The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
25 de febrero, 2470

Cuando han pasado horas desde que los primeros rayos de sol atravesaron las cortinas, siento que se me han pegado las sábanas al cuerpo después de la noche que he pasado, hemos pasado si incluyo al pobre de mi esposo a quién tampoco he dejado pegar ojo. Bueno yo, qué culpa voy a tener yo, más bien su hijo que no ha dejado de patalear en toda la madrugada del sábado. Lo que empezaron siendo unos movimientos a los que estoy más que acostumbrada a estas alturas del embarazo, pronto pasaron a convertirse en una sensación desagradable, digo desagradable para no especificar el dolor en mi espalda, calambres en las piernas y un presión aguda en la parte baja de mi abdomen. Así que no, no ha servido de nada no especificar, porque aunque sé de sobra que no son más que contracciones falsas, se sienten bastante reales para mí y creo que tengo derecho a quejarme cuando me han mantenido en vela hora sí y hora también. No ha importado que haya tratado de manejar el dolor levantándome de la cama, paseando e incluso subiendo y bajando escaleras que ya de por sí es un ejercicio que estoy empezando a odiar con todas mis fuerzas.

Para ser falsas, lo cierto es que se asemejan bastante a mi idea de lo que se supone que son las contracciones de un parto. Vamos, según lo que he leído ni siquiera tendría que preocuparme porque aun faltan semanas para que llegue su momento de nacer, pero a este paso voy a ir bien aterrorizada a la sala de parto. No quiero ni imaginarme cómo va a ser la realidad si ya con esto se me saltan las lágrimas del dolor. Escondo mi rostro precisamente por ese motivo contra la almohada, haciéndome girar sobre un lado para aferrar la propia tela con mis manos y ahogar un quejido por los segundos que el dolor me recorre por todas partes, oprimiéndome el pecho hasta el punto de que me cuesta hasta respirar. Me entran unas ganas horribles de ponerme a llorar, ya no solo por la tortura que está recibiendo mi cuerpo sino para ver si de esa forma puedo concentrar mis músculos en otra cosa. Pero es que llorar me hace sentir patética conmigo misma, si no soy capaz a soportar esto cómo planeo tener un bebé.

Me llega aire a los pulmones cuando la tensión cesa por unos segundos, lo que me lleva a dejar soltar un gemido de alivio que he estado reservando para precisamente este momento. No quiero ser una quejica, pero para cuando una de mis manos busca en el aire acercar el cuerpo de Chuck y me doy cuenta de que está más cerca de lo que esperaba, ya le estoy pidiendo que vaya a llamar a la ginecóloga para que nos dé una cita para esta tarde a ver qué es lo que está pasando y si me tendría que preocupar más de lo que ya estoy haciendo de por sí. Me quedo tendida en la cama unos minutos más, los cuales aprovecho para recuperar la respiración y permitir que mi cuerpo descanse el tiempo que dure esta paz. Exhausta es decir poco para cómo me siento en estos momentos, pero aun así soy capaz a reincorporarme en la cama lo suficiente como para volcar mis piernas a un lado y sentarme recta. Llevo una de mis manos a la parte baja de mi espalda mientras la otra acaricia mi vientre al retirar la tela de mi camisón. No importa que sea invierno, para cuando me quiero dar cuenta estoy sudando como nunca y el calor empieza a subir por mis piernas de nuevo.

Antes siquiera de permitir que me tome desprevenida me preparo para la oleada de calambres poniéndome en pie, como si de esa manera pudiera reducir la intensidad y, para mi suerte, lo hace en cierto modo. Llego al baño de aquella manera, para abrir el grifo y echarme algo de agua sobre la frente y después mi nuca, cuando creo que el dolor ha podido parar. Tanteo, porque no es otra cosa que una falsa alarma, claro está, nada más regresar a la habitación llega otro recuerdo de que no me van a dar ni un respiro y esta vez tengo que inclinarme hacia delante, tomando el colchón como soporte al colocar mis manos sobre él en lo que busco que me llegue aire. No estoy preparada para descubrir el hilo blanquecino transparente que recorre por mis piernas, para mí resulta un momento maravilloso para entrar en pánico. — No, no, no, no, no, no… — esto no está pasando, no va a pasar, no puede pasar, es pronto aun, su fecha de nacimiento no es hasta unas semanas. Pero está pasando, es real, no tiene nada de falso, y yo me niego a que suceda, porque todavía no estoy preparada para esto, para ser madre. — Todo está bien, se pasará, estamos bien. — ¿con quién siquiera hablo? Creo que con mi hijo, que no puede estar haciéndome esto, cuando todavía no es su momento ni lo va a ser, es lo que me digo a mí misma para soportarlo, el dolor que me atraviesa incluido. Por la forma en que mi cuerpo tiembla, sostengo mi vientre con una mano y expulso el aire en quejidos, es evidente que todo no está bien.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Estoy demasiado sumido en mi sueño como para preocuparme por la manera en la cual el colchón se mueve, dándome el indicio de que hay algo que no anda bien. Hasta oigo cosas, pero lo único que mi cuerpo puede hacer ahora mismo es el tantear por el calor de mi esposa, ese que me viene muy bien en estos días fríos de un invierno que se está pasando a una velocidad vertiginosa. Pero cuando estiro mi brazo, tratando de abrazar esa curva ancha que es el vientre de Phoebe, me encuentro solamente con las sábanas y tengo que parpadear, tratando de ubicarme en tiempo y espacio cuando no la veo a mi lado. Lo primero que pienso es que se ha levantado para ir al baño, algo que es perfectamente común puesto que el bebé presiona su vejiga más de lo normal por la posición que ha ido tomando gracias a lo cerca que nos encontramos de la fecha de parto. Pero ella está aquí, frente a mí, apoyándose en el colchón de una manera que me despierta mejor que una ducha de agua fría. Algo no anda bien, pero no sé lo que es y, supongo, debe ser otra de las contracciones que han estado golpeándola estos días.

Phee… — le llamo con la calma que planeo trasmitir, me remuevo hasta poder ponerme de pie y consigo llegar a ella, poniendo mis manos sobre su espalda. No puedo verle bien el rostro, pero por lo que alcanzo a divisar, no la está pasando muy bien — ¿Necesitas algo? — es una pregunta que deja implícito mi duda de si debo llamar a alguien o no. Masajeo con cuidado su espalda baja, no muy seguro de si mi tacto será bien recibido o no en un momento como el que está viviendo — Ya sabes como es. Tienes que respirar y contar, ya va a pasarse… — intento acercarme, pero mis pies descalzos pueden sentir el tacto húmedo del suelo. Tengo esa fracción de segundo en la cual me convenzo a mí mismo de que se ha hecho pis encima, cuando creo que los dos sabemos muy bien que esto no es nada de eso — ¿Es eso…? — tanteo la situación, que tal vez hay algo que me estoy perdiendo — Phoebe, aún faltan dos semanas. ¿Crees que…? — ¿Sea una falsa alarma, algo así? Porque no puede estar por nacer, no estamos listos para eso.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
En sincronía con el varón que cargo en mi vientre y que tiene muchas ganas de despertarse a lo grande, tanto que no puede esperar, Charles parece hacerlo también. — Vuelve a la cama, está todo bien. — aseguro, aunque por el modo en que me tiembla la voz no suena a una afirmación muy convincente. Niego con la cabeza como respuesta a su pregunta, aguantándome el dolor en lo que aprieto los párpados con fuerza, mis manos se aferran a la tela de las sábanas también cuando ni sus manos sobre mi espalda son capaces a rebajar la tensión. Intento respirar con normalidad, pero soy consciente de que estoy obligando a mi cuerpo a realizar la acción inversa a la que se supone que debería estar haciendo porque me niego rotundamente a que esto ocurra hoy, así que en su lugar me estoy ahogando en mi propia respiración por el esfuerzo extra de estar evitando lo inevitable. Me gustaría creer que va a pasarse, si no fuera porque me duelen todos los músculos con cada vez más frecuencia e intensidad, ya ni siquiera reconozco el espacio de tiempo en el que el dolor cesa y siento como la presión de soportarlo se me está subiendo a la cabeza y me recorre toda la columna. — No puedo… — hacer lo que me pide, quiero decir, pero se reemplaza por un jadeo cuando hasta el propio sufrimiento me termina por producir nauseas.

Claro que no es ninguna tontería, ni hay nada de falsas contracciones o cualquier otra película que me haya montado para no reconocerlo por lo que es. — Sí, acabo de romper aguas. — dame otro motivo por el que ponerme a llorar, Chuck, buen trabajo. — ¡Ya, ya lo sé! Pero parece que tu hijo no tiene sentido del tiempo. — qué le voy a decir yo, si es hijo de una vidente y de un hombre que trabaja en un lugar donde el tiempo ni existe. — No iremos a ningún lado, puede esperar, ¡si ha esperado hasta ahora puede esperar dos semanas más, hasta que esté listo! Todavía no lo está. — hablo entre suspiros, tragando la poca saliva que queda en mi garganta en lo que pienso en concentrarme en otra cosa que no sean los calambres que hacen que mis piernas tiemblen. Me cuesta admitir que la que no se siente preparada para hacer esto soy yo. — Necesito… cambiarme, estoy chorreando, y una toalla. — reincorporo un poco mi espalda, apoyándome solo con una mano sobre el colchón mientras la otra la llevo hacia mi espalda. Ignoro cualquier síntoma de dolor cuando paso a mover un pie de su lugar, ahí es que me doy cuenta de que a la mínima que me muevo, más probabilidad hay de que siga cayendo líquido de la bolsa. — Por favor, ¿puedes…? — se lo pido porque además de lo obvio, ya empiezo a sentir de nuevo la extensión de mis músculos en un sentimiento para nada agradable y que me hace quejarme en un gemido.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
No es momento de entrar en pánico, pero sufro uno de esos instantes en los cuales me quedo con la mente en blanco, sin saber muy bien qué es lo que debo hacer cuando no me siento preparado para algo que debería haber asumido hace meses atrás. Lo único que tengo en claro es una cosa: lo que dice Phoebe son incoherencias y es obvio que a nuestro hijo no se le antoja quedarse dentro de su vientre, demasiado ansioso por conocer un mundo que ni siquiera vale tanto la pena — Phoebe, no puedes dar a luz así como así. Si rompiste bolsa, tenemos que ir al hospital — que hay un bolso preparado desde las primeras contracciones en algún lugar, pero ahora mismo no puedo recordar dónde es que lo pusimos. Mis manos flotan en el aire, no muy seguras de si agarrarla a ella, buscar el bolso o utilizar el celular. ¿Y por qué dice que necesita cambiarse? ¿Hay tiempo para algo así? Necesito a mi hermano para que me dé un cachetazo de realidad y me diga que todo va a estar bien, Jacques es el único con el cual puedo sentir que encuentro un norte.

Lo que necesites — pongo una mano en su hombro, tratando de impulsarla hacia la cama para que se acomode mientras yo me encargo del resto; si está sufriendo, es mejor que se encuentre cómoda — ¿Crees poder llegar al hospital o quieres que llame a alguien? A la doctora o a tu hermano… — me parecen las opciones obvias. Por si las dudas, no me atrevo a ver entre sus piernas y le doy la espalda, empezando a rebuscar en nuestro armario. Saco una de las toallas limpias y un camisón, pero cuando regreso a ella, solo puedo atinar a tratar de limpiar un poco su piel manchada — Tengo miedo de que la sacudida te haga daño. ¿Crees poder aferrarte a mí para aparecernos en el hospital o no lo aguantarás? No podemos quedarnos aquí — que si lo hacemos, el dolor de seguro será el triple del necesario y, siendo sincero, yo jamás he ayudado en un parto como para recibir a mi hijo por mi propia cuenta.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Escucharlo de boca de otra persona es lo que hace que todavía me sienta más aterrorizada y por un momento lo único que hago es mantenerme en silencio, en parte por intentar concentrarme en otra cosa que no sea el dolor que siento y por otro lugar el que necesito un tiempo para pensar. En por qué no se podía esperar, por qué mi hijo no puede siquiera respetar el día que se le dio para nacer, ese que tenía marcado como punto de nueva partida, no este, no así. — No pienso dar a luz, te lo dije, si yo puedo soportarlo, él puede esperar. Nadie va a ir a ningún hospital porque no va a nacer hoy. — por la forma que tiene mi cuerpo de encogerse con cada espasmo, es evidente que soportarlo es algo que me está costando horrores. — Es muy pequeño todavía, no está preparado, y nosotros tampoco, no hemos... — no termino la frase porque uno de los calambres se extiende hasta el punto de hacerme soltar un quejido. Y es que tampoco creo que sea necesario especificar todas las cosas que todavía no hemos hecho, que no hemos deliberado, sobre lo que hacer cuando sí estemos listos para recibir un bebé.

¿En qué momento se nos ocurrió que todo esto era una buena idea? ¿Con qué poder nos creíamos para decir que iba a salir bien, cuando ya siento que he perdido el control y esto ni siquiera ha empezado? — ¡Mi hermano no tiene un doctorado en medicina, por el amor de Morg...! — para cuando me quiero dar cuenta, lágrimas sueltas recorren mi mejilla, no sé si por el dolor, el estrés o la impotencia de no tener idea de lo que hacer. Probablemente todas ellas juntas en una combinación que me va a hacer explotar si no lo hace mi hijo primero. — Lo único que podría hacer mi hermano ahora sería enseñarle un par de leyes para ver si de esa forma se atiene a las reglas de que no puede nacer hasta que no haya cumplido las semanas esperadas. — aferrarme a él es lo que hago cuando coloco una mano sobre su hombro para mantener el equilibrio, mientras con la otra sigo sosteniéndome de la cama, negándome a tumbarme o moverme por si las dudas de que esto se vuelva peor de lo que ya se siente. — No creo que... no sé si voy a poder hacerlo — ya siento que me estoy partiendo por dentro, aparecernos en el hospital me parece la idea más descabellada de todas ahora que es evidente que ha comenzado el trabajo de parto, por terrible que suene eso. Ya se lo digo yo: — No puedo, no puedo hacerlo. — ir a un hospital, dar a luz, ser madre, ¿pero qué clase de broma es esta? Me queda demasiado grande, cuando no puedo cuidar ni de mí misma, como pretendo hacerlo con alguien que va a depender de mí para absolutamente todo. Es una locura.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
No puedes estar hablando en serio — ya, que se me va un poco la vena histérica, pero no entiendo cómo es posible que se le meta en la cabeza que, de alguna manera milagrosa, va a poder contener al bebé dentro de ella. Dos semanas más, dos semanas menos, eso no importa si se ha puesto de parto y el enano tiene ganas de salir escupido de ella como el digno hijo mío que debe ser, que la paciencia jamás fue algo característico de mi persona. Y ya, ya se pone a gritar y eso no ayuda mientras yo enciendo las luces para poder verla mejor — ¡Pero es amigo del ministro de salud y tiene los contactos necesarios! — además de que quizá pueda calmarla cuando yo no sea capaz de sostenerla, pero no voy a ponerme a debatir estas cosas en un momento como este. Resoplo, que ya llegará el momento de preocuparnos por lo que hará o dejará de hacer Hans con su nuevo sobrino, mi problema ahora es que nazca sin nadie que lo vigile por mero capricho de su madre.

Y no, ella dice que no puede hacerlo, yo me siento estúpido y estoy empezando a sentirme un inútil. Muevo la mano hasta que me encuentro con sus dedos y los aprieto, tratando de que me preste atención en lo que busco el celular sobre la mesa de luz, tanteando con aquella que me ha quedado libre. La luz de la pantalla me da de lleno en los ojos, haciendo que parpadee un par de veces — Si no vas a moverte, haré que la doctora venga a casa. ¿De acuerdo? — pregunto, aunque está en claro que no hay una verdadera oportunidad de negociar en este caso — Tú recuéstate e intentaré hacerme cargo de todo esto, pero necesito que mantengas la calma. ¿Puedes siquiera ir contando las contracciones? — sé que no debe ser sencillo, el aceptar algunas indicaciones en medio de un estado de dolor se ve como una de esas tareas que yo sería incapaz de cumplir. Por eso mismo, beso rápidamente sus nudillos en lo que oigo el tono del teléfono marcar — Todo estará bien, Phee, ya lo verás. Solo un poco más y tendremos a Hayden con nosotros — que de verdad, espero, sea suficiente como para que se olvide de todo el trabajo que tendrá que hacer en los próximos minutos. En cuanto la voz de la sanadora atiende, al menos tengo la esperanza de que no todo está perdido por hoy.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Mi cara dista mucho de no estar hablando en serio, a pesar de que estoy segura de que mi aspecto no debe ayudar para remarcar que he entrado en un estado de pánico y alarma que cualquiera se tomaría en serio mis palabras. Me encuentro sudando, con cada uno de los músculos de mi cuerpo temblando a causa de un dolor que no parece cesar y que las palabras de mi esposo no ayudan a calmar. Lo que menos necesito en este momento es precisamente a mi hermano, por mucho de que su idea de ser amigo del ministro de sanidad tenga una lógica que no le encuentro porque estoy más preocupada en mantenerme atemorizada que en tratar de calmar mis nervios. — Charles, no puedo tener a mi hijo aquí, no voy a dar a luz a nuestro bebé en casa, no lo soportaré. — espero que eso quede claro desde el primer momento, que si tiene que esperar, lo hará hasta que pueda venir alguien a buscarme en un trasto con ruedas y no a través de magia. No soy ninguna heroína de televisión, ni mucho menos tengo la fuerza como para aguantar el dolor sin desmayarme, que empiezo a sentir que me estoy mareando y no sé si es por el calor que se acumula o porque me estoy imaginando lo peor de la situación.

Ni hablar de lo peligroso que es que nazca de esta forma, esa que para mi esposo parece ser la única opción viable, pero lo que más me sorprende es que sea capaz a mantener la calma cuando yo misma no veo que salga nada seguro de esto. — De acuerdo, está bien. — acepto, aunque solo sea por hacerle el favor y, no sin que me resulte complicado, me recuesto de lado sobre la cama en lo que trato de sostenerme el vientre con una mano, palpando los movimientos que percibo del bebé a punto de salir disparado de mi cuerpo. Inconscientemente me pregunto por qué tendrá tanta prisa en conocer este mundo, cuando soy perfectamente consciente de que no me he portado de la mejor manera en estos casi nueve meses que lo he tenido conmigo. Porque mi embarazo no empezó de la mejor manera y desde luego lo sucedido en noviembre no ha debido de darle ganas de permanecer mucho tiempo dentro de su madre, sumado al estrés de las últimas semanas por tener que cumplir con los caprichos de un presidente. Desde luego, no he sido el mejor refugio, creo que ahora empiezo a comprender sus ganas de escapar.

Chuck... — le llamo, incluso cuando no me está prestando atención por estar pendiente del teléfono, aun así busco los dedos de su mano como un acto reflejo. — Tengo miedo. — más que dolor, terror es lo que siento por lo que se avecina, y a riesgo de sonar como una cría que tiene temor de la oscuridad, de un monstruo bajo la cama, creo que no hay peor miedo que el que uno se tiene a sí mismo por lo que pueda suceder. Sin quererlo me aferro de su mano cuando otra contracción me golpea el cuerpo y lo único con lo que estoy conforme es con poder enterrar parte de mi rostro sobre la almohada. — No puedo aguantarlo por mucho más tiempo, ¿te dijo si ya está viniendo...? — todo lo que me piden los músculos de mi cuerpo es que empuje para acabar con el dolor, pero me niego a hacerlo sin alguien cualificado en la habitación y por un momento siento que a mi hijo le va a dar completamente igual y que voy a terminar por hacerlo de todas formas.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
No quiero enfadarme, pero mis nervios no ayudan y tengo que recordarme que mantener la calma es algo que tanto ella como el bebé necesitan en este momento. Pero… ¿Cómo pretende que comprenda que no quiere parir aquí, pero tampoco quiere moverse hasta el hospital? No hay muchas opciones y si ninguna le viene bien, no hay manera que yo pueda solucionarlo. Cierro los ojos, respiro, lo único que me quita de mis pensamientos es la voz de la sanadora apareciendo del otro lado del celular y, la verdad, mi corazón da un vuelco de agradecimiento. Aprieto la mano de mi esposa, tratando de estar en dos lugares al mismo tiempo en lo que me aseguro de que las cosas continúen su marcha, que yo no puedo hacer esto solo. Lo más parecido que he hecho a recibir a un bebé, es el atender el parto de los cachorros de un amigo en el norte y eso no se parece en nada, empezando por que los animales hacen las cosas de manera mucho más independientes que nosotros. Y si Phoebe se entera que estoy comparándola con una perra en mi cabeza, va a ahorcarme con el cordón umbilical.

Hey… — apenas recibo la confirmación, bajo un poco el móvil así puedo acercarme a ella, recargándome en el extremo de la cama — No tienes por qué tener miedo. Pasará rápido y serás una madre increíble, ya lo verás. No te dejaré sola en ningún momento — incluso cuando siento que el corazón se me va a salir por la boca y que soy incapaz de llegar hasta la puerta. Dejo el celular a un lado y pongo la mano sobre su vientre, el cual se siente duro e hinchado. No tengo la menor idea de lo mal que la debe estar pasando, me siento hasta débil a pesar de que mi cuerpo es mucho más resistente que el suyo — Estará aquí en unos minutos. Tiene que contactar a su ayudante y traer todo lo necesario para hacer las cosas lo más limpias posibles. Deberíamos colocar una toalla, solo por si acaso — que si a mi hijo se le da por nacer justo ahora…

Doy un beso en su mano antes de ponerme en movimiento, que si me quedo quieto creo que voy a acabar por paralizarme. Acomodo sus piernas para poder colocar uno de los toallones blancos y amplios debajo de ella y, aunque no quiero mirar, tironeo con cuidado de su ropa interior hasta hacerla a un lado. No, no voy a mirar, no tengo idea de cómo funciona esto, así que antes de ponerme verde empiezo a acomodar los almohadones así ella puede sentarse mejor — Siempre nos queda llenar la tina de agua… — no, no, no me voy a poner creativo ahora. Me salva el timbre, ese que me hace pedirle un segundo y me desaparezco, apareciendo frente a la puerta de casa. Bendita sea la magia, esa que me permite regresar en nada con la doctora y su asistente — ¡Te dije que no tendrías que preocuparte! — obviemos que el aterrado soy yo, pero ese es otro tema.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me produce de todo menos seguridad el que diga que todo esto pasará rápido, porque los últimos minutos se han extendido de tal forma que siento que ha pasado una hora desde que rompí aguas cuando en realidad no habrá pasado mucho tiempo de aquello. Así que tengo que corregirme, puede que sí pase deprisa, pero la percepción que tengo yo es completamente distinta y la sensación de estirar el tiempo al máximo empieza a causar estragos en mi cuerpo. Ni siquiera tengo los ojos abiertos cuando busco posar mi mano sobre la de mi esposo, mientras que la otra pasa por encima de mi cabeza para rozar con mi palma la superficie del cabecero de la cama. Para hacer las cosas más limpias no suena demasiado bien en mi cerebro, ese que está empezando a delirar por la presión que se acumula con cada segundo y que por un momento me hace pensar en todo lo que podría salir mal. Que miles de mujeres mueren en el parto cuando no tienen oportunidad a parir en un hospital, que el bebé puede no estar en la posición adecuada, que puede que me desmaye antes siquiera de que pueda empezar a empujar y tengan que abrirme así, con un bisturí sin anestesia. — Si por alguna casualidad tenemos un segundo, no pienso moverme de la cama de un hospital en todo el tercer trimestre, ¿me oyes? — soltar esta clase de comentarios estúpidos es lo que me salva de que mi cabeza no se vaya hacia los pensamientos extremistas, esos que me hacen creer que no voy a siquiera conocer a mi hijo, porque no me veo capaz de realizar un acto como es el dar a luz postrada en una cama, así, como si no fuera nada.

Trato de ayudar en la manera de lo posible a que coloque la toalla en lo que su comentario, por bobo que sea, es suficiente para hacerme reír, aunque lo mismo no se exteriorice como una risa sino como un gemido amplio de dolor. Y ahí va, el hombre que hace apenas unos segundos me dice que no me va a dejar sola desaparece de mi campo visual en un parpadeo tan rápido como el que lo trae de vuelta, que ni me da tiempo a maldecir a pesar de tener muchas ganas de hacerlo. Espero que entienda que no voy a poder hacer esto si no se encuentra a mi lado, y es lo que trato de expresar con una mirada que hace tiempo no me pertenece. Porque nada en las acciones de mi cuerpo lo hace ahora mismo, he llegado al punto extremo en el que ni pienso en ir en contra de lo que me pide, cuando sostengo la mano de mi marido con tal fuerza que creo que le he dejado sin huesos en los dedos. Pierdo la cuenta en el número de veces que repito que no puedo hacerlo, por mucho que trate de empujar con todo lo que me queda dentro, estoy completamente consumida por el cansancio acumulado de los días anteriores, las noches de no dormir por sus patadas, también del dolor que me esfuerzo en ignorar incluso cuando azota cada uno de mis nervios. Simplemente pierdo todo control de mi cuerpo y es cuando me doy cuenta de que no puedo aguantarlo de otra manera que no sea dejándolo ir.

Pero entonces cesa, es solo una milésima de segundo, una fracción de tiempo tan corta que por un instante hasta creo que me he desmayado de verdad, porque la visión se me nubla y todo lo que puedo ver es un capa de velo negro cubriéndome los ojos. Se me corta la respiración porque por increíble que parezca, no sé que hacer con ella cuando mi pecho se libera de golpe y dentro de mi cabeza se siente como si me hubieran sedado. No es hasta que un llanto se cuela por mis oídos que vuelvo a percibir la luminosidad de la habitación, lo próximo que veo después de recuperar el sentido es el diminuto cuerpo de mi hijo sobre las manos de la sanadora, esas que se acercan hacia mí para colocarlo sobre mi pecho. Es tan pequeño que siento que voy a romperlo cuando poso con delicadeza una de mis manos sobre su espalda, que no es mucho más grande que mi palma en lo que lo sostengo contra mi pecho. Hay tantos sentimientos que me atacan en este momento que no sabría decir cuál de ellos predomina con más intensidad, a diferencia de lo que expresan mis palabras al haberme quedado completamente pasmada. Me siento incapaz a apartar la vista de él, tan frágil, tan pequeño, como algo de semejante tamaño puede tener esta reacción en mí, de no querer soltarlo nunca. Llevo la mirada hacia la persona que se encuentra a escasos centímetros de mí, busco sus ojos incluso cuando ahora mismo solo los tengo para el bebé cuya cabeza rozo suavemente con mi mano. — Es tu hijo, Charlie, es nuestro bebé. — ¿qué loco suena eso? Tan loco que no puedo dejar de sonreír, alguna lágrima también se escapa por el lateral de mis ojos por el derrumbe de emociones que me golpean el pecho con fuerza.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
No sé qué agradezco más, si la llegada de las sanadoras o que tengan con ellas cosas como pociones para hacer todo este trabajo, mucho más sencillo. Una de ellas tiene una voz tan calma para esta situación que me hace creer que estamos agrandando absolutamente todo, que nada va a salir mal si todos trabajamos juntos y, aunque no estamos en la comodidad de un hospital, hay algo en el sonido del océano que entra por la ventana que me dice que no podría haber sido de otra forma. Es nuestro primer hijo y esto debería ser único, como la familia que estamos tratando de formar. Mi trabajo, por tonto que parezca, es el quedarme sentado a su lado, incluso uso mi torso como apoyo para que ella pueda estar en una postura más cómoda al momento de tener que llevarse todo el mérito de la noche. Le limpio el sudor de la frente y, tengo que admitirlo, también limpio el mío, aunque estoy seguro de que vienen por motivos muy diferentes. Siento que han pasado siglos cuando una voz se oye por encima de las otras, rompe el aire con un timbre tan agudo que me hace extraño el saberme padre de una criatura tan pequeña, capaz de producir ese sonido que no se parece en nada a mí.

Ni siquiera soy capaz de comprender lo que Phoebe dice, mi mano es inmensa para ese pequeño sucio cuya cabeza acaricio con mi pulgar, tratando de calmar los llantos que van disminuyendo mientras se retuerce, posiblemente gracias al calor de su madre. Me duele la cara como si me hubiese dado de lleno con una sartén, pero porque los músculos se sienten tensos gracias a la sonrisa que no hace otra cosa que ocuparme todas las facciones. Me cuesta el devolverle la mirada a mi esposa, porque tengo que encontrar la manera de dejar de mirar al bebé que tantos dolores de cabeza nos ha dado en los últimos… ¿Minutos? ¿O fueron horas? — Es increíble — le aseguro — Tal como su mamá — que no sé cómo lo ha soportado, de verdad. Me es muy fácil ignorar a las mujeres que se mueven por la habitación, preparando todo lo necesario para limpiarlo y chequear su salud. En el mientras tanto, ignoro toda la porquería que tiene encima al rozar mi nariz contra su cabeza, seguro de que aquí es donde pertenezco. Entre la mujer que elegí para formar una vida y el niño que le ha dado un sentido mucho más luminoso y firme, lejos de todas las locuras que hice hasta acabar en este sitio — Espero que esta sea la última vez que haces llorar a tu má de esa forma — susurro en tono bromista, solo para él — Que no prometo ser el mejor padre del mundo, pero espero ser el mejor padre para ti — en vista de como están las cosas, es lo más seguro que puedo darle. Mi llorón Hayden.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Estoy tratando de controlar internamente el no ponerme a llorar más de lo que ya se puede reflejar en mi expresión, a pesar de que el cúmulo de hormonas que se deben de haber liberado en mi cuerpo en los últimos minutos no están ayudando precisamente. Tiene razón, es increíble, desde sus pequeños dedos de los pies hasta cada pelo que sale de su cabeza, ese que se encuentra amarañado y sucio en el momento. No existen las palabras que puedan expresar con precisión todas las emociones que siento hacia la criatura que sostengo con mis manos, el sentimiento de responsabilidad que cae sobre ellas al cargar con su vida, con todo lo que eso significa en el futuro que está por venir para él. — No importa, nada de eso importa ahora. — porque puede hacerme llorar tantas veces quiera si luego el resultado va a ser tan reconfortante ahora mismo como el saberlo parte de mí. — Está bien, es todo lo que cuenta. — aseguro, mis labios rozan la sien de mi esposo hasta que dejo un beso sobre ella, cerca de su oreja. No me interesa otra cosa en este instante, el que estemos aquí, los tres juntos, significa que no importa las vueltas que hayamos tenido que dar para llegar a este momento, es todo lo que necesito para saber que mi sitio nunca fue un lugar, que mi casa son ellos y donde me siento segura, protegida de lo que pueda pasar. Estamos bien y es lo único que merece la pena.

Por eso me encuentro un poco reacia a dejarlo ir cuando la voz de la sanadora me indica que va a tomarlo para asegurarse de que se encuentra bien y, aunque puedo verlo desde donde estoy, no puedo esperar a tenerlo conmigo de vuelta. Aprovecho que son solo unos minutos para girarme hacia Charles, le tengo tan cerca que me cuesta enfocar a sus ojos, lo cual es una suerte que me centre más en sus labios. — Gracias, de verdad, te quiero. — no hubiera podido hacer esto sin él, ha sabido mantener la calma cuando yo he perdido por completo el sentido, y aunque me gustaría decir que solo ha sido esta vez, sé que no puedo. Me despego de su boca en tiempo suficiente para recibir a nuestro hijo de nuevo entre mis brazos, esta vez un poco más agraciado al ser desprovisto de la capa de mugre e incluso se puede decir que está más alerta ahora que ha dejado de llorar de forma escandalosa. — Es precioso. — con sus pequeños ojos, observándonos con tanta dedicación que me hace querer saber qué es lo que estará pasando por su cabeza en este instante. Yo sé que la mía se está preparando mentalmente para todo lo que nos espera a partir de ahora, tan ansiosa por descubrirlo, pero sin querer despegarme del momento que recordaré por toda mi vida.
Phoebe M. Powell
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Let there be light until the end of time ▸ Charles AKdsFhN
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