OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Junio
«Voznesenskaya», que el apellido se me haga familiar no tiene relación con los juegos en los que leo que participó, mientras sigo repasando el expediente de quien fue jefa de cazadores y la tenemos en el departamento de misterios en estos días. Como el departamento se abrió hace relativamente poco, es comprensible que haya atraído el interés de profesionales de distintas áreas, sin embargo, sigo teniendo mis dudas sobre quién habrá colocado ese armario evanescente por lo que tengo como pasatiempo repasar los perfiles de los inefables. El de Jessica Voznesenskaya es por demás interesante, por lo que me enteré en la base de seguridad, tiene afinidad con la familia Weynart, tanto con Riorden al que degradaron por supuesta ineptitud aunque sean muchas las cosas que van en este ministerio, y también con el otro Weynart que ahora se pasea con los rebeldes. Vuelvo a fijar mis ojos en esa observación que detalla una pelea de la ex cazadora con la hermana de la vicepresidente Road. Bonito prontuario el que tiene la hija de James, ahora Adam, por quien conozco este apellido y otro que también se fue plantar huertas de paz en el distrito 9 ¾.
—Adelante— hablo fuerte para que se me escuche a través de la puerta cuando escucho el golpeteo de nudillos, la que se dice ser mi secretaria tiene la orden de que a las citas las envía a mi puerta por su cuenta, no hace falta que las acompañe. Espero a que la inefable entre para estudiarla de pies a cabeza, trato de que nada de lo que pudo haberme dicho su padre sobre hijas con las que se sentía en falta, influya en mi trato hacia ella. Porque no la invité para una charla simpática, si vamos a hablar de conocidos en común, me interesan otros nombres. No estoy en plan de identificar sospechosos dentro del ministerio sobre los cuales luego se determine una rápida sentencia por traición, la muerte siempre me ha parecido un recurso fácil. Cada sentencia de muerte ofrece al pueblo un mártir, no logra la extinción de los traidores porque matas a la persona, no a la idea que anda rondando los distritos. De las muchas personas que vi morir, muchas por mis manos porque era lo que hacía, aprendí que la muerte no es estrategia de nada. Lo que haces es tomar a una persona y buscas en qué rincón de su mente se encuentra lo que puede servirte para tirar de allí. —Voznesenskaya, no hemos tenido la oportunidad de cruzarnos aun. Tengo entendido que fuiste parte de seguridad nacional por mucho tiempo, ¿cómo te sientes de que vuelvan a requerirte de Defensa?— comienzo con un tono ameno al colocar mis codos sobre los apoyabrazos de la silla giratoria, así puedo entrelazar mis manos al observarla. —¿Se siente raro venir a esta oficina y no encontrar a Riorden Weynart?— comencemos con el interrogatorio.
No me avergüenzo al reconocerme a mí misma totalmente ignorante de la identidad de Rebecca Hasselbach. Naturalmente, sé qué puesto ocupa ahora mismo, en concreto el que le fue arrebatado a Riorden, y sé también que no tiene fama de ser precisamente una mujer amigable. Es por ello que en cuanto se me informa de que requiere mi presencia en el Departamento de Defensa, del que hace ya tiempo que no formo parte ni quiero formarla, sé que no será para tomar el té y mantener una charla sobre la meteorología cambiante. Y no, efectivamente en cuanto busco en mis recuerdos toda la información que pueda haber sobre ese nombre, no encuentro prácticamente nada. Eso me coloca en una clara desventaja, además, por supuesto, de la obvia diferencia jerárquica que hay entre ella y yo, y que es lo único que llega a ponerme un poco nerviosa ante la idea de su visita. Trato también de dilucidar las razones de su repentino interés por mí, y no negaré que se me ocurren unas cuantas por las que la ministra de defensa podría interpelarme, pero ninguna de ellas es actual. Así que, ¿por qué ahora?
El sonido de mis pasos tratando de ser firmes sobre el suelo del ministerio de magia augura que estoy a punto de descubrirlo, e intento que no me tiemble mucho la voz cuando me comunico con su secretaria para que me guíe hasta su despacho, y me sorprende a mí misma lo claro que suena el eco de mi petición. Suspiro durante un segundo antes de llamar, obligándome a tranquilizarme. Lo que más me preocupa es precisamente no estar preocupada, pues ya nada de lo que puedan hacerme a mí me interesa lo más mínimo. Pero sí sé que hay personas a las que debo proteger, y esa responsabilidad es la que hace que los latidos se me aceleren ligeramente cuando acabo entrando y cerrando de nuevo las puertas tras de mí, como encerrándome a mí misma en una trampa que estoy segura de que tiene un objetivo concreto. El ministerio no da puntada sin hilo.
Me sorprende que pronuncie mi apellido a la primera, como si no fuera la primera vez que lo hace. Eso confirma mis sospechas sobre la desventaja informativa en la que estoy envuelta. Es inevitable que ella sepa cosas de mi vida, cosas privadas que se han hecho públicas dada mi condición de vencedora, que quedó tan atrás como el derecho de seguir indagando sobre ellas. - No, ministra, no había tenido aún el placer - Pronuncio esta última palabra con especial énfasis, sin caer en un sarcasmo desmesurado pero dejando que sobresalga sobre las demás mientras tomo asiento frente a su enorme escritorio. - Oh, tremendamente halagada de que aún pueda quedar algo de mí que les pueda interesar - Me veo a mí misma bailando entre el límite de la excesiva subordinación y la ironía de mis palabras, estando segura de que Hasselbach no es tan tonta como para confundir la intención de las mismas, al igual que no lo soy yo para pensar que esta reunión se trata de algo puramente diplomático. La viperina mención de Riorden me lo deja claro de inmediato. - En absoluto, ministra - Repito la fórmula de decoro porque tampoco sabría cómo llamarla, y como forma de ocultar la tensión palpable del ambiente. - En realidad lo que se me hace raro es encontrarla a usted en el despacho que aún sigo reconociendo como suyo - Yo misma soy consciente de que juego con fuego. - Ya sabe, cosas del subconsciente, supongo, después de tanto tiempo trabajando para él - Me apresuro a mostrar cordialidad antes de quemarme. - Pero con un rato aquí seguro que empiezo a acostumbrarme y asumir más su presencia - Esbozo una sonrisa tan fingida como la suya.
El sonido de mis pasos tratando de ser firmes sobre el suelo del ministerio de magia augura que estoy a punto de descubrirlo, e intento que no me tiemble mucho la voz cuando me comunico con su secretaria para que me guíe hasta su despacho, y me sorprende a mí misma lo claro que suena el eco de mi petición. Suspiro durante un segundo antes de llamar, obligándome a tranquilizarme. Lo que más me preocupa es precisamente no estar preocupada, pues ya nada de lo que puedan hacerme a mí me interesa lo más mínimo. Pero sí sé que hay personas a las que debo proteger, y esa responsabilidad es la que hace que los latidos se me aceleren ligeramente cuando acabo entrando y cerrando de nuevo las puertas tras de mí, como encerrándome a mí misma en una trampa que estoy segura de que tiene un objetivo concreto. El ministerio no da puntada sin hilo.
Me sorprende que pronuncie mi apellido a la primera, como si no fuera la primera vez que lo hace. Eso confirma mis sospechas sobre la desventaja informativa en la que estoy envuelta. Es inevitable que ella sepa cosas de mi vida, cosas privadas que se han hecho públicas dada mi condición de vencedora, que quedó tan atrás como el derecho de seguir indagando sobre ellas. - No, ministra, no había tenido aún el placer - Pronuncio esta última palabra con especial énfasis, sin caer en un sarcasmo desmesurado pero dejando que sobresalga sobre las demás mientras tomo asiento frente a su enorme escritorio. - Oh, tremendamente halagada de que aún pueda quedar algo de mí que les pueda interesar - Me veo a mí misma bailando entre el límite de la excesiva subordinación y la ironía de mis palabras, estando segura de que Hasselbach no es tan tonta como para confundir la intención de las mismas, al igual que no lo soy yo para pensar que esta reunión se trata de algo puramente diplomático. La viperina mención de Riorden me lo deja claro de inmediato. - En absoluto, ministra - Repito la fórmula de decoro porque tampoco sabría cómo llamarla, y como forma de ocultar la tensión palpable del ambiente. - En realidad lo que se me hace raro es encontrarla a usted en el despacho que aún sigo reconociendo como suyo - Yo misma soy consciente de que juego con fuego. - Ya sabe, cosas del subconsciente, supongo, después de tanto tiempo trabajando para él - Me apresuro a mostrar cordialidad antes de quemarme. - Pero con un rato aquí seguro que empiezo a acostumbrarme y asumir más su presencia - Esbozo una sonrisa tan fingida como la suya.
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—Siempre— murmuro impasible, —siempre queda algo que puede interesarnos, los únicos que no sirven son los muertos— digo, no creo que alcance a entender todo lo que abarca esa última palabra, el por qué si no me tiembla la muñeca al asesinar cuando esa es la orden, en mis maneras personales no lo considero una alternativa válida y eso tiene relación con el hecho de pedirle que tome asiento cómodamente delante de mi escritorio, sin que haya un arma al alcance y lo único que pretendo es una conversación. —No es mi presencia a la que debe acostumbrarse— la corrijo, —lo que debe entender la gente es que Weynart no volverá, no lo veo posible en un futuro, tampoco deben acostumbrarse a mí porque soy tan prescindible como él— remarco, por lo mucho que detesto que se me considere una usurpadora de este lugar cuando son otros los que están dirigiendo el juego con la punta de su dedo índice y nos van moviendo. A mi trajeron de un pozo del norte para colocarme primero a patrullar sus calles, ahora a calentar una silla y quién sabe mañana.
Pero mientras esté en esta posición, es por algo que tengo encomendado hacer y lo obedezco, con mis maneras. Si luego tengo que rendir cuentas, lo haré. —Es muy amiga de Riorden Weynart por lo que tengo entendido y también me han mencionado que fue amiga de su hermano menor, Colin, quien ahora está con los rebeldes del nueve…— hago mi tarea de ir colocando sobre la mesa los datos que poseo como piezas en orden. —Pregunté y algo que en estos días es un recuerdo más que fresco, es de la vez en que la vieron pelear con la hermana de la vicepresidente Road. Quien supongo que sabe que murió hace poco, en el departamento de misterios al que entraron los rebeldes a robar… y como otra coincidencia más, el departamento en el que trabaja hace poco, ¿no?— voy trazando líneas imaginarias en el aire para unir en puntos lo que llamo coincidencias y es el mapa de una persona que se encuentra en el vórtice de todo, actuando con un bajo perfil que la hace pasar desapercibida, o será que se sigue recostando en viejas amistades confiada de que nadie la molestará. Lástima que la haya citado esta mañana para poner fin a esa rutina tranquila. —Sobre la muerte de la auror Road no hay entredichos, sabemos lo que pasó. La duda está puesta en cómo fue posible que los rebeldes entraran al área inaccesible de los inefables…— insinúo, y aunque lo parezca, no la estoy culpando de nada cuando pregunto: —¿Sigue en contacto con Weynart?— ni esa tampoco es la cuestión, sino lo siguiente: —¿Podría retomar ese contacto? Ser nosotros los que contemos con una puerta hacia los rebeldes.
Pero mientras esté en esta posición, es por algo que tengo encomendado hacer y lo obedezco, con mis maneras. Si luego tengo que rendir cuentas, lo haré. —Es muy amiga de Riorden Weynart por lo que tengo entendido y también me han mencionado que fue amiga de su hermano menor, Colin, quien ahora está con los rebeldes del nueve…— hago mi tarea de ir colocando sobre la mesa los datos que poseo como piezas en orden. —Pregunté y algo que en estos días es un recuerdo más que fresco, es de la vez en que la vieron pelear con la hermana de la vicepresidente Road. Quien supongo que sabe que murió hace poco, en el departamento de misterios al que entraron los rebeldes a robar… y como otra coincidencia más, el departamento en el que trabaja hace poco, ¿no?— voy trazando líneas imaginarias en el aire para unir en puntos lo que llamo coincidencias y es el mapa de una persona que se encuentra en el vórtice de todo, actuando con un bajo perfil que la hace pasar desapercibida, o será que se sigue recostando en viejas amistades confiada de que nadie la molestará. Lástima que la haya citado esta mañana para poner fin a esa rutina tranquila. —Sobre la muerte de la auror Road no hay entredichos, sabemos lo que pasó. La duda está puesta en cómo fue posible que los rebeldes entraran al área inaccesible de los inefables…— insinúo, y aunque lo parezca, no la estoy culpando de nada cuando pregunto: —¿Sigue en contacto con Weynart?— ni esa tampoco es la cuestión, sino lo siguiente: —¿Podría retomar ese contacto? Ser nosotros los que contemos con una puerta hacia los rebeldes.
No digo nada ante la siniestra afirmación con la que Hasselbach responde a mi irónica insinuación, aunque dude de su veracidad. Para llegar alto normalmente hay que ser inteligente y usar esa capacidad de forma retorcida, por lo que poco me extrañaría que consiguieran encontrar la utilidad a un cadáver. De todas formas, retorcida o no, eso me ayuda a ir conociendo mejor la forma de ser y de pensar de mi nueva adversaria. Para empezar, no va a caer en mis sugestiones, no va a perder los estribos ni mostrarse molesta. Algo muy inteligente por su parte, con que intento imitarla aún sabiendo que con mi carácter impredecible e impulsivo me será mucho más difícil que a ella mantener la sangre fría. Estas pequeñas observaciones me llevan a obtener información valiosa que iguala un poco las condiciones del juego, pero tengo claro que no lo suficiente. - Prescindible... - Hago bailar la palabra en mis labios antes de completar la frase. - Curiosa forma de describirse a uno mismo - Aunque estoy segura de que no es el adjetivo que mejor pueda definirla, y escuchar cómo pronuncia el nombre de mi amigo me hace pensar en unos cuantos - Pero sí, supongo que todos lo somos - Primera vez que estamos de acuerdo en algo.
Aprieto tan fuerte la mandíbula cuando vuelve a mencionar el apellido al que tanto debo que noto cómo se me hunden un poco las sienes, esperando que no lo haya visto. Definitivamente no seré capaz de mantener su sangre fría. - ¿Y eso le importa porque...? - Alzo la mano, dándole paso en mi búsqueda de una explicación. ¿Qué puede importar que sea amiga de Riorden? ¿O que lo haya sido de Colin? Podría entenderlo en el caso del incipiente rebelde, pero no tengo contacto con él desde que se marchó y tampoco he intentado tenerlo. Vuelvo a tensarme cuando menciona a Road, la asesina de mi ahijada, y me parece entender que está acusándome de algo. No voy a negar que hubiera estado encantada de ser la responsable de matar a esa desgraciada, pero me temo que alguien se me adelantó. - Mi vida está llena de coincidencias, ministra. ¿A dónde quiere llegar? - Que un papel con tu nombre sea el elegido en una cosecha en lugar de otros miles debería demostrarlo más que cualquier otra defensa que pueda tratar de hacer. "Y que la suerte esté siempre de vuestro lado" no es un lema con el que haya podido sentirme nunca identificada.
Respiro un poco más tranquila cuando ella misma descarta la idea de mi implicación en la muerte de Road, aunque no en el acceso de los rebeldes al departamento de misterios. Sin embargo, no me pongo la defensiva, eso no haría más que confirmar las posibles sospechas que pueda tener. - Mi clavícula y costillas rotas se preguntan lo mismo - Intento que eso demuestre mi bando en aquella pelea, aunque francamente reconozco que como excusa es un poco pobre. Continúo pensando en otra cuando la siguiente pregunta me deja descolocada.
Capto rápidamente lo que pretende, aunque la segunda y última cuestión que me hace me lo deja más claro aún si cabe. - ¿Qué? - Así que por eso estoy aquí, para servir de hilo conductor con los rebeldes. - No, por supuesto que no sigo en contacto con Colin - Digo, como si fuera una idea descabellada. - Y tampoco se me ocurre ninguna forma de retomarlo - Me encojo de hombros, intentando que no se note que más de una y dos veces yo misma me he planteado las formas en las que podría enviar un mensaje a Colin o a Alice, preguntarles si están bien o si necesitan mi ayuda. - Lo siento, ministra, pero no puedo ayudarla. Así que si no me necesita para nada más... - Retiro un poco la silla del escritorio, haciendo amago de levantarme e irme de aquí antes de que de verdad pueda sacar de mí algo que le interese, porque no dudo de que no me iré hasta que lo haya logrado.
Aprieto tan fuerte la mandíbula cuando vuelve a mencionar el apellido al que tanto debo que noto cómo se me hunden un poco las sienes, esperando que no lo haya visto. Definitivamente no seré capaz de mantener su sangre fría. - ¿Y eso le importa porque...? - Alzo la mano, dándole paso en mi búsqueda de una explicación. ¿Qué puede importar que sea amiga de Riorden? ¿O que lo haya sido de Colin? Podría entenderlo en el caso del incipiente rebelde, pero no tengo contacto con él desde que se marchó y tampoco he intentado tenerlo. Vuelvo a tensarme cuando menciona a Road, la asesina de mi ahijada, y me parece entender que está acusándome de algo. No voy a negar que hubiera estado encantada de ser la responsable de matar a esa desgraciada, pero me temo que alguien se me adelantó. - Mi vida está llena de coincidencias, ministra. ¿A dónde quiere llegar? - Que un papel con tu nombre sea el elegido en una cosecha en lugar de otros miles debería demostrarlo más que cualquier otra defensa que pueda tratar de hacer. "Y que la suerte esté siempre de vuestro lado" no es un lema con el que haya podido sentirme nunca identificada.
Respiro un poco más tranquila cuando ella misma descarta la idea de mi implicación en la muerte de Road, aunque no en el acceso de los rebeldes al departamento de misterios. Sin embargo, no me pongo la defensiva, eso no haría más que confirmar las posibles sospechas que pueda tener. - Mi clavícula y costillas rotas se preguntan lo mismo - Intento que eso demuestre mi bando en aquella pelea, aunque francamente reconozco que como excusa es un poco pobre. Continúo pensando en otra cuando la siguiente pregunta me deja descolocada.
Capto rápidamente lo que pretende, aunque la segunda y última cuestión que me hace me lo deja más claro aún si cabe. - ¿Qué? - Así que por eso estoy aquí, para servir de hilo conductor con los rebeldes. - No, por supuesto que no sigo en contacto con Colin - Digo, como si fuera una idea descabellada. - Y tampoco se me ocurre ninguna forma de retomarlo - Me encojo de hombros, intentando que no se note que más de una y dos veces yo misma me he planteado las formas en las que podría enviar un mensaje a Colin o a Alice, preguntarles si están bien o si necesitan mi ayuda. - Lo siento, ministra, pero no puedo ayudarla. Así que si no me necesita para nada más... - Retiro un poco la silla del escritorio, haciendo amago de levantarme e irme de aquí antes de que de verdad pueda sacar de mí algo que le interese, porque no dudo de que no me iré hasta que lo haya logrado.
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—En una realidad donde nos la pasamos rodeados de mentiras— digo, un comentario con más de un sentido, — mentirnos a nosotros mismos no está permitido. No me engaño sobre qué se espera de mí en este ministerio y que sucederá si no lo cumplo, ayuda a que me esmere en mi trabajo— a lo último acompaño con una sonrisa, ese es el motivo por la que armé una cita con ella y no por la nostalgia que pudiera suponerme su apellido, al vincularlo con el hombre que me debe su identidad y su vida en el norte. Ironías de la vida misma, otorgarle ese favor a su padre, poner en riesgo la suya. No su identidad, sino amenazar sobre su vida. Nada de lo que diré en esta habitación es algo que esperará o desea escuchar, sin embargo, tengo mis maneras de encargarme que se lleven a cabo, la necesidad me hizo una mujer de recursos.
Rodearla con lo que llama coincidencias, me relaja a medida que a ella la tensiona. —Las coincidencias nunca serán solo coincidencias. Están armando un mapa, uno que debemos aprender a leer, y si no lo hace por usted misma, lo hará alguien más. Déjame decirte que el tuyo es un mapa muy interesante que tiene toda mi atención— musito, este es el juego de ir encerrando a la presa que no esperaba encontrar en una oficina del ministerio, con la satisfacción de que no es duelo en el que soy quien está cercando al animal, sigo siendo la bestia y ella alguna vez fue una cazadora, hasta podemos tomarlo como una revancha tardía. Eso mismo hace que no me moleste marcar a otro antiguo cazador como objetivo. —A mí si se me ocurre cómo retomarlo— lo dejo caer sin más, —su clavícula y su costilla espero que también colaboren con esto— si quiere insinuar que este es el lado del que se para, que lo demuestre.
Pero no pediré demostraciones imposibles, tiendo a intuir que tanto puedo esperar de una persona, que haga el resto es algo que tengo que ver por mis medios. Me han señalado más de una vez que carezco del don de la persuasión, así que también tuve que buscar una alternativa a ello, que se ajusta a mis formas. De alguna manera consigo que las personas hagan lo que quiero que hagan, aunque no lleguen a tener la conciencia de lo que están haciendo. —Todavía no terminó esta conversación— la detengo con mi voz firme, —tenemos que acordar los detalles de su visita al distrito 9 ¾—, eso debe ser suficiente para frenarla. —En vista de que es amiga de Colin Weynart, no creo que la ataque aunque sea inefable del ministerio— digo, —así que es la mensajera ideal para que lleve un mensaje. Tendrá un chip de rastreo, claro. No la dejaremos ir sin saber dónde se encuentra en todo momento— hablo en plural, aunque sea un movimiento individual de mi parte. Me han puesto en esta silla para que mate a los rebeldes de Kendrick Black, me encargaré de que así sea aunque tenga que hacerlo a mi modo, por lo bajo, decapitando piezas por separado y de manera aislada, hasta limpiar el tablero. —No la estoy culpando de nada— es verdad, no la estoy haciendo, —pero las circunstancias la hacen la persona para este encargo y es solo eso, un encargo, nada que le cueste puesto que está de nuestro lado— no dejo que se note lo sarcástico de este comentario.
Rodearla con lo que llama coincidencias, me relaja a medida que a ella la tensiona. —Las coincidencias nunca serán solo coincidencias. Están armando un mapa, uno que debemos aprender a leer, y si no lo hace por usted misma, lo hará alguien más. Déjame decirte que el tuyo es un mapa muy interesante que tiene toda mi atención— musito, este es el juego de ir encerrando a la presa que no esperaba encontrar en una oficina del ministerio, con la satisfacción de que no es duelo en el que soy quien está cercando al animal, sigo siendo la bestia y ella alguna vez fue una cazadora, hasta podemos tomarlo como una revancha tardía. Eso mismo hace que no me moleste marcar a otro antiguo cazador como objetivo. —A mí si se me ocurre cómo retomarlo— lo dejo caer sin más, —su clavícula y su costilla espero que también colaboren con esto— si quiere insinuar que este es el lado del que se para, que lo demuestre.
Pero no pediré demostraciones imposibles, tiendo a intuir que tanto puedo esperar de una persona, que haga el resto es algo que tengo que ver por mis medios. Me han señalado más de una vez que carezco del don de la persuasión, así que también tuve que buscar una alternativa a ello, que se ajusta a mis formas. De alguna manera consigo que las personas hagan lo que quiero que hagan, aunque no lleguen a tener la conciencia de lo que están haciendo. —Todavía no terminó esta conversación— la detengo con mi voz firme, —tenemos que acordar los detalles de su visita al distrito 9 ¾—, eso debe ser suficiente para frenarla. —En vista de que es amiga de Colin Weynart, no creo que la ataque aunque sea inefable del ministerio— digo, —así que es la mensajera ideal para que lleve un mensaje. Tendrá un chip de rastreo, claro. No la dejaremos ir sin saber dónde se encuentra en todo momento— hablo en plural, aunque sea un movimiento individual de mi parte. Me han puesto en esta silla para que mate a los rebeldes de Kendrick Black, me encargaré de que así sea aunque tenga que hacerlo a mi modo, por lo bajo, decapitando piezas por separado y de manera aislada, hasta limpiar el tablero. —No la estoy culpando de nada— es verdad, no la estoy haciendo, —pero las circunstancias la hacen la persona para este encargo y es solo eso, un encargo, nada que le cueste puesto que está de nuestro lado— no dejo que se note lo sarcástico de este comentario.
He de reconocer que, si no supiera que la mujer que tengo delante está a punto de jugármela de algún modo, no me caería del todo mal. Parece ser bastante consciente de la realidad, incluso de la que no le depara las mejores cosas. Aunque no sé nada sobre ella esto me hace intuir que han tenido que pasarle tantas cosas inesperadas que se ha vuelto insensible a imaginar posibles adversidades. - Seguro que la amenaza de un despido aumenta la eficiencia laboral mucho más que un aumento de sueldo o unos días libres - ¿Acaso alguien con un mínimo de poder conoce la palabra incentivo? Pero no, la soberanía del miedo es la que reina en estos tiempos, y sugerir la idea de un despido como consecuencia es seguramente la menos grave que todos los altos cargos que llevan este país se plantean.
Aprieto un poco los dientes cuando reacomoda el significado de la palabra coincidencia a su favor, aunque por otra parte no me sorprende que use esa carta. Estoy a punto de sugerirle que si quiere ligar conmigo me invite primero a una copa cuando recuerdo que a quien tengo delante es la Ministra de Defensa y no una amiga cualquiera. - ¿Gracias? - Acabo por decir, un poco confundida, aunque estoy segura de que no es precisamente un cumplido. - ¿Qué es lo que se le hace tan interesante, si puedo preguntar? - No puedo decir que el mío no sea uno de esos mapas que llaman la atención, pues al fin y al cabo las casualidades que han regido la dirección de mi vida no son lo que se dice usuales. Me gustaría saber cuál es el suyo, y apuesto a que también captaría mi interés.
- Colaborarán con cualquier cosa que implique una recompensa por su esfuerzo, y a menos que Colin Weynart haya abierto un gabinete de masajes y fisioterapia, creo que preferirían retirarse - Doy unos golpecitos en mi clavícula, como si realmente me estuviera hablando. Pero la sonrisa ladina que veo dibujarse en la comisura de sus labios no tiene nada que ver con masajes, y casi hasta consigue que se me erice el vello de los brazos cuando lanza la sugerencia que estaba esperando escuchar. Estoy de espaldas a ella cuando lo hace, mirando hacia la puerta, por lo que me permito cerrar los ojos con fuerza y apretar los labios en una mueca de frustración. Jaque mate.
- ¿Amiga? No, yo no... - Aunque es absurdo seguir negándolo, es la única forma que tengo de poder librarme de esto. - Mire, ministra - Vuelvo a sentarme en la silla, esta vez apoyando mis codos en el escritorio con el fin de conseguir mayor cercanía. - Éramos compañeros de trabajo, nada más. Nos soportábamos mutuamente - Trato de restar solemnidad a mi discurso, tratando de enfatizar más una indiferencia que no siento. - No soy su amiga, y menos ahora que ha decidido traicionarnos - También me aseguro de dejar unos segundos tras esa primera persona del verbo. - Estaría arriesgando mi vida, y aunque ha dejado claro que eso a usted no le importa, resulta que a mí sí - Una mentira tras otra. - Yo no definiría eso como ser la persona idónea para este encargo - Alzo una ceja, esperando una respuesta que, en realidad, me puedo imaginar. Y no juega mucho a mi favor.
Aprieto un poco los dientes cuando reacomoda el significado de la palabra coincidencia a su favor, aunque por otra parte no me sorprende que use esa carta. Estoy a punto de sugerirle que si quiere ligar conmigo me invite primero a una copa cuando recuerdo que a quien tengo delante es la Ministra de Defensa y no una amiga cualquiera. - ¿Gracias? - Acabo por decir, un poco confundida, aunque estoy segura de que no es precisamente un cumplido. - ¿Qué es lo que se le hace tan interesante, si puedo preguntar? - No puedo decir que el mío no sea uno de esos mapas que llaman la atención, pues al fin y al cabo las casualidades que han regido la dirección de mi vida no son lo que se dice usuales. Me gustaría saber cuál es el suyo, y apuesto a que también captaría mi interés.
- Colaborarán con cualquier cosa que implique una recompensa por su esfuerzo, y a menos que Colin Weynart haya abierto un gabinete de masajes y fisioterapia, creo que preferirían retirarse - Doy unos golpecitos en mi clavícula, como si realmente me estuviera hablando. Pero la sonrisa ladina que veo dibujarse en la comisura de sus labios no tiene nada que ver con masajes, y casi hasta consigue que se me erice el vello de los brazos cuando lanza la sugerencia que estaba esperando escuchar. Estoy de espaldas a ella cuando lo hace, mirando hacia la puerta, por lo que me permito cerrar los ojos con fuerza y apretar los labios en una mueca de frustración. Jaque mate.
- ¿Amiga? No, yo no... - Aunque es absurdo seguir negándolo, es la única forma que tengo de poder librarme de esto. - Mire, ministra - Vuelvo a sentarme en la silla, esta vez apoyando mis codos en el escritorio con el fin de conseguir mayor cercanía. - Éramos compañeros de trabajo, nada más. Nos soportábamos mutuamente - Trato de restar solemnidad a mi discurso, tratando de enfatizar más una indiferencia que no siento. - No soy su amiga, y menos ahora que ha decidido traicionarnos - También me aseguro de dejar unos segundos tras esa primera persona del verbo. - Estaría arriesgando mi vida, y aunque ha dejado claro que eso a usted no le importa, resulta que a mí sí - Una mentira tras otra. - Yo no definiría eso como ser la persona idónea para este encargo - Alzo una ceja, esperando una respuesta que, en realidad, me puedo imaginar. Y no juega mucho a mi favor.
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—Cuanta inocencia para una mujer con su historia. Un despedido es la manera más elegante que me pedirían que me retire de esta silla habiendo otras menos amables, más probables— digo con una sonrisa de auténtica diversión. —Y tiendo a que las condiciones que pesan sobre mí, también aplicarlas sobre las personas que espero sepan responder a lo que pido— la amenaza está hecha. No acepté trabajar con Magnar Aminoff engañada con sus buenas intenciones hacia las criaturas mágicas, él necesitaba una asesina que responda a sus órdenes y a cambio me devolvía los derechos que perdí al poco de cumplir la mayoría de edad, pero fue un acuerdo en el que también sé que tiré mi pellejo sobre la mesa de esa hombre para que lo despedazara si cometo una falta. Muchos de los ciudadanos de Neopanem lo conocen por sus correctos discursos que salen publicados en el boletín oficial, yo lo conocí y lo vi en el norte y nadie con su poder llega hasta donde está hablando bonito. Y yo tampoco llegué a donde estoy hablando bonito.
—Tu mapa me lleva a personas y lugares a los que me interesa acercarme— contesto llanamente, dándole la explicación que pide a qué le veo de interesante en las coincidencias que la han colocado en la incómoda silla que tengo enfrente. Por algo el ajedrez se juega con más de dos piezas, la de los reyes, hay varias y cada una con sus tácticas de movimiento, los peones también sirven para un avance de bajo perfil, pero igual de certero, por algo están. Pero no diría que Jessica Voznesenskaya sea un peón, es más bien un alfil, que cruza en diagonal y me ayuda a desbaratar un poco la estructura firme al otro lado del tablero. La escucho en su intento de ir desvinculándose de los rumores que la hacen útil para mí, permito que hable, que me mienta en la cara, que se asuste y que por unos momentos, crea que hay una manera de que pueda retirarse de esta oficina con una disculpa de mi parte por haber malinterpretado su relación con los Weynart.
Clavo los codos en el borde de mi escritorio, mis manos se entrelazan a la altura de mi barbilla, no solía gustarme tener que adentrarme a la mente de nadie cuando vivía en el norte, fue una habilidad que necesité para que la única cosa, entre todas las que había robado a pedido de otros, era para mí y se encontraba dentro de la memoria maltratada de una mujer que no me reconoció al decirle quién era. Debe ser cierto que los sillones sucios de poder nos convencen de pasar incluso los límites que nos habíamos impuesto por recelo, porque no dudo en lo que haré a continuación. —Mírame a los ojos— ordeno, —nuestra mente puede ser nuestro refugio cuando nos escondemos allí, nos sentimos seguros. Pero es una cárcel también, de la que no puedes escapar, que desgracia sería que abran la puerta para dejar entrar a un lobo, ¿no?—. Persigo el único apellido que me interesa en el desorden de sus pensamientos y recuerdos, lo hago el rastro que debo seguir para no distraerme con otros, el rostro del anterior ministro se cruza un par de veces hasta que puedo dar con el de su hermano menor, sosteniéndola a ella en su pelea con Road, en una terraza donde su conversación se tuerce para arrojarme a una de las fábricas que bien conozco del distrito cinco por haber ocupado esos lugares en más de una ocasión, y en ese nuevo rostro que aparece sí me detengo, me da el acceso a otros pensamientos ligados a esa cara que está listada entre los líderes del distrito 9 ¾ . —Puedes retirarte, Voznesenskaya— digo, poniendo un fin abrupto a la invasión de su mente. —Me pondré en contacto contigo para que puedas visitar a tus amigos cuando se resuelvan otras cuestiones. Mantén un perfil bajo, que nadie te note hasta que vuelva a contactarte, que sean solo mis ojos los que estén puestos en tu nuca.
—Tu mapa me lleva a personas y lugares a los que me interesa acercarme— contesto llanamente, dándole la explicación que pide a qué le veo de interesante en las coincidencias que la han colocado en la incómoda silla que tengo enfrente. Por algo el ajedrez se juega con más de dos piezas, la de los reyes, hay varias y cada una con sus tácticas de movimiento, los peones también sirven para un avance de bajo perfil, pero igual de certero, por algo están. Pero no diría que Jessica Voznesenskaya sea un peón, es más bien un alfil, que cruza en diagonal y me ayuda a desbaratar un poco la estructura firme al otro lado del tablero. La escucho en su intento de ir desvinculándose de los rumores que la hacen útil para mí, permito que hable, que me mienta en la cara, que se asuste y que por unos momentos, crea que hay una manera de que pueda retirarse de esta oficina con una disculpa de mi parte por haber malinterpretado su relación con los Weynart.
Clavo los codos en el borde de mi escritorio, mis manos se entrelazan a la altura de mi barbilla, no solía gustarme tener que adentrarme a la mente de nadie cuando vivía en el norte, fue una habilidad que necesité para que la única cosa, entre todas las que había robado a pedido de otros, era para mí y se encontraba dentro de la memoria maltratada de una mujer que no me reconoció al decirle quién era. Debe ser cierto que los sillones sucios de poder nos convencen de pasar incluso los límites que nos habíamos impuesto por recelo, porque no dudo en lo que haré a continuación. —Mírame a los ojos— ordeno, —nuestra mente puede ser nuestro refugio cuando nos escondemos allí, nos sentimos seguros. Pero es una cárcel también, de la que no puedes escapar, que desgracia sería que abran la puerta para dejar entrar a un lobo, ¿no?—. Persigo el único apellido que me interesa en el desorden de sus pensamientos y recuerdos, lo hago el rastro que debo seguir para no distraerme con otros, el rostro del anterior ministro se cruza un par de veces hasta que puedo dar con el de su hermano menor, sosteniéndola a ella en su pelea con Road, en una terraza donde su conversación se tuerce para arrojarme a una de las fábricas que bien conozco del distrito cinco por haber ocupado esos lugares en más de una ocasión, y en ese nuevo rostro que aparece sí me detengo, me da el acceso a otros pensamientos ligados a esa cara que está listada entre los líderes del distrito 9 ¾ . —Puedes retirarte, Voznesenskaya— digo, poniendo un fin abrupto a la invasión de su mente. —Me pondré en contacto contigo para que puedas visitar a tus amigos cuando se resuelvan otras cuestiones. Mantén un perfil bajo, que nadie te note hasta que vuelva a contactarte, que sean solo mis ojos los que estén puestos en tu nuca.
No se puede decir que la nueva ministra de defensa no hable claro. De alguna forma está incluso sosteniendo la versión del gobierno como una dictadura del terror, afirmando que ni se plantean la idea de un despido cuando las cosas no salen como ellos las esperan. No es algo que yo dudase, pero la forma en la que lo dice me hace creerlo como nunca antes. - ¿Y espera de verdad que yo pueda responder a lo que pide? Creo que tiene unas expectativas demasiado altas sobre mí, y ojalá pudiera decir que eso me halaga - Lo haría viniendo de cualquier otra persona, pero siquiera llegar a plantearme cumplir los que puedan ser los deseos de la mujer que tengo delante hace que se me ponga el vello de la nuca de punta. De cualquier modo, ya está dicho, no me espera un finiquito y una palmadita en la espalda si no cumplo las órdenes que está a punto de darme, y no tengo mucho margen de maniobra teniendo eso en cuenta, ni siquiera usando todo mi ingenio para intentar salir de esta. Comienzo a perder el escaso temple que tengo viendo como sonríe, como si su plan estuviera saliendo a la perfección. Y seguramente así sea, seguramente sólo soy una pieza más de su ajedrez que sabe que puede mover a su antojo, colocándola estratégicamente para recibir los golpes que sean por ella. Y a mí no me queda otra que jugar al mismo juego.
La miro a los ojos cuando me lo pide, sabiendo ya dentro de mí lo que puede ocurrir y arrepintiéndome sobremanera de no haber comenzado a aprender oclumancia tal y como Lara me aconsejó. Y comienza antes de que pueda pararlo. Veo con total claridad la cara de Riorden, lo que me hace estremecerme y agarrar los posabrazos de la silla con fuerza, hasta que mis falanges adquieren un tono blanquecino. Veo como su cara se va deformando hasta hacer aparecer la de Colin. Verlo con tanta claridad hace que se me humedezcan los ojos, ver cómo me aparta de la asesina de Murphy, cómo me lleva a la azotea, cómo me abraza cuando le hablo de mi ahijada, cómo hablamos sobre Alice y sobre lo que ella significa. Alice. También la veo a ella en el cobertizo en el que le arrebaté a su hija, nuestra discusión y última conversación antes de hacerlo, a Colin apartando mi varita cuando ya he pronunciado el obliviate, haciéndola desaparecer luego en algún lugar seguro.
Ha visto todo lo que quería, todo lo que no tenía que ver, lo que me pone en riesgo a mí y a todos los que quiero. Cuando me quiero dar cuenta las lágrimas me caen por las mejillas y me duele la mandíbula de tanto apretarla. Las limpio con el dorso de mi mano y salgo corriendo del despacho en cuanto la escucho sugerirlo, oyendo las pesadas puertas chocando contra la pared y haciendo un ruido que evidencia mi marcha. No pronuncio una sola palabra, no podría hacerlo ni aunque quisiera. La rabia me consume, aprieto los puños hasta hacerme daño en las palmas con las uñas, respiro entrecortadamente. Trato de calmarme para no perder la concentración en mi aparición a casa, y cuando por fin cierro la puerta tras de mí dejo mi espalda resbalar sobre ella hasta caer al suelo. Ella lo sabe, sabe que soy una traidora y siempre podrá jugar con esa carta. Esa zorra ha ganado, pero juro que será la última vez que lo haga.
La miro a los ojos cuando me lo pide, sabiendo ya dentro de mí lo que puede ocurrir y arrepintiéndome sobremanera de no haber comenzado a aprender oclumancia tal y como Lara me aconsejó. Y comienza antes de que pueda pararlo. Veo con total claridad la cara de Riorden, lo que me hace estremecerme y agarrar los posabrazos de la silla con fuerza, hasta que mis falanges adquieren un tono blanquecino. Veo como su cara se va deformando hasta hacer aparecer la de Colin. Verlo con tanta claridad hace que se me humedezcan los ojos, ver cómo me aparta de la asesina de Murphy, cómo me lleva a la azotea, cómo me abraza cuando le hablo de mi ahijada, cómo hablamos sobre Alice y sobre lo que ella significa. Alice. También la veo a ella en el cobertizo en el que le arrebaté a su hija, nuestra discusión y última conversación antes de hacerlo, a Colin apartando mi varita cuando ya he pronunciado el obliviate, haciéndola desaparecer luego en algún lugar seguro.
Ha visto todo lo que quería, todo lo que no tenía que ver, lo que me pone en riesgo a mí y a todos los que quiero. Cuando me quiero dar cuenta las lágrimas me caen por las mejillas y me duele la mandíbula de tanto apretarla. Las limpio con el dorso de mi mano y salgo corriendo del despacho en cuanto la escucho sugerirlo, oyendo las pesadas puertas chocando contra la pared y haciendo un ruido que evidencia mi marcha. No pronuncio una sola palabra, no podría hacerlo ni aunque quisiera. La rabia me consume, aprieto los puños hasta hacerme daño en las palmas con las uñas, respiro entrecortadamente. Trato de calmarme para no perder la concentración en mi aparición a casa, y cuando por fin cierro la puerta tras de mí dejo mi espalda resbalar sobre ella hasta caer al suelo. Ella lo sabe, sabe que soy una traidora y siempre podrá jugar con esa carta. Esa zorra ha ganado, pero juro que será la última vez que lo haga.
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Sus comentarios sarcásticos se agotan luego de que sus pensamientos hayan quedado desplegados sobre esta mesa, espero alguna réplica rápida a mis palabras finales y no la recibo, es una derrota de su parte también puesta sobre este escritorio, acabando demasiado pronto el duelo de voluntades en el que parecía interesada en participar. Suspiro cuando la veo ponerse de pie, la legeremancia es trampa en este juego, una herramienta de manipulación que da ventaja cuando se carece de otras virtudes como la persuasión o del poder sobre la persona para extorsionarla que suele darse cuando conocemos sus debilidades. No la conozco, es una extraña para mí, su apellido que reconozco como aquel que dejó James, nada me dicen de ella. He perdido demasiados juegos ajenos como para sentir culpa de hacer trampa, he visto demasiados rostros que me marcaron como víctimas para que el suyo me significara algo.
Son pequeñas ventajas que tomo, interiorizo sus pensamientos como quien recoge cartas y fichas ganadas en una mesa de apuestas, no es algo que vaya a marcar una diferencia trascendental, pero cuando el monstruo con el que batallamos es tan grande, los puñetazos sobre su costado es la manera de recordarle que seguimos peleando y el distrito nueve es grande, cada vez con más personas, me complacería aunque sea mininamente que aquellos que tienen sus caras en los carteles, tengan presente lo que implica ser enemigos del gobierno y no lo olviden por estar de celebrando fiestas de cosecha. —Que tengas una buena jornada, Voznesenskaya— es la burla me permito a su espalda rígida que demuestra su enfado al marcharse, un sentimiento que no merece tener, no yo, pero el ministerio debería sentirse enfadado con ella, traidora, gozando de un puesto en sus jerarquías, accediendo a las salas más secretas, su sitio está en el Coliseo o en una de esas celdas donde ya han torturado a otras mujeres. No me sirve en ninguno de esos lugares, tampoco la haría pasar por eso, nunca me ha movido la simple perversidad. Presiono mis dedos en mis sienes para aliviar el dolor intenso que sufro y puedo demostrarlo con una mueca una vez que he quedado sola en el despacho, me tomo unos minutos para recuperar la compostura, recién entonces abandono la oficina.
Son pequeñas ventajas que tomo, interiorizo sus pensamientos como quien recoge cartas y fichas ganadas en una mesa de apuestas, no es algo que vaya a marcar una diferencia trascendental, pero cuando el monstruo con el que batallamos es tan grande, los puñetazos sobre su costado es la manera de recordarle que seguimos peleando y el distrito nueve es grande, cada vez con más personas, me complacería aunque sea mininamente que aquellos que tienen sus caras en los carteles, tengan presente lo que implica ser enemigos del gobierno y no lo olviden por estar de celebrando fiestas de cosecha. —Que tengas una buena jornada, Voznesenskaya— es la burla me permito a su espalda rígida que demuestra su enfado al marcharse, un sentimiento que no merece tener, no yo, pero el ministerio debería sentirse enfadado con ella, traidora, gozando de un puesto en sus jerarquías, accediendo a las salas más secretas, su sitio está en el Coliseo o en una de esas celdas donde ya han torturado a otras mujeres. No me sirve en ninguno de esos lugares, tampoco la haría pasar por eso, nunca me ha movido la simple perversidad. Presiono mis dedos en mis sienes para aliviar el dolor intenso que sufro y puedo demostrarlo con una mueca una vez que he quedado sola en el despacho, me tomo unos minutos para recuperar la compostura, recién entonces abandono la oficina.
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