The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Febrero

No te quedas aguardando toda la vida algo que no va a llegar, como si mi hermana pudiera reconocerme o yo a ella, cuando el apellido que alguna vez compartimos también lo perdí con algunos recuerdos en el mercado de esclavos del que me sacaron los Overstrand. La gente se va y otra viene en el distrito nueve, entre los muchos rostros que veo pasar por las calles ya no busco, no es como si pudiera encontrarla aunque se diera la casualidad de que esta libertad restringida a un distrito nos haya puesto a ambas en un mismo lugar. Mi curiosidad puesta en los otros humanos, algunos fugitivos tras el incendio del mercado o por circunstancias tan azarosas como la mía, no tiene relación con mi hermana. Es la primera vez en mucho tiempo que puedo poner en mi boca que soy humana al presentarme y que alguien, otro parado frente a mí, puede decirme que también lo es. No hacen falta muchas presentaciones, al cabo de unos meses, nos conocemos entre vecinos del distrito, y más o menos tienes una idea de cuál es la historia de cada uno, quienes estuvieron y quienes no en la pelea en la alcaldía, quienes fueron migrando luego. Por eso, a quienes voy reconociendo como humanos al andar por ahí, les presto toda mi atención.

El hábito de estar siguiendo el andar de la gente desde alguna altura como si fuera un gato negro no se me quita, no creo que suceda algún día, aunque tuve que cambiar los edificios ruinosos del distrito cinco por un par de árboles altos de esta región de granjas y, por las noches, subirme al tejado de la casa que compartimos con mis hermanos menores. Casi temí que quisieran irse a vivir con su tía Arianne, lo hubiera tomado como que era momento de estar por mi cuenta, claro que estaría para ellos y por eso, había decidido quedarme en el nueve. Peter, Will o como quisiera llamarse ese idiota según su humor del día, podía quedarse en su esquina del mercado negro vendiendo sus hierbas. Había oído algo –sí, porque acerco mis oídos a las paredes- de que mi hermano y una amiga tenían un negocio similar, asumo que lo trasladaron aquí, más que poner los ojos en blanco, ¿qué más podría hacer? Con Chloe me entretengo hablando de lo que será cuando pueda ir a la escuela y armándole trenzas para pasar el rato. No soy mamá, soy solo la hermana mayor vaga que también en un distrito con derechos -o eso dicen-, no encuentra nada de provecho para su vida. Con toda sinceridad, no creía que este día llegaría.

No hago más que perder el rato, me encuentro con un niño al bajar de sopetón de la rama de un árbol y al cabo estamos hablando de quien podría treparlo en menor tiempo. Sí, estas son el tipo de cosas en las que pierdo el tiempo, no porque me gusten los niños en particular. Para nada. Los únicos niños que me agradaron alguna vez fueron mis hermanos menores. Pero reconozco a este niño y por eso me ofrezco a acompañarle a su casa que queda cerca cuando en nada el cielo se oscurece, en invierno la noche suele caer de esta manera, como si alguien hubiera bajado una cortina muy a prisa. —¿Ella es tu mamá?— le pregunto al niño cuando estamos acercándonos, claro que lo es, también tiene una tía. Conozco este barrio, estas casas, por aquí vive ese tipo moreno atractivo que creo que es profesor. —¡Hola!— saludo a la mujer cuando estamos a unos pasos. —Solo lo estaba acompañando de camino a casa.
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Denya C. Brewster
Fugitivo
Se enfundó una gruesa bufanda, resguardando los extremos de la misma en el interior del jersey y terminando con una chaqueta que cerró hasta arriba. — Puedes ir a jugar con el resto si es lo que quieres, pero vuelve antes de que caiga el sol — le indicó a Isidore, alborotándole el cabello con la diestra antes de salir de la vivienda. Sí, tenía quince años, pero también era verdad que había estado viviendo pegada a ella desde el mismo momento en el que nació, sobreprotegiéndolo de todo lo que lo rodeaba; y también sabía que aquello no sería bueno por lo que debía de dotarle de cierta libertad mientras permanecieran allí. Que por la actitud de su hermana menor parecía desear que se convirtiera en un para siempre. En apenas dos meses se habían hecho con nuevas amistades, trabajos y entretenimientos varios. Sin contar con el hecho de no tener que dormir con un ojo abierto o temblando por más que trataran de avivar la chimenea.

Soltó el aire con cansancio, encaminándose, incluso en fin de semana, en dirección a la plantación en la que trabajaba. Podía ofrecer algo más que mano de obra, y el dueño de la misma lo sabía de sobra desde el mismo momento en el que se puso a trabajar junto a los demás. No es que quisiera ejercer de jefa, pero había mejores métodos de distribución y abono, también de rotación de terrenos. No tardó demasiado en llegar hasta allí y entrar en el viejo granero en el que el hombre la esperaba  recibió con amabilidad. En sus muñecas no había ninguna M quemada, por lo que supuso que era mago. Uno amable al parecer, o al menos interesado en mejorar sus ingresos con las ideas que la rubia podía aportar.

Y las horas pasaron como si nada, transcurriendo sin que la rubia apenas se percatara de ello hasta que tuvieron que hacerse con luz artificial para organizar sobre un plano la distribución de cultivo, las épocas de siembra y recogida, y demás datos que pudieran ayudar a ambos. Una escueta mirada al exterior le indicó que debía volver a casa antes de que tanto su hijo como su hermana volvieran a la misma; porque sabía que ninguno de los dos estaría ya por allí. Y poco fue el tiempo en el que acabó por despedirse en aras de regresar a casa. Sí, su casa. Las vueltas que daba el mundo. Aunque era entrado febrero, el frío parecía resistirse a abandonar al país, en especial aquel distrito, por lo que se arrepretujó bajo el abrigo, llegando en poco minutos a la vivienda y cerciorándose de que ninguna luz le daba pie a saber que nadie había allí. Instintivamente llevó la mirada al oscuro cielo, volviéndose en redondo en ambas direcciones de la calle a la espera de ver aparecer a alguien. Como así fue.

Los claros ojos de la mujer se entrecerraron un ápice antes de que las farolas iluminaran en baja intensidad la calle. Esperó a la llegada de ambas figuras, figurándose, en un inicio, que serían tía y sobrino, pero errando cuando llegaron a su altura y sus ojos acabaron por dar con una joven acompañada de su hijo. — ¿Ha pasado algo? — acabó preguntando, aun cuando la joven le indicó que solo lo estaba acompañando a casa. — Espero que no te haya molestado demasiado, no está acostumbrado a pasar tiempo con más personas que su tía y conmigo. Así que puede ser un poco… — ¿insistente o atemorizado? Se disculpó con voz amable. Sabiendo que Isidore no era un joven de quince años como el resto de los que podían haber allí; él había vivido encerrado, perseguido y aislado, manteniendo relación con contadas personas. Quería que se abriera a los demás, pero temía que no fuera capaz de hacerlo o tuviera miedo de ellos. — Gracias por traerlo a casa — agradeció entonces dedicándole una maternal sonrisa, recibiendo a Isidore y tratando de acomodarle la chaqueta correctamente. — ¿Quieres pasar a tomar algo? — preguntó entonces, no sabiendo con quien vivía o donde.
Denya C. Brewster
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Invitado
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¿Solitario? ¿Retraído? Sé algo sobre eso, también puede ser cierto que los caracteres afines se encuentran y eso explicaría por qué los solitarios nos encontramos en algún punto, es lo que pienso cuando echo una mirada al chico. No lo digo, no lo conozco más de lo que observo, es la invitación de la mujer lo que me da la posibilidad de echar un vistazo por dentro y no pienso negarme. —¡Claro! Si no les molesta, no tengo apuro por volver a casa…— contesto, como mucho me encontraré con Chloe preguntándome por mi manía de llegar a deshoras, cuando la noche ya está cerrada, y es posible que también solo lo deje pasar, que no diga nada al respecto, hubo veces en que no llegaba a mostrarme en la casa durante toda la noche, en ese entonces todavía teníamos a mamá con nosotros y ellos no estaban solos.

No pasó nada en particular, solo no me molesta acompañar a los niños que andan solos…—. «Niños», lo digo así aunque delante de Kyle nunca osaría decir esa palabra para referirme a todas las personas que están por debajo de mi rango de edad, es como lo veo. Demasiados niños durmiendo en la calle, buscando cobijo en el marco roto, rebuscando entre cartones de una fábrica, escondiéndose en vertederos, desorientados, haciéndose preguntas, me he encontrado con más de uno en esa situación y trato de ser compañía, la poca que puede dar alguien como yo, hasta que encuentran su propio rumbo. Lo bueno de este niño en particular es que me permite echar un vistazo a un mundo que me intriga desde hace tanto tiempo como tengo memoria, porque de hecho es el mundo al que pertenezco, el de los humanos. —Soy Agatha, por cierto. Me mudé con mis hermanos hace poco a este distrito— le explico. —Vivimos en una casa no muy lejos de aquí— bastante lejos, si tengo que ser franca, claro que no lo soy. —¿Ustedes son… humanos?— lo pregunto como si no conociera la respuesta, y muy sútil, claro, muy sútil en mis maneras.
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Denya C. Brewster
Fugitivo
Pasó el brazo sobre los hombros de Isi, atrayéndolo un poquito hacia sí con una maternal sonrisa dibujada en los labios. Arrugando la nariz cuando sonrió también a la joven, mirando en dirección a la casa y luego a ella, asintiendo con la cabeza con alegría. Nunca pensó que podría pronunciar aquella frase; invitar a alguien a tomar algo en su casa. Casi sentía que eran imaginaciones suyas y que la casa desaparecería si no la miraba de tanto en tanto. — Claro, pasa, está comenzando a nevar de nuevo y es mejor estar en un sitio calentito — apremió encaminándose al interior de la vivienda, una que no era fría pero tampoco cálida en aquel momento. Estar la mayor parte del día fuera de casa había conseguido que la chimenea se apagara y las brasas que persistían no fueran lo suficientemente fuertes. — Encenderé esto — dijo dejando ir a su hijo y cerrando la puerta cuando la joven hubo entrado, caminando en dirección a la chimenea y arrodillándose frente a la misma.

Se entretuvo tomando un par de palos y un hacho que colocó bajo los mismos, encendiendo una cerilla y prendiendo el hacho sobre el que sopló con suavidad para que prendiera con mayor facilidad. Viendo con las llamas crecían y lamían los finos palos que prendían también. Se mantuvo allí arrodillada unos segundos, reincorporándose cuando se mantuvo por sí misma y pudo sacudirse rodillas y manos. — ¿Te gustan los niños? Isidore está tratando de adaptarse, me gustaría que conociera a otras personas —. A otros humanos, pero no presionaría de aquel modo a su hijo, no cuando se veía ilusionado con el hecho de conocer a otros; al igual que Sammy. Ella, por su parte, se lo estaba tomando con más calma. — Encantada, Agatha, soy Denya — se presentó también, escuchando con atención sus palabras sobre sus hermanos y que no vivía muy lejos de allí. — ¿Son mayores o menores que tú? Si vivís cerca puedo llevaros galletas los días que haga — ofreció natural amabilidad, sacándose la chaqueta y la bufanda para colgarlas en el perchero. — ¿Uhm? — pronunció volviéndose en su dirección, con las cejas arqueadas y una clara interrogación dibujada en el rostro. Era directa, muy directa. Los claros ojos de la mujer bajaron hasta la muñeca de Agatha, regresando a la costumbre por saber quiénes tenían la M quemada.

Sonrió, haciéndole un gesto para que la siguiera a la cocina. Podía preparar algo rápido para cenar. — Los tres somos humanos — contestó abriendo una estantería y sacando un par de sobres de sopa instantánea. — ¿Tú lo eres? — regresó la pregunta, ya que no había podido ver si tenía marca o no, aunque también podría ser una humana como ellos; que escapó antes de que todo ocurriera junto a sus hermanos mayores… como ella hizo con Sammy. — No creía que una utopía como ésta pudiera existir — siguió hablando mientras se dirigía a los fogones y encendía uno con un giro de gas y una cerilla. Un cacerola con agua y a esperar. —, aunque es fácil acostumbrarse — concedió con una nueva sonrisa en los labios. — ¿Quieres beber algo? Creo que tenemos algo de zumo — abrió el frigorífico, recorriendo con la mirada el contenido del mismo.
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Invitado
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Gestos amables me serán extraños hasta el final de mis días, no es algo a lo que pueda acostumbrarme, a lo que no quiero acostumbrarme, lo tomo de esta mujer por saber que es humana, eso que nos hace semejantes siempre me hará bajar un poco las defensas que en la vida aprendí a poner en alto, es la necesidad de poder estar en contacto con alguien que pueda… ¿entender qué soy? No es que sea desagradable con los magos, mi familia con su ejemplo impidió que cualquier sentimiento de odio hacia ellos germinara, pero las diferencias y las distancias se han marcado como una brecha imposible de cruzar en más de una ocasión. Lo hago, de una manera un tanto consciente, también el distrito nueve sigo manteniendo mi distancia aunque algunos lo propongan como un terreno libre de fronteras entre razas.

Gracias, prometo no demorarme mucho— digo, porque creo que es… ¿la primera vez que me invitan a una casa? Cuando sigo a la mujer al interior, no la pienso como cualquier casa, sino como una casa de humanos. Estúpido, ¿no? El chasquido del fuego al encenderse en un rincón me provoca un estremecimiento raro, me golpea el recuerdo infantil de estar metiéndome debajo de una manta fina en una habitación helada y buscar los pies de mi hermana mayor con los míos para recibir un poco de calor. Es solo el recuerdo de un recuerdo, de un sentimiento, ni siquiera la recuerdo a ella. —Niños que no llevan pañales y saben mantener conversaciones me agradan, me gusta mucho hablar con niños, más bien… personas que son un poco más jóvenes que yo— contesto a su pregunta, “niños” puntualmente no. —Si andan solos me gusta hacerles compañías, si consiguen compañía…— pienso en que conocí a Ken cuando se escondía en una fábrica y volvió para encabezar una revuelta, pienso en Kyle que con Chloe eran los hermanos menores a los que seguía a todos lados, hasta que él fue haciéndose un camino con sus amigos, también pienso en Jim a quien llevé a conocer al resto y ahora lo veo siendo parte de todo eso, me alegro por él, estaba muy solo.

Pero no se me da bien estar con la mayoría, tiendo a esto de estar sola y le echo una mirada a Isidore, le muestro otra sonrisa. —¡Claro! Podemos explorar juntos el distrito, es tan grande y tiene muchos lugares que en verano se verán grandiosos. También necesito recorrer algunas granjas para ver si están buscando empleados, tengo que hacer algo con mi tiempo… ahora que puedo hacer algo— trabajar, trabajar en serio, de una manera formal, ¿digna? No vendiendo cosas de manera ilegal en el mercado y que teníamos que guardar en una bolsa de patatas para salir corriendo con Will cuando veíamos venir aurores. — Y son menores, tienen diecisiete años. Yo tengo… ya sé, no lo parezco, tengo veinticuatro. No sé por qué la gente siempre cree que tengo dieciocho—. ¿Serán los rizos? —Y, ¡gracias! Soy fatal cocinando cosas, nunca tuvimos mucho para experimentar tampoco. Mamá trataba, pero… ella ya no está— lo digo, es la verdad. Mamá ya no está, no es… un secreto.

Muevo mi cabeza en un asentimiento para hacerle saber que también soy humana, eso tampoco pretendo que sea un secreto. Por fin puede dejar de serlo, ¿por qué lo ocultaría? Si la he seguido también fue para decírselo, porque este distrito da la oportunidad… ¿de qué nos encontremos? Y es un sitio más agradable que el mercado para reunirnos. Ella lo dice, una utopía. Esa sonrisa que se cruza por mi rostro se tuerce en una mueca. —¿De verdad lo crees? ¿Crees que lo sea? Tengo entendido que la líder de Salud del Consejo es humana, sino me equivoco el de Educación también lo es… sí se ve muy distinto a lo que conocemos, pero… tendremos que aguardar y ver, ¿no? Yo estoy contenta de poder estar con mis hermanos en… ¿un sitio en paz?—. Falsa paz, paz temporal, como sea. —Sí, claro, jugo estará bien… ¿puedo preguntar qué fue del papá de Isidore?—. Esta es otra cuestión conmigo, me abres la puerta y pasa esto de que empiezo a acosar con preguntas, cuando estoy lejos observo, cuando estoy cerca pregunto.
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Denya C. Brewster
Fugitivo
Sonrió, allí, arrodillada frente al hogar en un intento de que la chispa prendiera las maderas y pudiera armarse un fuego, uno que caldeara el frío ambiente que parecía reinar. ¿Dónde estaba Sammy? Los ojos de la rubia se dirigieron hacia su reloj de muñeca, enfocándose después en la puerta de entrada que, segundos antes ella misma había cruzado junto a su hijo y una nueva invitada. Una invitada que le había hecho compañía a Isidore durante un rato, incluso mostrándose amable haciéndole compañía hasta el lugar donde residían. Los gestos amables con humanos eran algo complicado ver, a no ser que se tratara de otros humanos y, en ocasiones, eran mucho menos de fiar que los propios magos. No sería la primera vez que alguien trataba de aprovecharse de un igual. Suspiró, levantándose y limpiando sus rodillas. Sonrió en su dirección, extendiéndose la misma hasta sus ojos en apenas unos segundos. Ella se vió avocada a criar a su hermana desde los seis años y a su hijo prácticamente desde el inicio también. Y… se sentía bien con ello, le gustaban los infantes, eran inocentes y sinceros, aunque a veces también pudieran ser exasperantes. — Somos seres sociales, ¿no? Nos gusta hacer compañía y que esa persona también nos la haga a nosotros — habló doblando la chaqueta por la mitad y encaminándose al lugar donde guardarla. — Y los niños son entretenidos, tienen curiosidad por todo lo que los rodea y te hacen volver a tener curiosidad por cosas que, como adultos, consideramos triviales —. Ella ni siquiera se paraba demasiado a pensar en qué cosas estaban mal o bien, porqué cocinaba una cosa antes que otra o la razón por la que unas cosas eran de una forma y no de otra hasta que Isidore se lo preguntaba.

Caminó hasta la cocina, escuchando sus planes en lo que sacaba un par de cosas de los armarios. Era alguien ordenada, era fácil serlo cuando se tenía tan pocas cosas, pero entre tantos armarios y escondrijos se confundía en más de una ocasión. Aunque también tuviera que ver el hecho de prestarle más atención a su joven invitada que a lo que estaba haciendo. — ¿Te gustaría trabajar en una granja? — preguntó, girándose ligeramente en su dirección con una cacerola entre las manos. — Puedo tratar de ayudarte si quieres — ofreció regresando su atención a los fogones de gas. —, llevo poco tiempo aquí pero he estado en varias de las granjas y plantaciones, necesitan gente después de que algunos de los residentes se marcharan. Me he hecho amiga de un par — confesó divertida. Quizás amiga no era la palabra correcta, puede que aliada describiera mejor la relación que existía entre ambas partes. Dejó todo en su sitio, volviéndose por completo hacia ella, no siendo capaz de esconder su sorpresa, no la edad de sus hermanos, sino la suya. ¿Veinticuatro años? Aunque aquello no fue realmente lo que la hizo girarse. Prensó los labios. — Ella… —. No quería preguntar si los abandonó o… dejó ir el aire. — Tampoco soy una experta, hacía mucho tiempo que no tenía horno, fogones en condiciones o comida de algo de calidad — habló entonces, prefiriendo no preguntar sobre su madre.

No hablaría sobre sus ideales o sobre malestar que le provocaba el hecho de tener que ‘convivir’ de algún modo con tantos magos cerca. Tenía claras las razones por las que estaba allí. Arrugó un poquito los labios en lo que abría otro de los armarios en busca de algún brick de zumo. — Están acostumbrados a convivir con magos. No lo tengo claro con la líder de Salud — ni siquiera sabía quién era o como se llamaba —, pero el líder de Educación estuvo casado con una y tiene hijos con sangre mágica, por lo que puede que para ellos esto no sea extraño porque han vivido con ellos durante cierto tiempo. Para nosotros no es así, por eso lo siento así — se explicó. No tenía relación con magos, ni siquiera había tratado directamente con ellos durante los últimos diez años, por extraño que pudiera parecer.

Tomó un par de vasos que llenó con generosidad, entregándole uno de los mismos. — Desapareció hace, ¿trece años? Sé que no nos abandonó, él no lo habría hecho, pero no hemos vuelto a saber nada de él. Si sigue vivo por ahí, si lo capturaron, si ahora es esclavo, si está muerto… es una incógnita que aún no he podido resolver —. Porque tenía esperanza de hacerlo. Quizás las cosas no serían igual entre ellos pero solo… quería saber qué fue lo que pasó. Y aun así le sonrió a Agatha. — Aunque no nos ha ido tan mal. Hemos sobrevivido todos estos años, Sam ha crecido bien, Isi también… no tengo queja — aseguró en lo que le entregaba uno de los vasos a su hijo. — ¿Dónde estábais antes de lo que pasó con el este distrito? — preguntó ella. Quizás eran esclavos que fueron liberados en el ataque al mercado, o esclavos del nueve, o humanos libres; no podía saberlo.
Denya C. Brewster
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Tengo mi opinión sobre ser seres sociales, también sobre la maravillosa manera que tienen los niños de ver el mundo, me lo pienso dos veces cómo plantearlo, en consideración a que me ha pedido que le haga compañía a su hijo y, en verdad, disfrutaría de hacerlo. —Tiendo bastante a estar sola, no me molesta hacer compañía a alguien por un rato y ciertamente con Isodore no me molestaría, pero a la larga— esto es honesto, —tiendo a estar sola— repito, no veo nada de malo en ser franca al dar mi manera de cómo vivo. También creo que llevaba mejor lo de ser marginal en un distrito de repudiados, a ser una habitante en un distrito como este, pensamiento que tengo presente cuando seguimos hablando. Estoy tratando de encontrar algún lugar donde me sienta cómoda en todo este distrito que a ratos se me hace inmenso, paso de acercarme a los magos y no es por algún viejo miedo a ser rechazada, quizá sí por cicatrices inconscientes del trato que recibimos, no quiero creer que sea así porque siento que los Overstrand me sanaron esas heridas. Pero sigo buscando, entre las personas, los humanos a los que tengo la oportunidad de tratar de cerca, algo que me haga sentir que pertenezco a este sitio. —¿En serio? Me encantaría poder trabajar en una granja, todo eso de cuidar mooncalfs y cosechar verduras— sueno tan entusiasmada como si acabara de ofrecerme una banca en el Consejo, para mí es así de importante, no me veo haciendo nada diferente, no lo he hecho en toda mi vida. Mi única referencia laboral se encuentra en el mercado negro, dejémoslo así.

No menciono nada más sobre mi madre, ni sobre mis ausentes habilidades en la cocina. Ni intento recuperar la palabra cuando el chisme se pone bueno, diciéndome lo que sabe sobre su vecino, supongo que hablar sobre la cerca brinda este tipo de información. —¿Y por qué no viven con él?— la pregunta me sale de manera natural, como parte de esta plática que de pronto se centró en el profesor Moon, que se ve joven para tener hijos, así, en plural. —Mis hermanos son magos— lo digo sin más, creo que no lo mencioné, tampoco fue con intención de omitirlo, simplemente no vi la necesidad de decirlo hasta este momento. —Por eso decía que estaba conforme con vivir en un lugar donde podamos estar los tres juntos—  aclaro, en vista de que estamos en temas personales, nuestros y del vecino, continuo: —Me metieron al mercado de esclavos cuando era demasiado pequeña como para tener recuerdos de lo que fue vivir ahí, tenía una hermana mayor, de la que nunca volví a saber nada. Ni siquiera recuerdo mi apellido de muggle. Unos magos se hicieron cargo de mí, me dieron una familia… hay magos así, buenas personas, lamentablemente… el mundo no es un lugar amable con las personas buenas, nunca acaban bien— comento. Escucho lo que me dice del padre de Isidore, me siento mal por el chico que acabo de conocer, no sé qué tanto consuelo hay en saber que esa persona que es tan importante en tu vida está en algún lugar, pero no tienes idea de dónde. —Vivíamos en el distrito cinco, primero en una casa, luego en una fábrica… nos escondíamos, estuvimos con nuestros padres, luego solos. Mi hermano vivió un tiempo en el distrito catorce, sobrevivió. De alguna manera, por muchos desencuentros en nuestra familia, supimos estar juntos— musito, porque la regla general es esa, la de personas que un día simplemente desaparecen y nunca vuelven.
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Denya C. Brewster
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Inclinó ligeramente la cabeza, observándola apenas un instante y acabando por sonreírle con sutileza. — Estar sola está bien siempre y cuando sea lo que quieres hacer — contestó con la misma sinceridad con la que la joven había hablado. Porque admiraba la sinceridad en los demás tanto como en sí misma, incluso aunque en el aquel momento no pudiera ser todo lo sincera que deseaba ser, no al menos con todo el mundo. — Los humanos, en cierto modo, nos hemos visto empujados a ser solitarios y desconfiados — siguió hablando —, y tú eres muy joven, no creo que llegaras a vivir demasiado tiempo en un sistema normal en el que poder socializar con normalidad —. Ambas eran sinceras, ¿no? La rubia, en ocasiones, pecaba de demasiado sincera, no midiendo sus palabras con adultos. Asintió con la cabeza. — Sam trabaja en una de las plantaciones, puedo hablar con el dueño. Porque… en las granjas… bueno, no se cuidan mooncalfs, más bien ganado para alimentación — se rascó un poco el dorso de la mano. Sam ya se había puesto en pie de guerra y decidido ser vegetariana, como si no hubiera tenido nunca la menor idea de lo que se hacía en una granja después de criar al ganado.

— ¿Cómo iba a saberlo? Sólo… hemos hablado un par de veces — parpadeó algo confusa ante su pregunta. Se llevaban bien, incluso había ido hasta su casa a cenar, pero… no es como si hubieran entablado una amistad en la que conversar sobre sus familias más profundamente, mucho menos sobre sus hijos de sangre mágica. Bebió un poco de su zumo, deseando que fuera cerveza y no jugo, pero sus labios se arrugaron en el borde del vaso de cristal, separándolo con suma lentitud en lo que solo la observaba y escuchaba en completo silencio. Sus palabras iniciales no habrían tenido sentido de no ser porque continuó con una extensa explicación de lo que la llevó a tener dos hermanos con sangre mágica. Le dirigió una mirada significativa, una bastante clara que no tardó en comprender puesto que dejó la cocina llevándose consigo su vaso de zumo, no sin antes quejarse de no poder quedarse. No podía decir lo que pensaba, no podía hacerlo cuando se notaba tanto el amor que Agatha sentía por los miembros de su familia. Sus ‘salvadores’. — ¿Nunca trataste te buscar a tu hermana mayor? — preguntó en su lugar. — Es solo una pequeña posibilidad, pero quizás consiguió escapar — propuso como alternativa. Que era complicada, y mucho, porque no eran gran cantidad de humanos los que habían conseguido escapar de las garras del gobierno durante todos aquellos años, mucho menos mantenerse a salvo.

Se volvió hacia los fogones cuando el burbujeo el agua la alertó. — Entiendo — masculló tomando un par de los sobres y  abriéndolo para sacar un par de sobrecitos que vertió en el agua antes de poner los fideos en el agua también. — Bueno, en realidad no — sonrió culpable, removiendo con un tenedor el contenido de la cazuela. — Te salvó una familia de magos pero todos acabasteis en el norte, ¿por qué? — siguió —, no es como si los magos fueran a arriesgar su vida y las de sus hijos por… un humano —. Solo pensaban en sí mismos, quizás quisieron sentirse mejor salvándole la vida a una pobre humana, pero no dejaban de ser como todos los demás. — Lo siento, no tengo una buena opinión sobre los magos — sonrió, culpable, en lo que se giraba hacia ella. — He estado viviendo con humanos durante todo este tiempo, personas buenas a las que les fue arrebatado todo por no tener sangre lo suficientemente buena corriendo por sus venas. También he perdido personas en el camino por lo que no confío en ellos —. ¿Y qué hacía allí entonces? Bueno, razones personales y que se trataba de un terreno neutral del que podría huir cuando las cosas se pusieran demasiado serias.
Denya C. Brewster
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Invitado
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Le doy la razón con un asentimiento de mi mentón sobre el recelo que caracteriza a los humanos prófugos. —Para poder confiar exigimos pruebas demasiado extremas que en muchos casos exponen al peligro a esas personas. Solo pedirle a una persona que sea un amigo, los expone una sentencia de muerte por una constitución que así lo sostiene… pero es lo que nos da un indicio, aunque no absoluta confianza, sobre que las intenciones de esa persona podrían ser buenas y honestas— comento, lo que va unido a lo que le explico luego sobre mi familia, dejando de lado y como tema zanjada la posibilidad de conseguir trabajo en una de las granjas. Mi fantasía de encontrar mooncalfs en corrales no se cumplirá, pero no puedo decir que sufra por la perspectiva de que en este distrito sí podré carne, lujo de un costo imposible en el norte. Esa privación a tantas cosas nos dota de cierta insensibilidad, en muchos sentidos de la vida, hacia las cosas y también hacia la personas. El sacrificio de los Overstrand al abandonar su casa para irse conmigo es lo que permitió que conservara un cierto rasgo amable en mi carácter, la posibilidad de sentir un afecto real que lo reservo para mis hermanos.

Solo preguntaba— me disculpo cuando levanta ese muro de reserva respecto al profesor Moon, cuando el hecho de que conozca sobre su estado familiar da pie a pensar que tienen una relación cercana y no limitada a charlas ocasionales. Claro que así como yo le hablo de mi familia, puede ser que haya sucedido con el hombre, algunas veces se trata de poder hablar con alguien que más o menos pueda entenderlo, sobre eso que callamos ante la mayoría, y puesto que las dos somos humanas, puedo mencionar a mi hermana como no lo haría delante de ningún mago. Porque eso que me dice, esas palabras, si fueran dichas por un mago, no me las tomaría a bien. No llega a ser condescendencia, casi. Únicamente en boca de un humano que tiene tanto miedo a la esclavitud como yo, puedo aceptarlo. —Es lo me gusta decirme, que logró escapar. Pero no espero tener la certeza de que así fue y me da más miedo tratar de comprobarlo a que suponerlo, porque también las posibilidades de que sea esclava o esté muerta son muy altas. Así que me gusta pensar en ella estando en algún otro lugar, bien, aunque nunca vuelva a verla— murmuro. Renuncia, de eso se trata. Tomar la decisión de que ciertas cosas en la vida queden irresueltas, porque es mejor que un final. —Pero sí arriesgaron su vida, los niños Overstrand son huérfanos porque sus padres decidieron que yo valía el riesgo y al final tuvieron que pagarlo con sus vidas…— musito, no escondo la culpa que se asoma en mi tono, esa que no puedo permitir que se escuche en mí cuando hablo con Chloe o Kyle, porque odiaría que todo lo que tengo por familia terminara odiándome si también lo pensaran así. Medito sobre lo que dice, yo estuve escondida con una familia de magos. Hubo gente en el invisible distrito catorce, al parecer también humanos que se encontraron. —¿Dónde?— pregunto, —y no sé si sean buenas personas, si se escondían eran tan cobardes como los magos que acusas de no asumir un riesgo. Hay chicos de mi edad y menores que sirvieron de esclavos, fuimos niños en ese mercado de esclavos que magos compraron. Si hubo humanos que se escondían, ¿dónde estaban? ¿por qué no fueron a salvarnos?
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Denya C. Brewster
Fugitivo
Era  demasiado inocente, y dejaría que las cosas siguieran así porque no era nadie para llevarle la contraria, darle razones, explicaciones u órdenes. Pero las cosas no eran tan sencillas. Los magos eran mentiroso por naturaleza, despiadados y con un ego más grande que su propia existencia. — Podrían serlo — contestó aun así. Porque conoció a una bruja con algunas buenas intenciones, al menos al inicio, en la que confió durante algún tiempo hasta que su marido desapareció. Y aquel fuera el instante en el que aprendió que no podía darle su plena confianza a ningún mago, aunque también sabía que confiar en otros como ella también suponía un gran riesgo que, por el contrario, a veces si estaba dispuesta a permitir. — Llega un momento en la vida en el que, aunque sea triste, no puedes confiar en absolutamente nadie. Ni siquiera en ti mismo… porque nunca sabes lo que eres capaz de hacer cuando una gran situación aparece. Pensamos muchas cosas pero es muy diferente a verlas frente a tu rostro, a mirarlas a los ojos y seguir manteniéndote en el mismo lugar. — Sabía lo que era, había pasado por ello en un par de ocasiones, pero siempre trató de mantenerse en el lado correcto, el que ella creía que era el correcto, y al que se aferraba con tanta fuerza que, por ello, estaba allí en el aquel preciso momento.

Suspiró con pesadez, girando un poquito el vaso de zumo entre sus dedos, hasta que se giró, dándole la espalda, y asegurándose de que los fideos estaban en su punto con un tenedor que tomó del primer cajón de la encimera. No alejando su atención de las palabras de la joven mientras hablaba, asintiendo con la cabeza de tanto en tanto, sin saber si era para sí misma aquel asentimiento o para que la de cabellos castaños supiera que no estaba ignorándola. — Eliges el final bonito entonces. — contestó con una prensada sonrisa que rompió cuando golpeó sus labios con cansancio. Tomó un par de platos del armario superior con una mano, apagando el gas con la contraria para que no se sobre cociera la pasta. — Me gusta saber la verdad. Personalmente opino que las personas nos hacemos a nosotros mismos, lo que somos realmente, cuando sabemos y no cuando imaginamos. — contestó en lo que se volvía en su dirección. — Por ejemplo. — dijo — Puedo pensar que mis padres siguen vivos ahí fuera, que son esclavos pero que algún día podrán volver a ser libres y ser dueños de su propia vida; simplemente no investigar sobre la verdad porque prefiero mantenerme con ese pensamiento aunque no tenga certeza del mismo… eso moldearía mi personalidad y forma de vivir de un modo poco realista. Porque la verdad es que mis padres murieron. Y aunque duele saberlo, eso me hace más fuerte; hace que quiera seguir luchando por un futuro mejor, quizás no para ellos, pero sí para aquellas personas a las que pueda alcanzar a ayudar gracias al pensamiento de que no quiero que nadie más sienta el dolor de perder a sus padres del mismo modo que yo. — dejó ir el aire, chasqueando la lengua y dejándose caer sobre uno de los altos taburetes. — Prefiero que me moldee una verdad a que lo haga una mentira o una verdad a medias; de ese modo tanto mis metas como yo misma se sentirá más real. — concluyó su explicación del modo de ver la vida, o al menos una parte de éste, porque todo era demasiado complicado como para cerrarlo solo a un par de frases o explicaciones superficiales.

Y aunque podía entender su amor y afecto por su familia mágica, la que la salvó, no podía tener su misma opinión. ¿Pensaron que ella valía el riesgo? Bueno, si quería pensar que fueron sus razones estaba en todo su derecho de hacerlo; pero lo dudaba, todo el mundo era egoísta a su manera y, aunque no conocía a aquellas personas, podía intuir que había mucho más bajo toda la capa de dulzura y comprensión con la que Agatha trataba de pintar todo. Arqueó ambas cejas ante sus acusaciones. — El mundo no se creó en un solo día, Agatha. — contestó con sumo cuidado, tratando de seguir siendo lo amable y agradable que siempre era incluso cuando acababan de comprarla con un cobarde un mago. — Los humanos no siempre hemos estado unidos; hemos estado más tiempo huyendo, sobreviviendo y desconfiando los unos de los otros debido a los magos. No puedes reclamarnos que no hiciéramos nada cuando nada teníamos en nuestras manos. De ese modo ni siquiera deberías apoyar a lo que sea que se está creando aquí, porque también estuvieron muchos años en silencio viendo cómo dejaban las cosas pasar mientras vivían como una bonita comunidad fuera de cualquier radar. — aclaró. De aquel modo nadie podría estar con nadie. Porque hubo muchos años de miedo, de terror, en los que nadie se atrevía dar un paso al frente hasta que alguien llegó hasta ellos para ayudarlos. Y el momento estaba por llegar. Puede que muy tarde para muchos, pero no tenían nada que reclamarles.
Denya C. Brewster
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Artificial paradise · Denya IqWaPzg
Invitado
Invitado
Reconozco ante mí que tengo de esos en los que creo que en las únicas personas en el mundo en las que podría confiar son mis hermanos menores, por el simple hecho de haberme criado con ellos y  porque me ciego a la idea de que las circunstancias que atravesamos, supongan un quiebre en la relación que tenemos. He sabido que Kyle se coloca al frente de cada misión que emprenden los rebeldes, con Chloe no hacemos más que mantenernos seguras unos pasos más atrás, en la supuesta seguridad que nos ofrece este distrito con el estatus igualitario que nos ha dado a todos como ciudadanos, y sin embargo, yo también sigo siendo consciente de las diferencias que hay, soy consciente de que soy una humana sin magia que le debe su vida a un par de magos que murieron por ello y que ahora está cargo de pelear por hermanos magos en deuda a ellos.

Pero no puedo olvidar que soy diferente, porque no puedo olvidar que una vez tuve una hermana de sangre y lagrimeo cuando Denya lo hace ver como lo que es, escogí contarme la historia feliz entre tantos relatos de fantasmas y asesinatos con los que suelo asustar a los más pequeños. No hago más que contar estas historias de dos knuts para llenarme la boca de palabras, por no tener la menor de idea de quién soy y que historia debo contar. —Si algún día volviera a encontrarme con mi hermana— lo digo con un nudo en la garganta, ese que lleva años estrangulándome, —me odiaría por haber sido hija adoptiva de unos magos— susurro, —odiaría que hice de ellos mi familia, cuando ella era toda mi familia, cuando solo nos teníamos la una a la otra. Odiaría que cuando me preguntan si tengo hermanos, hablo de Kyle y Chloe— me sincero con ella porque la he visto con esa chica que sé que es su hermana, Sam, porque han sabido mantenerse como una familia y ella incluso tiene un hijo. Han sabido ser una familia en medio de todo lo que hemos tenido que pasar los humanos. — Siento que la traicioné, que rompí algún tipo de promesa al dejar de pensar en ella como mi familia y en pensar así de los Overstrand. Por eso… necesito pensar que ella está, en algún lugar, bien, a salvo…— murmuro.

Froto mi nariz contra el dorso de la mano para quitarme esa sensación de llanto que me pica en los ojos y no puedo echarle la culpa al aroma de la pasta cocida, solo es pasta, aunque también contribuye a que me duela la idea de una familia que va rompiéndose, una y otra vez, en situaciones tan domésticas como estas en las que se comparte una comida dentro de una casa. —Me hubiera gustado encontrar ese lugar— confieso, —cuando con mis padres adoptivos buscábamos el distrito catorce para vivir ahí, me hubiera gustado que nos encontráramos con esos humanos que vivían fuera del radar, entonces… entonces podrían haberme dejado allí sin culpa, con personas como yo— lo digo sabiendo que no lo habrían hecho, nunca abandonarme fue una opción, fue lo que en parte nos movió de un lado al otro. —Ahora ya es tarde, en ningún lugar siento que pertenezco, y lo único que haré será caminar detrás de mis hermanos, toda la vida, como la sombra que no los abandona…— musito. Y ojalá los muggles también pudieramos ser fantasmas al morir, pero me han dicho que no, lo que también me parece injusto.
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