OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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2 de mayo
Son pasadas las diez de la mañana, creo que no se necesitan más que unos minutos para que una bruja pueda aparecerse donde la han citado y llevo más de treinta de espera en esta oficina cuya placa de la puerta están cambiando para colocar una con mi nombre, ese que no pertenece, así como tampoco la oficina si tenemos que decir en qué de todo esto encaja alguien como yo. Son circunstanciales, eso es lo que he dicho alguna vez. Los nombres por los que nos hacemos llamar, los trabajos que hacemos, los cargos que ocupamos, los sitios donde estamos, son circunstancias. Sucedieron cosas que me colocaron donde estoy parada y serán otras las que luego me arrastrarán a otros puestos. Me miro en el reflejo del cristal de la ventana, donde a mi figura se superpone la de la muchacha que entra por la puerta y giro para quedar de frente a ella, con un escritorio aun limpio entre nosotras. —Supongo que ya leíste las noticias— digo sin intención de regodeo, limitando a mencionar lo que es un hecho y si la he llamado tampoco es por querer celebrar nada, no creo que nuestra última conversación en la base de seguridad haya dado margen para eso, más bien quemó todos los márgenes.
—Siéntate, hablaremos un rato— le ordeno, y sí, es una orden, esta charla dista mucho de ahondar en las cuestiones personales de la anterior, es laboral y quiero mantenerlo en esos términos. Si bien podría haber llamado a otros aurores de su escuadrón, por lo bajo las razones de elegirla son puramente personales. —Veo que te recuperaste bien del duelo en la sala de profecías— señalo, mis ojos la recorren entera para cerciorarse de que así es. —Lancaster, ¿cuáles son tus expectativas como auror? ¿Siquiera entre tus aspiraciones está llegar a los treinta años?— pregunto, no me andaré con rodeos para explicarle la impresión con la que me he quedado después de cruzarme en un hospital la primera vez y ser quien la acompañara a esperar a los sanadores cuando sucedió lo del robo en el ministerio.
»De Romanov puedo sospechar que aspira a ser líder de los aurores algún día, quizá como sucesora de Richards. Hay otros aurores, no lo niego, con buenas habilidades. Pero ella tiene un espíritu distinto, un liderazgo más agresivo del que podrían demostrar los otros que solo lo harían por… porque es trabajo. Ese está siendo el problema en un par, lo que hacen es solo trabajo. Luego están otros, entre los mismos licántropos, está el espíritu pero falta lo otro… y cuando es así se vuelve frustrante, ¿no?— inquiero, esperando que sean sus gestos, no sus palabras, las que me digan que tengo razón. —Reconozco que no sabía qué pensar de ti, qué tenías y qué te faltaba, creo saberlo y vamos a trabajar en ello— le anuncio, camino hasta la silla que me corresponde para moverla hacia atrás sosteniéndola por el respaldo y me acomodo con los brazos sobre el escritorio.
Irónico, de verdad, se siente como una bofetada del karma el sostener un periódico con la imagen brillante de mi madre al ser ascendida como ministra de defensa, lo que tardo en tirarlo a la primera papelera que encuentro es lo mismo que tarda Dave en aparecer con otro papel en el que la protagonista sigue siendo la mujer morena de ojos azules. Tengo que agradecer que no sea mi abuela la que ande reclamando dinero al producir propaganda como pudo hacer con los Powell sobre la entrevista que salió a finales del mes pasado sobre un padre que compartimos, no creo que pudiera mirar a la cara a Georgia si me entero de que también se beneficia de los logros de la mujer de quien recibió un bebé por dinero. Quizá tampoco me sorprendería, como no lo hacen muchas cosas hoy en día, estoy abierta a todo tipo de encuentros y nuevos cachetazos, que Rebecca pida por mí el mismo día en que se hace oficial su nueva potestad sobre todos nosotros es algo que no me despeina un solo cabello.
La noticia no me hace especial gracia, no espero que piense que por el hecho de tener ahora la autoridad como para despedirme vaya a ejercer de lame culos de su persona, que ni siquiera me doy prisa en hacerme presente en el ministerio de magia ante su llamado. — Supongo que tengo que darle la enhorabuena — que no espere mucho más de mí, no seré quien le traiga flores para adornar su bonito y nuevo despacho, ese mismo al que le doy un pequeño vistazo sin que se me cambie la expresión fría del rostro. Me muerdo la mejilla al sentir la tentación de murmurar que no tenemos nada de lo que hablar, más allá de lo estrictamente profesional que espero por mi bien no sean más que cuatro palabras en lo que queda de año si es que tengo que agachar la cabeza y acatar sus órdenes porque sé de sobra que vienen de arriba.
En su lugar, me reservo el suspiro que estaba guardando para más adelante al tomar asiento en una de las sillas que quedan frente a su escritorio, aunque estoy lejos de querer mantener una conversación, no despego mis ojos de su figura ni un solo segundo. No respondo a su comentario sobre verme en buena salud física, al igual que ella lo parece, y prefiero ignorar los recuerdos de lo que ocurrió en el departamento de misterios, pero no puedo evitar extender mi mandíbula al encontrarme con una pregunta para la que no tengo una respuesta inmediata. Por suerte para mí, ella no se detiene en su charla y continúa hablando hasta que vuelvo a cerrar la boca, sin mucho que añadir a su discurso porque por mucho que me pese reconocerlo, tiene razón. — No sabía que tenía una opinión sobre mí — atacar es todo lo que tengo, me doy cuenta cuando es lo único que escapa de mis labios tras esa discusión independiente y mi primer recurso es saltar a la yugular de otro, aunque sea con palabras que no tendrían por qué suponer un ataque personal, sé que para ella lo son.
— No voy a hablar por mis compañeros, principalmente porque desconozco si sus intereses van mucho más allá de lo que es estrictamente laboral, pero si pregunta por mí, mis expectativas son las de cualquier otro que tiene un mínimo de respeto por este país. — parece que me he tragado uno de los tomos de David cuando murmuro esas palabras, siendo consciente de que mi propio discurso suena más bien a manual estudiado por un estudiante de derecho que a mis propósitos en sí. Y es que en cuanto a mi madre se refiere, lo cierto es que prefiero mantenerla al margen de cualquiera motivación que pueda tener. La pena es que esas dos estén tan cerca ahora que ella se sienta ahí, sobre una silla que la coloca como uno de los altos cargos de Neopanem. — Trabajar en qué, exactamente — porque no sé si se escuchó a si misma al hablar, pero yo he escuchado una primera persona del plural en ese verbo que no me emociona en lo más mínimo.
La noticia no me hace especial gracia, no espero que piense que por el hecho de tener ahora la autoridad como para despedirme vaya a ejercer de lame culos de su persona, que ni siquiera me doy prisa en hacerme presente en el ministerio de magia ante su llamado. — Supongo que tengo que darle la enhorabuena — que no espere mucho más de mí, no seré quien le traiga flores para adornar su bonito y nuevo despacho, ese mismo al que le doy un pequeño vistazo sin que se me cambie la expresión fría del rostro. Me muerdo la mejilla al sentir la tentación de murmurar que no tenemos nada de lo que hablar, más allá de lo estrictamente profesional que espero por mi bien no sean más que cuatro palabras en lo que queda de año si es que tengo que agachar la cabeza y acatar sus órdenes porque sé de sobra que vienen de arriba.
En su lugar, me reservo el suspiro que estaba guardando para más adelante al tomar asiento en una de las sillas que quedan frente a su escritorio, aunque estoy lejos de querer mantener una conversación, no despego mis ojos de su figura ni un solo segundo. No respondo a su comentario sobre verme en buena salud física, al igual que ella lo parece, y prefiero ignorar los recuerdos de lo que ocurrió en el departamento de misterios, pero no puedo evitar extender mi mandíbula al encontrarme con una pregunta para la que no tengo una respuesta inmediata. Por suerte para mí, ella no se detiene en su charla y continúa hablando hasta que vuelvo a cerrar la boca, sin mucho que añadir a su discurso porque por mucho que me pese reconocerlo, tiene razón. — No sabía que tenía una opinión sobre mí — atacar es todo lo que tengo, me doy cuenta cuando es lo único que escapa de mis labios tras esa discusión independiente y mi primer recurso es saltar a la yugular de otro, aunque sea con palabras que no tendrían por qué suponer un ataque personal, sé que para ella lo son.
— No voy a hablar por mis compañeros, principalmente porque desconozco si sus intereses van mucho más allá de lo que es estrictamente laboral, pero si pregunta por mí, mis expectativas son las de cualquier otro que tiene un mínimo de respeto por este país. — parece que me he tragado uno de los tomos de David cuando murmuro esas palabras, siendo consciente de que mi propio discurso suena más bien a manual estudiado por un estudiante de derecho que a mis propósitos en sí. Y es que en cuanto a mi madre se refiere, lo cierto es que prefiero mantenerla al margen de cualquiera motivación que pueda tener. La pena es que esas dos estén tan cerca ahora que ella se sienta ahí, sobre una silla que la coloca como uno de los altos cargos de Neopanem. — Trabajar en qué, exactamente — porque no sé si se escuchó a si misma al hablar, pero yo he escuchado una primera persona del plural en ese verbo que no me emociona en lo más mínimo.
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—No la necesito si no es una enhorabuena sincera— contesto rápidamente, deteniendo todo amago de caer en modales banales, que palabras huecas las he escuchado toda la vida como para continuar gastando mis oídos en estas y darle a la vez un margen para que en comentarios inútiles haga sentir su tono de descontento por encontrarse compartiendo cuatro paredes conmigo. He puesto mis ojos en ella, no pienso retirarlos porque se le haga insoportable, nada indica que nuestros caminos puedan abrirse para ir paralelos como fue hasta hace poco tiempo, así que prefiero colocarla bajo mi mirada a estar encontrándomela tirada en cada escenario en el que nos toque librar una batalla con los rebeldes que no vacilaron en meterse en una de las alas más restringidas del ministerio de magia.
—Trato de estar al tanto de todo lo que me compete y ese campo se amplió al ser nombrada ministra, incluye hacerme una opinión sobre ti— digo, hago girar una lapicera que encuentro entre mis dedos y es la que uso para hincarla en la madera del escritorio como una insinuación de lo que será mi respuesta. —La próxima vez que te toque atacar a un rebelde con tu varita te quiero ver torturándolo— lo digo sin vueltas, —y si te atacan al punto de dejarte casi inconsciente en el suelo, no quiero que dudes en asesinarlos. Eres tú o son ellos— la rotundidad con la que digo esta frase que debería repetirse desde el primer año del Royal, trato de que cale en la cómoda apatía en que puedo verla. —No sé qué carajos es eso de un mínimo respeto por este país, porque no me dice nada. Si piensas llenar tu uniforme de auror con esas palabras, mejor lo devuelves a tu casillero y te vas a tu casa a prepararte una taza de té— con mis ojos la obligo a quedarse donde está, la lapicera tiene que sufrir la presión de mis dedos al aguardar de su parte una reacción que me diga que lo está entendiendo. —No lo digo para incitarte a que renuncies— se lo aclaro, no estoy abusando de la autoridad de esta silla para hacerla a un lado. —Solo quiero que sobrevivas a esta guerra.
—Trato de estar al tanto de todo lo que me compete y ese campo se amplió al ser nombrada ministra, incluye hacerme una opinión sobre ti— digo, hago girar una lapicera que encuentro entre mis dedos y es la que uso para hincarla en la madera del escritorio como una insinuación de lo que será mi respuesta. —La próxima vez que te toque atacar a un rebelde con tu varita te quiero ver torturándolo— lo digo sin vueltas, —y si te atacan al punto de dejarte casi inconsciente en el suelo, no quiero que dudes en asesinarlos. Eres tú o son ellos— la rotundidad con la que digo esta frase que debería repetirse desde el primer año del Royal, trato de que cale en la cómoda apatía en que puedo verla. —No sé qué carajos es eso de un mínimo respeto por este país, porque no me dice nada. Si piensas llenar tu uniforme de auror con esas palabras, mejor lo devuelves a tu casillero y te vas a tu casa a prepararte una taza de té— con mis ojos la obligo a quedarse donde está, la lapicera tiene que sufrir la presión de mis dedos al aguardar de su parte una reacción que me diga que lo está entendiendo. —No lo digo para incitarte a que renuncies— se lo aclaro, no estoy abusando de la autoridad de esta silla para hacerla a un lado. —Solo quiero que sobrevivas a esta guerra.
Pues si no la necesita, perfecto para mí, porque no era mi intención vestirme de una falsa modestia al felicitar a mi madre por su nuevo puesto laboral, es tan consciente como yo de que si eso era lo que esperaba en su primer día de trabajo, tendría que haber llamado a otro, Romanov mismamente si tanta admiración tiene de repente por la hija mayor de Helmuth. O quizás debería entenderlo como lo contrario, no me cuesta pensar que Rebecca utilizaría esta oportunidad para callar un par de bocas, David me dijo una vez que no era precisamente una mujer con amigos en la isla ministerial. — En ese caso me encantaría escucharla. — no que vaya a importarme demasiado, o siquiera cambiar un ápice de lo que soy, su opinión sobre mí, pero siendo que somos dos personas tan distintas y similares a la vez, se me hace curioso la visión que podría tener de mí. Solo espero que sea cuidadosa, que las dos sabemos que no he heredado solo su aspecto físico, sino también su temperamento, quiero pensar que eso lo he recibido también de su parte, y no de la otra mitad en la que ni se me apetece pensar en día corriente.
No me deja indiferente su intención, que me llega tan directa que tengo que esperar a que siga hablando para hacerme una idea de lo que está pidiendo. — En la academia no estamos familiarizados con las maldiciones imperdonables — no es un secreto, se conoce que Weynart pasó del departamento hasta el punto en que otros aurores seguían un entrenamiento individual y es evidente que Monroe como jefa de aurores tampoco hizo un muy buen trabajo con nosotros si la despidieron tan pronto. De Richards no es que tenga una opinión muy formada todavía, pero se ve tan joven que hasta yo podría aspirar a su puesto en un par de años. — Si quiere que los aurores empecemos un entrenamiento para dominarlas, no es algo que tenga que hablar conmigo, sino con Richards. No tengo problema en utilizarlas, pero no soy tan idiota como para creer que todo el mundo es capaz de conjurarlas, ni siquiera un imperius. — y creo que ahí es donde radica el problema, que no se le da la importancia que podría tener en combate porque requiere de un esfuerzo que la mayoría no está dispuesto a dar.
Dejo a un lado sus comentarios sobre tazas de té, que para tazas de café ya tengo a Dave en casa, para centrarme más en lo que dice después. — Puedo cuidar de mí misma, gracias, no te necesito preocupándote por mí, las dos sabemos que no sería más que una fachada. Pero si te refieres a la supervivencia de todos los aurores, supongo que no es a mí a quién debes acudir. — alguna vez debería dejar el orgullo a un lado, el resentimiento hacia ella probablemente también, pero parece que hoy no va a ser el día para eso.
No me deja indiferente su intención, que me llega tan directa que tengo que esperar a que siga hablando para hacerme una idea de lo que está pidiendo. — En la academia no estamos familiarizados con las maldiciones imperdonables — no es un secreto, se conoce que Weynart pasó del departamento hasta el punto en que otros aurores seguían un entrenamiento individual y es evidente que Monroe como jefa de aurores tampoco hizo un muy buen trabajo con nosotros si la despidieron tan pronto. De Richards no es que tenga una opinión muy formada todavía, pero se ve tan joven que hasta yo podría aspirar a su puesto en un par de años. — Si quiere que los aurores empecemos un entrenamiento para dominarlas, no es algo que tenga que hablar conmigo, sino con Richards. No tengo problema en utilizarlas, pero no soy tan idiota como para creer que todo el mundo es capaz de conjurarlas, ni siquiera un imperius. — y creo que ahí es donde radica el problema, que no se le da la importancia que podría tener en combate porque requiere de un esfuerzo que la mayoría no está dispuesto a dar.
Dejo a un lado sus comentarios sobre tazas de té, que para tazas de café ya tengo a Dave en casa, para centrarme más en lo que dice después. — Puedo cuidar de mí misma, gracias, no te necesito preocupándote por mí, las dos sabemos que no sería más que una fachada. Pero si te refieres a la supervivencia de todos los aurores, supongo que no es a mí a quién debes acudir. — alguna vez debería dejar el orgullo a un lado, el resentimiento hacia ella probablemente también, pero parece que hoy no va a ser el día para eso.
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—A la academia le hace falta una buena sacudida desde los cimientos— digo sin vueltas, para ponerme a criticar a todo lo que está mal en el Capitolio y el ministerio puedo comenzar hoy y terminar mañana, quizás pasado mañana. —Me enteré que a Kendrick Black y a sus amigos de escuela no les tembló el pulso para torturar a nuestros aurores. Sus frases de que no tienen intención de dañar quedan en la boca cuando les toca alzar la varita— escupo, que el discurso de ser quienes quieren un mundo ideal queda flotando como palabras en el aire porque no los veo usando bandadas de palomas para usurpar distritos. Si tienen que destruir instituciones, lo hacen. Si tienen que asesinar gente, lo hacen. Mis cejas al arquearse cuestionan esa excusa que me arroja de que no todos son capaces de emplear esas maldiciones. —Ingrid Helmuth fue torturada por Black. Yo misma vi como este muchacho, Overstrand, era capaz de conjurar un cruciatus. ¿Crees que nuestros aurores más jóvenes deberían volver a primer año del Royal, Lancaster?— y ella, por supuesto, esta incuida en ese grupo.
He sabido cómo le fue a Richards con los rebeldes esta última vez como para darle indicaciones de cómo hacer su trabajo, demostró ser una buena duelista y ojalá esté a la altura del cargo, dando por fin una estabilidad al cuerpo de aurores que se ha convertido en un chiste para los ciudadanos. —No soy del tipo que vaya a usar intermediarios para decirle a cada uno lo que espero de ustedes, Richards sabrá que decirles como jefa de ese departamento. Yo te estoy hablando directamente a ti, — digo, clavo el codo en mi escritorio para apuntarla con mi dedo índice. —Tomalo como un trato preferencial por ser la primera a la que llame, seguirán los demás. No voy a sentarme en este sillón para mirar desde aquí como son puestos en ridículo o caen como malditas piezas de dominó— escupo, sin poder creer todavía que Jack Tyler esté entre los que se cuentan muertos, cuando era quien podía hacer frente al mismo Benedict Franco, a quien tenerlo en el escuadrón es como tener a un perro que podría contagiar de rabia al resto.
—Lancaster— la interrumpo de lleno cuando se pone en sus treces, negándose a escucharme solo porque el resentimiento puede más que la evidencia de que necesita tomarse esto en serio y con gravedad si no quiere sumarse a la lista patética de héroes caídos de Neopanem. De todas las cosas, ¿hacía falta que heredara eso de mí? —El hecho de que tu vida haya ido paralela a la mía todos estos años, pudo habernos permitido vivir cada una por nuestra cuenta y desconocer de lo que fue de la otra. Pero si te tengo correteando bajo mis narices y viendo como terminas en camillas cada dos por tres, no voy a apartar la mirada. Desde el primer momento lo único que quise es que vivieras y sobrevivieras, así que no voy a quedarme viendo como caes en medio de esta guerra de mierda— sostengo con fiereza, mis puños tensos al cerrarse, a punto estoy de golpear el escritorio. —Actúa como una adulta y encargarte de sobrevivir. No me hagas actuar como la madre que las dos sabemos que no soy y tenga que ir a hablar con Richards para que te meta en un cuarto a entrenar de lunes a lunes.
He sabido cómo le fue a Richards con los rebeldes esta última vez como para darle indicaciones de cómo hacer su trabajo, demostró ser una buena duelista y ojalá esté a la altura del cargo, dando por fin una estabilidad al cuerpo de aurores que se ha convertido en un chiste para los ciudadanos. —No soy del tipo que vaya a usar intermediarios para decirle a cada uno lo que espero de ustedes, Richards sabrá que decirles como jefa de ese departamento. Yo te estoy hablando directamente a ti, — digo, clavo el codo en mi escritorio para apuntarla con mi dedo índice. —Tomalo como un trato preferencial por ser la primera a la que llame, seguirán los demás. No voy a sentarme en este sillón para mirar desde aquí como son puestos en ridículo o caen como malditas piezas de dominó— escupo, sin poder creer todavía que Jack Tyler esté entre los que se cuentan muertos, cuando era quien podía hacer frente al mismo Benedict Franco, a quien tenerlo en el escuadrón es como tener a un perro que podría contagiar de rabia al resto.
—Lancaster— la interrumpo de lleno cuando se pone en sus treces, negándose a escucharme solo porque el resentimiento puede más que la evidencia de que necesita tomarse esto en serio y con gravedad si no quiere sumarse a la lista patética de héroes caídos de Neopanem. De todas las cosas, ¿hacía falta que heredara eso de mí? —El hecho de que tu vida haya ido paralela a la mía todos estos años, pudo habernos permitido vivir cada una por nuestra cuenta y desconocer de lo que fue de la otra. Pero si te tengo correteando bajo mis narices y viendo como terminas en camillas cada dos por tres, no voy a apartar la mirada. Desde el primer momento lo único que quise es que vivieras y sobrevivieras, así que no voy a quedarme viendo como caes en medio de esta guerra de mierda— sostengo con fiereza, mis puños tensos al cerrarse, a punto estoy de golpear el escritorio. —Actúa como una adulta y encargarte de sobrevivir. No me hagas actuar como la madre que las dos sabemos que no soy y tenga que ir a hablar con Richards para que te meta en un cuarto a entrenar de lunes a lunes.
Puedo ser muchas cosas, testaruda es una de ellas, pero cuando se trata de mi madre… Podríamos pasarnos toda la tarde dándonos golpes contra la pared que soy consciente de que ni aun así ninguna soltaría prenda. Mucho tiene que ocurrir para que eso cambie en un tiempo cercano, más bien lejano. — Eres ministra, hazlo — es lo único que puedo decir al respecto, que para quejarse ya tuvimos a cierto ministro y muchos jefes de escuadrón de aurores, pero cuando llega el momento de la verdad, ninguno parece hacer nada para mejorar la situación. Mi madre debería empezar a dejar de quejarse conmigo y hacer todo lo que tiene planeado, en lugar de estar aquí. — Crecieron en entornos salvajes, criados por salvajes. — me limito a contestar, como si fuera mi culpa ahora que los seguidores de Black tienen más agallas que la mitad de los aurores de la seguridad del país. — No, pero para que las cosas cambien entre los aurores primero deberían cambiar las cosas desde arriba. Nadie se toma en serio su trabajo porque parece que ni siquiera las personas como tú se lo toman en serio — y no, no estoy hablando de ella, sino de los que se sentaron en ese lugar antes que ella. — No puedes pretender exigirle a una persona algo cuando ni los que se supone que tiene que ser modelos para el resto lo hacen.
Levanto apenas la vista de su dedo cuando me señala, pasando por encima cualquier comentario preferencial que no deseo viniendo de ella, que si no suelto un “qué honor” sarcástico por ser la primera que llama es porque todavía le tengo aprecio a mi trabajo. Sí me permito bufar por lo que le sigue después. — Puede seguir manteniéndose así por mucho más tiempo — pido en medio de su discurso, nada me haría más feliz que eso, en realidad, que nuestras vidas fueron y deben seguir siendo paralelas es algo que ninguna de las dos puede tener en duda, que intente camuflarlo como deber laboral no nos engaña a ninguna sobre falsas preocupaciones. Si algo puede decir que he heredado de ella, es su inquebrantable orgullo al que no le van a pisar jamás, que utilice la palabra corretear como si tuviera diez años pisotea el mío más de lo que debería. — Nunca te he querido vigilándome las espaldas, por mí puedes apartar la mirada, que de mi supervivencia me encargo única y exclusivamente yo. Lo que tenga que hacer para ello tampoco es asunto tuyo, más allá de lo estrictamente profesional que, por desgracia, nos hace tener que mantener una relación laboral. — puedo sostenerle la mirada a ella, también a su enojo que puedo sentir crecer en sus ojos, de alguna manera ridícula es como verme a mí misma en el espejo. — Si quieres que, como miembro de la defensa civil del país, torture a un chico la próxima vez que se presente la oportunidad, de acuerdo, lo haré. El mínimo respeto que te tengo es porque te sientas ahí y no porque seas mi madre, así que lo de actuar como una frente a Richards te lo puedes guardar para alguien que verdaderamente le importe — a mí está claro que no.
Levanto apenas la vista de su dedo cuando me señala, pasando por encima cualquier comentario preferencial que no deseo viniendo de ella, que si no suelto un “qué honor” sarcástico por ser la primera que llama es porque todavía le tengo aprecio a mi trabajo. Sí me permito bufar por lo que le sigue después. — Puede seguir manteniéndose así por mucho más tiempo — pido en medio de su discurso, nada me haría más feliz que eso, en realidad, que nuestras vidas fueron y deben seguir siendo paralelas es algo que ninguna de las dos puede tener en duda, que intente camuflarlo como deber laboral no nos engaña a ninguna sobre falsas preocupaciones. Si algo puede decir que he heredado de ella, es su inquebrantable orgullo al que no le van a pisar jamás, que utilice la palabra corretear como si tuviera diez años pisotea el mío más de lo que debería. — Nunca te he querido vigilándome las espaldas, por mí puedes apartar la mirada, que de mi supervivencia me encargo única y exclusivamente yo. Lo que tenga que hacer para ello tampoco es asunto tuyo, más allá de lo estrictamente profesional que, por desgracia, nos hace tener que mantener una relación laboral. — puedo sostenerle la mirada a ella, también a su enojo que puedo sentir crecer en sus ojos, de alguna manera ridícula es como verme a mí misma en el espejo. — Si quieres que, como miembro de la defensa civil del país, torture a un chico la próxima vez que se presente la oportunidad, de acuerdo, lo haré. El mínimo respeto que te tengo es porque te sientas ahí y no porque seas mi madre, así que lo de actuar como una frente a Richards te lo puedes guardar para alguien que verdaderamente le importe — a mí está claro que no.
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—No vayas por ese lado— la prevengo con un tono de advertencia, —porque exactamente eso es lo que han dicho todos los que ocuparon sillones de poder en el ministerio. «Son unos salvajes, se han criado como salvajes». Y quizás por eso han tenido que poner a una licántropo a cargo, para hacer frente a esos que consideran salvajes, así que déjame aclararte algo…— digo, me apoyo en las palmas de mi mano sobre mi escritorio para inclinarme hacia el frente, mis ojos fijos en ella con la orden de que me escuche porque este no será un comentario que pretende reprenderla, sino aconsejarla. —Decir que son salvajes es subestimarlos, es colocarte por encima de ellos con una supuesta pulcritud, que al honorable cuerpo de aurores le vale de nada conservar— sigo, mis dedos se entrelazan por encima de la superficie ausente de papeles, —y esa gente no hace más que mirarnos a los ojos, a una misma altura, haciendo que seamos nosotros los que caemos al suelo, los que quedamos abajo. No me importa cuántas veces tenga que caer, sé cómo levantarme. Pero si ahora estoy al frente, quiero que todos sepan también cómo deben hacerlo y que al hacerlo, ataquen— ni siquiera se trata de mí, mi trabajo nunca se ha tratado de mí, es el pago a Magnar por todo lo demás y sí, yo sí le estoy agradecida, aunque más de un bastardo salido de la misma basura que todos se precia criticándolo. ¿Esos son los cambios desde arriba que espera?
Todo lo que quiero hacer es gritarle que reaccione, ataque, si la han lastimado, ella debe herir aún más hondo, las ordenes que puedo darle desde la silla en la que me encuentro para encargarme de que la única persona que tiene mi sangre no caiga como he visto caer a tantos. Poco me importa salir indemne del camino que estoy haciendo, no le veo un final desde donde estoy parada, pero si traje a una hija a este jodido mundo espero que sea para que se aferre a la vida a costa de lo que sea. Muevo mis dedos sobre la madera del escritorio en un tamborileo suave, muda a su nuevo intento de devolverme todo lo que le digo, no recuerdo haber tenido nunca una imagen de relación entre padres e hijos que me valga de ejemplo, la única que tuve fue con un hombre al que llamaba padre y era una sombra en mi vida. Busco y no encuentro nada que me sirva para callar lo que considero rabia de su parte por cosas que nada tienen que ver con lo laboral, donde ella dice tener que dejarlo. Si en verdad esta es su manera de comportarse con cualquiera que tenga autoridad sobre ella, me sorprende que sea auror, dentro de una jerarquía que se basa en estas relaciones de poder donde una respuesta así de impertinente lleva un sumario. —No, lamentablemente no tengo a nadie que pueda importarle si actúo o no como tu madre, tampoco es como si hablara con tu padre cada fin de semana para echarnos la culpa de tus defectos de carácter y tu especial grosería— lo digo porque obviamente le molesta la mención de este parentesco que es ella quien evoca una y otra vez, haciéndolo tan doméstico como ha dejado en claro que nunca será para nosotros. —Me basta con que digas que lo harás— vuelvo al tema anterior y acabo el repiqueteo de mis dedos con un único y fuerte golpe. —Te veré el viernes en la sala de entrenamientos de la base, practicaremos allí. Una cosa más, Lancaster…— la detengo por si toma la primera salida que tiene para irse, —¿cuándo te han dicho que es tu cumpleaños?
Todo lo que quiero hacer es gritarle que reaccione, ataque, si la han lastimado, ella debe herir aún más hondo, las ordenes que puedo darle desde la silla en la que me encuentro para encargarme de que la única persona que tiene mi sangre no caiga como he visto caer a tantos. Poco me importa salir indemne del camino que estoy haciendo, no le veo un final desde donde estoy parada, pero si traje a una hija a este jodido mundo espero que sea para que se aferre a la vida a costa de lo que sea. Muevo mis dedos sobre la madera del escritorio en un tamborileo suave, muda a su nuevo intento de devolverme todo lo que le digo, no recuerdo haber tenido nunca una imagen de relación entre padres e hijos que me valga de ejemplo, la única que tuve fue con un hombre al que llamaba padre y era una sombra en mi vida. Busco y no encuentro nada que me sirva para callar lo que considero rabia de su parte por cosas que nada tienen que ver con lo laboral, donde ella dice tener que dejarlo. Si en verdad esta es su manera de comportarse con cualquiera que tenga autoridad sobre ella, me sorprende que sea auror, dentro de una jerarquía que se basa en estas relaciones de poder donde una respuesta así de impertinente lleva un sumario. —No, lamentablemente no tengo a nadie que pueda importarle si actúo o no como tu madre, tampoco es como si hablara con tu padre cada fin de semana para echarnos la culpa de tus defectos de carácter y tu especial grosería— lo digo porque obviamente le molesta la mención de este parentesco que es ella quien evoca una y otra vez, haciéndolo tan doméstico como ha dejado en claro que nunca será para nosotros. —Me basta con que digas que lo harás— vuelvo al tema anterior y acabo el repiqueteo de mis dedos con un único y fuerte golpe. —Te veré el viernes en la sala de entrenamientos de la base, practicaremos allí. Una cosa más, Lancaster…— la detengo por si toma la primera salida que tiene para irse, —¿cuándo te han dicho que es tu cumpleaños?
Alzo una ceja de que se llame a sí misma como lo que es por esa condición que carga desde hace vaya a saber cuanto tiempo, es una de esas preguntas que no me molestaré en averiguar. Me basta con verla ocupando el puesto que sustenta, por conveniencia de algunos, no soy la única que piensa que hubo algo más allá del profesionalismo lo que tuvo que ver con su ascenso, pero no acostumbro a meterme dentro de los cotilleos que tienen lugar en los pasillos de la base. — No los estoy subestimando, sé de sobra que están hechos de otra pasta, el problema en la base es que ninguno de los aurores está preparado para eso. Se demostró en la alcaldía, y en el departamento de misterios otra vez. Siempre nos toman por sorpresa, saben a lo que van y a lo que se enfrentan, a diferencia de nosotros. — no pretendo que suene como una excusa, sino puntualizar el error de base del que partimos todos, hasta ella, que puede hablar de mí misma, pero tampoco puede decir que haya salido victoriosa de todos sus enfrentamientos. Por no mencionar que estos criminales con los que tratamos no tienen problema alguno en atacar civiles si se les cruzan por el medio, lo cual dista mucho de su mensaje inicial sobre no querer dañar a nadie. — Pero si es lo que quieres y como crees que podemos ganar, atacaremos con todo la próxima vez. — acepto, desde la posición en la que estoy es lo único que puedo hacer y suficiente ridículo hemos hecho ya como para contradecir su palabra, incluso cuando su título de madre hace que sea lo único que quiera hacer.
Se me escapa una sonrisa sarcástica ante la mención inesperada de Hermann, parece que lo hace a propósito y no soy estúpida, probablemente lo haga. — Me encantaría decir que es la genética, pero prefiero adjudicarlo a mi crianza antes que relacionarlo con alguno de los dos — la curva de mis labios se ensancha sin llegar a mostrar mis dientes, como una burla a su propio comentario, hasta perder el gesto apenas unos segundos después. No me considero un rayo de sol, ni mucho menos, pero la indiferencia y rabia con la que suelo hablar cuando está presente es solo producto de esa estrecha relación que nos une y sabe que detesto, tanto como para no querer que sea mencionado, ni siquiera por ella que sería la única con derecho a hacerlo. Pero digamos que el derecho lo perdió cuando decidió venderme a otras personas. Mi cuerpo hace un amago de sobresaltarse tras ese golpe a la mesa a pesar de quedarme en mi lugar, mis ojos pasean de sus manos a su rostro con velocidad. — Tú. Y yo. — lo digo tan despacio para que ella misma se de cuenta de la equivocación en sus palabras, por si no lo había notado. — No pienso que sea la mejor de tus ideas, ¿no crees? — porque sabe como provocarme, puedo decir en la fecha de hoy, que entrenar juntas no es una opción que se me apetezca, o que se le pueda antojar a ella. No me espero la última pregunta, tan salida del tema que estamos tratando, cuando ya estaba dispuesta a marcharme, y por un segundo tengo que parpadear mientras me tomo un segundo para recapacitar la pregunta, como si no hubiera escuchado bien. — En cinco días — se nota la nula emoción en mi cara, ¿verdad?
Se me escapa una sonrisa sarcástica ante la mención inesperada de Hermann, parece que lo hace a propósito y no soy estúpida, probablemente lo haga. — Me encantaría decir que es la genética, pero prefiero adjudicarlo a mi crianza antes que relacionarlo con alguno de los dos — la curva de mis labios se ensancha sin llegar a mostrar mis dientes, como una burla a su propio comentario, hasta perder el gesto apenas unos segundos después. No me considero un rayo de sol, ni mucho menos, pero la indiferencia y rabia con la que suelo hablar cuando está presente es solo producto de esa estrecha relación que nos une y sabe que detesto, tanto como para no querer que sea mencionado, ni siquiera por ella que sería la única con derecho a hacerlo. Pero digamos que el derecho lo perdió cuando decidió venderme a otras personas. Mi cuerpo hace un amago de sobresaltarse tras ese golpe a la mesa a pesar de quedarme en mi lugar, mis ojos pasean de sus manos a su rostro con velocidad. — Tú. Y yo. — lo digo tan despacio para que ella misma se de cuenta de la equivocación en sus palabras, por si no lo había notado. — No pienso que sea la mejor de tus ideas, ¿no crees? — porque sabe como provocarme, puedo decir en la fecha de hoy, que entrenar juntas no es una opción que se me apetezca, o que se le pueda antojar a ella. No me espero la última pregunta, tan salida del tema que estamos tratando, cuando ya estaba dispuesta a marcharme, y por un segundo tengo que parpadear mientras me tomo un segundo para recapacitar la pregunta, como si no hubiera escuchado bien. — En cinco días — se nota la nula emoción en mi cara, ¿verdad?
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Procuro que no se me note cuando el cambio en su tono y la repuesta que me da, hace que sienta que por fin podemos entablar una conversación en la que no estoy golpeando una pared en la que nunca se abre una maldita puerta para que me escuche, que me escuche para recibir el único que puede recibir de mi parte y que le pueda ser de utilidad para todo lo que se viene, que no es distinto a todo lo que ha venido sucediendo. Pero ha decidido pararse en la primera línea de batalla, por más que podría haber elegido quedarse dentro de la comodidad de la vida que alguien pagó para darle, sigo creyendo que no ha valorado lo suficiente su suerte, una discusión sobre la que no volveré porque acepta ser y hacer lo que se necesita para ser quienes ganen esta guerra. —Es lo que espero que hagas— digo secamente, necesito que mi voz no transmita nada cuando añado: —pero asegúrate de seguir viva al final. Necesito soldados, no mártires de este lado—. Eso se lo dejamos a ellos con su supuesta blanca moral y sacrificio.
Lo último que me falta es que tome mis palabras como si le estuviera pidiendo actos heroicos que no me interesan, le estoy hablando de sobrevivir a estas circunstancias, morir por la causa se lo dejo a los crédulos. Espero que en los momentos en que tenga que tomar decisiones de tipo, su instinto de supervivencia sí responda a su genética, como lo hizo alguna vez, cuando no era consciente de la vida misma y se aferraba a esta para nacer tras los meses de martirio que duró un embarazo que no quiero rememorar. Culpa de los Lancaster entonces por su carácter, dentro de todo sigue siendo una crianza de privilegio, mejor de la que podría haberle dado yo y los otros hijos de Hermann podrán dar testimonio de que con él se vive un infierno, que por cierto lo hicieron, también hubo una entrevista publicada que asumo habrá leído. —¿Por qué no?— interrogo, cuestiono su opinión que no es una buena idea entrenar juntas. —Hay cosas en la vida con las que si te ves obligada a convivir, no sirve de nada evadirlas, te las sigue encontrando. Así que no queda de otra que darte la vuelta, pararte delante y mostrar tu cara— la instruyo. —A todo lo que te sigue como una sombra, también a lo que te da miedo, lo espantas mostrando tu cara y gritando fuerte—. Echo mi silla hacia atrás para ponerme de pie, mi semblante es un reflejo de la falta de expresividad en su rostro al continuar. —Entonces no calculé mal, nos vemos el viernes— repito a modo de despedida. —Puedes retirarte.
Lo último que me falta es que tome mis palabras como si le estuviera pidiendo actos heroicos que no me interesan, le estoy hablando de sobrevivir a estas circunstancias, morir por la causa se lo dejo a los crédulos. Espero que en los momentos en que tenga que tomar decisiones de tipo, su instinto de supervivencia sí responda a su genética, como lo hizo alguna vez, cuando no era consciente de la vida misma y se aferraba a esta para nacer tras los meses de martirio que duró un embarazo que no quiero rememorar. Culpa de los Lancaster entonces por su carácter, dentro de todo sigue siendo una crianza de privilegio, mejor de la que podría haberle dado yo y los otros hijos de Hermann podrán dar testimonio de que con él se vive un infierno, que por cierto lo hicieron, también hubo una entrevista publicada que asumo habrá leído. —¿Por qué no?— interrogo, cuestiono su opinión que no es una buena idea entrenar juntas. —Hay cosas en la vida con las que si te ves obligada a convivir, no sirve de nada evadirlas, te las sigue encontrando. Así que no queda de otra que darte la vuelta, pararte delante y mostrar tu cara— la instruyo. —A todo lo que te sigue como una sombra, también a lo que te da miedo, lo espantas mostrando tu cara y gritando fuerte—. Echo mi silla hacia atrás para ponerme de pie, mi semblante es un reflejo de la falta de expresividad en su rostro al continuar. —Entonces no calculé mal, nos vemos el viernes— repito a modo de despedida. —Puedes retirarte.
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