí si no te sabes cocinar ni unos huevos fritos?— la increpo, a cada oportunidad que puedo le recuerdo su falta, pero al parecer ella tampoco dejará pasar ocasión para recordarme la mía, carezco de maneras de justificarme así que podemos continuar con este chantaje hasta el fin de los tiempos. Lo que no me creo es que tenga la cara para decirme que, antes que ella, debo ir yo a una escuela a aprender protocolo. —¡Más respeto que soy tu madre y soy auror!— alzo mi voz por encima de sus réplicas, y el que sea auror es solo reafirmación de que aquí soy yo la figura que impone orden y a la que se le debe obedecer, a mí no vendrá a aconsejarme que tome clases de buenos modales. ¡Jamás! Aquí soy la madre, ella es la hija, hay líneas que no dejaré que cruce en un intercambio de roles que luego la hagan avasallante como se puede predecir por su carácter. —¡Los mooncalfs no tienen derecho a nada y tú irás a ese instituto!— sentencio, su amiga Quinn puede guardarse esas pancartas, a esta casa no entran.

Un día de estos simplemente me desplomaré en la sala por las palabras que salen de la boca de mi hija más pequeña y moriré en esta casa de un infarto que será su culpa. Sostengo mi pecho con una mano al recibir el impacto de esa declaración por la que renuncia a su apellido, ¡va a matarme! ¡Un día va a matarme! —Diez generaciones antes que tú, ¡qué digo! ¡Veinte generaciones antes que tú han tenido que vivir como magos y brujas escondidos, guardando el secreto de su magia y dándole a la familia un estatus que heredamos como para que tu…! ¡TÚ! ¡Impertinente mocosa de catorce años digas que tiras tu apellido al tacho como si fuera ropa vieja! ¡TÚ! ¡Si te escuchara tu abuela! ¡Tu abuelo!— grito en plena sala, perdiendo una vez más las formas en una conversación con ella. —¡Vergüenza! ¡Vergüenza debería darte decir esas palabras, Katerina! ¡Irás al baño a lavarte la boca por decirlas!— ordeno.
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Katerina L. Romanov
Ruedo los ojos con evidente exasperación, que en esta casa la única que se piensa que ando vagando sin rumbo por la vida es ella, para mis profesores está bien claro hacia qué dirección quiero navegar, y el resto de miembros de esta casa ya se han dado por entendidos en que las cosas se harán a mi manera, o no se harán. Claro que con la que tengo problema es con mamá, que ninguna se decide por pasar la batuta y yo no estoy dispuesta a perder la mía tan pronto, no cuando todavía se piensa que va a internarme en un correccional/institutoparaseñoritas. — Ah, pero que en esta casa todavía existen los derechos... — digo tan rápido como me permite la lengua, en un murmullo que no deja espacio a entenderme bien si no se me está escuchando con los oídos bien atentos, y como es de suponer que mi madre solo me escucha cuando grito, dudo que siquiera me haya comprendido para cuando paso a sonreírle de manera condescendiente.

Pues claro que Brian y yo no íbamos a perdernos la oportunidad de poder hacer una grabación que alegre el espíritu de todas las comidas familiares de los Helmuth, Navidad incluida, ¡si con todo el material que nos dieron poco nos faltó para hacer una segunda parte! — A mí no me importa, no dije nada en esa carta que no fuera verdad, y la opinión de mis compañeros no me molesta, si tengo el apoyo de las chicas, es lo único que necesito — respondo orgullosa a su intento de hacerme sentir inferior por mis actos, hasta alzo un poco la barbilla sin que se note lo suficiente como para que parezca una nueva replica. La replica viene después, cuando todo en mi rostro cambia para dejar ver la expresión de máxima indignación. — ¿Quién dijo que no sé hacerme unos huevos fritos? ¡Tuve que alimentarme a base de salamandras mientras estuve fuera! ¡Hice un fuego y todo! — suelto una mentira tras otra, que solo me alimenté a base de gominolas y paquetes de cereales hasta que se me acabaran las provisiones, ¡y ni siquiera tuve tiempo de que se agotaran! — Piensa lo que quieras, pero yo no le pegué a nadie en la cara ni le tiré de los pelos en mi viaje, ¡cosa que tú sí! — que no espere que vaya a perder el tema tan deprisa, menos cuando me salta con esas — En la escuela nos enseñan que el respeto es recíproco, mamá, no puedes pedirme respeto si tú no me respetas a mí tampoco — hago de mi tono calmo una crítica a su moral, también a su comportamiento al perder su propia tranquilidad y pasar a gritar, como hace de costumbre. — ¡¡No iré a ningún lugar en el que no se respete a mi persona!! — pido que se me escuche colocándome a su altura, es decir, gritando también.

¡Y ya tiene que montar el drama! ¡Ya tiene que sacar a relucir a todo el árbol genealógico de los Helmuth! Literal, hay una sala solo de cuadros familiares, algunos de los cuales dan miedo cuando atraviesas la sala por las noches. ¿Por qué siempre tiene que recurrir a la abuela? No me malinterpretéis, la abuela da miedo, lo digo en presente porque incluso desde la tumba me produce esa sensación escalofriante en el pecho. La conocí de muy niña antes de que muriera, no lo suficiente como para que alguien de esa edad la recuerde, así que el hecho de que lo haga ya debe decir algo por sí solo. — ¡Pobre abuela Agatha que cada vez que la nombras se tiene que despertar en la tumba, mamá! ¡Deja al abuelo y a la abuela en paz! — reprocho chascando la lengua con desagrado, meneando la cabeza de un lado a otro en reprobación incluso — ¡Así está de alterada en el cuadro de escuchar que pegaste a la vecina! — no sé, no sé, yo prefiero no pasar por ahí delante no vaya a ser que a la que le pegue un grito sea a mí.
Katerina L. Romanov
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Invitado
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Ruedo los ojos cuando habla de esas chicas como si fueran un ejército que la respaldará cuando se convierta en chiste de la escuela, ¡diciendo que comerá lagartijas para alimentarse! Estoy segura de que todos sus compañeros se reirían con esa parte, la que repite en cuanto tiene oportunidad. —¿Te escuchas? ¡Hablas con orgullo de haberte comido esos bichos!— lo digo con la misma nota de asco que usaba cuando veía a Sigrid de niña jugando con esas criaturas en el jardín de nuestra casa. —¡Katerina, por favor! Ni que te faltara comida en la mesa para que andes comiendo lagartijas, ¿esto también entra en tu manual de las mil maneras de avergonzar a la familia?—. ¡Una Helmuth alimentándose a base de salamandras! ¡Cómo si hubiera algo de lo que preciarse en eso! Y estamos hablando de esos bichos, ¿por qué insiste con lo de la isla ministerial? —No me excusaré delante de ti por lo que haya podido pasar con esa mujer, no lo entenderías, y eres mi hija, no te debo ninguna explicación tampoco— porque no la tengo, de todos los frentes me han hecho sentir que mi comportamiento es imposible de disculpar. —Como eres mi hija, también debes saber que en esta relación desigual, tu eres quien me debe primero y más respeto a mí— la señalo con mi dedo, —cosa que no veo porque todo lo que haces es faltármelo con tus reclamos y caprichos— coloco los puntos sobre las ies como debe hacerlo en cada discusión.  

¡Y otra vez con lo de la pelea! ¿Es que no lo dejará en paz? Coloco mis manos en las caderas para imponerme a ella. —En estos momentos eres la viva imagen de tu abuela Agatha, ¡gritándome sobre mi comportamiento reprobable con la vecina!— se lo hago notar a ver si así le pongo un freno a su lengua, haciendo esa comparación que no creo que le agrade, porque a nadie le agradaba lo filosa que podía llegar a ser la lengua de mi madre ¡y si sabré yo lo que grita su cuadro! Si la escucho azuzándome con más exigencia de la que mostraba en vida con el modelo de buena conducta que era Nicholas o con la misma Sigrid, que a la larga terminó a acostumbrándonos a todos a sus alborotos. ¡Ah, pero no es así con Ingrid! ¡Claro que no! No hay consideración hacia Ingrid. ¡Y esto es lo que consigue mi hija! Que hable en tercera persona como la loca que terminaré siendo por sus arranques en esta adolescencia que recién empieza. —Ya que mencionas a los abuelos, bien, te dejaré a elegir a ti— no lo digo como una tregua de paz, sino en lo alterada que me siento, lo que se nota por la manera brusca que tengo de señalar con mi brazo a la puerta y luego al pasillo que lleva a los cuadros. —Puedes ir cada fin de semana a este instituto con tus amigas o pasarte todos los fines de semana limpiando los marcos de los cuadros de nuestros ancestros y teniendo tus clases de disciplina con la mismísima abuela Agatha. Bien, ¿qué prefieres?
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Katerina L. Romanov
Y con más orgullo que hablaré cuando les cuente que me bañé en un río a la intemperie. Está bien, puede que esa parte me la reserve para otra ocasión, mis memorias quizás, no es algo que pretenda conversar con mi madre cuando se pone de esta manera por una pobre lagartija que ni siquiera me comí de verdad. — Creo que tú avergonzaste más a la familia al rebozarte en el jardín de la vecina para arrancarle los pelos de la cabeza como si fueras una animal — resoplo, podemos seguir con este tema todo lo que quiera, que soy bien consciente de quién tiene las de perder, y no soy yo precisamente. — Si no me lo explicas, nunca lo entenderé — vuelvo a replicar ante su excusa de que es algo que no comprendería, cuando estuve presente la tarde que se le lanzó a la ministra de Defensa — ¿¡Por qué siempre tienes que tratarme como una niña!? ¡Tengo catorce años, no cinco! — es de lo que más harta estoy en esta casa, que solo por ser la menor ya me tratan como si fuera boba o el bebé de la familia. Pues bien, no sé qué excusa pondrán cuando cumpla la mayoría de edad, ¡para lo que solo quedan tres años, por cierto! — Solo porque seas mi madre no significa que tenga que tenerte respeto si tú no me lo tienes a mí, ¡que me pones rejas en la ventana y actúas en contra de mi libertad de expresión! ¡y ahora me quieres internar en un instituto! — espero que sepa que puedo encontrar el número de los servicios sociales en las páginas amarillas, porque esto no será lo último que escuche de mí, ¡pienso pelear por mis derechos al igual que por los de los Mooncalfs! Maldita Quinn.

Esta vez soy yo la que pone cara de ofendida, abriendo mi boca en una enrome "o" y no me llevo la mano al pecho porque quedaría demasiado como Ingrid Helmuth, al compararme con la abuela Aggie como si no fuera el mayor insulto que yo pudiera llevarme. — ¡La tía Sigrid no me compara con la tía abuela Grace para que tú digas que me comporto como la abuela Agatha! — reclamo en el mismo tono elevado que ella. Es cierto, de Grace es de quien he tenido que heredar los ojos verdes, que los azules corren demasiado en esta familia, así como también mi carácter que de todas las historias que me contó la mamá de Brian, estoy segura que de ella también heredé el espíritu. Una pena que a ella nunca llegara a conocerla. Llevo la mirada hacia el pasillo mucho antes de que suelte su propuesta, estirando el cuello en dirección a la sala de los cuadros, esa que me da demasiada mala espina como para querer pasarme los fines de semana limpiando sus marcos. — Por preferir, preferiría ninguna de esas opciones — respondo con cierta altanería, cruzándome de brazos sobre el pecho al pasar a mirarla nuevamente. — Si tanto quieres que me vaya de esta casa, que ya no puedes soportar que esté en el hogar ni durante los fines de semana, solo tienes que decirlo, me iré a vivir con la tía Sigrid y compartiré habitación con Brian, ¡o a la casa del tío Nick! — ¡dónde no podrá entrar porque tiene la entrada vetada desde lo de la vecina!
Katerina L. Romanov
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¡¡Cuida la manera en la que me hablas, Katerina!!— la amenazo, que si en verdad la tratara como si tuviera cinco años, en este momento estaría recibiendo unas buenas nalgadas a las que su padre no podría oponerse luego de que me insultara de ese modo, diciendo que me comporto como un animal. Nunca he descargado mi mano sobre la mejilla de ninguno de mis hijos, porque ninguno me ha dado razones para que lo haga, pero la menor de ellos comienza a hacer mérito para conseguir de mi parte una reacción más violenta, esa que me critica por haber tenido con la fulana de Ruehl. —Cuando dejes de comportarte como una niña, escapándote de casa y haciendo de mí un chiste, me tomaré el tiempo y la molestia de darte explicaciones— afirmo, pongo la vara alta porque sé que no está en condiciones de alcanzarla, su temperamento es más fuerte que su voluntad y hasta que no logre que el segundo se imponga al primero, seguirá recibiendo de mí la misma hermética resistencia a sus provocaciones. —¿Y qué hay de tu respeto a mí? Que te vayas de casa ha sido una falta de respeto a tus padres, a toda tu familia, fuiste egoísta y peligrosa para ti misma, ¿Comer lagartijas? ¿En serio, Kitty? ¿Qué si morías de intoxicación por ahí al comer esos bichos?— exagero, cuando es el menor de los males que la esperan fuera. — Todo lo que hago, todo el tiempo, es protegerte de ti misma— apunto.

Soy su madre, sé lo que es mejor para ella, aunque actúe como discípula de mi propia madre para recriminaciones que no esperaba tener que escuchar a esta edad y por mucho que la ofenda la comparación, en su intención de molestarme, está vistiéndose con el mismo hábito que su abuela Agatha. —¡La tía Grace! ¡Por Morgana! ¡Ni la menciones! ¡Tres escándalos se suceden en la familia cada vez que alguien la menciona!— exclamo alarmada, buscó la mesa que esté a mi alcance para darle unos golpecitos suaves con los nudillos y así espantar a la mala suerte que siempre cae sobre nuestra casa cuando ese nombre es evocado. ¡Y Sigrid comparando a mi hija menor con nuestra tía descocada! Con hermanas así, ¿quién necesita enemigos? ¡Claro que es a la primera que Kitty recurre para un segundo escape de esta casa! —Seguirás viviendo en esta casa mientras yo respire, Katerina Lyova— hago tronar mi voz en la sala de esta casa para que se calme. —No irás a ningún lado que no sea el que yo te ordene— espero que por el tono inflexible de mi voz sepa que esto no es una discusión, es un aviso al que se puede dar por enterada. —Llama a Gin, llama a Anna y a Quinn. Dile que este fin de semana irán a conocer el instituto, no quiero escuchar más. Cada vez que abres la boca solo reafirmas lo necesario que se ha vuelto para tu carácter— digo, desde la ventaja que sigue dándome mi estatura por sobre la de ella. —Y la próxima vez que me llames animal, recuerda que eso lo es la otra mujer y que de personas así también te cuido, pero no puedes ver más allá de tu caprichosa nariz.
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Tengo que morderme la lengua y apretar un labio contra otro, de esa manera en que también se mantienen en tensión mis mejillas al retenerme de soltar un bufido acompañado de una nueva queja, conozco demasiado los tonos de mi madre como para no reconocer la advertencia en sus palabras. — Por quincuagésima vez en lo que llevamos de verano, no me escapé por un berrinche, lo hice para demostrar que… — ¿para qué siquiera lo intento? Si llevo tratando meses de que comprenda mis motivos reales por los que me fui de casa, y ella sigue enfrascada en que lo utilicé como excusa para mi comportamiento, supuestamente egoísta. No me molesta que me llamen ciertas cosas, suelo hacer oídos sordos a los adjetivos con los que se me califica en esta casa, pero que me digan egoísta o caprichosa es algo que me saca de mis cabales, con demasiada facilidad además. — ¿Por eso me pusiste rejas en la ventana? ¿Por miedo a que muera de una intoxicación por lagartija? — no se me escapa la risa sardónica, pero sí lo hace un ruedo de ojos al ponerlos en blanco tras apenas escuchar semejante estupidez. — Tu problema es que no puedes asumir que no soy como tú, ni como ninguno de mis hermanos, y cuanto antes te des cuenta de que es así, más fácil se te hará el comprender que no puedes protegerme de eso — y que está bien ser como soy, tampoco le vendría mal aprenderlo. ¿Por qué tengo que convivir con una persona que no me respeta por quien soy, cuando yo sí tengo que soportarla a ella en todas sus rabietas? ¡Y luego habla de las mías! ¡Tendrá cara!

Debe de ser por eso entonces, que las últimas menciones a la tía Grace han estado muy recientes y se ve que ha surtido su efecto en la casa de los Helmuth, porque no se puede decir que no ha habido movimiento en las últimas semanas con todo lo que ha estado sacudiéndonos de un lado a otro. — Técnicamente hablando, seguiré viviendo en esta casa hasta que cumpla la mayoría edad, después de eso la ley dice que no tienes ningún poder sobre mi persona, y puedo decidir por mi propia cuenta donde quiero vivir — digo, tan campante como se me permite el estar en lo cierto en mis datos, que no los he estado mirando en internet para nada. Y hasta los diecisiete propiamente dichos, puedo dar toda la guerra que se me antoje. ¡Solo tres años más, solo tres! ¿Cómo que cada vez que abro la boca reafirma mi carácter? ¿Acaso me quejo yo de lo que sale por su boca cada vez que separa los labios? Claro que eso no se lo digo, puedo verle el humo salir de las orejas mucho antes de que siquiera haya tenido ese pensamiento, así que estos últimos mejor me los guardo para cuando esté en mi habitación, en soledad, donde nadie me molesta. — ¿Esa es tu última palabra? Pues bien, envíame a donde quieras, pero luego no te quejes a papá de que ha supuesto una pérdida de dinero total cuando no termine como esperabas — no sé si estoy en verdadera posición de opinar, pero lo hago de todas formas, alzando esa nariz sobre la que replica con bastante orgullo.
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Para demostrar que nadie en esta casa la escucho, eso es lo que está a punto de decirme, cuando no creo escuchar más que sus gritos desde supo hablar, si en todo me lleva la contraria y me he resignado a que lo que trata de hacer es encontrar una personalidad que la distinga del resto, yendo en contra en todo momento. —Podrías demostrar lo que quieras demostrar con pancartas dentro de tu habitación, no hace falta que cruces seis distritos para señalar un punto en algo— la reto, como si conversación no se hubiera agotado el mismo día que la recuperamos, volviendo a ello como volvemos sobre todas las cosas en las que encontramos un motivo de queja y nunca encuentra su fin, si tuviéramos todos los días a nuestra disposición para seguir discutiendo, esto no acabaría hasta tenerme a mí recordándole que gracias a un óvulo mío existe así que toda su persona me pertenece. —¡Por imprudente y tu nula noción del peligro! ¡Por eso te puse rejas!— contestó, ¡al diablo esas lagartijas! —¡Te estoy protegiendo de todo lo que está afuera y del daño que podrías hacerte a ti misma!— grito, es la verdad, lo malo es que mi hija menor me coloca en este estado tal de alteración que mis gritos también parecen exageración, ¡cuando es la verdad! Sus hermanos y yo peleamos con esos rebeldes en el departamento de misterios, Luka necesito de atención en el hospital, ¡ella sabe! ¿Cómo puede ser tan impulsiva para lanzarse cerca de distritos rebeldes?

Levanto mi dedo índice como puntero que le ordena silencio. —No te hagas ilusiones haciendo cálculos, cuando ese día llegue lo hablaremos y veremos si te consideramos con tu padre capaz de vivir por tu cuenta— determino, que si hace falta que pida una reforma de la constitución, ¡lo haré! Si para entonces este instituto no consigue el milagro sobre su carácter tempestuoso, tengo tres años por delante para seguir buscando maneras de que mi hija gane un poco de buen juicio y que al alcanzar la mayoría de edad, pueda tomar decisiones más sensatas que ¡comer salamandras! —Si tengo que vivir en la calle para que a ti se te inculque un poco de respeto a las normas, puedo darme por satisfecha— replico solo por mostrarle que yo también puedo ser terca en mi postura, aunque nunca he conocido lo que es pasar penurias y no creo que ninguno de mis hermanos lo permita jamás, incluso estando peleados con Nicholas, en momentos de necesitad veríamos por el otro. Para eso está la familia, para sostenerse en sí, y aunque Katerina no tenga una edad que le permita entender, todo lo estoy haciendo para sostenerla a mi lado y el día que tenga que apartarse, lo haga con la cabeza bien colocada sobre sus hombros. —Está decidido entonces, irás al instituto Ehrenreich. Las medidas para el uniforme te las tomarán ahí cuando vayamos de visita— la pongo al tanto de los planes que ya están hechos y camino hacia ella para mirarla desde mi estatura, retiro un mechón castaño de su mejilla para colocarlo detrás de su oreja. —Busca un bonito sombrero para ese día—, ¿en qué momento mis niñas abandonaron sus vestidos blancos almidonados para pasar a jeans rotosos y camisetas con lemas anarquistas? —Puedes retirarte y no lo hagas arrastrando los pies, ni azotes tu puerta al subir— le advierto.
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Katerina L. Romanov
Quedándome en mi habitación no hubiera servido de nada, situaciones extremas requieren de medidas de igual calibre — apunto, igual de pomposa que ella, que hasta estoy por elevar mi dedo índice para remarcarlo como ella hace cuando es momento de señalar lo que considera una falta mía. Vamos, lo que viene siendo siempre cada vez que respiro, porque parece que incluso eso lo tengo prohibido en esta casa, no me sorprendería que cualquier día aparezca con una bombona de oxígeno para regularme cuando puedo respirar. — Creo que soy bien mayorcita para medir la clase de peligros a los que me puedo enfrentar o no, se trata parte del periodo que se conoce como adolescencia, algo que tengo que descubrir por mí misma y no porque mi madre decidió ponerle barrotes a mi ventana. ¿Así cómo voy a aprender nada? — le doy la vuelta a su propia discusión, lanzando en el medio algún que otro dato sacado de la imaginación del fondo de mi cabeza para tratar de confundirla. Claro que tengo que competir con dos hermanos que pasaron esta etapa sin darle una pelea a mamá, porque Lexie, por mucho que la quiera, sigue siendo un calco de ella que cada vez me preocupa más lo que pueda salir de ahí en el futuro y Luka... Luka es el nene de mamá y no hay nada que pueda hacer con respecto a eso.

Consideración o no, marchar de esta casa es una decisión que no le corresponde tomar a ella cuando cumpla mi mayoría de edad, que hasta podría estar viviendo debajo de un puente y seguiría siendo mi propia elección. No se lo digo, por supuesto, eso engancharía a una nueva discusión de la que no quiero ser partícipe, pero sí lo guardo como parte de mi defensa personal para cuando llegue el día que tenga que ejercer de mi abogada. Yo puedo vivir perfectamente bajo un puente, ¿mi madre? ¡¡Ni de coña!! Se me escapa una risotada tras esa aseguración que hace con toda la confianza de que sería así, al punto de que tengo que taparme un poco los labios con algunos de mis dedos. — Me encantaría ver eso — le respondo yo, aunque todo mi gozo termina pronto en un pozo tras ese pacto que hace consigo misma de que iré al instituto, porque en ningún lado yo firmé para que se me enviara a ese lugar. — Oh, genial... ya puedes quitar de la lista de pendientes de la nevera el conseguirme un uniforme de presa — contesto con todo el sarcasmo que me es posible sacar, solo mi madre es capaz de hacer que mis expresiones cambien tan fácilmente, regresando al enfado por no contar con mi postura. — No soy la reina de Inglaterra, puede quedarse ella con el sombrero — y tiro de mi mechón de pelo al tiempo de que lo coloque para devolverlo a su sitio, cruzándome de brazos después en mi salida del salón para dirigirme hacia mi habitación, la rabia pudiendo percibirse en mi manera de no arrastrar mis pies como dice, sino que en su lugar voy dando pisotones con fuerza hasta llegar al piso superior y cerrar la puerta de mi dormitorio con un golpe de la misma.
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