OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Lo cierto es que me encantaría decir que amaba mi empleo, aunque tampoco diré que lo odiaba. También me encantaría ser plenamente consciente de lo que significa haber perdido mi sustento de vida: no tener suficientes ahorros para poder pagar las facturas y el alquiler de otros dos meses más. Cómo disfrutaría de la sensación que eso me provocaría, aunque el estrés y la impotencia de ver el tiempo pasar sin que yo pudiera detenerlo me ahogarían. Aún lo recuerdo, recuerdo lo que se sentía cuando se sentía algo. Pero no, la verdad es que hace algún tiempo que no siento nada bueno ni malo. No sentí nada cuando lo mío con Liam terminó, tampoco cuando se fue de casa y cada uno de los rincones vacíos que debieron recordarme a él no lo hicieron. Ni siquiera cuando Colin se fue sin dejar rastro o sin siquiera despedirse de mí. Nada.
Es ciertamente trágico, y lo es aún más pensar que estoy acostumbrada a esto. Es la forma que tiene mi mente de liberarse por un tiempo para poder curarse del mal que he causado a alguien que quiero. No me costó mucho darme cuenta de que fue un error, de que no tengo el derecho ni la potestad de robarle a una madre los recuerdos de su difunta hija. No veía otra opción para hacerle recuperar las ganas de vivir y ahora he perdido las mías. No me preocupa en absoluto, sé que los sentimientos y las emociones volverán tarde o temprano y que echaré de menos esta impasibilidad al igual que ahora echo de menos algo tan simple como llorar. Lo único que me hace sentir una pizca de remordimientos por haber dejado que rencillas personales acabasen con un buen empleo es Anderson. Él es la única compañía que tengo y al fin y al cabo tengo que asegurarle al menos un techo.
Imagino lo mucho que se comentó mi mudanza en el barrio. No era muy grande y todos se habían dado cuenta de que Liam ya no entraba ni salía. Sé también que abundaron los comentarios envenenados que fingían lástima por una mujer abandonada. Pero ni soy una mujer abandonada con el corazón roto, ni me fui de mi casa por ello. Las razones reales fueron mucho más simples, y es que era una casa demasiado grande y cara para dos personas que ahora ya no me podía permitir. Decidí volver al seis porque allí nací y viví, ya tenía una casa, que aunque humilde le sobraba a un esclavo y una desempleada. Hacía tanto que no venía por aquí que me gusta pasear de vez en cuando recordando todas las veces que me caí, que corrí, que jugué en cada rincón de cada calle.
Encuentro a muchas personas que me resultan familiares pero ninguna de ellas me saluda ya. Hasta que la veo a ella y esbozo una pequeña sonrisa. Eran pocas las amigas que mi madre tenía y aún menos como ella. Fue la única que luchó por enderezarla cuando ni ella lo hacía, la única que no comentaba lo guapa o mayor que era cada vez que aparecía por el salón. Es por ello que cuando me enteré de que era la madre de Lara no me costó un ápice entablar una especie de amistad con ella también. La miro durante unos segundos y seguramente se da cuenta, porque gira la cabeza hacia mí y aprovecho para hacer un gesto de saludo con la mano y cruzar la calle hasta tenerla delante. - ¡Mo! - La rodeo con un brazo y le doy un ligero apretón. - Ha pasado tiempo... ¿Todo bien? ¿Está bien Lara? - Tal vez demasiadas preguntas a la vez pero en fin, ya he olvidado cómo se socializa. Luego recuerdo que probablemente sus preguntas de rigor pasen por un "qué haces aquí" y que eso desembocará en explicaciones que no quiero dar. Definitivamente, va a ser difícil esquivar las preguntas.
Es ciertamente trágico, y lo es aún más pensar que estoy acostumbrada a esto. Es la forma que tiene mi mente de liberarse por un tiempo para poder curarse del mal que he causado a alguien que quiero. No me costó mucho darme cuenta de que fue un error, de que no tengo el derecho ni la potestad de robarle a una madre los recuerdos de su difunta hija. No veía otra opción para hacerle recuperar las ganas de vivir y ahora he perdido las mías. No me preocupa en absoluto, sé que los sentimientos y las emociones volverán tarde o temprano y que echaré de menos esta impasibilidad al igual que ahora echo de menos algo tan simple como llorar. Lo único que me hace sentir una pizca de remordimientos por haber dejado que rencillas personales acabasen con un buen empleo es Anderson. Él es la única compañía que tengo y al fin y al cabo tengo que asegurarle al menos un techo.
Imagino lo mucho que se comentó mi mudanza en el barrio. No era muy grande y todos se habían dado cuenta de que Liam ya no entraba ni salía. Sé también que abundaron los comentarios envenenados que fingían lástima por una mujer abandonada. Pero ni soy una mujer abandonada con el corazón roto, ni me fui de mi casa por ello. Las razones reales fueron mucho más simples, y es que era una casa demasiado grande y cara para dos personas que ahora ya no me podía permitir. Decidí volver al seis porque allí nací y viví, ya tenía una casa, que aunque humilde le sobraba a un esclavo y una desempleada. Hacía tanto que no venía por aquí que me gusta pasear de vez en cuando recordando todas las veces que me caí, que corrí, que jugué en cada rincón de cada calle.
Encuentro a muchas personas que me resultan familiares pero ninguna de ellas me saluda ya. Hasta que la veo a ella y esbozo una pequeña sonrisa. Eran pocas las amigas que mi madre tenía y aún menos como ella. Fue la única que luchó por enderezarla cuando ni ella lo hacía, la única que no comentaba lo guapa o mayor que era cada vez que aparecía por el salón. Es por ello que cuando me enteré de que era la madre de Lara no me costó un ápice entablar una especie de amistad con ella también. La miro durante unos segundos y seguramente se da cuenta, porque gira la cabeza hacia mí y aprovecho para hacer un gesto de saludo con la mano y cruzar la calle hasta tenerla delante. - ¡Mo! - La rodeo con un brazo y le doy un ligero apretón. - Ha pasado tiempo... ¿Todo bien? ¿Está bien Lara? - Tal vez demasiadas preguntas a la vez pero en fin, ya he olvidado cómo se socializa. Luego recuerdo que probablemente sus preguntas de rigor pasen por un "qué haces aquí" y que eso desembocará en explicaciones que no quiero dar. Definitivamente, va a ser difícil esquivar las preguntas.
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¡A mí me van a andar exigiendo! ¡A mí, que llevo trabajando de esto más de media vida! ¡Mi vida entera, si es que se le permitiera a un bebé trabajar, ahí hubiera estado yo! Como si no tuviera que escuchar suficientes estupideces en el trabajo, de esos compañeros tan ineptos, que está mal que yo lo diga, pero... ¡era pura matemática! Y todavía la bronca me la he comido yo, por supuesto, que soy la líder del proyecto y a quién le van a mandar el fregado si no es a mí. ¡Panda de ineptos! Los pondré a hacer sumas y restas con bolígrafos como vuelva a ver que uno de ellos pone una mano encima en mis bocetos. Vamos, que no puedo estar de más mal humor y el estar encerrada en la casa no sirve de mucho. Lo que necesito es que me dé un poco el aire, sí, oxigenar mi mente, a ver si de esa forma puedo deshacer este desastre para que mañana no me entren ganas de asesinar a nadie en el trabajo.
No acostumbro a que se me complique tanto un diseño, pero al ser una invención nueva que aún estamos probando, ni sé por qué me sorprende que parte de nuestra zona de trabajo haya salido disparada por los aires. Esto es lo que pasa cuando un recién graduado no sabe diferenciar entre un vector y una energía de fuerza, que parece que aquí las cosas las tengo que enseñar yo en el trabajo y no se los explican en donde debe ser, un aula. Armaré mi propia academia de ingenieros a este paso, una idea que no se me hace tan descabellada, pero que mi línea de pensamiento se ve interrumpida por una vocecita que me hace salir del interior de mi cabeza para buscar con mis ojos la procedencia del sonido. Me encuentro con un apretón ligero que me impide visualizar bien a mi acompañante, es lo que en primera instancia me hace parecer confusa y no es hasta que la tengo frente a mí que puedo caer en la cuenta de quién es. — ¿Jessica? ¡Pero si eres tú! ¡Qué mayor estás! — y qué guapa, estoy por añadir, pero en serio no me quiero empezar a parecer a mi madre, que en paz descanse, tan pronto. Se ve que esto de ser abuela se me está pegando demasiado deprisa.
La sorpresa de ver a esta muchacha en este lugar se ve truncada por los recuerdos que la colocan precisamente aquí, entre las calles del seis y sus parques, una niña de ojos tan saltones que me hace buscar sus rasgos como si estuviera asegurándome de que todavía siguen ahí. Si es que ahora que le echo un buen vistazo, es clavada a la imagen que tengo de su madre antes de que la decadencia le empezara a pasar factura. Triste, como terminó todo para ellas, me hace darle vueltas a la suerte que en días corrientes no echamos en falta porque todo lo damos por hecho. — Pues un montón de tiempo, de eso no cabe duda, ¿cuánto hace que no te veo por aquí? Lo último que supe de ti es que te habías mudado de distrito. — nunca supe donde, es de esas relaciones que con el tiempo uno termina perdiendo, aunque sobre decir que en mi casa siempre es bienvenida. No conocí a su madre todo ese tiempo para ahora tomarme esta clase de reservas. — ¿Lara? ¡Uy, encantada, ya ves! Con la niña que poco a poco nos está volviendo un poco locos a todos. — sonrío, me hago la culpable por ser una abuela que la consiente demasiado, ¿pero para qué están las abuelas si no es para consentir? Yo lo tengo que hacer por dos, ya que cae en la desgracia de que solo tiene una y es mi deber el mantener el recuerdo de Penélope vivo como abuela paterna. — ¿Pero qué hay de ti, tesoro? ¿Estás de visita?
No acostumbro a que se me complique tanto un diseño, pero al ser una invención nueva que aún estamos probando, ni sé por qué me sorprende que parte de nuestra zona de trabajo haya salido disparada por los aires. Esto es lo que pasa cuando un recién graduado no sabe diferenciar entre un vector y una energía de fuerza, que parece que aquí las cosas las tengo que enseñar yo en el trabajo y no se los explican en donde debe ser, un aula. Armaré mi propia academia de ingenieros a este paso, una idea que no se me hace tan descabellada, pero que mi línea de pensamiento se ve interrumpida por una vocecita que me hace salir del interior de mi cabeza para buscar con mis ojos la procedencia del sonido. Me encuentro con un apretón ligero que me impide visualizar bien a mi acompañante, es lo que en primera instancia me hace parecer confusa y no es hasta que la tengo frente a mí que puedo caer en la cuenta de quién es. — ¿Jessica? ¡Pero si eres tú! ¡Qué mayor estás! — y qué guapa, estoy por añadir, pero en serio no me quiero empezar a parecer a mi madre, que en paz descanse, tan pronto. Se ve que esto de ser abuela se me está pegando demasiado deprisa.
La sorpresa de ver a esta muchacha en este lugar se ve truncada por los recuerdos que la colocan precisamente aquí, entre las calles del seis y sus parques, una niña de ojos tan saltones que me hace buscar sus rasgos como si estuviera asegurándome de que todavía siguen ahí. Si es que ahora que le echo un buen vistazo, es clavada a la imagen que tengo de su madre antes de que la decadencia le empezara a pasar factura. Triste, como terminó todo para ellas, me hace darle vueltas a la suerte que en días corrientes no echamos en falta porque todo lo damos por hecho. — Pues un montón de tiempo, de eso no cabe duda, ¿cuánto hace que no te veo por aquí? Lo último que supe de ti es que te habías mudado de distrito. — nunca supe donde, es de esas relaciones que con el tiempo uno termina perdiendo, aunque sobre decir que en mi casa siempre es bienvenida. No conocí a su madre todo ese tiempo para ahora tomarme esta clase de reservas. — ¿Lara? ¡Uy, encantada, ya ves! Con la niña que poco a poco nos está volviendo un poco locos a todos. — sonrío, me hago la culpable por ser una abuela que la consiente demasiado, ¿pero para qué están las abuelas si no es para consentir? Yo lo tengo que hacer por dos, ya que cae en la desgracia de que solo tiene una y es mi deber el mantener el recuerdo de Penélope vivo como abuela paterna. — ¿Pero qué hay de ti, tesoro? ¿Estás de visita?
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Sus palabras me hacen sentir por un momento que vuelvo a tener trece años y bajo al salón de casa, donde mi madre y ella ríen a carcajadas de algo que no entiendo mientras comparten una taza de café con leche. En aquellos tiempos sus comentarios me hacían sonrojar por alguna razón, y por unos instantes siento en mis mejillas el reflejo de aquello, aunque espero que no sea perceptible. La ternura de recordar viejos tiempos me invade y se me ensancha la sonrisa sin que pueda ni pretenda evitarlo. - Estás muy guapa, Mo. Deberías convertirte en abuela más a menudo - Apenas puedo creer que lo sea fijándome en la juventud que sus facciones desprenden. Sin duda tiene que ser cosa de genética, porque me cuesta encontrar en mis recuerdos del rostro de Lara una sola línea de expresión, aunque imagino que el bebé no tarde mucho en hacerlas aparecer, si es que no lo ha hecho ya. Otra razón más que añadir a mi lista para no tener jamás la tentación de tener hijos que seguro que mi cutis agradecerá.
Además de parecerme a mi yo de trece años en la forma de reaccionar ante sus nostálgicas frases, de repente la analogía se extiende también a mi antigua capacidad para inventar excusas creíbles. Y por si alguien aún duda, era nula. No soy capaz de encontrar una serie de eufemismos que expliquen el porqué de mi presencia en el seis, al menos no con suficiente rapidez y naturalidad como para que no parezcan una sarta de mentiras. - Seguramente décadas. Desde que me marché a los juegos no había estado en el seis por más de unas horas. Y hace... Dios, casi hace veinte años de aquello - Ni siquiera yo me había percatado de esta realidad, pero tras la muerte de mi madre me dolía demasiado revivir los recuerdos idealizados que he creado sobre ella. Sin duda, no hay mejor forma que morir para conseguir que se perdonen tus errores. Todos los que me conocen o la conocieron a ella saben que no era precisamente una madre ejemplar, pero tras su ida he conseguido recordarla con el cariño que en los peores momentos jamás pensé que recuperaría. Sé que no es un recuerdo realista, pero lo prefiero así.
Mencionar a Lara también me hace volver a sonreír, esta vez con cierta tristeza, pues hace tiempo que no sé gran cosa de ella. Me propongo mentalmente intentar retomar el antiguo contacto en cuanto llegue a casa. - Si se parece un poco a su madre, no dudo de eso - Digo refiriéndome a la niña y riendo con complicidad. - Espero verlas pronto a ambas y que todo siga igual de bien, si hablas con ella mándale recuerdos de mi parte para todos - Sugiero con ilusión.
La inevitable pregunta no tarda en llegar, pero me esfuerzo en pensar que no tiene por qué llevar al tema del trabajo y respondo unos segundos más tarde de lo que debería. - Bueno, lo cierto es que me he instalado aquí por... Un tiempo indefinido. De hecho, en mi antigua casa. Si aún recuerdas la dirección puedes pasarte cuando quieras a tomar algo - Y sé que la recordará, estoy segura. Tampoco es que el seis sea tan grande como para tener que hacer mucho esfuerzo por ello. - Un café corto de leche. Dos terrones y un poco de espuma - Recito sintiéndome orgullosa de recordarlo. - ¿Aún lo tomas así? - Alzo una ceja inquisitivamente mientras señalo con todo mi brazo el final de la calle, donde se encuentra mi humilde y vieja morada. - Si no tienes prisa... Tengo café hecho de por la mañana - Digo a modo de invitación. Será mejor que hablar en medio de la calle.
Además de parecerme a mi yo de trece años en la forma de reaccionar ante sus nostálgicas frases, de repente la analogía se extiende también a mi antigua capacidad para inventar excusas creíbles. Y por si alguien aún duda, era nula. No soy capaz de encontrar una serie de eufemismos que expliquen el porqué de mi presencia en el seis, al menos no con suficiente rapidez y naturalidad como para que no parezcan una sarta de mentiras. - Seguramente décadas. Desde que me marché a los juegos no había estado en el seis por más de unas horas. Y hace... Dios, casi hace veinte años de aquello - Ni siquiera yo me había percatado de esta realidad, pero tras la muerte de mi madre me dolía demasiado revivir los recuerdos idealizados que he creado sobre ella. Sin duda, no hay mejor forma que morir para conseguir que se perdonen tus errores. Todos los que me conocen o la conocieron a ella saben que no era precisamente una madre ejemplar, pero tras su ida he conseguido recordarla con el cariño que en los peores momentos jamás pensé que recuperaría. Sé que no es un recuerdo realista, pero lo prefiero así.
Mencionar a Lara también me hace volver a sonreír, esta vez con cierta tristeza, pues hace tiempo que no sé gran cosa de ella. Me propongo mentalmente intentar retomar el antiguo contacto en cuanto llegue a casa. - Si se parece un poco a su madre, no dudo de eso - Digo refiriéndome a la niña y riendo con complicidad. - Espero verlas pronto a ambas y que todo siga igual de bien, si hablas con ella mándale recuerdos de mi parte para todos - Sugiero con ilusión.
La inevitable pregunta no tarda en llegar, pero me esfuerzo en pensar que no tiene por qué llevar al tema del trabajo y respondo unos segundos más tarde de lo que debería. - Bueno, lo cierto es que me he instalado aquí por... Un tiempo indefinido. De hecho, en mi antigua casa. Si aún recuerdas la dirección puedes pasarte cuando quieras a tomar algo - Y sé que la recordará, estoy segura. Tampoco es que el seis sea tan grande como para tener que hacer mucho esfuerzo por ello. - Un café corto de leche. Dos terrones y un poco de espuma - Recito sintiéndome orgullosa de recordarlo. - ¿Aún lo tomas así? - Alzo una ceja inquisitivamente mientras señalo con todo mi brazo el final de la calle, donde se encuentra mi humilde y vieja morada. - Si no tienes prisa... Tengo café hecho de por la mañana - Digo a modo de invitación. Será mejor que hablar en medio de la calle.
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— ¡Eso es lo que le digo yo a Lara constantemente! — exclamo cuando no soy yo la única que opina que lo de ser abuela me sienta como un baño de rosas, así quizá de esta manera, con alguien en mi equipo, pueda convencer a mi hija de tener algún que otro bebé más. Digamos que no me quejo, que ya lo suyo me costó asumir que no era una mujer que quisiera tener hijos, como para después encontrarme con la sorpresa de que estaba embarazada sin ni siquiera estar casada. Pero bueno, al final las cosas han seguido su curso, paso a paso, ya la estoy encarrilando por el buen camino. Si es que hice un trabajo estupendo. Sutil, que nadie se lo vio venir. — Ya sabes como es, cada cosa a su tiempo. — termino por murmurar, con una sonrisa que, si bien no me obliga a enseñar los dientes, sí tira de mis mejillas lo suficiente como para hacerme achinar un poco los ojos.
Fue una tragedia, todo lo que le ocurrió a Dalia con su hija, su situación desesperada que le llevó a buscar desahogo en formas no necesariamente beneficiosas para la salud. Desde mi posición puedo decir que siempre traté de ayudar, en todo lo que me fue posible, pero uno no puede salvar a aquel que parece no querer ser ayudado. — Me enteré de lo de tu madre, desgraciadamente no pude acudir al entierro, aunque sí la he visitado en el cementerio alguna vez desde lo que ocurrió. — la sonrisa se ha ido borrando de mi rostro hasta transformarse en una expresión más bien aflictiva. — Me hubiera gustado verte. — añado después, el deseo se repitió varias veces tras su muerte, pues, aunque no la tuviera presente a diario, en muchas ocasiones sí me pregunté qué había sido de su hija.
Afortunadamente para mí, podemos dejar la charla amarga a un lado cuando temas más presentes toman parte en la conversación. Asiento con la cabeza ante su petición, regresando a asomar una curvatura más abierta en mis labios. — ¿Por qué no te vienes un día a casa y cenas con nosotras? Puedo decirle a Lara que se venga, así hasta puedes conocer a la niña, y no puedes decir que no a mi cocina, ya lo sabes. — propongo. Sería un plan que no solo me sacaría a mí de mi rutina habitual, sino que estoy segura también de que Lara lo agradecerá, sé lo mucho que resiente la isla ministerial y, aunque no pueda ser de otra manera dadas las circunstancias, una escapada de vez en cuando no le viene mal a nadie.
Que diga que se ha instalado en el seis me cae más por sorpresa que el hecho de verla aquí siendo su lugar de nacimiento, me tiene extendiendo los párpados de mis ojos hasta que son mis palabras las que responden con una reacción más apropiada. — ¡Pues claro que la recuerdo! Sigo pasando por delante de vez en cuando de camino a la calle principal, no sabía que estaba en venta. — porque si le voy a ser honesta a pesar de no mencionarlo, esa casa lleva cerrada tanto tiempo que me sorprende que siga siendo habitable. — Tres terrones, me he vuelto un poco más golosa con el paso del tiempo, ¿a quién se puede culpar? — bromeo, aunque su propuesta me sienta tan bien que no tardo mucho en tomar su brazo, tal y como si fuéramos viejas amigas, cuando lo cierto es que es la postura que hubiera tomado con su madre de ser un tanto más joven. — ¿Prisa, hija mía? He dejado de vivir con prisa hace ya muchos años, nada bueno trae, solo arrugas. — me río en lo que comienzo a caminar calle abajo. — ¿Sigues trabajando en… el mercado? — que nadie me pregunte como me enteré, creo que me lo dijo Lara en algún momento, pero fue hace tanto tiempo que, con la liberación que hizo Hermann, no me extrañaría que cambiara de profesión.
Fue una tragedia, todo lo que le ocurrió a Dalia con su hija, su situación desesperada que le llevó a buscar desahogo en formas no necesariamente beneficiosas para la salud. Desde mi posición puedo decir que siempre traté de ayudar, en todo lo que me fue posible, pero uno no puede salvar a aquel que parece no querer ser ayudado. — Me enteré de lo de tu madre, desgraciadamente no pude acudir al entierro, aunque sí la he visitado en el cementerio alguna vez desde lo que ocurrió. — la sonrisa se ha ido borrando de mi rostro hasta transformarse en una expresión más bien aflictiva. — Me hubiera gustado verte. — añado después, el deseo se repitió varias veces tras su muerte, pues, aunque no la tuviera presente a diario, en muchas ocasiones sí me pregunté qué había sido de su hija.
Afortunadamente para mí, podemos dejar la charla amarga a un lado cuando temas más presentes toman parte en la conversación. Asiento con la cabeza ante su petición, regresando a asomar una curvatura más abierta en mis labios. — ¿Por qué no te vienes un día a casa y cenas con nosotras? Puedo decirle a Lara que se venga, así hasta puedes conocer a la niña, y no puedes decir que no a mi cocina, ya lo sabes. — propongo. Sería un plan que no solo me sacaría a mí de mi rutina habitual, sino que estoy segura también de que Lara lo agradecerá, sé lo mucho que resiente la isla ministerial y, aunque no pueda ser de otra manera dadas las circunstancias, una escapada de vez en cuando no le viene mal a nadie.
Que diga que se ha instalado en el seis me cae más por sorpresa que el hecho de verla aquí siendo su lugar de nacimiento, me tiene extendiendo los párpados de mis ojos hasta que son mis palabras las que responden con una reacción más apropiada. — ¡Pues claro que la recuerdo! Sigo pasando por delante de vez en cuando de camino a la calle principal, no sabía que estaba en venta. — porque si le voy a ser honesta a pesar de no mencionarlo, esa casa lleva cerrada tanto tiempo que me sorprende que siga siendo habitable. — Tres terrones, me he vuelto un poco más golosa con el paso del tiempo, ¿a quién se puede culpar? — bromeo, aunque su propuesta me sienta tan bien que no tardo mucho en tomar su brazo, tal y como si fuéramos viejas amigas, cuando lo cierto es que es la postura que hubiera tomado con su madre de ser un tanto más joven. — ¿Prisa, hija mía? He dejado de vivir con prisa hace ya muchos años, nada bueno trae, solo arrugas. — me río en lo que comienzo a caminar calle abajo. — ¿Sigues trabajando en… el mercado? — que nadie me pregunte como me enteré, creo que me lo dijo Lara en algún momento, pero fue hace tanto tiempo que, con la liberación que hizo Hermann, no me extrañaría que cambiara de profesión.
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La sonrisa de complicidad y ternura da paso a una algo más melancólica y triste cuando la oigo mencionar a mi madre. Aunque considero que lo he superado, sé que es del tipo de heridas que no cicatrizan nunca. Con la muerte de un ser querido simplemente se aprende a vivir, soportando la ausencia como se puede y dejando que el tiempo haga su trabajo. - Confieso que no frecuento mucho su tumba - me encojo de hombros sutilmente. No me gusta pensar que está metida en una caja enterrada bajo tierra, y aunque de vez en cuando hago visitas espress para dejar flores, por pura cortesía, no es algo que me agrade - Pero la recuerdo cada día sin necesidad de ello - De hecho, probablemente la recuerdo mucho más que cuando vivía, al fin y al cabo nunca tuvimos una unión filo-parental muy convencional. Zanjo así el tema de mi madre, evitando que esta rencuentro se convierta en un velatorio simbólico por un recuerdo que seguro que ambas guardamos con cariño.
- Eso me encantaría. Sobretodo la parte de la comida - Río despreocupada mientras imagino por unos segundos la escena. Yo uniéndome a una cena familiar, con comida que no procede de una lata de conservas y bebés incluidos. Una estampa en la que no pego mucho, pero que aceptaré encantada. - Lo habría propuesto yo de no ser porque mis dotes para la cocina no pasan de pelar manzanas y abrir latas de comida preparada - Y ojalá fuera una broma pero son la base de mi alimentación - Eso sí, con mucha maestría - Está mal que yo lo diga, pero jamás he visto una conserva tan bien abierta. - Me muero de ganas de conocer a la pequeña - Declaro por fin en un suspiro. A pesar de acercarme a los cuarenta sigo sin asumir que llegó el momento en el que todas tus amigas empiezan a tener bebés. Ni cuando pasó con Alice me lo creí.
El recuerdo de mi amiga o al menos la que un día lo fue, y sobretodo de Murphy, hacen que mi corazón se estremezca en una sensación de congoja que evito exteriorizar. Hace tiempo que asumí que perdí a Alice para siempre. La perdí cuando ella se perdió a sí misma, y volví a hacerlo cuando intenté recuperarla quitándole algo que no era mío. Estos son los momentos en los que doy gracias a mi repentina pérdida de sentimientos, porque de otro modo no podría soportarlo.
Por suerte el tema se desvía y mi mente lo hace también con relativa facilidad, lo que me permite respirar hondo y centrarme en mi vieja amiga. - Sí, bueno... Durante mucho tiempo quise deshacerme de ella, pero por suerte para mí eso no ocurrió - De lo contrario quién sabe dónde me hubiera metido en esta época. - No prometo que no huela aún a pintura, le hicieron falta unas cuantas capas - Por no mencionar las innumerables pequeñas reformas y arreglos que Andy y yo tuvimos que apañar para que fuese mínimamente habitable. Me aferro a su brazo como si de mi único pilar se tratase, pues ahora me doy cuenta del tiempo que hacía desde que no tenía un ápice de vida social. - Tienes tooda la razón - Admito hacia su comentario sobre el tiempo y me tomo la libertad de bajar el ritmo del paseo, disfrutando de la brisa que choca en mi cara y parece incluso que la acaricia.
Estoy tan relajada que ni su pregunta sobre el mercado de esclavos consigue tensarme. - Oh, ya no. Hace tiempo que lo dejé - A veces incluso se me olvida aquel trabajo, puede que mi cerebro quiera borrar todas las cosas horribles que vi allí. - Fui cazadora después de eso durante años. Me ascendieron a jefa del departamento y... - ¿Por qué ocultarlo? - Bueno... tuve algunos incidentes y se podría decir que me invitaron a marcharme - Es la forma más suave que encuentro de referirme a mi despido. - Ya nada me retenía allí, por eso vine al seis - Encajo así las piezas de un puzzle que seguramente le ayude a entender muchas cosas.
- Eso me encantaría. Sobretodo la parte de la comida - Río despreocupada mientras imagino por unos segundos la escena. Yo uniéndome a una cena familiar, con comida que no procede de una lata de conservas y bebés incluidos. Una estampa en la que no pego mucho, pero que aceptaré encantada. - Lo habría propuesto yo de no ser porque mis dotes para la cocina no pasan de pelar manzanas y abrir latas de comida preparada - Y ojalá fuera una broma pero son la base de mi alimentación - Eso sí, con mucha maestría - Está mal que yo lo diga, pero jamás he visto una conserva tan bien abierta. - Me muero de ganas de conocer a la pequeña - Declaro por fin en un suspiro. A pesar de acercarme a los cuarenta sigo sin asumir que llegó el momento en el que todas tus amigas empiezan a tener bebés. Ni cuando pasó con Alice me lo creí.
El recuerdo de mi amiga o al menos la que un día lo fue, y sobretodo de Murphy, hacen que mi corazón se estremezca en una sensación de congoja que evito exteriorizar. Hace tiempo que asumí que perdí a Alice para siempre. La perdí cuando ella se perdió a sí misma, y volví a hacerlo cuando intenté recuperarla quitándole algo que no era mío. Estos son los momentos en los que doy gracias a mi repentina pérdida de sentimientos, porque de otro modo no podría soportarlo.
Por suerte el tema se desvía y mi mente lo hace también con relativa facilidad, lo que me permite respirar hondo y centrarme en mi vieja amiga. - Sí, bueno... Durante mucho tiempo quise deshacerme de ella, pero por suerte para mí eso no ocurrió - De lo contrario quién sabe dónde me hubiera metido en esta época. - No prometo que no huela aún a pintura, le hicieron falta unas cuantas capas - Por no mencionar las innumerables pequeñas reformas y arreglos que Andy y yo tuvimos que apañar para que fuese mínimamente habitable. Me aferro a su brazo como si de mi único pilar se tratase, pues ahora me doy cuenta del tiempo que hacía desde que no tenía un ápice de vida social. - Tienes tooda la razón - Admito hacia su comentario sobre el tiempo y me tomo la libertad de bajar el ritmo del paseo, disfrutando de la brisa que choca en mi cara y parece incluso que la acaricia.
Estoy tan relajada que ni su pregunta sobre el mercado de esclavos consigue tensarme. - Oh, ya no. Hace tiempo que lo dejé - A veces incluso se me olvida aquel trabajo, puede que mi cerebro quiera borrar todas las cosas horribles que vi allí. - Fui cazadora después de eso durante años. Me ascendieron a jefa del departamento y... - ¿Por qué ocultarlo? - Bueno... tuve algunos incidentes y se podría decir que me invitaron a marcharme - Es la forma más suave que encuentro de referirme a mi despido. - Ya nada me retenía allí, por eso vine al seis - Encajo así las piezas de un puzzle que seguramente le ayude a entender muchas cosas.
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De todo lo que he escuchado en mi tiempo como maestra de la cocina, latas de comida preparada es una de las aberraciones por las que no se pueden pasar en mi casa. La miro como si estuviera diciendo eso mismo con mis propios ojos antes de negar rotundamente con la cabeza. — ¿Pelar manzanas y latas de conserva? ¿Es que estás en alguna clase de dieta o estás mal de la cabeza, tesoro? De ninguna manera, te daré clases de cocina si hace falta, ¿cómo haces para sobrevivir así? — estos jóvenes de hoy en día, nunca lo entenderé, ¿quién puede preferir una pizza hecha a base de plástico antes que la comida elaborada? Que sé que lleva su tiempo… pero para mezclar dos huevos tampoco hace falta mucha ciencia. — Entonces está hecho, se lo diré a Lara para que vaya haciendo hueco en su agenda y se venga con la niña, ya lo verás, lo pasaremos estupendo. — digo, tan emocionada por ese nuevo plan que se ha abierto en mi calendario que ya mismo se me vienen a la cabeza nuevas recetas que he estado probando estos días, sin invitados a los que ofrecérselas.
— Mujer, si lo llego a saber te hubiera echado una mano. — comento de paso, que el hecho de que trabaje para la mecánica debe decir mucho de cómo se me dan las manualidades. Escucho con interés lo que tiene para decirme sobre su actual situación laboral, mientras tomada de su brazo sigo el camino por la calle, aunque con la vista centrada en su rostro joven. — ¿Pequeños incidentes? Me suena demasiado… — sino es por Lara mismo, sino porque yo misma he colado alguno en mi departamento, pero que con mi antigüedad y experiencia, ¿quién se va a atrever a echarme? Aun así, algo palpo en sus palabras que me quiere llegar a decir que ella no se está refiriendo exactamente a errores que uno podría cometer de forma inconsciente. — ¿De modo que estás buscando trabajo? — pregunto, alzando las cejas a pesar de que no me quiero entrometer demasiado en sus asuntos, por mucha confianza que hubiera tenido con su madre.
Doy un largo suspiro, ese que me lleva a colocar la vista en frente sin buscar un objetivo concreto, más allá de la casa que empiezo a divisar en la esquina. — Porque sabes que si es así no dudes en decírmelo, ¿sí? — ahí estoy, metiéndome en sus asuntos como buena maruja de barrio que soy. No maruja, preocupada por su bienestar. — Quizá haya algún negocio local por aquí para el que pueda recomendarte, si lo que quieres es alejarte del ministerio. ¿Dices que tuviste incidentes? No sé como funcionan entre departamentos, pero no creo que esa información se traspase con tanta facilidad, más que para tu propio currículum — qué sé yo, estoy diciendo lo que se me parece, en caso de que pueda echarle una mano hasta dentro de las paredes de mi propio departamento.
— Mujer, si lo llego a saber te hubiera echado una mano. — comento de paso, que el hecho de que trabaje para la mecánica debe decir mucho de cómo se me dan las manualidades. Escucho con interés lo que tiene para decirme sobre su actual situación laboral, mientras tomada de su brazo sigo el camino por la calle, aunque con la vista centrada en su rostro joven. — ¿Pequeños incidentes? Me suena demasiado… — sino es por Lara mismo, sino porque yo misma he colado alguno en mi departamento, pero que con mi antigüedad y experiencia, ¿quién se va a atrever a echarme? Aun así, algo palpo en sus palabras que me quiere llegar a decir que ella no se está refiriendo exactamente a errores que uno podría cometer de forma inconsciente. — ¿De modo que estás buscando trabajo? — pregunto, alzando las cejas a pesar de que no me quiero entrometer demasiado en sus asuntos, por mucha confianza que hubiera tenido con su madre.
Doy un largo suspiro, ese que me lleva a colocar la vista en frente sin buscar un objetivo concreto, más allá de la casa que empiezo a divisar en la esquina. — Porque sabes que si es así no dudes en decírmelo, ¿sí? — ahí estoy, metiéndome en sus asuntos como buena maruja de barrio que soy. No maruja, preocupada por su bienestar. — Quizá haya algún negocio local por aquí para el que pueda recomendarte, si lo que quieres es alejarte del ministerio. ¿Dices que tuviste incidentes? No sé como funcionan entre departamentos, pero no creo que esa información se traspase con tanta facilidad, más que para tu propio currículum — qué sé yo, estoy diciendo lo que se me parece, en caso de que pueda echarle una mano hasta dentro de las paredes de mi propio departamento.
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Puedo ver el pavor que refleja su rostro sólo de pensar en una alimentación basada en conservas y algo de fruta, lo que me hace soltar una carcajada espontánea e inevitable. - Sólo la dieta de los inútiles en la cocina, Mo - Aunque llevo años intentando corregirlo, mis intentos de aprender suelen ser fallidos y acabo recurriendo a lo clásico y a lo fácil. Probablemente no será muy sano, pero no se puede negar que es lo más rápido y cómodo. Por enésima vez en mi vida, anoto mentalmente el nuevo objetivo de aprender a cocinar, aún sabiendo que es algo que no llegaré a hacer. - Perfecto. Siempre estoy libre para una buena comida - Asiento con vehemencia intentando que suene a un elogio a la comida, cuando realmente ahora mismo estoy libre para la comida y para lo que sea. Alguna ventaja tenía que tener estar desempleada.
Hago un gesto con la mano, descartando su comentario. - No te preocupes, tuve algo de ayuda - Evito decir que esa ayuda fue de mi esclavo porque no me gusta mencionar que tengo uno si no es estrictamente necesario. Aunque pensándolo bien, si va a venir a casa acabará viéndolo.
- Sí, bueno... No diría que es exactamente una búsqueda activa - Lo cierto es que no he estado enviando currículums de momento, antes prefiero ir tirando de mis ahorros hasta encontrar un buen plan. No quiero volver a acabar encerrada en una rutina basada en un empleo que no me llena y del que no encuentro razones para salir. No otra vez. - Pero estoy abierta a lo que me vaya llegando - Digo encogiéndome de hombros. Desde luego, experiencia variada me sobra, he trabajado en tantos sectores que ni siquiera sabría enumerarlos todos, pero en ninguno he acabado sintiendo que eso era para lo que estaba hecha. No negaré que me gustaba ayudar a gente en el mercado, aunque acabó siendo demasiado arriesgado; y que como cazadora y jefa del departamento me sentía útil. Pero no, ninguno de esos eran mi sitio, se trataba sólo de hábitos que es difícil dejar sin una buena razón.
- Oh no... No quiero que te molestes, de veras - Y aunque suene a la típica frase, de verdad no me gustaría que perdiera su tiempo y su esfuerzo en intentar encontrar algo para mí. Ni siquiera sé hasta qué punto eso de que la información no se traspasa entre departamentos será así, pero aunque lo fuera, sé que de forma extraoficial mi nombre se recordará. No estoy segura de querer volver al Ministerio, pero tampoco de irme. No era un mal lugar para estar, al fin y al cabo es algo estable. - Perdona por mi mala memoria, Mo... Pero, ¿a qué te dedicabas tú? - De repente me doy cuenta de que o no lo sé o lo sé pero no lo recuerdo en absoluto. En el instante en el que acabo la pregunta, llego a la puerta de casa. Saco las llaves para encajarlas en la vieja cerradura mientras rezo porque Anderson no esté en el sofá viendo la tele o algo así.
Hago un gesto con la mano, descartando su comentario. - No te preocupes, tuve algo de ayuda - Evito decir que esa ayuda fue de mi esclavo porque no me gusta mencionar que tengo uno si no es estrictamente necesario. Aunque pensándolo bien, si va a venir a casa acabará viéndolo.
- Sí, bueno... No diría que es exactamente una búsqueda activa - Lo cierto es que no he estado enviando currículums de momento, antes prefiero ir tirando de mis ahorros hasta encontrar un buen plan. No quiero volver a acabar encerrada en una rutina basada en un empleo que no me llena y del que no encuentro razones para salir. No otra vez. - Pero estoy abierta a lo que me vaya llegando - Digo encogiéndome de hombros. Desde luego, experiencia variada me sobra, he trabajado en tantos sectores que ni siquiera sabría enumerarlos todos, pero en ninguno he acabado sintiendo que eso era para lo que estaba hecha. No negaré que me gustaba ayudar a gente en el mercado, aunque acabó siendo demasiado arriesgado; y que como cazadora y jefa del departamento me sentía útil. Pero no, ninguno de esos eran mi sitio, se trataba sólo de hábitos que es difícil dejar sin una buena razón.
- Oh no... No quiero que te molestes, de veras - Y aunque suene a la típica frase, de verdad no me gustaría que perdiera su tiempo y su esfuerzo en intentar encontrar algo para mí. Ni siquiera sé hasta qué punto eso de que la información no se traspasa entre departamentos será así, pero aunque lo fuera, sé que de forma extraoficial mi nombre se recordará. No estoy segura de querer volver al Ministerio, pero tampoco de irme. No era un mal lugar para estar, al fin y al cabo es algo estable. - Perdona por mi mala memoria, Mo... Pero, ¿a qué te dedicabas tú? - De repente me doy cuenta de que o no lo sé o lo sé pero no lo recuerdo en absoluto. En el instante en el que acabo la pregunta, llego a la puerta de casa. Saco las llaves para encajarlas en la vieja cerradura mientras rezo porque Anderson no esté en el sofá viendo la tele o algo así.
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Bueno, si algo tengo que apuntar de esta chica es su sentido del humor, ese que me saca una risilla que tira de mis mejillas hacia arriba. — Si tienes tiempo, también puedo darte unas clases de cocina, si vienes un poco antes, hasta podemos preparar la cena juntas, ¿qué te parece? ¡Puedo enseñarte hasta a freír un huevo! — aunque el plan que voy proponiendo me llena de emoción, lo último lo digo en broma, a pesar de no estar tan segura de que esta muchacha sepa en realidad freírse un huevo, como también pondría la mano en el fuego al decir que mi hija tampoco tiene la menor pajolera idea de como hacerlo. Estos jóvenes… que lo solucionan todo con un click de sus teléfonos con esos envíos de comida a domicilio.
— ¡Hay que estarlo, querida, hay que estarlo! No es un buen momento para encontrarse en el paro, ya sabes, los tiempos que corren son duros, y se volverán más duros, te lo digo yo, es mejor que tengas un plan B, solo por si acaso. — asiento seriamente con la cabeza, dándole una palmadita en el brazo con este rol de madre que me adjudico cada vez que me encuentro con una cara conocida. — En serio, tesoro, no quieres que la guerra te pille con las manos vacías, hay que estar preparados para lo que se viene. — si lo que ocurrió en el distrito nueve no es un ejemplo de como la partida de ajedrez a la que se dedican a jugar los políticos del país deja en evidencia que la están perdiendo, yo ya no sé qué será lo próximo que pase. Mañana mismamente podría caer otro distrito a manos de los rebeldes, que ni lo vendríamos venir.
— ¡Pero no es ninguna molestia! Además, soy muy amiga del panadero, creo que andaban buscando gente, y te diré también, tiene un hijo muy, pero que muy educado y acertado, por si también andas buscando de… bueno, ya me entiendes. — sí, yo le voy encasquetando al hijo del panadero a todo el que me cruzo, que sé que con mi hija no funcionó porque al parecer, sorprendentemente, le van más los trajes, pero quizá, quizá con Jessica… Pero bueno, que me estoy saliendo del tema, para variar un tanto. — Soy mecánica, llevo siéndolo toda la vida, sí, sí, aquí donde me ves, tan cocinera con mi mandil tengo también una pasión por las ciencias y las matemáticas. Trabajo en el departamento de investigación, en la sección de mecánica. — explico alegremente, encantada de poder compartir un poco de mi trabajo diario, ya ni recuerdo que salí de casa quejándome del mismo. — Lara también trabajaba allí, como mecánica, pero hace un tiempo que lo dejó para unirse a los inefables, le llamaba más ese campo, al parecer... — siempre tan interesada en esas cosas misteriosas a las que nadie les encuentra sentido, mientras que yo vivo por demostrar que todo tiene una base científica sobre la que se sustenta. Quizá por eso me encontré un poco reacia a aceptar el cambio de mi hija. — Ahá…. sí, tal y como la recordaba, tenías razón, sigue oliendo un poco a pintura. — digo nada más entrar por la puerta, un poco como Pedro por su casa al desprenderme de su brazo, dedicándole un vistazo al pasillo principal.
— ¡Hay que estarlo, querida, hay que estarlo! No es un buen momento para encontrarse en el paro, ya sabes, los tiempos que corren son duros, y se volverán más duros, te lo digo yo, es mejor que tengas un plan B, solo por si acaso. — asiento seriamente con la cabeza, dándole una palmadita en el brazo con este rol de madre que me adjudico cada vez que me encuentro con una cara conocida. — En serio, tesoro, no quieres que la guerra te pille con las manos vacías, hay que estar preparados para lo que se viene. — si lo que ocurrió en el distrito nueve no es un ejemplo de como la partida de ajedrez a la que se dedican a jugar los políticos del país deja en evidencia que la están perdiendo, yo ya no sé qué será lo próximo que pase. Mañana mismamente podría caer otro distrito a manos de los rebeldes, que ni lo vendríamos venir.
— ¡Pero no es ninguna molestia! Además, soy muy amiga del panadero, creo que andaban buscando gente, y te diré también, tiene un hijo muy, pero que muy educado y acertado, por si también andas buscando de… bueno, ya me entiendes. — sí, yo le voy encasquetando al hijo del panadero a todo el que me cruzo, que sé que con mi hija no funcionó porque al parecer, sorprendentemente, le van más los trajes, pero quizá, quizá con Jessica… Pero bueno, que me estoy saliendo del tema, para variar un tanto. — Soy mecánica, llevo siéndolo toda la vida, sí, sí, aquí donde me ves, tan cocinera con mi mandil tengo también una pasión por las ciencias y las matemáticas. Trabajo en el departamento de investigación, en la sección de mecánica. — explico alegremente, encantada de poder compartir un poco de mi trabajo diario, ya ni recuerdo que salí de casa quejándome del mismo. — Lara también trabajaba allí, como mecánica, pero hace un tiempo que lo dejó para unirse a los inefables, le llamaba más ese campo, al parecer... — siempre tan interesada en esas cosas misteriosas a las que nadie les encuentra sentido, mientras que yo vivo por demostrar que todo tiene una base científica sobre la que se sustenta. Quizá por eso me encontré un poco reacia a aceptar el cambio de mi hija. — Ahá…. sí, tal y como la recordaba, tenías razón, sigue oliendo un poco a pintura. — digo nada más entrar por la puerta, un poco como Pedro por su casa al desprenderme de su brazo, dedicándole un vistazo al pasillo principal.
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De un momento a otro de la conversación me da por reflexionar sobre lo bien que me cae esta mujer. Y no es que no me hubiera percatado antes, porque jamás me ha caído mal, pero simplemente la tenía en mis recuerdos como la antigua amiga de mi madre y como la madre de mi actual amiga, nada más. Jamás me habría planteado tomarme el tiempo para hablar con ella como lo estoy haciendo ahora e invitarla a un café en mi casa como lo hacían los mayores cuando yo ni sabía cómo podía gustarles el sabor amargo del café. Pero es agradable, alegre y tiene sentido del humor como para aguantar mis constantes y a veces pesadas bromas y lo mejor de todo, devolvérmelas. Sí, definitivamente me cae bien. Le sonrío y alzo mis manos hacia el cielo como en un agradecimiento divino cuando menciona que podría enseñarme a cocinar. - Los dioses han escuchado mis plegarias. No sabía cuántas indirectas más serían necesarias para que lo sugirieras - Y ojalá no lo haya dicho de broma, porque unas clasecitas acerca de la diferencia entre una cazuela y un cazo no me vendrían nada mal.
Asiento con la cabeza, dándole la razón. La verdad es que hasta a mí me hubiera parecido que voy de sobrada si me hubiera escuchado decir que no estoy buscando empleo activamente. - Claro, sí... No es que esté rechazando ninguna oferta ni que vaya a hacerlo, sólo que después de experiencias no demasiado enriquecedoras digamos que estoy buscando ampliar mis horizontes hacia algo más ambicioso - Me apresuro a explicarme mientras me encojo de hombros, dubitativa. - No sé si estoy en la mejor posición para hacerlo, pero me gustaría encontrar algo más estable - Los años no pasan en balde y cada vez que pienso en lo mucho que me acerco a los cuarenta me obligo a mí misma a darme cuenta de que no podré seguir toda la vida de empleo en empleo como si jugase a la oca. Necesito cierta firmeza y solidez en mi vida.
Doy por hecho que esto responde a la implícita oferta de nueva panadera del seis y me río ante la sugerencia sobre ese chico. - En eso sí que no tengo ninguna intención de llevar una búsqueda activa - Lo descarto rápidamente, ni de lejos estoy lista para embarcarme de nuevo en nada que tenga que ver con hombres. Rápidamente mi mente se desvía de ese tema en cuanto menciona su trabajo. Claro, mecánica, como en su día lo fue Lara. Nunca lo hubiera supuesto por mí misma, pero ahora que lo dice comienzo a imaginarla con una llave inglesa en la mano en lugar de una sartén. - Inefables... - La palabra se cuela entre mis labios en un susurro que no sé si Mo llega a escuchar. - No sé mucho sobre ellos, la verdad. ¿Está contenta allí? - De repente me atrae la incertidumbre que hay alrededor de ese departamento y siento que necesito saberlo todo, aunque obviamente el área de misterios no creo que sea algo de lo que haya que saber mucho. - ¿Qué aptitudes se necesitan para desempeñar ese trabajo? - También es algo que siempre me he preguntado, qué conocimientos debe o no tener alguien que trabaje allí. Ni siquiera sé si Mo debería saberlo. - Bueno, seguramente esté preguntando más de lo que debo y más de lo que tú puedas saber - Hago un gesto de descarte con la mano y entro en casa, guiando a Mo hacia la cocina. - Estás en tu casa, ya sabes. Ponte cómoda - Aclaro mientras voy sacando dos tazas de la alacena.
Asiento con la cabeza, dándole la razón. La verdad es que hasta a mí me hubiera parecido que voy de sobrada si me hubiera escuchado decir que no estoy buscando empleo activamente. - Claro, sí... No es que esté rechazando ninguna oferta ni que vaya a hacerlo, sólo que después de experiencias no demasiado enriquecedoras digamos que estoy buscando ampliar mis horizontes hacia algo más ambicioso - Me apresuro a explicarme mientras me encojo de hombros, dubitativa. - No sé si estoy en la mejor posición para hacerlo, pero me gustaría encontrar algo más estable - Los años no pasan en balde y cada vez que pienso en lo mucho que me acerco a los cuarenta me obligo a mí misma a darme cuenta de que no podré seguir toda la vida de empleo en empleo como si jugase a la oca. Necesito cierta firmeza y solidez en mi vida.
Doy por hecho que esto responde a la implícita oferta de nueva panadera del seis y me río ante la sugerencia sobre ese chico. - En eso sí que no tengo ninguna intención de llevar una búsqueda activa - Lo descarto rápidamente, ni de lejos estoy lista para embarcarme de nuevo en nada que tenga que ver con hombres. Rápidamente mi mente se desvía de ese tema en cuanto menciona su trabajo. Claro, mecánica, como en su día lo fue Lara. Nunca lo hubiera supuesto por mí misma, pero ahora que lo dice comienzo a imaginarla con una llave inglesa en la mano en lugar de una sartén. - Inefables... - La palabra se cuela entre mis labios en un susurro que no sé si Mo llega a escuchar. - No sé mucho sobre ellos, la verdad. ¿Está contenta allí? - De repente me atrae la incertidumbre que hay alrededor de ese departamento y siento que necesito saberlo todo, aunque obviamente el área de misterios no creo que sea algo de lo que haya que saber mucho. - ¿Qué aptitudes se necesitan para desempeñar ese trabajo? - También es algo que siempre me he preguntado, qué conocimientos debe o no tener alguien que trabaje allí. Ni siquiera sé si Mo debería saberlo. - Bueno, seguramente esté preguntando más de lo que debo y más de lo que tú puedas saber - Hago un gesto de descarte con la mano y entro en casa, guiando a Mo hacia la cocina. - Estás en tu casa, ya sabes. Ponte cómoda - Aclaro mientras voy sacando dos tazas de la alacena.
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— ¡Pues claro que estás en la mejor posición! Con la edad que tienes… no hay otra época mejor que esta para expandir tus horizontes, como bien dices. — la apoyo si es que lo que quiere es moverse hacia un terreno desconocido, ese que muchas veces tenemos miedo de pisar, y con razón, pero en ocasiones hay que coger al toro por los cuernos, que en esta vida, así como hay momentos en los que arriesgarse sería un juego de tontos, también hay situaciones en las que no queda otra que tirarse de cabeza a la piscina si es que necesitamos de un pequeño empujón para poner en rumbo nuestras vidas. — Estás en el momento ideal de la vida, aunque puede que no te lo parezca, ahora mismo, tienes todas las oportunidades delante para hacer lo que quieras con ellas, solo tienes que ser lista y saber cuando tomarlas, ¿sí? — sonrío con un ánimo que ni siquiera ella parece tener sobre sí misma, como es lógico, porque con su edad, también vienen otras cosas que pesan más que cuando tienes veinte años y el mundo a tus pies.
Asiento con la cabeza como respuesta, aunque es más bien un movimiento inconsciente al no saber muy bien qué responder de primeras. — Sí, creo que lo está, ya sabes como es, todo lo que se salga de nuestro entendimiento es algo que siempre le ha llamado la atención. — explico, que creo que esa es la razón principal por la que decidió cambiar de trabajo en primer lugar. A su siguiente pregunta, no obstante, no tengo una respuesta concreta, y lo delato encogiéndome de hombros, gesto del que suelo quejarme cuando alguien utiliza por la indecisión del mismo, pero que en esta ocasión no puedo evitar realizar. — No creo que sean muy estrictos a la hora de reclutar personal, si te voy a ser honesta, Lara misma no tuvo problemas y el cuñado de Hans también trabaja allí. — trato de ponerla al tanto de que si es por personas conocidas, eso no será ningún problema; tampoco creo que lo sea su expediente porque si vamos al caso, tengo entendido que Charles no es precisamente el hombre con el currículum más extenso.
La sigo por el interior de la casa a pesar de indicarme que tome la misma actitud que de estar en mi casa, y aunque le dedico una mirada analizadora a la cocina durante unos segundos, me decido por tomar asiento. Si fuera mi casa en realidad sería yo la que estaría armando el café, es una de esas raras ocasiones en las que me permito ser la invitada y no la anfitriona, papel que me gusta tomar con demasiada frecuencia. — ¿Te verías interesada en el departamento de Misterios? Porque yo podría... bueno, quizás podría echarte una mano, si lo necesitas. — tanteo, echándole un vistazo, porque quizás me esté equivocando por completo con mis suposiciones.
Asiento con la cabeza como respuesta, aunque es más bien un movimiento inconsciente al no saber muy bien qué responder de primeras. — Sí, creo que lo está, ya sabes como es, todo lo que se salga de nuestro entendimiento es algo que siempre le ha llamado la atención. — explico, que creo que esa es la razón principal por la que decidió cambiar de trabajo en primer lugar. A su siguiente pregunta, no obstante, no tengo una respuesta concreta, y lo delato encogiéndome de hombros, gesto del que suelo quejarme cuando alguien utiliza por la indecisión del mismo, pero que en esta ocasión no puedo evitar realizar. — No creo que sean muy estrictos a la hora de reclutar personal, si te voy a ser honesta, Lara misma no tuvo problemas y el cuñado de Hans también trabaja allí. — trato de ponerla al tanto de que si es por personas conocidas, eso no será ningún problema; tampoco creo que lo sea su expediente porque si vamos al caso, tengo entendido que Charles no es precisamente el hombre con el currículum más extenso.
La sigo por el interior de la casa a pesar de indicarme que tome la misma actitud que de estar en mi casa, y aunque le dedico una mirada analizadora a la cocina durante unos segundos, me decido por tomar asiento. Si fuera mi casa en realidad sería yo la que estaría armando el café, es una de esas raras ocasiones en las que me permito ser la invitada y no la anfitriona, papel que me gusta tomar con demasiada frecuencia. — ¿Te verías interesada en el departamento de Misterios? Porque yo podría... bueno, quizás podría echarte una mano, si lo necesitas. — tanteo, echándole un vistazo, porque quizás me esté equivocando por completo con mis suposiciones.
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