Mi cuerpo es un manojo de nervios. Lo delato con mis manos frotándose entre sí, mientras espero a solas en una habitación preparada especialmente para interrogatorios dentro del último piso del Ministerio de Magia. He pasado las últimas dos horas hablando con mi cuñado y Magnar Aminoff, de manera que mi garganta raspa y creo que necesito un vaso de agua, el cual nadie me cede. No cuando vine creyendo que Hans sería mi abogado y, en realidad, ha demostrado que no lo conocemos en lo absoluto cuando cumplió los caprichos del presidente al hurgar dentro de mi cabeza, buscando una profecía que ni yo sabía que había escuchado con tanta claridad. Hay algo en ella que le ha puesto los pelos de punta a Aminoff y sé que no tiene mucho que ver con el hecho de que haya sido Kendrick Black el que pudo sacarla de su estante. Porque hablaba de no una, sino de muchas personas, jugadores sin nombre que plantan miles de dudas en una partida que parece acabar con un mundo muy diferente al que conocemos. ¿Eso es lo que previó Phoebe? ¿Caos, muerte y destrucción? ¿Quién es la mujer que se menciona?

Solo hay una cosa que está clara y esa es que no hay mujeres representando ningún grupo hoy, todas han muerto o desaparecido. ¿Hemos visto cómo van a caer todos estos hombres o es una profecía de las tantas que no van a cumplirse? Porque hay solo una mujer a la cual todos temen y que nadie sabe dónde se encuentra. Miro el reloj que cuelga de la pared, oyendo el tic tac dentro de mi cabeza. Solo soy un testigo, eso es todo. Quieren mantener esto dentro del mayor secretismo posible y prometo por la vida de mi hijo que no abriré la boca, no me interesa participar en nada de esto. Lo malo es que, cuando se abre la puerta y veo el semblante sombrío de Hans, toda esperanza de tener una vida tranquila se me va por el caño. Dejo caer los hombros y suspiro — Oh, mierda… — mascullo — Ahora…  ¿Qué es lo que tendré que hacer?

Hans no responde de inmediato. Chasquea su lengua y acomoda su corbata. Esas jamás son buenas noticias.