OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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—… y no abandonaré este cruel y bastardo mundo, sin poder ver una última vez a la favorita entre todas mis nietos, ¡me niego a hacerlo! ¡Todo lo que mi pobre alma atormentada por la edad y esta enfermedad necesitan es despedirse del rostro más amado en mi vida! Te lo ruego, ¿dejarás morir a tu devota abuela castigándola con tu indiferencia? ¿Tu alma podrá tolerar la culpa que te dejará tal acto cuando la única despedida que te reste sea la que puedas darle a una lápida de piedra?— dicto, mi mano moviéndose en el aire al estar tendida en la comodidad de mis almohadas en la inmensa cama donde me he pasado el día para ponerme al día con esta interesante telenovela donde ¡ah, que desastre de lío familiar! Dos jóvenes que se desprecian por ser hijos de familias rivales caen en la trampa de enamorarse, ¡par de tontos! Solo para que la desgracia la arroje a ella a otro punto perdido del país y cuando reaparezca lo haga como una dama, ¡qué suerte la de esa golfa! ¡Y se le presenta en la puerta con una hija! Y digo yo, ¿cómo tener la certeza de que es hija de este muchacho, eh? ¡Si mírala nada más, escalando puestos vaya a saberse con qué modos.
—Hazme varias copias de esa carta, las que sean para Evan y Riley me lo cambias por “favorito”, ¡a ver quién de estos ingratos se apersona primero!— refunfuño, mi enfado de semanas pasadas ha llegado a su punto más álgido y las columnas que ha escrito Phoebe no logran mejorar mi humor como lo hicieron las primeras veces. Empeora en la noche, ¡cuando ni un mendigo mensaje recibo! A la mañana siguiente estoy con la resaca por el trasnoche de haberme terminado la telenovela comiendo pura chatarra y bebiendo tanto refresco que creo que el azúcar se me ha subido, para comenzar otra donde magos legeremantes de distintos distritos logran comunicarse y este muchachón del distrito uno que es auror y puros músculos, el otro que es un ladrón del distrito doce y lo estaría necesitando para la piscina que tengo sin usar en el jardín si es que se mete con esas mismas fachas, que son ninguna, ¡y las que fiestas que se montan! ¡Oh, mis buenos años, como los extraño…! Estoy en mi punto más nostálgico, abrazada a la almohada, a punto de lagrimear por mi juventud perdida, cuando Ramik se para en mi puerta y me avisa que tengo una visita. —¡¿Quién viene a verme en la miseria de mujer que me he convertido?!— lloriqueo, tirando una de las almohadas fuera de la cama para que caiga al suelo. Y supongo que el buen Ramik consideró que no ponerme sobre aviso, sino traer directamente a mi nieta a la habitación ayuda a la impresión deplorable que quiero dar. ¿Se me verán bien las ojeras negras? —¡Alecto! ¡Querida! ¡Has venido!— me emociono, finjo una tos para comenzar el acto. —¡RAMIK! ¡Las medicinas!—, él sabe que caramelos me debe traer.
—Hazme varias copias de esa carta, las que sean para Evan y Riley me lo cambias por “favorito”, ¡a ver quién de estos ingratos se apersona primero!— refunfuño, mi enfado de semanas pasadas ha llegado a su punto más álgido y las columnas que ha escrito Phoebe no logran mejorar mi humor como lo hicieron las primeras veces. Empeora en la noche, ¡cuando ni un mendigo mensaje recibo! A la mañana siguiente estoy con la resaca por el trasnoche de haberme terminado la telenovela comiendo pura chatarra y bebiendo tanto refresco que creo que el azúcar se me ha subido, para comenzar otra donde magos legeremantes de distintos distritos logran comunicarse y este muchachón del distrito uno que es auror y puros músculos, el otro que es un ladrón del distrito doce y lo estaría necesitando para la piscina que tengo sin usar en el jardín si es que se mete con esas mismas fachas, que son ninguna, ¡y las que fiestas que se montan! ¡Oh, mis buenos años, como los extraño…! Estoy en mi punto más nostálgico, abrazada a la almohada, a punto de lagrimear por mi juventud perdida, cuando Ramik se para en mi puerta y me avisa que tengo una visita. —¡¿Quién viene a verme en la miseria de mujer que me he convertido?!— lloriqueo, tirando una de las almohadas fuera de la cama para que caiga al suelo. Y supongo que el buen Ramik consideró que no ponerme sobre aviso, sino traer directamente a mi nieta a la habitación ayuda a la impresión deplorable que quiero dar. ¿Se me verán bien las ojeras negras? —¡Alecto! ¡Querida! ¡Has venido!— me emociono, finjo una tos para comenzar el acto. —¡RAMIK! ¡Las medicinas!—, él sabe que caramelos me debe traer.
Cuando le dije a Dave hace ya meses atrás que tenía intención de hablar con mi abuela, evidentemente quedó en una intención que nunca llegó a tener lugar, por lo que cuando recibo la carta de Georgia, no puedo evitar el sentirme un pizca de culpable por las palabras escritas. Sí, sé de sobra que a la mujer le encanta dramatizar, pero también sé que tiene una edad y su salud no es de las mejores, como para esperar que las noticias que hay inscritas en la hoja de papel sean falsas. ¿Es estúpido por mi parte el creer que está diciendo la verdad, incluso cuando todo lo que ha hecho en todo este último tiempo es mentirme a la cara? ¿Hacerlo a diario, ocultándome quién era realmente? Toda esta situación me vale unos cuantos suspiros, bastantes minutos de pensar cómo proceder a continuación y también decisiones dubitativas que me llevan a recoger las llaves de la entrada, solo para volver a dejarlas sobre el mueble segundos más tarde. No es un acto de cobardía, de todas las personas con quien podría estar menos enfadada es con Georgia, que a pesar de ser la persona que me sostuvo por primera vez en brazos después de mi propia madre, supo ser la que me mintió por ello y también quien terminó con la farsa, por los motivos que fueran. Bajo todo eso, estoy segura de que no deja de ser una inseguridad más, de entre todas las que tengo estos días bajo mi coraza impenetrable.
En un último pensamiento a primera hora de la tarde de ese mismo día, decido que, de todas las cosas que perdemos y no podemos recuperar, el tiempo es una de ellas, la peor si se tiene en cuenta que lo que nos quita, no se nos devuelve jamás. El tiempo que pasé con mi abuela siendo niña, a pesar de las circunstancias, es algo de lo que no puedo arrepentirme, de manera que me obligo a dejar el orgullo a un lado y presentarme en la enorme mansión de mi abuela en el distrito uno. Es Ramik quién me abre la puerta, como era de esperar, y no necesito de sus indicaciones para adentrarme en la amplia entrada y seguir los pasillos que me llevan a la habitación de Georgia. — Hola, abuela — me fuerzo a mostrar una sonrisa, aunque sea leve. Con pasos cautelosos, pero firmes, doy las pocas zancadas que necesito con mis piernas largas para acercarme y sentarme a su lado en el borde de la cama. — ¿Cómo te encuentras? No tienes muy buen aspecto — eso que pretende ser una conversación amena, no me sale demasiado bien, pero no se puede decir que no lo estoy intentando. — Recibí tu carta — soy consciente de que marco una obviedad, que las dos sabemos que no estaría aquí de no haber sido así. En un gesto que espero se vea más natural que todos mis anteriores, tomo su mano para acariciar su palma con mi pulgar al depositarla sobre mi regazo.
En un último pensamiento a primera hora de la tarde de ese mismo día, decido que, de todas las cosas que perdemos y no podemos recuperar, el tiempo es una de ellas, la peor si se tiene en cuenta que lo que nos quita, no se nos devuelve jamás. El tiempo que pasé con mi abuela siendo niña, a pesar de las circunstancias, es algo de lo que no puedo arrepentirme, de manera que me obligo a dejar el orgullo a un lado y presentarme en la enorme mansión de mi abuela en el distrito uno. Es Ramik quién me abre la puerta, como era de esperar, y no necesito de sus indicaciones para adentrarme en la amplia entrada y seguir los pasillos que me llevan a la habitación de Georgia. — Hola, abuela — me fuerzo a mostrar una sonrisa, aunque sea leve. Con pasos cautelosos, pero firmes, doy las pocas zancadas que necesito con mis piernas largas para acercarme y sentarme a su lado en el borde de la cama. — ¿Cómo te encuentras? No tienes muy buen aspecto — eso que pretende ser una conversación amena, no me sale demasiado bien, pero no se puede decir que no lo estoy intentando. — Recibí tu carta — soy consciente de que marco una obviedad, que las dos sabemos que no estaría aquí de no haber sido así. En un gesto que espero se vea más natural que todos mis anteriores, tomo su mano para acariciar su palma con mi pulgar al depositarla sobre mi regazo.
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Tengo mi momento de duda por lo considerado que es el tono de Alecto cuando recoge mi mano, que por poco acaba con mi farsa al descubrirme tan sorprendida por lo fácil que se han creído mi engaño. ¡Estos nietos! ¡Lo sabía! ¡Ya me estaban contando con un pie dentro del cajón! Me aprovecho de esto al colocar una mano sobre mis parpados cerrados como si quisiera contener las lágrimas, también la propia agonía de esta muerte lenta, aferrándome a ella como si no hubiera otra contención mejor que la suya en estas horas de desesperación por mi frágil mortalidad. —No sé si llegaré a mañana, querida— susurro, —la fiebre va y viene, me siento bien de pronto, al siguiente estoy delirando con… ¡Todo! ¡Con tu abuelo! ¡Con nuestras últimas vacaciones en el distrito cuatro! ¡El yate!—, en el que estuve hace dos semanas, pero el verano es largo y una también se aburre de los placeres, es entonces cuando tiene que recurrir a estas medidas desesperadas para conseguir un poco de plática y compañía.
—He visto mi vida pasar por delante de mis ojos— digo con un inestable tono de voz que la última palabra se quiebra. —Todo, Alecto. Todo. El día que conocí a tu abuelo, que vine a vivir aquí— relato, para esta familia, mi vida comenzó en la fecha que coincidí con Gilbert Ehrenreich al concederme un puesto como redactora en su periódico, puesto en el que estuve que trabajar a deshoras por un año, hasta que finalmente pude encontrarme con el reciente viudo que seguía extrañando, más que a su esposa, a alguien que se parara a su lado. Por lo que me han contado, Hipólita se la pasaba dándole órdenes, por todo, diciéndole hasta cómo debía respirar. Esas compañías tan abrumadoras dejan un vacío muy grande cuando se marchan, el pobre hombre se sintió a la deriva y yo siempre he sido buena para definir rumbos, sobre todo los míos. —También cuando te conocí a ti, tenías unos ojos que apenas se abrían, parecía que tus párpados te pesaban mucho y cuando los abrías, todos se quedaban asombrados de lo azules que eran. Eras la muñeca favorita de tu abuela Georgia, cariño— le aseguro, que aparte de ella solo tuve dos nietos varones por parte de Gideon, y claro que mi predilección estaba puesta en aquella niña que supo ser delicada, pero firme, desde un principio.
—He visto mi vida pasar por delante de mis ojos— digo con un inestable tono de voz que la última palabra se quiebra. —Todo, Alecto. Todo. El día que conocí a tu abuelo, que vine a vivir aquí— relato, para esta familia, mi vida comenzó en la fecha que coincidí con Gilbert Ehrenreich al concederme un puesto como redactora en su periódico, puesto en el que estuve que trabajar a deshoras por un año, hasta que finalmente pude encontrarme con el reciente viudo que seguía extrañando, más que a su esposa, a alguien que se parara a su lado. Por lo que me han contado, Hipólita se la pasaba dándole órdenes, por todo, diciéndole hasta cómo debía respirar. Esas compañías tan abrumadoras dejan un vacío muy grande cuando se marchan, el pobre hombre se sintió a la deriva y yo siempre he sido buena para definir rumbos, sobre todo los míos. —También cuando te conocí a ti, tenías unos ojos que apenas se abrían, parecía que tus párpados te pesaban mucho y cuando los abrías, todos se quedaban asombrados de lo azules que eran. Eras la muñeca favorita de tu abuela Georgia, cariño— le aseguro, que aparte de ella solo tuve dos nietos varones por parte de Gideon, y claro que mi predilección estaba puesta en aquella niña que supo ser delicada, pero firme, desde un principio.
No sé como tomarme esa reflexión de su parte, cuando las últimas veces que nos vimos fueron puramente por cortesía y siempre con alguien más en la habitación. De hecho, que recuerde bien, fue hace exactamente un año que mi vida cambió para siempre y, ahora que lo veo desde lejos, siento que la he culpado por más de lo que debería. Probablemente ese sentimiento esté presente por el hecho de tener esta pobre imagen suya frente a mí, que me lleva a posar la mano que tengo libre sobre su frente para comprobar la fiebre de la que habla, encontrándome con que está perfectamente, diría que mejor que la mía. — Abuela… ¿estás segura de que te encuentras tan mal? ¿Qué te ha dicho el médico? Parece que la temperatura ya te ha bajado… — murmuro, apartando los dedos de su piel para dejarla sobre mi propio regazo. No ignoro lo que dice sobre mi abuelo, tampoco sobre esas vacaciones que apenas recuerdo y el yate que ni siquiera tengo conciencia de la última vez que hicimos algo así. — ¿Cuándo estuviste en el cuatro? — pregunto, por mera curiosidad de conocer si algo la llevó a hablar con mis otros padres. Sé que todavía guardo allí muchas de mis cosas, esas que me gustaría poder recuperar algún día si no fuera por el bache que se ha establecido en la relación que tengo con ellos.
— ¿No estarás exagerando un poc…? — una muy mala forma de resolver los problemas de salud de Georgia, desde luego, señalándolo como parte de su imaginación. Pero es que la conozco, ¿saben? Esta es la misma mujer que escribía relatos extremadamente creativos, llevándolos incluso al surrealismo, y la misma anciana a la que le gusta montar un espectáculo por absolutamente todo lo existente. Es normal que me muestre un poco escéptica al respecto, porque además de exagerada y paranoica, también puede llegar a ser algo hipocondríaca. No lo he dicho yo, lo ha dicho el mismo médico en alguna ocasión, y aquí lo que ella considera que es su lecho de muerte, podría ser un resfriado de verano normal y corriente. Mis labios marcan una mueca demasiado transparente por lo siguiente que dice, me fuerzo a tirar lo mínimo de mis mejillas para que no parezca tan de plástico. — Siguen pesándome a veces, abuela — se lo reconozco, ensanchando una sonrisa lastimera, que yo sé bien qué mañanas me ha costado salir de la cama como para no admitírselo. Esos mismos ojos azules que ella alaba, a mí me resultan en el momento actual una condena, porque conozco de sobra de quién los he heredado y a quién es a quien me asemejo cuando me miro en el espejo — Oye, Georgia… Sé que no hemos sido las más cercanas estos últimos meses, por mucho tiempo creí que no era yo quien tenía que disculparse, supongo que esta charla llega demasiado tarde y que en realidad no hace falta que ninguna tome esa postura — le dedico una mirada rápida, veo en sus ojos que ella no va a pedir perdón, así como tampoco voy a ser yo quién lo haga. No veo el por qué deba hacerlo, de todas formas. — Solo… me gustaría saber por qué, por qué me lo contaste en ese momento y no en otro, o por qué lo hiciste siquiera — y espero una respuesta honesta para cuando vuelvo a depositar mis ojos claros sobre los suyos.
— ¿No estarás exagerando un poc…? — una muy mala forma de resolver los problemas de salud de Georgia, desde luego, señalándolo como parte de su imaginación. Pero es que la conozco, ¿saben? Esta es la misma mujer que escribía relatos extremadamente creativos, llevándolos incluso al surrealismo, y la misma anciana a la que le gusta montar un espectáculo por absolutamente todo lo existente. Es normal que me muestre un poco escéptica al respecto, porque además de exagerada y paranoica, también puede llegar a ser algo hipocondríaca. No lo he dicho yo, lo ha dicho el mismo médico en alguna ocasión, y aquí lo que ella considera que es su lecho de muerte, podría ser un resfriado de verano normal y corriente. Mis labios marcan una mueca demasiado transparente por lo siguiente que dice, me fuerzo a tirar lo mínimo de mis mejillas para que no parezca tan de plástico. — Siguen pesándome a veces, abuela — se lo reconozco, ensanchando una sonrisa lastimera, que yo sé bien qué mañanas me ha costado salir de la cama como para no admitírselo. Esos mismos ojos azules que ella alaba, a mí me resultan en el momento actual una condena, porque conozco de sobra de quién los he heredado y a quién es a quien me asemejo cuando me miro en el espejo — Oye, Georgia… Sé que no hemos sido las más cercanas estos últimos meses, por mucho tiempo creí que no era yo quien tenía que disculparse, supongo que esta charla llega demasiado tarde y que en realidad no hace falta que ninguna tome esa postura — le dedico una mirada rápida, veo en sus ojos que ella no va a pedir perdón, así como tampoco voy a ser yo quién lo haga. No veo el por qué deba hacerlo, de todas formas. — Solo… me gustaría saber por qué, por qué me lo contaste en ese momento y no en otro, o por qué lo hiciste siquiera — y espero una respuesta honesta para cuando vuelvo a depositar mis ojos claros sobre los suyos.
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Trato de apartar sus dedos que se tornan invasivos sobre mi frente para comprobar mi estado de salud, refunfuño para nada, se habrá dado cuenta que no me arde la piel por la fiebre de la que presumo. —Te digo que va y viene, se habrá ido— bufo, a la próxima busco encantamientos que respalden mi engaño, quizás alguna pócima que me puedan preparar, lo contrario que se tome para los resfríos mágicos. Estos chicos de ahora son más listos que aquellos que tuve agarrados a mis faldas hace unas décadas, intentar engañarlos no es tan fácil, montar mentiras frente a sus ojos, a criaturas tan inteligentes como la que tengo enfrente… las mentiras deben ser parte de las paredes que rodean su cuna desde que son bebes para que no alcancen a dudar de ellas. —Quizás un par de semanas, fuimos con Ramik, ¿es que ya no tengo derecho a disfrutar de vacaciones a mi edad?— me pongo a la defensiva por su repentina pregunta, la miro de reojo por si la consulta de mi visita tiene algo que ver con sus padres.
—¿Y tú? ¿Hace cuánto que no pones un pie en ese distrito?— la increpo. Dejo caer mi cabeza sobre la mullida almohada para cerrar mis ojos al decir. —Tu madre me mandó un vociferador, tuve que lanzarle un bombarda para que se callara de una buena vez. Luego el pobre Ramik tuvo que juntar los pedazos de papel y los escombros de la pared destruida. Tengo prohibido, si paso por el distrito cuatro, bajar del yate y poner un pie en la arena de la playa, sino quiero encontrarme con tu madre— así de ingratos, ¡así de ingratos son! Yo que les traje a la niña que decían necesitar en su matrimonio, ¡ahora me tratan con desprecio! Ni siquiera considero que sea el rechazo de Alecto lo que mueve su indignación hacia mí, sino el hecho de haber sido quien al abrir la boca, altero el perfecto cuadro fijo que tenía colgado sobre la pared. —¿Exagerada? ¿Yo? ¡Patrañas!— suspiro, ¿qué no me puede seguirme solo el cuento?
También me pesan los párpados a veces, lejos de morirme, son otras las cosas que me desmotivan a abrir mis ojos en las mañanas, lo hago finalmente porque no he llegado hasta donde estoy dejándome vencer por el abatimiento. En ese estado incluso, me he arrastrado para sentir que seguía avanzando. He sabido ver lo bueno en las cosas equivocadas que hice, ¿para eso las hice, no? Para disfrutar de lo bueno que pudieran darme, así que me libré de la culpa en esas ocasiones, lo disfruté a pleno. Tuve un buen matrimonio con Gilbert pese a haberlo conseguido sirviéndole amortentia a lo largo de los años, así también, disfruté de la nieta que me traje del norte y no me perdí las veces en que subió a un escenario a sujetar con sus brazos finos un violín. Tampoco la vez en que desentonó del resto de las niñas con su tutu negro. ¿Por qué habría de hacerlo? Si todo lo que me quedaba por hacer era disfrutar de lo que conseguí… —Dejémosle las disculpas a quienes las sientan y en verdad lo necesiten, Alecto. Ni tú, ni yo, somos de las personas cuyas vidas vayan a detenerse por una disculpa no dicha— entreabro mis ojos al contestarle, —la vida avanza a demasiado a prisa como para darnos el tiempo de pedir disculpas por cada cosa que podamos hacer, en algún momento te darás cuenta que por encima de todas ellas, la vida te obliga a actos más inmediatos sobre la otra persona que compensen lo que creas que puedan ser faltas— es demasiado ambiguo, lo más breve que puedo decir para explicarle ochenta años de vida.
»Lo hice porque me sentía sola— le contesto con la verdad, —en ocasiones me siento sola. Yo te traje del norte, Alecto. Me perteneces a mí, no a mi hijastra y su marido. Tu único vínculo en realidad es conmigo, no con alguno de ellos, ni con tu desgraciada madre biológica, ni tus padres adoptivos— la verdad a secas, servida tal como a ella le gusta. —¿Sabes quién guarda la partida de tu nacimiento, querida? ¿Ante quién empeñó tu madre su palabra de que nunca pediría por ti y a quienes tus padres adoptivos debían responder para ese papel nunca contradijera a los documentos que compraron luego?
—¿Y tú? ¿Hace cuánto que no pones un pie en ese distrito?— la increpo. Dejo caer mi cabeza sobre la mullida almohada para cerrar mis ojos al decir. —Tu madre me mandó un vociferador, tuve que lanzarle un bombarda para que se callara de una buena vez. Luego el pobre Ramik tuvo que juntar los pedazos de papel y los escombros de la pared destruida. Tengo prohibido, si paso por el distrito cuatro, bajar del yate y poner un pie en la arena de la playa, sino quiero encontrarme con tu madre— así de ingratos, ¡así de ingratos son! Yo que les traje a la niña que decían necesitar en su matrimonio, ¡ahora me tratan con desprecio! Ni siquiera considero que sea el rechazo de Alecto lo que mueve su indignación hacia mí, sino el hecho de haber sido quien al abrir la boca, altero el perfecto cuadro fijo que tenía colgado sobre la pared. —¿Exagerada? ¿Yo? ¡Patrañas!— suspiro, ¿qué no me puede seguirme solo el cuento?
También me pesan los párpados a veces, lejos de morirme, son otras las cosas que me desmotivan a abrir mis ojos en las mañanas, lo hago finalmente porque no he llegado hasta donde estoy dejándome vencer por el abatimiento. En ese estado incluso, me he arrastrado para sentir que seguía avanzando. He sabido ver lo bueno en las cosas equivocadas que hice, ¿para eso las hice, no? Para disfrutar de lo bueno que pudieran darme, así que me libré de la culpa en esas ocasiones, lo disfruté a pleno. Tuve un buen matrimonio con Gilbert pese a haberlo conseguido sirviéndole amortentia a lo largo de los años, así también, disfruté de la nieta que me traje del norte y no me perdí las veces en que subió a un escenario a sujetar con sus brazos finos un violín. Tampoco la vez en que desentonó del resto de las niñas con su tutu negro. ¿Por qué habría de hacerlo? Si todo lo que me quedaba por hacer era disfrutar de lo que conseguí… —Dejémosle las disculpas a quienes las sientan y en verdad lo necesiten, Alecto. Ni tú, ni yo, somos de las personas cuyas vidas vayan a detenerse por una disculpa no dicha— entreabro mis ojos al contestarle, —la vida avanza a demasiado a prisa como para darnos el tiempo de pedir disculpas por cada cosa que podamos hacer, en algún momento te darás cuenta que por encima de todas ellas, la vida te obliga a actos más inmediatos sobre la otra persona que compensen lo que creas que puedan ser faltas— es demasiado ambiguo, lo más breve que puedo decir para explicarle ochenta años de vida.
»Lo hice porque me sentía sola— le contesto con la verdad, —en ocasiones me siento sola. Yo te traje del norte, Alecto. Me perteneces a mí, no a mi hijastra y su marido. Tu único vínculo en realidad es conmigo, no con alguno de ellos, ni con tu desgraciada madre biológica, ni tus padres adoptivos— la verdad a secas, servida tal como a ella le gusta. —¿Sabes quién guarda la partida de tu nacimiento, querida? ¿Ante quién empeñó tu madre su palabra de que nunca pediría por ti y a quienes tus padres adoptivos debían responder para ese papel nunca contradijera a los documentos que compraron luego?
Respiro hondo, que llevo muchos años de poder estudiar la personalidad de Georgia como para saber que es mejor que se queje lo que quiera así lo suelta todo del tirón, y no hay posibilidad futura a que termine sintiéndose ofendida por cada una de las cosas que pueda decirle. Porque si conozco bien a mi abuela, pertenece a la clase de gente que puede hacer de cada mínimo comentario un ataque hacia su persona. Pero cuando devuelve la pregunta hacia mí, tengo que armarme de la misma soberbia que ella para responder. — Fui una vez, hace ya mucha semanas, pero no fue para pasar por la casa donde me criaron, así que no creo que anden esperando una visita temprana — temprana digo, quizá debería sentirme más culpable de lo que en realidad me siento por no haber hablado apenas con mis padres. — ¿Por qué lo preguntas? ¿Tan enfadados estaban contigo que ni pudiste escuchar el vociferador? — lo hago cosa suya y no mía, el que mis padres se sientan indignados por la desaparición de su única hija. Al fin y al cabo nada de esto hubiera pasado si Georgia hubiera mantenido la boca cerrada en primer lugar.
— No, desde luego que no — respondo, que si me hubiera sentado a esperar una disculpa por parte de alguien, hace ya tiempo que me hubiera disecado en la misma silla. Si hay algo que comparten entre todos es el orgullo que los obliga a mantener la barbilla bien alta antes que resignarse a agachar la cabeza. — ¿Tú crees que eso es cierto, abuela? ¿Compensan las faltas o simplemente las ignoramos hasta que otras cosas nos hacen olvidarlas? Porque no sé tú, pero no soy de las personas que escogen olvidar antes que perdonar, ni tampoco perdono para olvidar — eso nunca ha sido mi forma de actuar, para empezar. La gente puede tacharme de rencorosa, pero yo no veo lo malo en simplemente querer recordar cuando las personas se sobrepasan contigo, de la forma que sea. Perdono lo justo, lo necesario para que no se me atragante el vivir rodeada de caras que cada día deciden sacar a relucir una nueva careta. ¿Pero olvidar? Si pudiera me haría con un pensadero para almacenar lo que mi mente no recuerda por decisión propia para aprovechar espacio.
— Eso es un motivo muy egoísta por tu parte, Georgia — se lo digo de forma directa, sin cortarme un pelo al acusarla de eso mismo, porque con ella reconozco que puedo tener menos tacto al decir las cosas. Es mucho más anciana que yo, ha pasado por muchas experiencias, las suficientes como para que en la vida le hayan dicho peores calificativos que el de ser egoísta. — Déjame pararte ahí un momento, abuela — siento la necesidad de hacerlo, apartando mis manos para hacer el gesto propio de la expresión con ellas, antes de dejar caer una de ellas sobre mis piernas. — ¿Te das cuenta de que me estás tratando como una compra? ¿Mi partida de nacimiento? ¿Te crees que eso es un ticket con el que me puedes devolver como si no fuera más que un vulgar objeto? — hasta ella tiene que ser consciente del poco tacto en sus palabras, suficiente para que un velo imaginario se entrecruce entre nosotras. — No te pertenezco a ti, ni a mis padres adoptivos, ni siquiera a mi madre biológica, solo yo tengo ese derecho. ¿Dónde está la partida? — esto último lo pregunto poniéndome de pie, alejándome de ella para echarle un rápido vistazo a las cómodas de su habitación, llenas de cajones en los que me tienta buscar. — La quiero, eso es lo que me pertenece, nada más que eso. — creo que de todo lo que podría pedir, un maldito papel no es demasiado.
— No, desde luego que no — respondo, que si me hubiera sentado a esperar una disculpa por parte de alguien, hace ya tiempo que me hubiera disecado en la misma silla. Si hay algo que comparten entre todos es el orgullo que los obliga a mantener la barbilla bien alta antes que resignarse a agachar la cabeza. — ¿Tú crees que eso es cierto, abuela? ¿Compensan las faltas o simplemente las ignoramos hasta que otras cosas nos hacen olvidarlas? Porque no sé tú, pero no soy de las personas que escogen olvidar antes que perdonar, ni tampoco perdono para olvidar — eso nunca ha sido mi forma de actuar, para empezar. La gente puede tacharme de rencorosa, pero yo no veo lo malo en simplemente querer recordar cuando las personas se sobrepasan contigo, de la forma que sea. Perdono lo justo, lo necesario para que no se me atragante el vivir rodeada de caras que cada día deciden sacar a relucir una nueva careta. ¿Pero olvidar? Si pudiera me haría con un pensadero para almacenar lo que mi mente no recuerda por decisión propia para aprovechar espacio.
— Eso es un motivo muy egoísta por tu parte, Georgia — se lo digo de forma directa, sin cortarme un pelo al acusarla de eso mismo, porque con ella reconozco que puedo tener menos tacto al decir las cosas. Es mucho más anciana que yo, ha pasado por muchas experiencias, las suficientes como para que en la vida le hayan dicho peores calificativos que el de ser egoísta. — Déjame pararte ahí un momento, abuela — siento la necesidad de hacerlo, apartando mis manos para hacer el gesto propio de la expresión con ellas, antes de dejar caer una de ellas sobre mis piernas. — ¿Te das cuenta de que me estás tratando como una compra? ¿Mi partida de nacimiento? ¿Te crees que eso es un ticket con el que me puedes devolver como si no fuera más que un vulgar objeto? — hasta ella tiene que ser consciente del poco tacto en sus palabras, suficiente para que un velo imaginario se entrecruce entre nosotras. — No te pertenezco a ti, ni a mis padres adoptivos, ni siquiera a mi madre biológica, solo yo tengo ese derecho. ¿Dónde está la partida? — esto último lo pregunto poniéndome de pie, alejándome de ella para echarle un rápido vistazo a las cómodas de su habitación, llenas de cajones en los que me tienta buscar. — La quiero, eso es lo que me pertenece, nada más que eso. — creo que de todo lo que podría pedir, un maldito papel no es demasiado.
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—¡Me rompía los tímpanos!— bufo. —Tu madre con su voz de chihuahua enojado— la remedo gesticulando con los dedos de mi mano, que para mofarme de mis hijastras nunca he tenido reparos, todas ellas siendo bien criadas por mi difunto esposo con un dinero que les hizo creer que al resto nos pueden mirar como si fuéramos venidos de la selva y a mí haciéndome sentir una extranjera en esta casa donde ahora vivo. Me siento un poco satisfecha con saber que sigue recibiendo indiferencia por parte de Alecto, y en cambio, a mí ha venido a verme. Los favoritismos están claros, mal que le pese. Dejando de lado que todo esto es una pantomima de mi muerte, en el que puedo fingir que estoy agonizando, pero no llego al punto de ponerme sentimental con un montón de disculpas que en realidad no siento, si las razones de estas son las que me trajeron hasta aquí y sería hipócrita llorar por estas, cuando no pienso moverme del sitio en el que me encuentro.
—Simplemente las cosas siguen su curso— contesto, la miro por encima de las sábanas al continuar, —una disculpa no te asegura el olvido, ni el verdadero perdón. Una disculpa es una palabra, por sincera que sea, decirla no te asegura el perdón, ese es un sentimiento que las personas mezquinan mucho. No es fácil perdonar, ¿y olvidar? Nadie olvida nunca, a todos nos queda una cascarilla por la herida sobre la piel— eso es lo que yo pienso, consigues de alguna manera seguir adelante aunque todo te eche hacia atrás, es abrirse paso entre correntadas. —Pero a la larga te mantienes cerca de ciertas personas, pese a todo, porque las necesitas en tu vida— ruedo los ojos, como si estuviera lamentándome de esto que es inevitable, —por estatus, influencia o no sentirte sola—, este último es el motivo por el que me tomé el trabajo de escribirle cartas a cada uno de mis nietos, los años nos hacen blandos.
—¡Lo es! ¡Claro que lo es!— a ella no voy a enmascararle mi egoísmo a este punto, si ya me tirado todo su desprecio en la cara al enterarse que le habíamos mentido sobre su nacimiento, estamos en el pequeño margen que nos da este mundo para ser honestas respecto a nuestras intenciones para tal o cual cosa. —Para eso se tiene dinero, Alecto. Para comprar cosas, personas también. Una esposa, un socio, amigos, también una niña que de otro modo estaría muriéndose en la calle— se lo digo con un tono rabioso por tener que explicarle a bocajarro sobre lo que se paran las personas con suficiente dinero como para disponer de vidas ajenas, porque podrán darle muchos nombres y algunos creerse más decentes que otros en sus maneras, pero si el dinero es lo que termina moviendo al mundo, ¡ja! ¡culpa mía no es! Esas son reglas viejas del juego, yo solo vine a jugarlas. —¡Por Morgana! ¡Tu partida! ¿Para qué la quieres ahora? Como si fuera a servir de algo, ¿qué no ves que estoy postrada en esta cama? Y tú mandándome a buscar un mísero papel— bufo, apartando las sábanas con brusquedad y recuperando mi bastón a un lado de la cama. —¡Aparta! ¡Te buscaré esa mugre de partida!— refunfuño al ir hacia el tocador que está frente a la cama, con el cuidado que mis huesos se merecen, me siento en la banqueta para poder abrir uno de los últimos cajones con mi varita, con otra no se abrirían. —¡Toma! De todos modos, ya sabes quién es la mujer que te tuvo y quien es tu padre seguirá siendo un espacio en blanco, de tantos hombres con los que tu madre se habrá revolcado, que no sabe quién es— le ofrezco el sobre, que no creo ni en el perdón, ni el olvido como ella, pero sí en que debamos continuar y si un papel permite que ciertas cosas se vayan cerrando, que se cierren de una buena vez.
—Simplemente las cosas siguen su curso— contesto, la miro por encima de las sábanas al continuar, —una disculpa no te asegura el olvido, ni el verdadero perdón. Una disculpa es una palabra, por sincera que sea, decirla no te asegura el perdón, ese es un sentimiento que las personas mezquinan mucho. No es fácil perdonar, ¿y olvidar? Nadie olvida nunca, a todos nos queda una cascarilla por la herida sobre la piel— eso es lo que yo pienso, consigues de alguna manera seguir adelante aunque todo te eche hacia atrás, es abrirse paso entre correntadas. —Pero a la larga te mantienes cerca de ciertas personas, pese a todo, porque las necesitas en tu vida— ruedo los ojos, como si estuviera lamentándome de esto que es inevitable, —por estatus, influencia o no sentirte sola—, este último es el motivo por el que me tomé el trabajo de escribirle cartas a cada uno de mis nietos, los años nos hacen blandos.
—¡Lo es! ¡Claro que lo es!— a ella no voy a enmascararle mi egoísmo a este punto, si ya me tirado todo su desprecio en la cara al enterarse que le habíamos mentido sobre su nacimiento, estamos en el pequeño margen que nos da este mundo para ser honestas respecto a nuestras intenciones para tal o cual cosa. —Para eso se tiene dinero, Alecto. Para comprar cosas, personas también. Una esposa, un socio, amigos, también una niña que de otro modo estaría muriéndose en la calle— se lo digo con un tono rabioso por tener que explicarle a bocajarro sobre lo que se paran las personas con suficiente dinero como para disponer de vidas ajenas, porque podrán darle muchos nombres y algunos creerse más decentes que otros en sus maneras, pero si el dinero es lo que termina moviendo al mundo, ¡ja! ¡culpa mía no es! Esas son reglas viejas del juego, yo solo vine a jugarlas. —¡Por Morgana! ¡Tu partida! ¿Para qué la quieres ahora? Como si fuera a servir de algo, ¿qué no ves que estoy postrada en esta cama? Y tú mandándome a buscar un mísero papel— bufo, apartando las sábanas con brusquedad y recuperando mi bastón a un lado de la cama. —¡Aparta! ¡Te buscaré esa mugre de partida!— refunfuño al ir hacia el tocador que está frente a la cama, con el cuidado que mis huesos se merecen, me siento en la banqueta para poder abrir uno de los últimos cajones con mi varita, con otra no se abrirían. —¡Toma! De todos modos, ya sabes quién es la mujer que te tuvo y quien es tu padre seguirá siendo un espacio en blanco, de tantos hombres con los que tu madre se habrá revolcado, que no sabe quién es— le ofrezco el sobre, que no creo ni en el perdón, ni el olvido como ella, pero sí en que debamos continuar y si un papel permite que ciertas cosas se vayan cerrando, que se cierren de una buena vez.
No me cuesta mucho imaginármelo, conviví con mis padres durante demasiado tiempo como para esperar las reacciones de mi madre. Me criaron ellos, por Morgana, por mucho que a veces se sienta como que no, como que ya no forman parte de una vida que fue exclusivamente diseñada por esas dos personas. Darse cuenta de esto da asco, el suficiente como para que ni siquiera me sienta culpable como hace menos de dos minutos. — Las disculpas no son nada más que palabras, son las acciones lo que cuentan. Las palabras son imprecisas, tienen una amplia gama de significados, y como bien debes saber, la gente las usa para mentir — se lo suelto así, ella que escribe para su propio beneficio, o que solía hacerlo al menos, es una de las que conoce bien lo que se puede hacer con las palabras. Probablemente la razón por la que la mentira durara tanto tiempo, también fue porque tenían en su bando a la que mejor conoce el diccionario.
De mis labios brota una risa sardónica, no es una reacción honesta de la que pueda estar orgullosa, porque si fuera por mí hubiera bufado en medio de su discurso. — Oh, vamos, Georgia, te daba igual que pudiera estar muriéndome de hambre. ¿Cuántos niños en el norte nacen para morir por falta de alimento en la semana próxima? — no hago una pausa para que responda, sino porque la siento necesaria dada la gravedad del asunto, uno que no sabía que me importaba en exceso hasta ahora — Se dio la casualidad de que conocías a Rebecca, ella necesitaba un favor y tú un bebé que darle a una familia, solo fue eso, un intercambio del que ambas podíais salir beneficiadas, así que no alegues a los sentimentalismos para hablar sobre ello — le recrimino, siendo que ella no ha tenido problema alguno en admitir su egoísmo, no lo tendrá tampoco para tragar lo que ambas sabemos, sin necesidad de cubrirlo todo con un velo de empatía.
— No estaba queriendo que… — se levantara, es lo que quiero llegar a decir, pero es ella la que arrastrando todo su carácter sale de la cama para con su bastón, acercarse al tocador que queda frente a la cama. — Para ser un mugroso papel, sí que lo tienes guardado bajo una buena llave… — murmuro sin cortarme en lo más mínimo, viendo como utiliza la varita para deshacerse del encantamiento que mantiene el cajón cerrado para que nadie más que ella pueda abrirlo. Demasiadas molestias para lo que ella ha definido como algo mísero. Ignoro la palabrería que la mantiene con la lengua ocupada para hacerme con el sobre que me tiende, notando enseguida que sí tiene parte de esa capa de mugre de la que habla, pero porque se ve viejo y no muy bien cuidado a pesar de haber quedado resguardado por el otro envoltorio. — Oh… — se me escapa de la boca tras desdoblar el folio y encontrar los datos de un nacimiento que conozco, porque pese a no conservar el nombre que aquí se indica, la fecha en que nací sí es algo de lo que pudieron decir que contaron la verdad. Aun así, la sorpresa es un sentimiento mucho mayor que el rechazo que suelo sentir hacia este tipo de emociones, y se puede ver en lo que mis ojos surcan la hoja de arriba a abajo mientras mis dedos acarician la textura rugosa de la misma. — Supongo que mantener el nombre que dio mi madre era demasiado pedir para ellos, ¿no? — ellos, mis otros padres adoptivos, que querían empezar tan de cero que ni siquiera Eva les pareció algo digno de proteger.
De mis labios brota una risa sardónica, no es una reacción honesta de la que pueda estar orgullosa, porque si fuera por mí hubiera bufado en medio de su discurso. — Oh, vamos, Georgia, te daba igual que pudiera estar muriéndome de hambre. ¿Cuántos niños en el norte nacen para morir por falta de alimento en la semana próxima? — no hago una pausa para que responda, sino porque la siento necesaria dada la gravedad del asunto, uno que no sabía que me importaba en exceso hasta ahora — Se dio la casualidad de que conocías a Rebecca, ella necesitaba un favor y tú un bebé que darle a una familia, solo fue eso, un intercambio del que ambas podíais salir beneficiadas, así que no alegues a los sentimentalismos para hablar sobre ello — le recrimino, siendo que ella no ha tenido problema alguno en admitir su egoísmo, no lo tendrá tampoco para tragar lo que ambas sabemos, sin necesidad de cubrirlo todo con un velo de empatía.
— No estaba queriendo que… — se levantara, es lo que quiero llegar a decir, pero es ella la que arrastrando todo su carácter sale de la cama para con su bastón, acercarse al tocador que queda frente a la cama. — Para ser un mugroso papel, sí que lo tienes guardado bajo una buena llave… — murmuro sin cortarme en lo más mínimo, viendo como utiliza la varita para deshacerse del encantamiento que mantiene el cajón cerrado para que nadie más que ella pueda abrirlo. Demasiadas molestias para lo que ella ha definido como algo mísero. Ignoro la palabrería que la mantiene con la lengua ocupada para hacerme con el sobre que me tiende, notando enseguida que sí tiene parte de esa capa de mugre de la que habla, pero porque se ve viejo y no muy bien cuidado a pesar de haber quedado resguardado por el otro envoltorio. — Oh… — se me escapa de la boca tras desdoblar el folio y encontrar los datos de un nacimiento que conozco, porque pese a no conservar el nombre que aquí se indica, la fecha en que nací sí es algo de lo que pudieron decir que contaron la verdad. Aun así, la sorpresa es un sentimiento mucho mayor que el rechazo que suelo sentir hacia este tipo de emociones, y se puede ver en lo que mis ojos surcan la hoja de arriba a abajo mientras mis dedos acarician la textura rugosa de la misma. — Supongo que mantener el nombre que dio mi madre era demasiado pedir para ellos, ¿no? — ellos, mis otros padres adoptivos, que querían empezar tan de cero que ni siquiera Eva les pareció algo digno de proteger.
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Chasqueo por mi lengua por la manía que tiene de buscar de dónde tirar en cada cosa que digo, ¡niños muriéndose de hambre en el norte! —Ni tú vas a emprender una cruzada por ellos, ¿verdad, querida? No los menciones si para ambas van a seguir siendo invisibles a nuestras prioridades— se lo hago notar con mi barbilla instándola a que me diga que su comentario tiene una preocupación sincera, hablémonos a calzón quitado como diría mi madre, ninguna va a mover un dedo por esos mocosos que al final de cuentas se van a convertir en los delincuentes que ella también podría haber sido, ¡ah, pero no! ¿Acaso no tiene una placa de auror? ¿Y debido a qué, eh? ¡A que la saqué de ahí y la coloqué aquí! —¡Tu, Alecto!— se lo digo con mi dedo índice apuntándola. —Tú también eres beneficiaria de ese intercambio, la principal beneficiada. Porque mi hijastra podría haber conseguido el hijo de alguien más, tu madre te podría haber abandonado en la primera puerta del norte para seguir con su vida barata, a la que este intercambio le cambió la suerte fue a ti, especialmente a ti— se lo remarco, no pretendo instalarlo como una verdad, tampoco es una mentira, ni siquiera la búsqueda de un agradecimiento de su parte, ya no, ¡bah! ¡si ya me demostró en su apartamento que no me agradece nada!
Escondo el temblor vergonzoso de la mano con la que le tiendo el papel al guardarla dentro de la otra y espero a que lea por sí misma las líneas que se escribieron en alguna oficina que por lo general, muchos de los repudiados del norte se saltan como formalidad cuando tienen a sus bastardos. —Siempre guardo mis tickets— se lo digo con calma, usando la palabra que ella eligió, —como garantía de que luego nadie venga a darme problemas, en especial tu madre adoptiva a quien necesitaba recordarle que me debía y que no le pertenecías en exclusividad—, que seguía quedando un nombre ligado a la bebé como carta a mi favor que seguí conservando con celo. —¿Por qué conservarlo?— pregunto con un suspiro que me saca todo el aire. —Esa niña tenía otro destino, Eva Ruehl hubiera sido otra muchacha que nada tiene que ver con la persona que eres. Trata de verte por un momento como esa chica, ¡vamos! ¡hazlo! Aun con Rebecca como ministra en este momento, hace mucho que te hubiera dejado a tu suerte y seguirías perdida en el norte— no digo nada que no sepamos. —Por indignada que estés con la mentira— hablo con mucha más suavidad, —acepta que es lo mejor para tu suerte fue abandonar el nombre de Eva al poco de nacer y poder ser Alecto Lancaster.
Escondo el temblor vergonzoso de la mano con la que le tiendo el papel al guardarla dentro de la otra y espero a que lea por sí misma las líneas que se escribieron en alguna oficina que por lo general, muchos de los repudiados del norte se saltan como formalidad cuando tienen a sus bastardos. —Siempre guardo mis tickets— se lo digo con calma, usando la palabra que ella eligió, —como garantía de que luego nadie venga a darme problemas, en especial tu madre adoptiva a quien necesitaba recordarle que me debía y que no le pertenecías en exclusividad—, que seguía quedando un nombre ligado a la bebé como carta a mi favor que seguí conservando con celo. —¿Por qué conservarlo?— pregunto con un suspiro que me saca todo el aire. —Esa niña tenía otro destino, Eva Ruehl hubiera sido otra muchacha que nada tiene que ver con la persona que eres. Trata de verte por un momento como esa chica, ¡vamos! ¡hazlo! Aun con Rebecca como ministra en este momento, hace mucho que te hubiera dejado a tu suerte y seguirías perdida en el norte— no digo nada que no sepamos. —Por indignada que estés con la mentira— hablo con mucha más suavidad, —acepta que es lo mejor para tu suerte fue abandonar el nombre de Eva al poco de nacer y poder ser Alecto Lancaster.
Me muerdo la lengua en clara señal de que me estoy guardando las palabras para dentro, que puede que no vaya a emprender ninguna cruzada para salvar a los niños del norte de su destino como ella afirma, pero tampoco me lanzo flores cada vez que tengo oportunidad por haber hecho una buena acción con una desafortunada cualquiera como lo pudo ser Rebecca. Que diga lo que quiera, pero la única razón por la que aceptó a llevarme de bebé, era porque sabía que podía conseguir algo de ello, y por ese entonces la opinión de mi madre le hacía falta para caer como buena gloria dentro de la familia de mi abuelo. — Pero podría haberle cambiado la suerte a ella también, ¿no? Si tan por la labor estabas de ayudarla con un bebé, ¿por qué no lo hiciste con Rebecca? — que no me malinterprete, que sé de sobra que no me quería y el tener un techo donde vivir no iba a cambiarlo, pero qué sé yo, supongo que el dinero que le dio por mí fue suficiente para sentirse bien consigo misma y asumir que con eso tendría para sobrevivir un tiempo.
— ¿Entonces vas a reclamarme como tu pertenencia también? ¿Tienes una copia de esto guardada para mí o pretendes que me lleve el original? — pregunto con falsa sorna, alzando el papel de la partida en mi mano. La parte hiriente de mí quiere preguntarle si también me ha colocado en su testamento para entregarme a alguien más cuando muera, pero dando un repaso a las razones por las que he venido a visitarla en primer lugar y el estado en el que se encuentra, resultaría un poco cruel hasta para mí. Así que en su lugar me encojo de hombros, demostrando el desinterés que sé que no siento por todo esto y que no es más que una fachada como cualquiera otra — Es solo un nombre, ¿qué mal puede hacer? — incluso con la explicación que hace después, sigo sin comprender qué tanto daño podría hacer conservar tres letras de nada. — Los nombres adquieren el significado que les damos nosotros mismos con el tiempo, se nos otorga pero es nuestra tarea el vestirlos de una personalidad. — sigo, que Eva o Alecto, sigo siendo la misma niña, y tengo en mi poder el papel que lo certifica.
No digo nada más al respecto, me trago mis emociones para otro momento, preferiblemente para cuando no tenga delante a una de las personas más juzgadoras que conozco, y decido aprovechar la ocasión para resolverme un par de dudas que quizá debería estar promulgándole a otra persona. — ¿Por qué Ruehl? — alzo la mirada hacia ella al ser quien ha nombrado el apellido — No conozco nada de la vida de mi madre, pero hasta donde yo sé en su placa no dice Rebecca Ruehl, sino Hasselbach — espero que no me caiga ahora con que estuvo casada y ese es su apellido de soltera, porque podría sorprenderme cualquier cosa a estas alturas y la historia de Rebecca es algo que para mí luce en blanco.
— ¿Entonces vas a reclamarme como tu pertenencia también? ¿Tienes una copia de esto guardada para mí o pretendes que me lleve el original? — pregunto con falsa sorna, alzando el papel de la partida en mi mano. La parte hiriente de mí quiere preguntarle si también me ha colocado en su testamento para entregarme a alguien más cuando muera, pero dando un repaso a las razones por las que he venido a visitarla en primer lugar y el estado en el que se encuentra, resultaría un poco cruel hasta para mí. Así que en su lugar me encojo de hombros, demostrando el desinterés que sé que no siento por todo esto y que no es más que una fachada como cualquiera otra — Es solo un nombre, ¿qué mal puede hacer? — incluso con la explicación que hace después, sigo sin comprender qué tanto daño podría hacer conservar tres letras de nada. — Los nombres adquieren el significado que les damos nosotros mismos con el tiempo, se nos otorga pero es nuestra tarea el vestirlos de una personalidad. — sigo, que Eva o Alecto, sigo siendo la misma niña, y tengo en mi poder el papel que lo certifica.
No digo nada más al respecto, me trago mis emociones para otro momento, preferiblemente para cuando no tenga delante a una de las personas más juzgadoras que conozco, y decido aprovechar la ocasión para resolverme un par de dudas que quizá debería estar promulgándole a otra persona. — ¿Por qué Ruehl? — alzo la mirada hacia ella al ser quien ha nombrado el apellido — No conozco nada de la vida de mi madre, pero hasta donde yo sé en su placa no dice Rebecca Ruehl, sino Hasselbach — espero que no me caiga ahora con que estuvo casada y ese es su apellido de soltera, porque podría sorprenderme cualquier cosa a estas alturas y la historia de Rebecca es algo que para mí luce en blanco.
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—Que poco conoces el mundo, mi niña— suspiro con una mirada de pena puesta en ella, —¿qué no sabes que hay a quienes se puede salvar y otros que no? Hay quienes se han echado a perder, no hay en ellos ni una mínima voluntad de salvarse, son causas perdidas que no merecen ser atendidas y de hacerlo… solo llevan a la frustración de tanto esfuerzo para nada—. Su madre biológica habrá sido joven en ese entonces, un par de años menor que ella incluso con la edad que tiene, y aun así, se la veía tan entregada a su suerte en el norte, que cargar con ella hubiera sido lo mismo que llevarse una desgracia particular a cuestas. No había nada en esa muchacha embarazada que inspirara un poco de esperanza, si lo había era en ese bebé que por sangre ya heredaría algunos errores, pero que apartado a tiempo lo limpiaba de un destino miserable.
Un certificado, igual que la sangre, fue el vínculo invisible que se mantuvo, pero fuera de la vista, es casi como si no existiera. Se puede permitir que surja un destino nuevo al esconder las pruebas de un origen lamentable, a resguardo en los cajones que me encargo que permanezcan cerrados. —Espera, ¿pensabas llevártelo?— inquiero, se lo estaba mostrando, en ningún momento esperé que me despojara de un papel que… a mí misma me recordaba del vínculo que tenía con mi nieta. —Ya me has dejado en claro que no eres de mi pertenencia, usando esa desagradable palabra, no estoy tan senil como para ponerme a despotricar en contra de eso— mascullo de mala gana, sabiendo cuando retirarme de una discusión con puntos muertos. Le advierto con mis ojos fijos en su rostro como reprimenda que no le conviene subestimar así a los nombres, se me ocurren tantos ejemplos y a la vez ninguno, que digo los primeros que se me ocurren. Magnar Aminoff vino a reclamarse como heredero bastardo de Jamie Niniadis sin llevar su apellido, Hermann Richter abandonó su apellido Powell, ¿acaso ese chico del distrito nueve no ha logrado convocar rebeldes al reclamar su identidad como un Black? Y su misma madre, tanto nombre como apellido, abandonados. Pero no hablamos de la trascendencia de un apellido, sino de un nombre como manera de presentarse al mundo. —Eva, la del pecado original— saco fuera de mi garganta una carcajada hueca, —no es solo un nombre—, es una condena, regalo maldito de una madre a su hija.
El aire vuelve a salirse de mis labios en un suspiro más largo cuando encuentro mi camino hacia la cama para recuperar mi sitio contra las almohadas, así puedo tener la espalda descansada por si tengo que explayarme en la historia que me pide. —Tu madre llevaba poco tiempo en el norte cuando quedó embarazada, apenas unos pocos años, los necesarios para incurrir en más de un trabajo despreciable y no los suficiente para andarse con cuidado en ciertas cosas— digo, mi cuerpo cae como un peso sin gracia sobre la cama y tengo que devolver algunas almohadas a su sitio. —Seguía siendo Anne Ruehl, ese apellido lo traía de su familia, cargó con este un par de años más. Pero habrá supuesto que los nombres sí nos definen, a diferencia de ti, así que como ese nombre la unía a cierto destino, se lo habrá cambiado para poder hacerse con otro— me arrellano contra las almohadas y continuo. —Anne Ruehl no habría sobrevivido al norte, ella misma se hubiera encargado de su muerte— cierro mis párpados. —¿Ves esas cosas torcidas que sabes que con la más ligera presión acabarán por romperse en dos?— pregunto, así se veía el día que la entregó. —Así hubiera sido, y de hecho así fue, si es quien es ahora, con el nombre que tiene, es porque Anne Ruehl consiguió suicidarse, digo consiguió como un logro, porque lo es. Hay personas que desprecian tanto sus vidas, a sí mismos, por ser un martirio al que la muerte no tiene misericordia y alcanzar por fin es una victoria.
Un certificado, igual que la sangre, fue el vínculo invisible que se mantuvo, pero fuera de la vista, es casi como si no existiera. Se puede permitir que surja un destino nuevo al esconder las pruebas de un origen lamentable, a resguardo en los cajones que me encargo que permanezcan cerrados. —Espera, ¿pensabas llevártelo?— inquiero, se lo estaba mostrando, en ningún momento esperé que me despojara de un papel que… a mí misma me recordaba del vínculo que tenía con mi nieta. —Ya me has dejado en claro que no eres de mi pertenencia, usando esa desagradable palabra, no estoy tan senil como para ponerme a despotricar en contra de eso— mascullo de mala gana, sabiendo cuando retirarme de una discusión con puntos muertos. Le advierto con mis ojos fijos en su rostro como reprimenda que no le conviene subestimar así a los nombres, se me ocurren tantos ejemplos y a la vez ninguno, que digo los primeros que se me ocurren. Magnar Aminoff vino a reclamarse como heredero bastardo de Jamie Niniadis sin llevar su apellido, Hermann Richter abandonó su apellido Powell, ¿acaso ese chico del distrito nueve no ha logrado convocar rebeldes al reclamar su identidad como un Black? Y su misma madre, tanto nombre como apellido, abandonados. Pero no hablamos de la trascendencia de un apellido, sino de un nombre como manera de presentarse al mundo. —Eva, la del pecado original— saco fuera de mi garganta una carcajada hueca, —no es solo un nombre—, es una condena, regalo maldito de una madre a su hija.
El aire vuelve a salirse de mis labios en un suspiro más largo cuando encuentro mi camino hacia la cama para recuperar mi sitio contra las almohadas, así puedo tener la espalda descansada por si tengo que explayarme en la historia que me pide. —Tu madre llevaba poco tiempo en el norte cuando quedó embarazada, apenas unos pocos años, los necesarios para incurrir en más de un trabajo despreciable y no los suficiente para andarse con cuidado en ciertas cosas— digo, mi cuerpo cae como un peso sin gracia sobre la cama y tengo que devolver algunas almohadas a su sitio. —Seguía siendo Anne Ruehl, ese apellido lo traía de su familia, cargó con este un par de años más. Pero habrá supuesto que los nombres sí nos definen, a diferencia de ti, así que como ese nombre la unía a cierto destino, se lo habrá cambiado para poder hacerse con otro— me arrellano contra las almohadas y continuo. —Anne Ruehl no habría sobrevivido al norte, ella misma se hubiera encargado de su muerte— cierro mis párpados. —¿Ves esas cosas torcidas que sabes que con la más ligera presión acabarán por romperse en dos?— pregunto, así se veía el día que la entregó. —Así hubiera sido, y de hecho así fue, si es quien es ahora, con el nombre que tiene, es porque Anne Ruehl consiguió suicidarse, digo consiguió como un logro, porque lo es. Hay personas que desprecian tanto sus vidas, a sí mismos, por ser un martirio al que la muerte no tiene misericordia y alcanzar por fin es una victoria.
— Para ser una persona con poca voluntad para la salvación, llegó lo suficientemente lejos como para demostrar que estabas equivocada — respondo, ni yo misma me creo que de mis palabras esté saliendo algo como esto, una defensa hacia mi madre que nadie se hubiera esperado viniera de mi parte. Trato de disimular la ofensa en el tono de mi voz, que no deseo manifestarme en acuerdo a las decisiones de Rebecca, no cuando hay tanto que desconozco de ella y que, honestamente, no sé si quiero llegar a saber. Es irónico que me crea con el derecho a juzgarla, pero escuchar que una persona como Georgia lo está haciendo con ella me irrita para dentro, quemándome debajo de la piel como si fuera también una crítica que va dirigida hacia mí. ¿No es, después de todo, mi madre? Soy quien lleva su sangre, por mucho que hayan querido taparlo en un papel bajo un nombre nuevo, sigo siendo Eva Ruehl. — ¿Para qué la quieres tú? — digo, afianzando un poco más el agarre con mis dedos a la hoja que sostengo, incapaz de entender por qué querría guardar algo que para ella no tiene más conexión que la que pudo darle con la otra falsificación. Y no sé como tomarme el significado que le da al nombre que me dieron al nacer, cuando ya tuve mi propia charla con David sobre esto, así que lo único que me queda por hacer es encogerme de hombros, con cierta indiferencia fingida. — Tiene sentido que entonces usaran Lilith como mi segundo nombre, ¿no? Eva, la del pecado original, y Lilith, la primera mujer a la que se le consideró un demonio — lo escupo con sorna, cuando en realidad me hace de todo menos gracia.
Mis ojos la siguen al pasearse para llegar a la cama, no digo nada en lo que se acomoda y utiliza mi silencio para responder a mis reclamos. No soy de las personas que tiende a meterse en la vida ajena de los demás, hago oídos sordos a los cuchicheos que circulan por la base porque conozco bien lo que pueden hacer los cotilleos que pasan de una boca a otra. Es tan fácil tergiversar una historia que incluso siendo mi abuela la miro con la desconfianza que me da el que esté contando esto desde su punto de vista, el único que conoce. No le quitaré el que pueda conocerla mejor que yo, empezando porque yo ni siquiera lo hago, me abstuve de hacerlo casi que para beneficio propio, se puede decir que aprendí algo de las acciones egoístas de Georgia como para también aplicarlas según lo que me conviene. La anciana se encarga de hacer un repaso, sin apenas ningún miramiento, de la vida que ignoraba mi madre tuvo. Sigue siendo crítica a pesar de las circunstancias a las que tuvo que hacerle frente esta tal Anne Ruehl, nombre que queda grabado en el fondo de mi cabeza para recordarlo cuando tenga delante a la antigua portadora del mismo. — No hace falta que digas más — pido, lo hace también la presión en mi pecho al saberme una egoísta no solo en sentimientos, sino también en comprensión hacia otro ser humano. No sé en qué momento pasó que estas cosas siquiera empezaron a importarme, pero ahora mismo se me hace imposible de soportar, hasta el punto en que necesito de un lugar a solas para sentir que puedo respirar con normalidad. — Me llevo esto — apenas hago un gesto con la mano para indicar el papel que todavía sostengo, girándome para poder descargar la expresión vacía de mi rostro contra la pared y salir de estas cuatro paredes sofocantes lo más rápido que me permite el querer mostrarme serena.
Mis ojos la siguen al pasearse para llegar a la cama, no digo nada en lo que se acomoda y utiliza mi silencio para responder a mis reclamos. No soy de las personas que tiende a meterse en la vida ajena de los demás, hago oídos sordos a los cuchicheos que circulan por la base porque conozco bien lo que pueden hacer los cotilleos que pasan de una boca a otra. Es tan fácil tergiversar una historia que incluso siendo mi abuela la miro con la desconfianza que me da el que esté contando esto desde su punto de vista, el único que conoce. No le quitaré el que pueda conocerla mejor que yo, empezando porque yo ni siquiera lo hago, me abstuve de hacerlo casi que para beneficio propio, se puede decir que aprendí algo de las acciones egoístas de Georgia como para también aplicarlas según lo que me conviene. La anciana se encarga de hacer un repaso, sin apenas ningún miramiento, de la vida que ignoraba mi madre tuvo. Sigue siendo crítica a pesar de las circunstancias a las que tuvo que hacerle frente esta tal Anne Ruehl, nombre que queda grabado en el fondo de mi cabeza para recordarlo cuando tenga delante a la antigua portadora del mismo. — No hace falta que digas más — pido, lo hace también la presión en mi pecho al saberme una egoísta no solo en sentimientos, sino también en comprensión hacia otro ser humano. No sé en qué momento pasó que estas cosas siquiera empezaron a importarme, pero ahora mismo se me hace imposible de soportar, hasta el punto en que necesito de un lugar a solas para sentir que puedo respirar con normalidad. — Me llevo esto — apenas hago un gesto con la mano para indicar el papel que todavía sostengo, girándome para poder descargar la expresión vacía de mi rostro contra la pared y salir de estas cuatro paredes sofocantes lo más rápido que me permite el querer mostrarme serena.
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—Debe ser de esas excepciones que la mejor ayuda que se le puede dar, es no darle ayuda…— sigo sosteniendo mi opinión sobre aquella mujer que nunca me dio esperanzas en el tiempo que duraron nuestros tratos, su puesto en el ministerio lo veo ligado al capricho de Magnar Aminoff de tenerla ahí, y como todo capricho, cambia con los humores. —Tenlo en cuenta en tu trato con ciertas personas— le recomiendo en mi responsabilidad como abuela, —hay a quienes brindarles tu ayuda no servirá de nada— será un derroche, un perjuicio en ciertas cosas, hacia esas personas, hacia ella misma. No la criamos como lo hicimos para que se aprovechen de ella, como seguramente hubieran abusado de ser una muchacha descarriada del norte, con esa partida que demuestra su identidad original es como si una tercera presencia se hubiera materializado en esta habitación, que encarna todo lo que pudo haber sido de tener otro destino y no son juegos mentales en los que me guste entrar, podría confundirme debido a lo débil de mi mente en estos días, así que me sostengo a los recuerdos que todavía reconozco como reales en los que estoy viendo crecer a una niña que nada en su apariencia la delata como hija de parias, sino que se mueve con gracia innata entre magos y brujas bien acomodados del Capitolio.
—Porque es mío— es la respuesta fácil que me surge, aunque lo correcto fuera decir que era mío, en tiempo pasado, cuando ella no era más que una bebe y un papel así no podía ser de su propiedad. El que me arrebata con una firmeza a la que decido no enfrentarme, es en lo que cedo para tratar de retener algo que me parece que merece este pequeño costo de desprenderme de un papel viejo, en el que puede leerse todas las veces que quiera y seguir siendo Alecto. Ni Eva, ni Lilith. —Somos los nombres por los que nos llaman y a los que respondemos— digo como parte de la verdad que conozco por lo que me han demostrado los años, —el nombre hacia el que caminas cuando te llaman en la oscuridad— esto lo entenderá en algún momento de su vida, este es un camino largo que tiene sus tramos por las sombras, entonces será importante que sepa escuchar su nombre, tan importante como que haya alguien que la llame o sino le quedará la difícil tarea de ser su propio voz quien tenga que repetirlo para no olvidarlo, que también ocurre, tendemos a olvidar nuestro propio nombre. —Alecto— la llamo antes de que abandone el dormitorio, no espero que se dé la vuelta, solo que me escuche. —Ven a visitarme en otra ocasión— le pido, —a veces me siento sola y estoy demasiado vieja como para mentirme diciendo que me que me gusta estarlo.
—Porque es mío— es la respuesta fácil que me surge, aunque lo correcto fuera decir que era mío, en tiempo pasado, cuando ella no era más que una bebe y un papel así no podía ser de su propiedad. El que me arrebata con una firmeza a la que decido no enfrentarme, es en lo que cedo para tratar de retener algo que me parece que merece este pequeño costo de desprenderme de un papel viejo, en el que puede leerse todas las veces que quiera y seguir siendo Alecto. Ni Eva, ni Lilith. —Somos los nombres por los que nos llaman y a los que respondemos— digo como parte de la verdad que conozco por lo que me han demostrado los años, —el nombre hacia el que caminas cuando te llaman en la oscuridad— esto lo entenderá en algún momento de su vida, este es un camino largo que tiene sus tramos por las sombras, entonces será importante que sepa escuchar su nombre, tan importante como que haya alguien que la llame o sino le quedará la difícil tarea de ser su propio voz quien tenga que repetirlo para no olvidarlo, que también ocurre, tendemos a olvidar nuestro propio nombre. —Alecto— la llamo antes de que abandone el dormitorio, no espero que se dé la vuelta, solo que me escuche. —Ven a visitarme en otra ocasión— le pido, —a veces me siento sola y estoy demasiado vieja como para mentirme diciendo que me que me gusta estarlo.
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