OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Tanteo entre la tela hasta dar con el reloj y lo coloco sobre mi rostro para poder mirar la hora, el sol tibio del invierno es agradable sobre nosotras al estar tiradas en la arena de la playa. Mathilda sacude su sonajero para que vuelva a repetirse ese sonido que la tiene fascinada, mis oídos se llenan del tic tac del reloj que tiene toda mi atención, su correa es de cuero como suele ser, pero las manijas avanzan lento, arrastrándose. Cuando se encuentran en el nueve, caen. Comienza un girar hacia atrás y el murmullo del mar se vuelve más insistente. Rodeo mi muñeca con el reloj y coloco la aguja de metal dentro del agujero de la malla para poder cerrar la correa.
Cargo a Mathilda por debajo de sus brazos y con el sonajero tratando de abarcarlo con toda su boca, la llevo conmigo buscando la casa con la vista. Mis pasos son lentos, pesados al avanzar sobre la arena, enfoco mi mente en la figura que se ve a lo lejos para que no desaparezca. Mi mano se posa en la espalda de la bebé para sentirla, estaremos juntas mientras no se rompa el contacto. Sé que desaparecernos es una mala idea, lo sé como una certeza que me advierte de un peligro mayor. La puerta de la casa está entreabierta cuando alcanzamos el portal, el silencio corre libremente por los pasillos, así como una sensación que me eriza la piel. Subo la escalera saltando los escalones, abrazo a Mathilda contra mi pecho para que no se asuste y cada una de las habitaciones del otro piso tienen también sus puertas abiertas. Me quedo inmóvil en medio del corredor, el piso de madera no hace ruido bajo el peso de mis pies, las paredes se ven sólidas, pero no lo son. Todas las cerraduras han sido destrabadas y la luz blanca del día llena todos los espacios. «Es un sueño, Lara. Despierta», le ordeno a mi mente.
Mis ojos se abren al sentir el sol de la mañana contra mis parpados, al desprenderme de la somnolencia logro escuchar la voz de quien está llamando desde la sala. Giro en la cama, la encuentro vacía, así que busco el reloj que dejé en la mesa de luz para comprobar cuánto he dormido sin notar que Hans se fue a trabajar. Las manijas están girando hacia atrás. Quito la manta que cubre mi cuerpo y coloco mis pies descalzos en el frío que trepa por todo mi cuerpo, rompo la inmovilidad antes de que capture todo mi cuerpo, salgo de la habitación para ir hacia la voz que llama y logro ver al niño en el rellano, esperándome. Se adelanta a mí al abrir la puerta del armario bajo la escalera y entra, cuando tiro de la manija solo veo oscuridad dentro. «Solo es un niño guiándose con una vela en la oscuridad».
Al dar un paso para seguirlo, me hundo en la negrura del agua helada que entumece mis músculos e invade mis pulmones al dar una bocanada inútil en el intento de tomar aire, pataleo en vano para elevarme, el vacío sin fondo bajo mis pies tira de mí. El destello blanco que distingo es el farol que persigo al mover mis brazos con desesperación. El susurro de las criaturas se oyen rabiosas al acercarme, al reconocer esa luz sumergida en el agua negra como el rostro pálido de una muchacha, sus piernas fueron amarradas al fondo y su cuerpo aun vestido deja ver los arañazos de las criaturas en su cuello, no brota sangre de sus cortes, son limpias líneas hechas con ferocidad. Su cabello se desparrama como un halo y cuando acaricio sus mejillas con mis manos, me veo en sus ojos transparentes. Reconozco el reloj en mi muñeca, resistiendo el hielo, implacable en su marcha hacia atrás. «Despierta, Lara».
Abro los ojos con brusquedad, me encuentro siendo abatida por una corriente violenta y con mi boca abierta busco aire, mi garganta se llena del agua que golpea mi rostro con salpicones. Procuro dar fuerza a mis brazos para nadar y tocar alguna de las orillas visibles de este caudal estrecho, pero me arrastra, me lleva hasta los peñascos filosos donde ruge una bestia. El agua que se sacude con tanta furia es de color sangre, aprieto mis labios para no tragarla, ignoro el asco que pudiera provocarme y nado, esta vez, siguiendo el cauce. «Despierta, Lara». Solo tengo que despertar, es todo lo que tengo que hacer, mi mente me obedece, busco en pánico el reloj en mi muñeca y envuelvo el círculo con mi mano. Entre las piedras salientes está agonizando una fiera despedazada, nadando hacia la costa está la otra, ríos de sangre brotan de ellos, sus rugidos sacuden las ramas que todos los pájaros abandonan con un vuelo frenético y le responden los lamentos más bajos de otros animales. «Despierta, Lara, despierta».
La tela de la cortina echada hace que la luz de afuera sea más tenue al dar contra las paredes de la habitación, abrir los ojos es un esfuerzo lento y cuando lo consigo, reconozco la carita dormida de Mathilda cerca de mi nariz. Muevo mi brazo que me pesa del cansancio, para colocar a la vista el reloj alrededor de mi muñeca y descubrir que las manijas se han detenido. La respiración de la bebé es lo único real en esta habitación, así que separo los labios para imitar su gesto, busco respirar a partir de ella. Coloco mi palma sobre la curva de su panza, cierro los párpados, espero. «De todas maneras, era tiempo prestado». Escucho los pasos subiendo la escalera que me exigen incorporarme de la cama para ir a su encuentro, no quiero que entre a la habitación donde está la bebé así que me apresuro en salir y cerrar la puerta con mi mano aferrándose al metal del picaporte para dejar mi marca.
—No eres bienvenido aquí.
—Lo supuse— contesta, su rostro tan familiar a pesar del tiempo, —han pasado meses. Bonita casa, se ve diferente a la última vez.
Su andar sigue siendo un tanto descuidado, la camisa con algunas arrugas, su cabello con mechones rubios en puntas. Sus ojos negros detrás del marco de las gafas que ha vuelto a usar, se ven tan cansados como cabía esperar. Saca del bolsillo de su pantalón de pana un reloj con malla metálica, más grueso, su cristal está roto y las manijas quietas.
—Solo tienes que darle cuerda.
Despierto de repente, mis ojos incapaces de ver en la penumbra de la madrugada, froto mi frente para sacar los últimos residuos de esos sueños de mi mente y arrojarlos fuera de la almohada, veo la sombra del reloj en la mesa de luz donde siempre la dejo. Giro mi cuerpo debajo de la manta para buscar el calor de una espalda y cuando al colocar mi mano sobre su piel noto que la tengo fría, la retiro para esconderla contra mi pecho. Recuesto mi frente sobre su espalda y comienzo a contar mis respiraciones.
Cargo a Mathilda por debajo de sus brazos y con el sonajero tratando de abarcarlo con toda su boca, la llevo conmigo buscando la casa con la vista. Mis pasos son lentos, pesados al avanzar sobre la arena, enfoco mi mente en la figura que se ve a lo lejos para que no desaparezca. Mi mano se posa en la espalda de la bebé para sentirla, estaremos juntas mientras no se rompa el contacto. Sé que desaparecernos es una mala idea, lo sé como una certeza que me advierte de un peligro mayor. La puerta de la casa está entreabierta cuando alcanzamos el portal, el silencio corre libremente por los pasillos, así como una sensación que me eriza la piel. Subo la escalera saltando los escalones, abrazo a Mathilda contra mi pecho para que no se asuste y cada una de las habitaciones del otro piso tienen también sus puertas abiertas. Me quedo inmóvil en medio del corredor, el piso de madera no hace ruido bajo el peso de mis pies, las paredes se ven sólidas, pero no lo son. Todas las cerraduras han sido destrabadas y la luz blanca del día llena todos los espacios. «Es un sueño, Lara. Despierta», le ordeno a mi mente.
* * *
Mis ojos se abren al sentir el sol de la mañana contra mis parpados, al desprenderme de la somnolencia logro escuchar la voz de quien está llamando desde la sala. Giro en la cama, la encuentro vacía, así que busco el reloj que dejé en la mesa de luz para comprobar cuánto he dormido sin notar que Hans se fue a trabajar. Las manijas están girando hacia atrás. Quito la manta que cubre mi cuerpo y coloco mis pies descalzos en el frío que trepa por todo mi cuerpo, rompo la inmovilidad antes de que capture todo mi cuerpo, salgo de la habitación para ir hacia la voz que llama y logro ver al niño en el rellano, esperándome. Se adelanta a mí al abrir la puerta del armario bajo la escalera y entra, cuando tiro de la manija solo veo oscuridad dentro. «Solo es un niño guiándose con una vela en la oscuridad».
* * *
Al dar un paso para seguirlo, me hundo en la negrura del agua helada que entumece mis músculos e invade mis pulmones al dar una bocanada inútil en el intento de tomar aire, pataleo en vano para elevarme, el vacío sin fondo bajo mis pies tira de mí. El destello blanco que distingo es el farol que persigo al mover mis brazos con desesperación. El susurro de las criaturas se oyen rabiosas al acercarme, al reconocer esa luz sumergida en el agua negra como el rostro pálido de una muchacha, sus piernas fueron amarradas al fondo y su cuerpo aun vestido deja ver los arañazos de las criaturas en su cuello, no brota sangre de sus cortes, son limpias líneas hechas con ferocidad. Su cabello se desparrama como un halo y cuando acaricio sus mejillas con mis manos, me veo en sus ojos transparentes. Reconozco el reloj en mi muñeca, resistiendo el hielo, implacable en su marcha hacia atrás. «Despierta, Lara».
* * *
Abro los ojos con brusquedad, me encuentro siendo abatida por una corriente violenta y con mi boca abierta busco aire, mi garganta se llena del agua que golpea mi rostro con salpicones. Procuro dar fuerza a mis brazos para nadar y tocar alguna de las orillas visibles de este caudal estrecho, pero me arrastra, me lleva hasta los peñascos filosos donde ruge una bestia. El agua que se sacude con tanta furia es de color sangre, aprieto mis labios para no tragarla, ignoro el asco que pudiera provocarme y nado, esta vez, siguiendo el cauce. «Despierta, Lara». Solo tengo que despertar, es todo lo que tengo que hacer, mi mente me obedece, busco en pánico el reloj en mi muñeca y envuelvo el círculo con mi mano. Entre las piedras salientes está agonizando una fiera despedazada, nadando hacia la costa está la otra, ríos de sangre brotan de ellos, sus rugidos sacuden las ramas que todos los pájaros abandonan con un vuelo frenético y le responden los lamentos más bajos de otros animales. «Despierta, Lara, despierta».
* * *
La tela de la cortina echada hace que la luz de afuera sea más tenue al dar contra las paredes de la habitación, abrir los ojos es un esfuerzo lento y cuando lo consigo, reconozco la carita dormida de Mathilda cerca de mi nariz. Muevo mi brazo que me pesa del cansancio, para colocar a la vista el reloj alrededor de mi muñeca y descubrir que las manijas se han detenido. La respiración de la bebé es lo único real en esta habitación, así que separo los labios para imitar su gesto, busco respirar a partir de ella. Coloco mi palma sobre la curva de su panza, cierro los párpados, espero. «De todas maneras, era tiempo prestado». Escucho los pasos subiendo la escalera que me exigen incorporarme de la cama para ir a su encuentro, no quiero que entre a la habitación donde está la bebé así que me apresuro en salir y cerrar la puerta con mi mano aferrándose al metal del picaporte para dejar mi marca.
—No eres bienvenido aquí.
—Lo supuse— contesta, su rostro tan familiar a pesar del tiempo, —han pasado meses. Bonita casa, se ve diferente a la última vez.
Su andar sigue siendo un tanto descuidado, la camisa con algunas arrugas, su cabello con mechones rubios en puntas. Sus ojos negros detrás del marco de las gafas que ha vuelto a usar, se ven tan cansados como cabía esperar. Saca del bolsillo de su pantalón de pana un reloj con malla metálica, más grueso, su cristal está roto y las manijas quietas.
—Solo tienes que darle cuerda.
* * *
Despierto de repente, mis ojos incapaces de ver en la penumbra de la madrugada, froto mi frente para sacar los últimos residuos de esos sueños de mi mente y arrojarlos fuera de la almohada, veo la sombra del reloj en la mesa de luz donde siempre la dejo. Giro mi cuerpo debajo de la manta para buscar el calor de una espalda y cuando al colocar mi mano sobre su piel noto que la tengo fría, la retiro para esconderla contra mi pecho. Recuesto mi frente sobre su espalda y comienzo a contar mis respiraciones.
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