The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Holly A. Callahan
Civil
4 de marzo, 2470



Muchas cosas han cambiado en los últimos meses de mi vida. Por ejemplo, jamás pensé que estaría cometiendo un acto suicida tan cerca de mi cumpleaños número veinte; casi dos décadas coronadas por un momento de locura del cual no pienso arrepentirme pronto. Voy descalza, mis medias no hacen ruido sobre el suelo brillante y resbaladizo del ministerio. Nadie se fija en mí, es una de esas ventajas de ir debajo de la capa de invisibilidad que Kendrick me ha otorgado para cumplir este trabajo y, a pesar de que sé que nadie me verá, no puedo evitar ser consumida por la adrenalina. No fue difícil conseguir información confidencial del Departamento de Misterios, me bastó con ir a beber algunos tragos con un inefable bastante molesto, pero al terminar de hablar estaba tan ebrio que fue muy sencillo el borrarle la memoria. Lo demás es historia. Llevo conmigo la capa y el bolso, agrandando mágicamente para poder meter dentro nuestro truco maestro. Tal vez, algunos magos hacen bien en no confiar en lo que las veelas podemos hacer.

Este piso no es precisamente uno de los más concurridos, así que debo esperar a que alguien ingrese por la enorme puerta negra para no disparar la sospecha por culpa de las cámaras de seguridad. Estoy empezando a mostrarme aburrida e impaciente cuando un sujeto enorme pasa por delante de mí, lo reconozco como el bonachón cuñado del ministro Powell. Va conversando con Lara Scott y está tan ocupado en mostrarle fotos en su teléfono, que ni se fija en que está abriendo la entrada de par en par. Pan comido, gracias grandulón. Había oído cientos de veces que el Departamento de Misterios es un sitio oscuro, pero mis ojos hasta duelen en esos segundos en los cuales se acostumbran a la luz tenue. No sé dónde se metieron los otros dos, porque hay cientos de puertas y trato de recordar lo que me dijo el inefable ebrio. Tiempo, espacio, amor, mente, muerte, profecías…

Empujo la puerta de la última, las luces de las burbujas me dejan un momento perdida. Se siente como estar sumida dentro de un sueño cargado de susurros, por algún motivo se me erizan los vellos de la nuca. Hay algunas que se han apagado, otras se revuelven con tanta rapidez que la curiosidad me dice que las tome. No lo hago, sé que no puedo hacerlo. Me consume una mala sensación, de esas que se agitan dentro de tu pecho y te dicen que corras, que yo tengo solo un trabajo esta tarde. Acomodo la capa para no pisarla y me apresuro, la habitación es tan larga que se me hace eterno y mi tiempo de descanso no es tan extenso. Al final, lo encuentro: un armario, de esos olvidados, en el cual tengo entendido que lanzan todas las profecías que ya se han extinguido. Es enorme, claro está, se siente como una segunda habitación. Me basta con sacudir el bolso para poder sacar el armario evanescente, el cual coloco con mucho cuidado en uno de los rincones. El encantamiento desilusionador basta para volverlo tan invisible como yo. Nadie se fijará en un viejo mueble en un espacio en desuso, en caso de que el hechizo deje de existir. Por si las dudas, mi varita acomoda algunas viejas profecías para que hagan bulto. Eso es todo, señores. Holly Callahan ha traicionado oficialmente al ministerio y nadie puede demostrarlo.

Para cuando vuelvo a mi asiento en la oficina del Departamento de Justicia, la Capa de Invisibilidad se encuentra guardada en mi bolso y mi cabello no se ha movido ni un centímetro de lugar. Tomo la taza de mi café para beber un sorbo con toda la naturalidad del mundo, que mi horario de almuerzo no me ha rendido como para llenarme el estómago y, en ironías de la vida, es Benedict Franco quien viene a reclamar su permiso de poción del mes. Le sonrío, tanto que estoy segura por sus ojos, que él también sabe que alguna me he mandado.

Holly A. Callahan
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Never trust a pretty girl with an ugly secret ✘ OS IqWaPzg
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