OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Arranco el trozo de papel que hay pegado contra la madera de la puerta que da al interior del departamento en que vivimos, sin siquiera pararme a leerlo porque no necesito más que ver la firma al final de la hoja para saber que se trata de una nota de la vecina más impertinente de esta comunidad. Saco las llaves para adentrarme en el hogar y las dejo en el porta llaves encima de la cómoda, con mis ojos surcando las líneas que decoran la nota de manera rápida. Esperaba una queja sobre el perro, típico comentario suyo a pesar de ser una urbanización que permite tenerlos en las residencias, pero lo que me choca no es encontrar dicha queja plasmada sobre el folio, sino que en lugar de eso, es un llamado común organizado por todos los vecinos para avisar de que tenemos menos de veinticuatro horas para desplazarnos de lugar si no queremos que llamen a la seguridad de aurores. ¿Perdona? ¡Yo formo parte de la defensa! ¿Acaso están ciegos cuando salgo por las mañanas con el uniforme bien planchado y mi placa reluciente sobre el mismo? Lo siento como una cachetada en la mejilla, que entre la carrera de abogacía de Dave y mi puesto en seguridad no deberían ser ellos los que decidan quién se queda y quién se marcha. Y, aún así, por las palabras utilizadas entiendo que no es una cuestión de ponerse de acuerdo, sino de ejecución inmediata.
— ¿Has visto esto? — ignoro el saludo del propio perro al recibirme con toda la emoción de su rabo en movimiento, para centrarme en la persona que sí tiene la capacidad para hablar, al menos en un idioma entendible, y que se asoma por el pasillo, con el gato en brazos, evidentemente. — ¡Nos echan! ¡A nosotros! — exclamo en lo que me toma dos segundos el explicarme en mi repentino mal humor. No es mal humor, en sí, es molestia por la cara de nuestros vecinos de no haber venido con el cuento ellos mismos, sino que se excusan con un folio que bien podría haberlo volado el viento de los porrazos que se escuchan de vez en cuando en el pasillo de este rellano. Y sí, también es molestia con el propio Dave, que por si no fuera suficiente con el chucho al que ya nos acostumbramos en esta casa, decidió hace apenas unos días que rescatar a un gato roñoso y abandonado de la calle era buena idea para nuestro ya de por sí apretado apartamento. Empiezo a considerarlo apretado, si contamos con el perro y el gato, además del fantasma que nos dejó hace tiempo, pero que aun así entiendo que pueda haber resultado un inconveniente para nuestros vecinos si se dedicaba a atravesar las paredes que se le venían en gana.
Le estampo la hoja de papel en el pecho al pasar por su lado, con el perro como fiel seguidor, mientras sigo rumiando por lo bajo. — Sabes de sobra a qué se debe todo esto, ¿verdad? ¡Por el gato! ¡El gato, Dave! Desde que está aquí Moriarty no deja de ladrarle como si fuera una rata — normal, a ojos suyos debe de parecérselo — ¿Por qué siempre tienes que…? — ni siquiera termino la pregunta que va dirigida hacia él, sino que dejo escapar un sonido de exasperación que me lleva hasta la habitación — Y nos quieren fuera antes de mañana — se lo digo para que vaya haciéndose una idea de como solucionar esto, siendo que no estaríamos en esta situación si no fuera por su afán de llevarse a casa todo lo que le pone ojos de cachorro abandonado e indefenso.
— ¿Has visto esto? — ignoro el saludo del propio perro al recibirme con toda la emoción de su rabo en movimiento, para centrarme en la persona que sí tiene la capacidad para hablar, al menos en un idioma entendible, y que se asoma por el pasillo, con el gato en brazos, evidentemente. — ¡Nos echan! ¡A nosotros! — exclamo en lo que me toma dos segundos el explicarme en mi repentino mal humor. No es mal humor, en sí, es molestia por la cara de nuestros vecinos de no haber venido con el cuento ellos mismos, sino que se excusan con un folio que bien podría haberlo volado el viento de los porrazos que se escuchan de vez en cuando en el pasillo de este rellano. Y sí, también es molestia con el propio Dave, que por si no fuera suficiente con el chucho al que ya nos acostumbramos en esta casa, decidió hace apenas unos días que rescatar a un gato roñoso y abandonado de la calle era buena idea para nuestro ya de por sí apretado apartamento. Empiezo a considerarlo apretado, si contamos con el perro y el gato, además del fantasma que nos dejó hace tiempo, pero que aun así entiendo que pueda haber resultado un inconveniente para nuestros vecinos si se dedicaba a atravesar las paredes que se le venían en gana.
Le estampo la hoja de papel en el pecho al pasar por su lado, con el perro como fiel seguidor, mientras sigo rumiando por lo bajo. — Sabes de sobra a qué se debe todo esto, ¿verdad? ¡Por el gato! ¡El gato, Dave! Desde que está aquí Moriarty no deja de ladrarle como si fuera una rata — normal, a ojos suyos debe de parecérselo — ¿Por qué siempre tienes que…? — ni siquiera termino la pregunta que va dirigida hacia él, sino que dejo escapar un sonido de exasperación que me lleva hasta la habitación — Y nos quieren fuera antes de mañana — se lo digo para que vaya haciéndose una idea de como solucionar esto, siendo que no estaríamos en esta situación si no fuera por su afán de llevarse a casa todo lo que le pone ojos de cachorro abandonado e indefenso.
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Hay muchas cosas en el mundo a lo que la gente podría dedicarle un mínimo de su atención, indignarse si quiere, como para que encuentren en un gato un motivo para todas sus amarguras. Hago oídos sordos a los comentarios que recibo en la mañana, entre pasillos, cuando salgo lo más a prisa que puedo hacia el ministerio para no tener que escuchar que el perro…, que la gata…, que el fantasma… ¡Niko despareció hace meses! ¡¿Cuándo demonios la señora Berkins va a superar lo de encontrárselo al salir de la ducha?! No me extrañaría que Niko fuera el más traumado de los dos y que por eso no se dignó en volver, dudo que aun siendo un fantasma apreciara echar un vistazo a nuestra vecina de ochenta años. Me deshago del papel que encuentro adherido a la puerta del departamento haciéndolo un bollo dentro de mi mano, pero conociendo a nuestros vecinos, cuando llegue Alecto habrá otro puesto.
Recojo la gata del suelo cuando viene a recibirme con maullidos de protesta porque su plato debe estar vacío y la estrujo contra mi pecho, con los ojos claros de Moriarty mirándome desde la otra punta del pasillo al interrumpir su carrera para venir a saltarme como antes lo hacía. «Traidor», lo puedo leer en sus ojos. Dos veces traidor, tres veces traidor, cuatro veces traidor. Puedo interpretar la última mirada que me lanza antes de darse la vuelta como un: «¿cuándo dejarás de traicionarme, David?». Tengo que soltar a la gata que, en su mal humor eterno, vuelve a hundirme las garras en el dorso de la mano. —¡Mor! ¡No te vayas así! ¡Te lanzaré la pelotita un par de veces antes de que llegue Alecto!— se lo prometo, pocas cosas pueden romperse y no ser reparadas con el hechizo adecuado.
Para la hora en la que debería volver Alecto todo está en un orden del que puedo sentirme orgulloso y, por supuesto, espero un reconocimiento de su parte, parado como estoy con mis dedos rascando las orejas de la gata que está despatarrada en mis brazos y Moriarty cumpliendo con su parte de ir a saludarle con la emoción que a mí ya no me muestra. —No es cierto que la gata se haya metido en el balcón de…— o quizás sí, muy probablemente sí, no termino mi defensa hacia el animal sobre la última notita que yo vi que nos dejaron, que puedo entender el motivo por el que aporreó la puerta nada más entrar. —¡¿Qué demonios?! ¡No pueden echarnos! ¡Tenemos un contrato!— levanto a la gata en brazos. —¡Y Becky tiene derechos! ¿Qué clase de personas echan a la calle a una gata vieja y preñada? ¡Le podemos iniciar una demanda!—. No puede ser que acabo de decir eso. ¿A doooooooooooonde se fue mi juventud? Mierda, ya pueden darme la jubilación, soy un abogado achacoso que anda diciendo que demandará a todos. —¿Disculpa? ¿Siempre que…?— esto tampoco me lo puedo creer, se lo pregunto para que pueda seguir con lo que se le haya quedado atorado en la garganta y necesite sacar fuera.
—¿Me estás echando la culpa?— sí, bueno… —¿De qué lado estas, Alec? ¡Nuestros vecinos son los del problema por no saber convivir en un mundo con animales!—. No me lo creo, en serio que no me creo que la gente sea así de intolerante, un perro, un gato, un fantasma… ¡Por favor! ¡Cómo se nota que es gente del Capitolio! Que vayan de vacaciones al norte y vean si pueden dormir sin un techo sobre sus cabezas. Me siento muy enfadado, en nombre de la gata, por este atropello. —Pues, siéndote honesto y en vista de lo que viene sucediendo, tengo que decirte que los vecinos me caen mal. Ellos no nos echan, nosotros nos vamos— lo decido y al hacer el amago de ir hacia la habitación para empezar a sacar valijas, me detengo a su lado para preguntarle en un tono mucho más bajo: —Nos vamos, ¿verdad? Me refiero… los dos, ¿verdad?— cuatro quiero decir. —Seguro encontraremos un lugar mejor— estoy plenamente seguro de esto.
Recojo la gata del suelo cuando viene a recibirme con maullidos de protesta porque su plato debe estar vacío y la estrujo contra mi pecho, con los ojos claros de Moriarty mirándome desde la otra punta del pasillo al interrumpir su carrera para venir a saltarme como antes lo hacía. «Traidor», lo puedo leer en sus ojos. Dos veces traidor, tres veces traidor, cuatro veces traidor. Puedo interpretar la última mirada que me lanza antes de darse la vuelta como un: «¿cuándo dejarás de traicionarme, David?». Tengo que soltar a la gata que, en su mal humor eterno, vuelve a hundirme las garras en el dorso de la mano. —¡Mor! ¡No te vayas así! ¡Te lanzaré la pelotita un par de veces antes de que llegue Alecto!— se lo prometo, pocas cosas pueden romperse y no ser reparadas con el hechizo adecuado.
Para la hora en la que debería volver Alecto todo está en un orden del que puedo sentirme orgulloso y, por supuesto, espero un reconocimiento de su parte, parado como estoy con mis dedos rascando las orejas de la gata que está despatarrada en mis brazos y Moriarty cumpliendo con su parte de ir a saludarle con la emoción que a mí ya no me muestra. —No es cierto que la gata se haya metido en el balcón de…— o quizás sí, muy probablemente sí, no termino mi defensa hacia el animal sobre la última notita que yo vi que nos dejaron, que puedo entender el motivo por el que aporreó la puerta nada más entrar. —¡¿Qué demonios?! ¡No pueden echarnos! ¡Tenemos un contrato!— levanto a la gata en brazos. —¡Y Becky tiene derechos! ¿Qué clase de personas echan a la calle a una gata vieja y preñada? ¡Le podemos iniciar una demanda!—. No puede ser que acabo de decir eso. ¿A doooooooooooonde se fue mi juventud? Mierda, ya pueden darme la jubilación, soy un abogado achacoso que anda diciendo que demandará a todos. —¿Disculpa? ¿Siempre que…?— esto tampoco me lo puedo creer, se lo pregunto para que pueda seguir con lo que se le haya quedado atorado en la garganta y necesite sacar fuera.
—¿Me estás echando la culpa?— sí, bueno… —¿De qué lado estas, Alec? ¡Nuestros vecinos son los del problema por no saber convivir en un mundo con animales!—. No me lo creo, en serio que no me creo que la gente sea así de intolerante, un perro, un gato, un fantasma… ¡Por favor! ¡Cómo se nota que es gente del Capitolio! Que vayan de vacaciones al norte y vean si pueden dormir sin un techo sobre sus cabezas. Me siento muy enfadado, en nombre de la gata, por este atropello. —Pues, siéndote honesto y en vista de lo que viene sucediendo, tengo que decirte que los vecinos me caen mal. Ellos no nos echan, nosotros nos vamos— lo decido y al hacer el amago de ir hacia la habitación para empezar a sacar valijas, me detengo a su lado para preguntarle en un tono mucho más bajo: —Nos vamos, ¿verdad? Me refiero… los dos, ¿verdad?— cuatro quiero decir. —Seguro encontraremos un lugar mejor— estoy plenamente seguro de esto.
— ¡Sí! Un contrato que no incluía perro, ni gato, ni ningún fantasma que al parecer nuestros vecinos siguen creyendo que anda viviendo con nosotros. ¡Y con razón! Tú lo metiste — le acuso, que encima de no darme apenas explicaciones al respecto, tiene todavía el descaro de quejarse de que nos echen. ¿Cómo no van a hacerlo, cuando este apartamento parece salido del zoológico del distrito nueve? — ¿Preñada cómo? — mis ojos lo fulminan con una mirada que me saca los mismos completamente de sus órbitas, solo para plantarlos después sobre la gata que sigue sosteniendo en sus brazos. Bien, sé que no le he hecho mucho caso a ese animalillo desde que puso sus pezuñas en esta casa, pero de ahí a no darme cuenta de que es una gata embarazada... hay una gran diferencia. — David, espero que no pienses quedarte con su manada de gatitos cuando se le dé por parir, porque entonces el que va a acabar abandonado y sin derechos vas a ser tú, me da igual que Becky sea la gata preñada — le advierto, señalándole con un dedo amenazador para que vea que estoy hablando completamente en serio. ¿Es que no se da cuenta del lío en que nos acaba de meter?
Ofuscada me meto en el dormitorio para abrir el armario, con un gesto de mi mano es suficiente para que las prendas vayan colocándose sobre la cama con sumo cuidado, doblándose unas sobre otras, pero eso no impide que apañe yo misma las que todavía no se mueven del sitio para lanzar una de mis camisetas en dirección al cuerpo de David con todo el enfado que poseo. — ¡Siempre tienes que hacerlo, David! ¡¡Actuar, de, maldito, salvador!! — con cada palabra se va acentuando más mi enojo, y también aprovecho para atacarlo con una prenda a cada exclamación, sin el menor de los remordimientos, ni siquiera me importa que terminen en el suelo. — ¿Te estoy echando la culpa? ¡No! ¡Si te parece la tengo yo! — me acerco para golpearlo con un mi dedo índice en el pecho — ¿Te resulta gracioso? ¿Que pasemos a ser nosotros los vagabundos? ¡Por una gata! ¡Una gata que al parecer tienes endiosada! ¿Para cuando los anillos de compromiso? No están permitidos los matrimonios entre mago y animal, pero supongo que siendo abogado quizás puedas conseguirlo — bufo. Dichoso Dave, se me está pegando su dramatismo con cada día que pasa.
— Sí, y nosotros a ellos, también les caemos mal, así que a no ser que se te ocurra una idea brillante para convencerlos de que nos dejen quedarnos, deberías empezar por organizar tus maletas — le reprocho, porque todo en mi respuesta hacia su irresponsabilidad es un reproche que se comerá por los siguientes días. — Ah, no sé, ¿por los dos a quién te refieres? ¿A ti y a Becky? — le aparto el rostro para ponerme a doblar una de las prendas que tiré al suelo en el borde de la cama, posándola sobre el montón que ya empieza a crecer. — ¿Encontraremos? No, no, no, no, no, tú nos metiste en este lío, tú nos sacas de este lío — aclaro, con la barbilla bien alta, a ver si todavía tendré que ponerme a solucionarlo yo. Y tendré qué, por supuesto.
Ofuscada me meto en el dormitorio para abrir el armario, con un gesto de mi mano es suficiente para que las prendas vayan colocándose sobre la cama con sumo cuidado, doblándose unas sobre otras, pero eso no impide que apañe yo misma las que todavía no se mueven del sitio para lanzar una de mis camisetas en dirección al cuerpo de David con todo el enfado que poseo. — ¡Siempre tienes que hacerlo, David! ¡¡Actuar, de, maldito, salvador!! — con cada palabra se va acentuando más mi enojo, y también aprovecho para atacarlo con una prenda a cada exclamación, sin el menor de los remordimientos, ni siquiera me importa que terminen en el suelo. — ¿Te estoy echando la culpa? ¡No! ¡Si te parece la tengo yo! — me acerco para golpearlo con un mi dedo índice en el pecho — ¿Te resulta gracioso? ¿Que pasemos a ser nosotros los vagabundos? ¡Por una gata! ¡Una gata que al parecer tienes endiosada! ¿Para cuando los anillos de compromiso? No están permitidos los matrimonios entre mago y animal, pero supongo que siendo abogado quizás puedas conseguirlo — bufo. Dichoso Dave, se me está pegando su dramatismo con cada día que pasa.
— Sí, y nosotros a ellos, también les caemos mal, así que a no ser que se te ocurra una idea brillante para convencerlos de que nos dejen quedarnos, deberías empezar por organizar tus maletas — le reprocho, porque todo en mi respuesta hacia su irresponsabilidad es un reproche que se comerá por los siguientes días. — Ah, no sé, ¿por los dos a quién te refieres? ¿A ti y a Becky? — le aparto el rostro para ponerme a doblar una de las prendas que tiré al suelo en el borde de la cama, posándola sobre el montón que ya empieza a crecer. — ¿Encontraremos? No, no, no, no, no, tú nos metiste en este lío, tú nos sacas de este lío — aclaro, con la barbilla bien alta, a ver si todavía tendré que ponerme a solucionarlo yo. Y tendré qué, por supuesto.
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—¿Estabas esperando el momento para echármelo en cara, no? — pregunto, de pronto el fantasma es lo importante aquí, no que nos hayan puesto de patas a la calle. Menciona al único que no tiene patas ¡y ya no está! ¿Podemos dejar al maldito fantasma descansar en paz mientras nosotros tratamos de recuperar la nuestra? Alzo a la gata con mi palma bajo su panza, que puede parecer inflada por nada más que la comida, para colocarla entre nosotros al dar la explicación que me pide con un tonito que no me va a perdonar. —Pues cuando papá gato conoce a mamá gata y se enamoran…— me merezco si luego de esto, soy el primero que termina en el pasillo y solo con la ropa puesta. —Claro que no…— contesto a la defensiva, acusándome de cosas que todavía no he hecho. —Pero podríamos ser su hogar de tránsito— mal momento para dejárselo caer, cuando mis propios derechos se ponen en discusión y me tengo que abrazar a la gata para no sentirme abatido por el autoritarismo de las fuerzas de coacción física de este país. —¡¿Por qué tengo que sufrir todo eso cuando solo traté de hacer algo bueno por un animal?!— se lo reclamo, es injusto. ¿¿Por qué soy yo el que debe ser abandonado y privado de sus derechos y los vecinos regodearse por habernos echado?? Pero vivimos en Neopanem, ¡qué otra cosa me puedo esperar!
La sigo a la habitación, claro que la sigo, donde inicia el prolijo protocolo de sacar ropa para abandonar este departamento como nos mandan. Procuro atrapar con una mano la camiseta que me arroja, pero con la gata mirándolo todo desde mis brazos, no puedo hacer más que recibir el impacto y que la prenda caiga al suelo. —¿Podemos calmar…?—. No, no podemos. Mi voz queda silenciada por sus gritos y aun sabiendo que tengo parte de la culpa en esto, no toda, levanto mi tono para que alcance el suyo. —¡No te traje cien refugiados a la casa muertos de hambre! ¡Ni un vago del norte…!— ah, eso sí traje, sigo tratando de que no se note el traspié. Me llueven más prendas como proyectiles de los que no hay hueco en la casa donde me pueda esconder.—¡Es solo una gata! No estoy tratando de salvar el mundo, ¡es solo una gata!—. La peor gata del mundo bajo sus ojos, por lo que se ve, no diré que el sentimiento no es mutuo porque Becky también es de hacerle sentir su desdén y de buscar su propio espacio en la cama, para indignación también de Moriarty que… sí, está en la puerta mirándonos con las orejas gachas, excluido de esto como viene sintiéndose hace días. —Me parece que en esta casa estamos teniendo un problema de no dar y recibir suficiente atención y… ¡qué no! ¡No me voy a casar con Becky!— que entre Alec y yo, siempre fui el que más fácil pierde el hilo de una conversación para ponerme en mis trece, no me cuesta nada. —¡Claro! ¡Es que no puedo recibir cariño de la gata porque ya montamos un drama! Por cómo me tratas, no te quejes si toda mi atención se la termino dando a ella y nos terminas encontrando acurrucados más de una vez— puedo jurar que al único que acabo de lastimar con mis palabras es a Moriarty que lo escucha todo.
—Puesto que te caigo mal hasta a ti, ¿qué me importan los vecinos?— refunfuño con mi boca arrugada en un mohín que demuestra mi enfado, si hasta volteo mis ojos a la pared cuando lo digo para completar. Tengo que ceder cuando me increpa una vez más con lo de la gata, la miro de lado y apelo al ruego. —Alec, ¡anda! ¡No puedes estar celosa de la gata! Si ella me endiosa o lo que sea que dijiste, ¡tú la demonizas! ¡Ni que haya venido con intención de ser un problema entre nosotros! ¿No te parece que estás siendo la que pasa?—. Becky no ayuda a su causa cuando chilla como amenaza a su cercanía y antes de que se le ocurra clavarme las uñas otra vez en la mano, a la gata me refiero, la dejo en el suelo para salir del dormitorio a zancadas e ir a buscar el teléfono que quedó en la sala para entrar a la primera página de alquileres que me aparece en el buscador. —¡De acuerdo! ¡Ya estoy buscando, ya estoy buscando! Veamos… aprovechemos la mudanza para ver otras cosas, un patio pequeño para Mor— ¿ven que si lo tengo en cuenta? —o al menos un balcón que comparta con Becky y sus gatitos—, pobre Mor. —Bien, busquemos algo de casi el mismo precio, veamos… distrito seis… distrito seis… y distrito seis… ¿qué opinas del distrito seis?
La sigo a la habitación, claro que la sigo, donde inicia el prolijo protocolo de sacar ropa para abandonar este departamento como nos mandan. Procuro atrapar con una mano la camiseta que me arroja, pero con la gata mirándolo todo desde mis brazos, no puedo hacer más que recibir el impacto y que la prenda caiga al suelo. —¿Podemos calmar…?—. No, no podemos. Mi voz queda silenciada por sus gritos y aun sabiendo que tengo parte de la culpa en esto, no toda, levanto mi tono para que alcance el suyo. —¡No te traje cien refugiados a la casa muertos de hambre! ¡Ni un vago del norte…!— ah, eso sí traje, sigo tratando de que no se note el traspié. Me llueven más prendas como proyectiles de los que no hay hueco en la casa donde me pueda esconder.—¡Es solo una gata! No estoy tratando de salvar el mundo, ¡es solo una gata!—. La peor gata del mundo bajo sus ojos, por lo que se ve, no diré que el sentimiento no es mutuo porque Becky también es de hacerle sentir su desdén y de buscar su propio espacio en la cama, para indignación también de Moriarty que… sí, está en la puerta mirándonos con las orejas gachas, excluido de esto como viene sintiéndose hace días. —Me parece que en esta casa estamos teniendo un problema de no dar y recibir suficiente atención y… ¡qué no! ¡No me voy a casar con Becky!— que entre Alec y yo, siempre fui el que más fácil pierde el hilo de una conversación para ponerme en mis trece, no me cuesta nada. —¡Claro! ¡Es que no puedo recibir cariño de la gata porque ya montamos un drama! Por cómo me tratas, no te quejes si toda mi atención se la termino dando a ella y nos terminas encontrando acurrucados más de una vez— puedo jurar que al único que acabo de lastimar con mis palabras es a Moriarty que lo escucha todo.
—Puesto que te caigo mal hasta a ti, ¿qué me importan los vecinos?— refunfuño con mi boca arrugada en un mohín que demuestra mi enfado, si hasta volteo mis ojos a la pared cuando lo digo para completar. Tengo que ceder cuando me increpa una vez más con lo de la gata, la miro de lado y apelo al ruego. —Alec, ¡anda! ¡No puedes estar celosa de la gata! Si ella me endiosa o lo que sea que dijiste, ¡tú la demonizas! ¡Ni que haya venido con intención de ser un problema entre nosotros! ¿No te parece que estás siendo la que pasa?—. Becky no ayuda a su causa cuando chilla como amenaza a su cercanía y antes de que se le ocurra clavarme las uñas otra vez en la mano, a la gata me refiero, la dejo en el suelo para salir del dormitorio a zancadas e ir a buscar el teléfono que quedó en la sala para entrar a la primera página de alquileres que me aparece en el buscador. —¡De acuerdo! ¡Ya estoy buscando, ya estoy buscando! Veamos… aprovechemos la mudanza para ver otras cosas, un patio pequeño para Mor— ¿ven que si lo tengo en cuenta? —o al menos un balcón que comparta con Becky y sus gatitos—, pobre Mor. —Bien, busquemos algo de casi el mismo precio, veamos… distrito seis… distrito seis… y distrito seis… ¿qué opinas del distrito seis?
Puede que sí, que estuviera esperando para echárselo en cara, y esta situación me ha venido de perlas para ello. La mirada con que le fulmino de pronto es una clara señal de que no estoy para ninguna de sus bromas, ni para escuchar su explicación sobre mamás gatas y papás gatos, a la que respondo con un meneo de cabeza. — No, Dave, no podemos ser su lugar de tránsito, ¡porque me conozco yo lo que quieres decir con eso! Primero será solo por unos días, luego dirás que no les encuentras dueño, y de pronto nos encontramos viviendo en un zoológico peor que el del distrito nueve — bufo, sin poder controlarme al narrar un futuro que veo más posible y cercano que el de acabar viviendo debajo de un puente. ¿En qué momento me volví tan blanda que permití que volviera esta casa en un circo? — Oh, ¿y ahora es que te haces el mártir? ¡El bonachón del pueblo! ¡David Meyer! — exclamo ante su queja, que si vamos a ir por esas, que espere así me saco la lista que empecé a rellenar hace un tiempo.
— Es solo una gata... ¿Acaso le has preguntado al perro si le parecía bien que trajeras uno a casa? ¿Eh, eh? — defiendo al animal, que con un vistazo rápido a la puerta me percato de que nos ha seguido hasta la habitación, pero se ha quedado en la esquina en vista de que se ha convertido en un campo de batalla donde yo lanzo prendas y David se defiende con excusas tan pobres que dudo puedan servirle de escudo. — No, ¡pues claro que no! ¿Y problema de qué, perdona? — suelto la camiseta de entre las yemas de mis dedos para girarme hacia él, colocando una de mis manos sobre mi cadera a modo de jarra. — Ah, bueno, eso no será ningún problema entonces... ¿quieres que busquemos una habitación con arenero para que podáis compartir cuarto? Así ni hace falta que os acurruquéis en el sofá, podéis tener una amplia cama donde hacer vuestras cosas — bueno, puede que la conversación se haya ido un poco por las ramas, no necesariamente la dirección que estaba esperando, ¡pero no importa!
No discuto el que diga que me cae mal, porque en este momento sí, me cae mal, no hago siquiera el esfuerzo de contradecirle en su pensamiento, sino que me giro con toda la poca dignidad que me queda por estar discutiendo por un gato y me vuelvo hacia el armario. — ¿Yo? ¿Celosa de un gato? — ¡lo que me faltaba por escuchar! — Lo que se te ocurre con tal de defender a ese bichejo, Dave, de verdad... ¡No sé como no se te cae la cara de vergüenza! — y sí, levanto un dedo en alto para remarcarlo antes que se le ocurra discutírmelo. Por mí como si se le apetece besuquearse con la gata, me importa lo que viene siendo nada. — No me gusta el distrito seis — digo, no le doy razón alguna de esto, más que aquella que no quiere ponérselo tan fácil por todos los problemas que nos ha causado. — ¡Becky no va a quedarse, David! Suficiente tenemos con que Moriarty no se pelee con su propio rabo, ¿quieres que nuestro salón se convierta en un ring de boxeo entre ellos dos? ¡Si ni siquiera pueden estar en la misma habitación sin enseñarse los dientes! — me niego, no, para nada, luego soy yo quien tiene que andar poniendo orden, cuando ese ya estaba establecido por norma. ¿A dónde es que se fue mi paz?
— Es solo una gata... ¿Acaso le has preguntado al perro si le parecía bien que trajeras uno a casa? ¿Eh, eh? — defiendo al animal, que con un vistazo rápido a la puerta me percato de que nos ha seguido hasta la habitación, pero se ha quedado en la esquina en vista de que se ha convertido en un campo de batalla donde yo lanzo prendas y David se defiende con excusas tan pobres que dudo puedan servirle de escudo. — No, ¡pues claro que no! ¿Y problema de qué, perdona? — suelto la camiseta de entre las yemas de mis dedos para girarme hacia él, colocando una de mis manos sobre mi cadera a modo de jarra. — Ah, bueno, eso no será ningún problema entonces... ¿quieres que busquemos una habitación con arenero para que podáis compartir cuarto? Así ni hace falta que os acurruquéis en el sofá, podéis tener una amplia cama donde hacer vuestras cosas — bueno, puede que la conversación se haya ido un poco por las ramas, no necesariamente la dirección que estaba esperando, ¡pero no importa!
No discuto el que diga que me cae mal, porque en este momento sí, me cae mal, no hago siquiera el esfuerzo de contradecirle en su pensamiento, sino que me giro con toda la poca dignidad que me queda por estar discutiendo por un gato y me vuelvo hacia el armario. — ¿Yo? ¿Celosa de un gato? — ¡lo que me faltaba por escuchar! — Lo que se te ocurre con tal de defender a ese bichejo, Dave, de verdad... ¡No sé como no se te cae la cara de vergüenza! — y sí, levanto un dedo en alto para remarcarlo antes que se le ocurra discutírmelo. Por mí como si se le apetece besuquearse con la gata, me importa lo que viene siendo nada. — No me gusta el distrito seis — digo, no le doy razón alguna de esto, más que aquella que no quiere ponérselo tan fácil por todos los problemas que nos ha causado. — ¡Becky no va a quedarse, David! Suficiente tenemos con que Moriarty no se pelee con su propio rabo, ¿quieres que nuestro salón se convierta en un ring de boxeo entre ellos dos? ¡Si ni siquiera pueden estar en la misma habitación sin enseñarse los dientes! — me niego, no, para nada, luego soy yo quien tiene que andar poniendo orden, cuando ese ya estaba establecido por norma. ¿A dónde es que se fue mi paz?
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—¡Solo serán unos días!— mi voz se entrecruza con la suya, cada uno sigue hablando por su lado, yo haciendo promesas que me salven mi propio pellejo, —¡los daré cuando puedan abrir los ojos y me encargaré de castrar a la gata para no darte problemas luego!— y no sé qué dice ella sobre un zoológico, pongo los ojos en blanco sin darme cuenta de que lo hago y bien se podrían ir más para atrás por los títulos que coloca sobre mí. —¿Piensas hacer un poster de eso?— pregunto, seguro que para usarlo como diana de dardos por cada vez que encuentra en una taza sucia en el lavabo, ¿por qué sigo dándole ideas y razones, eh? —Solo es un gato, no…— por enésima vez trato de que veamos esto como lo que es, y no como si acabara de traerle criminales a la casa para esconderlos, ¡qué eso pasa en otras casas, por cierto! No daré nombres, pero en la casa de los Lackberg estuvo quien luego tomó el distrito 9 ¾. ¿Becky? ¡Por favor! Esta gata lo que único que asalta es la cama y se echa una buena siesta.
—¡No puedes usar a Moriarty para hacerme sentir mal!— eso es bajo, —¡y estás alentando la rivalidad entre ellos!— podríamos tratar de ser un grupo unido, sobre todo en esta circunstancia de vernos en la calle como vagabundos de pronto, en vez de seguir remarcando que la presencia de una cuarta criatura en esta casa, volvió inseguras las posiciones de los demás. —Problemas de atención— no tengo pelos en la lengua para repetirlo, —porque cierta fiera de esta casa responde agresivamente para marcar su territorio… y la otra es solo una gata— esa jodida frase me la van a escribir en la lápida, bajo metros de tierra y ropa si Alecto sigue lanzándolas a mí, en vez del interior de la valija. —Alec, por favor…— ruego por un poco de paz, aunque eso me lleve a ser quien tiene que ceder en el tono con el que sostengo la conversación para hacerlo conciliador y llegar a un acuerdo con el que quede conforme, —podemos dormir los tres en la misma cama. ¡Los cuatro! ¡Perdón, Mor! ¡Quise decir los cuatro! Mierda, ¿por qué son todos tan sensibles en esta casa?— si no me ha partido un rayo luego de ser quien lo pregunta, puedo pasar a considerarme inmortal.
Seré honesto con algo, dudo que mi cara se vaya a caer alguna vez por cualquier cosa que diga, si de lunes a sábado inclusive, tengo el descaro de saludar el ministro Powell con un «buen día». Pero lo que tenga que ver con señalarle lo evidente en sus actos, es algo que dejo a cargo de mi carácter que a la larga me ha hecho capaz de sostener lo que digo. —¿Por qué me daría vergüenza tener la razón?— pregunto pese a que no permite que sea algo de lo que se haga parte de la discusión. —Si no te gusta el seis, las otras opciones son el siete…— le hago ver que su negativa sin fundamento va acompañada de una distancia mayor al Capitolio que, está bien, somos magos, basta con aparecernos o usar una chimenea, ¿pero en serio quiere abrir la ventana y encontrarse con un jardín cubierto de maleza que nunca vamos a tener tiempo de limpiar? Ah, eso es lo bueno del siete, tienen patios, así que le echo un vistazo a las opciones… bien, nada de patios. —Alec, bien, bien, tratemos poner un orden a esto. No buscaré una casa para la gata hasta no encontrar una para nosotros— le recuerdo la prioridad, —cuando estemos en un lugar fijo, Becky tendrá a sus gatitos y mientras le busco un hogar a ellos, buscaré también uno para ella, ¿bien, feliz? Moriarty seguirá siendo mascota única y se perderá de todaaaaaas las experiencias de aprender a compartir con otra mascota su espacio y su tiempo, que por cierto es mucho tiempo el que pasa solo. Pero, está bien, vamos a deshacernos de la gata— sacudo mis brazos en el aire, por poco no vuela mi teléfono de la mano. —Moriarty tendrá que afrontar solo el tener que vivir en una casa nueva, solo, ¿ya dije que solo? Está bien, que crezca así, que luego busque malas juntas en el barrio para compensar y empiece a delinquir. ¿Eso quieres, Alec? ¿Qué nuestro perro ande rompiendo bolsas de basura, ensuciando jardines de los vecinos y robando al que tiene el puesto de hot dogs?— por turbio que suene esto último de por sí.
—¡No puedes usar a Moriarty para hacerme sentir mal!— eso es bajo, —¡y estás alentando la rivalidad entre ellos!— podríamos tratar de ser un grupo unido, sobre todo en esta circunstancia de vernos en la calle como vagabundos de pronto, en vez de seguir remarcando que la presencia de una cuarta criatura en esta casa, volvió inseguras las posiciones de los demás. —Problemas de atención— no tengo pelos en la lengua para repetirlo, —porque cierta fiera de esta casa responde agresivamente para marcar su territorio… y la otra es solo una gata— esa jodida frase me la van a escribir en la lápida, bajo metros de tierra y ropa si Alecto sigue lanzándolas a mí, en vez del interior de la valija. —Alec, por favor…— ruego por un poco de paz, aunque eso me lleve a ser quien tiene que ceder en el tono con el que sostengo la conversación para hacerlo conciliador y llegar a un acuerdo con el que quede conforme, —podemos dormir los tres en la misma cama. ¡Los cuatro! ¡Perdón, Mor! ¡Quise decir los cuatro! Mierda, ¿por qué son todos tan sensibles en esta casa?— si no me ha partido un rayo luego de ser quien lo pregunta, puedo pasar a considerarme inmortal.
Seré honesto con algo, dudo que mi cara se vaya a caer alguna vez por cualquier cosa que diga, si de lunes a sábado inclusive, tengo el descaro de saludar el ministro Powell con un «buen día». Pero lo que tenga que ver con señalarle lo evidente en sus actos, es algo que dejo a cargo de mi carácter que a la larga me ha hecho capaz de sostener lo que digo. —¿Por qué me daría vergüenza tener la razón?— pregunto pese a que no permite que sea algo de lo que se haga parte de la discusión. —Si no te gusta el seis, las otras opciones son el siete…— le hago ver que su negativa sin fundamento va acompañada de una distancia mayor al Capitolio que, está bien, somos magos, basta con aparecernos o usar una chimenea, ¿pero en serio quiere abrir la ventana y encontrarse con un jardín cubierto de maleza que nunca vamos a tener tiempo de limpiar? Ah, eso es lo bueno del siete, tienen patios, así que le echo un vistazo a las opciones… bien, nada de patios. —Alec, bien, bien, tratemos poner un orden a esto. No buscaré una casa para la gata hasta no encontrar una para nosotros— le recuerdo la prioridad, —cuando estemos en un lugar fijo, Becky tendrá a sus gatitos y mientras le busco un hogar a ellos, buscaré también uno para ella, ¿bien, feliz? Moriarty seguirá siendo mascota única y se perderá de todaaaaaas las experiencias de aprender a compartir con otra mascota su espacio y su tiempo, que por cierto es mucho tiempo el que pasa solo. Pero, está bien, vamos a deshacernos de la gata— sacudo mis brazos en el aire, por poco no vuela mi teléfono de la mano. —Moriarty tendrá que afrontar solo el tener que vivir en una casa nueva, solo, ¿ya dije que solo? Está bien, que crezca así, que luego busque malas juntas en el barrio para compensar y empiece a delinquir. ¿Eso quieres, Alec? ¿Qué nuestro perro ande rompiendo bolsas de basura, ensuciando jardines de los vecinos y robando al que tiene el puesto de hot dogs?— por turbio que suene esto último de por sí.
Primero que todo… — ¿Por qué estás dando por hecho que la gata va a quedarse? — se nota la perplejidad en mis palabras, también en mi mirada cuando paso a posarla sobre él con las cejas alzadas — Castrada o no, siguen siendo dos bolas de pelo más de las que aceptaría — que Moriarty no se sienta ofendido por eso, con el tiempo me he acostumbrado a apreciar su presencia más que a maldecirla, pero dudo mucho que pueda suceder una segunda vez con un animal que literalmente se dedica a vomitar bolas de pelo por ahí. — ¿Estás retándome a hacerlo? — arqueo todavía más mis cejas por la ocurrencia del póster — Porque podría usarlo para golpear con un saco de boxeo si me lo consigues — que ahora mismo me están entrando unas ganas tremendas de golpearle y no está lo suficientemente lejos como para que pueda hacer una escapatoria triunfante. Tengo que conformarme con atacarlo con otra pieza de ropa cuando vuelve a afirmar que se trata solo de un gato, solo, como si no fuera a ocupar espacio, hacer que nos gastemos dinero en él y, peor que eso, derrochar mi paciencia.
Soy incapaz de contener la carcajada irónica que brota desde lo más profundo de mi garganta, solo para terminar con la vista fija sobre su figura aun con la curvatura sardónica en los labios — ¿Rivalidad entre ellos? ¿Nunca escuchaste la expresión “como perros y gatos”? ¡Ser rivales está en su naturaleza, Dave! ¡No tendré un ring de lucha en mi casa cada vez que llegue de trabajar! — ¿por qué eso sonó como si fuera dicho por una mujer de cuarenta con dos hijos y un marido que se pasa el día tirado en el sofá? Desde luego que con esto queda claro que si no conoce de la expresión, nosotros mismos somos un buen ejemplo de lo que significa ahora mismo. — ¿Con qué confianzas te crees para llamarme fiera posesiva de esa forma tan descarada? — no es suficiente con la indignación en mi voz, que también frunzo los labios y arrugo mi frente en representación de mi molestia. — ¿Somos nosotros los sensibles o es que tú eres un insensible que no tiene en cuenta nuestros sentimientos? — nos defiendo a Moriarty y a mí, cruzando los brazos sobre mi pecho a la espera de una respuesta.
Lo que va a darle vergüenza de verdad va a ser cuando tenga que ir al trabajo en calzoncillos porque me habré dedicado a tirar su ropa por la ventana por tener la desfachatez de decir que tengo celos de la gata. No se lo digo, pero sí le fulmino con la mirada desde mi lugar, una que creo que podría considerarse peor que el comentario en sí. — Bien, feliz. — digo firmemente cuando termina por aceptar que mi rechazo por el animal es real, que no necesitamos de ninguna presencia extra que arañe cortinas o deje abiertos los grifos del baño. Claro que Dave no va a dejar que yo tenga la última palabra y en su lugar se dedica a tratar de hacerme sentir mal por mi elección en lo que yo le ruedo los ojos en toda la jeta sin apenas cortarme un pelo. — Aquí viene otra vez… — sí, porque esta debe de ser la forma que tiene de conseguir cosas en el trabajo, lloriqueando tanto que cualquiera le dice que sí. No hace falta que le recuerde que conmigo lo tiene crudo, vive conmigo, o al menos lo hacía hasta que nos echaron. — ¿Por qué iba el perro a ensuciar los jardines de los vecinos? No vamos a mirar una casa, David, miraremos un departamento, ¿tú sabes todo el trabajo que hay detrás de una casa? Y pasamos mucho tiempo fuera, no podemos permitirnos algo como eso con nuestros horarios — se lo aclaro por si no lo recuerda, claro que lo hace, pero él lo utiliza para tratar de convencerme por la soledad del perro. Y antes que nada, tampoco somos un matrimonio. Por suerte eso me lo callo, siento que decirlo me haría sonar demasiado brusca, incluso cuando es lo que pretendo al echar al gato fuera de nuestras vidas— Moriarty está acostumbrado a tener su propio espacio, no a compartir, y no veo por qué debe hacerlo tampoco — me mantengo firme en mi opinión, esa que por costumbre suele ser inamovible, así que buena suerte.
Soy incapaz de contener la carcajada irónica que brota desde lo más profundo de mi garganta, solo para terminar con la vista fija sobre su figura aun con la curvatura sardónica en los labios — ¿Rivalidad entre ellos? ¿Nunca escuchaste la expresión “como perros y gatos”? ¡Ser rivales está en su naturaleza, Dave! ¡No tendré un ring de lucha en mi casa cada vez que llegue de trabajar! — ¿por qué eso sonó como si fuera dicho por una mujer de cuarenta con dos hijos y un marido que se pasa el día tirado en el sofá? Desde luego que con esto queda claro que si no conoce de la expresión, nosotros mismos somos un buen ejemplo de lo que significa ahora mismo. — ¿Con qué confianzas te crees para llamarme fiera posesiva de esa forma tan descarada? — no es suficiente con la indignación en mi voz, que también frunzo los labios y arrugo mi frente en representación de mi molestia. — ¿Somos nosotros los sensibles o es que tú eres un insensible que no tiene en cuenta nuestros sentimientos? — nos defiendo a Moriarty y a mí, cruzando los brazos sobre mi pecho a la espera de una respuesta.
Lo que va a darle vergüenza de verdad va a ser cuando tenga que ir al trabajo en calzoncillos porque me habré dedicado a tirar su ropa por la ventana por tener la desfachatez de decir que tengo celos de la gata. No se lo digo, pero sí le fulmino con la mirada desde mi lugar, una que creo que podría considerarse peor que el comentario en sí. — Bien, feliz. — digo firmemente cuando termina por aceptar que mi rechazo por el animal es real, que no necesitamos de ninguna presencia extra que arañe cortinas o deje abiertos los grifos del baño. Claro que Dave no va a dejar que yo tenga la última palabra y en su lugar se dedica a tratar de hacerme sentir mal por mi elección en lo que yo le ruedo los ojos en toda la jeta sin apenas cortarme un pelo. — Aquí viene otra vez… — sí, porque esta debe de ser la forma que tiene de conseguir cosas en el trabajo, lloriqueando tanto que cualquiera le dice que sí. No hace falta que le recuerde que conmigo lo tiene crudo, vive conmigo, o al menos lo hacía hasta que nos echaron. — ¿Por qué iba el perro a ensuciar los jardines de los vecinos? No vamos a mirar una casa, David, miraremos un departamento, ¿tú sabes todo el trabajo que hay detrás de una casa? Y pasamos mucho tiempo fuera, no podemos permitirnos algo como eso con nuestros horarios — se lo aclaro por si no lo recuerda, claro que lo hace, pero él lo utiliza para tratar de convencerme por la soledad del perro. Y antes que nada, tampoco somos un matrimonio. Por suerte eso me lo callo, siento que decirlo me haría sonar demasiado brusca, incluso cuando es lo que pretendo al echar al gato fuera de nuestras vidas— Moriarty está acostumbrado a tener su propio espacio, no a compartir, y no veo por qué debe hacerlo tampoco — me mantengo firme en mi opinión, esa que por costumbre suele ser inamovible, así que buena suerte.
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Pongo los ojos en blanco, claro que pongo los ojos en blanco, cuando es la que está haciendo un ring de lucha de toda esta situación y es la que dice querer mi cara para pegarla en una bolsa de boxeo, así que vuelvo a cruzar mis brazos con las cejas arqueadas para que pueda por sí misma darse cuenta de lo irónico que suena el que diga que no quiere encontrarse con escenarios así al llegar del trabajo. —No, fijate, nunca la había escuchado— digo, haciéndome el idiota que me sale bien, —si en esta casa siempre hemos tenido opiniones iguales sobre todo y nadie, nunca, atacó a alguien con la colada por haberse manchado un poquito de otro color— se lo recuerdo como una de las primeras veces que la tuve arrojándome prendas, para ilustrar levanto otra de las camisetas del suelo. —Nadie, nunca— lo digo con la calma de quien busca ser quien sostuvo la bandera de la paz entre estas paredes en más de una ocasión, y esta vez también, para que tanto humanos como animales, podamos plantear la posibilidad de convivir sin que suene a un imposible.
Alzo mis manos como si acabara de apuntarme con su varita para responderle. —No lo sé, ¿los meses que llevo viviendo en este departamento quizás? —. Esta cuestión de la confianza excesiva es algo que llega a instalarse cuando se convive con alguien más, porque no podemos decir que nos hubiéramos limitados a vivir cada uno en su cuadrado de cuatro por cuatro el último año, también es culpa de la confianza que le esté contestando a sus intentos de pelea, que en general discutir no es algo que me guste porque tiendo a que las emociones me desborden y no se me pasa pronto. Pero, bien, el insensible soy yo, a quien todo esto le da igual... soy yo. —Entonces, ¿eso es lo que soy ahora? ¿El insensible en esta casa? Bien, necesito ir a la esquina a comprobar que no estén lloviendo mooncalfs, porque… ¡no pretendo lastimar los sentimientos de nadie! ¿Por qué se toman esto como si la gata hubiera llegado con la sola intención de molestarlos? ¡Oh, vamos! ¿Por qué es tan difícil pensar que… no sé, con un par de reglas, podríamos vivir en paz?—. No estoy planteando la utopía de la unión de clases en Neopanem, sino de una convivencia dentro de estas paredes. O de otras, porque de estas nos han echado.
Si, aquí voy otra vez, como ella lo dice, por feliz que me diga que es sacando a Becky de los planes de mudarnos, tengo que insistir en que el pobre animal necesita de una casa también y Moriarty a la larga terminará por acostumbrarse, ¡como Alec se acostumbró a él! Pasa mucho tiempo solo y no es bueno que esté todo el día echado en el sillón mientras espera que volvamos, además un gato será su propia bola de calor cuando tenga frío, todavía no le han visto las conveniencia a tener una bola de pelos y su utilidad para calentar pies. —No, espera, no… ese no era el punto…— estábamos hablando de la gata, ¿por qué se me va del tema? —¡No estaba hablando de una casa… CASA!— hago el dibujo con mis manos, que más parece una choza por mis gestos. —Estaba hablando en general, una casa es cualquier lugar, ¡esto es una casa!—. Y la gata, el punto es la gata, que Moriarty tenga compañía, si pudimos hacernos cargos de él, podemos hacerlo con una gata adulta que solo necesita techo y gente que se ocupe de mirar su plato de vez en cuando. —Porque— me cargo de paciencia al tener que explicarlo, —aprender a compartir también trae a cada persona… o perro… cosas nuevas, buenas. Compartir no es solo dar, cuando compartes, das y recibes— uso los dedos índices de cada mano para mostrarle el ida y vuelta de cómo funcionan estas cosas raras que a mí se me ocurren, casi que parecieran inventos míos, pero no, compartir, convivir, las sociedades diversas existen desde hace siglos, por más que en el presente lo olvidemos. —Aunque pueda parecer que no hay espacio— de hecho, no lo hay, para ninguno de nosotros, porque acabamos de ser desalojados, —siempre lo hay, Alec. Y aceptar algo que es distinto, es animarte a experimentar algo distinto, que no tiene por qué ser malo— se lo planteo como un interrogante para saber si la gata puede quedarse.
Alzo mis manos como si acabara de apuntarme con su varita para responderle. —No lo sé, ¿los meses que llevo viviendo en este departamento quizás? —. Esta cuestión de la confianza excesiva es algo que llega a instalarse cuando se convive con alguien más, porque no podemos decir que nos hubiéramos limitados a vivir cada uno en su cuadrado de cuatro por cuatro el último año, también es culpa de la confianza que le esté contestando a sus intentos de pelea, que en general discutir no es algo que me guste porque tiendo a que las emociones me desborden y no se me pasa pronto. Pero, bien, el insensible soy yo, a quien todo esto le da igual... soy yo. —Entonces, ¿eso es lo que soy ahora? ¿El insensible en esta casa? Bien, necesito ir a la esquina a comprobar que no estén lloviendo mooncalfs, porque… ¡no pretendo lastimar los sentimientos de nadie! ¿Por qué se toman esto como si la gata hubiera llegado con la sola intención de molestarlos? ¡Oh, vamos! ¿Por qué es tan difícil pensar que… no sé, con un par de reglas, podríamos vivir en paz?—. No estoy planteando la utopía de la unión de clases en Neopanem, sino de una convivencia dentro de estas paredes. O de otras, porque de estas nos han echado.
Si, aquí voy otra vez, como ella lo dice, por feliz que me diga que es sacando a Becky de los planes de mudarnos, tengo que insistir en que el pobre animal necesita de una casa también y Moriarty a la larga terminará por acostumbrarse, ¡como Alec se acostumbró a él! Pasa mucho tiempo solo y no es bueno que esté todo el día echado en el sillón mientras espera que volvamos, además un gato será su propia bola de calor cuando tenga frío, todavía no le han visto las conveniencia a tener una bola de pelos y su utilidad para calentar pies. —No, espera, no… ese no era el punto…— estábamos hablando de la gata, ¿por qué se me va del tema? —¡No estaba hablando de una casa… CASA!— hago el dibujo con mis manos, que más parece una choza por mis gestos. —Estaba hablando en general, una casa es cualquier lugar, ¡esto es una casa!—. Y la gata, el punto es la gata, que Moriarty tenga compañía, si pudimos hacernos cargos de él, podemos hacerlo con una gata adulta que solo necesita techo y gente que se ocupe de mirar su plato de vez en cuando. —Porque— me cargo de paciencia al tener que explicarlo, —aprender a compartir también trae a cada persona… o perro… cosas nuevas, buenas. Compartir no es solo dar, cuando compartes, das y recibes— uso los dedos índices de cada mano para mostrarle el ida y vuelta de cómo funcionan estas cosas raras que a mí se me ocurren, casi que parecieran inventos míos, pero no, compartir, convivir, las sociedades diversas existen desde hace siglos, por más que en el presente lo olvidemos. —Aunque pueda parecer que no hay espacio— de hecho, no lo hay, para ninguno de nosotros, porque acabamos de ser desalojados, —siempre lo hay, Alec. Y aceptar algo que es distinto, es animarte a experimentar algo distinto, que no tiene por qué ser malo— se lo planteo como un interrogante para saber si la gata puede quedarse.
Me acerco un jersey de invierno al cuerpo para abrazarlo con mis brazos al momento de acusarme de entrar en crisis de colada, con una ceja alzada le miro para pasar a alzar la barbilla sin ninguna vergüenza. — ¡Perdona que quiera mantener cierto orden en una casa y procurar por el bien del color de nuestra ropa! Para que luego tú no tengas que aparecer en el trabajo con una camisa rosa porque se destiñó con las otras prendas — no puede ser que acabemos de volver a este punto, en el que yo me quejo de su actitud descuidada mientras él se dedica a tacharme de exagerada solo por hacer las cosas como se deben. — ¿No te parece que hace tiempo que dejamos esta discusión atrás? — por si hiciera falta señalar un culpable en estas paredes, la tiene esa gata que ha huido antes de que pueda mostrarle cuál es la puerta por donde debe salir.
— Ah, no, no, no, así no es como funcionan las cosas, David. Solo porque hayas vivido aquí durante meses no te da derecho a acusarme de tener celos del gato, ¡del gato! Pero luego soy yo la que anda teniendo reacciones exageradas... — rumio por lo bajo al dejar la prenda que estaba aferrando sobre la maleta. Ni siquiera sé lo que estoy haciendo, produciendo más desorden que orden en lo que la magia se ha hecho cargo de la ropa por su cuenta y yo no hago otra cosa que desorganizarlo mientras me quejo. — Primero fue el perro, ahora es la gata, ¿qué será lo próximo? ¿Un loro parlante? — no sería sorpresa para nadie, lo que más me sorprende es que no lo haya traído todavía — ¿Sabes qué? — le enfrento cuando termina con su discursito de vivir en amor y compañía, rodeados de paz animal — Haz lo que quieras, lo vas a hacer igualmente, está claro que aprecias más a la gata que al resto de compañía de esta casa — sueno ofendida, casi que dolida, para ser sincera ni siquiera me cuesta tanto sacarlo hacia fuera, se ve que puedo ser transparente con mis sentimientos cuando quiero — De la próxima casa que nos echen porque decidiste meter un hipogrifo te harás responsable tú — concluyo, dejándome caer sobre la cama para sentarme con los hombros caídos hacia delante con un resoplido.
Se me remueven algunos mechones que me caen sobre el rostro al suspirar cuando dirijo la mirada hacia él con la barbilla gacha, casi que rozando mi hombro. — ¿Seguro que esto viene de que quieres que nuestro perro aprenda a compartir, o del hecho de que necesitas de algo más para sentirte satisfecho contigo mismo? — le acuso de eso, cuando estaría en todo su derecho de sentirse insuficiente con lo que hay aquí, solo no esperaba que tuviera intención de aplacar ese sentimiento con un gato. — Tampoco tiene por qué ser bueno — refunfuño, que ahora me vendrá con su argumento de que por eso hay que probar cosas diferentes y toda esa parafernalia que me conozco bien porque no sería la primera vez que la utiliza para convencerme de algo.
— Ah, no, no, no, así no es como funcionan las cosas, David. Solo porque hayas vivido aquí durante meses no te da derecho a acusarme de tener celos del gato, ¡del gato! Pero luego soy yo la que anda teniendo reacciones exageradas... — rumio por lo bajo al dejar la prenda que estaba aferrando sobre la maleta. Ni siquiera sé lo que estoy haciendo, produciendo más desorden que orden en lo que la magia se ha hecho cargo de la ropa por su cuenta y yo no hago otra cosa que desorganizarlo mientras me quejo. — Primero fue el perro, ahora es la gata, ¿qué será lo próximo? ¿Un loro parlante? — no sería sorpresa para nadie, lo que más me sorprende es que no lo haya traído todavía — ¿Sabes qué? — le enfrento cuando termina con su discursito de vivir en amor y compañía, rodeados de paz animal — Haz lo que quieras, lo vas a hacer igualmente, está claro que aprecias más a la gata que al resto de compañía de esta casa — sueno ofendida, casi que dolida, para ser sincera ni siquiera me cuesta tanto sacarlo hacia fuera, se ve que puedo ser transparente con mis sentimientos cuando quiero — De la próxima casa que nos echen porque decidiste meter un hipogrifo te harás responsable tú — concluyo, dejándome caer sobre la cama para sentarme con los hombros caídos hacia delante con un resoplido.
Se me remueven algunos mechones que me caen sobre el rostro al suspirar cuando dirijo la mirada hacia él con la barbilla gacha, casi que rozando mi hombro. — ¿Seguro que esto viene de que quieres que nuestro perro aprenda a compartir, o del hecho de que necesitas de algo más para sentirte satisfecho contigo mismo? — le acuso de eso, cuando estaría en todo su derecho de sentirse insuficiente con lo que hay aquí, solo no esperaba que tuviera intención de aplacar ese sentimiento con un gato. — Tampoco tiene por qué ser bueno — refunfuño, que ahora me vendrá con su argumento de que por eso hay que probar cosas diferentes y toda esa parafernalia que me conozco bien porque no sería la primera vez que la utiliza para convencerme de algo.
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—Una camisa rosa no es algo que vaya a provocarme complejos— continuo con la discusión manteniéndome en mi postura con más terquedad que firmeza, lo que queda en evidencia cuando su pregunta devuelve esta discusión a donde debe ser y eso es hace un par de meses, cuando toda cuestión quedó resuelta en la disposición de cada uno de hacer de esta convivencia algo llevadero para ambos. No fue un imposible, lo hicimos bastante bien hasta el momento, como un juego de malabares que se mantuvo en equilibrio con la incorporación de cada nuevo elemento en el aire, la llegada de la gata es algo a lo que tendremos que acomodar a nuestra equilibrio y lo mismo que con el perro, ni se notará que en algún momento fue una irrupción violenta para ciertas personas de esta casa. —Dejemos lo de la colada en el pasado— acepto, —continuemos con esta charla presente sobre por qué estoy a punto de ser ahorcado con tu jersey—, que se note mi ánimo conciliador en el uso de la palabra «charla».
Todo lo que puedo hacer es suspirar por su no, al que sigue otro no, también un tercer no, por ser su palabra favorita que al ser seguida con mi nombre, arma el cuadro perfecto que podría colgar en cualquiera de estas paredes. —No, está bien, no es confianza lo que me lleva a decírtelo. Es franqueza, en esta casa somos francos, lo que estoy haciendo es decirte francamente lo que creo que está a la vista— insisto, ¿no me hará remedarla con lo de los anillos de compromiso, verdad? No es algo que ella quiera escuchar cómo suena para darse cuenta de lo que dijo, ni yo quiero terminar parado en el umbral, con la puerta golpeándome la nariz al cerrarse. ¡Y lo vuelve a decir! —Que no es así…— bufo, sin entender que sientan que la gata viene a desplazarlos, nadie ocupa el lugar de nadie, hay lugar para todos… bueno, no, no hay lugar para nadie porque hay que mirar un departamento nuevo.
—Estoy tratando de hacerme responsable ahora mismo, ¿bien? Me encargaré de conseguir otro lugar, que no sea el distrito seis, sin patio, que no sea casa— enumero lo que puedo sacar en limpio como sus especificaciones de lo que debería ser un nuevo departamento, en el que no será incluida la gata con sus crías sí eso es lo que quiere. Me dejo caer en el borde de la cama a su lado para que pueda mirarme a la misma altura cuando pienso en su pregunta, en lo que realmente me está preguntando, por debajo de todo el escándalo de una gata que acapara mi atención y pone esta casa de cabeza. —No lo pensé así, y sobre todo, no lo pensé como si fuera algo que necesitara para sentirme satisfecho— susurro, el tono de mi voz cae bastante para que vuelva a ser un murmullo calmo. —¿Qué te hace pensar eso?— inquiero. —No soy un irresponsable que adopta una mascota con cada crisis personal, no fue lo que me impulsó a traer a Moriarty en su momento. Pero tengo un lugar que me gusta, que creo que está bien así como está, que podría servir de lugar para alguien más. Eso somos los tres, antes de que llegara Mor, lo que éramos nosotros— se lo explico de esta manera que nada tiene que ver con relegar a nadie, con una mirada un poco más solidaria de compartir lo que se tiene ¡con una gata! No estoy trayendo a ningún refugiado de guerra, es solo una gata. —Pero si no quieres, la gata no se quedará. No está mal que me digas si me he pasado, no controlo bien mi emoción con ciertas cosas— una manera muy general de decirlo. —No me gustaría ser una persona que impone cosas solo para sentirme satisfecho conmigo mismo— como si una cosa colocada al lado de otra y acumulándose hablaran de una supuesta satisfacción, —dejémoslo a secas, que impone— no es hasta que lo dijo que me di cuenta que en verdad no quiero, —así que puedes decirme que no cada vez que sientas que lo hago, con todo.
Todo lo que puedo hacer es suspirar por su no, al que sigue otro no, también un tercer no, por ser su palabra favorita que al ser seguida con mi nombre, arma el cuadro perfecto que podría colgar en cualquiera de estas paredes. —No, está bien, no es confianza lo que me lleva a decírtelo. Es franqueza, en esta casa somos francos, lo que estoy haciendo es decirte francamente lo que creo que está a la vista— insisto, ¿no me hará remedarla con lo de los anillos de compromiso, verdad? No es algo que ella quiera escuchar cómo suena para darse cuenta de lo que dijo, ni yo quiero terminar parado en el umbral, con la puerta golpeándome la nariz al cerrarse. ¡Y lo vuelve a decir! —Que no es así…— bufo, sin entender que sientan que la gata viene a desplazarlos, nadie ocupa el lugar de nadie, hay lugar para todos… bueno, no, no hay lugar para nadie porque hay que mirar un departamento nuevo.
—Estoy tratando de hacerme responsable ahora mismo, ¿bien? Me encargaré de conseguir otro lugar, que no sea el distrito seis, sin patio, que no sea casa— enumero lo que puedo sacar en limpio como sus especificaciones de lo que debería ser un nuevo departamento, en el que no será incluida la gata con sus crías sí eso es lo que quiere. Me dejo caer en el borde de la cama a su lado para que pueda mirarme a la misma altura cuando pienso en su pregunta, en lo que realmente me está preguntando, por debajo de todo el escándalo de una gata que acapara mi atención y pone esta casa de cabeza. —No lo pensé así, y sobre todo, no lo pensé como si fuera algo que necesitara para sentirme satisfecho— susurro, el tono de mi voz cae bastante para que vuelva a ser un murmullo calmo. —¿Qué te hace pensar eso?— inquiero. —No soy un irresponsable que adopta una mascota con cada crisis personal, no fue lo que me impulsó a traer a Moriarty en su momento. Pero tengo un lugar que me gusta, que creo que está bien así como está, que podría servir de lugar para alguien más. Eso somos los tres, antes de que llegara Mor, lo que éramos nosotros— se lo explico de esta manera que nada tiene que ver con relegar a nadie, con una mirada un poco más solidaria de compartir lo que se tiene ¡con una gata! No estoy trayendo a ningún refugiado de guerra, es solo una gata. —Pero si no quieres, la gata no se quedará. No está mal que me digas si me he pasado, no controlo bien mi emoción con ciertas cosas— una manera muy general de decirlo. —No me gustaría ser una persona que impone cosas solo para sentirme satisfecho conmigo mismo— como si una cosa colocada al lado de otra y acumulándose hablaran de una supuesta satisfacción, —dejémoslo a secas, que impone— no es hasta que lo dijo que me di cuenta que en verdad no quiero, —así que puedes decirme que no cada vez que sientas que lo hago, con todo.
Ruedo los ojos con evidente molestia, la reprobación hacia su carácter que lo hace parecer un bendito caído del cielo en comparación conmigo, que soy la que siempre le dice que no a sus ideas alocadas de meter seres vivos en esta casa como si se tratara de la protectora animal de la ciudad. Y claro, siempre termino quedando yo como la mala de la película, la que no puede estrechar la mano porque parece que el no querer añadir una preocupación innecesaria a nuestras vidas es considerado lo peor en mi temperamento. — Se trata de respetar los espacios en esta casa, David, y de tener en cuenta las opiniones de los miembros de la misma, antes de lanzarte a tomar decisiones que vayan a influir en la vida de todos. — le recuerdo, que su falta de consideración hacia el resto de integrantes de este departamento es lo que nos ha llevado a perderlo en primer lugar, si no fuera por la insistencia de los vecinos en que este piso empieza a parecerse una jungla no tendríamos problema con el edificio y no estaríamos teniendo esta charla. No me interesan sus buenas intenciones para con la gata, que por recogerla de la calle somos nosotros los que nos encontramos haciendo las maletas y en vez de tener un gato vagabundeando, nos hemos quedado todos con el mismo papel.
— Bien — respondo cuando veo que empieza a tomarse un poco más en serio nuestra situación, con lo que me asalta otra duda — ¿Y dónde planeas que nos quedemos esta noche? Porque dudo que encontremos algo que esté para habitar esta misma tarde y las manijas del reloj siguen contando horas — con mi dedo marco el cristal de mi reloj en mi muñeca, golpeteándolo un par de veces como cierto conejo de dibujo animado, solo para remarcar que se nos agota el tiempo. — Podemos ir a un hotel — sugiero, es de las únicas opciones que se me ocurren y que no terminan con nosotros cayéndole a las tantas de la noche a algunos amigos cque tengan un sofá cama en la salita — Dejaremos a Moriarty con algún conocido, por una noche estará bien — ya voy recreando el plan en mi cabeza, ignorando la presencia molesta de la gata que ni siquiera está en la habitación para recordarme que me he olvidado de ella en mi organización.
Me recojo un mechón que me cae por el rostro, reposándolo detrás de mi oreja en lo que muevo un poco la barbilla para poder mirarle cuando se acerca y toma asiento en la cama. A sus preguntas me encojo de hombros en un gesto que pretende suavizar mis palabras, que no me caracterizo por ser una persona con tacto y temo que las malinterprete en el mal sentido. — Da la sensación de que necesitas llenar un espacio que para mí no existe entre nosotros con... lo primero con lo que te cruzas por la calle. — quizá sean imaginaciones mías, pero lo dudo, no suelo caer en el error de asumir cosas que no son, tiendo a llevar la razón en lo que creo y su actitud no es que me permita estar tan equivocada con lo que pienso. — Se ve como que... estás necesitado de algún cambio cada cierto tiempo, que buscas algo que modifique un poco la forma que tenemos de funcionar y no sé si eso es porque algo también está cambiando entre nosotros o porque realmente te da pena un gato que vive en la calle y no puedes resistir la tentación de llevártelo — intento aplacar el sentimiento de que hablé demasiado de estos con esto último, haciéndolo cosa de Becky y no mía, que es por quién empezó toda esta disputa en primer lugar. Es obvio por la forma que tengo de levantarme y apañar una prenda del suelo que ese ha sido un momento que no va a repetirse en un momento cercano, que lo de confesar sentimientos nunca fue lo mío y mucho menos cuando vienen de la mano de algo más — Como sea, si que la gata se quede te hacer sentir bien, que se quede — y no me creo que esté diciendo esto, que por primera vez en la vida estoy mirando por el bien de los sentimientos de otra persona antes que de los míos propios. Eso es algo que en parte también asusta.
— Bien — respondo cuando veo que empieza a tomarse un poco más en serio nuestra situación, con lo que me asalta otra duda — ¿Y dónde planeas que nos quedemos esta noche? Porque dudo que encontremos algo que esté para habitar esta misma tarde y las manijas del reloj siguen contando horas — con mi dedo marco el cristal de mi reloj en mi muñeca, golpeteándolo un par de veces como cierto conejo de dibujo animado, solo para remarcar que se nos agota el tiempo. — Podemos ir a un hotel — sugiero, es de las únicas opciones que se me ocurren y que no terminan con nosotros cayéndole a las tantas de la noche a algunos amigos cque tengan un sofá cama en la salita — Dejaremos a Moriarty con algún conocido, por una noche estará bien — ya voy recreando el plan en mi cabeza, ignorando la presencia molesta de la gata que ni siquiera está en la habitación para recordarme que me he olvidado de ella en mi organización.
Me recojo un mechón que me cae por el rostro, reposándolo detrás de mi oreja en lo que muevo un poco la barbilla para poder mirarle cuando se acerca y toma asiento en la cama. A sus preguntas me encojo de hombros en un gesto que pretende suavizar mis palabras, que no me caracterizo por ser una persona con tacto y temo que las malinterprete en el mal sentido. — Da la sensación de que necesitas llenar un espacio que para mí no existe entre nosotros con... lo primero con lo que te cruzas por la calle. — quizá sean imaginaciones mías, pero lo dudo, no suelo caer en el error de asumir cosas que no son, tiendo a llevar la razón en lo que creo y su actitud no es que me permita estar tan equivocada con lo que pienso. — Se ve como que... estás necesitado de algún cambio cada cierto tiempo, que buscas algo que modifique un poco la forma que tenemos de funcionar y no sé si eso es porque algo también está cambiando entre nosotros o porque realmente te da pena un gato que vive en la calle y no puedes resistir la tentación de llevártelo — intento aplacar el sentimiento de que hablé demasiado de estos con esto último, haciéndolo cosa de Becky y no mía, que es por quién empezó toda esta disputa en primer lugar. Es obvio por la forma que tengo de levantarme y apañar una prenda del suelo que ese ha sido un momento que no va a repetirse en un momento cercano, que lo de confesar sentimientos nunca fue lo mío y mucho menos cuando vienen de la mano de algo más — Como sea, si que la gata se quede te hacer sentir bien, que se quede — y no me creo que esté diciendo esto, que por primera vez en la vida estoy mirando por el bien de los sentimientos de otra persona antes que de los míos propios. Eso es algo que en parte también asusta.
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Touché, sus palabras han dado con más precisión que la ropa que viene tirándome desde hace rato y por la mueca que hago al quedarme con la boca entreabierta, incapaz de articular palabra de réplica, queda demostrado que no hay punto en el que pueda rebatirle lo que ha dicho. No es la primera vez que lo dice si hago memoria, así que levanto mis brazos para que quede claro que no pretendo seguir avanzando sobre los espacios de otros. —Tienes razón— se lo reconozco, —pero no pensé que fuera algo que tomara el tamaño de problema en nuestras vidas— aclaro, —¿no crees que esto bien podría haber quedado como una cuestión menor si no fuera porque los vecinos hicieron un circo? ¿Y si no hicieras de la gata un hipogrifo blanco que viene a invadir espacio y a devorarse todo?— apelo a su buen juicio sin volver a la acusación de que esto se está convirtiendo en un drama exagerado. Bien podríamos darle a la gata la importancia que tiene, la de veinte centímetros de pelos que se pasa el día durmiendo y como mucho le robará comida al perro.
Si podemos empezar a proyectar lo que viene después de esta conversación, quiero creer que es porque estamos dejando el problema detrás. Solo para surjan nuevos, porque puedo mirar un montón de opciones de departamentos en esta media hora, pero no creo que alguien vaya a darnos la llave este mismo día sin la demora que lleva hacer el depósito y firmar los primeros papeles, mierda. El perro escala entre mis preocupaciones prioritarias ahora mismo, porque para nosotros podemos pedir un espacio donde sea, él necesita de un lugar donde esté seguro que lo tendrán bien cuidado y antes que eso, que le permitan el acceso como no creo que ocurra en ningún hotel. —Moriarty y Becky pueden quedarse con mis padres— ya lo hice antes, están acostumbrados, les llevo lagartijas sin colas desde los cinco años para que las cuidemos. Presiono el puente de mi nariz con los dedos y cierro los ojos cuando digo algo de lo que me arrepentiré luego. —También podemos quedarnos nosotros— esto obliga a una organización rápida de quienes entran y salen de la casa de mis padres para que sea un terreno con el menor número posible de minas por explotar a nuestro paso, si es una o dos noches basta con llevar a Charlie a lo de una amiga y decirle que se divierta, una diversión lejos de nosotros como víctimas.
Bajo mi mano hasta cubrir mi boca cuando lo que dice requiere de toda mi atención y mis ojos puestos en la manera que tiene de decirlo, para lograr entenderlo en el sentido que debe ser y no en otro, si soy yo quien se lo está tomando muy a pecho o su intención precisamente es romper lo superficial, lo que está a la vista, a lo que podría responder diciendo que sí se trata de un caso en el que vi una gata en la calle y me la traje, para cuestionarme lo que está por debajo de ese acto y que lo doy por cierto al mencionarlo porque reconozco esos lados de mi carácter. —Las cosas cambian, todo el tiempo— dejo en claro que no es cosa mía, soy consecuencia de eso, —y sí, es posible que me mueva haciendo de los cambios parte de mí, porque quiero que sea algo que fluya, no una corriente que me arrastre— mal momento para las metáforas, me encojo de hombros para demostrarle que no tengo otro modo de explicarlo, a menos que quiera un monólogo de media hora sobre cambios y cómo la vida exige que sepamos adaptamos, muchas veces no serán cambios que elijamos, las pocas que sí sirven para practicar.
»No es algo que tenga que ver con nosotros— esto se me hace lo más importante de aclarar, no me muevo de la cama en la que estoy sentado mientras ella vuelve a ocuparse de la ropa por guardar, —no traigo nada con la intención de compensar algo que falta, en ocasiones serán cosas que ya lo hacía solo o por mi cuenta, pero si no será un problema para ti, querré compartirlo contigo— creo que ese es el punto de todo. —Claro que puedes decirme que no, y puesto que la gata se convirtió en un problema real, la conservaré ahora que has dicho que puede quedarse, hasta que encuentre a alguien que sé que la cuidará bien— prometo. Sigo quieto en mi lugar, no logro romper mi postura porque algo todavía me tiene fijo donde estoy, otra aclaración que podría dejar para después, en el siguiente crimen que sea declarado culpable, con una nueva negación de cosas que no era mi intención que ocurriera, así que adelantarme podría ahorrárnoslo. —Nunca te impondría algo que vaya a ser un cambio rotundo, esto que somos y tenemos para mí está bien— digo, lo dejo como una cláusula imprecisa y amplia. —Si en medio de la emoción de Navidad te digo que quiero adoptar una partida de renos, me dices que no y ya está.
Si podemos empezar a proyectar lo que viene después de esta conversación, quiero creer que es porque estamos dejando el problema detrás. Solo para surjan nuevos, porque puedo mirar un montón de opciones de departamentos en esta media hora, pero no creo que alguien vaya a darnos la llave este mismo día sin la demora que lleva hacer el depósito y firmar los primeros papeles, mierda. El perro escala entre mis preocupaciones prioritarias ahora mismo, porque para nosotros podemos pedir un espacio donde sea, él necesita de un lugar donde esté seguro que lo tendrán bien cuidado y antes que eso, que le permitan el acceso como no creo que ocurra en ningún hotel. —Moriarty y Becky pueden quedarse con mis padres— ya lo hice antes, están acostumbrados, les llevo lagartijas sin colas desde los cinco años para que las cuidemos. Presiono el puente de mi nariz con los dedos y cierro los ojos cuando digo algo de lo que me arrepentiré luego. —También podemos quedarnos nosotros— esto obliga a una organización rápida de quienes entran y salen de la casa de mis padres para que sea un terreno con el menor número posible de minas por explotar a nuestro paso, si es una o dos noches basta con llevar a Charlie a lo de una amiga y decirle que se divierta, una diversión lejos de nosotros como víctimas.
Bajo mi mano hasta cubrir mi boca cuando lo que dice requiere de toda mi atención y mis ojos puestos en la manera que tiene de decirlo, para lograr entenderlo en el sentido que debe ser y no en otro, si soy yo quien se lo está tomando muy a pecho o su intención precisamente es romper lo superficial, lo que está a la vista, a lo que podría responder diciendo que sí se trata de un caso en el que vi una gata en la calle y me la traje, para cuestionarme lo que está por debajo de ese acto y que lo doy por cierto al mencionarlo porque reconozco esos lados de mi carácter. —Las cosas cambian, todo el tiempo— dejo en claro que no es cosa mía, soy consecuencia de eso, —y sí, es posible que me mueva haciendo de los cambios parte de mí, porque quiero que sea algo que fluya, no una corriente que me arrastre— mal momento para las metáforas, me encojo de hombros para demostrarle que no tengo otro modo de explicarlo, a menos que quiera un monólogo de media hora sobre cambios y cómo la vida exige que sepamos adaptamos, muchas veces no serán cambios que elijamos, las pocas que sí sirven para practicar.
»No es algo que tenga que ver con nosotros— esto se me hace lo más importante de aclarar, no me muevo de la cama en la que estoy sentado mientras ella vuelve a ocuparse de la ropa por guardar, —no traigo nada con la intención de compensar algo que falta, en ocasiones serán cosas que ya lo hacía solo o por mi cuenta, pero si no será un problema para ti, querré compartirlo contigo— creo que ese es el punto de todo. —Claro que puedes decirme que no, y puesto que la gata se convirtió en un problema real, la conservaré ahora que has dicho que puede quedarse, hasta que encuentre a alguien que sé que la cuidará bien— prometo. Sigo quieto en mi lugar, no logro romper mi postura porque algo todavía me tiene fijo donde estoy, otra aclaración que podría dejar para después, en el siguiente crimen que sea declarado culpable, con una nueva negación de cosas que no era mi intención que ocurriera, así que adelantarme podría ahorrárnoslo. —Nunca te impondría algo que vaya a ser un cambio rotundo, esto que somos y tenemos para mí está bien— digo, lo dejo como una cláusula imprecisa y amplia. —Si en medio de la emoción de Navidad te digo que quiero adoptar una partida de renos, me dices que no y ya está.
Tiene razón, puede que haya dejado que la opinión de los vecinos me nuble el juicio, pero porque para empezar yo tampoco estaba de acuerdo con que el gato tomara espacio en esta casa, y en su lugar me dediqué a rumiarlo por lo bajo durante días hasta que la propia Becky se acostumbró a mis rencorosas miradas y pudimos concretar por las dos partes que no nos caíamos bien. Puede que nos estén echando del departamento, que eso haya sido la gota que colmó el vaso, pero al menos está en mi poder el decir que no soy la única a la que la gata no le cae en buena fe. — No estoy haciendo de la gata un hipogrifo blanco… — empiezo, incluso cuando no creo que esté en posición de defensa por tratarla como tal cuando está ocupando el sofá — Solo me gustaría que me tuvieras en cuenta cuando decides estas cosas, ¡no es que me sienta amenazada por una gata! No se trata de eso… —sigo diciendo, para dejarlo claro en caso de que siga pensando que me entran celos por una bola de pelusa a la que ni siquiera le presto atención, ni debería.
También podemos quedarnos nosotros. Pestañeo varias veces, perpleja en el sitio en ese mismo instante por creer haber escuchado mal. Me cuesta dos segundos el voltearme apenas en su dirección para descubrir que está hablando completamente en serio, ni me preocupa el que haya incluido a Becky en el paquete, porque mi cerebro solo recoge esas últimas palabras, y no de la mejor manera posible.— No conozco a tus padres — digo, como si con eso pudiera expresar todo lo que anda pasando por mi cabeza y que me lleva a pensar que no se trata de una buena idea. Sí, he escuchado miles de historias sobre la familia de Dave, pero desde la comida y seguridad del sofá de este departamento, como una espectadora lejana. No tengo intención de cambiar eso, no hace falta que explique las razones si me conoce lo suficiente como para saber que «padres» y «yo» nunca han sido una buena combinación, como para tener que lidiar con caerle bien a sus familiares a sabiendas de que soy una persona que no suele causar una muy buena primera impresión.
— Lo sé — soy seca con mis contestaciones, nunca fui alguien de sociales y no pretendo cambiarlo ahora, a pesar de que me gusta explayarme cuando creo que una persona está en lo erróneo, no soy quién para contradecirle ese pensamiento, no cuando todo lo que ha sido mi vida en estos últimos meses han sido cambios, tantos que me sorprende que pueda reconocer en el día de hoy cierta estabilidad en esta casa. Supongo que, después de todo lo que ha pasado, el encontrar que en estas mismas paredes estaban cambiando a causa de un simple animal, me asustó lo suficiente como para tener esta reacción. No es algo que piense decir en voz alta, dejo que hable en lo que me acerco para tirar de su mentón con suavidad, esa que rara vez me define, que se puede apreciar por las prendas que siguen en el suelo y no he tenido problema con lanzarle con brusquedad, así que para disculparme sin tener que hacerlo porque el orgullo sigue punzando en mi pecho como un filo que será lo que termine por matarme, acaricio sus labios con los míos al besarle en un silencio que solo se corta con mi respiración al separarme. — Con esos puntos aclarados creo que podría hacer una excepción, otra, si es que tanto deseas que el gato se quede — con Dave es lo que ocurre, empiezas haciendo una excepción hasta que a esa le siguen otras, no te das cuenta de que se convierte en algo normal hasta que te chocas de frente con ello.
También podemos quedarnos nosotros. Pestañeo varias veces, perpleja en el sitio en ese mismo instante por creer haber escuchado mal. Me cuesta dos segundos el voltearme apenas en su dirección para descubrir que está hablando completamente en serio, ni me preocupa el que haya incluido a Becky en el paquete, porque mi cerebro solo recoge esas últimas palabras, y no de la mejor manera posible.— No conozco a tus padres — digo, como si con eso pudiera expresar todo lo que anda pasando por mi cabeza y que me lleva a pensar que no se trata de una buena idea. Sí, he escuchado miles de historias sobre la familia de Dave, pero desde la comida y seguridad del sofá de este departamento, como una espectadora lejana. No tengo intención de cambiar eso, no hace falta que explique las razones si me conoce lo suficiente como para saber que «padres» y «yo» nunca han sido una buena combinación, como para tener que lidiar con caerle bien a sus familiares a sabiendas de que soy una persona que no suele causar una muy buena primera impresión.
— Lo sé — soy seca con mis contestaciones, nunca fui alguien de sociales y no pretendo cambiarlo ahora, a pesar de que me gusta explayarme cuando creo que una persona está en lo erróneo, no soy quién para contradecirle ese pensamiento, no cuando todo lo que ha sido mi vida en estos últimos meses han sido cambios, tantos que me sorprende que pueda reconocer en el día de hoy cierta estabilidad en esta casa. Supongo que, después de todo lo que ha pasado, el encontrar que en estas mismas paredes estaban cambiando a causa de un simple animal, me asustó lo suficiente como para tener esta reacción. No es algo que piense decir en voz alta, dejo que hable en lo que me acerco para tirar de su mentón con suavidad, esa que rara vez me define, que se puede apreciar por las prendas que siguen en el suelo y no he tenido problema con lanzarle con brusquedad, así que para disculparme sin tener que hacerlo porque el orgullo sigue punzando en mi pecho como un filo que será lo que termine por matarme, acaricio sus labios con los míos al besarle en un silencio que solo se corta con mi respiración al separarme. — Con esos puntos aclarados creo que podría hacer una excepción, otra, si es que tanto deseas que el gato se quede — con Dave es lo que ocurre, empiezas haciendo una excepción hasta que a esa le siguen otras, no te das cuenta de que se convierte en algo normal hasta que te chocas de frente con ello.
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La miro desde mi lugar en el borde de la cama con cautela en los ojos. —¿Es un «no los conozco» de que podría presentártelos o de que prefieres no conocerlos?— que conste que hago la pregunta sin tinte de reproche, cualquiera de las opciones que elija es válida, puedo entender tanto una postura como la otra. Tiendo a hablar de mi familia con un montón de reparos, también a dar advertencias sobre qué peldaños de la escalera no pisar y por las dudas siempre mirar encima de los marcos de las puertas, y siempre, siempre, asegurar las puertas porque privacidad no es una práctica natural en esa casa. Pero no son malas personas, nunca lo fueron, harían muchas cosas con Alecto y ninguna sería tratarla mal. El problema sigue siendo todo lo que engloba «muchas cosas». —Te lo dije en Navidad, si en algún momento quieres ir, la casa de mis padres es un ir y venir de gente, están acostumbrados—. No es tan así, a veces no se pasa ni una de esas bolas del desierto, pero les gusta el barullo, que haya gente alrededor, gritar de un extremo al otro de la casa. —Y si el momento es este— miro a la valija, —el tiempo que podamos usar buscando un hotel, lo usamos para buscar un nuevo lugar, así lo solucionamos cuanto antes— es un ruego interno, aunque lo exprese como algo en lo que tengo confianza.
Puesto que no me guardo nada en asegurarle que todo lo que pueda parecer que impongo, siempre va encontrar su límite donde ella lo marque, también considero necesario hacer una aclaración con lo de ir a casa de mis padres, no sea cosa que lo de la gata nos lleve a esa otra situación insólita para ella, solo porque el curso de mis actos nos arrastró a eso. Pero no digo nada por mirar sus ojos que los tengo tan cerca, aguardando a lo que pueda decirme al tener mi mentón atrapado entre sus dedos. Pediría un reconocimiento a mi valentía por aguardar lo que creí que sería una conclusión tajante sobre mi conducta, si no fuera porque al momento siguiente siento el roce de su boca y mi mano va a su nuca para sujetarla, dejando así que todo lo dicho sobre la gata, los vecinos, la casa, el perro, la colada, los renos, se desvanezca en la habitación y solo quedemos nosotros.
Trato con una caricia lenta sobre sus labios de pedirle disculpas por haber traído a la gata sin más, por el problema con los vecinos y por quedarnos sin lugar donde vivir, una petición que puesta en palabras no ayudaría a dejarlo todo atrás, sino que podría volver a alborotar los ánimos al recordar mis faltas recientes. Cuando se aparta para decir lo que no creo estar escuchando, es que llego a la resolución de que efectivamente la última media hora de discusión no fue real, este es algún sueño producto del estrés de la semana y sigo mirándola un idiota mientras espero despertar. No ocurre, no es el final de ningún sueño. —¿Es en serio?—, preguntas estúpidas si las hay. Me pongo de pie para estar a la misma altura y la envuelvo con mis brazos teniendo cuidado de que no estrecharla de un modo que resulte agobiante, sino como el gesto de apoyo que busca ser. —Todo se resolverá, ¿ok?— susurro cerca de su oído, mi mano se desliza por su espalda, un cambio no tiene por qué significar el final de nada, muchas veces no hacen más que llevarnos a la siguiente parada.
Puesto que no me guardo nada en asegurarle que todo lo que pueda parecer que impongo, siempre va encontrar su límite donde ella lo marque, también considero necesario hacer una aclaración con lo de ir a casa de mis padres, no sea cosa que lo de la gata nos lleve a esa otra situación insólita para ella, solo porque el curso de mis actos nos arrastró a eso. Pero no digo nada por mirar sus ojos que los tengo tan cerca, aguardando a lo que pueda decirme al tener mi mentón atrapado entre sus dedos. Pediría un reconocimiento a mi valentía por aguardar lo que creí que sería una conclusión tajante sobre mi conducta, si no fuera porque al momento siguiente siento el roce de su boca y mi mano va a su nuca para sujetarla, dejando así que todo lo dicho sobre la gata, los vecinos, la casa, el perro, la colada, los renos, se desvanezca en la habitación y solo quedemos nosotros.
Trato con una caricia lenta sobre sus labios de pedirle disculpas por haber traído a la gata sin más, por el problema con los vecinos y por quedarnos sin lugar donde vivir, una petición que puesta en palabras no ayudaría a dejarlo todo atrás, sino que podría volver a alborotar los ánimos al recordar mis faltas recientes. Cuando se aparta para decir lo que no creo estar escuchando, es que llego a la resolución de que efectivamente la última media hora de discusión no fue real, este es algún sueño producto del estrés de la semana y sigo mirándola un idiota mientras espero despertar. No ocurre, no es el final de ningún sueño. —¿Es en serio?—, preguntas estúpidas si las hay. Me pongo de pie para estar a la misma altura y la envuelvo con mis brazos teniendo cuidado de que no estrecharla de un modo que resulte agobiante, sino como el gesto de apoyo que busca ser. —Todo se resolverá, ¿ok?— susurro cerca de su oído, mi mano se desliza por su espalda, un cambio no tiene por qué significar el final de nada, muchas veces no hacen más que llevarnos a la siguiente parada.
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