The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Konstantine P. Romanov
Conseguir que Katerina abra la puerta con normalidad fue una tarea que se demoró semanas y sigo diciendo que su postura se encuentra tan errada que no tengo la menor idea de cómo debo acercarme a ella desde el lado comprensivo y no el homicida, que todos sabemos que eso no funciona con un espíritu como el de mi hija menor. No dejo de preguntarme a quién es que sale tan pizpireta, cuando yo recuerdo muy bien dónde tenía la cabeza a su edad y está claro que de Ingrid no lo ha sacado, si la mayor aventura que se busca esa mujer es la de ser auror y mantener la raya del cabello recta en el proceso. He pedido consejo, claro está. Me han dicho de todo, desde pagarle un terapeuta hasta enviarla a un internado católico, lo cual me parece una idea un poco extremista hasta para nosotros. Me gusta pensar que podemos ser la familia respetable que intentamos mostrar, que si solo lo somos de puertas para afuera no me sirve de nada. Jamás fuimos perfectos, lo tengo bien en claro, pero no quiero que nos rompamos. Somos mejores que eso, de alguna manera estoy seguro.

Es una de esas tardes de verano en las cuales prefiero tener las ventanas abiertas en lugar del aire acondicionado, que corre un aire bastante decente como para seguir encerrados como si fuese una lata de sardinas. He llegado hace unos minutos del trabajo, lo que significa que aún no ha bajado el sol y el silencio de la casa indica que Ingrid todavía debe estar en el Ministerio, la Base o quizá dándose un baño. Sea como sea, aprovecho estos minutos para sacarme el peso de encima y, en lugar de pedirle al elfo que se haga cargo, soy yo quien rellena un pote del helado que aún guardamos en el congelador antes de subir las escaleras. Para cuando llego a la puerta del dormitorio de mi hija menor, siempre cerrada como me lo esperaba, tengo que tomar aire por un momento y murmuro para mí mismo un par de ideas de cómo comenzar la conversación. De acuerdo, quizá lo estoy pensando demasiado. Me conformo con llamar con un golpe y abro en cuanto oigo que me da el permiso.

Primero asomo la cabeza, no sea cosa que quiera gritarme en la cara que quiere que me vaya, así que extiendo un brazo para que vea el bol — Traje una ofrenda de paz — le anuncio. Sé que no es mucho, pero espero que baste para que me dé unos minutos de tregua antes de continuar con su berrinche adolescente — No le digas a tu madre, me dirá que te estoy malcriando y ya sabes… Puede ser nuestro secreto — uno de los tantos. Cierro la puerta detrás de mí y me acerco para tenderle el helado, en lo que mis ojos buscan un sitio que se encuentre libre para sentarme — Kitty, me gustaría que podamos hablar sobre… Bueno, sobre todo, si me lo permites. Prometo no gritarte y que todo esto quedará entre nosotros— que boquear no tiende a ser mi estilo, de todas formas.
Konstantine P. Romanov
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Katerina L. Romanov
Está siendo, oficialmente, el verano más aburrido de todos mis años de existencia. Vamos, que una larva estará pasándola mil veces mejor que yo, ella al menos puede relacionarse con otros gusanos y disfrutar del sol de verano como se merece. Y no, no es que tenga prohibido que me dé el sol, porque si vamos al caso el jardín de la casa, junto con la piscina, deberían ser suficientes para solucionar ese problema, pero en mi más profundo orgullo que puede decirse que es la única cosa que heredé de mi madre, me niego a terminar con la huelga que me mantiene en mi habitación un día tras otro. Quiero que el mensaje de que puedo ser igual de terca que ella quede claro, si ella no va a dignarse a dejar su cabezonería a un lado, no pretendo rebajarme a ser quién acabe en el segundo lugar en esta casa. Si lo que desea es que me quede en esta casa hasta que cumpla los ochenta años, pues que se atenga a las consecuencias de haberlo exigido.

Ni siquiera me importa que mi cuarto no se vea tan ordenado como los primeros días, la desorganización es un reflejo de cómo funciona mi cabeza estos días. Ya que no puedo salir con mis amigas o ver a los primos más allá de las estrictas comidas familiares, me mantengo entretenida con mis búsquedas por internet a través de la tablet que le robo a mi padre en ocasiones cuando está en la ducha. ¿Mi madre creía que porque no se mencione la piedra filosofal en esta casa he dejado de interesarme por ella? ¡Já! Si acaso me ha dado un motivo más por el cual seguir persiguiendo mis propósitos, entre los que se encuentran sacarla de quicio porque empieza a ser mi hobbie favorito. No soy tonta, ni tampoco sumisa, si ella pica, yo voy a picar el doble, así es como funciona, hasta que se dé cuenta de que no puede reprimir mi espíritu ni condicionarme en mis decisiones a futuro. Lo próximo será que me quiera casar con alguien, como si fuera esto el siglo diecinueve. ¡Los coches vuelan en esta época en la que vivimos, mamá, tú puedes soportar que tu hija no quiera ser auror!

Ignoro que mi padre es el primero en llegar a la casa después del trabajo, ahora que me han puesto a uno de los elfos como niñero al parecer, cuando una llamada a la puerta me hace pedir un momento que utilizo para volcar todos los papeles sobre los que estoy trabajando en el suelo debajo de la cama. Uso la sábana para que quede al ras y no pueda verse el montón de cosas acumuladas bajo el colchón antes de permitir que la cabeza de papá se asome por el marco. — Solo mamá podría ver el helado como algo con lo que se pueda malcriar — bufo enseguida, pero no me tardo en hacerme con el bol tras murmurar un pequeño agradecimiento que se mezcla con el ruido de la cuchara al llevármela la boca. — ¿Vienes a sobornarme porque quiere enviarme a un internado de brujas vírgenes y no sabéis como decírmelo? — espero que reconozca la broma en mi cara al decirlo, en mi cara y en la suya, que no es la primera vez que escucho esa sugerencia de boca de mi madre. Me acomodo en la cama, sintiendo el crujir de los folios bajo mi peso en lo que intento disimularlo tomando más del helado. — ¿Sobre qué quieres hablar primero?primero, siendo que dijo todo y no veo cómo eso puede terminar de alguna manera que no sea mal. Digamos que prometer no gritar en esta casa es como pedirle peras al olmo, pero al menos es mi padre, con quién se puede hablar sin problema de que tenga unos tapones imaginarios en las orejas.
Katerina L. Romanov
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Konstantine P. Romanov
¿Cómo? — pregunto con un tono falsamente escandalizado en lo que arqueo una de mis cejas — ¿No es lo suficientemente especial como para no ser considerado un mimo? Tendré que considerar mejor mis sobornos, entonces — hasta mi mirada al helado es una de decepción antes de cambiar la expresión a una más relajada y ciertamente divertida. Me acomodo en el extremo de su cama con uno de esos suspiros que delatan cansancio tanto mental como físico, aunque se me rompe un poco la postura al soltar una risa bastante perezosa — Creo que si decidiéramos enviarte a uno de esos sitios, no existiría soborno ni negociación — apunto con una mirada significativa, que los dos sabemos que cuando se toman decisiones tan grandes bajo el techo de esta casa, muy pocas veces son motivo de discusión y casi siempre son palabras definitivas — Aunque no te mentiré, me han sugerido una correccional — no puedo hacer otra cosa que reírme entre dientes, seguro de que a Kitty la echarían hasta de una de esas. No porque sea un diablillo ni nada así, sino porque su ocurrencia y palabrería son un arma de doble filo.

El sonido debajo de la cama me hace levantar mis cejas y, aunque sospecho que se deben tratar de envoltorios de golosinas escondidas o algo así, decido no decir nada al respecto y contesto su pregunta — Me gustaría una explicación un poco más detallada de los motivos por los cuales decidiste que el norte era una mejor opción para ti que una casa en la cual, a pesar de todas las cosas, todos te queremos — froto mis manos un poco en lo que acomodo mis pies, como si de esa manera pudiera verme algo más firme. Aún así, no me molesto en levantar la voz, que no es que estoy enojado. Ya no. Ha pasado el suficiente tiempo como para que me pueda conformar con poder armar el rompecabezas dentro de mi cabeza — Sé que escribiste una carta, pero para mí eso no es suficiente, Kitty. Sé que tu madre puede ser complicada, creo que nadie lo sabe mejor que yo — revoleo un poco los ojos, a pesar de que mi vaga sonrisa delata que lo apunto con gracia — Pero no creo que nada de lo que suceda en esta casa no se pueda arreglar hablando. Te guste o no, somos una familia y eso nos convierte en un equipo, a pesar de nuestras diferencias — es algo que parece que a Luka le cuesta comprender, pero confío en que alguna vez dejará de ser tan caracúlico.

Prenso mis labios en lo que tomo algo de aire, no muy seguro de cómo decir esto sin hablar en nombre de mi esposa, que sé que ellas tienen sus temas a solucionar y no voy a entrometerme, al menos no tanto — Estábamos de verdad preocupados, ¿sabes? Gran parte del enojo vino de la mano con el miedo. No tienes idea de… No sé lo que habría pasado si te hubiera ocurrido algo malo, Katerina. Si alguna vez decides tener hijos, entenderás que no hay nada en el mundo que no harías por ellos y, al mismo tiempo, no puedes dejar de pensar que no quieres que nada malo los toque. Para ti habrá sido una aventura, pero para nosotros fue angustiante y desesperante. ¿Puedes al menos ver eso? — que en su postura de rebeldía, no sé qué tanto ha sido capaz de meditar.
Konstantine P. Romanov
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Katerina L. Romanov
No, papá, el helado es como… lo que tienes que darle a tus hijos para que el gobierno no llame a los servicios sociales por abuso infantil — bromeo, como no puedo hacer con mamá porque se tomaría mis palabras como un ataque a la crianza que le ha dado a sus dos hijos mayores, que salieron tan tremendamente bien, en comparación conmigo. Muevo las cejas en un silencio patrocinado por el propio dulce al llevármelo a la boca en lo que arrugo la frente, porque tiene razón en decir que no existiría negociación alguna. Es una de las razones por las que esta casa me atosiga, yo sé que en realidad quién lleva los pantalones en esta casa es mi madre, que todas las decisiones pasan por su mirada crítica y que, de no gustarle, no habría posibilidad a obtener un sí por respuesta. — ¿Un correccional? — mi voz suena un poco angustiada, si no fuera por la risa que brota nerviosamente después — Creía que esos eran los lugares a los que envían a los chicos que beben demasiado alcohol y roban bancos, o que se meten droga con agujas… — murmuro en defensa a mi propio comportamiento, como si le estuviera insinuando que podría empezar a hacer esas cosas para hacerle ver que la idea de haberme escapado de casa no es tan mala.

Obvio que tiene que venir con el discurso de que todos en esta casa nos queremos, que viene siendo la carta comodín que sacan cuando la parte de que mamá sea una dictadora absolutista no pinta bien para la plática. — ¿Complicada? No es complicada, es muy simple, solo quiere que en esta casa se haga lo que ella quiere, no le importan los pensamientos de los demás y solo está contenta cuando las cosas se hacen como ella dice, sin tener en cuenta las opiniones ajenas — bufo, dejando escapar un resoplido que hace rebotar mis labios uno contra otro como si se tratara de un caballo. — La explicación es que mamá no me entiende, nunca lo ha hecho, y tampoco muestra disposición para tratar de hacerlo. Espera que sea como Lexa o como Luka, no comprende que no somos las mismas personas, que mis intereses son distintos, porque tiene la cabeza cuadriculada y una mentalidad de siglo veinte que no concuerda conmigo — voy señalando todos los errores naturales de mi madre, remarcando aquellos que más me molestan, pero ni siquiera he empezado cuando sigo descargándome — Nunca está contenta con nada de lo que hago, para ella siempre son tonterías, tonterías que ya se me pasarán hasta que consiga centrarme en algo serio, como el querer ser auror o algo así — ruedo los ojos de manera exagerada, que se ve bien que su influencia tuvo su efecto en mis hermanos mayores. — Resulta muy difícil tratar de complacerla cuando lo único que hace es compararme con alguno de mis hermanos — me encojo de hombros, resignada en mi propia desgracia.

De alguna manera, el helado no se ve tan apetecible como antes, pero aun así vuelvo a tomar bocado, probablemente para mantener la boca ocupada en lo que mi padre hace su propia reflexión al respecto. — Ya, ya, ya sé que obré mal y que todos estaban tremendamente preocupados, ¿pero está mal si digo que no me arrepiento? — esto último lo digo de manera muy cautelosa, ladeando la cabeza en su dirección con la pausa de alguien que no sabe muy bien si ha dicho lo correcto. Que es papá y la persona con quién más confianza tengo en esta casa, pero aun así... No creo que le siente demasiado bien. — No soy un bebé, papá, sé cuidarme sola y soy mucho más práctica de lo que me dejan ser, si solo... me tomaran en serio alguna vez — lo incluyo en el paquete, pero ambos sabemos que estoy hablando de mamá mucho antes que de él.
Katerina L. Romanov
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Konstantine P. Romanov
Me gustaría ser capaz de contradecir a mi hija, de asegurarle que lo que está sucediendo no es más que un momento de mala comunicación y que todo se solucionará cuando las dos puedan sentarse a conversar en la mesa como una familia, pero no soy tan hipócrita. Con el correr de los años he aprendido que Ingrid tiene una personalidad complicada, esa que sospecho que funciona conmigo porque podemos complementarnos para que nada de lo que fuimos construyendo acabe por explotar. Katerina aún es muy joven como para poder comprender cómo es esto de trabajar en sus relaciones, incluso en aquellas que vienen impuestas por sangre y que, de alguna manera, tendrá que aceptar con el correr de los años — Sé que Ingrid está equivocada al esperar que tú y tus hermanos sean una copia de sí mismos, pero también tienes que entender que ella solo espera lo mejor para ti. Nada de lo que hace viene de la maldad o porque no te quiera, solo que le cuesta un poco más el comprender. Si dejaran de señalarse las dos con el dedo y pudieran hablar sin estallar en gritos… Mamá te ama, Kitty. Puede costarle tiempo, pero estoy seguro de que acabará aceptando cualquier cosa que elijas — ni hace falta incluir todos los escándalos que van a existir en el medio, creo que están claros.

Tengo que meditarlo un poco, que mi primera respuesta automática quiere decirle que sí, está terriblemente mal, así que intento pensarlo con su forma de ser — Todos cometemos errores y aprendemos de ellos así que… No, no está mal — acabo por tomarlo, aunque mi voz no suena tan firme como me gustaría — ¡Ah,pero para nosotros siempre serás la bebé de las fotografías! — le aseguro con ese tono molesto que sé que le fastidia, que me obliga a pucherear hasta pellizcarle de manera molesta un costado — Mira, Kitty, no es que no te tomemos en serio, es solo que muchas de las cosas que deseas están basadas en suposiciones y teorías muy poco terrenales. Si quieres dedicarte a la alquimia quizá deberías buscar opciones que te acercen a ella, como la creación de pociones. ¿No te interesa esa rama? Puede abarcar un poco de todo, quizá hasta puedas ser sanadora o científica… — algo más tangible y menos soñador, casi que parece que le estoy rogando — Nosotros te dimos la vida, pero no hace falta el aclarar que es tuya para que la vivas. No quiero que vengas llorando a mi puerta dentro de treinta años, preguntándome qué hiciste con tu existencia porque no pudiste ser la adulta que soñabas. No se lo deseo a nadie, menos a mis hijos — al menos, ellos parecen algo más encaminados, pero dudo mucho que llegue el día en el cual Luka venga a sentarse conmigo de manera voluntaria para hablar de ciertas cosas.

Me muevo en la cama para acomodarme mejor, la cual vuelve a hacer un sonido que me obliga a arquear una ceja en su dirección — No voy a enfadarme, pero… ¿Tienes golosinas escondidas debajo del colchón? — lo cual tendría sentido, si incluso quiso hacer su extraña huelga de hambre y jamás la he visto muy famélica que digamos — ¿Puedes al menos decirme dónde fue que te metiste? ¿Hablaste con alguien en el norte? Con todas las cosas que suceden estos días… Si no te arrepientes, al menos prométeme que nunca más volverás a hacerlo, Katerina. No es como que la gente no sepa quienes somos como para que te metas en los terrenos de… esa gente — la manera que tengo de arrugar la nariz y fruncir la boca deja bien en claro que me estoy guardando ciertos calificativos.
Konstantine P. Romanov
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Katerina L. Romanov
Obvio que papá ha venido hasta aquí a defender a mamá, incluso cuando sabe mejor que yo que no tiene razón alguna. No importa que puedan pelear, que no coincidan en sus opiniones en ocasiones, al final del día mi padre siempre va a reconocerle cierto poder porque eso es en lo que “se basa” el matrimonio. Vamos, que no soy tonta, sé que tuvieron más problemas de los que dejan ver, en especial aquel tiempo antes de la enfermedad de mamá, y claro que después se ablandó con ella por eso, lo entiendo y hasta lo comparto, ¡pero ella no hizo más que volverse más de piedra! — Eso es una mentira, y hasta tú lo sabes, mamá solo aprobará lo que haga si se ciñe a la imagen que tiene de mí, incluso cuando no puede estar más equivocada. No soporta la idea de que no sea como mis hermanos, no me respeta por la persona que soy, ni lo va a hacer nunca. ¿Por qué tengo que ser siempre yo la que cede? ¿Por qué no puede ser ella? — me quejo, soltando ese bufidito típico de la molestia que he empezado pronto a desarrollar por culpa del comportamiento de mi madre —  Si es que me quiere algo siquiera, tiene una forma muy extraña de demostrarlo... — empezando porque me ha encerrado en la casa como si esto se tratara de una mala representación de los cuentos de princesas que yo no leía cuando era niña porque me gustaban más los de piedras explicativas.

Tuerzo la boca en una mueca, que sé bien que no puedo decirle a mi padre que yo no lo considero un error, porque el haber salido de la zona de confort me ha abierto los ojos sobre la cantidad de experiencias que me estoy perdiendo fuera, ahora mismo al estar sentada en esta cama también. — Papá... — digo con ese bonito agudo que indica que me está avergonzando ya con ese comentario, inclinándome hacia el lado contrario cuando me pellizca el costado y como reacción natural. — No quiero ser sanadora, o científica, quiero ser alquimista — sigo firme en mi postura, no me importa un carajo que mi madre haya prohibido la palabra en esta casa porque para su propia desgracia, conozco de código morse y puedo seguir utilizándola si me da la gana. — ¿Qué tiene de interesante trabajar sobre las cosas que ya se han descubierto? No quiero trabajar el resto de mi vida de un oficio corriente y arrepentirme toda la vida por no haber seguido con mis sueños. — está claro que mi padre y yo tenemos ideas distintas de arrepentimientos, porque lo que yo entiendo por un futuro frustrado por mis intereses, para él significa no llegar a fin de mes — ¿Tan malo es eso, papá? ¿Tan malo es querer ser diferente, hacer una diferencia? — que creo que ese es el quid de la cuestión en todo esto, no si prefiero vestirme de uniforme como mi madre o explorar horizontes.

Puede... ¿Por qué? ¿Mamá también te ha castigado comiendo verduras? — me burlo con una sonrisa que empieza a asomarse sutilmente por entre mis labios, lejos de la cara amarga que me produce el tener que hablar sobre estas cosas de las que nadie me entiende. Por eso mismo vuelvo a suspirar, llevando la mirada hacia un lado en lo que me planteo qué responder. — Pues... estuve vagando por ahí... comoporlosalrededoresdelnueve — lo digo tan rápido que no creo que se me entienda, ¡pero es mi padre! ¡No puedo ocultarle cosas! No cuando se presenta con helado, al menos, ese mismo con el que me lleno la boca para no tener que decir nada más hasta terminar de tragar. — Y... no, no hablé con mucha gente, más que para pedir indicaciones de cómo llegar a... No importa, el caso es que interrumpisteis antes de que pudiera descubrir nada, así que... — no quiero decir que fue en vano, ¡pero si solo hubieran hecho caso a la carta! — Ya, ya, los rebeldes... — murmuro cuando es a quienes se refiere, así que me abstengo de decir que conocí a un niño que convivía con ellos porque sé como quedaría eso.
Katerina L. Romanov
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Konstantine P. Romanov
¿Cómo le explicas a alguien que no quiere escuchar que no puede ponerse en la misma postura que una persona que obviamente se ha cegado? Lo malo de ser el mediador en estas peleas es que puedo comprender de dónde vienen ambas posturas, no compartiendo cosas con las dos y, aún así, llegando a comprenderlas. Sé diferenciar entre la esposa que me taladra la cabeza todas las noches con sus inquietudes y la niña que tengo delante, tan avergonzada por la manera que tengo de molestarla que sé que lo voy a seguir haciendo hasta que sea una adulta hecha y derecha. Tengo que tomar aire, que no sé cómo es que planea traer a la actualidad una técnica que no es demasiado popular en nuestros días y que, en definitiva, le quitará bastante prestigio como profesional — ¿Y te crees que no hay estudios avanzados de alquimia que ya te ganaron de mano? — le pregunto con toda la lógica que soy capaz de emplear — Ya sabes, es una de las ciencias más antiguas de la magia y muchos no la consideran exacta. ¿Qué hay de diferente con tratar de mezclar materia con estudiar ciencias? Todo está conectado y te puede llevar por el mismo camino, salvo que con fines más prácticos. ¿Por qué no le preguntas a Jenna cómo conectar la alquimia con estudios ya comprobados y luego ves si de ahí puedes arrancar para dónde más te plazca? — buscándole lógica a lo ilógico, me merezco el premio a padre del año.

Sí, me tortura diciendo que debo poner más brócoli dentro del plato — le sigo la broma, que no es secreto que esa verdura en particular me parece asquerosa e insulsa. No me importa demasiado, no cuando al menos mi camino parece haber funcionado para que Katerina se ponga un poco más sincera y, de alguna manera, me estoy acomodando para escuchar mejor lo que tiene para decirme. Y de verdad, me gustaría no haber oído, porque lo que puedo llegar a comprender me deja por un momento estático y silencioso, no muy seguro de cómo debo reaccionar — Espera un momento — ni me importa que hable de ese modo tan simplón de los rebeldes, porque lo único que puedo hacer es levantar una mano para pedirle silencio — ¿Me estás diciendo que fuiste en dirección al distrito nueve? — que alguien me traiga algo con azúcar o con sal.

Me pongo de pie por culpa de la inquietud que me invade. Antes de que pueda darme cuenta, ya estoy caminando de un lado al otro dentro de su dormitorio — De entre todos los lugares… ¿Por qué el nueve, Katerina? — intento no subir el tono de mi voz, pero aún así estoy sumido en tratar de organizar mis ideas para comprender las suyas — ¿Acaso no pensaste en lo que podría…? Kitty, esas personas son peligrosas, no hay piedra filosofal que valga la pena. ¿Por qué…? ¿Por qué fuiste justo allí? — y me detengo, porque necesito verla a la cara cuando me dé sus excusas.
Konstantine P. Romanov
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Katerina L. Romanov
¡Al carajo con lo que la gente piense! — la queja me sale mucho más alta de lo que pretendía, hasta se me infla el pecho de aire y hace parecer que he crecido unos centímetros, volviendo a encorvarme en mi postura de hombros hacia delante cuando suspiro. — Hay mucha diferencia, papá, si quisiera estudiar ciencias no me hubiera complicado tanto la vida todos estos años — bufo, ¿acaso no le ha echado un vistazo a mi habitación? No hay un solo hueco de mi pared que no esté cubierta por datos más que interesantes sobre los últimos descubrimientos relacionados con la alquimia, esos que son algo escasos, si voy a ser honesta. ¡Pero precisamente por eso! — Ósea, que básicamente me estás diciendo que no puedo triunfar en algo como esto porque… no se ha estudiado todavía con la suficiente profundidad. ¿Es eso, no? ¡Pues siempre tiene que existir un primero que lo haga! ¿Por qué no puedo ser yo? — empiezo a sentirme como un perro verde dentro de esta casa, ya que ni mi padre me apoya en lo que verdaderamente me gusta y me viene con propuestas como la de Jenna. ¡Nada en contra de mi prima, la amo! Pero… no es lo mismo. — Tú y mamá lo único que quieren es que sea ordinaria como los demás, que me busque un trabajo aburrido para terminar llevándole café a personas como tú — no pretende ser una ofensa, solo que lo vea a mi manera.

Ni siquiera su intento de seguirme la broma para ponernos ambos en contra de la dictadora por excelencia en esta casa sirve para subirme los ánimos de una charla que pensé iba a tomar un rumbo diferente. Porque lo que empezó siendo una conversación para comprendernos, termina siendo la excusa perfecta para indagar sobre lo que no saben, y que tampoco deben saber. — Claro, por algún lugar tenía que empezar a barrer el terreno de todo Neopanem, y siendo que no es una zona tan vigilada como las demás... — no sé cual de todas las cosas que estoy diciendo es la peor de todas, si la de que no me arrepiento, la del nueve o esto, siendo que mi padre es el alcalde del distrito y trabaja bajo las órdenes de Magnar Aminoff. Mi contestación a sus preguntas es un encogimiento de hombros, tan vago que apenas podrías considerarse una respuesta en sí misma, así que antes de que me lo reproche me aseguro de pensar una que sí merezca la pena escuchar. — Primero porque el nueve tiene línea directa con los trenes que salen de nuestro distrito y... necesitaba una salida fácil — explico, porque la idea era que no me encontraran, empezando por ahí — Y segundo... porque leí sobre un estudio que se había hecho antes de que se instalaran los rebeldes con materia que apareció allí, así que quería ir a comprobarlo antes de continuar con mis planes — esos que nunca llegaron a culminarse, por cierto, no sé gracias a quién -ingrid-. — Pero no me vi con nadie de allí, lo prometo, fue totalmente seguro, ¡y estaba acompañada! — cruzo los dedos de una de mis manos detrás de la espalda por ese juramento falso que hago, porque sé de sobra que no le gustaría escuchar que anduve charlando con un chico de allí. — ¿Sabías que había un fantasma ligado al reloj que le regalaste a mamá por vuestro compromiso? Fue él quien me acompañó, aunque luego... perdí el reloj, lo siento — miento, con la cabeza un poco gacha. Que no lo perdí en serio, solo se lo di a Jared y ahora es como si prácticamente lo hubiera perdido porque no existe la manera de que vaya a poder recuperarlo.
Katerina L. Romanov
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Konstantine P. Romanov
¡Katerina, la boca! — es lo único que me sale decir con la mía, que no tiene por qué andar maldiciendo que puedo entenderla de todos modos y el cielo nos libre si su madre decide que es momento de aparecer para escucharla hablar de esa manera — No queremos que seas ordinaria ni que le lleves el café a nadie, sino que la alquimia es una de las magias más antiguas y es una de las ramas menos puras que puedes encontrar por allí. Muchos muggles incluso trataron de comprenderla y es bastante inexacta… — por no decir que es magia que… de magia tiene muy poco — Puedes desarrollarla como una rama dentro de una carrera que podría darte un poco más de seguridad, no te estoy diciendo que la abandones, sino que la complementes — ¿Es tan difícil de comprender?

Lo único que puedo escuchar es un blah blah blah incluso cuando estoy intentando el comprender cómo es que pudo eliminar de toda la parte lógica el pequeño y fundamental factor de que estamos hablando de un distrito lleno de rebeldes que… — ¡KATERINA! — busco que me escuche, deteniéndome en medio de mi caminata con los ojos tan abiertos que deben estar ocupándome toda la cara. Estoy seguro de que he palidecido — ¡Estamos hablando de las personas que secuestraron a tu tío, que atacaron a tus hermanos! ¡Kendrick Black le lanzó un maleficio cruciatus a tu madre! ¿Acaso vives en una realidad paralela? No me importa que su territorio esté cerca de una mina de oro de leprechauns o de la mismísima piedra filosofal, no puedes ir allí bajo ningún aspecto… ¿Acaso es tan difícil de comprender que es peligroso? — hubiera seguido el sermón, si no fuera porque lo que acaba diciendo me deja fuera de hilo. Me enderezo con la extrañeza pintada en el rostro, hasta boqueo como un pez puesto que no sé por dónde empezar. ¿Por la parte del fantasma o que perdió el reloj de compromiso? — Primero que nada… ¿Por qué demonios tenías el reloj? — pregunto, a pesar de que el tono de mi voz empieza a aflorar a causa de la confusión — Y segundo… ¿Por qué creíste que podías confiar en un fantasma? ¿Qué fantasma? ¿De qué estás hablando? Kitty… — me acerco lo suficiente como para acercarme a su cama y coloco una mano sobre su frente — ¿Estás delirando? ¿Necesitas que llame a un médico?
Konstantine P. Romanov
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Katerina L. Romanov
Tengo la boca llena de helado cuando me señala la misma y yo solo puedo que balbucear un queeé sin mover los labios, dejando que el sonido salga de dentro al tiempo que enseño las palmas de mis manos, ¡que no dije nada! Curvo las cejas con una clara expresión de ya, claro al bajar la mirada hacia el bol cuando asegura que no desean que sea corriente. Claro, por eso mamá sugiere constantemente que haga la especialización en defensa como el resto de sus hijos, como si se tratara de alguna especie de tradición familiar que cumplir, tal y como las fotografías anuales a las que nos arrastra a todos solo por sentirse realizada con sus antepasados. — Como quieran… Si te hace feliz, le preguntaré a Jenna sobre lo que hacen en su especialidad, ¿de acuerdo? — contesto resignada, porque no va a haber manera física de hacerle cambiar de opinión, tal y como ocurre con mamá, la única diferencia es que mi padre por lo menos me escucha. O solía hacerlo vaya, no sé en qué momento eso empezó a cambiar al punto de que sus contestaciones se parecen cada vez más a las de Ingrid.

Estoy por recordarle la primera condición por la que permití que entrara a la habitación, siendo esa que prometió que no iba a gritar y de la cual se ha olvidado por completo al alzar la voz parado en medio del dormitorio. — ¡Y yo te he dicho que no me acerqué! — replico al percatarme de que está ignorando todo lo que he contado — Ni siquiera me acerqué a las barreras, no lo haría sabiendo que allí dentro odian a nuestra familia, ¡no soy tan estúpida, papá! — porque estoy empezando a creer que es lo que está pensando, lanzo ese primer reclamo — No me encontré con nadie, mi seguridad jamás se vio comprometida por nada, es lo que estoy tratando de decirte, claro que sé que es un lugar peligroso, pero no volveré a marcharme, ¿es eso lo que querías oír? — dejo el bol de helado a un lado de la cama, encima del escritorio al estirar mi brazo, mirándole de tal forma que no se percibe ninguna duda en mis palabras. Vinieron muy bien las clases de teatro que hicimos con Brian cuando éramos niños, especialmente para este momento.

Me paso las manos por la cara en un resoplido que declara que estoy empezando a cansarme de tantas preguntas, hasta que las dejo caer sobre mi regazo. — Porque el fantasma quiso venir conmigo y necesitaba el reloj para llevarlo conmigo, así que lo busqué y lo encontré en uno de los cajones de la mesita de luz de mamá — a estas alturas, ¿qué más da? Casi prefiero ser honesta, así no pone en duda esa confianza que dijo que había perdido en mí. — Porque… — digamos que el fantasma me ofreció buscarme unos objetos algo ilegales, ¿sí? En el momento me pareció una buena idea. Pero como no hay manera de que vaya a poner eso en palabras, me voy a la siguiente pregunta. — Pues un fantasma, papá, estaba ligado a vuestro reloj de compromiso porque se lo robó a mamá una vez en el norte, y luego murió, y de alguna forma el objeto volvió a llegar a las manos de mamá y quedó escondido en el cajón. — ¿cómo no pudo verlo? ¡Si llenaba su baño del dormitorio todos los días de agua y espuma a propósito! Seguro que Lexa lo limpiaba antes de que pudieran darse cuenta — Ay, papá, no estoy enferma, ¿es que acaso lo del psicólogo iba en serio? — me quejo, apartando su mano de mi frente con un gesto. Lo que me falta, que mi padre piense que estoy delirando, a este paso acabaré encerrada en un psiquiátrico.
Katerina L. Romanov
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Konstantine P. Romanov
Sí, eso es exactamente lo que quería escuchar — ni siquiera sé si es verdad, pero puedo conformarme por el momento. En esos días en los cuales Katerina estuvo desaparecida, no he podido hacer otra cosa que imaginar un montón de escenarios que sacaban lo peor de mí. Si se había marchado al norte, los callejones oscuros se la comerían y si alguien le ponía las manos encima, de seguro no volvería a saber de ella. Hay una línea turbulenta que cruzan todos los adolescentes al creerse invencibles y eternos hasta que ocurre alguna tragedia, en verdad esperaba que mi hija no tuviera que chocarse con esa pared y acabar perdiendo mucho más que unos minutos de su vida. Me gusta creer que la conozco, que hemos sido mucho más cercanos de lo que he podido serlo con sus hermanos.  No puedo evitar preguntarme si hemos perdido eso cuando ella decidió que del otro lado de la puerta encontraría las respuestas que yo no puedo darle.

Nada de esto está funcionando, porque si esperaba que la idea de estar con un fantasma iba a tranquilizarme, está muy equivocada. Sé que existen, que se mueven por sitios cargados de magia y que los muggles no son capaces de verlos, pero pensar en uno caminando por mi casa… Puedo sentir que se me revuelven las tripas y regreso a sentarme en su cama a causa de que mis piernas se ponen temblorosas, dudo mucho que pueda mantenerme de pie — ¿Estás queriendo decir…? — tomo un momento para organizarme las ideas, cierro mi puño en frustración y lo apoyo contra mis labios — ¿Me estás diciendo que decidiste que confiar en el fantasma de un criminal del norte te pareció de lo más lógico para irte de la casa sin avisarle a nadie? — sí, lo del psicólogo va a ir en serio, pero para mí — Kitty… ¿Acaso perdiste la cabeza? — no le grito, sueno incluso algo estrangulado — No le diremos esta parte a tu madre o le dará un infarto, al menos no por ahora. ¿Qué te hizo pensar que eso era una buena idea? ¿Qué te hemos dicho sobre confiar en extraños? Y no me vengas con que podías confiar en él y que no era un desconocido, porque me parece un disparate — separo el puño de mi boca para poder señalarla con un dedo — ¿Cómo se llamaba? El fantasma — que si tengo que ponerme a buscar archivos sobre muertos para protegerla, pues no me cuesta demasiado.
Konstantine P. Romanov
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Katerina L. Romanov
Permito que se siente de nuevo en la cama, siguiendo su figura con la mirada hasta posarla sobre su rostro, pudiendo ver perfectamente la decepción en sus facciones. — Bueno, si lo pones así… Tienes que verlo desde mi punto de vista, papá, ¿crees que es fácil el sentir que no llegas a cumplir con las expectativas de tu madre? ¿Que nada de lo que haces es suficiente para ella? Tiene esta idea formada en su cabeza de que soy de una manera y cuando hago algo que se sale de su estructurada cabeza es como si se chocara de golpe contra un iceberg, se sorprende de que no responda como ella esperaba que lo hiciera — y eso, en otras palabras, también lleva a una decepción de su parte. Que quizá en otros momentos me hubiera importado más que ahora, cuando era niña puede que la opinión de mi madre me la aplicara más que en el momento actual. Es hoy que he aprendido que no pienso rebajarme a las exigencias que tiene para mí, pero aun así, es complicado el sentir todo el rato que tu madre tiene una imagen completamente errónea de lo que eres. — No lo hice por capricho, ¿sabes? Es verdad que mamá no me escucha, solo… quería demostrarle que podía hacer esto, que podría… estar un poco más orgullosa — me encojo de hombros, que también he terminado por aceptar que no necesito el orgullo de nadie, más que el propio, y es por eso que a Ingrid le choca tanto que actúe como lo hago.

Y volvemos de nuevo con las preguntas de siempre, esas que me obligan a guardarme el que sería como el cuarto o quinto suspiro de la tarde desde que está aquí y que no creo que vaya a ser muy agradecido por su parte. — Se llamaba… Fred Wallace — me invento lo suficientemente rápido como para que cuele sin problemas, ¡que no voy a delatar a Niko! Suficiente tiene con creer que lo he abandonado con un niño al que ni siquiera conoce, como para también permitir que sea mi padre, el alcalde, quien esté detrás de su pista después de haberse encontrado con mamá en el pasado. — ¿Por qué quieres saber? — pregunto con la intención de que me sea sincero aquí, alegando a esa confianza que supimos tener el uno en el otro, incluso cuando soy consciente de que yo no estoy siendo del todo honesta con él. ¿Pero cómo voy a serlo? Si es más que evidente que está con mi madre en esto y cualquier cosa que pueda decirle va a usarla para mantenerme bajo los límites de esta casa, como si no fuera a pasarme el verano encerrada ya de por sí.
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Creo que el problema principal de tu madre es que, justamente, se da cuenta de que no eres de la manera que tú piensas que ella piensa que… Ya, me entiendes — que esto de hacer de mediador, cuando hay tanto hilo de dónde cortar y que parece que es un problema sobre el otro, empieza a volverse agotador. Pero no puedo enojarme con ella, no cuando sé de dónde viene su desesperación y la misma aplaca un poco mi reacción desesperada de querer sacudirla, a ver si de esa manera abre los ojos a un mundo que parece que está viendo detrás de una cortina de caprichos — Tu madre está orgullosa de ti por muchas cosas, solo no es buena demostrándolo — aseguro, con el conocimiento de que no importará lo que yo diga si Ingrid no tiene la decencia de expresarlo en lugar de perder el tiempo que tenemos con nuestros hijos tratando de controlar los aspectos de su vida que se escapan de su alcance — No tienes por qué arriesgar tu vida en un intento de conformar a los demás, Kitty. La única que debería estar conforme con sus decisiones eres tú, siempre y cuando sepas lo que estás haciendo y no pierdas la cabeza en el proceso. Nosotros solo podemos guiarte hasta cierto punto, luego estará en tus manos — me encantaría poder estirar ese tiempo, pero ahora ni Alexa ni Luka nos necesitan, así que llegará el día en el cual me encuentre con que mi Katerina tampoco va a sostener mi mano.

¿Fred Wallace? — ¿Tiene algo que ver con Ferdia Wallace? — no puedo evitar hacer la pregunta con una mirada cargada de pánico y sospecha, que lo último que necesito es que mi hija se ande juntando con muertos relacionados a muertos terroristas — Porque quiero saber si no te andas ligando con criminales psicópatas, no me importa saber si son fantasmas o no — me tomo el permiso de poner la mano sobre su hombro y le doy un suave apretoncito — Te diré algo que todos odiamos escuchar de nuestros padres, pero la verdad es que puedo confiarme de ti, pero no de las intenciones de los demás. ¿Comprendes? — que no dudo de su inteligencia, solo me preocupa que alguien más la supere y no de una manera que yo pueda aceptar — Kitty, ya sé que estás grande para esto, pero no puedes andar confiando en extraños, ni muertos ni vivos. ¡No me importa que estén dentro de un reloj familiar! — el que ahora tendré que recuperar de la manera menos clásica posible. Le doy una suave palmadita antes de ponerme de pie, tendiendo una mano hacia ella para que me pase el pote si se ha terminado el helado — Gracias por ser sincera conmigo, de todos modos. Pero como tu padre, aún es mi trabajo principal el cuidar de ti, aunque no te guste. ¿Podemos estar en paz? — es casi que un ruego a estas alturas — Si la respuesta es sí, me gustaría ir de paseo el próximo fin de semana. Solo nosotros dos, a donde más te guste… Aunque puedes decirle a Brian si quieres. Tómalo como un descanso de tu castigo — que a pesar de todo, hasta yo creo que debe ser agotador. Además, necesito que se encuentre en calma para poder empezar a averiguar un poco más cómo es que funcionan los fantasmas.
Konstantine P. Romanov
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Katerina L. Romanov
Sí, claro… — bufo por lo bajo por esa fe ciega que tiene en mi madre, cuando todos en esta casa sabemos que no estaríamos en esta posición ni mucho menos si ella supiera ser un poco más dócil en relación a algunas cosas. A mi madre lo que realmente le molesta es que su opinión valga lo mismo para mí que las piedras que guardo en uno de mis cajones y que terminaron ahí por resultar ser falsificaciones. No, no digo que lo que dice me entra por un oído y me sale por otro, porque si fuera así no estaría encerrada en mi cuarto para empezar, ¡pero uggggggggggh! Me pone enferma con su manía de querer controlar absolutamente a todo el mundo. — Yo estoy conforme con mis decisiones, ni siquiera se trata de eso, pero sí me gustaría que mamá pudiera estarlo también, de vez en cuando, no pido mucho más que eso. Se supone que es lo justo siendo que sí apoya a Alexa y Luka en todo lo que hacen — no es la primera vez que veo que los trata diferente, y supongo que es normal hasta cierto punto, dada la diferencia de edad que existe entre mis hermanos. — No queríais tener más hijos, ¿verdad? Después de Luka — es más una afirmación que otra cosa, como reflexión de mi último pensamiento. No creo que mi padre se crea que soy idiota, tengo casi catorce años y sé hacer cuentas de sobra como para haber llegado a la conclusión de que fui una sorpresa.

¡Carajo! Esa es la razón por la que el nombre salió tan deprisa de mis labios, porque ya lo había escuchado en alguna parte antes, bueno, a medias, me he colado un poco con su nombre. Me trago la cara de haber metido la pata al negar con la cabeza lentamente. — Eeeeh… no, no, este era Fred Wallace, quizá eran primos… — aclaro puntualizando bien el nombre para que no se note mi error, dejando claro que lo de ser familia con un terrorista no fue algo que se pasara por la mente de mi amigo fantasma el decirme. — De veras siento lo del reloj, mamá se pondrá como una fiera cuando se dé cuenta de que ya no está en su cajón, ojalá hubiera alguna forma de que pudiera recuperarlo… — lo último es un pensamiento en voz alta al llevar la mirada de la figura de mi padre al suelo del dormitorio. Puede que haya una manera, pero me costaría más de una mentira y muchas excusas que no estoy segura de que ninguno vaya a creerse sin la ayuda de terceros. Quizá Brian esté dispuesto a colarse en alguna aventura si se lo propongo. — Estamos en paz — declaro al final, estirando un brazo para tomar el bol vacío de helado y tendérselo — No, será solo nosotros dos, como en los viejos tiempos, ¿no te parece? — sonrío ampliamente, que ya veré cómo me las apaño para conseguir que mi primo no me tenga rencor por haberlo dejado atrás en esto.
Katerina L. Romanov
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Konstantine P. Romanov
Ah, carajo. Estoy seguro de que Kitty debe tener una idea de cómo funcionan las cosas y no sé si ha hablado algo con Ingrid, pero no me esperaba tener que tocar la conversación sobre hijos con ella, al menos no a solas y en medio de una charla tan cargada de emociones como lo es la que estamos teniendo ahora mismo — Fuiste una sorpresa… — confieso en tono dudoso — Pero una que aceptamos con mucho gusto. Eres la única de mis hijos que nació en un momento en el cual me sentía maduro para enfrentar la paternidad, si te sirve de algo. Creo que he podido disfrutarte desde otro lado, en comparación a tus hermanos — no desde el joven inexperto que estaba tratando de ser un profesional respetable, sino desde el hombre que ya era dueño de su propio hogar y que sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Primos o no, tengo que asegurarme de que ningún ente peligroso haya puesto su mísera presencia en esta casa, así que sacudo la cabeza para dejarle en claro que no importa, ya me encargaré yo mismo de ello. O no, tal vez mi asistente tendrá que hacer todo el trabajo pesado, pero creo que se entiende el punto — Lo recuperaremos, ya verás. Tú no te preocupes por eso — que ya tiene suficiente trabajo con los modales que debería pulir dentro de esta propia casa si quiere volver a respirar con normalidad como para sumarle otra tarea que fuese a alejarla de nosotros. Su declaración, esa que acepta mi trato, es suficiente como para que mi sonrisa se vea mucho más tranquila, similar a la de todos los días. Tomo el bol, el cual paso a sujetar con ambas manos — De acuerdo, te dejaré escoger el destino. Solo que en esta ocasión, el zoológico se encuentra completamente vetado de las opciones — un chiste quizá no muy apto para la situación, si consideramos que dicho lugar se encuentra dentro de los terrenos del distrito rebelde. Presiono los labios de forma cariñosa sobre su frente, antes de dar los pasos que me acercan a la puerta — Por los viejos tiempos.
Konstantine P. Romanov
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