The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Katerina L. Romanov
No tengo permitido hacer muchas preguntas con respecto a lo que ocurrió en el departamento de Misterios hace ya algunas semanas, mamá dice que es confidencial a pesar de que las noticias al día siguiente del ataque no tardaron mucho en informar a los ciudadanos sobre lo que había ocurrido. Obvio que se dejaron muchos detalles por ahí y son los que precisamente tienen un mayor grado de interés. He tenido que mantener la guardia baja durante los días en los que prácticamente toda mi familia se estuvo recuperando de las lesiones, así que no he podido atacar a mi madre con preguntas quisquillosas con intención de enterarme de algo más para contarle a Brian. En realidad, lo que más me preocupó en su día era que estuvieran todos bien y a salvo, que se recuperaran lo antes posible y está claro que hay un miembro en esta casa que lo ha hecho ya, porque mamá es de esas personas que no se tomarían ni un día libre más de los que le corresponden.

Lo compruebo cuando escucho ruidos procedentes de mi habitación tras llegar de un paseo largo por nuestro barrio con Milo, a quién dejo libre apenas he cerrado la verja de la casa y me hago pasar por la puerta. He llegado a desarrollar un sexto sentido cuando se trata de mi madre, acostumbrada a que revuelva entre mis cosas porque según ella no está lo suficientemente ordenado. Lo reconozco, mi habitación no es la que mejor luce de la casa, no con las habitaciones vacías de mis hermanos al otro lado del pasillo como comparativa, pero no sé lo que podía esperar mi madre de una adolescente que está por descubrir el paradero de la piedra filosofal después de años de pura investigación científica y académica. Vamos, que nadie me puede decir que los papeles anclados en mi pared, carpetas sobre mi escritorio y lápices de colores por doquier no son un ejemplo claro de mi duro trabajo.

NOOOOOOOOOOO. MAMÁ — la reprendo cuando la veo sobre mi escritorio, sujetando el cuaderno. Sí, ese que Brian y yo utilizamos para apuntar toda la información que hemos ido recopilando sobre el asunto del señor x, que incluyen algunas declaraciones de la tía Sigrid sobre lo estirada que es mamá cuando se trata de papá, lo cual nos quiso dar una pista de que era algo probable que le hubiera puesto los cuernos. Y aun así, muchos datos no nos cuadraban, por lo que seguimos con la investigación, esa que claramente, es confidencial. — MAMÁ, ESO NO ES TUYO PARA LEER. ¿POR QUÉ HURGASTE ENTRE MIS COSAS? — le arrebato la agenda antes de que pueda leer una palabra más y la escondo detrás de mi espalda, observándola con obvia expresión de enfado.
Katerina L. Romanov
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El consejo de mi marido de que me retire del cuerpo de aurores como respuesta a una retahíla de quejas por la frustración de haber perdido a los rebeldes, cuando lo teníamos en el punto de supuesta mayor seguridad del ministerio, recibe de mi parte una mirada de pocos amigos y es lo que zanja definitivamente ese tema de conversación luego de estar en una semana haciendo críticas mientras me cepillo los dientes en las mañanas. Mis hijos mayores son mi reflejo más fiel cuando nos reincorporamos a las actividades de la base de seguridad como si nada hubiera pasado, como si Luka no hubiera sido lastimado gravemente por esos salvajes, todavía no puedo tragar esa rabia que se queda como un nudo molesto en mi garganta y necesito sacar, en lo posible, lanzándole un crucio a Black o a cualquiera de su pandilla de criminales.

Tengo que reconocer, por enésima vez, que mi hija menor es el reflejo más fiel de su padre con su fanatismo por la alquimia cubriendo las paredes de su dormitorio y el caos de ropas tiradas que él describiría como creatividad, energía desbordada, para justificar a su favorita. Chasqueo la lengua cuando Milo abandona la comodidad de la cama donde estaba despatarrado como un vago, para asumir su postura de soldado al sentarse en el suelo y dejando que prosiga con mi inspección. Levanto algunas prendas con las puntas de mis dedos, otras con la ayuda de mi varita y una por una van volviendo a los lugares que le corresponden, los cajones se abren, se dobla la prenda, se cierran. Los papeles se van apilando en una punta de su escritorio y como buena madre que soy, agarro el cuaderno que identifico como ese donde toma sus notas. Espero que me brinde alguna pista sobre la niña cuyas preguntas podrían cambiar de tono en cualquier momento ¡y antes larva que permitir que Siggy sea la que instruya a Katerina! ¡Antes prefiero ser una larva!

Mis ojos se desplazan por el lío de flechas que unen una idea con otra, paso las páginas hasta dar con el nombre de Luka en una de estas y también el de Lex, suspiro al suponer que pueda estar tramando algo sobre sus hermanos con Brian. Pero la flecha de Luka lo une a un tal señor X y tengo la misma duda que ella sobre ese hombre incógnita cuando miro hacia la puerta al abrirse. —¿Es qué tiene secretos con tu madre, Kitty?— pregunto, perdiendo el cuaderno por su arrebato y se arquea mi ceja al juzgarla por ese movimiento sospechoso. —Si hay una persona en el mundo a quien puedes contarle todo soy yo— ese ha sido siempre mi lema de campaña como madre de esta casa que se basa en la confianza y la unión, es mejor que ellos me cuenten lo que sea y fortalecer la confianza, a que yo me entere luego con mis bien conocidos métodos. Claramente esta es una relación unilateral de poder, si hay cosas que yo considero que se deben callar por el bien de esta casa, quedan muertas en el silencio… y ese tal señor X, seguirá siendo X para Luka toda su vida.
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Katerina L. Romanov
¡No si todavía se hará la tonta! La cara de indignación que se me planta en las facciones debe de ser muy obvia cuando se me cae la mandíbula y solo puedo que hacer aspavientos con mis manos, con la boca abierta como si en serio no pudiera creerlo. Claro que lo hago, es mi madre, la conozco por haber tenido que crecer con esta faceta suya de Doña Perfecta. — ¡Pues claro que tengo secretos! Es parte de ser adolescente, mamá, tengo trece años, ya pertenezco a ese grupo social. — solo me tiene que bajar la regla y ya podré unirme al club de las chicas de clase a las que le han salido tetas y culo y no están planas como una tabla como yo. Que no es que sea mi mayor preocupación ahora mismo, no tengo ganas de aprender a utilizar un tampón, loquequieraqueseaeso, menos hacerlo de mi madre que ya se mete suficiente entre mis cosas, ¡por si esto no fuera un ejemplo claro de eso!

Si hay una persona en el mundo a quien puedo contarle todo definitivamente no es ella, la tía Sigrid haría un mejor intento de eso, si voy a ser honesta… — ¡Mamá! ¡Cuántas veces te he dicho que no cotillees entre mis cosas! Son asuntos personales que nada tienen que ver contigo… — o sí, espero que no haya mirado en la página donde recopilamos toda la información habida y por haber sobre mi madre. Y es que es en estas situaciones que ser familia de un ministro tiene una buena utilidad, porque la mayoría de las revistas tienen una cosa con eso de publicar sobre familias famosas. — No es porque seas tú… es que una chica de mi edad necesita tener su propio espacio, ¿eso lo entiendes, verdad, mamá? — mejor tenerla en el lado afortunado antes que empezar con los reproches, que sé que ella es capaz a ganar con estos.

Pero bueno, eso es antes de darle un serio vistazo a mi cuarto, ese que he ignorado hasta el momento porque estaba más concentrada en arrebatarle el cuaderno que de fijarme en como mi madre ha desordenado, absolutamente, todo. — MAMÁ PERO QUÉ LE HICISTE A MI CUARTO. — no me llevo las manos a la cara porque me apresuro a guardar la agenda rápidamente debajo de los almohadones de mi cama. — ¿¡Cómo se supone que voy a encontrar algo entre todo esto?! — bueno, que para ella puede que esto sea orden, ¡pero todo mi trabajo se fue a la m…! — ¡No voy a encontrar nada con lo que estaba trabajando! — mis manos se pasean por las hojas amontonadas en una estructura bien organizada que nada tiene que ver con el recorrido sobre el que yo las había ido dejando. — ¡Ya no hay respeto en esta casa, ya no hay respeto! — porque se puede ser dramática, casi que me entran hasta ganas de llorar. Todo un trabajo de semanas, ¡tirado a la basura por Misstengoquetenerlotodobajocontrol!
Katerina L. Romanov
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Lo que me temía, ¡lo que me temía! ¡Katerina es una adolescente! Si hasta ayer me pedía que le recogiera el cabello cuando se preparaba para ir a la escuela y se ponía disfraces en Halloween. ¡Trece años! ¿Qué son trece años? ¡Nada! Es más niña, que adulta. ¿Adolescente? Solo espero que este difícil periodo lo pase tan bien como sus hermanos mayores, con un comportamiento impecable. ¿Qué pierdo con guardar estas esperanzas? Enfrentar la verdad es muy difícil, Kitty no se parece en nada a sus hermanos. Deberé indagar con Eloise si hay posibilidades de que abran un internado exclusivo en el que pueda matricularla.  —Pero son un grupo social que viven bajo el techo de la casa de sus padres. Y bajo el techo de mi casa no hay secretos, ni debería haberlos— aclaro, mi dedo índice en alto para ir remarcando ese punto.

¿Qué puede ser tan terrible que no puedas decirme? ¡También fui adolescente! Sé todo lo que pasa en esa etapa— puedo jurarlo, por mucho que cueste pensar que los padres fueron adolescentes alguna vez, lo fuimos. —Y también sé bien lo que no debe pasar, así que será mejor que me cuentes las cosas antes de hacerlas y tener que lamentarnos luego— la prevengo. ¡Morgana me salve de la imprudencia de mi hija menor! ¿Y si con trece años ya anda metiéndose en líos? No puedo seguir esperando la bendita charla que hablamos con Sigrid de tener con los chicos de esta familia, tendré que ir al plan de contingencia y aplicar el protocolo de emergencia en este preciso momento. Tendré que hablar yo con Kitty.  —¡Tienes tu propio espacio! ¡Tienes tu propia habitación! ¡Y un patio!— camino hacia la ventana para correr la cortina así podemos ver las ramas de los arces que rodean al patio donde hay una terraza con muros de piedra y una tumbona con almohadones donde Milo suele asolarse.

Suelto la cortina al respirar hondo por su exabrupto al ver que todas las cosas han vuelto a su lugar de origen, tan ordenado como debería estar. ¡Y no como si mi casa tuviera dentro la única selva de todo Neopanem! Si lo único que falta es levantar la cama y encontrarme con cebras. —¡Ay, Katerina! ¿De quién has sacado todo ese dramatismo?— me quejo de su berrinche, ¡si Luka y Lexa jamás me han hablado así! O es mi memoria que no quiere recordar cómo eran a los trece años, bloqueando todo el trauma del inicio de la adolescencia en los hijos, hasta que vuelve a empezar. —Como hija de una auror debo señalarte que esconder tu diario debajo de los almohadas no es una buena estrategia de seguridad— encuentro imposible no decirlo. —¿Consideras una falta de respeto que haya metido tus medias en el cajón?— sí, deliberadamente paso de largo el haber echado un vistazo a su cuaderno, porque no sé si quiero mencionar a ese tal Señor X. Tal vez sea un amigo imaginario de los que se le ocurren a Brian. —Ven, Kitty, siéntate conmigo. Si no quieres que hurgue nada, mejor hablarlo, ¿no?— le propongo ocupando mi lugar en la orilla de su cama y esperando que se siente a mi lado. —¿Qué secretos son esos que no quieres compartirme? ¿Te gusta un niño? ¿Una niña? ¿Drogas? ¿Alcohol? ¿Detención en la escuela? ¿Tendré que llamar al profesor Thornfield?— la interrogo.
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Katerina L. Romanov
Ruedo los ojos con la exasperación del resoplido que suelto de seguido ante la mítica excusa que deben sacar todos los padres del manual de cómo tratar con adolescentes, ni siquiera me sorprende que salga con esas. — No es mi problema que Luka no haya querido acogerme en su nuevo apartamento. — bufo, han pasado meses y aun así puedo mostrarme igual de molesta que si hubieran pasado un par de días, esa es una traición que jamás le perdonaré a mi hermano mayor. — Si papá o tú me prestaran un poco de dinero, estoy segura de que podría construirme mi propio edificio en la esquina del jardín, así no tendríamos problema de secretos y tampoco de madres que husmean donde no deben. — propongo, con una ceja alzada, el patio es lo suficientemente grande como para que se pueda hacer algo así, justo detrás de la piscina, aunque algo me dice que a mamá no le haría tanta gracia y solo va a utilizar esto como una excusa más para pensar que estoy pasando por mi primera fase de rebeldía adolescente. Y bien, que no soy una mala estudiante, ¡pero hay que ver cómo puede ser esta mujer! Dan ganas de montar una rebelión por lo mínimo.

Pero si no hay nada por lo que lamentarse… — empiezo, que ya veo como se está yendo por la vena dramática y luego tiene el descaro de preguntarme que de dónde he sacado el dramatismo, si es que eso debe de venir de fábrica en esta familia. — ¡Y me gustaría que siguiera siendo mi habitación! Unos segundos más y llegas a convertir este lugar en un cuarto de exposición para compradores. — me quejo, ¿no tiene suficiente con las habitaciones de mis hermanos para sentirse satisfecha con la organización de la casa? — ¿Cómo hija de una auror crees que te sentirás muy dolida cuando te diga que no pienso entrar en la academia de aurores cuando sea más mayor? — se lo suelto tal que así, mejor fuera que dentro, ahora que estamos por levantar la tirita de la herida, ¿qué mejor que este momento para hacerlo? — Considero una falta de intimidad que hayas metido mis medias en el cajón, ¿qué si te digo que guardaba un pintauñas negro ahí dentro? — trato de espantarla de cualquier futura intromisión a esa intimidad de la que hablo, mejor un pintauñas que una lagartija.

Dejo caer mis brazos a ambos lados de mi cuerpo con pesadez, desinflándome al expulsar el aire de mis pulmones y llevándome algún mechón de pelo en el proceso en lo que tomo asiento a su lado en la cama. — ¡Duh, mamá! Para que me empiece a gustar un chico primero deberían alcanzar un nivel mínimo de madurez, todavía se comen los mocos. — explico como si fuera obvio — No tomo drogas, mamá, y tampoco alcohol, solo aquella vez que la tía Sigrid nos puso un poco de vino en el vaso con gaseosa para probar. Estaba asqueroso, por cierto. — le aclaro, que vaya a saldar cuentas con su hermana si es que tiene alguna queja. — Si llamas al profesor Thornfield una vez más creo que la próxima te saltará el contestador. ¿Por qué no hablamos de tus secretos, mamá? ¿Nada que le quieras contar a tu hija menor con respecto a… otros hijos mayores? — le devuelvo la jugada, ladeando la cabeza con un interés renovado al ya no tratarse de mí.
Katerina L. Romanov
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Invitado
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No voy a financiar ningún edificio en la esquina de ningún jardín, ni el comienzo de tu vida de libertinaje. Te quedarás en esta habitación a unos buenos metros de la mía hasta que termines la escuela y como tu hermano mayor decidas que quieres mudarte, cuando termines la escuela— repito esto para que no me venga con argumentos sobre la mayoría de edad y la independencia, sea económica, nacional o lo que sea, me vale tres cuernos. No dejaré salir a mis hijos de debajo de mi techo sin la confianza de que saben cuáles son los lugares a los que ir y cuáles evitar a toda costa. —No me hagas comenzar con el discurso de que hay niños que no tienen siquiera una habitación, Katerina. ¿Tanto te hemos mimado que así como si nada rechazas esto? Porque hay otros chicos que sueñan con tener una familia como la tuya…— todos esos niños de orfanatos, que han nacido en el norte como hijos de criminales y no siempre el gobierno puede recolocarlos con asuntos sociales, a veces los ves mendigando por las calles y con un destino de criminales similar al de sus padres.

¡Y ella que tiene tan buen ejemplo! ¡Para ella esto es abuso de autoridad! Así que me duele en el alma, donde ha clavado con toda saña el filo de sus palabras, el que me diga que no piensa ser auror, marcando la diferencia con sus hermanos mayores, rompiendo el patrón, echándome su herencia a la cara. ¿Qué diré yo cuando tenga que presentar a mis tres hijos entonces? —¿Y qué piensas ser? ¿Panadera?— debe ser la incredulidad que me lleva a preguntarlo con un tono agudo, profundamente dolido. No creo que Kostya sepa algo sobre esto, mucho menos que sea quien le haya puesto ideas raras en la cabeza. Entonces, ¿quién? ¿SIGRID? Solo puede ser su tía Sigrid, la oveja violeta de la familia tiñendo de violeta a otros corderos del rebaño. —¿Qué tu tía Sigrid qué…?— y no me refiero a su rebeldía a ser auror, sino a los ánimos que le está dando su tía para que esté bebiendo alcohol ¡y camuflándolo con el refresco! De las cosas que me vengo a enterar… y me cruzo de brazos cuando el interrogatorio pasa a tenerme bajo el foco, la mirada que le lanzo a mi hija reprende y se asombra también de su atrevimiento. —Un momento, señorita. Los únicos con derecho a hacer preguntas son los aurores y yo no te veo la placa, ni ahora, ni dentro de veinte años, puesto que no quieres ser auror— se lo devuelvo. —Por lo tanto, seguiré siendo quien hace las preguntas y tú quien da las respuestas. ¿Qué has estado anotando de tu hermano en tu cuaderno?— inquiero, su duda sobre secretos que pudiera estar guardando que tuvieran relación con sus hermanos mayores me da mala espina. ¡Ah! Pero no dejaré que crea que es quien lleva el puntero aquí.
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Katerina L. Romanov
¡Lo que pensaba! ¡Una cárcel, una cárcel es esto! Obligada a tener que escuchar a mis padres dándose el lote por las noches a unos metros de mi habitación, como si las paredes fuesen lo suficientemente gruesas como para camuflar eso. — Está bien, pero está claro que soy el cerebro en esta familia así que me adelantarán un curso en la escuela y me graduaré con dieciséis, por lo que para los quince ya tendré que empezar a buscar un lugar donde vivir de manera independiente. — ¿qué son eso? ¿dos años? No tengo muy claro que sea precisamente la más inteligente, si tenemos en cuenta que mis calificaciones tiran más hacia el notable que hacia el sobresaliente, pero eso son detalles menores que puedo ir mejorando en estos años si con eso tengo el pase de mi madre para mudarme de esta casa donde el orden y la pulcritud amenazan con volvernos locos a todos. Y oh, no, el discurso.No hace falta mamá, gracias, me siento muy afortunada de tener una familia como la nuestra, no malinterprete mis palabras, madre — apunto con una voz digna de personas que pertenecen a la burguesía, solo para molestarla un poco con eso de llamarla madre, que se siente como si tuviera 60 años y viviéramos en el siglo dieciocho. No, para nada, no he visto tantas películas de esa época. — Solo decía que estaría genial que pudieras, no sé, llamar a la puerta de vez en cuando, no desordenar mis cosas y eso... Estoy segura de que el tío Nick no le revisa el cuarto a Oli. — ¡y la tía Sigrid menos! Pero eso me lo guardo y abarco con un gesto de mi mano todo lo que podría poner patas arriba, que si no fuera por Milo, quien pasa a apoyar su cabeza y patas delanteras sobre mis piernas, no tendría a nadie para vigilar a mi madre.

Acaricio el pelaje blanco de Milo en un recorrido desde su cabeza hasta el final de su cuerpo con suavidad una y otra vez, ni me sobresalto por la respuesta que obtengo de ella cuando parece que va a tacharme del árbol familiar solo por no querer seguir con la tradición de convertirme en auror. — No... Voy a ser la mejor alquimista que NeoPanem ha visto y encontraré la piedra filosofal, me haré tan famosa que apareceré en los cromos de las ranas de chocolate como la heredera de Nicholas Flamel. — sonrío con cierta sorna al decirlo, si no ha quedado claro por mis charlas en las cenas, que lo que a mí me interesa es la alquimia y por como huele mi habitación a veces, sorprendida estoy de que no haya supuesto mi interés por las pociones más que por la idea de enfrentarme a alguien en una batalla o esposar criminales. Sigo acariciando al perro, esta vez detrás de sus orejas, sin apenas inmutarme por la actitud de mi madre, que solo me dice que, en efecto, está ocultando algo. — Datos, datos de la familia... En la escuela estamos armando algo así como un árbol genealógico, para estudiar nuestra procedencia, de dónde venimos y nuestros antepasados... — me invento, pero por el hilo de mi voz, se nota que tiene bastante lógica. Siempre puedo colar que se trata de algo que tenemos que hacer para Historia de la Magia. — Es curioso, le pregunté a papá sobre cuando nació Luka y se comportó un poco extraño al respecto, ¿tú sabes por qué podría actuar así? Digo, es su hijo. — afirmo, no pregunto todavía, la ceja alzada en su dirección es una buena manera de ponerla a prueba para lo siguiente. Si obtengo una reacción diferente a la que quiero, no estoy tan segura de qué tanto me podré aguantar las ganas de escupirle toda la verdad, si es capaz a mentirme a la cara de forma tan descarada.
Katerina L. Romanov
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Mother does not know best ▸ Ingrid IqWaPzg
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Un lugar donde vivir y un trabajo, ¿pero quién daría trabajo a una chica de quince años?— señalo, marcando los puntos flacos de su plan de vida que nos excluye a sus padres y a esta casa, como si su arrebato de supuesta rebeldía podrá hacer frente luego a cocinarse la cena para sí misma o lavar su propia ropa ¡y ordenarla! Vivirá bajo una montaña de medias sucias en vez de una casa decente si se va por su cuenta, y claro que no lo hará, así como me llamo Ingrid Cath Helmuth, mi hija menor no se irá de esta casa antes del día que yo lo fije. —¡Y ni se te ocurra decir que le pedirás trabajo a tu tía Sigrid!— ese en el punto flaco en mi plan, la bendita Sigrid siempre encontrando una razón para amparar a sus sobrinos y esa razón suele ser a veces mi autoritarismo. ¡Tonterías! Disciplina, así le digo yo, esto que sostengo en mi casa es disciplina, así es como conseguí que dos de mis hijos sean aurores y la tercera no vendrá a querer ser actriz o veterinaria, ¡para que se muera de hambre! ¿Qué dirá la gente de los Helmuth? ¿Qué perdimos la clase? —Si tu tío Nick se paseara más seguido por el cuarto de Oliver tal vez haría algo con las juntas que tiene— lo digo levantando un poco mi nariz en clara desaprobación a esa chica con la que parece que anda, que las malas juntas tampoco ayudan al estatus y por eso si tengo que aguantar a Brian caminando por las paredes de mi casa, lo prefiero a él que es un Helmuth, a que Kitty venga con alguna amiga del colegio cuyos padres vayan a saberse qué tipo de ideas tienen. No puedo dejar entrar a cualquiera en mi casa, tuvimos suficiente con el episodio de Luka trayendo a su amiga veela.

Presiono mis dedos sobre el puente de mi nariz, no puedo reprimir el gesto de abatimiento al escuchar como vuelve sobre una charla que creí que se le pasaría con los años. Si hay otros niños que abandonan la idea de ser jugadores de quidditch profesionales o astronautas, ¿por qué mi hija no puede dejar esa idea de ser la siguiente Nicholas Flamel? —Eso es un pasatiempo, Katerina. No es algo serio. La alquimia puede parecer divertida como un juego, como trabajo es mucho esfuerzo… y ¿qué provecho sacarás con ella?— le pregunto, insistiendo en que suelte esa idea caprichosa a la que se aferra. ¡Leyes! ¡Medimagia! ¿Por qué no escoger algo más clásico para llevarme la contraria? No, elige un montón de rocas para decirme que no hará lo mismo que sus hermanos. Ni siquiera artista, ¡alquimista! —A menos que me digas que pretendes ser inefable, entonces será algo de provecho. Pero, ¿podrás levantar tus calificaciones en los exámenes que faltan?— la desafío, no me creo lo de que vayan a adelantarla un año, para nada. Y más que llevarme la contraria, lo que me ofende aún más es que quiera ponerse ella a cuestionarme lo que digo y no digo, mi mirada es firme al tratar de sostener la suya cuando habla sobre arboles genealógicos, su hermano, su padre, puedo sentir cómo mi rostro se va endureciendo al oír lo último. —¿Qué estás insinuando, Katerina?— pregunto, y el tono que uso le advierte que no diga nada más. —Quedas castigada, una semana sin poder salir o ir a casa de tu tía Sigrid, por... por este desastre de habitación.
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Katerina L. Romanov
Pues la tía Sig… — empiezo de manera muy convincente mi frase, no puedo terminarla porque es mi propia madre la que tiene en desgracia a su hermana y se niega a que me de un trabajo cuando es perfectamente válido. — ¿Y por qué no? Brian ayuda a veces en la botica… ¡Yo podría hacerlo igual! Pero ganando dinero… — no le digo que estoy convencida de que mi tía aceptaría, porque sé de sobra que soy su sobrina favorita y, a quien vamos a engañar, le encanta llevarle la contraria a mi madre. Esa es una cualidad de la que estoy empezando a apropiarme al hacerse evidente mis ganas de contradecir todo lo que dice. — ¿Hablas de Maeve? ¡Pero si mola mogollón! — pregunto cuándo hace referencia a las compañías de mi primo, siendo que últimamente solo se le ve con la morena y tienden a pasar más tiempo juntos desde aquel incidente con el vivo. Sí, hasta una persona que no utiliza teléfono consiguió enterarse de ese escándalo. — Es como la persona más guay del colegio, lleva este esmalte de color negro que llevo diciéndole siiiiiglos a Oliver que se lo pida para que me lo preste. ¡Y una vez nos regaló bombas fétidas a Brian y a mí! — exclamo con entusiasmo al recordar la diversión que pasamos el rizoso y yo lanzándonoslas esa misma tarde en su casa, que si llega a ser en la mía probablemente todavía no se habría pasado mi castigo.

Milo decide que mi regazo ya no es un buen lugar para pasar el rato y se baja de un salto hasta desaparecer por la puerta, probablemente en busca de comida. A mí me gustaría poder hacer lo mismo, la verdad, pero mi tortura se resume en tener que aguantar los aires de mi madre. Estoy tan acostumbrada, que ni siquiera me muestro ofendida por sus creencias de que mi pasión por la alquimia es solo un hobbie y lo único que hago en respuesta es soltar un resoplido. — Porque tú lo digas. — contesto de mala gana — ¿De qué serviría convertirme en inefable? Si luego de todo el esfuerzo, ninguno de mis descubrimientos podría salir a la luz para que el mundo los vea. — le recrimino por esa idea ciega de que voy a permitir que mis investigaciones no sean de dominio público. — Mis calificaciones están estupendas, en… su mayor parte, ¿qué te molesta tanto de que quiera ser alquimista? ¿Que tenga un poco más de originalidad que mis dos hermanos? — seguir la ruta común me resulta aburrido, por más que me deja pensar que fue mi madre la que con sus dotes de convicción obligó a Lex y a Luka a especializarse para ser aurores. — A papá le parece una idea genial. — digo a mi favor, porque a mi padre todo lo que hago le parece bien, mientras que a mi madre todo lo que hago le parece mal.

Lo que hace a continuación es un ejemplo claro de ello. — ¿¡Cómo?! ¡Pero si no he dicho nada! ¡Solo estaba…! — me levanto de un salto de la cama, con la boca tan abierta que se puede ver plasmada la indignación en mi rostro. — ¡Encima de que eres tú la mentirosa! — sí, soy consciente de que lo grito antes de pensármelo dos veces, antes de pensármelo una vez siquiera, pero a estas alturas como que ya me da un poco igual. — ¡Sé que papá no es el papá de Luka y también que le engañaste con otro hombre! — lo suelto así, tan directo que me resuena el propio eco de mis palabras dentro de mi cabeza, con los brazos cruzados sobre mi pecho y una mirada de enfado a la que no suelo estar acostumbrada.
Katerina L. Romanov
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Invitado
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No dejaré que pases horas con tu tía Sigrid, vaya a saberse qué ideas pueden surgir en tu cabeza bajo su influencia— digo. El cariño que siento hacía mi hermana menor no está en discusión, es sabido que haría y daría todo por ella o por Nicholas, lo que no quita que prefiera ser quien está a cargo de la educación de mis propios hijos, limitando el tiempo que puedan pasar escuchando los consejos de Siggy que contradicen a los míos sobre las buenas maneras. Es tan fácil que en estos días los hijos de las buenas familias se descarrilen, para mencionar ejemplos tengo un par. Todo comienza tan inocentemente, como una chica adolescente que al parecer se ha convertido en una referente para mi hija menor por el color de su esmalte de uñas, ¡cuando tiene a Jenna o a la misma Alexa tan cerca! Suspiro de puro fastidio, ¡si ha buscado adrede alguien con todas las pintas de ser lo opuesto a cualquier chica Helmuth! —¿Basta decir algo más sobre por qué la considero una mala compañía? ¿Qué es eso de las bombas fétidas? Hoy son bombas fétidas, mañana son robos a Bancos. Trabajo como auror, Katerina. Veo esto todos los días— bufo, parte de mi molestia sale como un ruidito de refunfuño por mi nariz.

Su profesión a futuro es otro tema que arruga aún mi nariz de un modo muy poco agraciado, mi reprobación a su necesidad de gritar violeta solo porque yo digo rojo es evidente. —Me molesta si esa originalidad te deja si un sueldo estable y comida segura en la mesa. No te quiero pasando dificultades cuando naciste en un lugar que te asegura tener todo lo que puedas pedir, no todos tienen esa suerte, ¿por qué despreciarla así? Puedes hacer algo provechoso con lo que tienes— continuo, ¿no podemos hablar de esto con la misma inteligencia que usamos en las pláticas con sus hermanos? —¿Por qué no me sorprende que tu padre firme debajo de cada cosa que se te ocurre…?— resoplo, eso solo me confirma que Kostya encontró en la más pequeña de nuestros hijos, una aliada con la cual incordiarme para hacerme sentir cada falta que pude haber tenido hacia él. Porque ha visto a Lex y a Luka tan parecidos que a mí que no le ha gustado nada, por eso lleva a Kitty hacia él. Mi discusión con ella no acaba hasta que vaya hablar con él sobre los permisos que les da, y en especial, que ese aliento a su espíritu revoltoso lo que provoque es que me increpe de la manera que hace, escupiendo cosas que no sé cómo podría enterarse. Pierdo el poco color de mi piel al perder la voz, tardo un minuto en reaccionar y eso me condena. —¡Silencio, Katerina! ¡Silencio! No irás por una semana a ningún lugar, ni siquiera a la escuela, diré que estás enferma. No dejaré que andes por ahí diciendo estas cosas… mentiras, no dejaré que andes por ahí diciendo mentiras— me enfado al punto de hacer sonar cada paso que hago hasta la puerta que abro de un tirón y cierro con tal fuerza que hace temblar el marco.
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Katerina L. Romanov
¿Qué tienen las personas contra sus hermanos menores? Parecería que mi madre tiene algo contra la suya por el modo que tiene siempre de desprestigiar su opinión. Para mí, la tía Sigrid me resulta una mujer muy entretenida, por eso que la advertencia de mi madre me hace rodar los ojos con algo de desdén. — ¿No crees que estás siendo un poquito exagerada, mamá? ¡Vemos a los tíos todas las semanas! — por si le hiciera falta la aclaración, que son ellas las que se encargan de organizar una comida familiar al menos una vez por semana, sería casi imposible no pasar horas junto a mi tía. — Al menos es más entretenida que el tío Nick en los almuerzos… — murmuro por lo bajo, echándole una mirada de soslayo. ¿Tengo que decir que los discursos del papá de Oli me aburren tanto que mi cabeza siempre está en otro lugar a pesar de estar asintiendo a lo que dice y que en ocasiones me he querido dormir encima del plato? Esto de que nos estén dejando comer con los adultos… Casi prefiero la mesa redonda de la esquina en la que solíamos almorzar Brian y yo cuando teníamos siete años, que lo de ser una señorita todavía no va conmigo. — Solo tú podrías relacionar las bombas fétidas con robos a bancos… Ya déjalo, mamá, son bromas de colegio, todo el mundo las compra… — por si acaso no menciono donde, la veo capaz de decirle al dueño que nos prohiba la entrada. — Maeve no es una mala influencia, el primo Oli no es idiota, no saldría con alguien que… — no termino la frase, primero porque no sé si se puede decir que están saliendo como tal, segundo porque no es algo que mi madre debería de saber.

Espero que por mi actitud defensiva, entienda que no estoy por resignarme a convertirme en auror solo por capricho de mi madre. — Pero es que las dificultades solo las estás viendo tú, mamá… Si solo me dejaras… — ¿actuar un poco más como yo misma? ¿dejar que tome mis propias decisiones? Todo eso suena como un sueño si se compara con la realidad de vivir bajo el techo de Ingrid Helmuth, donde las normas amenazan con arrancarte las ganas de vivir de cuajo. — No voy a ser auror, ni a llevarle el café a algún abogado mientras me arrastro para escalar de puesto, y lo de maestro de escuela mejor se lo dejamos a Oliver… — ¿no puede conformarse con que su sobrino dejara el sueño de ser jugador de Quidditch para estudiar magisterio? Al parecer, no, pero no estoy dispuesta a dejarlo correr tan fácil. — Estudiaré lo que se me antoje. — como diría papá si mamá no estuviera delante cuando hablamos del tema. ¿Si es que se puede ser más dramática? Por la forma que tiene de levantarse para salir de la habitación, cerrando de un portazo, la respuesta más sensata es que sí. — ¡Más mentiras que vas a contar! — ¿porque decirle a la profesora que me tiene encerrada como si de una cárcel se tratara no es una opción para ella, verdad? La sigo al salir de la habitación, imitando su escándalo — ¡Vamos a preguntarle a papá entonces, a ver quién de las dos tiene razón! PAPAAAAAAÁ- — espero que esté en casa, la verdad es que ni me fijé — ¡O mejor le preguntamos a Luka, quizá él sepa algo! — ¿dónde habrá dejado mi madre su teléfono?
Katerina L. Romanov
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No vas a arrastrarte llevando café a ningún abogado, ¿quién es la exagerada ahora? Serás una gran abogada, con tu propia oficina, todos los Helmuth están hechos para triunfar… en trabajos de verdad— repito lo que me han dicho durante toda la infancia, esa idea instalada en mi mente de que de dónde venimos nos marca hacia dónde vamos, y me provoca una punzada el volver a caer en la cuenta de que si no fuera por el detrimento de mi salud estos años, podría ser yo quien ocupara el puesto de líder de aurores en vez de la seguidilla de caras que hemos visto este año. Nicholas logró ser ministro, Sigrid continuó con la empresa familiar, a mí me queda la satisfacción de tener dos hijos dentro del cuerpo de aurores y trato de ver mi éxito en eso, en su excelencia y en la mía como miembros de seguridad.

¿Kitty? No voy a dejar ir a mi hija más pequeña detrás de algo que a la larga va a frustrarla, en algún punto me habré equivocado con ella para que sus pasos se hayan salido de la línea que tracé en esta casa y con cada cosa que dice queda demostrado, habrá sido la manía de Kostya de consentirla como para que me hable así, me grite y siga haciéndola al seguirme al pasillo. —¡Calla, Katerina! ¡CALLA!— grito, mi voz imponiéndose a la suya para que su padre no aparezca de la nada, tan oportunamente como lo ha hecho en otras ocasiones para salvar a su favorita de la reprimenda que bien le habría valido en su momento, para ahorrarnos esta escena en pleno pasillo. —¡NO LE DIRÁS NADA A LUKA!— me enfado en verdad cuando menciona a su hermano, es un sentimiento que disfraza al miedo frío que siento recorriéndome por la columna vertebral. —¡No sé qué has escuchado, pero Luka es tu hermano! ¡Su padre es Kostantine! ¡Él lo crió, él lo educó!— hablo fuera de mí, echo mi pelo hacia un lado al caer sobre mi rostro y la miro obligándola a guardar silencio. —¡No le dirás nada a tu padre, ni a tus hermanos! De lo que creas que sabes. ¡O sino yo misma fundaré un internado de brujas vírgenes del cual no podrás salir hasta los treinta años!— la mando a callar. —No me provoques, Katerina— uso mi dedo índice para amenazarla, —soy tu madre, no te olvides que puedo decidir sobre tu vida por los próximos cuatro años y no quieres que se conviertan en veinte. ¡Te vas y te encierras en tu habitación!— ordeno.
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Katerina L. Romanov
¡Antes me hago nini que estudiar para convertirme en abogada! — era lo que me faltaba, va en serio mi amenaza de convertirme en una que no estudia ni trabaja, pero sé que mi ultimátum no tiene mucho peso cuando ni yo misma sería capaz de estar sin hacer nada por tanto tiempo. Tendré que conformarme con hacerle la vida imposible a mi madre y perseguir mis sueños de alquimista, quizá tenga que hablar con el profesor Thornfield en serio, que a él no le parecía una idea tan alocada cuando se lo planteé como merece. El problema es que mamá ni siquiera me da una opción a exponer mis motivaciones, porque sigue empecinada en que siga los pasos de mis hermanos. — Pero es que yo soy también Romanov… — porque si cuela cuela, que es cierto que llevo el apellido de mi padre por costumbres de tradición, pero también es sabido que en el colegio la reacción que tienen los profesores ante nuestra prole es algo así como… ¿¡Otro Helmuth!? Siento deciros que sí, otro.

Si algo queda claro en toda esta rabieta de a ver quién de las dos tiene razón, es que no me voy a callar, por mucho que lo pida a voces. — ¿¡Por qué, huh!? ¡Porque sabes que estás mintiendo! ¡Le mientes a todo el mundo! — a sabiendas de que me estoy ganando una buena, no puedo evitar soltarlo, incluso cuando trate de excusarse rápidamente después y soy consciente de que mi madre está perdiendo la compostura y todo lo rígida que es ella cuando tiene que recolocarse el pelo, que normalmente a mamá no se le mueve un solo cabello de la cabeza, ni siquiera cuando discute. Estoy por decirle que no soy virgen, solo para molestarla con eso de querer enviarme a un internado de brujas vírgenes, que me creo eso de que pueda ser capaz a fundarlo solo por llevarme la contraria en lo que digo, pero tampoco soy suicida y sé que eso lo hará mucho peor de lo que ya es. El enfado se percibe en mi rostro, segura de que podría empezar a salir humo de mis orejas tal y como aparentan las mejillas rojas de mi madre. Pero oh, no, ahí está el dedo acusador y amenazador de mamá, ¿dónde están mis hermanos cuando se les necesita? — ¡ESTOY HARTA! — harta de su tiranía, harta de su opresión, en la que no puedo expresarme con libertad, que el golpetazo que doy contra la puerta al cerrarla deja claro que no pienso salir de mi habitación en mucho tiempo.
Katerina L. Romanov
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